La revolución argelina no se detuvo con la caída de Buteflika. El régimen quiere ahora desviar la ira de las masas hacia un canal más seguro para él: las elecciones presidenciales previstas para el 4 de julio. Sin embargo la masa de trabajadores y jóvenes de Argelia percibe con claridad el significado de esta maniobra del régimen, que busca recuperar la “legitimidad democrática” mediante elecciones que va controlar de principio a fin.
División del régimen y represión
La camarilla dirigente argelina ha estado dividida desde el comienzo de la movilización. Agrupada en torno al presidente interino Abdelkader Bensalah, una parte de la misma entiende perfectamente la verdad histórica según la cual un régimen dictatorial nunca es tan vulnerable como cuando comienza a reformarse. Esta facción del régimen es hostil a cualquier concesión, para no alentar a los manifestantes a intensificar su movilización, en lugar de calmarlos. Es por esta razón que Bensalah intentó posponer la elección presidencial.
Sin embargo, chocó con el corazón del aparato estatal argelino: el ejército. El jefe del Estado Mayor, Ahmed Gaïd Salah, condenó explícitamente cualquier aplazamiento de las elecciones. Representa a aquellos que, dentro del régimen, intentan maniobrar desviando la ira de las masas en su beneficio buscando el equilibrio entre las clases en lucha. De una manera típicamente bonapartista, el ejército y los servicios de seguridad golpean tanto a la clase dominante como a los oponentes. Oligarcas cercanos a Buteflika, pero también grandes empresarios, han sido detenidos y acusados de corrupción o malversación. Así, el ejército muestra su condena a los elementos más corruptos del clan Buteflika y trata de posicionarse como el árbitro de la crisis argelina. Estas maniobras tienen un lado cómico, porque todos saben, en Argelia, que los generales no son precisamente los elementos menos corruptos de la camarilla dirigente.
La represión ha golpeado también del otro lado. Detenido y condenado en enero por protestar contra el quinto mandato de Buteflika, el activista Hadj Ghermoud sigue en prisión, ¡cuando los propios líderes actuales se han opuesto a que Buteflika continúe en el poder! Otros activistas y líderes de izquierda fueron reprimidos. Louisa Hanoune, la líder más conocida del Partido de los Trabajadores, fue detenida el 9 de mayo. Desde entonces, ha sido encarcelada por cargos de “conspiración” y “rebelión”. No hace falta decir que, a pesar de nuestras diferencias con Hanoune y su partido, exigimos su liberación, como la de todos los que luchan contra la dictadura. Las acusaciones contra Hanoune son ridículas, porque innumerables argelinos son “culpables” del mismo “crimen”: salir cada semana a la calle para desafiar el poder establecido.
La movilización continúa
Cada viernes, cientos de miles de personas salen a la calle. La gran mayoría de los manifestantes son hostiles a la permanencia del régimen, así como a la parodia de las elecciones presidenciales del 4 de julio, controladas por completo por los fieles del régimen anterior. Son muy conscientes de que ningún cambio estético resolverá los problemas del país. Ellos reclaman la salida de todo el régimen corrupto, sin discriminación entre clanes. En su edición del 25 de mayo, el periódico El Watan describe el estado de ánimo de los manifestantes el día anterior: “[…] el hecho principal que resalta es el de una ira apagada expresada contra el Jefe de Estado Mayor Ahmed Gaïd Salah, [ …] así como contra un gobierno calificado como ilegítimo. Esto es lo que expresaron los manifestantes ayer en Jijel, donde resaltaba el eslogan “Y’en a marre de ce pouvoir, y’en a marre des généraux !” (“¡hartos de este poder, hartos de los generales!”), cantado por la multitud, que reiteró su rechazo a las elecciones del 4 de julio cantando: “Ma nvotich, ya ma nvotich (no votaré)”. “
Las condiciones de la victoria
Ningún cambio de caras puede traer a los trabajadores argelinos el control de sus vidas, ni la satisfacción de sus necesidades. Debemos llevar la revolución hasta el final, contra la camarilla dirigente, pero también contra el capitalismo argelino y sus amos imperialistas, en cuya primera fila están los imperialistas franceses.
Esto no se puede lograr con tan solo manifestarse los viernes. Como podemos ver en Francia con el flujo y reflujo de los chalecos amarillos, las concentraciones, por muy importantes que sean, no pueden acabar con un régimen amenazado. La clase obrera debe entrar en acción mediante una huelga general, como las que causaron la caida de Bouteflika en la primavera. En esta ocasión, es necesario coordinar a escala nacional los comités de huelga resultantes de las movilizaciones anteriores y oponer este poder revolucionario al de los oligarcas y los generales. ¡Este es el único camino para la victoria de la revolución argelina!