Argentina, Estado y Revolución. Una postura marxista

Argentina: la cuestión del Estado

Desde la asunción del actual presidente Javier Milei en diciembre de 2023, el discurso e imaginario político en Argentina ha sido invadido por una vieja cuestión que había dejado de tomarse seriamente en el discurso capitalista hace alrededor de 100 años: la abolición del Estado. Si bien el Estado y su rol en la sociedad argentina ha sido motivo de debate desde su fundación, la idea específica de la abolición del Estado no había sido tomada como posición política por un partido importante nunca en la historia de la Argentina, menos uno con mayoría electoral. Un candidato autodenominado “anarcocapitalista” no estaba en los planes de nadie hace solo 5 años.

La elección de Milei cambió todo esto, si durante su campaña gran parte de los medios de comunicación y la sociedad argentina había interpretado su postura con respecto al Estado como “poco seria/realista”, una vez que logró ocupar el cargo presidencial su amenaza se volvía súbitamente concreta: ahora que tenía los medios para hacerlo, tanto sus votantes como sus opositores se preguntaban “¿realmente abolirá el Estado?”

La respuesta, como sabemos ahora, fue negativa, pero, siendo realistas, no existía una posibilidad de que hubiera sido de otra manera. Esta conclusión sólo es posible si se piensa seriamente en cuál es el origen del Estado moderno y cuál es el papel que cumple en una sociedad dada. Concatenemos esto con la postura de Milei con respecto a la economía y entenderemos que ambas posturas van en realidad más unidas que nunca. Si el Estado es un mecanismo de control social, Milei solo plantea cambiar el nivel de control que el mismo tiene para un sector de la sociedad: el empresariado alineado con los EE. UU. y Occidente”. Bajo la bandera de la libertad, intenta imponer un plan político destinado a cambiar la relación que las empresas en Argentina tradicionalmente mantienen con los trabajadores. Lo que él llama “flexibilización laboral” no es más que la eliminación de derechos laborales conquistados, con organización y lucha, en el último siglo. Los empleadores, bajo esta visión, estarían amparados por la ley para solicitar períodos de prueba no pagos (una práctica generalizada en EE. UU., las famosas “internships”), tener empleados como “autónomos” (es decir, sin contratos) y suprimir indemnizaciones para una gran mayoría de casos. Lo que Milei vende como el “retroceso del Estado”, no es más que el uso del mismo a favor del empresariado (nacional e internacional) y en contra de los trabajadores. En ningún momento hay una verdadera intención de abolir el Estado

Como marxistas nos vemos constantemente en la posición de explicar cuáles son, no nuestras ideas, sino las del enemigo de turno. En este caso, nos vemos obligados a responder a una duda que solo puede surgir de una profunda ignorancia con respecto a la teoría política: si tanto nosotros como el anarcocapitalismo planteamos abolir el Estado, ¿cuál es la diferencia entre una postura y la otra? No se rían, ¡esto es algo que la gente realmente pregunta! Y entonces está en nosotros tomar la iniciativa y explicar cuáles son nuestras posturas. Ignorando que los “anarcocapitalistas” actuales no siguen su propia ideología (ya que su versión de la abolición del Estado no termina siendo más que un laissez faire), es claro que el planteo que lleva a la duda planteada es incorrecto desde un principio. La cuestión no está en “qué hacer con el Estado” como característica definitoria de una ideología política —esto es meramente un fantasma que hay que dispersar— sino quién hace uso de él y para qué. Al cambiar la mirada hacia los “responsables del Estado” encontramos el centro de lo que nos define como marxistas: la sociedad de clases y el análisis materialista histórico de la misma.

Llegamos aquí al punto en que es necesario recordar cuál es la teoría marxista con respecto al Estado. Este es precisamente el tema central del gran libro de Vladimir Ilích Lenin, El estado y la revolución. Escrita en el exilio en 1917, en esta obra Lenin se propone justamente dilucidar algunas dudas sobre la postura marxista con respecto al Estado, debido a que existía confusión en este aspecto incluso en las filas del partido bolchevique. Lenin nos recuerda cuáles son las ideas de Marx y Engels sobre el Estado, mediante una lectura atenta y precisa de sus obras.

Si nos guiamos por una percepción vulgar del marxismo, este plantearía expandir el control del Estado, “agrandarlo”, no destruirlo; bajo esta visión Marx y Engels serían aparentemente “estatistas”. Pero no hay nada más alejado de la verdad y es necesario entender cuál es la definición de Estado que Marx y Engels usan para comprender por qué esto es así. Engels, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, lo define como:

… un producto de la sociedad en una etapa determinada de desarrollo; (…) la admisión de que esa sociedad se ha enredado en una contradicción indisoluble consigo misma, que se ha dividido en antagonismos inconciliables que es incapaz de eliminar. Pero para que esos antagonismos, esas clases con intereses económicos contradictorios no se devoren entre sí ni devoren a la sociedad, que mitigue el conflicto y lo mantenga dentro de los límites del “orden”. Y esa fuerza, surgida de la sociedad, pero que se coloca por encima y se divorcia más y más de ella, es el Estado. (citado por Lenin, 2007, pág. 13, énfasis propio)

Aquí queda claro: el Estado es un producto del carácter inconciliable de las clases en una sociedad dentro de un momento histórico determinado. En el caso de la sociedad capitalista moderna, que podemos dividir a grandes rasgos  entre burguesía y proletariado, tenemos el caso de la siguiente contradicción: la burguesía necesita explotar al proletariado para existir como tal y el proletariado vende su fuerza de trabajo para subsistir, debido a que no posee capital.

En esta situación, el Estado moderno surge como un instrumento de dominación para mitigar el conflicto que surge de las contradicciones sociales, para que la misma sociedad no se destruya, y que además busca reprimir la lucha de clases. Este es un punto fundamental, el Estado intenta suavizar el conflicto cuando es capaz, y en el caso de no serlo, tiene que recurrir a la fuerza en favor de la burguesía, asegurando que el proletariado no pueda subvertir el orden capitalista. Si la clase dominante gana por la fuerza, no tiene a quién dominar, y si pierde, pierde sus privilegios de clase. Es por eso que la clase explotada y oprimida es la única que tiene algo para ganar en una lucha de clases.

Perón y la “conciliación” de las clases

El punto anterior ha sido tomado por ideólogos burgueses y “corregido” para sus propios fines. El razonamiento es el siguiente: si el Estado es una fuerza de control social que existe para “arbitrar” una sociedad de clases antagónicas, la respuesta ante esa situación es hacer uso del Estado para “resolver” los conflictos de clases y “conciliarlas”. Evitemos confusiones desde el inicio, esta es una postura burguesa de principio a fin. Si fuera posible la conciliación de clases, ¡entonces no existiría el Estado! Esta es una contradicción lógica irreconciliable. Si el Estado surge, justamente, debido al antagonismo de clases, es incapaz de ser el organismo que las concilie, dado que la razón de su existencia se basa en que ese antagonismo exista. Uno no puede conciliarse con quien necesita explotarlo para vivir.

Esta falta de lógica, sin embargo, no ha impedido que la idea de la conciliación se extienda a lo largo de la República Argentina, donde el peronismo ha sido el mayor exponente de esta bandera política. En palabras del mismo Perón, la propuesta de que el empresariado debía hacer “concesiones” era la única solución para frenar la expansión del comunismo en la Argentina. En su discurso del 25 de agosto de 1944 en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Perón deja en claro que, si no se hace algo al respecto, Argentina caerá ante la amenaza del comunismo al igual que otros países latinoamericanos:

En América quedarán países capitalistas, pero, en lo que concierne a la República Argentina, sería necesario echar una mirada de circunvalación para darse cuenta de que su periferia presenta las mismas condiciones rosadas que tenía nuestro país. Chile es un país que ya tiene, como nosotros, un comunismo de acción de hace años; en Bolivia, a los indios de las minas parece les ha prendido el comunismo como viruela, según dicen los bolivianos; Paraguay no es una garantía en sentido contrario al nuestro; Uruguay, con el “camarada” Orlof, que está en este momento trabajando activamente; Brasil, con su enorme riqueza, me temo que al terminar la guerra pueda caer en lo mismo. Y, entonces, pienso cuál será la situación de la República Argentina al terminar la guerra, cuando dentro de nuestro territorio se produzca una paralización y, probablemente, una desocupación extraordinaria; mientras desde el exterior se filtren dinero, hombres e ideologías que van a actuar dentro de nuestra organización estatal y dentro de nuestra organización del trabajo.

Creo que no se necesita ser muy perspicaz para darse cuenta de cuáles pueden ser las proyecciones, y de cuáles pueden ser las situaciones que tengamos todavía que enfrentar en un futuro muy próximo.

Queda claro que, para Perón, es necesario frenar la expansión del “comunismo” en el continente y, a pesar de decirse en una “tercera posición”, es preferible salvaguardar los Estados capitalistas en la región. Este aparente “equilibrio entre dos extremos” no es más que un plan reformista presentado a la burguesía como la única alternativa viable para evitar la expansión del comunismo en Argentina. Perón hace un análisis correcto: ante los reclamos de mejoras laborales de los crecientes movimientos obreros, el Estado Argentino debe hacer concesiones para eliminar los elementos comunistas y socialistas en el país y así salvaguardar la posición privilegiada que ocupa su burguesía. La solución de conciliación de clases se presenta como una alternativa viable ante las viejas prácticas de simple monopolización del poder, Perón le ofrece a la burguesía argentina la “modernización” del aparato de control estatal:

Pienso que el problema social se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear un bienestar social, sin el cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro.

Y este es el “gran planteo” de Perón, del que se hablaría tantos años como una “superación tanto del capitalismo como del comunismo”, que se elegiría tanto como una forma nueva de gobierno surgida en Argentina destinada a proteger los intereses de sus habitantes. Pero como hemos visto, este es un viejo argumento que Lenin se había encargado de desmantelar ¡27 años antes de este discurso de Perón! La conciliación de las clases no es más que una nueva forma de control del Estado. Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de las clases, por su naturaleza no puede ser otra cosa, ya que surge de la necesidad de mantener a una clase explotada en situación de explotación. Cualquier concesión inferior al 100 % que la burguesía haga siempre será una estrategia para continuar su dominación actual. En palabras de Lenin, el Estado es “… la creación del ‘orden’ que legaliza y consolida esa opresión, apaciguando los conflictos entre las clases” (El Estado y la Revolución, 2007, pág. 15).

La destrucción y la extinción del Estado

Volvamos ahora a analizar la pregunta que nos hacíamos al principio, ¿quieren los marxistas destruir el Estado? La respuesta —como podemos inferir ahora que hemos delimitado su naturaleza— es obviamente afirmativa. Pero lo que debe interesarnos en este punto es preguntarnos dos cosas más importantes: el cómo y el porqué. Esto último tiene una respuesta relativamente directa: queremos abolir el Estado porque queremos una sociedad sin clases sociales, una sociedad que no requiera de un Estado. Siendo un poco más detallados, podemos decir que si el Estado moderno surge en un contexto histórico en el que el Capitalismo impera la mayor parte de las sociedades a nivel mundial y, estas sociedades tienen Estados que las regulan debido a que están formadas por clases antagónicas (burguesía, proletariado y todos los matices que puedan pensarse entre ambas), entonces los marxistas queremos abolir el Estado porque queremos cambiar esas condiciones históricas y sociales de dominación y explotación. En otras palabras, queremos cambiar las condiciones que generan la necesidad de un Estado y en consecuencia extinguirlo. Este es un punto en que diferimos con corrientes anarquistas que plantean que la abolición del Estado cambiará las condiciones sociales e históricas, es decir, el razonamiento inverso que hacemos nosotros. Como hemos visto más arriba, este razonamiento es incorrecto porque no ataca el problema que da raíz a la existencia del Estado: la sociedad de clases. El Estado no puede simplemente destruirse y pretender que las personas que han vivido en el contexto histórico que lo genera durante generaciones cambien su forma de organizarse y pensar. Una revolución que se limite a abolir el Estado está destinada a fracasar porque no cambia las condiciones que hacen surgir el Estado.

Lenin recurre a Marx y Engels para encontrar la posición marxista ante esta cuestión. El Estado debe primero destruirse y luego extinguirse ¿A qué nos referimos con esto? Primero, reconocemos que existe un Estado burgués que defiende los intereses de la burguesía y que hace uso de una serie de instituciones para controlar que las contradicciones de clase no se resuelvan en la sociedad. En una revolución comunista, este es el Estado que debe destruirse. Deben destruirse las instituciones burguesas y destruir el aparato del Estado burgués. Sin embargo, aquí no termina el trabajo de la revolución, sino que pasamos a la próxima etapa, lo que Marx denominó la “fase inferior del comunismo”. En esta fase, luego de haber destruido el Estado burgués, debe crearse un nuevo Estado proletario. Este tendría algunas características similares al Estado burgués, como el uso de instituciones para la dominación de una clase a otra, solo que en este caso el proletariado dominaría a la burguesía, la mayoría a la minoría. Si el Estado burgués es la “dictadura de la burguesía” el Estado proletario necesariamente debe ser la “dictadura del proletariado”, es decir, la más amplia democracia con la democracia obrera.

Esto no significa, sin embargo, que el nuevo Estado deba ser una simple contracara del Estado burgués: deben crearse nuevas instituciones, nuevas lógicas de producción, nuevas formas de vida, etc.; todo con el objeto de asegurar que no se terminen dando pasos hacia atrás y no se termine creando un nuevo Estado de clases o se dé la oportunidad de una contrarrevolución. Este nuevo Estado proletario tiene como objetivo cambiar las condiciones materiales e históricas de la sociedad para que la necesidad de un Estado (y de las clases) deje de existir. Es este el Estado que se extingue, y su desaparición constituye el inicio de la “fase superior del comunismo” según la teoría marxista.

Queda así claro, entonces, que el Estado desaparece en dos etapas: se destruye el Estado burgués y se extingue el Estado proletario. Pero aquí debe hacerse una última aclaración, es el Estado proletario el que se extingue, no el burgués. Plantear que Marx dice que el Estado “se extinguirá por sus propias contradicciones” es una lectura errónea de la teoría marxista. No podemos simplemente esperar, como plantean algunos socialdemócratas, que el Estado burgués se extinga debido a las contradicciones presentes en el sistema capitalista. Esto no sucederá, y los Estados modernos han probado una y otra vez la capacidad que tiene el Capitalismo para adaptarse a nuevas condiciones históricas. La única forma de destruir al Estado burgués es mediante una revolución proletaria, no hay espacio para negociar con la clase cuya existencia depende de nuestra opresión.

Conclusión: ¿y qué hay del “anarcocapitalismo” argentino?

La preocupación sobre la abolición del Estado en Argentina es un producto directo de la campaña y la elección de Milei, no hay duda sobre esto. Pero debemos poner sus ideas en contexto, Milei no es el primero en tener un discurso “antiestado” en Argentina. Su línea ideológica se acopla perfectamente a los planteos de Martínez de Hoz en los ’70 y de Cavallo en los ’90, lo que se quiere revertir son las “concesiones” típicas del Estado de Bienestar del siglo XX, las mismas de las que hablaba Perón en la década del ’40. Milei nunca quiso abolir el Estado, el “anarcocapitalismo” es simplemente el último reempaquetamiento de las ideas del “libre mercado” que se discuten en el país desde que Argentina cortó su subordinación a España para “abrir el puerto al comercio libre”, excusa que usó Gran Bretaña para invadir el mercado nacional.

No nos confundamos, a Milei no le interesa el Estado, no hace nada para abordar la naturaleza de su existencia desde ningún punto del espectro político. Hablar del Estado es una pantalla de humo para que no se hable de lo que verdaderamente quiere hacer: vender el país a la burguesía extranjera.

Debemos reconocer y denunciar las estrategias de dominación del Estado burgués en todas sus esferas; y defender los intereses que realmente pueden construir una alternativa viable para una sociedad mejor: la organización masiva de la clase obrera bajo los ideales del Comunismo para destruir al Estado burgués y abolir el Estado de clases para siempre.


Trabajos citados

Lenin, V. I. (2007). El Estado y la Revolución. Buenos Aires: Prometeo Libros.

Perón, J. D. (2022). Discursos, mensajes, declaraciones, documentos, entrevistas y escritos: 1943-1944. Buenos Aires: Biblioteca del Congreso de la Nación.