Esta victoria es una confirmación de la debilidad de la burguesía y de las dificultades del imperialismo para imponer su agenda política y económica, y sobre todo, muestra el enorme ansia que tienen la masas en Ecuador y en toda América Latina, de una transformación profunda de la sociedad capitalista.
El pasado 28 de septiembre se celebró en Ecuador un referéndum para someter a votación la nueva propuesta de Constitución para el país. Una constitución que tiene un nítido carácter progresista: los sectores económicos considerados estratégicos (energía, telecomunicaciones, hidrocarburos) pasarán a estar bajo control del Estado, y se prohíbe el latifundio y la privatización de los recursos naturales, incluyendo el agua. También se prohíbe la estatización de las deudas privadas, práctica común en América Latina, y al capital bancario se le niega expresamente que pueda tener participaciones en los medios de comunicación. En el terreno laboral se elimina el trabajo temporal, se garantiza a igual trabajo, igual salario y se incluye en el seguro social a todos los ecuatorianos en situación de desempleo. Además, se prohíbe el establecimiento de bases militares extranjeras en Ecuador, eliminando de esta manera la presencia del ejército norteamericano en el país, aceptado por anteriores gobiernos.
Los datos del referéndum hablan por sí solos. Con prácticamente el 100% del escrutinio realizado, el Sí a la Constitución obtuvo 4.694.269 votos (el 64%) frente a los 2.061.855 que obtuvo el No (28,09%). Prácticamente, dos de cada tres ecuatorianos que fueron a votar dieron su respaldo a esta propuesta, infligiendo una contundente derrota a la oposición oligárquica y al imperialismo. La magnitud de la victoria es aún mayor si tenemos en cuenta que el Sí se ha impuesto, nada menos, en 23 de las 24 provincias del país, y para mayor escarnio de la derecha, en su feudo, la ciudad costera de Guayaquil, el No logró una pírrica victoria con el 46,97% de los votos, frente al 45,68% que consiguió el Sí, un mínima diferencia de 15.165 votos. Sin embargo, en la provincia de Guayas (cuya capital es Guayaquil) la victoria del Sí no tiene discusión con una diferencia a favor de 10 puntos.
Y todo esto después de una campaña electoral que ha estado marcada por una ofensiva rabiosa de los sectores más reaccionarios de la sociedad y, no por casualidad, sincronizada con la actuación del imperialismo norteamericano en el continente (artífice de los intentos de golpe de Estado en Venezuela y Bolivia, precisamente en estas fechas). La reacción se ha empleado a fondo, empezando por la oligarquía ecuatoriana, cuyo máximo representante, el socialcristiano Jaime Nebot y alcalde de Guayaquil, basándose en que ésta es la ciudad económicamente más importante del país ha intentado explotar el chovinismo regional (en una política similar a la encabezada por la oligarquía golpista y secesionista de Santa Cruz en Bolivia); y continuando por la jerarquía de la iglesia católica, una vez más posicionándose con los poderosos, que ha llegado a realizar misas callejeras para arengar contra el gobierno de Correa, y por los grandes medios de comunicación que han participado de una campaña de demonización del Sí.
Por supuesto, como ya nos tiene acostumbrada la burguesía, han utilizado el discurso del miedo al "malvado comunismo", agitando con la idea de que se va a expropiar las pequeñas propiedades a la gente, en un intento claro de intoxicar a las reducidas capas medias ecuatorianas y a los sectores más atrasados de trabajadores y campesinos, como ya han intentado hacer en Venezuela y Bolivia. Sin embargo, las masas ecuatorianas no han tragado con el cuento.
Esta victoria es una confirmación de la debilidad de la burguesía y de las dificultades del imperialismo para imponer su agenda política y económica, y sobre todo, muestra el enorme ansia que tienen la masas en Ecuador y en toda América Latina, de una transformación profunda de la sociedad capitalista.
Estar alerta contra los ataques de la oligarquía y el imperialismo
Nada más conocer los resultados, Rafael Correa agradeció "…al pueblo ecuatoriano que no se dejó confundir" y afirmó que "con esta abrumadora mayoría construiremos un país sin discriminación, igualitario, equitativo, justo para todos". A la vez hizo un llamamiento a la unidad y dijo que "Le extendemos la mano a la oposición, pero en este sentido soy escéptico, conozco la soberbia de estos grupos que buscarán cualquier pretexto para seguir desestabilizando este proceso", dijo.
Efectivamente, los trabajadores, campesinos y oprimidos de Ecuador no pueden confiar en la bondad de la oposición. Como en Venezuela o en Bolivia, en Ecuador hay una batalla frontal entre las clases. Por esto, no basta con ser escéptico hacia la postura de la oposición, hay que actuar en consecuencia, rematando la victoria obtenida en las urnas en el terreno de la economía y del aparato del Estado.
Las declaraciones de Jaime Nebot a la televisión local Teleamazonas, diciendo que Correa "ha hecho una propuesta, (…) que es la que acaba de triunfar, y yo respeto ese triunfo", y planteando que está abierto al diálogo, pues es un "hombre civilizado" y "que no pretende convertir a Guayaquil en una trinchera contra el Gobierno", no son más que palabras. Y, en primer lugar, un reconocimiento de la debilidad de sus fuerzas frente a la intervención masiva, en este caso en el terreno electoral de las masas ecuatorianas. Hoy tiene que recular (de palabra). Pero mientras, el imperialismo y la oligarquía ecuatoriana seguirán conspirando y preparando el siguiente punto de ataque, ¿acaso no hemos visto lo mismo en Venezuela? No podemos caer en la trampa de la negociación y confiar exclusivamente en cambiar las cosas a través de las leyes y el parlamento. Las masas bolivianas acaban de pasar por una amarga experiencia. Tras frenar el intento de golpe fascista de la oposición gracias a la movilización, y a costa de varias decenas de muertos, desaparecidos y torturados, el gobierno de Evo Morales ha vuelto a dar oxígeno a la reacción desmovilizando a los trabajadores y campesinos bolivianos y abriendo un proceso de negociación, que cómo ya estamos viendo sólo sirve de plataforma para que la oposición recupere la iniciativa, y con la ayuda de los grandes medios de comunicación se presente como víctima, maniobrando hasta conseguir su objetivo: el derrocamiento del gobierno de Evo.
El presidente Correa decía refiriéndose a la oposición: "Esperemos que se calmen un poco y nos dejen continuar con este nuevo país". Sin embargo, eso no va a ocurrir. El próximo proceso electoral será en febrero de 2009. No cabe duda que de aquí a entonces, la reacción no se va a quedar de brazos cruzados. Blasco Peñaherrera, presidente de la Federación de Cámaras de Comercio de Ecuador, ya ha hecho declaraciones avisando de por dónde van a ir sus tiros: el boicot económico y la fuga de capitales, además de la caída de la inversión extranjera, todo ello para tratar de desestabilizar el gobierno de Correa. Y eso ya ha empezado, los datos están ahí: de los 2.000 millones de dólares de inversión extranjera en 2006, se ha pasado a apenas 200 millones en la actualidad.
Fernando Cordero, presidente de la Asamblea Constituyente, señalaba que los resultados del referéndum han establecido un grupo de "grandes perdedores", denunció que éstos eran "los banqueros corruptos que hicieron un feriado en este país y se llevaron 8.400 millones de dólares, expulsando a dos millones de ecuatorianos fuera de nuestro territorio", y añadía: "Ellos nunca más volverán a ser parte de ese Ecuador que queremos cambiar". También el presidente Correa, señalaba que "con esta victoria empezamos un nuevo rumbo, dejamos atrás el neoliberalismo y empezamos la construcción de la patria nueva: más justa, más equitativa y más digna" y aseguró que "las estructuras viejas han sido derrotadas" en las urnas. Sin embargo, para culminar al menor coste posible esa victoria en una victoria total, el siguiente paso tiene que ser la expropiación de las palancas fundamentales de la economía (los latifundios, los monopolios y los bancos), que siguen controladas por la oligarquía contrarrevolucionaria, bajo el control democrático de los trabajadores y campesinos. Para ello es necesaria la acción organizada y consciente de las masas campesinas y trabajadoras de Ecuador.
La situación no ha alcanzado aún el nivel de confrontación que en Venezuela o Bolivia, pero Ecuador ya ha pasado a engrosar la lista de países peligrosos para el capitalismo, entrando en una senda que sólo puede acabar en el triunfo de la revolución o la contrarrevolución.