Momentos desesperados requieren medidas desesperadas. Así que después de años de crisis, y largos meses de desinformación, parece que la expansión cuantitativa (EC) pronto se aplicará en toda la zona euro. Sin embargo, las contradicciones que han impedido dicho programa de expansión cuantitativa en Europa hasta ahora no han desaparecido, y las líneas de fractura a lo largo de la cual la zona euro se quebrará ya son evidentes y claras.
Introducción
La llamada “expansión cuantitativa” (Quantitative Easing en inglés) ha sido uno de los fenómenos “estrella” de la política económica mundial de los últimos años. Consiste en la compra masiva a bancos y grandes empresas de títulos de deuda pública y otros activos financieros por parte de los bancos centrales a fin de que aquéllos vuelquen el dinero recibido en inversión productiva y relancen la actividad económica.
Tras su aplicación en EEUU, Gran Bretaña y Japón, ahora el Banco Central Europeo ha anunciado la puesta en marcha de un plan similar para la zona euro. El pasado 22 de enero, Mario Draghi, presidente del BCE, anunció los detalles del programa de Expansión Cuantitativa (EC) de la entidad. Consistirá en la compra mensual de 65.000 millones de euros de bonos de la deuda pública de países europeos y de deudas empresariales de alta calidad crediticia (no amenazadas de impago) a partir de marzo, que se prolongará, en principio, hasta el mes de septiembre de 2016, invirtiendo en total alrededor del millón de euros.
Lo significativo es que este programa sólo se aplicará en los países no sometidos a programas de rescate (como Grecia, Irlanda o Portugal), como un chantaje a estos gobiernos, particularmente al de Syriza en Grecia, para que no se desvíen de sus políticas de ajuste.
Para entender el programa de EC del Banco Central Europeo y sus probables efectos en la Eurozona, publicamos este artículo de Adam Booth. Aunque escrito el 20 de enero, dos días antes del anuncio de Mario Draghi de los detalles de este plan, el artículo anticipa su contenido y características, por lo que mantiene plena su utilidad.
Momentos desesperados requieren medidas desesperadas. Así que después de años de crisis, y largos meses de desinformación, parece que la expansión cuantitativa (EC) pronto se aplicará en toda la zona euro. Sin embargo, las contradicciones que han impedido dicho programa de expansión cuantitativa en Europa hasta ahora no han desaparecido, y las líneas de fractura a lo largo de la cual la zona euro se quebrará ya son evidentes y claras.
Al haber evitado una ruptura catastrófica y caótica de la zona euro en el período inmediatamente posterior a la crisis financiera de 2008, los líderes europeos ahora encuentran sus economías estancadas en un atolladero de bajo o nulo crecimiento, un desempleo persistentemente alto, y los precios cayendo en picado. Mientras que una implosión inminente pudo haber sido evitada, todos los signos indican ahora que se han establecido un declive crónico y una putrefacción lenta, y Europa se enfrenta con la moral por los suelos a décadas de estancamiento económico.
La enfermedad crónica del capitalismo europeo
De particular preocupación es la aparición de la deflación, con precios cayendo ahora en promedio en las economías del euro debido a la reciente reducción de los precios mundiales del petróleo. Si bien esto puede beneficiar a algunos consumidores, con menores costos de combustible y energía, para los líderes nacionales la deflación plantea un dilema difícil. Por un lado, con el establecimiento de la deflación el valor de las deudas de los gobiernos aumentan en términos reales, haciéndolas más difícil de pagar en un momento en que países como Grecia, España e Italia ya están luchando por reducir su deuda con respecto a su PIB.
Por otra parte, el precio del petróleo que cae es, en realidad, simplemente la gota que colma el vaso. La inflación en Europa ya estaba en niveles cercanos a cero, lo que indica una presión a la baja sobre los precios debido al exceso de capacidad y la falta de demanda, que son a su vez un reflejo de la crisis económica y la presencia continua de la colosal sobreproducción a escala mundial. De hecho, el descenso del precio de petróleo es también en sí un reflejo de la crisis de sobreproducción, la demanda mundial de energía cae cuando la economía mundial se queda sin vapor – en particular, la reciente desaceleración en China. Como Nouriel Roubini, profesor de Economía en la Universidad de Nueva York, comentó en The Guardian recientemente:
“La economía mundial es como un avión de pasajeros que necesita de todos sus motores en funcionamiento para despegar y mantenerse alejado de las nubes y las tormentas. Por desgracia, sólo uno de sus cuatro motores funciona correctamente: el anglosajón (Estados Unidos y su primo cercano, el Reino Unido).
“El segundo motor – la Eurozona – ahora se ha estancado después de un reinicio anémico después del 2008. De hecho, Europa está en una conmoción de deflación y de otro ataque de recesión. Del mismo modo, el tercer motor, Japón, se está quedando sin combustible después de un año de estímulo fiscal y monetario. Y los mercados emergentes (el cuarto motor) se están desacelerando bruscamente luego de una década de vientos favorables a nivel mundial -rápido crecimiento de China, las políticas de tasas cero y la flexibilización cuantitativa de la Reserva Federal de Estados Unidos, y un súper ciclo de subida de los precios de las materias primas de exportación (“commodities”)- se convierten en vientos en contra.
“Así que la pregunta es si y por cuánto tiempo la economía mundial puede permanecer en el aire con un solo motor.”
Los líderes políticos y sus asesores económicos, sin embargo, se han quedado sin opciones. Los métodos monetarios tradicionales ya han sido puestos a prueba- y han fracasado. Las tasas de interés están por los suelos y no pueden bajar más. Mientras tanto, no hay lugar para medidas keynesianas (de estimular la demanda): los gobiernos no tienen dinero para gastar y las deudas nacionales ya están por las nubes. En resumen, no hay más armas en el arsenal; de ahí la renuente aceptación por los representantes económicos de poner en práctica la expansión cuantitativa en toda Europa.
Luego de intentar todas los posibles soluciones al problema, estas experimentadas damas y caballeros ahora ponen toda su fe en las expansiones cuantitativas, que ellos esperan que sean capaces de hacer aparecer el conejo que se necesita del sombrero. Una cosa es, sin embargo, promulgar una política de este tipo de una manera planificada y controlada; pero una cuestión totalmente diferente es aplicar este programa en un arrebato de pánico desesperado, igual que los marineros intentan detener el hundimiento del buque arrojando agua sobre la borda con cubos, mientras los torrentes continúan inundando el barco a través de las fugas en el casco.
Wolfgang Münchau, escribiendo en el Financial Times (19 de enero de 2015), resume la situación en pocas palabras:
“Algo está pasando que se suponía que no debiera haber sucedido nunca. Es un gran paso para el BCE [Banco Central Europeo], dada la esquina ideológica de la que partía hace unos 16 años. Pero también es un indicador de cómo las cosas se han vuelto tan desesperadas. Esto no va a ser la versión preventiva de la expansión cuantitativa, sino la post-traumática. Las expectativas de inflación hicieron de las suyas desde hace algún tiempo. La inflación general es negativa. La economía de la eurozona está enferma”.
El papel de la EC
En tiempos “normales”, el suministro de dinero – en particular, los créditos de los bancos – es una respuesta al nivel general de actividad en la economía. Cuando la inversión empresarial y/o el consumo de los hogares está creciendo, la demanda de dinero -en forma de préstamos- crecerá. De esta manera, la oferta de dinero, aunque no está directamente unida a ningún bienes básico (por ejemplo, el oro) o indicador económico, está por lo menos anclada en la realidad económica.
La novedad de la expansión cuantitativa es que ahora los gobiernos, a través de sus bancos centrales, están tratando de aumentar la actividad económica -por ejemplo, la inversión y el consumo- interviniendo directamente en el suministro de dinero. Por lo general, los bancos centrales podrían alterar la demanda de crédito al subir y bajar las tasas de interés: cuando las tasas de interés son bajas, el costo de los préstamos es bajo y la idea de tomar un préstamo para invertir se vuelve más atractiva. Ahora, sin embargo, las tasas de interés son casi cero, y sin embargo, la inversión empresarial sigue estancada.
En lugar de esperar a que los bancos suministren préstamos en respuesta a una demanda de los mismos desde las empresas y los hogares, por lo tanto, o estimulando directamente la actividad económica a través del gasto público (es decir, con medidas keynesianas), los bancos centrales están ahora constituyéndose en agentes activos en el mercado mediante la creación de dinero y la compra de activos económicos de los bancos -en particular los bonos del gobierno (es decir, las deudas nacionales).
La esperanza es que mediante la compra de dichos activos, los gobiernos pueden alentar a los bancos a comprar otros activos, como hacerse con las deudas empresariales, que a su vez reducirán el costo del crédito para las empresas –al haber más oferta de créditos- y estimulará la inversión. Tal aumento de la actividad económica, a su vez, debe ayudar a elevar los precios y evitar la deflación inducida por la depresión.
Fuera de Europa, los representantes políticos y económicos de los países capitalistas avanzados ya han abrazado la expansión cuantitativa: en los EE.UU., después de haber comenzado a finales de 2008, la expansión cuantitativa estuvo ejecutándose en un momento a un ritmo de 85 mil millones dólares por mes, la Reserva Federal de Estados Unidos estima haber acumulado ahora alrededor $ 4,5 billones en activos en su balance con bonos de la deuda pública y créditos hipotecarios comprados a los bancos y grandes empresas; en el Reino Unido, el Banco de Inglaterra ha acumulado un total de aproximadamente 375 mil millones de libras en activos a través la EC; mientras que en octubre 2014 el Banco de Japón anunció planes para expandir su programa de EC a una tasa dolorosa de ¥ 80 billones (alrededor 447 mil millones de libras) al año. Para poner esto en contexto, los PIB anuales de los EE.UU., Reino Unido y Japón son respectivamente de $ 17 billones de dólares, £ 1,6 billones, y ¥ 480 billones. La escala de la EC es, simplemente, enorme.
El jurado aún está deliberando sobre el éxito de este tipo de programas de la EC. Para empezar, parece que el resultado primario ha sido enriquecer a los bancos, que han utilizado el dinero de la EC para apuntalar sus reservas, sin prestar a las familias, que se mantienen como estaban. Los banqueros obtienen un beneficio y sin embargo, la inversión sigue siendo tenue. Mientras tanto, a pesar de que las economías de Estados Unidos y el Reino Unido pueden estar viendo el crecimiento económico en la actualidad, existe el temor de que el dinero de la EC haya inflado los precios de los activos en todos los ámbitos (bonos de deuda pública, acciones de las compañías, etc.), fugándose de los países donde se inició y ayudando a crear burbujas especulativas en todo el mundo.
El problema se esconde en los detalles
Hasta ahora, el Banco Central Europeo (BCE) se ha resistido a la puesta en práctica de cualquier programa de expansión cuantitativa en la zona euro. El problema principal ha sido decidir quién debe asumir los riesgos, y por lo tanto los costos potenciales, de tal política. El BCE, después de todo, no es tanto una entidad independiente como un órgano de coordinación de los distintos bancos centrales nacionales de los países que utilizan el euro, cada uno de los cuales tiene sus propios intereses y peculiaridades particulares.
Con la eurozona sumida en el estancamiento y con la deflación tocando a la puerta, los jefes de los distintos bancos centrales de Europa -y, en particular, Mario Draghi, el presidente del BCE- han decidido que ahora es el momento de experimentar y explorar las aguas inexploradas de la EC dentro de una zona económica que comparte la misma moneda, pero desafortunadamente, muy poco más en lo que se refiere a asuntos económicos.
Los detalles exactos del programa de la Eurozona se darán a conocer el jueves (22 de enero), pero se ha dado luz verde por lo menos a que se ponga en marcha algún tipo de expansión cuantitativa. Parece que se destinarán al menos 500 000 millones de euros, con la intención de que este dinero sea utilizado para comprar los bonos del gobierno (es decir, deudas) de varios países del euro. Esto, a su vez, se espera que se reduzca el costo de los préstamos para los países más endeudados –al incrementar la demanda por los bonos de deuda pública de esos países- lo que debería reducir la carga de sus deudas; al mismo tiempo, el objetivo es fomentar la inversión empresarial, aumentar la actividad económica en general, y luchar contra la amenaza de la deflación.
Como dice el viejo proverbio, sin embargo, el problema está en los detalles. En primer lugar, la escala del programa de EC para la Eurozona es bastante pequeña, tanto en relación al tamaño del PIB de la zona euro como en términos de la magnitud de la crisis en que se encuentra Europa. En segundo lugar, a pesar de que se ha discutido una cifra inicial de al menos € 500 mil millones, no ha habido ninguna promesa para hacer del programa de la EC en la Eurozona una política sin plazo definido; y, sin ninguna garantía de que Draghi y el BCE vayan a hacer “lo que sea necesario”, la incertidumbre se mantendrá sobre el futuro y la seguridad de la zona euro.
Es importante destacar que la incertidumbre sigue siendo sobre quién recaen los riesgos de un programa de este tipo. El objetivo principal de cualquier EC dirigida por el BCE sería comprar los bonos del Estado y activos bancarios de los países económicamente más precarios como Grecia, con el fin de salvar sus economías. La pregunta obvia, sin embargo, es ¿Qué es lo que sucede si un país o un banco incumplen el pago de sus deudas? Los mercados financieros ya están nerviosos acerca de esta posibilidad, sobre todo con la posibilidad de que Syriza llegue al poder en Grecia después de las próximas elecciones del próximo domingo. En caso de incumplimiento, los bonos del gobierno griego comprados por el BCE no tendrían valor y el dinero se perdería para siempre. ¿Quién – hay que preguntarse – cubrirá semejante costo?
Con la economía más fuerte de la zona euro, los alemanes saben la respuesta – ellos tendrían que pagar. La clase alemana dirigente, por lo tanto, es reacia a apoyar cualquier política que parezca entregar un cheque en blanco a sus vecinos más derrochadores. Bajo la presión de Merkel, por lo tanto, es probable que Draghi tendrá que aceptar un compromiso, y el propio BCE no va a hacer ninguna compra de EC; en cambio, la decisión de cuánto dinero de EC hay que suministrar y -de lo más importante- qué bonos para comprar quedarán en manos de los distintos bancos centrales nacionales.
En resumen, el BCE no estará directamente involucrado y no habrá centralización o el uso compartido de los riesgos. Pero en ausencia de cualquier responsabilidad compartida, ¿quién va a querer echar una mano a las economías del sur de Europa en crisis? La apuesta segura será la de comprar bonos alemanes – pero Alemania ya puede pedir prestado por casi nada. Los principales benefactores de esta variante de EC, por lo tanto, serían las mismas personas que necesitan menos ayuda, mientras que los que están al borde de la muerte quedarían fuera en la intemperie.
Los límites del Estado-nación
Es evidente que las barreras que han impedido hasta el momento cualquier acción coordinada de la expansión cuantitativa en la zona euro, aún permanecen. En el fondo, esta barrera es la del Estado-nación, que actúa como una enorme camisa de fuerza en el desarrollo de las fuerzas productivas.
Desde su inicio, el proyecto del euro estaba condenado. Como los marxistas señalaron en el momento de su creación, sobre bases capitalistas, no hay posibilidad de unificar las economías de una multitud de países, todos tirando en direcciones diferentes a velocidades diferentes, y cada uno con su propia burguesía nacional y su propios intereses específicos.
Estas tensiones y antagonismos pudieron permanecer ocultos en la época de crecimiento alimentado por el crédito que precedió al inicio de la crisis mundial del capitalismo en 2008. Después de este punto de inflexión cualitativo, sin embargo, se hizo evidente que el proyecto europeo de la UE y del Euro eran (y siguen siendo) impulsados principalmente por las necesidades e intereses de los capitalistas más fuertes. En un principio, antes de la crisis, estos eran la burguesía francesa y alemana; pero el mayor dinamismo y desarrollo tecnológico del capitalismo alemán, sumado al ataque a los salarios – mejorando de esa manera la competitividad del capitalismo alemán en la década de 2000 – y con una Francia cada vez más convirtiéndose en el enfermo de Europa, es obvio que Berlín es el que toma todas las decisiones.
Antes de la crisis, todo era lo mejor en el mejor de los mundos posibles. Las economías periféricas de los PIIGS (por sus siglas en inglés) – Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España – podían tomar préstamos baratos para financiar programas de consumo local y el gasto público, mientras que los capitalistas alemanes obtuvieron cuantiosos beneficios exportando a esos mismos países.
La crisis, sin embargo, expuso el carácter insostenible del crecimiento de los PIIGS, y puso de relieve la debilidad de las economías de estos países – una debilidad que sólo podía superarse mientras permanecían encerrados dentro de la unión monetaria del euro por un proceso de “devaluación interna “: es decir, a través de ataques a los salarios, a las condiciones de vida y a los servicios públicos. Este es el precio que los alemanes están ahora demandando a los vecinos del sur a cambio de continuar con la membresía del club Euro.
Una banda de ladrones sin ningún botín
Todos los líderes políticos están de acuerdo en que hay que hacer algo para salvar el euro. Pero cuando alguien señala los costos, de repente estos líderes desaparecen: la camarilla burguesa se dispersa y es la clase obrera en toda Europa la que tiene que pagar la factura. Al igual que una banda de ladrones, los representantes de las burguesias nacionales están dispuestos a cooperar cuando hay suficiente para todos; pero cuando los ingresos son escasos, pronto se atacan entre ellos.
Los portavoces más astutos y serios de la burguesía entran en pánico y piden más esfuerzos “coordinados” y “concertados” para salvar la zona euro; pero ¿cómo puede haber cooperación entre una banda de gánsteres? ¿Cada uno tratando de salvar su propio pellejo?
La crisis en Europa ha expuesto cada vez más las contradicciones nacionales en el corazón del proyecto europeo. Desde el principio, la clase dominante alemana ha reclamado todos los beneficios de la UE y del euro, sin aceptar ninguno de los costos. Pero la contradicción permanece y continúa intensificándose – la contradicción entre lo que es necesario para la supervivencia de la zona euro y lo que la clase dominante alemana está dispuesta a pagar por esta supervivencia.
Este último episodio solo ha servido para poner de relieve la tensión entre Merkel y Berlín, por un lado, que se niegan a asumir ningún riesgo o responsabilidad, y Draghi, por otro lado, que está intentando en vano, en nombre de la burguesía europea en su conjunto, evitar que todo el barco se hunda.
Al final del día, sin embargo, el que tiene el dinero hace las reglas y el que paga al flautista elige la melodía. Por lo tanto, Merkel y el Bundesbank han logrado establecer los términos del debate en toda la crisis del euro, la protección de los intereses del capitalismo alemán, a menudo en detrimento de la zona euro en su conjunto. De este modo, la clase dominante alemana está cada vez más y más revelando los límites de la unión monetaria y exponiendo la verdadera naturaleza del proyecto europeo como un proyecto para la dominación económica de Europa por el capitalismo alemán.
Ahora los alemanes exigen no ser obligados a asumir el riesgo de ningún programa de expansión cuantitativa europea. Como comenta Robert Peston, el editor de economía de la BBC:
“Semejante enfoque híbrido [de un programa de expansión cuantitativa sin riesgos compartidos] también sería otra espectacular manifestación del rechazo alemán a ayudar a sus vecinos enfermos. Eso dejaría a los inversores profundamente poco impresionados por la capacidad de los miembros del euro para tirar correctamente juntos en una misma dirección para resolver esto por sí mismos. Su cautela sobre la inversión en la zona del euro podría reforzarse – dejando así a la zona euro y a sus activos menos codiciados aún por los grandes que manejan el dinero del mundo”.
Sin concesiones de Berlín
Al mismo tiempo, los parcos y austeros alemanes no están dispuestos a asumir ningún compromiso que permita a sus frívolos vecinos del sur sacarles las castañas del fuego fiscal y financieramente. Merkel, por lo tanto, exige que la EC -y todas las medidas destinadas a evitar la crisis del euro- venga con condiciones: en particular, que no haya tregua en la austeridad, y “reformas estructurales” – es decir, los recortes al gasto público y los ataques a la clase obrera – para Grecia, España, Italia e incluso Francia.
“[P]ara la mayoría de los alemanes”, afirma el Financial Times (19 de enero de 2015), “la EC no es la respuesta a la debilidad económica de los miembros más vulnerables de la zona euro, y algunos creen que es una amenaza para la estabilidad financiera de la moneda común… por otra parte, muchos alemanes dicen que la expansión monetaria pospondrá el doloroso recorte en los gastos y en el endeudamiento, al dar a los Estados débiles un mayor margen de maniobra financiera”.
Merkel, sin embargo, tiene razón: sobre bases capitalistas no hay salida para las economías más débiles de Europa que no sea a través de una austeridad continua para “restaurar la competitividad”. La EC no puede – y no podrá – ser la panacea mágica que algunos políticos y economistas podrían esperar. Como Robert Peston señala:
“la EC no es más que un goteo para un paciente en terapia intensiva. No es la cura para las dolencias básicas de la región”.
“… La importancia de la EC no debe exagerarse. Es un paliativo para la economía de la zona euro en el que la persistencia de la deflación es un peligro claro y presente. Pero a menos que los gobiernos de la zona euro aprovechen el momento para arreglar sus finanzas y mejorar la competitividad de sus sectores privados, la región seguirá siendo económicamente anémica”.
Incluso esa austeridad y “reformas estructurales”, sin embargo, están plagadas de contradicciones. Por un lado, al exigir recortes a los países de la periferia europea, Merkel está socavando el mismo mercado que el capitalismo alemán necesita para sus exportaciones. Durante años, el capitalismo alemán fue capaz de superar la sobreproducción dentro de sus fronteras mediante la creación de un mercado para los productos alemanes en el resto de Europa, que compró estas mercancías con dinero prestado a tasas de interés bajas por los mismos bancos alemanes.
Ahora, todas estas fuerzas que impulsaron el crecimiento de Alemania en el pasado se han convertido en su contrario y están arrastrando la economía alemana hacia abajo. Junto con el impacto de la crisis de Ucrania y las tensiones con Rusia, es la falta de demanda como consecuencia de la austeridad en el sur de Europa lo que ha ayudado a empujar a Alemania al borde de la recesión.
Por otra parte, la “competitividad” es claramente relativa. Un país podría llevar a cabo “reformas estructurales” con el fin de fortalecer su capitalismo nacional en comparación con otro; pero siempre y cuando exista una competencia internacional siempre habrá ganadores y perdedores, y el resultado global sólo será una carrera para empobrecer al vecino hasta el extremo en el que los principales perdedores son la clase obrera de todo el mundo.
No hay salida en el capitalismo
En última instancia, los problemas de la zona euro son sólo una manifestación particular de un problema global: una crisis global del capitalismo, basada en la contradicción de la sobreproducción – es decir, de los enormes niveles de “exceso de capacidad” a escala mundial. Esta es la razón de las predicciones de “estancamiento secular” que se presentan ahora por los apologistas más previsores del capitalismo. Ciertamente, las restricciones impuestas por la unión monetaria han exacerbado la crisis en Europa, han agudizado los antagonismos nacionales y atado las manos de los líderes políticos con más fuerza que en otros lugares; el punto fundamental sigue siendo, sin embargo: que la crisis del euro es una crisis del capitalismo.
No es una cuestión de EC o de reformas estructurales; de estar dentro del Euro o fuera de él; o de hacer un esfuerzo concertado y coordinado: en la medida que los ciudadanos de Europa estén dominadas por la dictadura del capital, no puede haber ninguna esperanza de recuperación en la economía o de alivio de la austeridad.
En todas partes que se mire, la economía mundial sigue dando tumbos de una crisis a otra. La volatilidad y la inestabilidad están implícitas dentro de la situación. Incluso Suiza -una vez vista como una tranquila isla de seguridad, serenidad y estabilidad económica dentro de las condiciones económicas contrariamente turbulentas del capitalismo europeo- ahora se ha sumido en una crisis. El Banco Nacional Suizo (SNB) había vinculado el franco suizo al euro, con una paridad fija, comprando euros con el fin de mantener el franco devaluado artificialmente y mejorar la competitividad de la industria suiza. Pero ahora, con la devaluación del euro, ha sido incapaz de mantener la línea, ante el peligro de una hiper devaluación de la moneda, de manera que el SNB ha tenido que admitir la derrota: la moneda se ha desajustado y ha aumentado su valor en relación con el euro, enviando ondas a través de la economía mundial. Las pérdidas totales – el tamaño total del cual aún no está claro – es probable que sean de miles de millones.
El impacto principal, sin embargo, ha sido añadir el peso de una mayor incertidumbre sobre una situación que ya es extremadamente frágil. El poder de los bancos centrales en este período de tensiones nacionales se ha demostrado que es cuestionable en el mejor de los casos, y hay preocupación por las burbujas de precios de activos posibles debido a la intervención de los bancos centrales en el mercado a través de los diversos programas de EC que se han emprendido. Todo esto viene a demostrar que el capitalismo es un sistema intrínsecamente anárquico y caótico que no puede ser ni regulado ni controlado. Sólo un plan democrático de la producción puede hacer resurgir las fuerzas globales de producción bajo el control racional de la sociedad.
Al mismo tiempo, la incertidumbre en Europa ahora no es sólo económica, sino también política. Después de años de austeridad permanente, el pueblo de Grecia ha elegido a Syriza para el gobierno. En España, el rápido aumento de Podemos refleja un movimiento similar de la lucha en el plano político, conforme los trabajadores y los jóvenes buscan una salida a la crisis. El surgimiento de tales partidos “no probados” y “poco fiables” infringe miedo en los corazones de la burguesía. Más bien, son las masas las que están detrás de estos partidos, empujándolos hacia delante y exigiendo una alternativa a la austeridad, que la clase dominante teme más que nada, porque ella no sabe cómo los líderes Syriza o de Podemos responderán bajo esta enorme presión y peso de las expectativas que han despertado.
Una cosa es cierta sin embargo: todas las lecciones de los últimos siete años demuestran que no hay manera de salir de la crisis sobre bases capitalistas. Sólo un programa socialista audaz que desafíe el dominio del capital puede ofrecer un futuro a las masas en Grecia, España, y el resto de Europa. Esta es la verdad vital que debe ser declarada claramente – las únicas alternativas a que se enfrentan los pueblos de Europa son estas: socialismo o barbarie.