Bicentenario, Revolución, Socialismo (y XIII): El Argentinazo, el kirchnerismo y nuestras tareas

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argentinazoEn estos días se cumplen diez años de las jornadas que simbolizan el comienzo de una nueva época histórica en la vida nacional, el Argentinazo. El dato más significativo de ese momento fue la irrupción de las masas en las calles en una manifestación de repudio a la situación socioeconómica, pero también de los manejos políticos y hasta de toda una cultura dominante, la del libre mercado de los años noventa. Con este artículo terminamos nuestra saga sobre el Bicententario argentino (1810-2010).

Toda la bronca acumulada, que durante años sólo lograba expresarse en resistencias aisladas, hizo explosión masiva y conjunta frente a la crisis ocasionada por la continua subordinación de la dirigencia política a las exigencias drásticas y reiteradas de la banca transnacional. Aunque la rebelión no tenía una organización ni propuestas unificadoras, sí se sabía lo que no se quería. Se rechazaban los ajustes económicos, los recortes de presupuesto, el endiosamiento del mercado, el desempleo, el descuido de las políticas sociales, el desprecio de la salud y la educación públicas, la represión de las protestas y también a los personajes que encarnaban estas políticas. El ¡Qué se vayan todos! cuestionó todas las instituciones e hizo caer gobierno tras gobierno: De la Rúa-Cavallo, Puerta, Rodríguez Saa, Camaño y Duhalde.

Faltó una alternativa revolucionaria de masas

Fue notable en este sentido la reacción popular ante la represión en Puente Pueyrredón del 26 de junio de 2002 y el asesinato de Maxi Kosteki y Darío Santillán. El ¨presidente¨ Duhalde intentó terminar violentamente con las protestas para poder restablecer el dominio directo de los bancos y grandes empresas nacionales y extranjeras. Pero la extraordinaria respuesta masiva de indignación y movilización selló el final del gobierno de Duhalde y lo obligó a convocar elecciones anticipadas para principios de 2003.

En esos meses se hizo evidente la falta de una alternativa política de masas con un programa de transición que, partiendo de las reivindicaciones masivas en las calles, propusiera transformaciones de fondo que terminen con las estructuras económicas y políticas de explotación: que nacionalizara las palancas fundamentales de la economía (banca, latifundios, grandes empresas, ferrocarriles, petróleo y recursos naturales) y las pusiera bajo control obrero. Y también el reemplazo del aparato estatal a partir de las demandas de democratización, expresadas por ejemplo en los gérmenes de democracia obrera que fueron las Asambleas Populares, surgidas por centenares en distintos lugares del país.

Los grupos de izquierda no estuvieron a la altura de las circunstancias. Se cometieron distintos errores. Algunos caracterizaron mal el momento y no vieron el potencial revolucionario de la situación. Propusieron tareas muy a largo plazo y sin audacia. Otros por el contrario pensaron que las masas continuarían indefinidamente en las calles y mantuvieron el boicot a las instituciones democrático-burguesas durante años. O cayeron en consignas tramposas como la Asamblea Constituyente, enredados en cuestiones leguleyas. Una parte de la izquierda intentó intervenir más audazmente pero cometió algunos errores que profundizaron la fragmentación y el aislamiento propio: ignoraron la táctica de Frente Único para conectar con las masas y disputar su dirección, aparatearon todo intento genuino de organización de masas (como las mencionadas Asambleas y también los espacios de recuperación sindical) y, algunos, hasta dudaron del protagonismo de los trabajadores ocupados teorizando sobre nuevos sujetos sociales.

Luis Zamora

Tal vez la mayor oportunidad desperdiciada fue la de Luis Zamora, que rifó una historia de décadas de luchador contra la corrupción, por los derechos humanos y contra el imperialismo. En los meses inmediatos a la rebelión se convirtió en el dirigente político más popular. Pero le faltó coraje en el momento decisivo para armar un movimiento político de masas. Su negativa a presentarse a las elecciones presidenciales del 2003 lo relegó a un segundo plano. Y cuando se presentó a elecciones en Capital, si bien obtuvo cierto apoyo importante, su crédito estaba disminuyendo y terminó de agotarse ante una nueva ronda de fragmentación de su espacio Autodeterminación y Libertad.

Los trabajadores, agobiados por la crisis, tardaron varios meses en romper la inercia que arrastraban sus organizaciones de clase. Pero entraron en escena, primero con conflictos aislados y con la recuperación de la participación sindical. Estos primeros pasos se reflejaron en el desplazamiento de los sectores más podridos de la burocracia en la dirección de la CGT, reemplazados por el moyanismo. En los años siguientes se recuperaron los mecanismos de negociación paritaria y se establecieron convenios colectivos que van recuperando lentamente derechos laborales perdidos durante las tres décadas anteriores.

También comenzaron a ponerse en pie oposiciones clasistas y antiburocráticas. La expresión más importante de este fenómeno fue el Movimiento Intersindical Clasista (MIC), cuyo surgimiento y fracaso hemos seguido paso a paso en estas páginas.

Ante el comienzo del cansancio de las masas, luego de meses de luchar en las calles mediante piquetes, marchas, cortes de rutas, asambleas, etc. sin que aparezca una salida visible y confiable, se acepta cierta recomposición del sistema institucional mediante la realización de elecciones presidenciales.

El Kirchnerismo

Pero no dejan de manifestarse en ellas la efervescencia y el ansia de cambio: triunfa la opción peronista de izquierda, encabezada por Néstor Kirchner. Y esa continuidad del ambiente social del Argentinazo marca el carácter particular del kirchnerismo. Su innegable base militante, obrera y popular lo lleva a adoptar importantes medidas como la renovación de la Corte Suprema y de la cúpula de las FFAA, el impulso a los juicios contra los genocidas de la dictadura y algunas reestatizaciones (correo, aguas, aerolíneas, etc.) Todo esto a la vez que intenta conciliar los intereses opuestos de obreros y patrones, lo que hasta ahora ha podido sobrellevar favorecido por el ciclo económico excepcional que han atravesado el país y la región.

Sin embargo las rémoras en el Estado del aparato represivo de la dictadura continúan reaccionando con algunos atentados contra testigos en los juicios a represores. El caso más sonoro fue la nueva desaparición, aún irresuelta, del compañero Jorge Julio López el 18 de septiembre de 2006.

También la alianza de sectores del gran poder económico y mediático (arrastrando tras de sí a medianos productores rurales y de clase media urbana enloquecida por la propaganda) golpeó duramente al gobierno (ya encabezado por Cristina Fernández) en 2008. La reacción frente al intento de imponer retenciones a las exportaciones agropecuarias (resolución 125) tomó un carácter abiertamente desestabilizador consiguiendo eco en el vicepresidente Cobos y dividiendo las bancadas legislativas oficialistas.

Pero lejos de dejarse atropellar por esta avanzada del poder concentrado y de la derecha, el kirchnerismo los enfrentó apelando a su base popular y con las medidas más progresistas del período. Se recuperó el sistema previsional, se extendió la cobertura de jubilaciones y pensiones, se implementó la asignación por hijo, se aprobaron la ley de democratización de los medios audiovisuales y la de matrimonio igualitario. Fue disminuyendo la pobreza, la indigencia y el desempleo, aunque permanecen grandes desigualdades, trabajo precario y falencias en infraestructura, vivienda, salud y educación.

A su vez las organizaciones como la CTA degennarista y Proyecto Sur, que intentaron disputarle la dirección del movimiento popular al kirchnerismo, fracasaron. La CTA primero demoró por años el paso a la política y, una vez decidido, equivocó la táctica con su subordinación al tibio centroizquierdismo de Binner. Proyecto Sur despertó las esperanzas e incipiente participación que se generaban en torno a la figura de Pino Solanas y a las propuestas de recuperación de privatizadas y recursos naturales. Pero los dilapidó con su alineamiento con la derecha en momentos decisivos. Ambos sectores desconfiaron de la participación popular y de la organización de base, y malograron ámbitos como la Constituyente Social.

Así, el gobierno mantuvo su popularidad, incrementada con la irrupción de militancia juvenil ante la incertidumbre creada por la muerte de Néstor Kirchner. Se llega entonces a la reelección de Cristina Fernández el 23 de octubre pasado con una mayoría histórica que reafirma su apoyo social.

Organizarse para avanzar

Fortalecido por el triunfo electoral, con una oposición de derecha derrotada y fragmentada y una izquierda con las limitaciones mencionadas, el kirchnerismo mantiene la iniciativa tras ocho años en el gobierno. Pero en el período que viene enfrentará grandes desafíos ante la prolongación de la crisis mundial de capitalismo.

La aceleración de los tiempos de la crisis obligará a los sectores obreros y populares a crecer en organización para avanzar en la profundización de las conquistas sociales alcanzadas en estos años. El kirchnerismo, para mantenerse a la cabeza del movimiento, debería romper con la ilusión de “capitalismo serio” y con la confianza ingenua en las grandes inversiones empresariales.

Por el contrario es necesario que el Estado planifique y controle las palancas fundamentales de la economía nacional, recuperando las empresas y recursos privatizados, la tierra, la banca y el comercio exterior. Y se las coloque bajo control obrero y popular para evitar la burocratización de las empresas estatales.

El kirchnerismo debería delimitar internamente con los sectores trepadores del viejo PJ, y con los recién llegados, ligados a los negocios sojeros y mineros. Tendría que apoyarse en las organizaciones sociales, sindicales y juveniles que constituyen la auténtica militancia capaz de profundizar el camino iniciado. Y es indispensable también ahondar en la integración solidaria con los procesos revolucionarios que recorren América Latina.