Al final, la muy anticipada manifestación opositora del 15N en Cuba no se materializó. Los vínculos de los organizadores con Washington y con elementos contrarrevolucionarios y terroristas quitó cualquier legitimidad a la convocatoria.
La represión policial selectiva hizo el resto. Al final la cara pública del 15N Yunior García, después de desconvocar, terminó saliendo para Madrid. Pero quizás lo más significativo de esos días, y que ha sido silenciado por los medios de comunicación occidentales capitalistas, es el surgimiento del movimiento de los pañuelos rojos.
El fracaso total del 15N ha asestado un duro golpe a todos aquellos que esperaban y habían preparado un escenario de nutridas manifestaciones antigubernamentales, represión policial y cambio de régimen. Los EEUU habían lanzado advertencias de más sanciones si el gobierno cubano reprimía, utilizando la doble vara de medir imperialista que es ciega ante la brutal represión y los asesinatos policiales en su propio país. Diputados europeos trataron de desembarcar en la isla al grito de “queremos para Cuba lo mismo que tenemos en Europa”. Ellos se referían a los supuestos “derechos humanos”, pero la policía fronteriza polaca daba en estos mismos días una imágen muy diferente de la auténtica actitud hacia los derechos humanos por parte de la UE capitalista, usando gas lacrimógeno, alambre de púas y cañones de agua contra los refugiados que pedían asilo y acogida humanitaria.
Cometieron un grave error, el de subestimar el profundo sentimiento e instinto antiimperialista del pueblo cubano. El 11J unos pocos miles salieron a protestar en diversas ciudades de la isla. Sus motivaciones eran varias. A muchos les movía la protesta contra el deterioro de las condiciones de vida y la penuria diaria que tienen que sufrir. Una situación creada por el bloqueo de EEUU (que Trump incrementó sustancialmente y Biden ha dejado intacto), severamente agravada por la pandemia (que eliminó el vital ingreso turístico), y empeorada por las medidas del Ordenamiento aplicadas por el gobierno desde el 1 de enero. A todo esto se unen los problemas crónicos causados por la gestión burocrática de la economía planificada y el impacto negativo de las medidas de apertura al mercado capitalista.
Entre los que salieron a protestar contra el gobierno el 11J había también sectores de jóvenes descontentos con la arbitrariedad, la censura, la asfixia burocrática. Finalmente, sectores abiertamente contrarrevolucionarios y anexionistas también estaban presentes, y por virtud de ser los únicos que realmente estaban organizados y tenían ideas claras, dominaron políticamente las protestas.
Sin embargo, esa conjunción de factores no se repitió de cara al 15N. La plataforma Archipiélago convocante hizo su llamado exclusivamente en relación a los derechos democráticos de los presos y encausados por el 11J. No había ninguna referencia a la situación de penuria económica, ningún intento de conectar con los sectores más golpeados por la crisis, algunos de los cuales salieron a expresar su frustración el 11J.
Peor que eso, mientras que Archipiélago trataba de presentar una imágen de “no violencia frente a la represión del estado”, de “diálogo y consenso frente a la imposición”, en realidad muchos de los que salieron a apoyar públicamente la convocatoria eran elementos abiertamente contrarrevolucionarios e incluso terroristas. Ni Yunior García ni Archipiélago, se desmarcaron nunca de ellos. Al contrario, toda su estrategia se basaba en crear la más amplia unidad de acción contra el gobierno cubano. El soniquete de “ni de derechas, ni de centro, ni de izquierdas” resultó ser, como siempre sucede, “unidad con los sectores reaccionarios más repulsivos contra la revolución”.
Lo que terminó por desinflar la convocatoria del 15N fueron los vínculos probados de Yunior García con los multimillonarios esfuerzos de Washington por provocar una “transición” en Cuba, es decir, un cambio de régimen y la restauración del capitalismo, un plan que además tiene un claro componente anexionista.
El pueblo cubano tiene muchas críticas acerca de la situación a la que se enfrentan, y muchas de ellas están dirigidas, justificadamente, al gobierno y al estado. Estas críticas no son patrimonio exclusivo de aquellos que se consideran opositores, sino que también están muy extendidas entre los que apoyan abiertamente la revolución. Pero en Cuba, para cualquier movimiento de protesta o crítico, el aparecer vinculado al imperialismo estadounidense representa el beso de la muerte.
Una vez que esos vínculos eran públicos y notorios, la convocatoria del 15N no tenía posibilidad de prosperar. El propio Yunior García decidió desconvocarla. Alegando la potencial represión policial decidió no llamar a sus seguidores a salir a la calle el 15N. Para salvar un poco las apariencias anunció que saldría el 14N a caminar solo para llevar una flor blanca a la estatua de Martí en el Parque Central de la Habana y llamaba a la ciudadanía a salir a pasear, individualmente, el 15, vestidos de blanco y a cacerolear y aplaudir desde sus balcones. Nada de eso sucedió.
La represión selectiva con medidas como la detención de activistas conocidos en los días previos jugó un papel, sin duda. Pero lo más importante fue el descrédito político de los organizadores y sumado a eso su actitud ante el gobierno que pasó de ser desafiante a complaciente. El 14N Yunior García no salió de su casa, rodeada por un “acto de repudio” compuesto principalmente de mujeres y de policías de paisano. Es importante señalar que estos actos de repudio se han topado con la oposición y el rechazo por parte de muchos de los que apoyan la revolución que consideran que hay que dar una respuesta política y no una de acoso personal que retrotrae a los peores tiempos de la represión estalinista del quinquenio gris.
Ante esa situación, el Vaclav Havel cubano, en lugar de salir a marchar en solitario como había anunciado a sus seguidores, se quedó en su casa. Salir le hubiera provocado muy probablemente la detención, provocando un incidente que los medios de comunicación internacionales, Washington y Bruselas hubieran aprovechado para redoblar su campaña contra la revolución cubana. Pero él ya había tomado la decisión de abandonar la isla, mostrando el auténtico calibre de su liderazgo y el grado de su capacidad de sacrificio por la causa en la que cree. Obviamente, el lunes 15 de noviembre, las masas en las calles vestidas de blanco no se materializaron.
Otro factor significativo en el fracaso de la convocatoria es el hecho de que coincidió con el día en que el país volvía abrirse oficialmente al turismo y los niños y niñas volvían a las clases presenciales después de muchos meses de restricciones contra la pandemia. Eso ha sido posible por la impresionante campaña de vacunación masiva con vacunas propias, lo que ha llevado a Cuba, en un corto espacio de tiempo, a ser uno de los países con mayor porcentaje de población vacunada, que en este caso incluye a niños mayores de 2 años.
Es decir, la posibilidad de protestas callejeras se contrastaba directamente con el impacto negativo que eso podía tener sobre el turismo, que todo el mundo entiende que es crucial para la economía cubana, y sobre la educación, una de las conquistas más sentidas de la revolución.
El que crea que el factor principal del fracaso del 15N fue la prohibición oficial y las medidas policiales tomadas para implementarla no ha entendido nada. Basta observar otros países latinoamericanos (Chile, Ecuador, Colombia por mencionar algunos ejemplos recientes) dónde la más brutal represión policial, dejando no solo encarcelados sino muertos y mutilados, no ha logrado impedir protestas populares masivas.
La revolución cubana se enfrenta a dificultades muy graves y es obvio que hay un ambiente crítico entre sectores amplios de la población. Eso no quiere decir que los que son críticos se vayan a sumar a un proyecto claramente contrarrevolucionario, abiertamente en contraposición a las conquistas de la revolución y vinculado a la potencia imperialista que durante 60 años ha tratado por todos los medios aplastar la voluntad del pueblo cubano de decidir su propio futuro.
Por otra parte, el fracaso del 15N no significa que todo haya vuelto a la normalidad en Cuba. Los problemas a los que se enfrenta la revolución (la agresión imperialista, la inserción desigual en el mercado mundial, la burocracia, etc) siguen ahí, son graves y hay que darles respuesta.
Los pañuelos rojos
Por eso, quizás el elemento más significativo de la tensión de los últimos días en Cuba, no por su importancia numérica, pero sí por su importancia política, ha sido la sentada de los pañuelos rojos, que no tuvo cobertura en ninguno de los medios internacionales que como buitres habían ido a la isla a buscar imágenes de la “caída del régimen”.
Poco después de las protestas del 11 de julio, un grupo de jóvenes revolucionarios cubanos decidieron hacer una convocatoria pública contra el bloqueo, en defensa de la revolución, pero por fuera de las instituciones oficiales. Finalmente, y después de retrasos en obtener el permiso, se convocó a una sentada de 48h en la estatua de Martí, del viernes 12 al domingo 14 de noviembre. Los convocantes se denominaron “los pañuelos rojos”. Activistas de varios grupos se sumaron, del Centro Martin Luther King, Cimarronas, La Tiza, el Proyecto Nuestra América, activistas LGBT en lucha por el nuevo Código de Familia, artistas, estudiantes universitarios, etc.
La sentada reunió a docenas de revolucionarios en actividades culturales, artísticas, musicales y discusiones políticas durante dos días, a pesar de las inclemencias meteorológicas. El carácter de la misma era análogo al de la Tángana en el Trillo, la actividad en defensa de la revolución que se organizó después de la concentración ante el Ministerio de Cultura del 27 de noviembre de 2020, y hay coincidencia en algunos de los participantes, aunque el núcleo inicial no era el mismo.
En aquél entonces, un grupo de jóvenes revolucionarios lanzaron la convocatoria a un acto revolucionario en el parque de Trillo dónde se encuentra la estátua del patriota cubano negro Quintín Bandera. Rápidamente las instituciones oficiales (UJC, FEU, etc.) trataron de cooptar el evento, limando sus aristas más críticas para convertirlo simplemente en una fiesta musical, aunque no lograron desvirtuar completamente su contenido político.
La sentada de los pañuelos rojos contenía diferentes posiciones políticas, pero el hilo conductor era claramente la oposición al bloqueo imperialista, la defensa de la patria y la revolución, pero al mismo tiempo una postura crítica por la izquierda. Esto se reflejó en las discusiones políticas que tuvieron lugar en paralelo a las actividades artístico-culturales.
Una de las canciones que interpretó el trovador cubano Tony Ávila durante la sentada resume bien el espíritu político de la actividad. En “Mi casa.cu” Ávila habla de los cambios que su casa necesita, pero que estos cambios en ningún caso deben dañar los cimientos. En realidad no se trata solamente de que la revolución necesite cambios pero manteniendo las conquistas básicas (que se asientan sobre la propiedad estatal de los medios de producción), sino que la revolución y sus cimientos solamente se pueden defender haciendo esos cambios.
En una intervención muy significativa Luís Emilio Aybar, del Proyecto Nuestra América y La Tizza, en la que volvió a enfatizar una serie de ideas contenidas en sus recientes artículos. “Aquellos de nosotros que somos revolucionarios, comunistas, anti-imperialistas, somos conscientes de todo lo que está mal, porque somos parte del pueblo y sufrimos esos males que no se explican solo por el bloqueo, sino también porque muchas veces hacemos las cosas mal y también queremos combatir eso”. Aybar advirtió de manera clara contra las “falsas soluciones y falsas promesas”: “Si las empresas estatales no funcionan, se nos dice que hay que privatizarlas. Si nos bloquean, nos dice que hay que entregar el país para que no nos bloqueen.” Mencionando las recientes declaraciones del presidente Díaz-Canel acerca del poder popular, Aybar señaló: “El problema es que las cosas no pueden ser de todos sino no tenemos poder sobre ellas, poder para cambiarlas. El socialismo es sinónimo del pueblo empoderado, con capacidad para transformar su realidad, no del pueblo impotente”.
Claramente estas son cuestiones cruciales y apuntan en la dirección correcta. La economía planificada necesita de la democracia obrera como el cuerpo humano necesita el oxígeno. La planificación burocrática lleva al despilfarro, los privilegios, la corrupción y la desidia. Solamente la participación real y decisiva de la clase trabajadora en la gestión del estado y la economía es garantía para la defensa de las conquistas de la revolución.
“La mejor manera de combatir la contrarrevolución es hacer la revolución,” señaló Aybar que finalizó su intervención con una serie de consignas muy significativas, coreadas por el público entre las cuales resonaron: “Abajo el burocratismo, abajo la corrupción, abajo la desigualdad, abajo el capitalismo, abajo el machismo, abajo la homofobia” y su contraparte: “viva la revolución, viva Fidel y viva el socialismo carajo!
Incluso más clara y contundente fue la intervención de Ariel Cabrera, un estudiante comunista de Santa Clara que no pudo trasladarse a la Habana pero dejó un mensaje de adhesión a los pañuelos rojos. Su declaración era claramente anti-imperialista, pero a la vez contra el burocratismo, contra cualquier intento de restauración capitalista (“venga de enemigos declarados o de los que se dicen amigos”), a favor del poder de los trabajadores en los centros de trabajo y los barrios y de la gestión obrera en las empresas estatales.
Lo que plantea Cabrera es totalmente correcto. Y esos son justamente los cambios que necesita la casa.cu para combatir el embate imperialista y el peligro de restauración capitalista: el control obrero y la democracia obrera.
Como no podía ser de otra manera, al final de la actividad se presentó el presidente Díaz-Canel, justamente cuando Tony Ávila cantaba sobre las necesarias reformas de micasa.cu, y hubo un intento claro de la oficialidad de cooptar políticamente el evento. Salieron fotos y reportajes de la sentada de los pañuelos rojos en todos los medios oficiales, pero en ninguno hubo mención de los discursos y discusiones más punzantes que allí tuvieron lugar. Nada acerca de combatir el burocratismo, ninguna referencia al control obrero ni la participación decisoria de los trabajadores. Esto además plantea otra cuestión necesaria para la defensa de la revolución: los medios del estado deben estar abiertos a todas las corrientes de opinión revolucionarias.
El surgimiento de los pañuelos rojos es significativo de dos aspectos muy importantes: la organización autónoma de jóvenes comunistas revolucionarios y la discusión de ideas muy avanzadas acerca de cómo defender la revolución cubana. Saludamos la iniciativa, nos comprometemos a apoyarla en todo lo que sea necesario y nos ofrecemos a participar en el proceso necesario de discusión y clarificación política que ha empezado.
La postura de la Corriente Marxista Internacional es clara. Hay que defender la revolución cubana. Eso quiere decir en primer lugar oponerse al bloqueo imperialista y la defensa de la expropiación de los medios de producción sobre la que se asientan sus conquistas. Nos oponemos a la restauración capitalista y al control por parte de la burocracia de la economía y el estado que mina la revolución. La economía planificada requiere de la democracia obrera, la participación democrática de la clase trabajadora en todas las decisiones. La lucha por la defensa de la revolución cubana también se dirime en el terreno de la lucha de clases internacional. La democracia obrera tiene su corolario en el internacionalismo proletario, la lucha por el socialismo internacional que rompa el aislamiento de la revolución.