¿Cómo podemos hacer la revolución? (1ª Parte)

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Lecciones de Grecia

Europa y el mundo entero viven una situación que no tiene precedentes desde hace décadas. Habría que remontarse a los años 70 del siglo pasado para encontrar un fenómeno similar de luchas de masas y de radicalización política de millones de trabajadores, jóvenes, amas de casa, y sectores empobrecidos de la clase media.

Habría que mirar cuatro décadas atrás también, para encontrar una situación parecida de pánico, miedo y preocupación en la clase dominante. Esto explica el aumento descarado de las mentiras, calumnias y manipulaciones informativas de sus medios de comunicación, gobiernos y partidos, dirigidas  contra los que osamos gritar bien alto que ¡Sí se puede! Que sí se puede desafiar su sistema capitalista y sus privilegios, y que sí se puede alcanzar una sociedad nueva libre de injusticias sociales, explotación, violencia y sufrimiento.

En los momentos “normales” la gente común está sumergida en su vida anónima y gris, mientras que la “historia” corre a cargo de los especialistas en la materia: ministros, políticos profesionales, periodistas,  profesores de universidad, abogados, etc. Pero no estamos en un momento “normal” de la historia. Nuestra realidad actual está marcada por la entrada brusca de las masas de la población en la actividad política, lo que ha cambiado el centro del debate político, que ha pasado del parlamento y los despachos  ministeriales, a la calle. Y esta es la principal característica de un período revolucionario.

Esta situación de fermento social y político que vivimos, particularmente en Europa, no ha caído del cielo. Está indisolublemente vinculada al punto de inflexión histórico que supuso el comienzo de la crisis económica capitalista global de fines del 2008, la mayor crisis de la historia del capitalismo, y que aún perdura.

Cómo hemos llegado hasta aquí

Los primeros años que siguieron al inicio de la crisis fue un período de conmoción y parálisis social provocado por la profundidad de la crisis misma, por la rápida subida del desempleo, por los rigores de las políticas de ajuste y austeridad, y por la envergadura del rescate de los bancos y grandes empresas, entre otros. Sin embargo, este período inicial de estupefacción dio paso en los años 2011-2013 a un poderoso movimiento de masas de millones de personas en la calle contra los efectos de la crisis y las políticas antisociales. El pistoletazo de salida lo dieron las masas oprimidas del norte de África y del mundo árabe, en lo que fue conocido como “la primavera árabe”, que derribó las dictaduras de Túnez y Egipto y luego se propagó por toda la región. A esto le siguió el movimiento de los “indignados” en España, iniciado el 15 de mayo de 2011 con la ocupación durante semanas de las plazas públicas, movimiento que luego se extendió a EEUU, Canadá e Israel. Sin embargo, dentro del mundo capitalista desarrollado, la agitación popular fue particularmente intensa en el sur de Europa. En esos años tuvimos las movilizaciones sociales más masivas de nuestra historia. Tal fue el caso de Portugal, Grecia, España y, en menor medida, Irlanda.

En Portugal, tuvimos el movimiento Que se lixe a Troika! (¡Que se joda la Troika!) con manifestaciones espontáneas de hasta un millón de personas –las más numerosas desde la Revolución de los Claveles, en 1974– convocadas a través de las redes sociales (Facebook, Twitter, etc.). En Grecia, fueron convocadas decenas de huelgas generales y manifestaciones multitudinarias, y tuvimos ocupaciones de plazas alentadas por el movimiento del 15-M en España. Precisamente, en España, la movilización de masas alcanzó un registro espectacular. En el trienio 2011-2013 hubo 126.000 actos de protesta diferentes, de diverso tamaño y amplitud. Esto da una media de 115 actos de protestas diarios ¡durante tres años consecutivos! Un 25% de la población española declaró, según un informe oficial, haber participado en alguna manifestación.

Hasta el año 2012, este tremendo despliegue de energía social parecía no tener ningún efecto político, y aparentaba disiparse en el aire sin más consecuencias. Sin embargo, en la primavera de 2012 tuvimos el auge repentino de SYRIZA en Grecia, un partido que en 2009 sacaba el 4,5% de los votos. En abril de 2012, SYRIZA consiguió el 16% en las elecciones, y en el mes de junio de ese mismo año subió al 26%, convirtiéndose  en el principal partido de la oposición. En enero de 2015, SYRIZA llegó al poder con un 36% de apoyo popular.

Otro país donde los efectos políticos de la crisis se manifestaron con un vigor extraordinario fue el Estado español, donde PODEMOS –creado en enero de 2014– llegó a convertirse en el partido con mayor intención de voto a fines de ese mismo año, con apenas 10 meses de existencia y tras haber conseguido un 8% de votos en las elecciones europeas de mayo de 2014. De la noche a la mañana, más de 200.000 personas se inscribieron en PODEMOS con decenas de miles participando semanalmente en sus reuniones de círculo.

Para desmentir que este proceso de politización y radicalización sea una “enfermedad” del empobrecido sur de Europa, baste mencionar el “fenómeno” de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, candidato de la casi inexistente izquierda del Partido Laborista, que  arrasó en las elecciones a secretario general, con el 60% de los votos, en base a un discurso audaz anti-austeridad y anti-Establishment. Durante la campaña electoral reunió a decenas de miles en sus mítines, y aún hoy lo sigue haciendo. En pocas semanas, más de 70.000 personas se afiliaron al Partido Laborista, para mostrar y reforzar su apoyo al nuevo dirigente de izquierdas.

Por último, debemos mencionar el caso en EEUU del aspirante a la nominación del Partido Demócrata para las elecciones presidenciales de 2016, Bernie Sanders, senador del Estado de Vermont. Se declara “socialista” y emplea un fuerte discurso contra los ricos y a favor de los trabajadores. Decenas de miles de jóvenes y activistas sociales están colaborando en su campaña, y sus actos son multitudinarios. Lo llamativo es que Sanders ya supera en intención de voto en algunos Estados a la otra aspirante Demócrata, Hillary Clinton, la candidata del Establishment.

En todos estos casos, se trata o trataba de nuevos dirigentes y movimientos que emplean  un discurso radical contra las injusticias sociales y los gobernantes. En su fase de despegue, todos ellos han manifestado, aparentemente, una voluntad de terminar con la situación actual de injusticias sociales, despertando inmediatamente un entusiasmo de masas y un deseo irrefrenable de participación en sus reuniones y debates, con decenas de miles organizándose políticamente.

Si cualquiera de estos importantes desarrollos políticos (en Grecia, España, Gran Bretaña o EEUU) hubiera tenido lugar en un país aislado, eso hubiera podido atribuirse a la casualidad o a las condiciones particulares en dicho país; pero cuando fenómenos similares están dándose en varios países de forma simultánea, entonces no son una casualidad sino que responden a una necesidad que emana de condiciones sociales comunes. Lo que tenemos delante de nosotros es un nuevo proceso histórico global de radicalización política –como en los años 70. Estamos viendo  el agotamiento de las ilusiones en el sistema capitalista entre amplias capas de la población, con una extensión del fermento social, de la rebeldía, de la indignación y del compromiso político, que expresan la búsqueda por parte de millones de personas de una alternativa a una sociedad enferma, corrompida e injusta que requiere ser superada. 

La reacción de la clase dominante

En Europa, en todos los fenómenos citados (SYRIZA, PODEMOS, Corbyn) la reacción de la clase dominante, de sus medios de comunicación y de sus agentes en la derecha y en los partidos socialdemócratas, ha sido de una hostilidad visceral. Han desatado una campaña de histeria para tratar de introducir el pánico en la población ante las supuestas consecuencias de las políticas económicas alternativas que defienden estos nuevos movimientos políticos.

Pero esta campaña insana también ha tenido otras consecuencias. Ha desnudado la falsedad e hipocresía de la llamada “democracia occidental”, según la cual la gente puede votar lo que quiera, pero las políticas económicas y sociales son dictadas por los grandes banqueros e industriales y sus marionetas en la Unión Europea y el FMI ¿Qué es esto, sino la dictadura del gran capital?

¿Y por qué tanta hostilidad? Por una parte se debe a que estos partidos, movimientos y dirigentes emergentes aseguran que terminarán con las políticas de ajuste y austeridad si llegan al gobierno, haciendo pagar a los ricos una crisis que las familias trabajadoras no han generado. Y por otra parte, se debe al pánico que tienen a los millones de personas –fundamentalmente familias obreras– que apoyan a estos partidos y movimientos y que podrían escapar al control de sus dirigentes, a quienes podrían obligar a ir mucho más allá de sus intenciones iniciales.

Las lecciones de Grecia

Grecia oxi

En enero de 2015, SYRIZA se convirtió en el primer partido político situado a la izquierda de la socialdemocracia que llegaba al gobierno en Europa, desde los años 30. Por primera vez desde el inicio de la crisis, un gobierno de izquierda anti-austeridad podía demostrar cómo revertir las políticas capitalistas que han empobrecido a millones e inaugurar un camino a seguir por millones de trabajadores y explotados del resto de Europa y del mundo ¿Qué lecciones podemos sacar de esta experiencia?

La llegada al gobierno de Syriza tuvo un apoyo entusiasta en la población. En los días posteriores a la elección, cuando Tsipras anunció las primeras medidas de su programa electoral que consistía, entre otras, en paralizar y revertir las privatizaciones, subir el salario mínimo, terminar con los desahucios, recontratar a miles de empleados públicos despedidos, restablecer la negociación colectiva de los convenios de trabajo, y solicitar una reestructuración de la deuda externa a los acreedores, el apoyo a su gobierno en las encuestas superó el 80%. Por lo tanto, la  condición más importante para llevar adelante un programa de reformas audaz, estaba asegurada, como era gozar de un sólido apoyo popular.

Lo cierto es que después de negociaciones y discusiones que se prolongaron durante meses, la Troika (Unión Europea, FMI y Banco Central Europeo) declaró incompatible  el programa electoral de SYRIZA con el pago de la deuda, estimada en 320.000 millones de euros, que casi duplica el valor de la producción anual del país, el PIB. La Troika también se negó a discutir una reestructuración que aliviara el peso de la deuda, amenazando a Grecia con expulsarla del euro si no aceptaba un nuevo plan de ajuste con nuevos recortes para garantizar el pago de dicha deuda. Y eso, pese a que el propio FMI reconocía que esta deuda era impagable si no se reestructuraba para pagarla en plazos más largos (30 años) o se la sometía una quita “profunda”.

El gobierno de SYRIZA respondió con la convocatoria del referéndum del 5 de julio para pedir el rechazo a esas condiciones humillantes de un nuevo paquete de rescate. En medio de una campaña criminal con todo tipo de amenazas y medidas de terror económico por parte del BCE –como reducir el suministro de liquidez a los bancos, lo que obligó al gobierno a introducir un “corralito” financiero que limitaba la extracción de dinero de los cajeros– el gobierno de Tsipras consiguió un apoyo insólito del 62% contra las demandas de la Troika. Por si quedaba alguna duda, en la peor de las situaciones, el gobierno de Syriza tenía un apoyo aplastante de su pueblo. Insistimos, ¿cuánto más apoyo social necesitaba Tsipras para iniciar un cambio radical de modelo económico y social?

Increíblemente, para decepción de millones de personas en Grecia, Europa y todo el mundo, Tsipras claudicó ante la Troika una semana más tarde, aceptando un nuevo plan de “rescate” por valor de 86.000 millones de euros a cambio de medidas de ajuste mucho más duras que las que el pueblo había rechazado en el referéndum del 5 de julio, y en condiciones más humillantes. Tsipras se justificó diciendo que la alternativa era la expulsión de Grecia del euro, que conduciría a una situación peor que la actual, y que eso no era lo quería el pueblo griego.

Es cierto que en caso de expulsión del euro, Grecia tendría que disponer de una moneda nacional con la que emitir deuda para atender sus gastos y seguramente tendría que pagar intereses altísimos para captar préstamos extranjeros. Dado que sería una moneda que ningún inversor querría, quedaría muy devaluada. Carente de materias primas y de un aparato productivo desarrollado y moderno, la importación masiva de productos conduciría a Grecia a una hiperinflación de los precios y a una catástrofe económica incluso más severa que la actual. Pero esta situación parte de la base de mantenerse dentro del sistema capitalista y como una economía nacional aislada. Esta no es nuestra alternativa.

El nuevo plan de ajuste acordado entre el gobierno griego y la Troika  implica privatizaciones masivas, reducción de las pensiones, subidas del IVA, mantenimiento de los pagos de la deuda, de los ajustes y de los recortes, y guardar en un cajón casi todo el programa electoral con el que Syriza ganó las elecciones de enero de 2015. Más aún, según el acuerdo firmado, el gobierno de Syriza no podrá aprobar una sola ley o medida económica, que no tenga el permiso o el acuerdo de la Troika. El plan de privatizaciones será manejado por una comisión compuesta por funcionarios de Bruselas. Grecia pasa a ser, en la práctica, un protectorado de la Troika. Y lo fundamental del dinero del nuevo “rescate” –léase, un nuevo endeudamiento por valor de 86.000 millones de euros– irá a rescatar los bancos privados griegos y a devolver créditos de deuda pública que estén próximos a vencer.

A la oligarquía griega, que ha evadido en estos años más de 80.000 millones de euros a Suiza y se ha confabulado con la Troika en contra de Syriza, no se le exige un solo sacrificio a favor de su pueblo. Todo el peso del ajuste seguirá recayendo sobre la clase obrera, sus familias, los jubilados, la juventud desempleada y los pequeños propietarios y profesionales arruinados.

En el momento de la verdad, Tsipras y demás dirigentes de Syriza demostraron no tener una alternativa para enfrentarse y doblegar a la Troika y a sus planes de ajuste.

La tragedia de esto, es que todos esos sacrificios –como los anteriores– serán en vano. Es sólo cuestión de tiempo que Grecia entre en bancarrota por falta de pago de la deuda y Alemania decida que ya no está dispuesta a prestar más dinero. Por tanto, la salida de Grecia del euro sólo se ha retrasado y va a ser inevitable de cualquier modo.

Entonces, ¿no hay alternativa al pago de esta deuda y a la austeridad? Si fuera así, la formación de SYRIZA y su desarrollo espectacular en los últimos 3 años ha debido ser una impostura política, un tremendo aborto histórico. Syriza creció y se desarrolló precisamente denunciando los ajustes y proponiéndose como la herramienta para terminar con ellos. Pero al final, va a ser el instrumento para llevar nuevas y más agudas políticas de ajuste y de austeridad.

La burguesía y sus políticos creen en los ajustes, y los ven necesarios, porque consideran que deben ser los trabajadores y las familias pobres quienes deben pagar la crisis para sostener la economía capitalista y asegurar los intereses de los grandes banqueros y monopolios. Tsipras, sin embargo, dice no creer en los ajustes y que le parecen negativos. Pero reconoce que no tiene ninguna alternativa, y acepta que hay que seguir recortando y ajustando “por miedo a ser expulsados del euro”. Tsipras no sólo carece de una alternativa, su posición revela una completa bancarrota política, y por lo tanto ni él ni Syriza pueden ser ya un instrumento útil para transformar la sociedad en interés de las familias obreras y de los pobres.

La izquierda española y la experiencia griega

Entonces, ¿hay o no alternativa, en Grecia, a las políticas de ajuste y austeridad?

Todos los dirigentes de la izquierda española en PODEMOS e Izquierda Unida, con mayor o menor énfasis, han justificado la política de Tsipras. Si bien reconocen que el acuerdo es malo, plantean que Tsipras no podía hacer otra cosa más que firmarlo.

Las razones que exponen son, básicamente, dos: primero, que Grecia sólo supone el 2% de la economía de la UE y que carece de músculo económico para imponerse al imperialismo alemán y demás Estados centrales de Europa; segundo, que hay una correlación de fuerzas desfavorable en el conjunto de Europa, con un solo gobierno anti-austeridad al frente (se supone que el de Tsipras) y que, por lo tanto, Grecia está sola frente al resto de las “instituciones” europeas.

Vamos a examinar algo más en detalle estas dos razones. Pero antes, debemos hacer una observación preliminar.

En primer lugar, cuando se plantea que Tsipras no tenía margen para rechazar el nuevo plan de ajuste eso implica reconocer en los hechos que el pueblo griego debe aplazar hasta una fecha indeterminada su aspiración inmediata por el bienestar y por escapar de la pobreza; al menos, hasta un futuro indeterminado cuando -se supone- otros PODEMOS y SYRIZAS accedan al gobierno en diferentes países europeos. Pero aceptar esto significa recomendarle al pueblo griego que se resigne a su suerte.

En segundo lugar, cuando comience a disiparse el actual ambiente de amargura, y los trabajadores y las capas populares de Grecia salgan a luchar contra los efectos de los ajustes aplicados por el gobierno de Syriza, como ya ha empezado a suceder ¿qué se supone que debemos aconsejar a las masas trabajadoras griegas? ¿Qué su causa está perdida, y es inútil que protesten? ¿Que esperen a que los franceses y alemanes formen un PODEMOS o una Syriza que esté en condiciones de llegar al gobierno?

Como se ve, el problema es que si aceptamos de manera fatalista la firma de este pésimo acuerdo, al final terminaremos repitiendo los mismos argumentos de la socialdemocracia – el PASOK en Grecia, o el PSOE en España – cuando trata de convencer a las familias trabajadoras de que no hay alternativa al ajuste y a las políticas de austeridad.

Como decíamos antes, los compañeros dirigentes de PODEMOS y de IU, afirman enfáticamente que “España no es Grecia”, porque España supone el 12% de la economía de la UE y no podremos ser chantajeados tan fácilmente como los griegos para obligarnos a aplicar políticas de austeridad, ya que una salida de España del euro provocaría un efecto desestabilizador muy potente en toda la economía europea. Lo que estos compañeros parecen olvidar es que el chantaje y el boicot económico a una España que desafíe a la Troika y sus políticas de austeridad no vendrán solo desde fuera ¿Acaso creen los compañeros Iglesias y Garzón que ese 12% de la economía de la UE que representa España estaría bajo el control de su gobierno, o que es una riqueza que pertenece al pueblo? Nada de eso. Ese 12% está firmemente en manos de la oligarquía española, en manos de los bancos Santander, BBVA y Sabadell, de Telefónica e Iberdrola, de las grandes constructoras como ACS o ACCIONA, de redes de comercialización como Carrefour, Mercadona o El Corte Inglés, de grandes empresas como Volkswagen, Arcelor-Mittal, Acerinox, Planeta e Indra. Ese 12% conspirará activamente, desde el primer día, contra un gobierno de la izquierda anti-austeridad y de la unidad popular. Recurrirá a la huelga de inversiones, a la fuga de divisas, a la escasez y la subida de precios, etc. Todo ello será reforzado con la presión exterior de amenazas y chantajes por parte de la Troika, hasta obligar al gobierno a ponerse de rodillas, ni más ni menos que como ha hecho con Tsipras en Grecia.

Por otro lado, los compañeros Pablo Iglesias y Alberto Garzón justifican a Tsipras por “la desfavorable correlación de fuerzas en las instituciones europeas”. Pero la política de Tsipras ha empeorado esa correlación de fuerzas. Ahora, la derecha y la socialdemocracia pueden exclamar con jactancia que “las aventuras populistas” también conducen al ajuste y la austeridad, por lo que conviene seguir apoyando “lo menos malo” conocido; esto es, a los viejos partidos del sistema. Sin duda, la aceptación del plan de ajuste por Tsipras ha enfriado las expectativas populares de que los nuevos movimientos políticos puedan provocar cambios significativos en las condiciones de vida de las masas trabajadoras.

Es por eso que los activistas de izquierdas, de PODEMOS, y de los movimientos sociales del Estado español debemos asimilarnos todas las lecciones que se desprenden de la experiencia griega ante los acontecimientos por venir. Debemos abrir un debate amplio y sincero sobre cómo actuar para hacer frente al chantaje y boicot de la oligarquía económica capitalista española y europea, y cómo podríamos comenzar verdaderamente una transformación profunda de la sociedad a favor de los explotados y excluidos cuando tengamos un gobierno nuestro al frente del país.

Lo primero que debemos proclamar bien alto es que sí existe una alternativa. Pero esa alternativa se sitúa fuera del capitalismo. Estamos completamente persuadidos de que tenemos la fuerza y el apoyo popular para llevar a la práctica esta alternativa, y las máximas garantías para vencer y abrir un nuevo período histórico en nuestros países, en Europa, y a nivel mundial.