El Estado español pretende aparecer como el vencedor en la batalla inacabada contra el independentismo catalán, pero el hecho más significativo de lo sucedido en estos dos meses ha sido el desarrollo del mayor movimiento de desobediencia civil habido en el Estado español en 40 años. Este movimiento ha sido protagonizado por millones de personas comunes y corrientes, ha tenido características revolucionarias y ha puesto en jaque al régimen del 78 y a su aparato de Estado heredado del franquismo. Las lecciones a sacar de este conflicto, que está lejos de haber concluido, son preciosas; y ayudarán a forjar la conciencia revolucionaria de la nueva generación, en Catalunya y en todo el Estado.
El encarcelamiento de los 7 miembros del Govern de la Generalitat y la orden de captura contra el resto que se encuentra en Bélgica, demuestran la saña y el encono del Estado español contra aquellos que han osado ejercer el derecho democrático de autodeterminación. Sus representantes políticos directos del PP y Ciudadanos han aplaudido las medidas, lo mismo que la dirección socialista que ha demostrado nuevamente ser una agencia del establishment.
No obstante, la situación es volátil y cambios bruscos y repentinos están implícitos en la situación, como lo demuestra la nueva oleada de movilizaciones que está dándose tras la detención de los 7 miembros del Govern. Mañana miércoles 8 de noviembre hay convocada huelgas y manifestaciones en toda Catalunya. En los últimos días, los Comités de Defensa de la República (CDR) han cortado carreteras y organizado protestas. También está en el aire el destino de Puigdemont, refugiado momentáneamente en Bélgica. En realidad, en todo el proceso se ha dado el mismo patrón: ante las medias tintas de la dirección del “Procés” ha sido la intervención explosiva de las masas en respuesta a la represión del Estado (el 20 de setiembre, el 1 de octubre y el 3 de octubre) la que ha empujado el proceso hacia adelante.
La impotencia de la dirección de Unidos Podemos
La postura de los dirigentes de Unidos Podemos durante todo este proceso ha sido escandalosa. A pesar de defender formalmente el derecho de autodeterminación, cuando este se ejerció en la práctica en el referéndum del 1 de octubre, no lo apoyaron. Cuando el Estado español demostró estar dispuesto a ir hasta el final para aplastar cualquier intento de ejercer el derecho democrático de autodeterminación, los compañeros dirigentes de IU, Podemos y de los Comunes (con muy pocas excepciones) pusieron al mismo nivel la represión del Estado y el referéndum catalán (“ni 155, ni DUI”, “ambos son irresponsables”). Ante la represión del Estado salieron con actitudes abstractas sobre su oposición a “todos los nacionalismos”, poniendo al mismo nivel el reaccionario nacionalismo español de raigambre franquista que aplasta los derechos democráticos de Catalunya, con el nacionalismo catalán democrático que quiere ejercerlos, y que aspira a una forma republicana de gobierno. Se han colocado en realidad en el campo de la “unidad de España” en abstracto, en lugar de ponerse firmemente en el campo de la defensa de los derechos democráticos y contra el régimen del 78.
Por alguna razón, Alberto Garzón ha querido llevar esta postura hasta lo esperpéntico, negando el carácter de presos políticos a los miembros del Govern y a los Jordis, actualmente detenidos, haciendo comparaciones fuera de lugar, oponiendo a aquéllos los presos del franquismo, como los “auténticos” presos políticos. No es casualidad que los medios de la derecha le hayan dado máxima publicidad a declaraciones tan irresponsables, que sólo le lavan la cara a régimen y benefician a su represión.
El compañero Garzón se muestra muy ufano con su propia alternativa: “Una república federal y plurinacional con un referéndum pactado”, y dice que la va a llevar por todo el Estado. Muy bien, compañero Garzón. Podrás difundirla todo lo que quieras, y hasta ganar las elecciones con mayoría absoluta. Pero ¿qué harás cuando el aparato del Estado y la burguesía misma muevan todo su músculo para aplastar tus aspiraciones? ¿Qué harás cuando el Tribunal Constitucional o el Tribunal Supremo declaren ilegales tus iniciativas?, ¿Y cuándo el IBEX35 inicie una campaña de terrorismo económico amenazando con llevarse las empresas?, ¿o cuando el Rey salga por TV denunciando todo como una locura llamando a las fuerzas policiales y militares a obedecer al Jefe del Estado, a él? Al final, o te someterás o tendrás que seguir el valiente ejemplo del pueblo catalán, de seguir su propio instinto y voluntad, desobedeciendo leyes injustas y tribunales que nadie ha elegido y que representan la sola voluntad de los poderosos.
En realidad, lo que ha revelado el conflicto catalán es la necesidad acuciante de organizar un ala marxista y revolucionaria de masas en el movimiento que pueda oponer una alternativa ante los desatinos y desorientación política que han mostrado las direcciones de la izquierda en estos tiempos convulsos.
Las limitaciones de la dirección del Govern
Ciertamente, el Estado ha podido imponer el artículo 155 y sus medidas reaccionarias, en un primer momento, pese a su rechazo popular masivo en Catalunya. Después de la proclamación de la República el 27 de octubre, existían las condiciones para un movimiento de masas de resistencia que desafiara abiertamente el golpe de estado del artículo 155. Los trabajadores de TV3, Catalunya Radio y el resto de medios de la Generalitat habían anunciado que iban a desobedecer a cualquier directiva impuesta. Lo mismo había afirmado el sindicato mayoritario en la enseñanza pública USTEC-STEs. El sindicato mayoritario de la función pública CATAC también había rechazado el 155.
A la hora de la verdad, cuando las bases independentistas esperaban una señal o un llamamiento a la acción tras el anuncio de Rajoy, nada vino de sus dirigentes. Estos, en la práctica y salvo algunos gestos, aceptaron fatalmente la decisión del Estado, y rápidamente se mostraron dispuestos a participar en las elecciones catalanas convocadas por Rajoy para el 21D. El Govern no dio ningún paso para hacer efectiva la declaración de la República Catalana.
Toda la actividad de los dirigentes de Govern desde el 3 de octubre se ha basado en una estrategia que ha demostrado su bancarrota. En lugar de basarse en el movimiento de las masas en las calles, la estrategia del Govern era la de conseguir la mediación internacional para sentar al Gobierno español a negociar. La proclamación formal de la República catalana, programada inicialmente para el 3-4 de octubre, fue suspendida el 10 de octubre (para dar tiempo a la negociación y la mediación) y aplazada hasta el día 27, tras innumerables trompicones y con, incluso, un intento fallido en la víspera de traicionar abiertamente el movimiento, cuando Puigdemont insinuó la convocatoria de elecciones sin proclamar la República.
Los hechos han demostrado que a lo máximo que aspiraban los dirigentes del PDeCAT, ERC, era una proclamación simbólica de la república e independencia catalana, pero aceptar con fatalidad la intervención de la autonomía por el gobierno central.
Las declaraciones de Santi Vila (el conseller que dimitió después de la declaración de independencia) son muy reveladoras. En una entrevista a RAC1 explicó que no había hecho nada por preparar las estructuras de un estado independiente desde su consellería porque no creía en ello. No se trata de un caso aislado. En realidad el Govern decidió hacer una declaración meramente formal porque desde su punto de vista no podían seguir adelante. Las bases del movimiento se preguntan, con razón, ¿dónde estaban las “estructuras de Estado” que supuestamente se habían ido construyendo durante largo tiempo?
Lo cierto es que todos los pasos del Govern (la convocatoria del referéndum, la suspensión de la declaración de la República, etc.) iban encaminados a conseguir un apoyo internacional que forzara una negociación con el Estado. Sin embargo, como era de prever y habíamos advertido, la UE se alineó como un solo hombre con el Estado español.
En su declaración en Bruselas el martes pasado, Puigdemont señaló que la alternativa a proclamar la República sólo de manera simbólica era una resistencia que hubiera llevado a una oleada de represión brutal contra los funcionarios públicos. Esas palabras demuestran la falta absoluta de confianza en la capacidad del movimiento de masas para combatir y enfrentarse a la represión (que sin duda se hubiera producido). De hecho, informaciones periodísticas señalan que el Govern quería suspender el referéndum el día 1 de octubre a mediodía, ante la brutal represión del Estado. La gente que defendía las urnas y los colegios electorales llegó hasta el final y aseguró una magnífica participación de más de dos millones de personas en condiciones muy difíciles.
De esta política vacilante y inconsecuente son responsables en primer lugar el PDECAT (y dentro del mismo los sectores más directamente vinculados a la burguesía catalana, como Santi Vila), pero también ERC que se mantuvo totalmente apegada al PDECAT, sin expresar ninguna crítica ni empujar ninguna política diferenciada en ningún momento.
Para la corriente Lucha de Clases-Corriente Marxista Internacional tal desarrollo no ha sido una sorpresa. Hemos señalado consistentemente en todos nuestros artículos la incapacidad de la pequeña y mediana burguesía nacionalista de liderar una lucha efectiva por la liberación nacional, por dos razones: por su incapacidad de arrastrar a una mayoría significativa de la clase obrera catalana a la misma, y por carecer de la determinación necesaria para organizar una lucha de masas consecuente por la independencia. Esta falta de determinación se debe, a su vez, a otras dos razones: su miedo a un enfrentamiento frontal con el Estado español y su temor a ser rebasada por las masas mismas y a que éstas impongan sus propias demandas sociales que apuntarían también contra la burguesía catalana grande y mediana. De ahí los llamamientos constantes a la protesta “pacífica”, a “no caer en provocaciones”, para que la movilización social transcurra en todo momento por canales seguros y bajo su control.
Los Comités de Defensa de la República
Además del movimiento oficial encabezado por PDECAT, ERC y la Asamblea Nacional Catalana, se ha desarrollado un movimiento por abajo, los Comités de Defensa del Referéndum, que ahora han cambiado su nombre por el de Comités de Defensa de la República (CDR). Actualmente, existen más de 170 CDR por toda Catalunya, que agrupan a miles de activistas, y en los que la CUP ha jugado un papel importante, y que escapa al control de la dirección del PDECAT y ERC. Los CDR han sido marginados y vistos con desconfianza por los dirigentes oficiales del movimiento desde el primer momento, hasta el punto de boicotear y llamar a no participar en algunas de sus acciones. Pero los CDR han adquirido una dinámica propia, si bien sería exagerado decir que son un movimiento de masas en estos momentos, sí agrupan a los activistas más avanzados, la vanguardia del movimiento, y en una dinámica ascendente podrían convertirse en potentes comités directores de la lucha en toda Catalunya y en embriones del poder obrero en barrios y ciudades.
La lucha por el derecho de autodeterminación de Catalunya reivindica brillantemente la posición defendida por León Trotsky en su “teoría de la revolución permanente” que dice que en la época del imperialismo, en los países débiles y atrasados, las tareas democrático-nacionales pendientes sólo pueden completarse con métodos revolucionarios y bajo la dirección de la clase trabajadora. La burguesía española y su aparato de Estado son demasiado reaccionarios para conceder ese derecho al pueblo catalán. La burguesía catalana se ha alineado con su hermana de Madrid en este conflicto. Y la pequeña burguesía catalana ha mostrado sus limitaciones para llevar la lucha hasta el final. Corresponde a la clase obrera catalana ponerse a la cabeza del movimiento.
¿Cómo ganar a la clase obrera de manera decisiva?
El elemento más importante en la ecuación es la clase obrera, tanto catalana como española. Sin un apoyo mayoritario y claro de la clase obrera catalana no es posible alcanzar una república independiente en Catalunya. Y conseguir el apoyo, la simpatía o la neutralidad activa de la clase obrera del resto del Estado hacia la causa del pueblo catalán resulta vital para debilitar a la reacción españolista y al régimen en su propio territorio. Esto quiere decir que cuanto menos nacionalista sea la aproximación del movimiento independentista hacia la clase obrera catalana y del resto del Estado más probabilidades de éxito tendrá en atraerlas; y al revés, cuanto más nacionalista sea, más dificultades tendrá en conectar con ellas y más fácil lo tendrá el nacionalismo español reaccionario para dividir a la clase trabajadora.
Sin duda, la clase obrera catalana está dividida sobre la cuestión de la independencia. Un sector, más extendido entre los empleados públicos y entre las capas precarizadas, sobre todo entre la juventud obrera, se alinea mayoritariamente con la república catalana. Pero otro sector, más extendido entre la capa tradicional del movimiento obrero en las grandes fábricas del cinturón rojo barcelonés, del Vallès, del Baix Llobregat y de Tarragona –donde predominan los trabajadores de ascendencia castellano-parlante– mira con desconfianza e incertidumbre el Procés por varias razones, no necesariamente comunes a todos ni con el mismo arraigo: la presencia del PDeCAT del que desconfían por su oportunismo político y su carácter burgués, el impacto de la campaña de terrorismo económico desplegado por la clase dominante y la incertidumbre que provoca sobre el destino de los empleos, las jubilaciones, la viabilidad económica de una Catalunya independiente, etc. y, en tercer lugar, el sentimiento de pertenencia al resto del Estado.
Lo cierto es que una de las debilidades que hemos observado en el campo independentista tras el 1-O ha sido la ausencia de un discurso, de una apelación, de un llamamiento a la clase trabajadora española, a sus organizaciones y a la izquierda, para que les apoyen y se solidaricen, y para que se les unan en la lucha para terminar con el régimen del 78 y con la monarquía en todo el Estado. Eso habría ayudado al sector de la clase obrera catalana más reticente a que mirara el Procés con otros ojos, al permitirle considerar que sus esfuerzos en Catalunya por una república propia podría ayudar y estimular a sus hermanos de clase en el resto del Estado a lanzarse por la misma senda, y a la posibilidad de que ambos procesos, en Catalunya y en el resto del Estado, pudieran empalmarse en determinada fase, lo que fortalecería las posibilidades de triunfo contra el enemigo común y las posibilidades de establecer una república democrática, viable, y avanzada socialmente, ya fuera de manera independiente a ambos lados del Ebro, o confederadas. Por otro lado, el llamamiento a la solidaridad de la clase obrera española habría contribuido a combatir el chovinismo españolista y la despreciable campaña anticatalana de los medios burgueses fuera de Catalunya.
Está claro que el PDeCAT jamás empleará esta táctica. Es imposible movilizar a la clase obrera sin un programa social avanzado, algo que el PDeCAT jamás defenderá. Aparte, tiene desconfianza orgánica al movimiento de masas, y a la clase obrera en particular. Además, no contempla otra salida que alcanzando un acuerdo (imposible) con el Estado español, por lo que es improbable que haga un llamamiento a su población para que se levante contra él.
La CUP y la izquierda revolucionaria catalana
La CUP es la organización más idónea, dentro del campo independentista, para haber aplicado una política similar a la que hemos sugerido. Una de sus principales corrientes, Endavant, se reclama marxista y lucha por una república catalana socialista. Los compañeros de la CUP desde el principio han tenido una política diferente hacia el movimiento, planteando abiertamente que “sin desobediencia no habrá independencia” e impulsando de manera decidida la creación de los CDR. Sin embargo, en los momentos clave, y particularmente en la semana del 27 de octubre y después de la proclamación de la República, no ofreció una clara orientación alternativa a la política del Govern. Parecía que en lugar de tratar de disputar la dirección del movimiento o desbordar al Govern por abajo, la actividad de los compañeros y compañeras dirigentes de la CUP se concentrara en presionar al Govern por arriba.
Las raíces de la organización en la clase obrera y los sindicatos son poco profundas, por el momento, y dentro de la CUP existe una corriente, Poble Lliure, que plantea una política etapista hacia el movimiento: primero, en alianza con sectores de la burguesía nacionalista, conseguir la independencia; después, más adelante, romper con ella para luchar por el socialismo.
Es necesario, por tanto, abrir un debate profundo dentro de la izquierda revolucionaria catalana en cuanto a táctica y estrategia.
La única manera de tener éxito en arrastrar masivamente a la clase obrera en Catalunya hacia la perspectiva de la república es, en primer lugar, dándole un carácter socialista a la lucha, que incluya la defensa de la nacionalización de las grandes empresas y bancos bajo el control democrático de los trabajadores; y en segundo lugar, vinculando la lucha por la república socialista catalana con la extensión del proceso revolucionario al resto del Estado; eso, además de asestar un golpe casi decisivo a la reacción españolista y monárquica, permitirá vencer los últimos recelos de aquellos trabajadores catalanes que se consideran de izquierdas y luchadores pero que no desean perder sus vínculos afectivos, familiares o de pertenencia con el resto del Estado, para que se unan a la lucha común del resto de la clase obrera y del pueblo de Catalunya.
La experiencia limpiará y despejará el camino. Dentro de la izquierda revolucionaria y transformadora de Catalunya se ve una convergencia política creciente entre la CUP, sobre todo el sector de Endavant, el sector de Podem que sigue a Albano Dante y otros sectores de la izquierda catalana como Procés Constituient. Esta confluencia podría ofrecer una bandera nítidamente de izquierdas, socialista y revolucionaria que, apoyada en el movimiento de masas de los CDR y extendiendo su influencia en la clase trabajadora, comenzando por la juventud obrera, podría proponerse disputar la dirección del movimiento al ala pequeñoburguesa del mismo, ganando incluso a un sector de ERC que podría girar más a la izquierda (sobre todo en la juventud). La primera prueba son las elecciones del 21D. Es seguro que la población catalana participará masivamente para golpear al régimen español. La izquierda catalana combativa no debería mezclarse en un frente amorfo, sino mostrar su faz y su programa presentando su propia lista, lo que tendría un enorme impacto.
Eso debe completarse con un llamamiento claro y persistente a la clase obrera española y a sus organizaciones, además de sostener la lucha contra la política represiva y autoritaria del gobierno central en Catalunya en los próximos meses, a salvaguarda de lo que depare el 21D. Las condiciones estarían dadas, entonces, para un avance significativo de la izquierda revolucionaria y socialista del movimiento independentista. Pero la condición debe ser esa: no orientarse a la clase obrera catalana y del resto del Estado con un enfoque nacionalista, sino internacionalista y socialista. Esa será la clave del triunfo, la concepción de la revolución catalana, de la lucha por la república socialista de Catalunya, como el detonante de la revolución socialista ibérica, y la antesala de la revolución socialista europea.
Las tareas de la izquierda española
Por su parte, la izquierda española y su ala revolucionaria, no deben dejarse intimidar por la reacción españolista desatada. Pese a todo, ésta tiene un carácter superficial y cuanto más arrogante y franquista se muestre, antes desatará un movimiento de masas en su contra.
Ya hemos explicado en artículos anteriores nuestra posición sobre Unidos Podemos y su dirección en relación a Catalunya. Instamos a todos los compañeros de Unidos Podemos y sus confluencias, y a la izquierda española en general, a defender incansablemente el derecho democrático del pueblo catalán a formar un Estado independiente, y a combatir cualquier medida represiva contra Catalunya, movilizando las propias fuerzas para denunciarlo y, si fuera posible, impedirlo. Al mismo tiempo hay que levantar un programa socialista, republicano y revolucionario. El eje de la agitación debe ser vincular el régimen podrido del 78, su corrupción, sus injusticias, la deriva autoritaria y franquista de su aparato de Estado y de la monarquía, con el sistema capitalista mismo que ampara a las 200 familias de la oligarquía que controlan las 100 mayores empresas del país y el 80% de la riqueza nacional.