David Lynch, fallecido el 15 de enero de 2025 a los 78 años, es autor de películas y series de televisión surrealistas y profundamente inquietantes, como Twin Peaks, Terciopelo azul, Mulholland Drive y muchas otras. Sus obras eran misteriosas, a veces incluso inescrutables, y utilizaban imágenes oníricas para explorar el estado de alienación de la sociedad estadounidense. A pesar de la excentricidad de gran parte de su producción, disfrutó de un éxito considerable y amasó una reputación legendaria como artista singular con la capacidad única de captar lo absurdo de la vida cotidiana bajo el capitalismo.
Es difícil imaginar que haya otro artista tan intransigente y tan militantemente opuesto al efecto corrosivo del mercado sobre el arte como David Lynch, o al menos que lo haga con el mismo éxito comercial y de crítica. Él y su obra personifican el arte como algo que debe ser libre, algo que debe funcionar en sus propios términos y no estar subordinado a ningún objetivo financiero o incluso político. De hecho, Lynch negaba ser una “persona política”, y sus convicciones políticas personales eran tan evasivas como sus intenciones artísticas. Sin embargo, sus películas nunca fueron “arte por el arte”, sino que contenían mensajes contundentes sobre la sociedad y sus problemas, reflejo del carácter extremadamente serio del propio Lynch.
Para ser un hombre notoriamente hermético sobre su trabajo artístico, fue muy explícito sobre su disgusto por el papel de los negocios en el cine. En una entrevista de 2017, dijo: «Si estás pensando en ganar dinero, entonces es otra cosa entera. Entonces no importa si no consigues el montaje final, vas a conseguir tu dinero, y si eso es lo único que te interesa, entonces ni siquiera querría hablar contigo».
Parece haberse radicalizado ante la decadencia, la crudeza y, como él lo habría visto, la maldad literal de la sociedad capitalista que se precipitaba ciegamente hacia adelante. En cierto sentido, era políticamente conservador y añoraba los tiempos más sencillos y optimistas de la década de 1950. «Cuando me imagino Boise [la ciudad en la que creció en los años 50] en mi mente, veo un eufórico optimismo cromado de los años 50… Me encantan los años 50. Hay una especie de pureza en el ambiente. Hay una especie de pureza y poder». Sin embargo, comprendió claramente que, incluso en este aparentemente idílico periodo de posguerra de aparente auge, inocencia y prosperidad, actuaban fuerzas oscuras, y que el optimismo soñador era en gran medida sólo eso: un sueño en el que la gente estaba adormecida.
Mullholand Drive
La obra que mejor resume sus ideas y técnicas es probablemente la película de 2001 Mulholland Drive, a menudo considerada la obra maestra de Lynch. Ambientada en Hollywood, trata del sueño de una joven de convertirse en estrella de cine: hasta aquí, todo familiar. Sin embargo, más allá de su punto de partida básico, la película adquiere rápidamente un carácter extremadamente surrealista y misterioso, hasta el punto de que a muchos espectadores les resulta incomprensible, haciéndose un nudo en la garganta al intentar resolver sus enigmas. Como el resto de la obra de Lynch, se trata claramente de una película altamente simbólica. Pero el simbolismo parece tener muchas capas, que a veces resultan muy extrañas e inquietantes. Muchas de las “pistas” del significado de la película parecen ser pistas falsas, por lo que para algunos es un misterio irresoluble, o incluso un montón de basura pretenciosa.
El propio Lynch se negó a explicar sus películas. Sin embargo, una vez aclaró por qué parecen tan difíciles de entender: «No creo que la gente acepte el hecho de que la vida no tenga sentido. Creo que hace que la gente se sienta terriblemente incómoda». En otras palabras, el misterio de sus películas es la clave. Su obra simboliza lo insondable que, en su opinión, es la vida, y confronta directamente al espectador con la alienación. En el sentido marxista, la alienación se refiere a que el hombre se enfrenta al producto de su trabajo, pero no ve nada de sí mismo reflejado en él. Para Lynch, la propia civilización humana se había convertido en algo ajeno, extraño y fuera de nuestro control.
Cuando ves sus películas con esta perspectiva, empiezan a tener sentido. Sobre la protagonista de Mulholland Drive, nuestra aspirante a estrella de cine (interpretada por Naomi Watts), Lynch dijo que “Esta chica en particular –Diane– ve cosas que quiere, pero no puede conseguirlas. Todo está ahí, la fiesta, pero ella no está invitada. Y eso la afecta. Podríamos llamarlo destino: si no te sonríe, no hay nada que puedas hacer. Puedes tener el mayor talento y las mejores ideas, pero si esa puerta no se abre, te quedas sin suerte”.
La película comienza siguiendo sus aparentemente prometedores intentos de “ser invitada a la fiesta”, es decir, convertirse en una estrella de cine. Pero todo esto se muestra bajo una luz tan dulzona, tan idealizada y onírica, que es imposible no sentir que es demasiado bueno para ser verdad. Aunque uno no entienda exactamente lo que está pasando, está claro que algo falla.
Paralelamente a este proceso, se nos muestra a un director (interpretado por Justin Theroux) que intenta contratar al actor que quiere para su nueva película, pero se topa con unos ejecutivos de estudio extremadamente siniestros que insisten en cuartos oscuros en que contrate a “la chica” que ellos quieren. Este director parece convertirse rápidamente en víctima de una conspiración de Hollywood. Después de perder todo su dinero, se ve obligado a reunirse con un extraño “vaquero” en mitad de la noche, que le dice a la fuerza que debe contratar a “la chica”. El director se ve atrapado por las fuerzas malignas del dinero, que le niegan el “montaje” que, como hemos visto, era tan importante para Lynch.
El significado exacto de estos espeluznantes sucesos y su relación con Diane es muy difícil de discernir. Pero el efecto general yuxtapone claramente el sueño del éxito en Hollywood con la sórdida realidad de hombres ricos y poderosos que manipulan estos sueños en su propio beneficio.
La descripción que hace Lynch de la lucha de Diane por ser “invitada a la fiesta” y sus comentarios sobre las misteriosas fuerzas que determinan nuestra suerte (“llámalo destino: si no te sonríe, no hay nada que puedas hacer”), combinados con las siniestras maquinaciones en el estudio de Hollywood, dejan bastante claro cuál es su mensaje, aunque los detalles precisos de la trama sean confusos.
Alienación
Mulholland Drive, al igual que gran parte de la obra de Lynch, trata de la alienación, de la contradicción entre nuestros sueños colectivos, por un lado, y la oscura y cruel realidad, por otro. Es difícil entender por qué Diane no logra su sueño en Hollywood, o por qué los ejecutivos de los estudios se fijan en otra “chica”, y cuál es la conexión entre estos aspectos de la historia (aunque hay muchas pistas).
¿Pero no es así la vida en la anarquía del mercado capitalista? ¿No es inescrutable e incluso carente de sentido por qué tal o cual persona encuentra el éxito, a veces increíble, y otras se enfrentan a un fracaso aplastante y a la pobreza? Y esta irracionalidad, y nuestra propia impotencia ante ella, ¿no condena a tantos a revolcarse en la ansiedad y otros problemas psicológicos profundos, constantemente confundidos y buscando a alguien a quien culpar?, ¿no se fractura a menudo nuestra personalidad entre los sueños y las fantasías, por un lado, y la depresión y el miedo, por otro?
A veces se describe a David Lynch como un cineasta posmoderno. Es cierto que hizo películas en la misma época en que el posmodernismo dominaba la cultura y la filosofía, y su obra se refiere sin duda a cuestiones similares abordadas por los posmodernos: la pérdida de identidad y de sentido, la enfermedad mental y la confusión, y la sensación de una fachada de significado tras la que puede no haber nada.
Sin embargo, existe una profunda diferencia. Por lo general, los filósofos posmodernistas celebraron el ambiente cínico de la sociedad burguesa de finales del siglo XX (especialmente tras la caída del Muro de Berlín) y declararon que toda verdad, significado y realidad habían desaparecido de algún modo. Para ellos, todo es subjetivo, la realidad es “creada” por diferentes narrativas. Cineastas como Quentin Tarantino, y películas como American Psycho y El club de la lucha, son quizá las mejores expresiones de esta perspectiva en el cine.
David Lynch aborrecía claramente esta época cínica y consideraba que provocaba profundos problemas psicológicos. No solo eso, sino que su filosofía estaba mucho más cerca del idealismo objetivo que del idealismo subjetivo de los posmodernos. Es decir, pensaba que existe la verdad, pero que se origina fuera del mundo material. Era muy claro al respecto:
“Creo que las ideas existen fuera de nosotros. Creo que, en algún lugar, todos estamos conectados en una tierra muy abstracta. Pero en algún lugar entre allí y aquí existen las ideas”.
En su serie Twin Peaks, hay un personaje profético, la Dama del Tronco (Log Lady), que sostiene un trozo de madera que le dice extrañas verdades. En un momento dado, se dirige directamente al público y dice: “Hay cosas en la vida que existen, pero que nuestros ojos no pueden ver”. Aunque sus películas son profundamente misteriosas, no son en absoluto fachadas sin sentido, están llenas de pistas para las respuestas, pero Lynch quería que el público fuera el detective que lo averiguara por sí mismo.
Para Lynch, las abstracciones o ideas parecen ser fuerzas que luchan entre sí, y el resultado son los acontecimientos que conforman nuestras vidas. Una de las cosas que hace que sus películas sean tan poderosas es su habilidad para explotar los sueños colectivos, las imágenes y los ideales de la sociedad. Los representó con tanta fuerza y resonancia emocional gracias a su capacidad para captar esas ideas en estado puro.
En Mulholland Drive, los arquetipos del sueño hollywoodiense se transmiten con gran fuerza a través de los diálogos edulcorados, las imágenes clásicas de las mansiones de Hollywood y los tropos de las audiciones. Lynch era un maestro en el uso de la música y el diseño de sonido para empapar de atmósfera todas estas imágenes idealizadas. Trabajó con su amigo Angelo Badalamenti durante la mayor parte de su carrera con un efecto devastador.
Sueños y pesadillas
Como todos sabemos, los sueños tienen un lado oscuro. Mulholland Drive se describe a menudo como una pesadilla, y ciertamente está llena de imágenes y sonidos de pesadilla. El lado luminoso de sus películas era siempre un poco demasiado brillante; empapado de una especie de nostalgia empalagosa, insinuando algo extraño e inquietante en la positividad onírica. Y junto a esto, Lynch yuxtaponía cosas realmente espeluznantes: música pop azucarada de los años 50 que se cortaba en silencio o inquietantes ruidos de zumbidos; escenas de idilio suburbano desgarradas por súbitas imágenes aterradoras de gente extraña, y violencia extrema y abusos sexuales.
Fiel a su idealismo objetivo, Lynch manifestaba las ideas oscuras como personas reales o monstruos que acechaban a los protagonistas. En Mulholland Drive, la oscuridad que se oculta bajo la superficie de Hollywood aparece como un vagabundo literal, desaliñado y mugriento que se cierne en un callejón. La siniestra conspiración de Hollywood que impide al director elegir a sus actores parece manifestarse como el misterioso “vaquero”, que amenaza al director.
En Twin Peaks, el personaje igualmente misterioso de “Killer Bob”, un brutal violador asesino de otro mundo que se alimenta de la miseria, parece encarnar “el mal que hacen los hombres”, como sugiere un personaje. De hecho, el propio Lynch lo confirmó, respondiendo a un entrevistador que Bob representa el mal, y es como tal “una abstracción con forma humana. No es algo nuevo, pero es lo que era Bob”.
Bob, al igual que el vagabundo de Mulholland Drive, tiene un aspecto casi caricaturesco, con el pelo largo y grasiento, ropa de motero y una sonrisa siniestra. Los personajes que parecen representar la bondad, sin embargo, suelen ser pulcros y hermosos. Esto no se debe a que Lynch piense literalmente que los buenos son todos guapos y los malos feos, sino a que sus películas se basan en arquetipos. Son como sueños (o pesadillas) colectivos y, como en un sueño, los personajes son imágenes simbólicas de nuestras esperanzas y temores.
Por otra parte, un tema recurrente de su obra es la belleza y la inocencia mancilladas o corrompidas. En el caso de Twin Peaks, la historia comienza con el asesinato de Laura Palmer, la reina del baile del pueblo, cuyo exterior aparentemente angelical oculta una pesadilla de adicción y abuso atroz. En las películas de Lynch, incluso los arquetipos de la bondad suelen contener oscuridad oculta.
Pese a su ideología idealista, el tema oscuro que ha sacado a la luz es muy real: la política de poder y la explotación sexual en Hollywood es real y suficientemente mala en sí misma, pero también tiene ramificaciones mucho más amplias para nuestra cultura en general. También refleja la decadencia y la hipocresía de la sociedad capitalista contemporánea en su conjunto. La serie original de Twin Peaks trata del abuso de niñas por parte de la familia.
La tercera serie, mucho más reciente, trata de la adicción de la cultura contemporánea a la nostalgia, su incapacidad para producir algo realmente nuevo o veraz, y el consiguiente deseo de recuperar en su lugar glorias pasadas, algo que Lynch parece decir que es peligroso. Una vez más, vemos la naturaleza contradictoria del arte de Lynch, que mira con cariño un pasado más simple pero advierte contra el poder seductor de la nostalgia. Esta complejidad y multiplicidad de facetas es, en parte, lo que hace de Lynch un artista tan cautivador.
Todos los temas tratados en la obra de Lynch son aspectos importantes de la sociedad actual. Por supuesto, Lynch no era marxista, ni siquiera políticamente progresista, pero el arte no consiste en presentar un programa político elaborado y objetivamente correcto, sino en captar el significado emocional de la verdad.
David Lynch creía firmemente en el poder del cine. Se oponía con vehemencia a ver películas de la forma equivocada (por ejemplo, en teléfonos móviles). Quería que la atmósfera de toda la experiencia envolviera al público, que lo arrastrara en un viaje emocional. Sus películas no son para todo el mundo. Son confusas y, en ocasiones, profundamente inquietantes. Dicho esto, una faceta olvidada de Lynch es su humor: toda su obra está repleta de momentos hilarantemente absurdos que seguramente pretenden ser divertidos. Esta frivolidad ayuda a atemperar la sombra.
Para los que “lo entienden”, sus películas son embriagadoras y conmovedoras. No son sutiles, ni mucho menos, pero su melodrama se combina con el misterio y la profundidad, algo de lo que carecen demasiados imitadores. Como en la célebre La sustancia, del año pasado, tan poco sutil como carente del misterio que atrae emocionalmente al espectador. La muerte de Lynch, un auténtico original que encarnaba todo lo que un artista debe ser, es una profunda pérdida para la cultura.