Hace cinco años, el 20 de octubre de 2011, Muammar Gaddafi fue capturado y asesinado a tiros por las milicias del Consejo Nacional de Transición de Libia, con el apoyo activo de los servicios de inteligencia franceses. ¿Pero qué han logrado los imperialistas?
Los acontecimientos revolucionarios en Túnez y en Egipto, la “primavera árabe” tuvieron impacto también en Libia . En Bengasi una insurrección popular estalló en febrero de 2011, pero fue aplastada brutalmente por el ejército. La fuerza utilizada por el régimen de Gaddafi en el enfrentamiento con los manifestantes llevó a una guerra civil, en la que los imperialistas occidentales se implicaron aprovechando el vacío político dejado por el régimen.
A pesar de que las potencias occidentales habían estado haciendo buenos negocios con Gaddafi, nunca confiaron en él plenamente a causa de su comportamiento en el pasado, durante décadas. Por lo tanto, ellos vieron la guerra civil como una oportunidad para sacarlo del poder e intervenir militarmente para poner fin a la revolución árabe que había estallado en Túnez y Egipto. También dio a potencias como Francia y Gran Bretaña la oportunidad de reafirmarse en la escena mundial.
Con la muerte de Gaddafi, estaba la “misión cumplida”, en lo que se refiere al imperialismo occidental. Sin embargo, la situación real hoy en día es toda la contraria. Libia es un país desgarrado y dividido, donde ningún gobierno nacional puede pretender tener un control real del país y donde las milicias locales (incluyendo las del Estado Islámico, EI) tienen el poder sobre la vida y muerte de la población de las zonas bajo su control.
La economía está en una situación desesperada. El producto interior bruto (PIB) se contrajo un 10,2% en 2015, tras el batacazo de un 24% en 2014. En 2015, la producción de petróleo crudo cayó al nivel más bajo registrado desde la década de 1970, a alrededor de 0,4 millones de barriles por día (bpd), lo que representa una cuarta parte del potencial existente. (fuente: www.worldbank.org)
A pesar de todo esto, en una reciente entrevista con Al Jazeera, el ex secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, defendió los ataques aéreos contra Libia, afirmando que “Fue una intervención militar muy exitosa.” El único pequeño problema, como él dice, es que “la ONU no la apoyó políticamente”. Parafraseando las palabras de Tácito, “Crearon un desierto y lo llamaron paz …” ¡Y están orgullosos de esto!
Las palabras de Fogh Rasmussen, revelan el cinismo de la clase dominante. A ellos les trae sin cuidado las terribles desgracias de la gente común o el sufrimiento de los cientos de miles de mujeres y niños que tuvieron que abandonar sus casas y vieron la destrucción de sus familias. Lo más importante para ellos es que han vuelto a establecer su superioridad y poder sobre estas “dictaduras brutales” en los llamados países del tercer mundo.
Condenamos enérgicamente la intervención imperialista, y los desarrollos recientes confirman que teníamos razón. Sin embargo, al tiempo que condenamos la intervención imperialista en Libia, no nos unimos al coro de los diferentes post-estalinistas de varias índoles que creen que bajo Gaddafi, Libia era una especie de “tierra de leche y miel”.
Gaddafi tomó el poder en 1969. Él fue el líder de un golpe de estado promovido por el Movimiento de Oficiales Libres, influenciado por el panarabismo y el Egipto de Nasser. Su postura era claramente antiimperialista, y cuando Gaddafi entró en conflicto con las potencias occidentales, expropió las propiedades de los residentes italianos en el país y nacionalizó todos los activos de la British Petroleum. (para un análisis completo, consulte: La naturaleza del régimen de Gaddafi – notas de los antecedentes históricos)
A pesar de que buscó una alternativa a la dominación imperialista, Gaddafi no fue tan lejos como el antiguo régimen de Assad en Siria (donde la revolución colonial estuvo a cargo de un movimiento pan-árabe, como en Libia y Egipto), el capitalismo nunca fue abolido en Libia. Lo que Gaddafi hizo fue tratar de modernizar el país a través de la intervención del Estado. A través de la explotación de las vastas reservas de petróleo y materias primas –esto permitió un aumento significativo en los niveles de vida– fue capaz de construir una gran base de apoyo entre las masas a lo largo de los años 1970 y 1980. Sin embargo, las relaciones de propiedad privada nunca fueron cuestionadas, y las estructuras capitalistas (y feudales) en la sociedad permanecieron esencialmente intactas.
Al mismo tiempo, la ideología comunista fue reprimida con ferocidad, y las huelgas y los sindicatos prohibidos. No había control desde abajo, sino sólo el gobierno desde arriba, de un solo hombre.
Gaddafi gobernaba a través del equilibrio entre las varias tribus e intereses feudales aún presentes en el país. Mientras la economía crecía, con un estricto control de la economía por el Estado, el sistema parecía funcionar. Así que es cierto que Gaddafi fue capaz de unificar el país durante un período, pero lo hizo bajo un estricto régimen bonapartista. Una vez que la economía comenzó a declinar, la represión y el terror fueron los instrumentos utilizados por el régimen para gobernar en Libia. Como dijo una vez Napoleón, “No se puede gobernar solo con la espada”. Tarde o temprano, el cuestionamiento del régimen opresor era inevitable.
Después del colapso del estalinismo, cuando Gaddafi comenzó a liberalizar parcialmente la economía, reaparecieron los diferentes intereses feudales y los problemas de la división histórica entre las regiones de Cirenaica y Trípoli.
En busca de las inversiones extranjeras y de un mercado para las materias primas de Libia, Gaddafi atenuó su conflicto con Occidente, se involucró activamente en la “guerra contra el terror” contra Saddam Hussein, por ejemplo. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, las clases dominantes occidentales y de Estados Unidos lo seguían viendo como un socio poco fiable. De este modo, en 2011, cuando el régimen comenzó a resquebrajarse, los imperialistas aprovecharon la oportunidad para eliminarlo.
El imperialismo utilizó el Consejo Nacional de Transición como su herramienta, pero una vez que Gaddafi había sido derrocado, las estrategias de las milicias locales y de las diferentes potencias imperialistas comenzaron a diferenciarse.
Libia, como Siria, se convirtió en uno de los campos de batalla entre las diferentes potencias imperialistas y regionales. Al igual que en Siria, el conflicto reveló en primer lugar un cambio en el equilibrio de fuerzas, y en segundo lugar la creciente debilidad del poder de Estados Unidos. Antes de las guerras de Irak y Afganistán, Washington habría impuesto su voluntad con bastante facilidad a sus aliados (considerados más bien por la Casa Blanca como simples vasallos). Una Pax Americana se habría impuesto, siempre, por supuesto, a expensas de las condiciones de vida de las masas.
Hoy en día, el problema es que los vasallos ya no siguen las órdenes de su amo. Esta es la razón por la que Obama considera la intervención occidental en Libia en 2011 el “peor error” cometido por su administración. Como la opinión pública de Estados Unidos se opone a la intervención de tropas en el extranjero, sobre todo después de los fracasos en Irak y Afganistán, los EE.UU. ahora tienen que depender de los gobiernos europeos, especialmente Francia y Gran Bretaña. Occidente destruyó el viejo aparato estatal en Libia, lo que más tarde llevó a la ruptura del país. Al-Qaeda y su escisión, Estado Islámico, no existían antes de esto, el imperialismo occidental ganó la guerra pero perdió la paz.
Lo que Obama no tuvo en cuenta fue que los diferentes gobiernos europeos (y de Oriente Medio), todos tienen sus propias agendas. Cada burguesía nacional lucha por los mercados y sus zonas de influencia, y en Libia utilizan las rivalidades tribales, que, durante el periodo de gobierno de Gaddafi, se mantuvieron temporalmente equilibradas.
Libia se encuentra en una posición estratégica, en el centro del norte de África, sus costas en el Mar Mediterráneo, muy cerca de Europa. Sus reservas de petróleo son enormes: contienen un 38% del petróleo del continente africano, y el 11% del consumo europeo.
Después de la caída de Gaddafi, tres actores principales surgieron en el país. El gobierno de Trípoli, con el apoyo de Qatar y Turquía, en la parte occidental de Libia; el gobierno de Tobruk, reconocido por la llamada “comunidad internacional”, patrocinado por Egipto y los Emiratos Árabes; y las fuerzas del Estado Islámico que controlan Derna, Sirte, y sus áreas circundantes. Después del colapso del viejo Estado y su ejército unificado, varias milicias locales surgieron para formar alianzas tácticas con cualquiera en Trípoli o Tobruk.
Alarmados por la creciente influencia del Estado Islámico, los imperialistas impulsaron un gobierno de unidad nacional contra el “terrorismo”. Al final, se encontró una “solución”, según dice la propaganda de los medios de comunicación. Un Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) se estableció, como de costumbre, apoyado por la ONU, y su primer ministro, Fayez al-Sarraj, y varios otros ministros llegaron según lo planeado por mar a Trípoli el 30 de marzo de este año.
Pronto se hizo evidente que no muchas de las milicias libias habían sido informadas de este acuerdo “nacional”. La realidad era que Al Sarraj fue capaz de entrar en el puerto de Trípoli sólo después de varias horas, esperando en alta mar, y sólo después de conseguir el permiso (y protección) concedida, no por cascos azules de la ONU, sino por las milicias locales que tienen el poder real en Libia.
Inicialmente, Jalifa al-Ghwell, líder del gobierno de Trípoli, permitió a al-Serraj asumir el cargo, retirándose a Misrata, mientras que el Parlamento de Tobruk, previamente apoyado por la comunidad internacional, ni siquiera votó a favor del GNA. Cuatro ministros del este de Libia boicotearon el nuevo gobierno y nunca asistieron a una reunión.
Al-Serraj fue un primer ministro débil desde el primer día. Las condiciones de vida de las masas empeoraron desde el momento en que asumió el cargo. “Trípoli tenía 20 horas de electricidad al día, ahora 12. En abril la gente tenía que pagar 3,5 dinares por un dólar. Hoy en día es 5 dinares”. (Trípoli post, 13 de septiembre de 2016). La inflación se ha disparado y la infraestructura está colapsando. No es de extrañar que el gobierno de Al-Serraj esté aislado; si no fuera por el apoyo de Occidente, se derrumbaría muy rápidamente.
Desde agosto de un nuevo capítulo en la guerra civil se ha abierto. Los EE.UU. intensificaron su participación, con el bombardeo de Sirte. Pero los ataques, en lugar de estabilizar la situación, la han empeorado .
En el marco de la operación “Odisea relámpago”, la Fuerza Aérea de Estados Unidos lanzó 330 ataques aéreos, con 150 sólo en las tres primeras semanas de octubre. Todos los días los medios de comunicación occidentales han dicho que Sirte está a punto de caer, pero los milicianos de al-Baghdadi están presentando una feroz resistencia. La agencia France Presse el 18 de octubre informó que “550 combatientes del GNA han muerto y 3.000 heridos en el asalto.”
Como hemos dicho muchas veces, no se puede ganar una guerra, o apoderarse de una ciudad, sólo con ataques aéreos. Sirte era la ciudad natal de Gaddafi, y el dictador la reconstruyó como la nueva Trípoli, con murallas y torres, para protegerla de un posible asedio. Para conquistarla, es necesario tener botas sobre el terreno. No hay ejército nacional en Libia, y ninguna potencia occidental está dispuesta a enviar una fuerza militar considerable a Libia.
Es por ello que la batalla liderada por Estados Unidos en Sirte, en lugar de fortalecer a Al-Serraj, lo ha debilitado. Y, mientras tanto, otros actores se están aprovechando de esta debilidad.
El general Jalifa Haftar, el hombre fuerte de Tobruk, tomó el control de las terminales de petróleo de Sidra y Ras Lanuf, que pertenecían a las instalaciones de la Guardia de Petróleo (PFG) dirigidas por Ibrahim Jadhran, un jefe militar leal al GNA. Haftar cuenta todavía con el apoyo activo de Egipto, y la simpatía de Francia. Fuerzas especiales francesas se encuentran en la Cirenaica, la región controlada en gran parte por Tobruk.
Si bien es poco probable que en la situación actual Haftar sea capaz de reiniciar la producción de petróleo –y aún menos de venderlo– las dos refinerías eran vitales para los ingresos del GNA. Haftar ahora tiene un arma poderosa en sus manos cuando lleguen las futuras negociaciones sobre la división del poder dentro de Libia.
En Trípoli, Jalifa al-Ghwell y las milicias dieron un golpe y tomaron el hotel Rixos, sede de la Asamblea del Consejo de Estado del gobierno. La ONU condenó el golpe y el GNA ordenó la detención de los conspiradores, pero las milicias siguen controlando el hotel.
Durante varios días nadie sabía donde se ocultaba Al-Serraj. Finalmente, se descubrió que estaba dando órdenes ¡desde un lugar “secreto” en Túnez!
Las potencias occidentales y sus representantes se están reposicionando, dando por hecho que los días de al-Serraj están contados. Naturalmente, están aumentando su presencia en la región, con la justificación habitual de luchar contra el terrorismo del EI.
Francia es una de las potencias más activas en este escenario. El julio pasado, el GNA emitió una protesta donde “Considera la presencia francesa en la región oriental de Libia como una violación de las normas internacionales y de la soberanía” (Libia Herald, 29 de julio de 2016). Francia ignoró la protesta y aumentó su presencia, algo claramente comprobable por el accidente de un avión en Malta el pasado lunes. Al menos tres pasajeros eran miembros de la inteligencia francesa que se dirigían a Libia.
Italia, la antigua potencia colonial, está tratando de no ser excluida del reparto del botín. En septiembre envió 300 soldados a Libia, con intenciones “humanitarias”, por supuesto. Los italianos están planeando construir un hospital militar en Misrata, y la tarea oficial de las tropas será “proteger las instalaciones.” En realidad van a proteger a sus representantes locales en Misrata y en el cerco de Sirte. No todo el mundo está contento con la iniciativa italiana. La Brigada Zintani (una milicia que, cuando cambió de bando, fue crucial en la caída de Gaddafi) declaró que “no se quedará de brazos cruzados y se enfrentará a cualquier invasor con todas nuestras fuerzas”, y “hacemos un llamamiento a todos los libios para mantenerse unidos y prepararse para luchar contra la nueva invasión italiana de nuestra tierra”.
La situación en Libia es como “un nido de avispas”, que no se puede destruir, y cuanto los imperialistas más tratan de meter la cabeza en el interior, más van a ser aguijoneados brutalmente.
La guerra civil en Libia está adquiriendo un carácter largo y prolongado. Una perspectiva probable es una partición de facto del país. Se trata de un crimen del imperialismo, que conscientemente intervino para saquear y robar, sin ninguna consideración por el destino de la población libia.
Esta perspectiva sólo podría revertirse por un nuevo resurgimiento de la lucha de clases en los países vecinos. Es la tarea de los poderosos proletariados egipcio y tunecino derrocar a sus gobiernos podridos y al sistema capitalista. Su victoria podría actuar como un faro para los oprimidos en Libia. Una revolución en todo el Magreb y Máshrek sería un faro para las masas libias, que verían un ejemplo a seguir y de esta forma encontrarían la fuerza para expulsar a los imperialistas y aplastar a los señores de la guerra semifeudales y a sus milicias.
Socialismo o barbarie: esta consigna nunca fue tan real, trágicamente, como lo es hoy en día en Libia.