A pesar de que suficientes hechos han demostrado que para la oligarquía colombiana no hay otro medio de diálogo con las clases populares que la violencia, los oprimidos de este país suramericano no dejan de movilizarse para exigir sus derechos. Los indígenas no son la excepción. A pesar de sufrir cinco siglos de violencia y de estar oprimidos en este momento por el peor gobierno en la historia de Colombia desde su Independencia de España, estuvieron buscando todas las opciones de diálogo posible con Iván Duque Márquez, presidente de la República.
Duque no dio la cara
Las evasivas de Duque a esta posibilidad, llevaron a muchos grupos del sur y el occidente del país a movilizarse a pie hasta Bogotá (una distancia de unos 600 km.) en la exigencia de un diálogo que resolviera sus demandas que dejó como respuesta una silla vacía y toda clase de respuestas irresponsables, falsas e irrespetuosas por parte del Gobierno. La más lamentable de todas ha sido la de Carlos Baena López, viceministro para la Participación e Igualdad de Derechos de Colombia: no encuentra justificación para que los indígenas protesten ya que se había acordado que el Ministerio de Agricultura les daría $8.000 millones de pesos (algo más de dos millones de dólares). Baena, a propósito, es jefe del MIRA, un partido político conformado por la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional. Hace unos años la cabeza de esta iglesia y tía política de Baena, dijo a su congregación que los discapacitados no podían predicar.
El principal motor de la movilización indígena fue la desesperación ante un universo de violencia. Las masacres se han convertido en una práctica cotidiana. La organización Indepaz ha contabilizado 270 personas asesinadas en sesenta y ocho masacres en lo que va corrido del año. En el caso de los crímenes contra líderes sociales, una práctica que inició con la firma del acuerdo de paz con la antigua guerrilla FARC-EP y que ha cobrado al menos trescientas vidas indígenas, suma este año casi cincuenta víctimas. El incumplimiento de dicho acuerdo es el otro motivo de esta importante acción de los indígenas que despertó la solidaridad de trabajadores y estudiantes de todo el país. ¿Se puede resolver esto con dos millones de dólares?
Un ejemplo de lucha y resistencia
La invasión española fue un hecho traumático para los pueblos originarios de América. En términos cuantitativos, significó una ingente reducción de la población en menos de un siglo. En términos cualitativos hablamos de un auténtico genocidio en el que seguramente culturas enteras fueron exterminadas. La causa de todo esto fue la búsqueda de oro, necesario en el siglo XVI para sustentar el poder económico de la naciente burguesía y permitir con el desarrollo del comercio y las fuerzas productivas de la vieja Europa el surgimiento del capitalismo. Las supuestas leyes decretadas por el Reino de España para proteger a los pueblos indígenas, no sólo nunca se cumplieron a cabalidad sino que resultaron ser otro modo de opresión. Con ellas llegarían formas de explotación feudales como la encomienda y la mita, así como la obligación de adoptar la religión cristiana y la lengua española.
Image: CRIC Colombia Cauca
Para comienzos del siglo XX cualquier ilusión de reconstruir la América prehispánica o siquiera hacer parte del político existente, estaba perdida. Lo único que quedaba para entonces era luchar por un pedazo de tierra. En ese sentido, son precursores y parte activa de las luchas campesinas de la última centuria. Pero, por otra parte, la lucha no se circunscribe únicamente a poder acceder a un pedazo de tierra y poder vivir de ella. Hay una herencia cultural por defender y, con ella, una consciencia del imperialismo como enemigo de esa herencia; en esta medida, la relación con la tierra es mucho más que la de un medio de subsistencia. Esta herencia cultural es, además, muy diversa. Es absurdo, como lo intenta la prensa burguesa, poner a todos los indígenas colombianos en un sólo paquete. De hecho, a excepción de las pocas comunidades aisladas que aún vivan en estado de comunismo primitivo, han tenido que ver su unidad fragmentada por la lucha de clases. Así, si bien encontramos un movimiento indígena fuerte, capaz de contar con el apoyo de los trabajadores y poner a temblar al Gobierno, también hay indígenas que sirven a los intereses de la burguesía y las multinacionales. Tampoco son ajenos a los liderazgos oportunistas, a la corrupción y demás males propios de la política burguesa.
El apoyo de la clase obrera
En la medida en que la represión del Estado se ha hecho más agresiva, el movimiento indígena y el movimiento obrero, han encontrado espacios de diálogo. Mientras que la burguesía colombiana se ha esforzado por “blanquearse” y promover la endogamía, la clase obrera colombiana, en términos étnicos, no tiene pedigree.
La coincidencia de la llegada de la Minga a Bogotá con el paro nacional del 21 de octubre es muy significativa. Las demandas de los pueblos indígenas y afro-descendientes por la defensa de la vida, la tierra y la dignidad en realidad solo se pueden lograr como parte de una lucha unida de la clase trabajadora, los campesinos y la juventud. Una de las autoridades de la Minga lo expresaba de esta manera: “La Minga sale a Bogotá porque el Gobierno no quiere dialogar. Pero lo fundamental no es encontrarnos con el Gobierno sino con los sectores sociales, es una ruta política porque nos están matando.”
El nivel de organización, la determinación de luchar e incluso la creación de Guardias Indígenas, Campesinas y Cimarrones, son un ejemplo a seguir por parte de la clase obrera y la juventud que se levantó hace un año contra el gobierno de Duque.
La oligarquía capitalista colombiana, en la que se funden los capitalistas y banqueros con terratenientes y narcoterroristas, es incapaz siquiera de llevar adelante una auténtica reforma agraria, una tarea democrático-nacional pendiente. Su modo de dominación basado en la violencia más feroz ante de la lucha de los oprimidos es incapaz de garantizar la vida.
La única salida viable para satisfacer las demandas de los pueblos originarios es la unidad con la clase obrera en las ciudades, con el resto del campesinado pobre, en una lucha común contra el régimen de Duque-Uribe y contra el sistema capitalista oligárquico al que representan.
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