El primero de mayo es, en todo el mundo, un día de unidad de la clase trabajadora, una fecha que reúne en un inmenso frente único internacional a todos los trabajadores y trabajadoras.
El 1 de mayo de 1886 cientos de miles de trabajadores se movilizaron en los Estados Unidos luchando bajo la consigna: “8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas para la recreación”. En Chicago la huelga tuvo un gran impacto, miles de hombres y mujeres de la clase trabajadora paralizaron la ciudad. La policía atacó a sangre y fuego las movilizaciones durante ese día, y los siguientes, en los que continuaron las marchas y los actos obreros. Con falsas acusaciones detuvieron y condenaron a ocho trabajadores, de ellos, cinco fueron condenados a la horca, dos a cadena perpetua y uno a 15 años de cárcel. Así los organizadores de la huelga en Chicago se convertían en mártires de la clase obrera.
En 1889, en homenaje a los mártires de Chicago la Segunda Internacional, que nucleaba a organizaciones obreras de casi todo el mundo, declaró el 1 de mayo como el Día Internacional de los Trabajadores.
Así el 1 de mayo nacía como un día de manifestaciones, protestas y huelgas que los sindicatos obreros de finales del siglo XIX impulsaron para reducir la jornada laboral y los ritmos de explotación.
En nuestro país se celebró por primera vez el Día de los Trabajadores el 1 de mayo de 1890 y juntó a más de 2000 trabajadores anarquistas y socialistas.
El acto de 1905 se realizó frente al Teatro Colón y mientras estaban haciendo uso de la palabra los oradores, se lanzó una represión contra la multitud, sobre la plaza Lavalle quedaron tendidos cuatro muertos y medio centenar de heridos y detenidos.
En 1909 la policía atacó nuevamente el acto del primero de mayo que se llevaba adelante en la plaza Lorea en Buenos Aires, provocando catorce muertos y ochenta heridos. La respuesta obrera no se hizo esperar y la “huelga general de la semana de mayo” paralizó la vida industrial y comercial de la ciudad.
En los años sucesivos los distintos gobiernos fueron alternando la represión con la cooptación.
En 1930 el presidente Hipólito Yrigoyen instituyó el 1 de mayo como “Fiesta del Trabajo”. En 1931, luego del golpe de Uriburu que abrió la “década infame” y el fraude patriótico, las condiciones para llevar adelante los actos del 1 de mayo se tornaron cada vez más difíciles.
Después del golpe militar de 1943, en los actos por el día internacional de los trabajadores de 1944, trabajadores comunistas chocaron con la policía en la plaza Once de Buenos Aires, lo que dejó un gran número de heridos.
Posteriormente, bajo el primer gobierno peronista los actos del 1 de mayo tomaron las características de un programa de festejos, con desfiles de carrozas, donde se elegía a la “Reina del Trabajo”. Se regularon fuertemente las relaciones entre el capital y el trabajo, mediando y controlando los asuntos gremiales. En este periodo se intentó diluir el verdadero significado de esta fecha, organizando eventos festivos para mostrar la “gratitud” de los trabajadores hacia el Estado e integrar a la clase obrera al régimen político y al propio Estado.
La independencia política de los trabajadores organizados iba quedando atrás, reemplazando la lucha de clases por la conciliación de clases y el internacionalismo obrero por el nacionalismo burgués. Consolidándose una burocracia sindical dependiente del Estado y separada de los trabajadores por sus privilegios.
Derrocado el gobierno en 1955, los golpistas asesinos que habían bombardeado la Plaza de Mayo, ilegalizaron a las organizaciones peronistas cuyas bases comenzaron un proceso de resistencia con huelgas y ocupaciones de fábrica. A su vez la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu permitió que el Partido Socialista realice una movilización para el 1 de mayo de 1956.
En 1958 la dictadura llamó a elecciones presidenciales, con el expresidente Perón proscripto, declarando ganador a Arturo Frondizi quien asumió un 1 de mayo.
La “revolución argentina” del general Juan Carlos Onganía que derrocó al presidente constitucional Arturo Illia, en 1966, prohibió los actos públicos del 1 de mayo.
El 12 de octubre de 1973, Juan Domingo Perón recibió la banda presidencial del yerno de López Rega, iniciando su tercer gobierno. El 1 de mayo de 1974 la Juventud Peronista, que había luchado por el regreso de Perón, pasó de ser calificada de “juventud maravillosa” a ser unos “imberbes y estúpidos”. Se comenzaba a organizar la AAA.
Durante los años del genocidio impulsado por la dictadura cívico-militar-clerical de 1976, que derroco a María Estela Martínez de Perón, se intentó clausurar definitivamente el primero de mayo como un día de lucha. Durante aquellos esos años, los comunicados y actividades del movimiento obrero fueron clandestinos, producto de la feroz represión que se vivía. La primera huelga general contra la dictadura tuvo lugar en los días previos al 1 de mayo de 1979.
A partir de 1983 de la mano de los partidos políticos y la democracia parlamentaria la clase dominante encontró el camino para sostener y profundizar las políticas económicas que venían impulsando desde la dictadura. Con el retorno de la democracia formal, la burocratización, la adaptación y la integración de las Centrales Obreras al Estado se profundizaron, todavía más. Así se fortaleció la tendencia hacia la conciliación con la patronal a través de su subordinación a los gobiernos del PJ y su alianza con un sector de la burguesía.
A pesar de su tamaño y de la fuerza de su aparato, la pérdida total de su independencia de clase, a través de los años, debilitó a la clase trabajadora. Permitiendo a la patronal avanzar en la quita de derechos durante los sucesivos gobiernos de Menem y De la Rúa. Lógica que va a ser quebrada parcialmente durante las jornadas del Argentinazo que obligaron a la burguesía a otorgar concesiones y gobernar de una manera diferente. Pero esto será retomada posteriormente con el inicio de la crisis capitalista mundial de 2008 que impactó sobre la economía del país fundamentalmente a partir de 2011, y que poco a poco fue dejando a la vista los límites del gobierno del Frente para la Victoria, y la conciliación de clases, lo que abrió el camino para el Gobierno de Macri, cuyos ataques frontales a los niveles de vida permitieron el retorno de un nuevo gobierno peronista de la mano de Alberto Fernández, Cristina Fernández y Sergio Massa. Cuyo estrepitoso fracaso abrió la puerta para la llegada del falso libertario, Javier Milei, quien viene llevando adelante una auténtica masacre social contra los trabajadores.
La necesidad de la independencia de clase para derrotar a Milei y los capitalistas
Una de las dificultades y obstáculos más grandes que tiene la clase obrera y los trabajadores ante los reclamos de mejores condiciones de trabajo, salario y ocupación son los jefes sindicales de las Centrales Obreras.
Los dirigentes sindicales, tanto los gordos de la CGT como los dirigentes de las CTAs (que aparecen con un discurso un tanto más radicalizado), por distintos motivos se encuentran en un lugar en común: la defensa de la gobernabilidad y el salvataje de las instituciones del sistema capitalista.
Habituados a sus cómodos sillones a los que están atornillados hace décadas, pierden el ambiente de las fábricas y nada saben de la explotación que sufren los obreros a través de los ritmos de trabajo en la producción, y la presión que sufren los trabajadores de las oficinas en las empresas.
Vemos entonces que los gordos de la CGT se venden al mejor postor, y que los jefes de las distintas variantes de la CTA han renunciado a uno de los principios fundamentales y consigna histórica de la Central “Independencia de los partidos políticos, del Estado y de los patrones”.
Es claro que para derrotar la ofensiva de los capitalistas que dirigen y financian a Milei se requiere de una sacudida radical de los sindicatos existentes. Ya que mientras la ofensiva patronal avanza, destruyendo todo a su paso, los dirigentes de la CGT hablan de “diálogo”, “unidad nacional”, “consenso” y que “la patria no se vende”. Y mientras por un lado anuncian un paro nacional de 24 horas para el próximo 9 de mayo, por otro llaman a conformar una “mesa de diálogo” para encausar la reforma laboral anti obrera que buscan imponer las patronales, para reducir el derecho a huelga, facilitar el trabajo en negro, el reemplazo de la indemnización por un “fondo de cese laboral”, junto a la ampliación del periodo de prueba.
La CGT no está impulsando “un plan de lucha”, sino que por el contrario impulsa una reforma laboral a medida de las grandes patronales.
La burocracia busca colaborar con el plan de ataque de Milei contra los trabajadores a cambio de sostener sus ganancias y privilegios. A esto se reduce el “programa de consenso multisectorial” que impulsa la dirigencia sindical.
Cuando hablan de “consenso multisectorial” están hablando de conciliar a dos clases sociales que son antagónicas e irreconciliables: Los trabajadores y los patrones dueños del país. Tal es el carácter de la dirigencia sindical en la época de decadencia del capitalismo.
Por lo tanto, no podemos confiar en las maniobras de la burocracia. Un movimiento de resistencia que derrote la política de Milei y los capitalistas solo puede darse poniendo en pie un movimiento hacia la huelga general política y este solo puede venir de la mano de las asambleas y auto convocatorias que surjan por abajo. No se trata de exigirle a los jefes sindicales que convoquen a una huelga, la tenemos que construir desde las organizaciones de primer y segundo grado, como las juntas internas y los cuerpos de delegados, en oposición a la complicidad de la burocracia, los partidos patronales y el gobierno.
Los trabajadores y trabajadoras solo podemos confiar en nuestras propias fuerzas y principalmente debemos tener claro que no sé trata solo de combatir a Milei, quien momentáneamente encabeza esta ofensiva anti obrera, sino de impugnar al régimen capitalista y sus instituciones, ya que mientras el poder económico y político de los capitalistas permanezca intacto este va a ser utilizado en la guerra que la clase dominante ha lanzado contra la clase obrera y la juventud, en la Argentina y el mundo, para demoler nuestros salarios.
Huelgas, marchas, ocupaciones de fábricas, junto a la creación de órganos de poder obrero como asambleas, comités y coordinadoras son nuestras armas de lucha en oposición a los métodos conciliadores de los burócratas sindicales.
Necesitamos forjar nuestra independencia de clase para poner en pie los órganos de la destrucción del capitalismo. Nosotros planteamos que la única alternativa para salvar a la clase obrera de la ruina, a la que nos arrastran los partidos del régimen, es la lucha por nuestras condiciones de vida hasta las últimas consecuencias: La revolución comunista.
¡Por la independencia de la clase trabajadora del Estado, los partidos del régimen y los patrones!
¡Fuera la burocracia de nuestros sindicatos!
¡Abajo el plan motosierra de los capitalistas!
¡Por un Gobierno de Trabajadores!