“¡Cañones, no manteca!”: el imperialismo europeo trata de reafirmar su papel en el mundo

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Hace apenas seis semanas, el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, habló en la Conferencia de Seguridad de Múnich y dijo a Europa que la relación de décadas que Estados Unidos tenía con el viejo continente había terminado. Desde entonces, los líderes europeos han estado corriendo frenéticamente de una cumbre a otra, de una reunión virtual a una reunión de la «coalición de los dispuestos», mirando en todas direcciones y en ninguna al mismo tiempo para tratar de hacer frente a este importante cambio en las relaciones mundiales.

Estados Unidos y Europa: ¿de aliados a rivales?

Durante casi 80 años, el imperialismo estadounidense apoyó a Europa, bajo su dominio, como baluarte contra la Unión Soviética. Este fue un acuerdo muy útil para el capitalismo europeo, ya que pudo externalizar una parte considerable de sus costes de defensa militar a su poderoso primo al otro lado del Atlántico.

Esa relación ha llegado a su fin. El imperialismo estadounidense bajo Trump ha decidido gestionar su declive relativo tratando de llegar a un acuerdo con Rusia para concentrarse mejor en su principal rival en la escena mundial: China. El centro de la política y la economía mundiales ya no es el Atlántico, sino el Pacífico. Ese cambio se ha estado gestando desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero ahora ha saltado a la palestra con fuerza.

Esto tiene un impacto significativo en las relaciones mundiales que nadie puede ignorar. Si Estados Unidos quiere llegar a un acuerdo con Rusia, ¿en qué posición deja eso al imperialismo europeo? Una posición muy débil, sin duda. Estados Unidos ya no es su amigo y aliado. Algunos incluso han llegado a decir que Washington ahora considera a Europa como rival o enemigo.

Como mínimo, Trump ha dejado claro que Estados Unidos ya no está dispuesto a subvencionar la defensa de Europa. La retirada del paraguas protector de EE. UU., como algunos lo han descrito, ha sacado a la luz crudamente todas las debilidades acumuladas del imperialismo europeo, que han ido aumentando durante décadas de declive.

La economía europea está esclerótica y ha sido superada por sus rivales en términos de crecimiento de la productividad del trabajo; Europa no es una sola economía capitalista unida con una sola clase dominante, sino más bien un conjunto de potencias de segunda y tercera categoría, cada una con sus propios intereses en contradicción con los demás.

Todas las conversaciones sobre el rearme europeo, todas las bravuconadas sobre «necesitamos un nuevo líder del mundo libre» (la comisaria europea de Asuntos Exteriores, Kaja Kallas), los fuertes gritos de «gastar, gastar, gastar» (la primera ministra danesa, Mette Frederiksen), y las grandilocuentes promesas de Ursula von der Leyen de 800.000 millones de euros para gastos de defensa se han estrellado contra los límites reales impuestos por el declive de Europa como potencia mundial.

La impotencia de Europa

Un ejemplo sorprendente de esto fue el intento de Kallas de improvisar un paquete de 50.000 millones de euros de ayuda militar urgente para Ucrania. Se trata de una cuestión crucial. Rusia ha ganado la guerra proxy en Ucrania contra la OTAN y el imperialismo occidental, pero los líderes capitalistas europeos no se atreven a reconocer la realidad, ya que significaría aceptar que tienen en su flanco oriental a una potencia imperialista muy fuerte que no pueden derrotar.

A muchos de ellos (en particular a Alemania) hubo que presionarles para que se involucraran en esta guerra contra Rusia, contra sus intereses. Biden los empujó a ello. Ahora que Washington se retira, están decididos a mantener la guerra, pero todos sus intentos no hacen más que revelar su impotencia ante el mundo entero.

El tan comentado paquete de 50.000 millones de euros de Kallas ya se había reducido a solo 5.000 millones de euros cuando se celebró la cumbre de líderes europeos. Se habló de utilizar activos rusos congelados para reemplazar la financiación estadounidense de la guerra en Ucrania. Hubo amenazas de sanciones aún mayores contra Rusia.

¿Qué se acordó en la cumbre? Precisamente nada. Ni siquiera la cantidad rebajada de 5.000 millones de euros en municiones. No se aprobó utilizar los activos rusos congelados. Ni siquiera se impusieron más sanciones, que, en realidad, habrían perjudicado a Europa más que a nadie. Ah, sí, hubo una declaración que amenazaba a Rusia con fuego y azufre… en un momento posterior no especificado. De hecho, la declaración ni siquiera fue una declaración oficial de la cumbre, ya que Hungría impuso su veto.

Ese altercado muestra realmente los límites de lo que Europa puede hacer.

Lo mismo puede decirse de los intentos de Macron y Starmer, que se consideran reencarnaciones de De Gaulle y Churchill, de improvisar una especie de «fuerza de mantenimiento de la paz» para enviarla a Ucrania. Comenzó con gran fanfarria, cumbres, la promesa de 30.000 soldados que cubrían tierra, aire y mar, una «coalición de voluntarios» (ya que no pudieron conseguir que ninguna institución real estuviera de acuerdo), una promesa de pasar a una «fase operativa»… pero terminó en nada. 

La última idea que se ha planteado es una pequeña fuerza de unos 10.000 soldados, tal vez bajo la bandera de la ONU, estacionada lejos del frente de batalla real, que proporcione «tranquilidad» en lugar de una verdadera interposición.

Los hechos son los hechos. Ni Londres ni París (Berlín ya ha dejado claro que no está interesada) pueden enviar tropas a Ucrania sin el respaldo de EE. UU. (de ahí los serviles viajes a Washington, con la gorra en la mano) y el permiso de Rusia (que ya ha dicho que esto está descartado). Esa es la verdadera posición impotente de las potencias europeas frente a Rusia y EE. UU.

Hay más.

El impulso de Europa para rearmarse y sus límites

Veamos el plan de Von der Leyen, que lleva el doble nombre de Plan de Rearme de Europa / Preparación 2030. Algunas capitales europeas son aprensivas con el uso de la palabra «rearme», por lo que añadieron «preparación» para hacerlo más aceptable.

La cifra principal utilizada en las declaraciones y conferencias de prensa es de 800.000 millones de euros. Después de todo, se trata de una emergencia importante. Pero, como de costumbre, no es oro todo lo que reluce. De esta cantidad, 150.000 millones de euros salen de un nuevo instrumento financiero de la UE: la Acción de Seguridad para Europa (SAFE). Parte del dinero que se utilizará no es nuevo en absoluto, sino que procede de un remanente del instrumento de ayuda de la UE para la Covid.

El dinero del SAFE se concede en forma de préstamos, no de subvenciones. Eso significa que los Estados de la UE que utilicen este dinero adquirirán nueva deuda. Este es el primer escollo. Las principales economías europeas, como Italia y España, ya han dicho que no están satisfechas con esta propuesta. Preferirían subvenciones. Es comprensible. Las economías de estos países ya están lastradas con deudas masivas (135 % y 105 % del PIB, respectivamente). Lo que Madrid y Roma están diciendo es: «dénnos una limosna», que, en efecto, sería pagada por los países capitalistas europeos más ricos. Alemania no está a favor de esto por motivos obvios.

Los países son libres de recurrir o no a las subvenciones SAFE, lo que significa que muchos decidirán no utilizarlas.

¿Qué pasa con el resto de los 800.000 millones de euros de Von der Leyen? Ah, bueno, eso tampoco es dinero real, sino más bien «una activación coordinada de la cláusula de salvaguardia nacional en el marco del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que permite a los Estados miembros flexibilidad para aumentar el gasto en defensa sin incumplir las normas fiscales de la UE». En pocas palabras, los países pueden incumplir los criterios fiscales de la UE sin ser penalizados. La UE, muy amablemente, está diciendo a los países que gasten más dinero aumentando su déficit presupuestario y, por lo tanto, endeudándose aún más.

Eso simplemente no es posible para muchos países de la UE. Tomemos Francia, por ejemplo, la segunda economía más grande de la UE. Su ratio de deuda sobre PIB es del 112 por ciento y su ratio de déficit sobre PIB es del 6,2 por ciento. De hecho, el país acaba de atravesar meses de crisis política tratando de encontrar una mayoría parlamentaria capaz y dispuesta a llevar a cabo los recortes masivos y los aumentos de impuestos necesarios para controlar el déficit.

Está claro que los 800.000 millones de euros nunca se materializarán en su totalidad. El problema de fondo es que la economía europea no es lo suficientemente fuerte como para poder permitirse el plan de rearme que requeriría el capitalismo europeo.

Por cierto, las medidas incluidas en Preparación 2030 se han tramitado de manera expedita a través del artículo 122 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, que permite al Consejo Europeo tomar medidas de emergencia en caso de «catástrofes naturales u otros acontecimientos de carácter excepcional», eludiendo así al Parlamento Europeo. Muy democrático. ¿Por qué arriesgarse a sembrar la división con siquiera una apariencia de debate democrático cuando los burócratas de la UE saben lo que es mejor para el continente?

Preparación 2030 identifica lo que considera «lagunas críticas de capacidad» que tiene Europa en materia de defensa. La lista es larga: «defensa aérea y antimisiles; sistemas de artillería; municiones y misiles; drones y sistemas anti drones; movilidad militar; inteligencia artificial, cuántica, ciberguerra y guerra electrónica; y facilitadores estratégicos y protección de infraestructuras críticas, incluyendo transporte aéreo estratégico, reabastecimiento en vuelo, conocimiento del dominio marítimo y protección de activos espaciales».

Uno se queda preguntándose: ¿hay algún campo en el que las capacidades de defensa de Europa estén a la altura?

Italia inició conversaciones con Elon Musk sobre el uso de sus sistemas de satélites Starlink por la sencilla razón de que la alternativa europea propia, el sistema Iris2, ¡no estará operativa hasta 2030! Una situación similar se da en toda una serie de otros ámbitos, lo que significa que a Europa le resultaría muy costoso lograr una autonomía estratégica con respecto a EE. UU. en el ámbito de la defensa en un futuro próximo.

El plan se enfrenta a obstáculos adicionales. Europa no posee un ejército unificado, ni tampoco una industria de defensa unificada. Lo que sí tiene es una estrecha integración con (léase: dependencia de) el aparato militar y el complejo militar-industrial de EE. UU. La OTAN depende en gran medida de Estados Unidos para capacidades cruciales como la inteligencia, el reabastecimiento en vuelo, la defensa antimisiles y, sobre todo, la disuasión nuclear. Ahora se dan cuenta de que ya no pueden depender únicamente de estos activos.

Por esta razón, Preparación 2030 también habla de garantizar que los sistemas de armas adquiridos «no estén restringidos por entidades externas en cuanto al mantenimiento, modificación o actualización de los sistemas de defensa clave». En Europa se ha debatido mucho sobre si los aviones de combate F35 fabricados en Estados Unidos tienen un botón de «interruptor de apagado» que el Pentágono podría utilizar para desactivar o limitar de forma remota sus funciones de combate.

Aunque parece que los F35 no tienen un interruptor de apagado como tal, lo cierto es que se trata de «sistemas de armas definidos por software de naturaleza altamente interconectada» que dependen en gran medida de sistemas logísticos y actualizaciones de software que están totalmente bajo control estadounidense. Además, los aliados de EE. UU., con la excepción de Israel, no pueden operarlos ni probarlos independientemente de Washington.

Para colmo de males, Trump ha anunciado que las capacidades de los cazas de nueva generación F-47 que se venderán a los aliados se reducirán deliberadamente en un 10 %. «Probablemente tenga sentido, porque algún día, tal vez no sean nuestros aliados», dijo. El mero hecho de que se debatan estas cuestiones es un indicio de la nueva relación entre el imperialismo estadounidense y el europeo.

De hecho, la guerra de Ucrania ha aumentado la dependencia europea de las importaciones de armas estadounidenses, que pasaron del 52 % de las compras totales en 2014-19 al 64 % en 2020-2024. El programa de preparación para 2030 incluye una cláusula que estipula que las adquisiciones deben realizarse a empresas «ubicadas en los territorios de los Estados miembros, el EEE, los Estados de la AELC o Ucrania», y que los componentes originarios de estos países «deben constituir al menos el 65 % del coste estimado del producto final».

La cláusula, que tiene como objetivo excluir o limitar el papel de las empresas estadounidenses, pero también de las británicas y turcas, se introdujo bajo la presión de Francia, que desea que su industria de defensa se beneficie de cualquier gasto militar de otros países. En lugar de una única industria de defensa, Europa cuenta con diferentes industrias de defensa nacionales, principalmente en Francia, Gran Bretaña, Suecia e Italia, cada una con sus propios intereses que están en contradicción con los demás.

La capacidad del capitalismo europeo para rearmarse y desempeñar un papel independiente en el mundo se enfrenta a dos obstáculos diferentes: su fragmentación y su dependencia de Estados Unidos. No existe un ejército europeo unificado, ni una industria de defensa europea unificada, ni un mando militar europeo unificado. No puede haberlo, ya que Europa no tiene un mercado económico unificado ni una clase dirigente unificada. Hay 27 clases dirigentes diferentes de diversos tamaños y potencia, que durante un tiempo lograron cierto grado de integración, pero que ahora, en un momento de crisis y tensión, se mueven en direcciones completamente opuestas.

Los franceses, por ejemplo, están muy interesados en que Europa se independice de su dependencia de las armas estadounidenses y británicas y la sustituya por una dependencia de Francia. Los alemanes, sin embargo, no ven el lado positivo de estar en deuda con los franceses, que, después de todo, son un competidor muy cercano y presente por la influencia en Europa, mientras que Estados Unidos está agradablemente lejos.

El plan de Alemania de rearmar

Hay un país que parece decidido a llevar a cabo un importante programa de gasto en defensa: Alemania. El nuevo canciller Merz, incluso antes de la formación de un nuevo gobierno, ha aprobado rápidamente una legislación que permite un gasto ilimitado en rearme («preparación») así como 500.000 millones de euros en infraestructuras a lo largo de 10 años, para un total que posiblemente rondará el billón de euros.

La diferencia aquí es que Alemania, como resultado de más de una década de brutales políticas de austeridad fiscal, tiene un nivel relativamente bajo de deuda pública (63 por ciento del PIB) y, por lo tanto, cierto margen de maniobra, ciertamente mucho mayor que sus socios del sur.

La clase dirigente alemana también calcula que este aumento masivo de la deuda ayudará a reactivar la economía, que ahora ha entrado en su tercer año de recesión. Queda por ver si será así y en qué medida. El anuncio de los aranceles de Trump no ha hecho más que empeorar las cosas. Los problemas de la economía alemana tienen causas profundas que resultarán difíciles de resolver, por mucho dinero que el Estado les dedique.

La economía alemana adolece de un crecimiento de la productividad inferior al de sus rivales, que la han superado en sectores clave de nuevas tecnologías (baterías eléctricas, vehículos eléctricos, células fotovoltaicas, etc.). También se ha visto muy afectada por la pérdida de su suministro energético ruso barato como resultado de seguir al imperialismo estadounidense en la guerra de poder contra Rusia.

El anuncio de estas medidas de deuda masiva ya ha hecho subir los costes de los préstamos en Alemania, y el resto de Europa ha seguido su ejemplo. A medio plazo, el intento de resolver los problemas del capitalismo alemán a través de la deuda estatal empujará al país a una situación más similar a la de otros países de la UE, lastrados por niveles masivos de deuda, lo que avivará las presiones inflacionistas.

En cualquier caso, Alemania está siguiendo una política de ‘Alemania primero’ en lugar de ayudar a otras clases dirigentes europeas.

Aun así, en toda Europa, vemos un impulso hacia el militarismo y la exageración de la amenaza de Rusia. El grandilocuente Comisario de la UE para la Igualdad, la Preparación y la Gestión de Crisis presentó recientemente un «kit de supervivencia» para que los ciudadanos de la UE sean autosuficientes durante 72 horas en caso de crisis. La idea de reintroducir o ampliar el servicio militar obligatorio se está debatiendo en todo el continente, y algunos países ya han tomado medidas concretas en este sentido.

¿Es Rusia una amenaza para Europa?

¿Es todo propaganda? ¿Es Rusia realmente una amenaza para Europa? ¿Están los tanques rusos a punto de entrar en los países bálticos y Polonia?

Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), el gasto militar de Rusia para 2024 fue de alrededor de 13,1 billones de rublos (145.900 millones de dólares), lo que representa el 6,7 % del PIB del país. Esto supone un aumento de más del 40 % en comparación con el año anterior. Cuando se ajusta por paridad de poder adquisitivo, esta cifra se aproxima a los 462.000 millones de dólares. 

Mientras tanto, Europa ha aumentado sustancialmente su gasto militar en un 50 % en términos nominales desde 2014, alcanzando un total colectivo de 457.000 millones de dólares en 2024. En este caso, ajustar la cifra rusa por poder adquisitivo tiene sentido, ya que lo que estamos comparando es la cantidad de tanques, piezas de artillería o municiones que se pueden comprar con cada dólar, en Rusia y en Europa.

Rusia no solo gasta más que Europa, sino que también produce más que toda la OTAN, incluidos los EE. UU., en términos de municiones, cohetes y tanques. Según estimaciones de inteligencia de la OTAN, Rusia produce 3 millones de municiones de artillería al año. La OTAN en su conjunto, incluidos los EE. UU., solo tiene capacidad para producir 1,2 millones, menos de la mitad que Rusia. La guerra en Ucrania ha permitido a Rusia desarrollar una industria militar eficiente bajo control estatal, mientras que Occidente depende de un engorroso sistema de adquisiciones militares a empresas privadas, cuya capacidad se ha ido reduciendo progresivamente a lo largo de muchos años.

Según algunas estimaciones, en 2024 Rusia produjo y reacondicionó 1550 tanques, 5700 vehículos blindados y 450 piezas de artillería de todo tipo. Su producción de tanques ha aumentado un 220 %, la de vehículos blindados y artillería un 150 %, y la de municiones de largo alcance un 435 %.

Además, la guerra en Ucrania ha transformado por completo la forma en que se lleva a cabo la guerra. Como siempre ocurre, la guerra permite probar nuevas tecnologías y técnicas en condiciones reales, lo que las impulsa rápidamente, les permite adaptarse al campo de batalla y obliga a los ejércitos combatientes a desarrollar rápidamente medios para contrarrestarlas. Hemos visto la introducción de un gran número de drones (aéreos, terrestres y marítimos), técnicas de vigilancia y bloqueo electrónico, etc.

Los drones han transformado por completo el teatro de guerra, permitiendo a los combatientes un control visual casi permanente sobre el enemigo, lo que obliga a adaptar la guerra. En lugar de batallas de tanques, hemos visto batallas entre drones kamikaze rivales. La velocidad es esencial para que la infantería evite ser detectada por los drones FPV y, por ello, en lugar de tanques y vehículos acorazados, pequeños grupos de hombres utilizan motos e incluso patinetes eléctricos para cubrir distancias cortas. Para contrarrestar el bloqueo electrónico de los drones, los rusos han introducido drones controlados por cables de fibra óptica muy finos de 10 km o incluso 20 km de longitud. El ejército ucraniano se está poniendo al día.

Los únicos ejércitos que tienen experiencia real con estos nuevos métodos son los de Ucrania y Rusia. Aunque los ejércitos de la OTAN pueden obtener cierta cantidad de conocimiento y experiencia de la guerra en Ucrania, y aunque algunos de los sistemas de armas probados son de fabricación occidental (por ejemplo, los drones submarinos), Occidente está muy rezagado en todos estos campos. Los tanques, las piezas de artillería de medio y largo alcance y los sistemas de defensa aérea occidentales más modernos se han puesto a prueba en Ucrania y no han podido marcar una diferencia sustancial. La guerra de Ucrania ha cambiado drásticamente el equilibrio militar de fuerzas a favor de Rusia.

Eso no significa que Rusia tenga interés en invadir Europa, ni partes de ella. Esa supuesta amenaza ha sido exagerada masivamente por la clase dirigente europea para justificar un aumento masivo del gasto militar y en un intento de reducir la oposición pública a la misma. Rusia no tiene ningún interés en invadir Ucrania occidental, lo que sería una empresa mucho más costosa y agotadora que la actual campaña militar rusa, y mucho menos invadir países de la OTAN.

Con la perspectiva de que EE. UU. se retire de Ucrania y reduzca su presencia en Europa del Este, la influencia diplomática y económica del imperialismo europeo está amenazada en la región. Son esos intereses los que los capitalistas europeos se están armando para «defender». En realidad, al hacerlo, y al continuar apoyando y financiando la guerra en Ucrania, son ellos los que están empujando hacia una confrontación con Rusia. Ese es el significado de las palabras de la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, cuando dijo que Ucrania debería ignorar todas las «líneas rojas» de Rusia.

La guerra de Ucrania fue, desde su inicio, una guerra de la OTAN contra Rusia. Desde el punto de vista de los intereses de la clase capitalista gobernante rusa, se trata de una guerra existencial por la supervivencia.

Lo que está en juego para ellos es la defensa de la existencia continuada de Rusia como país soberano con sus propios intereses, en contraposición a uno subyugado a potencias extranjeras. Tomará medidas si cree que eso está en peligro, como fue el caso en relación con la entrada de Georgia en la OTAN en 2008 y luego en relación a la posibilidad de que Ucrania se convirtiera en un país dominado por el imperialismo estadounidense, que albergara armas y tropas occidentales, y que tal vez incluso se uniera a la OTAN.

En sus negociaciones con Trump, Putin exige una retirada de las tropas, bases y misiles de la OTAN de Europa del Este. Las exigencias rusas previas a la guerra en Ucrania eran acerca de la creación de una nueva «arquitectura de seguridad europea» que acomodara los «intereses de seguridad nacional» de Rusia. El imperialismo ruso está diciendo: «somos una potencia en esta región y nuestros intereses deben tenerse en cuenta». Tras derrotar a Occidente en Ucrania, su posición es ahora mucho más fuerte.

Los intereses imperialistas de Europa

Desde el colapso del estalinismo en la Unión Soviética y Europa del Este, el imperialismo alemán ha proyectado su poder en Europa Central y del Este, principalmente a través de medios económicos. Contó con la ayuda del imperialismo estadounidense, que impulsó la expansión de la OTAN hacia el este en un movimiento que en última instancia tenía como objetivo reducir a Rusia a la sumisión. Ahora que Estados Unidos está dando señales de retirada, el imperialismo alemán se ve obligado a rearmarse para defender sus intereses en la región.

Desde el punto de vista de Francia, Rusia es un rival en África, donde varios países que estaban dentro de su zona de influencia imperialista en la llamada francofonía se han alejado ahora, con ayuda militar rusa. Permitir que Rusia salga fortalecida de la guerra en Ucrania aumentaría el poder de atracción del imperialismo ruso en el patio trasero africano de Francia. Ese es un factor importante que impulsa el empuje de Francia hacia el rearme.

Ciertamente, hay una serie de posibles puntos conflictivos, como Transnistria —la estrecha franja de tierra a lo largo de la frontera entre Ucrania y Moldavia— y el corredor de Suwałki, que es la ruta de conexión más corta entre Bielorrusia y el enclave ruso de Kaliningrado, pero que se encuentra en la frontera entre Lituania y Polonia. También están las minorías rusas en los Estados bálticos, que se enfrentan a una creciente represión de su lengua y sus derechos democráticos.

La amenaza desde el punto de vista del capitalismo europeo no es realmente la de una invasión rusa o un conflicto abierto entre los ejércitos ruso y europeo. Eso sería muy costoso para ambas partes. Además, implicaría un enfrentamiento entre dos bandos que poseen armas nucleares, una proposición muy peligrosa.

La verdadera amenaza para el imperialismo europeo en crisis es haber sido abandonado o degradado por la mayor potencia imperialista del mundo, al tiempo que es vecino de otra poderosa potencia imperialista, que está saliendo enormemente fortalecida de una guerra. Rusia tiene una enorme influencia (militar y en términos de recursos energéticos) y ya está ejerciendo un poderoso tirón en la escena política europea. Una serie de países (Hungría, Eslovaquia) ya han roto filas con la orientación atlantista de las potencias europeas dominantes. En otros, hay fuerzas políticas en ascenso que se mueven en una dirección similar, en un grado u otro (Alemania, Austria, Rumanía, República Checa, Italia).

Lo que el imperialismo europeo defiende no son las vidas y los hogares de los pueblos de Europa, sino los beneficios de sus empresas multinacionales y las ambiciones imperialistas depredadoras de sus clases dominantes capitalistas.

La prolongada crisis del capitalismo europeo significa que, una vez que se retire la protección de EE. UU., será incapaz de mantenerse por sí solo. Se ve amenazado con ser dividido entre los intereses rivales del imperialismo estadounidense y ruso. Las tendencias centrífugas se están volviendo dominantes.

Estado guerrista, no estado del bienestar: el impulso militarista de Europa

El impulso hacia el rearme y el militarismo en Europa se llevará a cabo a expensas del gasto social. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ha insistido en este punto en repetidas ocasiones al exigir que Europa aumente el gasto en defensa al 5 % del PIB, un salto enorme con respecto al objetivo anterior del 2 % acordado hace diez años.

El gasto en defensa ya ha aumentado considerablemente en los dos últimos años, un 9,3 % en los países europeos de la OTAN y Canadá en 2023 y un enorme 17 % en 2024. Aun así, nueve de sus Estados miembros no cumplen el objetivo del 2 %, incluidos algunos de tamaño considerable como Italia, Bélgica, España y Canadá.

Rutte se lo dijo sin rodeos al Parlamento Europeo: «para aumentar el gasto militar hay que hacer recortes en otras áreas de gasto». Y especificó: «de media, los países europeos gastan fácilmente hasta una cuarta parte de su renta nacional en pensiones, salud y sistemas de seguridad social, y solo necesitamos una pequeña fracción de ese dinero para fortalecer mucho más la defensa».

Un extenso artículo en el Financial Times de su editor asociado Janan Ganesh tenía un titular claro, exigiendo que «Europa debe recortar su estado de bienestar para construir un estado de guerra». Por si había alguna duda, el subtítulo lo subrayaba: «No hay forma de defender el continente sin recortar el gasto social». Continuó explicando que el estado de bienestar que Europa construyó durante el boom de la posguerra no era «un estado natural de las cosas», sino más bien una anomalía histórica. Uno de los factores que lo hicieron posible «fue la subvención estadounidense implícita a través de la OTAN, que permitió a los gobiernos europeos gastar una cierta cantidad en manteca que de otro modo podría haber ido a parar a los cañones».

Al escribir en los periódicos financieros, cuya audiencia son principalmente los propios burgueses, los estrategas del capital pueden permitirse ser claros y hablar sin subterfugios. «El estado del bienestar tal y como lo hemos conocido debe retroceder», instruyó Ganesh, «lo suficiente como para que duela». ¿La razón de esto? La supervivencia de Europa (léase, del imperialismo europeo) está en juego: «El propósito es la supervivencia. Europa no debe volver a encontrarse en una posición en la que personas como el vicepresidente estadounidense, J. D. Vance, tengan poder de vida o muerte sobre ella. Todas las demás prioridades son secundarias».

No estamos hablando solo de la Unión Europea. Esto también se aplica a Gran Bretaña, donde Starmer ya ha comenzado la tarea blandiendo el hacha contra las prestaciones por discapacidad y la subvención por combustible en invierno para los jubilados, con el fin de pagar sus compromisos con la guerra en Ucrania y el aumento del gasto militar para complacer a Washington.

A lo que se enfrenta la clase trabajadora en Europa es a un asalto total a las condiciones de vida y a las conquistas del pasado para financiar las necesidades belicosas del imperialismo europeo. La elección es clara: sanidad o misiles, educación o drones, pensiones o artillería. Todo en nombre de un intento condenado al fracaso de mantener la posición del imperialismo europeo en el mundo, es decir, la capacidad de las multinacionales europeas para dominar los mercados y el sometimiento de los países al yugo del capital europeo por parte de los imperialistas.

Este será un campo de batalla central de la lucha de clases en el próximo período y obligará a todas las fuerzas y tendencias políticas a adoptar una posición clara. Los intereses de la clase dominante están en conflicto directo y en contradicción con los intereses de los trabajadores de Europa.

La respuesta debería ser obvia. Las organizaciones obreras, políticas y sindicales, de todo el continente deberían embarcarse en una campaña sostenida contra la guerra y el militarismo y en defensa de todas las conquistas sociales. En cambio, asistimos al lamentable espectáculo de partidos socialdemócratas y de «izquierda» en el gobierno (España, Alemania, Gran Bretaña, Suecia, Dinamarca, Noruega) que llevan a cabo con entusiasmo las políticas del imperialismo europeo. El secretario general del segundo mayor sindicato británico, Unite, ha aplaudido el anuncio de Starmer de aumentar el gasto militar con el argumento de que esto creará puestos de trabajo.

Aún más despreciable es la complicidad de partidos que se sitúan nominalmente a la izquierda de la socialdemocracia. Así, el Partido de la Izquierda Alemán (Die Linke) votó a favor de un gasto ilimitado en defensa en el Bundesrat (consejo de representación regional) a través de sus representantes en dos estados. En España, el Partido Comunista tiene ministros en el gobierno de Pedro Sánchez, que está presionando para que se aumente el gasto en defensa, aunque él se niega a llamarlo «rearme» y preferiría que se llamara «mejora de la seguridad».

Como comunistas, tenemos que ser claros. El principal enemigo de la clase trabajadora de los países europeos está en casa. Es nuestra propia clase dominante. La defensa de las pensiones, la educación y la sanidad, y todas las conquistas del pasado deberían ser nuestro punto de partida.

Pero tenemos que ir más allá. Es la crisis del capitalismo europeo la que está llevando a la clase dominante hacia el rearme y el militarismo, en un intento de mantener su posición en el mundo. La clase trabajadora debe mantener su independencia de los intereses de la clase dominante, tanto en casa como en el extranjero. En última instancia, si queremos luchar contra la guerra y la austeridad, tenemos que luchar contra el imperialismo y por la abolición del sistema capitalista.

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