La situación mundial está dominada por una enorme inestabilidad en las relaciones internacionales. Es el resultado de la lucha por la hegemonía entre Estados Unidos, la nación imperialista más poderosa del mundo, que está en relativo declive, y otras potencias más débiles pero en ascenso, sobre todo la más joven y dinámica China.
El declive relativo del imperialismo estadounidense y el ascenso de China en particular han creado una situación en la que otros países pueden equilibrar el uno contra el otro. Al hacerlo, han podido ganar un cierto grado de autonomía para perseguir sus propios intereses, al menos a escala regional.
Lo que estamos presenciando es un cambio de proporciones tectónicas en la fuerza relativa de las potencias imperialistas competidoras. Y como ocurre con el movimiento de las placas tectónicas en la corteza terrestre, tales movimientos van acompañados de explosiones de todo tipo, volcanes y terremotos incluídos.
Las potencias imperialistas luchan por la redivisión del mundo
Cuando Lenin describió el imperialismo en su famosa obra El imperialismo, fase superior del capitalismo en 1916, no lo concebía como algo estático y fijo para siempre, sino como el resultado de la lucha dinámica entre diferentes potencias imperialistas (véase aquí un análisis de las principales ideas expuestas por Lenin y su relevancia hoy en día):
“… bajo el capitalismo es inconcebible un reparto de las esferas de influencia, delos intereses, de las colonias, etc., que no sea por la fuerza de quienes participan en él, la fuerza económica, financiera, militar, etc. Y la fuerza de los que participan en el reparto cambia de forma desigual, ya que el desarrollo armónico de las distintas empresas, trusts, ramas industriales y países es imposible bajo el capitalismo. […] Las alianzas pacíficas nacen de las guerras y a la vez preparan nuevas guerras, condicionándose mutuamente, engendrando una sucesión de formas de lucha pacífica y no pacífica sobre una sola y misma base de lazos imperialistas y relaciones recíprocas entre la economía y la política mundiales..”
Esto es precisamente lo que estamos presenciando ahora: la lucha por la división y redivisión del mundo entre diferentes potencias imperialistas. La guerra en Ucrania -donde se prepara una humillante derrota para los EEUU-OTAN- y el creciente conflicto en Oriente Medio, que amenaza con extenderse a una guerra regional, son expresiones de este conflicto. Y estos no son los únicos puntos de fricción en las relaciones mundiales.
Declive relativo del imperialismo estadounidense
Sin embargo, al tratar del imperialismo estadounidense, debemos subrayar que su declive es relativo, es decir, es sólo un declive en comparación con su posición anterior y en comparación con la posición de sus rivales. Estados Unidos sigue siendo, se mire por donde se mire, la potencia más poderosa y reaccionaria del mundo.
En 1985, Estados Unidos representaba el 34,6% del PIB mundial. Ahora ha bajado al 26,3 por ciento, pero sigue siendo la mayor economía del mundo, una de las más productivas y aquella en la que el dominio del capital financiero se expresa de forma más aguda.
En el mismo periodo, China ha pasado de representar el 2,5% del PIB mundial al 16,9%. Japón, que alcanzó un máximo del 17,8% en 1995, se ha desplomado hasta el 3,8%. Mientras tanto, la Unión Europea, que alcanzó su máximo en 1992 (28,8%), ha retrocedido hasta el 17,3%, lo que refleja el declive constante de las potencias imperialistas europeas (//www.imf.org/external/datamapper/NGDPD@WEO/OEMDC/ADVEC/WEOWORLD” style=”text-decoration: none;”>datos del FMI, PIB a precios corrientes).
Estados Unidos sigue dominando la economía mundial gracias a su control de los mercados financieros. El 58% de las reservas mundiales de divisas se mantiene en dólares estadounidenses (mientras que sólo el 2% en renminbis chinos), aunque la cifra es inferior al 73% que era en 2001.
El dólar también es la moneda en la que se realiza ell 58% de la facturación de las exportaciones mundiales. En términos de flujo saliente de Inversión Extranjera Directa (un indicador de la exportación de capital), EE.UU. ocupa el primer lugar del mundo con 454 billones de dólares, mientras que China (incluido Hong Kong) ocupa el segundo lugar con 287 billones de dólares.
El peso económico de un país es lo que le confiere poder internacional, pero éste debe estar respaldado por su poderío militar. El gasto militar estadounidense representa el 40% del total mundial, seguido de China, con el 12%, y Rusia, con el 4,5%. Estados Unidos gasta más en defensa que los 10 países siguientes juntos.
Además de examinar la situación actual, es aún más importante analizar su trayectoria. Tras el colapso de la URSS en 1991, Estados Unidos se convirtió en la única superpotencia del mundo. La invasión de Irak en 1991 se llevó a cabo bajo los auspicios de la ONU, con el voto a favor de Rusia y la mera abstención de China. Casi no hubo oposición a la dominación del imperialismo estadounidense. Esto sería impensable hoy en día.
El dominio estadounidense alcanzó sus límites. El imperialismo estadounidense se empantanó durante 15 años en dos guerras imposibles de ganar en Irak y Afganistán, con un gran coste para sí mismo en términos de gastos y pérdida de personal. En agosto de 2021 se vio obligado a una humillante retirada de Afganistán.
Esas guerras costosas y prolongadas dejaron a la opinión pública estadounidense sin apetito para aventuras militares en el extranjero, y a la clase dominante estadounidense muy recelosa de comprometer tropas terrestres en el extranjero. Sin embargo, el imperialismo estadounidense no aprendió nada de la experiencia. Al negarse a admitir el nuevo equilibrio de fuerzas y tratar de mantener su dominio, se ha visto implicado en toda una serie de conflictos que no puede ganar.
La negativa de EE.UU. a utilizar tropas terrestres tras las experiencias de Irak y Afganistán supuso un importante hándicap en cuanto a su capacidad para intervenir en la guerra civil siria, por ejemplo. En 2012, Obama había anunciado que el uso de armas químicas por parte de Assad sería una “línea roja”, y amenazó con intervenir directamente. Pero como no estaba dispuesto a pasar de las amenazas a los hechos con una intervención militar decisiva sobre el terreno, fue Rusia quien se convirtió en el principal dirimidor en ese conflicto.
EE.UU. intervino en la guerra civil siria, pero lo hizo principalmente a través de apoderados en lugar de comprometer tropas directamente, como había hecho en Irak y Afganistán. También intervinieron otras potencias regionales, cada una defendiendo sus propios intereses y queriendo repartirse Siria (Arabia Saudí, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Turquía) armando y financiando a diferentes bandas fundamentalistas islámicas reaccionarias.
El imperialismo ruso se comprometió a defender a su aliado, Assad, y su única base naval en el Mediterráneo. Envió tropas terrestres, defensa aérea y aviones de combate. De este modo forzó a Turquía (miembro de la OTAN) a un acuerdo y derrotó a las fuerzas yihadistas financiadas por Estados Unidos y otras potencias regionales. Un resultado así, en una región geoestratégica tan importante como Oriente Próximo, habría sido impensable 10 años antes.
El resultado fue un nuevo equilibrio de fuerzas en Oriente Medio. Irán salió fortalecido, con una serie de aliados regionales: Hamás, Hezbolá, las milicias chiíes de Irak y los houthis de Yemen. Turquía, Arabia Saudí y los Estados del Golfo reconocieron la nueva situación y actuaron en consecuencia. Siria fue readmitida en la Liga Árabe. Un acuerdo entre Irán y Arabia Saudí mediado por China puso fin a la guerra en Yemen. China, que es el mayor importador de petróleo del mundo, se ha convertido en el principal cliente de las exportaciones energéticas de los Estados del Golfo.
La ventaja obtenida por Rusia en Siria se produjo al mismo tiempo que las relaciones de Estados Unidos con Arabia Saudí, un aliado clave en la región, se habían deteriorado. La incapacidad de Washington para mantener a Mubarak en el poder en Egipto durante la revolución árabe; el desarrollo de la producción de petróleo de esquisto en Estados Unidos, que le convirtió en competidor de las exportaciones de petróleo saudí; el conflicto por el asesinato de Khashoggi; China, hambrienta de energía, convertida en el principal mercado de exportación de su petróleo, etc., fueron varios de los factores que influyeron en ello.
Arabia Saudí se vio así empujada a desarrollar una política más independiente, que incluye: ayudar a Rusia a mantener altos los precios del petróleo para superar las sanciones estadounidenses por la guerra de Ucrania; alcanzar un “acuerdo de asociación estratégica integral” con China; y aceptar un acuerdo de paz con Irán mediado por China.
Así estaban las cosas antes del ataque del 7 de octubre perpetrado por Hamás en 2023. Más adelante trataremos el conflicto actual en Oriente Próximo.
El ascenso de China como potencia imperialista
China no es sólo un país capitalista, sino que se ha convertido en una potencia imperialista. Como recién llegado a la escena internacional, ha proyectado su poder principalmente a través de medios económicos, pero también está desarrollando su poderío militar. Su objetivo es el control de fuentes de materias primas y energía para su industria, terrenos de inversión para su capital, rutas comerciales para sus importaciones y exportaciones y mercados para sus productos.
El ascenso de China durante treinta años a la categoría de gran potencia imperialista, del que ya hemos hablado en otro lugar, ha sido el resultado de una inversión masiva en medios de producción y de su dependencia de los mercados mundiales. Al principio aprovechó sus grandes reservas de mano de obra barata para exportar productos como textiles y juguetes al mercado mundial. Ahora es una economía capitalista tecnológicamente avanzada que ocupa una posición dominante en una serie de sectores modernos de alta tecnología (vehículos y baterías eléctricas, células fotovoltaicas, etc.), pero que también exporta capital.
Ahora se enfrenta a sus propios límites. China se enfrenta a una crisis clásica de sobreproducción capitalista y al impacto de la creciente composición orgánica del capital. Al mismo tiempo, las exportaciones chinas chocan con las barreras arancelarias y el proteccionismo en un momento en que la expansión del comercio mundial se ha detenido. La misma cantidad de inversión ya no produce la misma cantidad de crecimiento económico, y lo que produce es más difícil de vender en el mercado mundial.
La economía china sigue creciendo, pero a un ritmo mucho más lento. Desde 1990, China ha crecido a un ritmo vertiginoso del nueve por ciento anual de media, con picos del 14 por ciento. Entre 2012 y 2019 creció entre un seis y un siete por ciento. Ahora apenas alcanza el cinco por ciento.
Los paquetes de estímulo económico masivo – medidas keynesianas – han evitado una caída más pronunciada. Pero se trata de un caso de rendimientos decrecientes, y además tienen el efecto secundario de un aumento masivo de la deuda.
El ratio deuda/PIB de China era sólo del 23% en 2000 y ha aumentado hasta el 83% en 2023. Esta cifra sigue siendo inferior a la de la mayoría de las economías capitalistas avanzadas, pero no deja de ser un aumento significativo. Según algunos cálculos, la deuda total (incluida la deuda del Estado, los hogares, las empresas y los vehículos de financiación de los gobiernos locales) alcanzaría el 297% del PIB, una cifra claramente insostenible.
En algunos aspectos, la evolución económica de China en las tres últimas décadas se parece a la de Japón. Japón creció muy rápidamente en los años sesenta, con una media del 10% de crecimiento anual del PIB, y luego se ralentizó en los setenta y ochenta. Luego entró en un prolongado periodo de crisis y estancamiento en 1992, del que nunca se ha recuperado a pesar de los sucesivos planes de estímulo masivo
Esto no quiere decir que China vaya a seguir exactamente el mismo camino en lo sucesivo y, por supuesto, existen importantes diferencias entre ambos países. Pero lo que sí sugiere es que, habiendo alcanzado una meseta, será muy difícil que el capitalismo chino recupere las tasas de crecimiento que ha experimentado en el pasado.
Mientras tanto, en China se ha creado una clase obrera masiva, que se ha acostumbrado a un aumento constante de su nivel de vida durante un período prolongado. Se trata de una clase obrera joven, fresca, no atada por las derrotas ni por las organizaciones reformistas. Cuando empiece a moverse provocará una explosión de proporciones sísmicas.
Rusia
Rusia es una potencia imperialista mucho más débil. Económicamente es mucho más pequeña que China, pero ha construido un poderoso ejército y una industria de defensa, y posee un arsenal nuclear que heredó de la URSS.
Tras el colapso de la Unión Soviética y el saqueo masivo de la economía planificada, la clase dirigente rusa jugó con la idea de ser aceptada en la mesa mundial en igualdad de condiciones. Incluso plantearon la idea de entrar en la OTAN. Esa idea fue rechazada. Estados Unidos quería ejercer una dominación total y sin restricciones sobre el mundo y no veía la necesidad de incluir a una Rusia débil y en crisis. Yeltsin, un borracho bufonesco y marioneta del imperialismo estadounidense, fue el representante de ese periodo.
La humillación de Rusia se puso claramente de manifiesto, primero cuando Alemania y Estados Unidos organizaron la desintegración reaccionaria de Yugoslavia, en la tradicional esfera de influencia de Rusia, y después con el bombardeo de Serbia en 1995. Ese episodio concluyó con el enfrentamiento entre tanques rusos y fuerzas de la OTAN en el aeropuerto de Pristina en 1999.
Sin embargo, el capitalismo ruso se recuperó de la crisis económica y empezó a oponerse al avance de la OTAN hacia el Este, una provocación que rompía todas las promesas hechas a los rusos en 1989. La clase dominante rusa y el aparato del Estado ya no estaban dispuestos a aceptar su humillación en la escena internacional y empezaron a mover ficha. Este nuevo periodo dio lugar a Putin, un bonapartista astuto y maniobrero, que utiliza métodos de gángster para imponer su voluntad.
En 2008 libró una guerra corta y eficaz en Georgia, destruyendo el ejército del país, que había sido entrenado y equipado por la OTAN. Ese fue el primer disparo de advertencia. Siria fue el siguiente.
La relativa debilidad del imperialismo estadounidense se puso aún más de manifiesto con su humillante retirada de Afganistán (agosto de 2021). Fue en este contexto en el que la clase dominante rusa dijo “basta ya” y trató de reafirmar sus intereses estratégicos nacionales, frente a 25 años de injerencia imperialista estadounidense en su esfera de interés. La guerra civil en Ucrania sirvió para poner a prueba en la práctica la fuerza relativa del imperialismo ruso en la escena internacional.
La invasión rusa de Ucrania fue la conclusión lógica de la negativa de Occidente a aceptar las preocupaciones de Rusia en materia de seguridad nacional, expresadas en la exigencia de neutralidad para Ucrania y el freno a la expansión de la OTAN hacia el Este.
Desde el punto de vista del imperialismo estadounidense, la guerra de Ucrania era innecesaria. Occidente nunca había considerado seriamente la idea de que Ucrania entrara en la OTAN, pues sabía que eso significaría un conflicto frontal con Rusia. Pero se negaron obstinadamente a aceptarlo formalmente, ya que esto habría sido visto como un signo de debilidad frente a Rusia. El imperialismo estadounidense y la OTAN eran plenamente conscientes de este asunto era una línea roja desde el punto de vista de los intereses de seguridad nacional del capitalismo ruso.
Más tarde, en abril de 2022, las negociaciones en Turquía entre Ucrania y Rusia estaban bastante avanzadas y podrían haber conducido al final de la guerra, sobre la base de la aceptación de una serie de exigencias rusas. El imperialismo occidental, en la persona de Boris Johnson, echó por tierra las conversaciones, presionando a Zelensky para que no firmara, bajo la promesa de un apoyo ilimitado que conduciría a la victoria total de Ucrania.
El imperialismo estadounidense pensó que podía utilizar a Ucrania como carne de cañón en una campaña para debilitar a Rusia y paralizar su papel en el mundo. No se podía permitir que un país como Rusia, rival del imperialismo estadounidense, invadiera un país aliado de Estados Unidos. Washington también quería enviar un mensaje claro a China en relación con Taiwán. En un momento dado, Biden, inflado por su propia arrogancia, ¡llegó a plantear la idea de un cambio de régimen en Moscú! Pensaban que las sanciones económicas y el agotamiento militar llevarían a Rusia al punto del colapso.
Estados Unidos se enfrenta hoy a una humillante derrota en Ucrania. Las sanciones no han tenido el efecto deseado. En lugar de aislar a Rusia, esta ha estrechado lazos económicos con China, y varios países que se supone están en la esfera de influencia de Estados Unidos le han ayudado a eludir las sanciones: India, Arabia Saudí, Turquía y otros.
China y Rusia se han convertido ahora en aliados mucho más estrechos en su oposición a la dominación estadounidense en el mundo, y han reunido a su alrededor a toda una serie de otros países. Cuando la derrota estadounidense en Ucrania se haga finalmente realidad, esta tendrá consecuencias enormes y duraderas para las relaciones mundiales, debilitando aún más el poder del imperialismo estadounidense en todo el mundo. Está claro qué conclusiones sacará China de todo esto en relación con Taiwán.
La derrota de Estados Unidos en Ucrania enviará un poderoso mensaje. La potencia imperialista más poderosa del mundo no siempre puede imponer su voluntad. Además, Rusia saldrá de ella con un gran ejército, probado en los últimos métodos y técnicas de la guerra moderna.
Guerra en Oriente Próximo
El actual conflicto en Oriente Medio sólo puede entenderse en el contexto de la situación mundial. El imperialismo estadounidense se había debilitado en Oriente Próximo, mientras que Rusia, China y también Irán se habían fortalecido. Israel se sentía amenazado. El atentado del 7 de octubre fue un duro golpe para la clase dominante israelí. Destruyó el mito de su invencibilidad y puso en tela de juicio la capacidad del Estado sionista para proteger a sus ciudadanos judíos, la cuestión clave que la clase dominante israelí había utilizado para reunir a la población tras de sí.
También expuso claramente el fracaso de los Acuerdos de Oslo, firmados tras el colapso del estalinismo, cuando parecía posible resolver los conflictos del mundo mediante la negociación. La clase dirigente sionista nunca se planteó realmente la idea de conceder a los palestinos una patria viable. Consideraban que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) era simplemente una forma de externalizar la vigilancia de los palestinos. Esto desacreditó a Al Fatah y a la AP, considerados correctamente como meras marionetas de Israel, lo que condujo, con la aquiescencia de Israel, al ascenso de Hamás, visto como la única fuerza que defendía la lucha por los derechos nacionales palestinos.
Los Acuerdos de Abraham, firmados en 2020, pretendían establecer la posición de Israel en la región como actor legítimo y normalizar las relaciones comerciales entre él y los países árabes. Esto habría significado enterrar las aspiraciones nacionales palestinas, algo que los regímenes árabes reaccionarios estaban encantados de hacer. El attaque del 7 de octubre fue una respuesta desesperada a esta situación.
El ataque fue utilizado por Netanyahu, que se había enfrentado a protestas masivas inmediatamente antes, como excusa para lanzar una campaña genocida contra Gaza. Un año después, Israel seguía sin alcanzar sus objetivos declarados: la liberación de los rehenes y la destrucción de Hamás. Esto provocó manifestaciones masivas de cientos de miles de personas e incluso una breve huelga general.
El carácter de estas manifestaciones no era de apoyo a la causa palestina, ni de oposición a la guerra per se, pero el hecho de que hubiera tal grado de oposición masiva al primer ministro en plena guerra es un indicio de la profundidad de las divisiones dentro de la sociedad israelí.
El hundimiento de su apoyo empujó a Netanyahu a agravar la situación con la invasión de Líbano y un ataque contra Hezbolá, que fue acompañado de constantes provocaciones contra Irán. Para salvarse políticamente, ha demostrado en repetidas ocasiones que estaría dispuesto a desencadenar una guerra regional que obligaría a Estados Unidos a intervenir directamente de su lado.
A Washington le preocupaba que la masacre de Gaza pudiera provocar la desestabilización revolucionaria de los regímenes árabes reaccionarios (en Arabia Saudí, Egipto y, sobre todo, Jordania) que no han movido un dedo en apoyo de los palestinos. Por eso hicieron gestos públicos de intentar contener a Netanyahu. Sin embargo, desde el principio, Biden dejó claro que su apoyo a Israel era “férreo”, y Netanyahu utilizó este cheque en blanco en repetidas ocasiones para seguir el camino de la escalada hacia una guerra regional.
El hecho de que los estrechos intereses personales de un hombre puedan tener un efecto tan desproporcionado sobre los acontecimientos es un reflejo de la enorme inestabilidad del conjunto de la situación mundial. La clase dirigente no siempre es capaz de actuar de forma racional, en su propio interés. Estados Unidos, desafiado por potencias rivales y reacio a admitir su menguado papel en el mundo, aplica una política desesperada (en Ucrania y en Oriente Próximo), que en última instancia le conducirá al desastre.
Rusia, ante las constantes provocaciones por parte del imperialismo estadounidense en Ucrania (la entrega de armas cada vez más modernas, permitir ataques profundos en territorio ruso con misiles occidentales, etc.), ha respondido de manera recíproca y proporcional aumentando su apoyo a Irán y también a los hutíes. Rusia posee una avanzada tecnología de misiles hipersónicos y sistemas de defensa aérea superiores, que pueden ser útiles a los enemigos de EEUU en la región.
En los últimos tiempos, el régimen iraní se había visto debilitado en su propio país por las protestas masivas y un crecimiento económico inferior a la media. Antes de la temeraria escalada de ataques de Netanyahu contra Irán, el país buscaba un acercamiento con Occidente para llegar a un acuerdo sobre el desarrollo nuclear, que podría poner fin a las sanciones.
Ahora la situación se ha invertido por completo. Irán tiene un fuerte incentivo para acelerar el desarrollo de armas nucleares. La ecuación es sencilla. Ni Irak ni Libia tenían armas de destrucción masiva y fueron aplastados por el imperialismo y sus líderes asesinados. Corea del Norte, en cambio, sí posee armas nucleares y por esa misma razón el imperialismo estadounidense no la ha atacado.
Una parte de la clase dirigente israelí piensa que puede utilizar la excusa del atentado de Hamás del 7 de octubre para debilitar y degradar a sus enemigos (Hamás, Hezbolá e Irán) arrastrando a Estados Unidos a una guerra regional. Está claro que se habían preparado para golpear a Hezbolá acumulando información de inteligencia desde que se vieron obligados a abandonar Líbano al final de la invasión de 2006. Pero la experiencia demuestra que es imposible aplastar por completo a organizaciones como Hamás y Hezbolá, que obtienen su apoyo del hecho de que resisten a la agresión militar y la ocupación extranjeras.
Hezbolá surgió como resultado de la invasión israelí del Líbano en 1982, y Hamás como resultado de la traición de Fatah y la OLP. Los ataques aéreos y los ataques dirigidos por los servicios de inteligencia contra las comunicaciones y el liderazgo pueden infligir graves daños, pero no pueden destruirlos realmente. Los bombardeos aéreos deben ir seguidos de operaciones terrestres, con tropas. Estas tropas están expuestas a tácticas de guerrilla, emboscadas, y luchan en territorio enemigo, donde las fuerzas defensoras tienen ventaja, así como el apoyo de la población. La brutalidad de los métodos de Israel, junto con los ataques indiscriminados contra la población civil y las infraestructuras, actúan como sargentos de reclutamiento para estas organizaciones.
El repentino e inesperado colapso del régimen de Assad en Siria ha vuelto a cambiar el equilibrio regional de fuerzas. Turquía es una potencia capitalista menor en términos de la economía mundial, pero tiene poderosas ambiciones regionales. Erdogan ha utilizado muy hábilmente el conflicto entre el imperialismo estadounidense y Rusia en su propio beneficio. Un ejemplo de ello es su intento de adquirir el sistema de defensa antiaérea ruso más sofisticado, al tiempo que sigue cortejando a Estados Unidos por los aviones de combate más modernos.
Al percibir que Irán y Rusia, con quienes Erdogan llegó a un acuerdo en Siria en 2016, estaban ocupados en otras partes (Rusia en Ucrania e Irán en el Líbano), intentó intimidar a Assad para que le diera una porción mayor del pastel sirio. Cuando Assad se negó, Erdogan decidió respaldar la ofensiva de los yihadistas del HTS desde Idlib. Para sorpresa de todos, eso precipitó el colapso total del régimen. El grado en que ese régimen ya había sido vaciado por las sanciones económicas, la corrupción y el sectarismo era mucho mayor de lo que nadie se había dado cuenta.
La caída de Assad es un golpe para la posición y el prestigio tanto de Rusia, como potencia mundial menor, como de Irán, como potencia regional. Ahora, Erdogan se siente fortalecido y presionará aún más contra los kurdos en el noreste de Siria. Netanyahu, envalentonado por el debilitamiento de Irán y los golpes infligidos a Hezbolá en Líbano, intentará ahora reafirmar los intereses de Israel frente a Hamás, pero también en Cisjordania, los Altos del Golán e incluso más adentro de Siria.
La actual división de Siria es la continuación de más de 100 años de intromisión imperialista, desde el acuerdo Sykes-Picot.
En última instancia, no puede haber paz en Oriente Medio mientras no se resuelva la cuestión nacional palestina. Esto no puede hacerse bajo el capitalismo. Los intereses de la clase sionista dominante en Israel (respaldada por la potencia imperialista más poderosa del mundo) no permiten la formación de una auténtica patria para los palestinos, y menos aún el derecho al retorno de millones de refugiados.
Desde un punto de vista puramente militar, los palestinos no pueden derrotar a Israel, una potencia imperialista capitalista moderna con la tecnología militar más sofisticada y un servicio de inteligencia insuperable. La lucha palestina necesita aliados, y éstos pueden encontrarse en la poderosa clase obrera de la región, en Egipto y Turquía sobre todo, pero también en Arabia Saudí, los Estados del Golfo y Jordania. Un levantamiento exitoso en cualquiera de estos países, que lleve a la clase obrera al poder, crearía las condiciones para una guerra revolucionaria para liberar a los palestinos.
El Estado de Israel y su clase dirigente sionista sólo pueden ser derrotados dividiendo a la población del país en líneas de clases sociales. Por el momento, la perspectiva de una división de clases en Israel parece lejana. Sin embargo, el atentado del 7 de octubre, combinado con la guerra y los enfrentamientos constantes, puede llevar finalmente a una parte de las masas israelíes a sacar la conclusión de que el único camino hacia la paz pasa por una solución democrática de la cuestión nacional palestina.
Las guerras en Oriente Próximo no resolverán nada. Bajo el dominio del imperialismo, las treguas temporales y los acuerdos de paz no harán sino preparar la base para nuevas guerras. Pero la inestabilidad general que es tanto la causa de las guerras como su consecuencia creará las condiciones para un movimiento revolucionario de las masas en el próximo período. Si este movimiento estuviera dirigido por un partido marxista consciente, es decir, proletario internacionalista, podría cortar el enmarañado nudo de contradicciones aparentemente insolubles y señalar la única solución duradera posible: la Federación Socialista de Oriente Medio.
Los palestinos sólo pueden lograr la liberación nacional como parte de la revolución socialista en la región. Lo mismo puede decirse de los kurdos, ahora asaltados en Rojava. Sólo una federación socialista puede resolver la cuestión nacional de una vez por todas. Todos los pueblos, palestinos y judíos israelíes, pero también kurdos y todos los demás, tendrían derecho a vivir en paz dentro de una federación socialista de este tipo. El potencial económico de la región se realizaría plenamente en un plan de producción socialista común. El paro y la pobreza serían cosa del pasado. Sólo sobre esa base podrían superarse los viejos odios nacionales y religiosos. Serían como el recuerdo de un mal sueño.
Revuelta contra EE.UU.
Como hemos explicado, existe una lucha por la redivisión del mundo entre diferentes potencias imperialistas rivales, principalmente entre EEUU, el antiguo hegemón, ahora en relativo declive, y China, la nueva potencia dinámica en ascenso que le desafía en la arena internacional.
El ascenso de los BRICS, que se lanzaron formalmente en 2009, representa un intento de China y Rusia de reforzar su posición en la escena mundial, proteger sus intereses económicos y vincular firmemente a toda una serie de países a su esfera de influencia.
La aplicación de sanciones económicas de amplio alcance por parte del imperialismo estadounidense contra Rusia ha fracasado en su principal objetivo de debilitar a su rival hasta el punto de imposibilitar la continuación de la guerra en Ucrania. En la elaboración de mecanismos para evitar y superar las sanciones, Rusia ha establecido una serie de alianzas con otros países, entre ellos Arabia Saudí y la India, y se ha visto abocada a una cooperación económica mucho más estrecha con China.
Más que demostrar el poder de Estados Unidos, el fracaso de las sanciones ha puesto de manifiesto la incapacidad del imperialismo estadounidense para imponer su voluntad y ha empujado a varios países a plantearse alternativas al dominio estadounidense de las transacciones financieras. La composición de los BRICS se ha ampliado con nuevos países invitados o que han solicitado su adhesión, entre ellos varios que se suponen aliados o subordinados del imperialismo estadounidense.
Al abordar esta cuestión debemos tener sentido de la proporción. Por importantes que sean estos cambios, los BRICS están plagados de todo tipo de contradicciones. Brasil, aunque forma parte de los BRICS, es al mismo tiempo parte de Mercosur, que está en proceso de firmar un acuerdo de libre comercio con la UE. Varias empresas emblemáticas brasileñas cotizan en la Bolsa de Nueva York. India es uno de los principales miembros de los BRICS, pero al mismo tiempo mantiene una “asociación estratégica” con Estados Unidos. También forma parte de la alianza militar y de seguridad Quad con Estados Unidos, Japón y Australia, y su armada realiza regularmente maniobras militares con Estados Unidos.
El grado de integración política y económica de los países BRICS es aún muy débil. Además, a pesar de todas las habladurías, están muy lejos de haber establecido un medio alternativo de transacciones financieras internacionales, o una alternativa al dominio del dólar estadounidense en el sistema financiero mundial.
Lo significativo en este caso es que un país como la India, considerado aliado de Estados Unidos y rival de China, haya desempeñado un importante papel ayudando a Rusia a eludir las sanciones estadounidenses. India compra petróleo ruso a precio de saldo y luego lo revende a Europa en forma de productos refinados a un precio más elevado. Por ahora, Estados Unidos ha decidido no tomar medidas contra India. En 2023 China se convirtió en el principal socio comercial de India, desbancando a Estados Unidos del primer puesto.
Hasta ahora, los BRICS no son más que una alianza laxa de países, cada uno con sus propios intereses. India, por ejemplo, se resiste a permitir la entrada de nuevos miembros en los BRICS, ya que ello disminuiría su peso dentro del bloque. El acoso imperialista de Estados Unidos contra sus rivales es lo que los está acercando y animando a otros a unirse.
Crisis en Europa
Mientras que EEUU ha sufrido un declive relativo de su fuerza e influencia a nivel mundial, las antiguas potencias imperialistas europeas, Gran Bretaña, Francia, Alemania y otras, han declinado mucho más desde sus antiguos días de gloria, hasta convertirse en potencias de segunda categoría. Cabe señalar que Europa, como bloque imperialista, se ha visto especialmente debilitada en la última década. Una serie de golpes militares han desplazado a Francia de África Central y el Sahel, en beneficio de Rusia.
Las potencias europeas siguieron con entusiasmo al imperialismo estadounidense en su guerra por poderes contra Rusia en Ucrania, algo que iba directamente en contra de sus propios intereses. Desde el colapso del estalinismo en 1989-91, Alemania había seguido una política de expansión de su influencia hacia el Este, siguiendo la orientación secular de su política exterior, y había establecido estrechos vínculos económicos con Rusia.
La industria alemana se había beneficiado de la energía barata rusa. Antes de la guerra de Ucrania, más de la mitad del gas natural alemán, un tercio de todo el petróleo y la mitad de las importaciones alemanas de carbón procedían de Rusia.
Esta fue una de las razones del éxito de la industria alemana en el periodo anterior, siendo las otras dos la desregulación del mercado laboral (llevada a cabo bajo gobiernos socialdemócratas) y un alto grado de inversión productiva. El dominio de la Unión Europea por la clase dirigente alemana y el libre comercio con China y Estados Unidos completaban ese círculo virtuoso.
La situación era similar para el conjunto de la UE en lo que respecta al suministro energético, siendo Rusia el mayor proveedor de petróleo (24,8%), gas por gasoducto (48%) y carbón (47,9%). Fue una insensatez que los capitalistas europeos declararan sanciones a Rusia. Ello provocó un aumento considerable de los precios de la energía, con el consiguiente efecto en cadena sobre la inflación y la pérdida de competitividad de las exportaciones europeas.
Al final, Europa ha tenido que importar gas natural licuado (GNL) mucho más caro de Estados Unidos y productos petrolíferos rusos mucho más caros a través de la India. De hecho, gran parte del gas de Alemania sigue procediendo de Rusia, sólo que ahora lo hace a través de terceros países, a un precio mucho más elevado.
Las clases dominantes alemana, francesa e italiana han actuado en contra de sus propios intereses, y ahora están pagando un alto precio. Estados Unidos ha recompensado a sus aliados europeos con una guerra comercial contra ellos mediante una batería de medidas proteccionistas y subvenciones industriales.
La Unión Europea representó un intento de las debilitadas potencias imperialistas del continente de agruparse con la esperanza de tener más peso en la política y la economía mundiales. En la práctica, el capital alemán domina a las demás economías más débiles. Mientras hubo crecimiento económico, se consiguió cierto grado de integración económica e incluso una moneda única.
Sin embargo, las diferentes clases dirigentes nacionales que la componen siguen existiendo, cada una con sus intereses particulares. A pesar de toda la palabrería, no existe una política económica común, ni una política exterior unida, ni un ejército único que la aplique. Mientras que el capital alemán se basaba en exportaciones industriales competitivas y sus intereses radicaban en el Este, Francia obtiene de la UE grandes cantidades en subvenciones agrícolas, y sus intereses imperialistas se encuentran en las antiguas colonias francesas, principalmente en África.
La crisis de la deuda soberana que siguió a la recesión mundial de 2008-9 puso a la UE al límite de sus fuerzas. Ahora la situación ha empeorado aún más. El reciente informe del ex presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, del que hemos hablado, pinta la crisis del capitalismo europeo en términos alarmistas, y no se equivoca. En el fondo, la razón por la que la UE no es capaz de competir con sus rivales imperialistas en el mundo es el hecho de que no es una única entidad económico-política, sino más bien una colección de varias economías pequeñas y medianas, cada una con su propia clase dominante, sus propias industrias nacionales, conjuntos de regulaciones, etc.
La crisis del capitalismo europeo tiene importantes implicaciones políticas y sociales. El auge de las fuerzas populistas de derechas, euroescépticas y antisistema en todo el continente es consecuencia directa de ello. El colapso de los gobiernos francés y alemán son las últimas manifestaciones de esta crisis. La clase obrera europea, con sus fuerzas en gran medida intactas e invictas, no aceptará una nueva ronda de recortes de austeridad y despidos masivos sin luchar. El escenario está preparado para una explosión de la lucha de clases.
Carrera armamentística y militarismo
Históricamente, cualquier cambio significativo en la fuerza relativa de las diferentes potencias imperialistas tendía a resolverse finalmente mediante la guerra, principalmente las dos guerras mundiales del siglo XX. Hoy en día, la existencia de armas nucleares hace muy improbable una guerra mundial abierta en el próximo periodo.
Los capitalistas van a la guerra para asegurarse mercados, campos de inversión, esferas de influencia. Hoy en día, una guerra mundial provocaría la destrucción masiva de infraestructuras y vidas, de lo que no se beneficiaría ninguna potencia. Haría falta un líder bonapartista enloquecido, gobernando una gran potencia nuclear, para que se produjera una guerra mundial. Eso requeriría una o varias derrotas decisivas de la clase obrera, que no es la perspectiva inmediata que tenemos ante nosotros.
Sin embargo, el conflicto entre potencias imperialistas, que refleja la lucha por afirmar una nueva redivisión del planeta, domina la situación mundial. Esto se expresa en varias guerras regionales, que causan destrucciones masivas y decenas de miles de muertos, así como en las tensiones comerciales y diplomáticas, que no dejan de aumentar. El año pasado se registró el mayor número de guerras desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Esto ha provocado una nueva carrera armamentística, el crecimiento del militarismo en los países occidentales y una mayor presión para reconstruir, reequipar y modernizar las fuerzas armadas en todas partes. Se calcula que Estados Unidos gastará 1,7 billones de dólares en 30 años para renovar su arsenal nuclear. Ahora ha decidido desplegar misiles de crucero en suelo alemán por primera vez desde la Guerra Fría.
Estados Unidos ejerce una fuerte presión sobre todos los países de la OTAN para que aumenten su gasto en defensa. China ha anunciado un aumento del gasto en defensa del 7,2 por ciento. En 2023, el gasto militar de Rusia creció un 27 por ciento, alcanzando el 16 por ciento del gasto público total y el 5,9 por ciento del PIB. El gasto militar mundial en 2023 alcanzó más de 2,44 billones de dólares, un 6,8 por ciento más que en 2022. Este fue el mayor aumento desde 2009 y el nivel más alto jamás registrado.
Se trata de enormes cantidades de dinero, por no hablar de la fuerza de trabajo y el desarrollo tecnológico, que podrían utilizarse para fines socialmente necesarios. Este es un punto que debemos subrayar en nuestra propaganda y agitación.
Sería simplista afirmar que los capitalistas se embarcan en una nueva carrera armamentística para impulsar el crecimiento económico. De hecho, el gasto armamentístico es intrínsecamente inflacionista y cualquier efecto sobre la economía será a corto plazo y se compensará con recortes en otros sectores. El conflicto entre potencias imperialistas por la redivisión del mundo es lo que está alimentando el aumento del gasto militar. El capitalismo en su fase imperialista conduce inevitablemente a conflictos entre las potencias y, en última instancia, a la guerra.
La lucha contra el militarismo y el imperialismo se ha convertido en una cuestión central en nuestra época. Nos oponemos firmemente a las guerras imperialistas y al imperialismo, pero no somos pacifistas. Debemos subrayar que la única manera de garantizar la paz es la abolición del sistema capitalista que engendra la guerra.
Reversión de la globalización
En el ámbito de la economía, el aumento de la competencia por los mercados y los campos de inversión en un momento de crisis económica ha provocado el auge de las tendencias proteccionistas.
La “globalización” (la expansión del comercio mundial) fue uno de los principales motores del crecimiento económico durante todo un periodo tras el colapso del estalinismo en Rusia y la restauración del capitalismo en China, junto con su integración en la economía mundial. En cambio, lo que tenemos ahora son barreras arancelarias y guerras comerciales, entre los principales bloques económicos (China, la UE y EE.UU.), cada uno intentando salvar su propia economía a expensas de los demás. ¡”Arancel es la palabra más bella del diccionario”, exclamó Donald Trump!
En 1991, el comercio mundial representaba el 35% del PIB mundial, una cifra que había permanecido básicamente invariable desde 1974. A continuación, inició un período de rápido crecimiento hasta alcanzar un máximo del 61% en 2008, lo que refleja una integración cada vez mayor de la economía mundial. Por supuesto, no se trató de un proceso neutral del que se beneficiaran todos los países. Por ejemplo, la reducción de las barreras arancelarias entre Estados Unidos y México benefició al capital estadounidense y destruyó la agricultura mexicana.
Desde la crisis de 2008, el comercio mundial como porcentaje del PIB mundial ha permanecido estancado. El FMI prevé que el comercio mundial crezca sólo un 3,2% anual a medio plazo, un ritmo muy inferior a su tasa media de crecimiento anual para 2000-19 del 4,9%. La expansión del comercio mundial ya no es un motor del crecimiento económico al mismo nivel que lo fue en el pasado.
En 2023, los gobiernos de todo el mundo introdujeron 2.500 medidas proteccionistas (incentivos fiscales, subvenciones específicas y restricciones comerciales), el triple que cinco años antes. Los aranceles estadounidenses sobre los productos chinos se han multiplicado por seis, hasta el 19,3%; en el caso de los vehículos eléctricos, Estados Unidos ha impuesto aranceles a las importaciones chinas del 100%.
Durante la primera presidencia de Trump, EEUU adoptó una agresiva postura proteccionista, no solo contra China, sino también contra la UE. Esta política continuó bajo Biden. Ha promulgado una serie de leyes (CHIPS, la llamada Ley de Reducción de la Inflación, etc.) y medidas destinadas a beneficiar la producción estadounidense a expensas de las importaciones del resto del mundo.
Recordemos que después de 1929 fue un giro general hacia el proteccionismo lo que hizo que el mundo pasara de la recesión económica a la depresión. El volumen del comercio mundial cayó un 25% entre 1929 y 1933, y gran parte de ello fue consecuencia directa del aumento de las barreras comerciales.
¿Un mundo multipolar?
Es en este contexto de crecientes tensiones interimperialistas en el que Donald Trump ha ganado las elecciones presidenciales estadounidenses. Su programa “America Primero” refleja estas contradicciones en las relaciones mundiales.
Es difícil predecir cuáles serán las políticas de Trump, pero su objetivo declarado de reducir la implicación directa de EE.UU. en conflictos en todo el mundo parece ser un reconocimiento de la fuerza real, relativamente disminuida, del imperialismo estadounidense. Su idea de ofrecer una mano de amistad a la Rusia de Putin, para poder concentrarse mejor en China, el principal rival de EE.UU., también tiene, a primera vista, desde el punto de vista de la clase dominante, más sentido que las temerarias provocaciones de Biden.
Sin embargo, cualesquiera que sean las intenciones de Trump, el imperialismo estadounidense es la superpotencia mundial dominante. No puede desentenderse del resto del mundo, porque cualquier retirada real de Washington en la arena mundial sería una victoria para sus rivales. Como explicó Lenin, la redivisión del mundo por las potencias imperialistas sobre la base de su fuerza relativa cambiante se efectuará no tanto a través de acuerdos de caballeros, sino más bien a través de la “lucha pacífica y no pacífica”.
Algunos han sugerido que la actual situación mundial conduce hacia un mundo “multipolar”, en el que la disminución de la fuerza del imperialismo estadounidense creará supuestamente un equilibrio entre diferentes potencias, que se respetarán mutuamente y resolverán sus problemas mediante el diálogo pacífico. Se nos dice que éste es de algún modo un objetivo progresista al que la clase obrera y los pueblos del mundo dominados por el imperialismo deberían aspirar, quizás incluso luchar por él.
Nada más lejos de la realidad. Lo que vemos no es la lucha por establecer un sistema mundial más justo, sino la lucha entre diferentes ladrones imperialistas por el reparto del botín. Pregunten al pueblo de Siria si cree que la lucha entre potencias regionales y mundiales rivales en su tierra ha conducido a un resultado progresista. Pregunten a las masas pobres del Congo si la lucha de China por la riqueza mineral de su país ha conducido a la paz y la prosperidad. Pregunten a la clase trabajadora de Ucrania si la provocación de Washington a Rusia ha reforzado la soberanía nacional.
No. No hay nada progresista en sustituir la dominación brutal y depredadora del imperialismo estadounidense por la dominación de varias potencias imperialistas que luchan entre sí por los despojos sobre los cadáveres de cientos de miles de trabajadores y pobres, y millones de desplazados.
La dominación del imperialismo sólo puede superarse de forma progresista mediante el derrocamiento revolucionario del capitalismo y la toma del poder por parte de la clase obrera. Sólo entonces será posible crear una sociedad auténticamente justa en la que los medios de producción que la humanidad ha creado a lo largo de miles de años sean de propiedad común, engarzados en un plan democrático de producción para satisfacer las necesidades de la mayoría y no la insaciable sed privada de beneficios de una minoría parasitaria.