La subida en espiral de los contagios de Covid-19, como hemos visto en Europa y Brasil, y ahora en India y norte de África, favorecen la proliferación de mutaciones genéticas y nuevas variantes más contagiosas del virus que se expanden sin control a nivel mundial. Tras año y medio de pandemia nada definitivo se ha resuelto, y el negocio capitalista se ha mostrado como el aliado más eficiente del Covid-19.
Si hay algo precisamente que muestra la bancarrota del sistema capitalista a nivel global es el espectáculo obsceno que vemos alrededor del tema de las vacunas del COVID-19.
Por un lado, se nos ofrecen las extraordinarias posibilidades científicas y tecnológicas para disponer en un tiempo relativamente rápido de media docena de vacunas, o más (Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Sputnik V, Sinova, Janssen, etc.) y, por otro lado, vemos las peleas vergonzosas entre gobiernos burgueses por acaparar las vacunas contra los demás, y la exageración de las deficiencias de las vacunas de la competencia. Al mismo tiempo, vemos el retraso en la vacunación masiva de la población que afecta más en particular a cientos de millones de seres humanos de los países oprimidos por el imperialismo en África, Asia y América Latina que sólo reciben las vacunas a cuentagotas, si es que les llegan.
El capitalismo es responsable, no sólo de haber gestionado de manera ineficaz e incompetente la peor pandemia conocida en generaciones, sino que todo el proceso alrededor de la generación de vacunas se haya hecho con un enorme despilfarro de recursos y de esfuerzos inútiles que han condenado a la muerte, y siguen condenando, a cientos de miles de vidas humanas desde comienzos de este año.
¿Por qué no se fabrican ya cientos de millones de vacunas diarias?
Con las vacunas ya disponibles se podría poner en funcionamiento el potencial productivo ya existente en fábricas y laboratorios, y crear decenas y cientos más de instalaciones de producción, para bombear de manera diaria e inmediata cientos de millones de vacunas a todos los rincones del planeta, poniendo fin a la pesadilla sin fin que vivimos desde hace más de un año. Esto se aceleraría enormemente si se liberaran las patentes de las vacunas para que otras empresas y los gobiernos mismos se sumaran a la producción, a un costo mínimo.
Claro está que el único obstáculo para conseguir esto, es la propiedad privada y el interés de lucro de estas compañías. Por un lado está el “problema” de que una vez que desaparezca la pandemia, ya no encontrarían utilidad las nuevas fábricas levantadas para la producción de estas vacunas y, por tanto, serían un lastre para sus beneficios tener que desmontarlas. Y, por el otro, ceder las patentes implicaría la desaparición del negocio de estas compañías. Así vemos cómo, de un modo y otro, el negocio capitalista atenta continuamente contra la salvación de vidas humanas.
Inversión pública y beneficios privados
Todo esto es más odioso cuanto que la mayoría de estas vacunas fueron conseguidas gracias las ingentes ayudas públicas a los laboratorios para que las desarrollasen, cuando no han sido las propias investigaciones de laboratorios y universidades públicas las que las han desarrollado, limitándose las compañías privadas a proporcionar los equipos e instalaciones para producirlas masivamente. Así, un reciente estudio de la revista médica especializada Medrxiv demostró que la compañía sueco-británica AstraZeneca soportó menos del 3% de la inversión necesaria para desarrollar su vacuna, correspondiendo más del 97% de los fondos al gobierno británico y a la Unión Europea. Un comunicado del Gobierno de Estados Unidos, en diciembre de 2020, ya puso de manifiesto que había destinado más de 3.400 millones de euros para el “desarrollo, ensayos clínicos y producción” del fármaco de Moderna, basado en la novedosa tecnología denominada ARN mensajero. Esta cantidad es más de cuatro veces superior a todo el presupuesto en I+D que tenía destinado Moderna para el año 2020, año en el que su vacuna fue desarrollada.
En este contexto, vemos la codicia sin fin de estos vampiros que comercian con vidas humanas.
Frank D’Amelio es el jefe de operaciones financieras de Pfizer y, como buen gerente, tiene el mérito de hablar claro. Esto es lo que dijo en una conferencia organizada por Barclays hace un mes, según informó CBS News el 17 de marzo:
“Creo que con la transición de un estado pandémico, de una pandemia a una situación endémica, las fuerzas normales del mercado, las condiciones normales del mercado comenzarán a abrirse camino. (…) Factores como la eficacia, las dosis de refuerzo y la utilidad clínica serán muy importantes y lo vemos, francamente, como una oportunidad significativa para nuestras perspectivas de demanda de vacunas, para las perspectivas de precios. (…) Claramente llegarán otras noticias, pero pensamos que a medida que pasamos de una pandemia a una condición endémica aquí hay una oportunidad para nosotros”.
Así, Pfizer ha anunciado que a partir de 2022 el precio para la Unión Europea aumentará en 7,5 euros por dosis, un aumento del 60 por ciento. Añadamos que., según esta nota de CBS News, Míster D’Amelio ganó un total de más de $ 11 millones con Pfizer en 2019.
Despilfarro e ineficacia
El despilfarro de recursos y esfuerzos, país por país, movidos muchas veces por consideraciones de prestigio, se pone de manifiesto por ejemplo con la vacuna china Sinovac, cuyos responsables han anunciado finalmente que su efectividad es de sólo el 50%, muchos meses después de haber inyectado cientos de millones de dosis en todo el mundo, incluida China.
La población está cansada de las marchas y contramarchas en los procesos de vacunación y de las peleas por los suministros entre países. Astrazeneca ha estado todo el tiempo bajo el ojo del huracán. Primero fue por la falta del suministro comprometido, y pagado por adelantado, por la UE, que fue derivado hacia Gran Bretaña y a otros países a los que vendía más caro. En segundo lugar por los casos de trombos detectados, aunque en realidad afectan una parte pequeñísima de los vacunados: alrededor de un caso cada 700.000 y sólo unos pocos con consecuencias mortales, un margen de “efecto secundario” bastante menor al de la mayoría de los medicamentos convencionales. Algo similar ha ocurrido con la vacuna Janssen, de la multinacional Johnson&Johnson. Pero la UE ha aprovechado la ocasión para vengarse de los desaires de Astrazeneca y ha firmado un contrato alternativo con Pfizer, que ofrece vacunas más caras, rompiendo toda relación con Astrazeneca y también con Janssen. En el proceso, la UE ha perdido cientos de millones de euros de los contribuyentes por vacunas de estas compañías que no llegarán pero sí engordarán los bolsillos de sus propietarios. Por supuesto, ningún funcionario de la UE dimitirá ni será procesado por este desaguisado.
Tanto los casos de Sinovac (falta de eficacia) como los de Astrazeneca y Janssen prueban que si los esfuerzos para conseguir la vacuna se hubieran mancomunado, poniendo en común todas las investigaciones y análisis, sin ningún ánimo de lucro por medio, no sólo se hubiera conseguido antes la vacuna, sino que su efectividad y sus efectos secundarios se hubieran detectado más deprisa y se podría haber establecido mejoras y correcciones que habrían conseguido poner a disposición de la población vacunas más efectivas y más seguras.
El potencial de una economía socialista global
En el lado opuesto tenemos el caso de Cuba, un país pobre y asediado, que ha conseguido, sin ayuda ni financiación externa, probar dos vacunas propias que estarían listas para el comienzo del verano. El elevado nivel de desarrollo biomédico de Cuba es conocido, y eso se debe al papel que juega la economía nacionalizada y planificada que permite una racionalización, concentración y aprovechamiento de los recursos muy superiores a los de un país capitalista convencional y a los de las compañías privadas, y que muestra el potencial que tendría una planificación económica mundial, sin multinacionales ni laboratorios privados, no sólo para afrontar con éxito pandemias imprevistas como la actual, sino todas las calamidades que azotan a la humanidad y que el capitalismo se muestra impotente para solucionar.
Debemos nacionalizar las grandes empresas farmacéuticas en cada país. Suprimir las patentes de las vacunas de COVID-19 ya aprobadas por las instituciones sanitarias. Su investigación y desarrollo, financiada con fondos públicos, debería convertirse en propiedad pública. La capacidad de fabricación necesaria para la rápida creación de suficientes dosis, jeringuillas e instalaciones de refrigeración debe obtenerse mediante la expropiación de las instalaciones existentes. La producción debería incrementarse y llevarse a cabo un plan coordinado internacionalmente de vacunación global rápida. Pero para que esto suceda debemos quitar el manejo de la pandemia de las manos de los capitalistas y sus representantes políticos. Solo la clase trabajadora en el poder puede lograr esto a través de una federación socialista mundial.
Requerimos una sociedad basada en el internacionalismo, la solidaridad y la satisfacción de las necesidades humanas. Para que esto se logre, es imperativo que el capitalismo sea arrojado al basurero de la historia.