A 30 años de la guerra en el Atlántico Sur

0
160

Malvinas y la provocación militarista del imperialismo británico

Con la cercanía del aniversario del conflicto de 1982 el gobierno de Cristina Fernández logró reinstalar en la agenda política internacional el reclamo para que Gran Bretaña se siente a negociar la soberanía de las islas del Atlántico Sur. La administración de Cameron intenta aprovecharse montando una provocación militarista bajo la excusa de la defensa de los isleños, sin poder ocultar los intereses del imperialismo británico en la región.

La crisis en Gran Bretaña

Justo cuando el gobierno de coalición conservador-liberal enfrenta una dura resistencia a sus brutales ataques contra trabajadores y jóvenes, decide apelar al viejo recurso del enemigo externo. En tanto representante de los intereses de banqueros y grandes empresarios británicos, Cameron se ve obligado por la crisis capitalista mundial a desmontar los restos del Estado de bienestar. Ha implementado un plan de recortes en el gasto social (salarios, salud y educación), aumento de impuestos indirectos y una amplia emisión de moneda, a la vez que destina fuertes sumas a salvar bancos.

Con todo esto, sólo consigue deprimir aún más la demanda, no logra disminuir el desempleo y además provoca la reacción de los trabajadores y sectores populares. En los últimos meses se ha producido la mayor manifestación de la historia, seguida por la mayor huelga desde 1926. Y además feroces respuestas de la juventud, desde los que rechazan el aumento de los aranceles universitarios hasta los que, marginados, incendiaron varios barrios de Londres.

La provocación militarista

Si bien la primera reacción de Cameron fue recortar también el presupuesto militar en el Atlántico Sur, rápidamente giró, para beneplácito del sector militar-industrial, y montó una provocación que incluye: utilización de una ¨bandera de Falklands¨ en las embarcaciones comerciales (buscando reconocimiento internacional), fuerte militarización de la región (envío del destructor tipo 45 HMS Dauntless, de última generación, aviones Tiphoon 2 de largo alcance, un submarino atómico y la presencia del príncipe Guillermo en traje militar) a la vez que reivindica la política thatcherista de los años 80. Según denuncia la cancillería argentina, Gran Bretaña cuadriplicaría su presencia militar, incluyendo armas nucleares.

El gobierno de Cristina Fernández había conseguido adhesiones en ALBA, Mercosur, UNASUR y la CELAC para que Gran Bretaña comience a negociar la soberanía de las islas, según lo dispuesto por las resoluciones de la ONU. Y ante la escalada del gobierno inglés amplió sus apoyos internacionales, ya que la presencia militar imperialista perturba a todos los países de la región. El imperialismo norteamericano también se incomodó y pidió que se inicien negociaciones.

Cameron acusó a la Argentina de ¨colonialista¨ por los supuestos perjuicios a los isleños ocasionados por las restricciones a los barcos con bandera isleña (si utilizan bandera británica no tienen trabas), a lo que la presidenta respondió el 1ero. de marzo con el ofrecimiento de tres vuelos semanales de Aerolíneas Argentinas desde Buenos Aires para facilitar el comercio y la integración.

Mientras se amplía el apoyo internacional, la burguesía argentina -y sus voceros en la oposición, la intelectualidad y los medios- adoptaron posiciones cercanas a las del gobierno conservador británico. Hablan de ¨embestida¨ del gobierno kirchnerista, de ¨bloqueo¨ contra los isleños y de no respetar su autodeterminación (el gobierno ha retomado la posición diplomática de los años 60 de ¨respeto de los intereses de los isleños¨, y no de su autodeterminación). Estos empresarios lo mínimo que piensan es que el gobierno es imprudente y que perjudica el clima de negocios. Incluso esperan participar como socios menores en los negocios británicos del petróleo, pesca, etc.

La hipocresía del argumento imperialista en torno al ¨respeto a la autodeterminación¨ de los isleños salta a la vista si se considera su falta de autonomía administrativa y la presencia de 1.200 miembros de las FFAA británicas para menos de tres mil habitantes. Además, históricamente el imperialismo ha utilizado la excusa de la autodeterminación para dividir pueblos o para hacer pié en distintos puntos del planeta. Y hoy mismo ignora el derecho a la autodeterminación de los escoceses que lo reclaman en la propia Gran Bretaña, sin ir más lejos.

También queremos señalar la duplicidad de sucesivos gobiernos argentinos que, mientras apelan al reclamo de soberanía de las islas que cubren una superficie de 12.700 km2, aceptan sin embargo que el capital extranjero posea una superficie de 30 mil km2 de tierras (un 10%, en el territorio continental). Lo mismo cuando se denuncia el saqueo de las riquezas en Malvinas por el imperialismo británico, mientras en el continente el 85% del petróleo y la mitad de la flota pesquera argentina están en manos de grandes compañías extranjeras y no se toma ninguna acción contra eso.

Por esa razón planteamos la necesidad de la expropiación, nacionalización y puesta bajo control obrero de las palancas fundamentales de la economía. Sobre bases capitalistas ¿quién puede asegurarnos que en unas hipotéticas Malvinas argentinas no se privatizará el petróleo o se lo entregará a las multinacionales, como ocurre hoy en el territorio continental? ¿Serían las Malvinas de todos los argentinos o sólo de unos pocos?

La guerra de 1982

El conflicto de 1982 fue una guerra reaccionaria, tanto de parte de la dictadura militar argentina como del gobierno conservador de Thatcher.

Frente al creciente descontento social contra el régimen militar, con movilizaciones abiertas contra la represión y la crítica situación económica, Galtieri decidió actuar para intentar perpetuarse. Lo hizo apelando a la reivindicación de Malvinas, muy sentida por las masas. Y en un primer momento tuvo cierto éxito, incluso desorientando a gran parte de los dirigentes obreros y de izquierda, que apoyaron la aventura militar.

Pero nunca podía ganarse una guerra que jamás se planteó como antiimperialista (no se tocó un solo interés económico británico), y con un ejército que torturaba y desaparecía también a sus propios soldados.

El viejo imperio en decadencia no podía permitirse la afrenta de un desembarco que le quitara las islas y, en defensa de su prestigio, reaccionó enviando la flota. Thatcher, hipócritamente, denunció a sus socios de la dictadura militar argentina como fascistas y violadores de DDHH que amenazaban a sus ¨amados isleños¨, cuando en realidad (en medio de la Guerra Fría de esa época) compartían ambos la pertenencia al bloque más reaccionario del planeta. La dictadura argentina era un peón del imperialismo para reprimir los intentos revolucionarios y progresistas en la Argentina y en la región.

Para el gobierno conservador de Thatcher el triunfo en la guerra le permitió zafar del descontento por el elevado desempleo y la caída del nivel de vida de los trabajadores británicos, y mantenerse varios años en el poder. Además, con la multiplicada presencia militar, aseguró a los grandes empresarios británicos la posibilidad de explotar la pesca, el petróleo y el comercio en la región. Y abrió una puerta a los reclamos de soberanía sobre la Antártida, donde existen fabulosas riquezas minerales.

Si Cameron piensa repetir la historia, se equivoca. Esta vez la burda maniobra no pasará. El gobierno argentino ha declarado que no caerá en la provocación militarista. Y los trabajadores y sectores empobrecidos de Gran Bretaña no morderán el anzuelo.

¿Cómo derrotar al imperialismo?

Para expulsar al imperialismo de la región no sirve de nada apelar a la diplomacia de la ONU. Los grandes intereses de banqueros, militares, la industria armamentista y la oligarquía imperialista, mientras se mantengan en el poder en Gran Bretaña, nunca permitirán ceder estos territorios. La diplomacia no es más que palabras, más o menos amables, y Gran Bretaña conserva el poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Además ya hemos visto lo que les importó a Inglaterra, EEUU y otras potencias la opinión de la ONU sobre los conflictos en Medio Oriente. Invadieron igual y crearon situaciones de hecho sin esperar ningún permiso de las demás naciones.

Lo que sí haría replantearse su situación en la región al imperialismo sería la adopción por parte del gobierno argentino de medidas concretas que afectaran los bolsillos de los grandes intereses mencionados. Se podría empezar expropiando a los grandes terratenientes británicos en el país, nacionalizando la banca privada inglesa, y las empresas de energía, mineras y de comercio exterior. Las organizaciones populares y sindicales, comenzando por las vinculadas al kirchnerismo, deberían levantar tal programa de expropiación del capital británico y extranjero y exigirle al gobierno que lo haga, si éste no avanza por esa senda. 

Una acción basada en la indispensable movilización de los trabajadores y los sectores populares contra el imperialismo (y sus socios y defensores locales) despertaría la solidaridad de las masas de todo el continente y de los trabajadores británicos que luchan también contra esos mismos intereses. Ese es el camino para la derrota del imperialismo y para la construcción de una nueva sociedad igualitaria internacional, el socialismo.

Sólo terminando con el capitalismo en Argentina y Gran Bretaña habría una solución real al conflicto de Malvinas, al eliminar el interés de negocio capitalista, tanto de los burgueses británicos como argentinos, sobre las islas y sus recursos. Por lo tanto, esta es una tarea que sólo pueden resolver los trabajadores de ambos países, y bajo esas condiciones sería perfectamente posible alcanzar un acuerdo amistoso y fraternal que dé satisfacción al pueblo trabajador argentino de sentir las Malvinas como propias y a los isleños de mantener sus vínculos nacionales con una Gran Bretaña socialista, si así lo desean.

SE PUEDE LEER TAMBIÉN:

Las Malvinas, el petróleo y la Antártida: una posición socialista (David Rey, abril 2010)

Las Malvinas, el socialismo, la guerra y la cuestión nacional  (Alan Woods, febrero 2004)