Durante décadas, el mantra "capitalismo = bueno" y "socialismo = malo" golpeó nuestras cabezas. Pero incluso los principales medios de comunicación, no pueden enmohecer la opinión frente a algo tan poderoso como es la experiencia. Desde las vertiginosas cumbres del boom a la implosión económica de los últimos diez meses, acontecimientos dramáticos que están sacudiendo y transformando la forma en que los norteamericanos ven el mundo que los rodea.
Durante décadas, el mantra "capitalismo = bueno" y "socialismo = malo" golpeó nuestras cabezas. Pero incluso el aparato más sofisticado para influir en la opinión pública, los principales medios de comunicación, no pueden enmohecer la opinión frente a algo tan poderoso como es la experiencia. Desde las vertiginosas cumbres del boom a la implosión económica de los últimos diez meses, acontecimientos dramáticos que están sacudiendo y transformando la forma en que los norteamericanos ven el mundo que los rodea.
La desconexión entre lo que razonablemente esperan los trabajadores si trabajan duro y "cumplen las leyes", a lo que realmente consiguen del capitalismo, a pesar de trabajar más duro que nunca, cada vez más norteamericanos se alejan de las concepciones más básicas sobre la sociedad. Como dice el refrán, la experiencia es la madre de la ciencia y el capitalismo ya no está experimentando su vieja buena época.
Por lo tanto, no debería sorprendernos que una reciente encuesta de Rasmussen encontrara que entre los estadounidenses menores de 30 años de edad, el 37 por ciento prefiera el capitalismo, el 33 por ciento el socialismo y el 30 por ciento se declara indeciso. En otras palabras, más de la mitad de la primera generación desde la Gran Depresión que se enfrenta a unos niveles de vida inferiores a los de sus padres, están a favor, o al menos están abiertos a la idea del socialismo como mejor alternativa.
Los estadounidenses que vivieron en los "estruendosos años veinte" y la posterior conmoción de la Gran Depresión, sacaron conclusiones muy radicales sobre la base de su propia experiencia. Aunque hay diferencias significativas, también hay muchas lecciones importantes que podemos aprender de ese período de la historia. Sobre todo, debemos comprender que, en última instancia, las condiciones sociales determinan la conciencia. En otras palabras, experiencias similares provocarán resultados similares. En los años treinta, despidos masivos y desempleo, cierres de fábricas, caídas de los salarios, desahucios, sin techo y aumento de la miseria para la mayoría, llevaron a explosiones masivas de la lucha de clases incluidas huelgas de brazos caídos, huelgas generales en ciudades y ascenso del sindicalismo industrial.
La Gran Depresión
La Gran Depresión fue una crisis económica mundial que se desencadenó después del crack bursátil del "Martes Negro", el 29 de octubre de 1929. Pero no fue un proceso descendente lineal. Entre el crack inicial y el punto más bajo de la depresión, hubo auges momentáneos en los que parecía que lo peor ya había pasado, para ser seguidos después por caídas aún más abruptas. Del punto álgido cíclico de 381,17 puntos el 3 de septiembre de 1929, el Dow Jones Industrial Average cayó a 198,60 el 13 de noviembre de ese mismo año. Después se recuperó de manera sustancial y el 17 de abril de 1930 subió hasta los 294,07 puntos. Pero este pico secundario no duró, algunos economistas lo denominaron acertadamente "rebote del gato muerto" [Nt. Hace referencia al comentario humorístico de que incluso un gato muerto si lo tiras desde una altura elevada rebotaría]. En realidad, lo peor estaba por llegar. Un año después, en abril de 1931, el Dow comenzó una espiral descendente hasta casi un colapso total, cayó un 89 por ciento respecto a su punto máximo de 1929, a 41,22 puntos el 8 de julio de 1932. Hay muchos economistas que creen que la actual recuperación del mercado también es un "rebote de gato muerto".
Pero lo más importantes que debemos comprender es que el crack de Wall Street no fue la "causa" de la Gran Depresión, sino simplemente un reflejo de un castillo de naipes especulativo insostenible que se había construido durante la década anterior. En sólo seis años, el Dow quintuplicó su valor. La bolsa era un gigantesco casino para los ricos, un episodio de "enloquecimiento de los especuladores", comprando y vendiendo la vida y el futuro de millones de personas como si se tratara del Monopoly. La economía parecía desafiar las leyes de la gravedad con una extensión masiva del crédito que permitió al mercado ir más allá de sus límites naturales, sólo para derrumbarse violentamente después. Se especulaba con miles de millones que desaparecían prácticamente de la noche a la mañana, golpeando más duro a los pequeños inversores.
Los efectos de la crisis se dejaron sentir en todo el mundo. El comercio internacional se hundió dos tercios cuando el proteccionismo volvió al revés el proceso de globalización. EN 1933, 11.000 de los 25.000 bancos norteamericanos colapsaron. Los beneficios empresariales pasaron de 10.000 millones de dólares en 1929 a 1.000 millones en 1932. Los precios comenzaron a caer precipitadamente y aunque los salarios se mantuvieron altos durante los primeros meses, finalmente también comenzaron a caer. ¿Por qué comprar algo hoy cuando dentro de unos meses probablemente sería más barato? Aunque el crédito aún estuvo disponible durante unos meses, la gente era reticente a endeudarse más. El consumo se agotó, provocando más cierres de fábricas y despidos. En 1929, la tasa de desempleo era del 3 por ciento. En 1933, el 25 por ciento de todos los trabajadores y el 37 por ciento de los trabajadores no agrícolas estaban en el paro. La construcción se contrajo un 80 por ciento entre 1929 y 1932. La producción industrial cayó casi un 45 por ciento entre 1929 y 1932. 13 millones de personas estaban en el paro. En 1932, 34 millones de norteamericanos pertenecían a familias con un asalariado a tiempo parcial. Unos dos millones de sin techo tuvieron que recorrer el país en busca de empleo. ¿Suena familiar?
"¡No os preocupéis!" nos decían, "eso no puede suceder de nuevo, hoy hay muchas ‘salvaguardas’, ¡en esta ocasión es diferente!" Sin embargo, durante los últimos meses, hemos presenciado un empeoramiento sostenido e impactante de la economía que aún no ha terminado. El empleo no agrícola lleva 18 meses consecutivos cayendo, el período más prolongado de destrucción de empleo desde la Segunda Guerra Mundial. Desde principios de año, la economía ha destruido aproximadamente medio millón de puestos de trabajo más cada mes, sólo en junio desaparecieron 467.000 empleos. Las "buenas noticias", nos dicen, es que ¡al menos no estamos perdiendo 741.000 empleos como sucedió en enero!
La tasa oficial de paro es del 9,5 por ciento, la más alta en 26 años y continuará creciendo. Además están los nueve millones de trabajadores a tiempo parcial que buscan empleo y los millones que han dejado de buscar empleo, sumando a todos la tasa de paro superarían el 15 por ciento. Entre las minorías, jóvenes y en las ciudades del interior, es por lo menos dos veces esa tasa. Un 29 por ciento de los parados llevan en esa situación más de seis meses.
Increíblemente, la economía ha perdido el equivalente a cada uno de los empleos creados en los últimos nueve años. Se han destruido 6,5 millones de puestos de trabajo desde diciembre de 2007. Según el Economic Policy Institute, es la primera vez desde la Gran Depresión donde se ha evaporado todos los empleos creados en el boom anterior. El empleo público, que en cierta forma contrarrestó el declive constante en la construcción, manufactura y servicios durante los últimos meses, ahora también está en problemas. En junio se destruyeron 52.000 empleos públicos, el número más alto desde julio de 2007.
El mercado inmobiliario, que ayudó a desencadenar la crisis actual, continúa su caída, la vivienda privada cayó un 33,9 por ciento respecto a hace un año, la caída más abrupta desde 1980. Los proyectos de construcción estatales y federales también han caído. Las oficinas vacías alcanzaron el 15,9 por ciento en el segundo trimestre de 2009, el nivel más alto en cuatro años, los precios de los alquileres han sufrido su mayor caída en siete años, hay cierres en cadena de empresas y tiendas. Las infames "hoorvervilles", colonias de tiendas de campaña y casas de cartón de sin techo y desempleados que caracterizaron los años treinta, han reaparecido por todo el país, literalmente miles de personas acampan de noche con la esperanza de encontrar un puñado de empleos disponibles cuando las empresas contratan. Ahora hay 5 parados por cada puesto de trabajo disponible.
El nivel de utilización de la capacidad productiva de la industria cayó en mayo al 68,3 por ciento, un 12,6 por ciento inferior al nivel de 1972-2008. Además, los salarios medios por hora se han estancado, las horas medias trabajadas han caído al nivel más bajo desde que se comenzó a registrar este dato en 1964. La jornada semanal media ha bajado un 8,2 por ciento desde el inicio de la recesión, lo que hace más difícil para el que tiene empleo poder cubrir todas sus necesidades. Eso significa que los empresarios contratarán menos o invertirán menos en nueva maquinaria y tecnología, aunque exista un amplio margen para incrementar las horas de trabajo de los trabajadores en activo o expandir el uso de la capacidad no utilizada. Según Ian Shepherdson, economista jefe norteamericano de High Frequency Economics: "Los salarios pronto caerán de manera absoluta, una señal clásica de deflación". Incluso cuando la economía inevitablemente se estabiliza, será probablemente una "recuperación sin trabajo" prolongada.
Pero finalmente el sistema capitalista se recuperará de esta crisis, sobre las espaldas de los trabajadores. Hasta que sea conscientemente derrocado y sustituido por un sistema más racional donde la economía se planifique de manera democrática en interés de todos, es decir, el socialismo, este continuará explotando a la población y el planeta en la búsqueda del máximo beneficio a corto plazo. No es nada personal, es sólo la naturaleza de la bestia. Por eso estamos a favor de acabar con el sistema de una vez por todas, en lugar de rescatarlo cada pocas décadas, sólo para regresar después más hambriento y más destructivo.
La clase obrera norteamericana aún no está en situación de poner fin al capitalismo. Por eso, será necesario más tiempo para acumular más experiencia. Sin embargo, esta perspectiva no está tan lejos como podría pensarse. Es imposible decir precisamente cuándo y dónde, pero podemos pronosticar con confianza que las condiciones que el capitalismo impone a la sociedad llevarán a tremendas convulsiones sociales. En el próximo período, veremos enfrentamientos abiertos de la lucha de clases, creciente tensión y agitación en los sindicatos, y giros dramáticos en el panorama política. El pasado mes de diciembre, la ocupación de la fábrica Republic Windows and Doors y la votación de cientos de trabajadores del textil de la empresa Hartmarx después de que se anunciara sus despidos por parte de Wells Fargo, son sólo la punta del iceberg de lo que está por venir.
El surgimiento del CIO
Una vez más, podemos aprender de la experiencia pasada de nuestra clase. En los años treinta, la crisis finalmente llevó a una serie de luchas importantes de masas de los trabajadores contra los empresarios y el gobierno. Después de un período de retirada y declive de la militancia sindical en las industrias debido al peso de los despidos, la marea cambió. Las tácticas de lucha de clases implantadas por muchos de estos sindicatos, empezando por la premisa básica de que los intereses de los empresarios están en contradicción directa con los intereses de los trabajadores, y que, por tanto, la idea de la paz social empresa-trabajador es una receta segura para la derrota, llevó a éxitos impresionantes.
La Federación Americana del Trabajo (AFL), bajo cuyo paraguas estaban la mayoría de los trabajadores organizados en los sindicatos hasta ese momento, era casi exclusivamente un sindicato de oficios. Es decir, pequeños grupos organizados de trabajadores cualificados dentro de un campo específico de especialización. La idea de organizar a masivos números de trabajadores haciendo diversos empleos en un solo centro de trabajo, como en la industria del automóvil, parecía imposible para la dirección del AFL. Pero en 1934, hubo una serie de huelgas combativas en Minneapolis, San Francisco y Toledo, todas dirigidas por direcciones no tradicionales (los trotskistas, el PCUSA y el American Workers’ Party, respectivamente) marcaron un cambio decisivo en la situación, llevando finalmente al surgimiento del Congreso de Organizaciones Industriales (CIO).
El United Electrical, Radio and Machine Workers of America (UE) y el United Auto Workers (UAW) estaban entre los sindicatos más combativos que surgieron en ese momento. El UAW, por ejemplo, entró en escena y organizó a decenas de miles de trabajadores como resultado de la huelga de brazos caídos de Flint en 1936-1937. Los trabajadores ocuparon varias fábricas propiedad de General Motors y se negaron a abandonarlas hasta que el sindicato, y con ello la negociación colectiva, subidas de salarios, mejores condiciones y beneficios, fue reconocido por la empresa. El Steel Workers Organizing Committee (ahora el United Steel Workers, sector del acero), también consiguió organizar a decenas de miles de trabajadores en toda la industria. Nacieron otros sindicatos industriales y los anteriormente existentes como el United Mine Workers of America (minería) se fortalecieron y se unieron para formar el CIO.
En el sur, donde el CIO tenía más problemas para hacer avances, sindicatos independientes de izquierdas como el Mine-Mill Union y el Food, Tobacco, Agricultural and Allied Workers Union of America (agricultura y alimentación) consiguieron organizar a miles de trabajadores blancos y negros a través de una audaz campaña de afiliación sindical.
Sin embargo, gradualmente las direcciones antes combativas de estos sindicatos fueron domadas. La Segunda Guerra Mundial cortó el creciente ambiente de ruptura con los Demócratas y la formación de un partido obrero de masas. Los dirigentes sindicales aceptaron el compromiso de "no convocar huelgas" mientras durara la guerra, eso significó el final de las huelgas por motivos salariales a cambio de un arbitraje del gobierno, mayoritariamente significó reducir el número de huelgas, y cuando se convocaban huelgas eran más cortas y menos combativas. El Partido Comunista USA, que tenía una influencia significativa en los sindicatos, también apoyó esta política.
Esto contribuyó al principio del fin de la "edad dorada" de la lucha de clases y el sindiclaismo. Después de un breve estallido de huelgas combativas después de la guerra, cuando los trabajadores se enfrentaban a la pérdida de conquistas durante el período de "no huelgas", la relativa prosperidad del prolongado boom de la posguerra continuó y fortaleció esta tendencia conservadora. Se aprobaron leyes anti sindicales como la Taft-Hartley, se expulsó de los sindicatos a los activistas radicales de izquierdas y en 1955, el CIO se fusionó con su antiguo rival, el tradicionalmente más conservador AFL. La política de "colaboración con los empresarios" se atrincheró firmemente en el movimiento obrero.
En 1946 el 35 por ciento de los trabajadores norteamericanos estaban representados por los sindicatos. A principios de los años ochenta era sólo el 20 por ciento. Hoy, sólo el 12 por ciento de los trabajadores están afiliados a sindicatos y el nivel es sustancialmente inferior en el sector privado. Las tasas de afiliación sindical también varían bastante de un estado a otro, de casi el 25 por ciento en Nueva York a menos del 4 por ciento en Carolina del Norte y del Sur. Desgraciadamente, la actual dirección sindical está tan acomodada a los empresarios que muchos trabajadores se preguntan para qué tienen un sindicato. Pero hay una realidad evidente: debido particularmente a la ausencia de un partido obrero de masas, los sindicatos son las organizaciones de masas tradicionales de la clase obrera norteamericana. La acumulación de frustraciones tanto en los trabajadores sindicalizados como los que no, finalmente se expresará en luchas encarnizadas por la política y dirección de los sindicatos.
FDR y Obama
FDR (Franklin D. Roosevelt) no fue elegido por el programa del New Deal, inicialmente no tenía intención de implantar esta política cuando llegó por primera vez al cargo. Pero tuvo que aplicar esa política debido a la presión y a la amenaza de la agitación de masas. Era una cuestión de dar reformas y concesiones por arriba porque existía el riesgo de una explosión social potencialmente incontrolable desde abajo. Aunque el New Deal de FDR consiguió soltar algo de vapor proporcionando empleo gracias a una seria de masivos proyectos de obras públicas, pero no suficiente para garantizar la supervivencia del sistema. Fue la Segunda Guerra Mundial la que realmente sacó a EEUU de la Gran Depresión. En otras palabras, fue la producción para una guerra que asesinó a millones de personas y creó millones de beneficios para la empresa norteamericano la que "salvó" al capitalismo norteamericano.
Sin embargo, FDR tenía unas cuentas ventajas que Obama no tiene. En aquella época EEUU era la mayor nación prestamista del mundo, con dos tercios de las reservas mundiales de oro; hoy es el mayor deudor y debe más de 11 billones de dólares. En aquel momento EEUU fue capaz de utilizar la guerra para desarrollar la producción industrial destinada a la guerra y absorbió millones de parados en el ejército. En 1945, 17 millones se unieron a las fuerzas armadas y el gobierno subvencionó enormemente los salarios y formación de los trabajadores industriales cualificados en el sector privado. Obama, por otro lado, ha heredado los pantanales de Iraq y Afganistán, es incapaz de expandir la producción bélica o alistar ente al ejército a esa escala masiva. También en los años treinta había mucho margen para la expansión de la producción industrial como porcentaje del PIB, cuando millones abandonaron las granjas y se trasladaron a las ciudades y fábricas. Hoy el sector agrícola es una parte relativamente pequeña de la economía, dominada por un puñado de gigantes agro-industriales, y EEUU se ha convertido en una economía orientada en gran parte al sector servicios. Obama simplemente no tiene el margen de maniobra que tenía FDR.
Los marxistas no estamos en contra de las reformas que realmente mejoren la vida de la mayoría. Por ejemplo, si Obama fuera a ofrecer una sanidad universal socializada y educación gratuita para todos, todos estaríamos a favor de ello (aunque es más probable que los cerdos vuelen). Dentro de los límites del sistema de beneficio este tipo de reformas no se puede conseguir plenamente y siempre estaría bajo amenaza. Po eso ofrece un seria de reformas menores y parciales, con la esperanza de que bastarán para "capear el temporal" de la crisis actual. Podría verse obligado a realizar algunas concesiones sustanciales en el futuro, sobre la base de la presión de masas desde abajo, incluso si eso significa endeudarse más, no podemos descartarlo. Pero podemos descartar absolutamente la posibilidad de que lleve a cabo cambios fundamentales en el sistema capitalista que defiende. Como hemos explicado una y otra vez, la tarea de Obama es hacer lo que Franklin Delano Roosevelt hizo en los años treinta: evitar la revolución social y salvar al capitalismo.
Aunque no estamos en contra de las reformas, sí somos contrarios al reformismo, la idea de que el sistema capitalista puede ser "más amable y educado". Este sistema se base en la explotación de muchos por unos pocos, de la propiedad y control de la gran mayoría de la riqueza de la sociedad por un minúsculo puñado de la población. No se puede simplemente reformar o retocar. Sólo la transformación total de cómo organizamos la sociedad puede llevar a un mundo donde la satisfacción de las necesidades humanas, no de los beneficios empresariales, sea la prioridad.
Finalmente, los norteamericanos se darán cuenta de que es el propio capitalismo, no este o aquel individuo corrupto o partido la causa de tanta inestabilidad y miseria. Sin embargo, las ilusiones en Obama y el sueño americano seguirán durante un tiempo. ¿Cómo podría ser de otra manera? Aceptar que los demócratas son incapaces de resolver este caos y que el sueño americano está terminado significa aceptar que el propio capitalismo está acabado. Reconocer que todo en lo que has creído y trabajado por ello se basa en una ilusión, significa una ruptura profunda con todo lo que es familiar, cómodo y seguro. Para la mayoría de las personas no es un capricho. Pero los acontecimientos y la experiencia empujan a cada vez más norteamericanos a sacar esas mismas conclusiones. Como mostraba la encuesta de Rasmussen antes citada: "los tiempos están cambiando".
El ciclo económico y la lucha de clases
Sin embargo, debemos ser cuidadosos en no caer en una comprensión mecánica y formalista del ritmo de la lucha de clases. La manera en que se desarrolla a veces es contradictoria y contra intuitiva. Hay una interrelación compleja y dialéctica entre el ciclo económico y la lucha de clases. Las crisis económicas no necesariamente directa y automáticamente llevar a una mayor radicalización, como los booms automáticamente no garantizan la paz social. Como hemos visto sólo años después del inicio de la Gran Depresión los trabajadores estadounidenses comenzaron a recuperar su confianza y pasaron a la ofensiva contra los empresarios. En realidad, sólo sobre la base de la recuperación de 1934 comenzaron de nuevo a levantar la cabeza, después de años de mantenerla agachada. Pero la oleada huelguística revolucionaria más importante de la historia tuvo lugar en Francia en mayo de 1968, en el punto álgido del boom de la posguerra, en un momento de aumentos salariales y en general mejora de los niveles de vida.
Como explicaba León Trotsky en 1921 en su Informe sobre la crisis económica mundial y las tareas de la Internacional Comunista:
"La relación recíproca entre boom y crisis en la economía y el desarrollo de la revolución es de gran interés para nosotros, no sólo desde el punto de vista de la teoría, sino sobre todo prácticamente. Muchos de nosotros recordaremos que Marx y Engels escribieron en 1851, cuando el boom estaba en su pico, que era necesario en aquel momento reconocer que la revolución de 1848 había terminado o, en cualquier caso, se había interrumpido hasta la siguiente crisis. Engels escribía que mientras la crisis de 1847 fue la madre de la revolución, el boom de 1849-1951 era la madre de la contrarrevolución triunfante. Sería, sin embargo, unilateral y totalmente falso interpretar estos juicios en el sentido de que una crisis invariablemente engendra acción revolucionaria mientras que un boom, al contrario, pacifica a la clase obrera…
"Pero cuando la crisis (después de la Primera Guerra Mundial) sea sustituida por una coyuntura transitoria favorable, ¿qué significará eso para nuestro desarrollo? Muchos compañeros dice que si se produce una mejora en esta época sería fatal para la revolución. No, bajo ninguna circunstancia. En general, no hay una dependencia automática del movimiento revolucionario proletario de la crisis. Sólo hay una interacción dialéctica. Es esencial comprender esto".
Una cosa es analizar la historia con la sabiduría que da el tiempo transcurrido, pero otra es desarrollar un análisis e intervenir en el movimiento correctamente cuando a nuestro alrededor se desarrolla un caos de acontecimientos. Esta es nuestra tarea. El mundo ha entrado en un período de inestabilidad verdaderamente sin precedentes. A las pocas semanas de salir el último número de Socialist Appeal, hemos visto un golpe militar en Honduras, la bancarrota de Chrysler, el colapso de una docena más de bancos norteamericanos, casi un millón más de parados. Pero también hemos visto los inicios de la revolución iraní, movilizaciones revolucionarias de masas contra el golpe en Honduras y a los trabajadores de Hartmarx amenazando con ocupar la fábrica para defender sus puestos de trabajo.
Los acontecimientos se mueven rápidamente. Este no es el mismo mundo que hace diez años. La conciencia de los trabajadores no es la misma que antes. En ninguna parte es más cierto que en el corazón del propio imperialismo.
Puede que suene como un cliché, pero la realidad es que en el horizonte hay acontecimientos más trascendentales. Mientras que hoy las cosas sobre la superficie parecen más o menos en calma, por debajo de la aparente calma se está desarrollando un enorme descontento. Igual que durante los "estruendosos años veinte" parecía que la lucha de clases había desaparecido de una vez por todas, para surgir sólo en un plano superior en los años treinta, debemos hacer todo lo posible durante la actual "calma que precede a la tormenta" para prepararnos para acontecimientos similares en el próximo período. Luchando hombro con hombro junto a la clase obrera en estas luchas que surgirán, podemos, debemos y conseguiremos un cambio fundamental y duradero.