El régimen neofranquista español fracasó en su objetivo de impedir la mayoría absoluta del independentismo catalán en el Parlament y desalojarlo de la Generalitat. No obstante, alardea de haber disciplinado a los dirigentes de ERC y del PDECAT para que abandonen la vía del independentismo unilateral, y se felicita por haber establecido una cabeza de puente reaccionaria en las zonas obreras de mayoría castellanohablante, principalmente a través de Ciudadanos. Sin duda, pretenden estimular un enfrentamiento entre los trabajadores catalanes en líneas nacionales. Este es un enorme peligro que los obreros españoles y catalanes deben combatir firmemente.
Ante la demanda de un derecho democrático como el de la autodeterminación, el régimen no ha tenido más respuesta que la fuerza bruta del Estado, imponiendo un estado de excepción en Catalunya (con encarcelamientos, prohibición de actos y consignas, apertura de causas judiciales a tutiplén, etc.), acompañado de una campaña de terrorismo mediático y económico. Pero pagará un precio. El resentimiento que está acumulándose en amplias capas de la población catalana se manifestará, tarde o temprano, en nuevas explosiones de luchas de masas contra el régimen monárquico.
En esta situación, es necesario un cambio de actitud de la izquierda independentista catalana hacia la clase obrera española, a la que ha ignorado desde el referéndum del 1-O. Debe intentar establecer vínculos con ella, apelando a su solidaridad contra la represión y a que se una en la lucha contra el régimen monárquico con sus propias reivindicaciones de clase. Esto podría encontrar un oído receptivo en el sector más avanzado de aquélla y mejorar las condiciones para revertir el ambiente superficial de chovinismo españolista y anticatalán fuera de Catalunya. Además, favorecería la extensión de la lucha contra el régimen más allá de Catalunya, cuando ésta retome su impulso.
Unidos Podemos cede a la presión del régimen
A quien correspondía la principal responsabilidad en esta tarea era a la izquierda estatal. Ha habido condiciones excepcionales para liderar la lucha contra el régimen del 78 y su reaccionario agitar de banderas monárquicas, vinculando la lucha por el derecho a decidir del pueblo catalán con la lucha contra el carácter neofranquista del aparato del Estado, la monarquía, la precariedad laboral y las políticas de austeridad. Pero Unidos Podemos (UP) y los Comunes en Catalunya han renunciado vergonzosamente a esto por no haber resistido la presión de la “opinión pública” oficial.
Para justificar su impotencia, los dirigentes de UP proclaman que el 21D ganaron las “derechas” catalana y española. Pero Puigdemont no ganó en el campo independentista con un programa “derechista” bajo el brazo. Demagógicamente o no, lo hizo levantado banderas democráticas y antirrepresivas. Por el contrario, la burguesía catalana se alineó con la burguesía y la derecha españolas, trasladando la sede social de miles de empresas fuera de Catalunya para chantajear a su pueblo en las elecciones del 21D.
El compañero Alberto Garzón dice que los conflictos nacionales le resultan indiferentes porque no tienen que ver “con las cosas de comer”, a diferencia de los temas sociales. Así, él se abstiene de la lucha por los derechos democráticos y contra una política en Catalunya que fortalece la represión estatal, a la reacción y a la conciliación de clases bajo la égida del neofranquismo de PP y Ciudadanos, una política que está utilizándose también contra la izquierda, los trabajadores y la juventud luchadora de todo el Estado. Garzón, que se proclama comunista e internacionalista, dice que quiere una “España unida con derechos sociales”. Pero al renunciar ahora a cualquier referencia al derecho de autodeterminación de Catalunya se coloca, a su pesar, al lado del nacionalismo español, y no al margen de todo nacionalismo. Un marxista y un internacionalista no sólo debe proclamar la unión voluntaria y en pie de igualdad de todos los pueblos sino la propia existencia transitoria de su país, si tiene en el horizonte la perspectiva del socialismo internacional, bajo la forma de una federación de repúblicas socialistas que prepare, en una etapa posterior, las condiciones para una disolución de todas las fronteras nacionales.
La España del 15M
El compañero Pablo Iglesias no tiene una posición mejor. En el último Consejo Ciudadano Estatal de Podemos defendió que “en 2018 tenemos la enorme responsabilidad de contribuir a lograr que la España del 15M venza a la vieja España de las guerras de banderas”.
Pero ¿qué pedía la España del 15M? Instintivamente, era una protesta contra el régimen, contra toda injusticia, contra la arbitrariedad y la dictadura de los banqueros y capitalistas, por una “democracia real”, etc.
Podemos ha malgastado en 4 años la colosal confianza política que depositaron en él millones de personas, que han sido tratadas por sus dirigentes como niños de pecho. Obsesionados con la ampliación de su base electoral a cualquier precio, han dado bandazos de una posición a otra, generando desconfianza y desilusión. Un verdadero dirigente trataría de concienciar y elevar el nivel de comprensión de sus bases hablando claro, a la espera de que la experiencia corroborara sus posiciones. Lo que se necesita decir es muy simple, la verdad: que hay una dictadura del capital que practica el terrorismo económico contra la clase trabajadora, que es necesario que las palancas económicas fundamentales estén en manos del pueblo para utilizarlas en provecho de la mayoría, que el aparato del Estado (judicatura, altos funcionarios, mandos policiales y del ejército) es una agencia a sueldo de los ricachones y que debe desconfiarse completamente de él, que la monarquía es una antigualla y una herencia del franquismo y necesitamos una república democrática. Hoy día la dirección de UP ni siquiera se atreve a pedir la nacionalización de las compañías eléctricas; menos aún incluir en su programa la República.
Los dirigentes de UP hablan mucho de los derechos sociales, pero ¿qué han hecho estos años al respecto, aparte de discursos? ¿Qué proponen los dirigentes de Podemos e IU a sus militantes en empresas y sindicatos para luchar contra la precariedad laboral? ¿Por qué no han impulsado una coordinadora estatal contra la represión? ¿Organizan mítines en los barrios explicando sus iniciativas parlamentarias? ¿Por qué culpan a la “crisis catalana” de haberles impedido hacer nada de esto? Los dirigentes de UP se muestran fatuos con los “ayuntamientos del cambio”. Pero ¿por qué sigue habiendo desahucios sin alternativa habitacional en Madrid, Barcelona o Cádiz? ¿Cuántas empresas han remunicipalizado? ¿Por qué no han convocado una sola protesta popular en ninguna de las ciudades que gobiernan, ni a nivel estatal, contra los chantajes de Montoro y del PP? Cuando Garzón e Iglesias, arrogantemente, desprecian la “guerra de banderas” les decimos: al menos, la lucha por los derechos democrático-nacionales ha permitido a un sector amplísimo de la población catalana desafiar el poder del Estado neofranquista, repudiar sus leyes injustas, organizar una votación ante sus narices y enfrentarse a su represión, improvisando organismos populares de lucha como los Comités de Defensa de la República. Digamos la verdad: los dirigentes de UP se asustaron del potencial revolucionario de este movimiento y desertaron de la lucha. Así, quien ha reflejado fielmente la “España del 15M” han sido las amplias franjas del pueblo catalán en su lucha por la república catalana, y no la dirección de Unidos Podemos.
Claramente, se observa un giro a la derecha en UP reforzado por los acontecimientos de Catalunya, con un coqueteo inadmisible hacia el nacionalismo español. Hay una percepción cada vez mayor de que UP ha renunciado a una lucha real contra el régimen del 78, fiándolo todo a la labor institucional. Las disputas recientes entre las direcciones de IU y Podemos ni siquiera tienen, por el momento, una base política o programática sino intereses de aparato por las listas electorales del próximo año. Por este camino, UP acrecienta el peligro de un declive político irreversible.
Contra el pesimismo
Basta mirar la situación alrededor para rechazar el pesimismo de los dirigentes de UP. El ambiente reaccionario actual es superficial y no durará. Millones de trabajadores y jóvenes están furiosos con sus condiciones de vida. Lo que se necesita es una campaña enérgica de denuncia de las injusticias sociales. Al nacionalismo español reaccionario de Ciudadanos, PP y PSOE hay que oponer una política de clase y socialista valiente que levante alta la bandera de la República y explique que quienes amordazan a Catalunya son los mismos que explotan y sangran a los trabajadores españoles. Hay que retomar la defensa del derecho de autodeterminación para Catalunya, y poner en pie una campaña poderosa en defensa de las libertades democráticas en todo el Estado y por la liberación de los presos políticos, y mostrar la podredumbre del régimen y de su aparato de Estado. Hoy más que nunca se necesita un punto de referencia valiente que aglutine el descontento popular a la espera de un cambio sustancial que vuelva a poner a millones en las calles.