Argentina: La revolución ha comenzado

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En unas escenas que recordaban la caída de Saigón, aparecían los dirigentes del gobierno apresuradamente con sus maletas y huyendo en helicóptero desde el tejado del palacio presidencial. Sólo que esta vez no se trataba de invasores extranjeros que huían de un ejército de liberación nacional, sino un presidente electo que huye de su propio pueblo. Mientras que las miradas del mundo estaban puestas en otra guerra en Afganistán, había estallado otra guerra. La semana previa a la Navidad, Argentina esta estaba en guerra. Pero no una guerra entre las naciones, sino una guerra entre ricos y pobres, entre los que tienen y los que no, una guerra entre las clases. En unas escenas que recordaban la caída de Saigón, aparecían los dirigentes del gobierno apresuradamente con sus maletas y huyendo en helicóptero desde el tejado del palacio presidencial. Sólo que esta vez no se trataba de invasores extranjeros que huían de un ejército de liberación nacional, sino un presidente electo que huye de su propio pueblo. Mientras que las miradas del mundo estaban puestas en otra guerra en Afganistán, había estallado otra guerra. La semana previa a la Navidad, Argentina estaba en guerra. Pero no una guerra entre las naciones, sino una guerra entre ricos y pobres, entre los que tienen y los que no, una guerra entre las clases.

Desde la prensa burguesa se presenta como un descenso a la locura colectiva. El titular típico era: “Argentina cae en el caos”. El caos está aquí. Es el caos del sistema capitalista, de la economía de mercado que supuestamente iba a resolver todos los problemas de Argentina, con los auspicios benevolentes del FMI y el Banco Mundial. Hace más de un año los observadores ya advertían que las medidas de austeridad impuestas por el gobierno, que obedecía los consejos del FMI, probablemente provocarían un incremento de las tensiones sociales. Ahora se ha comprobado que tenían razón.

El presidente de la Argentina, Fernando de la Rúa, tuvo que dimitir después de que miles de manifestantes furiosos y empobrecidos tomaran la calles de Buenos Aires para protestar contra la forma en que el gobierno trataba una crisis económica devastadora. Antes de hacerlo, tres días de malestar social, extensión de los saqueos y represión policial, dejó 30 muertos y más de 150 heridos, la mayoría pobres que luchaban por un trozo de pan y que fueron disparados por la policía.

Recibimos el siguiente mensaje de un suscriptor en La Plata (Argentina): “El presidente de Argentina, Fernando de la Rúa, ha presentado su dimisión después de una masiva manifestación que tomó la Plaza de Mayo. Después de su mensaje ante las cámaras de televisión, el 19 de diciembre a las 11 de la noche la población de Buenos Aires tomó las calles, cantando y haciendo sonar las cacerolas, era una reacción espontánea contra el discurso del presidente. A las 2 de la mañana la plaza estaba llena.
A la mañana siguiente la gente comenzó a reunirse en la misma plaza y a las afueras del Congreso. La policía comenzó a reprimir a los manifestantes que marchaban pacíficamente. A las 4 de la tarde el pueblo no quería dejar la plaza (ésta es un símbolo de la lucha de la clase obrera en los años cuarenta y setenta). Algunas personas comenzaron a saquear tiendas y McDonalds, rompiendo todas las ventanas de muchos bancos extranjeros. A las seis y media de la tarde el presidente ofreció a los dos principales partidos (UCR y PJ) formar una alianza de gobierno, pero el partido de la oposición se negó a colaborar. El presidente en este momento dimitió, esa noche los argentinos tendrían un nuevo presidente y elecciones en los próximos meses. Esta es una victoria de la batalla contra el neoliberalismo”.

Sí es una importante victoria. Pero lo que se ha ganado es una batalla y no la guerra.

El malestar estalló después de la aplicación del programa de libre de mercado. En los últimos dos años Argentina, hace tiempo la nación más rica de América Latina, se hundió en una crisis política, social y económica. El gobierno de Fernando de la Rúa siguió las prescripciones del FMI para afrontar los problemas financieros: reducción del déficit, deflacionar la economía, todo con la esperanza de que regresara la confianza del inversor. En realidad, lejos de resolver los problemas de la economía, esta política los empeoró.

En el fondo, el problema de la clase dominante argentina es el poder colosal del proletariado, que le impidió llevar hasta el final estas políticas de austeridad dictadas por el FMI. En los últimos años, los sindicatos peronistas convocaron una huelga general tras otra. Por eso los capitalistas argentinos no pudieron estabilizar la situación a costa de la clase obrera, aunque si han puesto en práctica duros ataques contra las condiciones de vida.

La primera oleada de revueltas obligó a la dimisión del ministro de economía responsable de las medidas de austeridad, Domingo Cavallo. Según una fuente cercana al ministro “Cavallo dimitió después de ver a 5.000 personas fuera de su casa haciendo sonar las cacerolas”. La reunión espontánea fuera de la casa de Cavallo, en el exclusivo barrio bonaerense de Palermo Chico, reunió a personas de todas las clases sociales, que estuvieron provocando ruido desde las 11 de la noche hasta la mañana del día siguiente.

La cacerolada fue precedida por dos días de disturbios donde grupos formados por 1.500 desocupados asaltaron los supermercados Wal-Marts y Carrefour de todo el país. Elsa Gómez, una madre de 45 años que participaba junto a otros trabajadores que vivían en una villa y que se llevaron 250 bolsas de comida de un supermercado en un centro comercial de lujo decía lo siguiente: “Vamos a volver y traeremos a todos nuestros vecinos”. Como dijo la diputada de la oposición Alicia Castro cuando visitó a los manifestantes de la Plaza de Mayo: “El verdadero saqueador es el gobierno”. (The Guardian, 21/12/2001).

Entre los muertos estaba un joven de quince años que recibió un disparo durante los disturbios en la provincia de Santa Fe. Otras víctimas murieron por los disparos realizados por los comerciantes cuando intentaban detener a los saqueadores. En Buenos Aires un oficial de la policía que vigilaba las puertas del Congreso cuando la multitud intentaba asaltar el edificio, murió al recibir un golpe con un adoquín. Los sindicatos convocaron dos huelgas generales.

Los dirigentes del país estaban sitiados en el Congreso. “Estamos encerrados aquí”, decía un periodista de televisión desde adentro del Congreso, “los legisladores no pueden salir y nadie puede entrar”. (The Guardian, 21/12/01). El presidente, al principio, quería seguir en su puesto pero dimitió cuando los partidos de la oposición se negaron a formar una coalición de gobierno. En su intento desesperado por aferrarse al poder De la Rúa se dirigió a la nación y pidió al partido peronista que se uniera con él para llevar adelante un programa económico que “asegurase la paz social”. Estaba decidido a seguir en su cargo. “Mi deber es estar hasta el final”. Pero los peronistas aterrorizados se negaron a aceptar el cáliz envenenado. Si De la Rúa no hubiese dimitido Argentina enfrentaría una revolución. Ni la declaración del estado de sitio, ni las balas, gas lacrimógeno de la policía intimidaron a las masas. Unidas en la acción, éstas desarrollaron el sentido de su propia conciencia colectiva. El poder ya no estaba en las manos del estado, estaba en las calles.

Crisis global del capitalismo

El principal temor de la burguesía es que la crisis se desarrolle simultáneamente en todos los sectores de la economía mundial. Ahora se utiliza la palabra “contagio” para describir este fenómeno. Esta es la otra cara de la globalización. En economía como en política, el imperialismo estadounidense enfrenta el equivalente a una situación similar al fuego en un bosque, al poco tiempo de haber conseguido apagar uno aparece otro de mayor intensidad en otro lugar. Esto en sí mismo es una expresión gráfica de la naturaleza de la época actual.

La crisis en Argentina no empezó aquí. Refleja la inestabilidad global de capitalismo. El colapso en Turquía a principios de 2001 afectó inmediatamente al zloty polaco y al real brasileño, que sufrieron una devaluación del 30% durante el año pasado. Esto puso en una situación insostenible a la Argentina, principal socio comercial de Brasil, y sus exportaciones perdieron toda la competitividad.

Como el peso argentino está fijo al dólar estadounidense, la devaluación está (teóricamente) descartada. De esta forma, pusieron todo el peso de la crisis sobre los hombros de los trabajadores argentinos y la clase media. Esto ya ha tenido repercusiones sociales y políticas serias. En el transcurso de este año hubo varias huelgas generales. Hubo un masivo voto de protesta en las elecciones generales e incluso una insurrección en la ciudad norteña de General Mosconi donde los desocupados y los trabajadores tomaron en sus manos el control de la ciudad. Esto está provocando mucha preocupación en Washington porque ahora los acontecimientos fueron demasiado lejos.

La decisión de introducir controles bancarios drásticos permitió seguir funcionando a los bancos. El 30 de noviembre los bancos del país perdieron 1.300 millones de dólares. Las reservas netas del banco central se redujeron en 1.700 millones de dólares. De la noche a la mañana el país, que era uno de los más ricos del mundo, está en bancarrota. El ministro de economía, Domingo Cavallo, pide limosna al FMI pero es recibido en Washington con caras glaciales. El FMI ya dió a la Argentina préstamos por valor de 48.000 millones de dólares el año pasado y no tiene intención de seguir prestando más dinero. Están dejando que Argentina se hunda por el peso de sus propias deudas.

La economía ahora está en una situación parecida a un hombre que agoniza y que tiene una fiebre muy alta. Los tipos de interés interbancarios están en el 100%. Los tipos de interés ayudarán a que la economía se hunda más en una recesión que ya tiene todas las características de una profunda depresión. El país está en una espiral descendente, donde la causa se convierte en efecto y viceversa. Una economía contraída significa una caída de los ingresos procedentes de los impuestos, que a su vez significa nuevo recorte del gasto público como tipos de interés más altos, y así sucesivamente, hasta que toque fondo. Desgraciadamente, el fondo todavía no está a la vista.

Incluso si Argentina intentara pagar sus deudas renunciando a sus reservas, según un informe el banco de inversión Suisse Credit First Boston, solamente tendrían suficientes reservas hasta “la mitad del próximo trimestre”. Probablemente incluso esta estimación sea demasiado optimista. La economía argentina está al borde del colapso y a punto de dejar de pagar sus deudas, esto puede tener efectos serios en toda América Latina y el resto del mundo.

La crisis en Argentina ha enviado ondas sísmicas a todos los mercados internacionales. Los mercados de todo el mundo ahora temen que esta crisis tenga un efecto dominó en otras economías latinoamericanas y más allá. La reacción inicial de los economistas, sobre todo en EEUU, era predecible. Pretenden que la crisis argentina es simplemente un asunto local que no tendrá efectos importantes en otras zonas.
En Washington la Casa Blanca dijo que en esta crisis apenas veía signos de contagio financiero. Insistió en su postura de que las nuevas autoridades trabajarían conjuntamente con el FMI para llevar adelante un programa económico sostenible. Pero precisamente el FMI y su política son los responsables de la crisis actual. La Casa Blanca ha descartado los temores a una crisis económica, una vez más demuestra la misma ignorancia de la economía mundial como en los otros aspectos de la política mundial.

Según Ari Fleischer, vocero de la Casa Blanca, “parece que la crisis está aislada en Argentina y esto es un hecho esperanzador”.

Pero esta visión complaciente no se corresponde con la realidad. Cuando México, Rusia y Brasil en los años noventa dejaron de pagar la deuda y padecieron una crisis de devaluación, el contagio no fue muy importante. Pero en el caso de Argentina se trataría del impago de la deuda (default) más grande de la historia. El abandono del sistema monetario puede tener consecuencias impredecibles. Una devaluación importante del peso argentino golpearía a Brasil que es su principal socio comercial. Y los efectos de la inestabilidad afectará a todos los mercados emergentes. Ya ha provocado una caída del rand sudafricano y los temblores han llegado ya a Hong Kong. The Guardian avisaba: “Wall Street ha ignorado durante mucho tiempo los acontecimientos en su patio trasero económico. Pero Argentina no es una economía intranscendente. Es inconcebible que en una economía global su bancarrota no tenga efectos devastadores. Como siempre, lo más desagradable vendrá de la dirección más inesperada”.

América Latina está sufriendo la crisis económica más profunda desde la Guerra. No hay un solo régimen burgués estable desde la Tierra del Fuego hasta Río Grande. Las condiciones objetivas para la revolución socialista están maduras en los países ex – coloniales desde hace medio siglo. En realidad, están podridas. La decadencia del capitalismo amenaza con hundir a un país tras otro en la barbarie. Los imperialistas no tienen solución para esta situación, no importa las bombas que lancen. La razón por la que la revolución no ha triunfado no es la fortaleza del imperialismo sino la debilidad del factor subjetivo: la ausencia de un verdadero partido y una dirección revolucionarias.

Esto se puede ver claramente en los movimientos revolucionarios de masas que ya se han producido en varios países durante los últimos años: Indonesia en 1998, las revoluciones ecuatorianas de 2000 y 2001, el movimiento contra la privatización del agua en Cochabamba (Bolivia) en el año 2000, la insurrección en General Mosconi (Argentina) en el 2001 y la más reciente insurrección argelina. Una característica común en la mayoría de estos movimientos ha sido la formación de comités populares que representaban a los diferentes sectores de los oprimidos y que han desafiado el poder estatal y lo han sustituido. En el caso de la revolución ecuatoriana, los parlamentos del pueblo consiguieron ganar a un sector del ejército (incluidos algunos oficiales) e incluso tomaron el poder durante unas horas. Sólo la ausencia de dirección impidió la extensión y generalización de este movimiento y frustró la revolución.

De la Rúa tuvo que dimitir en la mitad de su mandato. Prometió terminar con la corrupción reinante con su predecesor peronista, Carlos Menem, que conducía un Ferrari y era famoso por sus relaciones amorosas con conocidas artistas. Pero pronto el gobierno De la Rúa también acumuló acusaciones similares de corrupción, antes de su dimisión su popularidad había caído al 4%.

El Partido Justicialista (peronista) que controla el senado y el congreso, comenzó las deliberaciones para elegir el próximo presidente del país. Según las leyes, se debía elegir una asamblea de diputados federales y gobernadores provinciales para que se hiciese cargo del país los dos años que quedaban hasta las próximas elecciones presidenciales. Pero muchos dirigentes peronistas pensaron que lo mejor sería convocar elecciones generales en noventa días para que el próximo presidente tuviera suficiente autoridad para ocuparse de la crisis.

De la Rúa fue sustituido provisionalmente por Ramón Puerta, el presidente peronista del senado, hasta que el congreso eligiera al sucesor que gobernaría hasta las elecciones. Pero estas maniobras por arriba no resolverán nada. La población exige pan y trabajo. Pero nada de esto es posible sin un cambio fundamental de la sociedad. La crisis económica empeora por horas y los peronistas no pueden hacer nada. La única solución es transferir el poder económico de los grandes bancos y monopolios, tanto extranjeros como argentinos, a la población.

Los peronistas gobernarán hasta las próximas elecciones presidenciales, probablemente en marzo. Pero no tienen respuesta. Los dirigentes del país están desorientados y no saben qué hacer. “La convertibilidad no existe más”, decía Rosendo Fraga, un analista política de Buenos Aires. “Pero tampoco hay un consenso sobre cuál sería la alternativa”. Al final, los peronistas no tendrán otra alternativa que dejar de pagar o pedir una moratoria de la deuda y una “devaluación controlada”, estos dos aspectos se supone serán las piedras angulares del programa económico de la administración interina.

También se espera que el gobierno interino desvincule al peso de su paridad con el dólar estadounidense, una “convertibilidad” que temporalmente solucionó el problema de la inflación, pero que hizo perder competitividad a las exportaciones industriales y agrícolas. Hay algunas sugerencias para que Argentina congele durante un año los pagos de su deuda externa que asciende a 132.000 millones de dólares. Los peronistas culpan a la paridad con el dólar de los despidos masivos que han puesto la tasa de desempleo en el 20%. No hay duda de que esto ha agravado seriamente la crisis. El servicio de la deuda cuesta 8.000 millones de dólares al año y algunos peronistas piden que este dinero se dedique a solucionar los problemas sociales que tiene el país.

Los inversores se preparan para lo peor. Según Neil Dougall, economista de Dresdner Kleinwort Wasserstein: “La devaluación parece ya una realidad y también parece inevitable el cese completo de los pagos de la deuda durante un largo período”. Todos comprenden que la devaluación es inevitable ahora, lo mismo que el impago de la deuda. Pero sobre bases capitalistas estas medidas no solucionarán nada. Argentina seguiría sufriendo las presiones del imperialismo estadounidense. Y una devaluación del peso significaría el regreso de la inflación, que destruiría los ahorros de la clase media y erosionaría el valor de los salarios y las pensiones, hundiendo a la población en una pobreza mayor y preparando nuevas explosiones sociales.

El movimiento peronista está plagado de contradicciones, que pronto saldrán a la superficie. Ya hay una batalla abierta con relación al sucesor de Fernando de la Rúa. Como es obvio los peronistas no tienen respuesta a sus problemas y la presión desde abajo obligó al sindicato peronista a convocar una huelga general.

¿Cuál es el siguiente paso?

Después de los disturbios, la mayoría de los argentinos están regresando a su rutina, o intentan hacerlo. Lentamente, las calles de Buenos Aires recuperan su aspecto normal. Pero no se ha conseguido un equilibrio real. El corresponsal de The Guardian el sábado 22 de diciembre decía lo siguiente: “Una calma espectral reina en los devastados distritos comerciales de Buenos Aires, la promesa de cambio en la dirección parece que ha calmado la rabia popular que estalló ante las medidas de austeridad de la administración. Cuando regresó esta calma relativa es cuando se levantó el estado de sitio”.

La población culpa a la policía por que se sobreexcedió cuando se trataba de manifestaciones pacíficas. El ejército guarda silencio: la clase dirigente política está conmocionada. La atmósfera sigue muy tensa, las masas desconfían y están enojadas. La población se ha dado cuenta inmediatamente de que el cambio por arriba no resolverá nada: “Si regresan los peronistas, regresaremos y volveremos a empezar”, decía una mujer que estaba alegre por la dimisión del presidente. “Menem, De la Rúa, todos beben de la misma copa de vino”, decía un vecino. “Nada va a cambiar”.

Durante un tiempo las masas esperarán y observarán. La primera oleada de rabia probablemente se ha terminado. Pero lo que ahora tenemos no es la paz sino una tregua temporal e incómoda. El mismo ambiente existe entre la clase media. El mismo artículo dice: “Algunos comerciantes estaban todavía demasiado afectados como para volver a abrir ayer sus negocios. Un carnicero decía que “muchos de los saqueadores eran nuestros clientes habituales’. Esto es la anarquía total”.

Con la policía ausente de las calles, los vecinos han tomado la ley y el orden en sus manos e incluso golpeaban a los saqueadores con palos. Hay necesidad de orden, pero basado en el poder de la clase obrera, aliada con los pequeños comerciantes, pequeños campesinos, desocupados, mujeres y jóvenes.

La consigna central de este nuevo poder es la huelga general. Pero la huelga general hay que prepararla y organizarla. La única forma de garantizar que el movimiento transcurra de una forma organizada, sin saqueos y robos, es con la creación de comités de acción, comités electos de trabajadores, que deben ser ampliados e incluir a los representantes electos de desocupados, pequeños comerciantes, estudiantes y todos los elementos de la población, excepto los explotadores.

Los comités deben organizar el transporte y la distribución de comida y otras necesidades de la vida de los sectores más pobres de la población. Deben controlar los precios y patrullar las calles para mantener el orden y luchar contra la reacción. Para llevar adelante estas acciones necesitan armas. Hay que hacer un llamamiento a los soldados y policías para que creen comités electos, para que purguen de sus filas a los fascistas y otros reaccionarios, y vincularlos a los comités obreros. Finalmente, es necesario vincular los comités revolucionarios local, provincial y nacionalmente, preparando el camino para un congreso nacional de comités revolucionarios capaz de tomar el poder en sus manos.

Argentina ha entrado de una forma decisiva en el camino de la revolución. En la próxima década tendrá que resolver la contradicción central. El actual régimen “transicional” no va a resolver ninguno de los problemas fundamentales, sólo les dará un carácter más explosivo y febril. Para la clase obrera y otras masas oprimidas, la elección no es entre deflación e inflación. Sería como elegir morir ahorcado o morir quemado vivo. De una forma u otra hay que resolver la contradicción central. No hay camino intermedio posible. Tanto el monetarismo como el keynesianismo fracasaron. La política de dolarización que defendían los economistas burgueses no es una solución posible. Los acontecimientos de los últimos meses demostraron los peligros de un tipo de cambio fijo. La dolarización ha significado deflación, pero también más desempleo, bancarrotas y miseria. Por otro lado, una devaluación importante dispararía la inflación, lo que provocaría aumento de los precios y erosión de los niveles de vida.

Lenin explicó las condiciones para la revolución. La primera condición era que la clase dominante estuviera dividida y en crisis, incapaz de gobernar de la misma forma que en el pasado. Esta condición ahora existe en la Argentina. La segunda condición era que la clase media estuviera en fermento y vacilando entre el proletariado y la clase dominante. En las recientes manifestaciones muchos de los participantes eran argentinos de clase media amenazados con la ruina. La tercera condición es que la clase obrera estuviera dispuesta a luchar y hacer grandes sacrificios para cambiar la sociedad. Las recientes batallas callejeras demostraron que la juventud y los trabajadores perdieron el miedo a la policía y al estado, que están dispuestos a luchar y morir si es necesario para defender su causa justa.

La condición final era la existencia de un partido y dirección marxistas, dispuestos a dirigir el movimiento y dotarlo de un programa y una perspectiva. Si este partido existiera, si tuviera raíces profundas entre la clase obrera y sobre todo en los sindicatos, el movimiento hacia la revolución socialista podría completarse rápidamente y con la mínima violencia. En ausencia de este partido, la crisis se alargará durante una década o más, y adoptará un carácter convulsivo, con flujos y reflujos, hasta que todo termine en la victoria de la clase obrera o en una nueva dictadura militar incluso más sangrienta. Sin embargo, después de la última experiencia, es poco probable una junta militar llegue al poder sin una guerra civil. Por eso los generales guardan silencio. El primer acto del drama ha terminado. Ahora se están preparando nuevos acontecimientos más convulsivos.

La clase obrera argentina es la más poderosa de América Latina después de la brasileña. Tiene una enorme tradición revolucionaria. Armada con un verdadero programa revolucionario, fácilmente podría tomar el poder y comenzar la transformación socialita de la sociedad. Este acontecimiento transformaría toda la situación en América Latina. Sus efectos serían mayores que los provocados por la revolución bolchevique de 1917. Sus repercusiones se dejarían sentir en EEUU y en todo el mundo. En lugar de preparar nuevas intervenciones militares contra los pueblos de Asia, África y América Latina, los imperialista enfrentarían la revolución en todas partes. Sólo la reconstrucción radical de la sociedad de arriba abajo, puede mostrar el camino al callejón sin salida. En el próximo período la cuestión se planteará de una forma terminante: o la mayor de las victorias o la mayor de las derrotas. Esta es la elección que tiene ante sí la clase obrera y la población argentinas.

23/12/2001