Estados Unidos es el número uno. . . en población carcelaria. En la “tierra de la libertad,” varios millones de seres humanos se consumen en jaulas en el nombre de la ley y el orden. Desde su crecimiento exponencial en las últimas cuatro décadas, no hay otra nación en el planeta que se acerque a la tasa de encarcelamiento de los Estados Unidos. En vez de darles la ayuda que más necesitan, los trabajadores y los jóvenes que son los más afectados por la pobreza, el desempleo, el deterioro social inherentes al capitalismo, éstos son tratados brutalmente por la policía y traumatizados por las condiciones carcelarias infernales hasta que ya no representan un problema para el sistema.
Además, la expansión del sistema penitenciario se utiliza como rompehuelgas por la patronal contra cualquier resistencia por parte de una clase obrera ya maltratada; que lucha codo a codo con una fuerza policial de proporciones titánicas y un conjunto peligrosamente draconiano de leyes.
La prisión es un arma implacable del Estado capitalista contra las masas. La emancipación de la clase obrera sólo puede realizarse con la abolición de ese Estado. Pero primero, debemos ponernos a la tarea de estudiar y comprender el sistema para que un día podamos desmantelarlo correctamente.
Crimen y el capitalismo
Los jefes y los políticos argumentan que el sistema penitenciario es necesario para “combatir el crimen”. Pero, ¿qué es el crimen y cómo lo combate el Estado capitalista?
Un crimen se produce cuando una ley es quebrantada. En los EE.UU, al igual que cualquier otra nación capitalista, nuestras leyes son escritas por el gobierno de los ricos, ¡por los ricos! Lo que el gobierno define como la delincuencia y la forma en que responde al crimen tiene sus raíces en los intereses de clase de los capitalistas.
La clase dominante criminaliza cualquier cosa que pudiera provocar malestar social, poner en peligro las relaciones de propiedad, o desafiar políticamente el “statu quo”. Esto abarca una gran variedad de actos ilegales, y el Estado gasta recursos considerables para procesar todo desde robar en tiendas, cometer homicidios hasta el consumo de drogas.
Pero el crimen, como cualquier comportamiento social, pertenece en sí al sistema y está dentro de él. Si la gente está muriendo de hambre retornará al canibalismo. De la misma manera, la necesidad material provoca la desesperación de la violencia, el robo y el mercado negro. Para muchos, la vida en el capitalismo es la miseria sin fin y recurren a las drogas para escapar. Y nadie debería sorprenderse de que el capitalismo, un sistema de explotación y violencia sistemática, es acompañado de una cultura de salvajismo y sadismo. Un fetiche de violencia se apodera de nuestra sociedad. Una fracción de la clase obrera es empujada a una vida de criminalidad.
Muchos de los comportamientos considerados criminales por el Estado capitalista también serían transgresores en el socialismo. La violencia doméstica y el terrorismo son dos ejemplos obvios. Pero el socialismo abordaría estos problemas con métodos completamente diferentes, golpeando el origen en lugar de protegerlo. Y en vez de dejar que los delincuentes se pudran en jaulas, una sociedad verdaderamente dirigida por la voluntad de las masas le apostaría a la rehabilitación de los que no pueden reincorporarse inmediatamente sociedad.
Si queremos seriamente acabar con la violencia, el robo, la adicción, y así sucesivamente, debemos comenzar por satisfacer las necesidades de todo el mundo, poniendo fin a la enfermedad, la guerra y la explotación, y creando un conjunto de condiciones sociales alternativas y verdaderamente humanas para los millones de los estadounidenses que se pierden a la criminalidad y una oleada de decadencia de la comunidad y la pobreza. Debemos erradicar el crimen desde su base material. Esto está fuera de las capacidades del capitalismo, porque la base material de la delincuencia moderna es el capitalismo.
La prisión y el sistema de arredramiento del convicto.
Dado que es la raíz del problema, el capitalismo nunca fue capaz de proporcionar una solución para la delincuencia. Desde la infancia del naciente capitalismo éste fue un gran problema para la sociedad. Sin embargo, ellos siempre han encontrado una manera de sacar provecho de ello. El Capitalismo europeo avanzó desde la agonía del feudalismo a través de la transformación forzada de las masas campesinas y séquitos feudales en una clase obrera industrial. En consecuencia, el pauperismo, el alcoholismo y los robos insignificantes invadieron las zonas rurales y urbanas. Tradicionalmente, los castigos corporales, las ejecuciones, las multas, la esclavitud, el trabajo forzado y las deportaciones eran todo lo que el Estado feudal necesitaba para mantener el orden, pero los viejos métodos se derrumbaron bajo la avalancha de crímenes del nuevo sistema. Esta situación era una amenaza para la nueva clase capitalista naciente, que anhelaba la ley y el orden para proteger su riqueza y la propiedad.
En respuesta, el Estado británico comenzó a encerrar a los londinenses problemáticos en asilos para pobres. Al convertir en mano de obra elementos previamente considerados inútiles para trabajar, hordas de alcohólicos y delincuentes de poca monta se transformaron en una fuerza de trabajo explotable. Este modelo fue aclamado como un éxito y reproducido alrededor del mundo cada vez más capitalista.
Sin embargo, este modelo era todavía un simple embrión del futuro sistema penitenciario. Todavía no se había desarrollado lo suficiente como para ser responsable de la mayor parte de los criminales de la sociedad; el resto eran disciplinados por viejos métodos. Fue en el Nuevo Mundo, la frontera del capitalismo mundial, que este embrión maduraría en el sistema penal que hoy conocemos. Comenzando con Pennsylvania, donde los condenados no eran ejecutados, mutilados, o deportados, pero encerrados en celdas bajo la supervisión vigilada y se les asignaba trabajo industrial. Los reformadores sociales aclamaron esto como un gran invento y lo exportaron de nuevo al Viejo Mundo. La institución pronto se convirtió en un sello distintivo del capitalismo.
Con los criminales ahora transformados en mano de obra altamente explotables, los condenados se convirtieron rápidamente en una en mercancía en el mercado libre. La práctica de “alquiler del convicto” se convirtió en un modelo de negocio muy popular en el norte industrial, pero fue inicialmente incompatible con el Viejo Sur. En la medida que existía la esclavitud, era redundante encarcelar y forzar al trabajo a los convictos. Mientras tanto, los blancos que normalmente no eran aptos para ser empleados debido a la embriaguez y la falta de disciplina fueron valorados por la esclavocracia para vigilar a los esclavos. El arrendamiento de convictos sólo se extendió hacia el sur a través de la Guerra Civil y la Reconstrucción, cuando el ejército de Sherman arrasó la sociedad de la esclavocracia hasta el suelo y el Radical Republicanismo reconstruyó el Sur a la imagen y semejanza del Norte. Una vez introducido en el Sur, el arrendamiento de convictos se convirtió en una forma para la vieja esclavocracia de reclamar su poder, y se extendió como un contagio, convirtiéndose en uno de los pilares en el Sur de Jim Crow [1]para el próximo medio siglo. Plantaciones viejas se combinaron con campos de prisioneros de guerra para convertirse en cárceles fábrica-granja y la policía se apresuró a la detención de “libertos” por delitos espurios. La Penitenciaría del Estado de Luisiana es un ejemplo clásico de este proceso. Originalmente era una plantación de esclavos, pero después de la derrota del Ejército Confederado, el propietario se vio obligado a cambiar de la esclavitud al arrendamiento. En 1901 se convirtió en una prisión estatal. Hoy en día es la mayor cárcel de máxima seguridad en la nación.
La expansión infecciosa del trabajo penitenciario devastó a los trabajadores estadounidenses. Como proletarios en el sistema capitalista, nuestra fuerza de trabajo está sujeta a la presión de la oferta y la demanda. En el mercado capitalista, nuestra fuerza de trabajo es una mercancía que se compra por el capital por medio de los salarios. Cuando una sección de la clase obrera puede ser explotada intensamente con poco o ningún salario y en condiciones horribles, perdemos nuestra capacidad de negociación con la patronal, y nuestros salarios, el empleo y las condiciones de trabajo se deslizan cuesta abajo. ¿Por qué los patrones deberían contratar a un trabajador libre a un salario de sindicato cuando una gran carga de trabajo con un salario cercano a cero puede ser forzada sobre los convictos? Se convirtió en una práctica común para las empresas despedir trabajadores libres por convictos de arrendamiento para reemplazarlos. Y si el resto de los trabajadores libres alguna vez se organizaban en torno a la demanda de mejores salarios y condiciones, los condenados eran traídos a menudo como reacios rompehuelgas.
Esta era la situación que enfrentaban los trabajadores estadounidenses en el siglo 19. En respuesta, las organizaciones de trabajadores como los Caballeros del Trabajo y más tarde, la Federación Americana del Trabajo salieron a la vanguardia de un nuevo movimiento abolicionista. Al mismo tiempo, los condenados estaban peleando de nuevo en una ola de huelgas y revueltas carcelarias. Los trabajadores libres organizaron huelgas de protesta y solidaridad, y en lugares como Coal Creek, Tennessee, la clase obrera se movió en dirección insurreccional. En 1891, a los propietarios de minas locales provocaron un enfrentamiento armado cuando intentaron reemplazar a los trabajadores mineros organizados con convictos alquilados. Enfurecidos, los mineros marcharon sobre los edificios de la empresa y las barreras de la prisión, quemándolas hasta los cimientos, y liberaron a los prisioneros. Le siguió un período de dos años de conflicto militar de los trabajadores y los presos contra los patrones y el estado. Temeroso de más levantamientos de los trabajadores. El gobierno de Tennessee se convertiría en uno de los primeros estados del sur en terminar con el arrendamiento de los convictos tres años después.
Bajo la presión de un movimiento militante y con conciencia de clase de los trabajadores, los estados de toda América terminaron tranquilamente sus programas de arrendamiento de convictos uno por uno. A principios del siglo 20, el trabajo de prisioneros se utilizó exclusivamente para los proyectos estatales. El trabajo libre ya no fue forzado a competir con el arrendamiento de convictos. Uno de los mayores logros de la clase obrera estadounidense había sido ganado.
El regreso del arrendamiento de convictos
Sin embargo, a pesar de esta inmensa ganancia conquistada por la lucha de clases, el sistema que produce el arrendamiento de los convictos sobrevivió. Y sin la abolición del sistema capitalista, cada concesión que la clase trabajadora gana puede ser más tarde arrebatada por los patronos. Dado que la prisión es una institución dentro del sistema, y es la base de donde surge el “alquiler” de los prisioneros o convictos a corporaciones como fuerza de trabajo baratísima, se le permitió continuar, el arrendamiento se convirtió en una enfermedad latente, sin mostrar ningún síntoma, pero está todavía allí abajo de la superficie lista para reaparecer en un momento de debilidad.
Entrados los 70´s, la clase gobernante de Estados Unidos estaba en pánico. Habían apenas sobrevivido una década de agitación política, la economía se había estancado, la delincuencia disparado, y los empleos industriales estaban siendo sacudidos por la subcontratación. Su respuesta fue la construcción de una de las fuerzas policiales más invasivas y represivas que el mundo haya visto. La “guerra contra las drogas” fue declarada y la población carcelaria se saturó de delincuentes no violentos. Entre 1970 y 2000, el número de estadounidenses encarcelados se elevó seis veces.
En el contexto del boom de la posguerra, los dirigentes de las organizaciones tradicionales de trabajadores estadounidenses habían abandonado la lucha de clases por la colaboración de clases. La combinación de este período de calma en la lucha de clases con un salto exponencial en la población carcelaria de Estados Unidos proporcionó las condiciones perfectas para el regreso del arrendamiento. Después de esperar el momento oportuno durante más de medio siglo, el arrendamiento resurgió a un nivel nunca antes visto.
En 1979, el Congreso aprobó el Programa de Certificación de Mejora de Prisiones Industriales (PIE), reabriendo el sendero a las empresas privadas para contratar mano de obra de los convictos. A mediados de los años 90, los miembros del Consejo Americano de Intercambio Legislativo CAIL (ALEC por sus siglas en inglés), una coalición de derecha de los legisladores estatales que recibe apoyo sustancial de las corporaciones de prisiones privadas, comenzaron a introducir leyes estatales como la Ley de Prisiones Industriales que amplió el programa PIE. Por las próximas dos décadas, la mayoría de los estados en los EE.UU. habían aprobado estas leyes.
Las fuerzas detrás de estas leyes estaban explotando mano de obra de prisioneros que ellos mismos habían creado años antes. A través del CAIL y otras fuerzas políticas, los jefes habían empujado la legislación como las draconianas leyes “Tres Golpes” y “Verdad en la Sentencia” para inflar la población carcelaria.
Esto no era más que el programa de la derecha burguesa. Los dignatarios liberales Bill Clinton y Joe Biden encabezaron el escandaloso 1994 Proyecto de Ley Sobre Distintos Crímenes, lo que aumentó la financiación policial y de prisión por decenas de miles de millones de dólares, permitió que niños a partir de los trece años fueran juzgados como adultos, y ampliaron una versión de la ley de Tres Golpes a nivel nacional. Sobre la cuestión de encerrar a millones de estadounidenses por delitos no violentos, ambas partes de la clase dominante llegaron a un bipartidismo caballeroso.
A medida que el número de estadounidenses encarcelados se elevó, también lo hicieron las ganancias de las corporaciones de prisiones privadas como la Corrections Corporation of America y el Grupo GEO, proporcionando más dinero para grupos de presión como CAIL y aumentando el poder político de la industria de las prisiones. A través de este proceso, a pesar de que las corporaciones de prisiones privadas son los responsables de menos del 10% de los prisioneros estadounidenses, se convierten en un factor decisivo en la expansión del sistema penitenciario.
Hoy esas corporaciones están ganando miles de millones en ingresos. Al igual que el salto en las tasas de encarcelamiento y el programa PIE, la industria carcelaria privada comenzó a aparecer en la década de 1970, una década caracterizada por la pérdida de puestos de trabajo industriales, el aumento del desempleo y de los precios y el estancamiento de los salarios. Los presupuestos de los gobiernos estatales estaban en problemas y en muchos estados, se produjo una crisis de hacinamiento en las cárceles debido a la subida vertiginosa de las tasas de encarcelamiento.
En respuesta, los estados como Luisiana comenzaron a alentar a los alguaciles para invertir individualmente en nuevas cárceles privadas para futuras ganancias de los contratos estatales y el trabajo penitenciario. Ya por los años 80, y continuando en los años 90, las corporaciones de gran escala comenzaron a dominar la industria, y entrando en el siglo 20, más de cien mil estadounidenses fueron encarcelados en las prisiones privadas.
Mientras tanto, las marcas de la casa como Microsoft, Victoria Secret, IBM, Nordstrom, Motorola, Dell y muchos más han adoptado un modelo de negocio interesante: el actual arrendamiento de convictos. En las cárceles de todo el país, los presos despiertan, salen de sus celdas, y van a trabajar para las grandes corporaciones. Ellos cosen productos textiles, procesan carne, empacan café Starbucks, trabajan en centros de llamadas, producen armas militares, trabajan en granjas industriales, y mucho más.
Según la Oficina Federal de Prisiones:
Se requieren “reclusos condenados a trabajar si son médicamente capaces. Las asignaciones de trabajo de la institución incluyen el empleo en áreas como servicio de alimentos o el almacén, o trabajo como un preso asistente, fontanero, pintor, o jardinero. Los internos ganan 12 centavos y 40 centavos por hora para estas asignaciones de trabajo.
“Aproximadamente el 16% de los internos elegibles para el trabajo lo hacen en las fábricas de las Prisiones Industriales Federales (FPI por sus siglas en inglés). Obtienen capacidades laborales mientras trabajaban en operaciones de la fábrica, como los metales, muebles, electrónica, textiles y artes gráficas. Las tareas de trabajo de las FPI pagan de 23 centavos a $ 1.15 por hora”.
Las FPI, comúnmente conocidas como Unicor, ofrecen salarios más bajos que las corporaciones privadas, pero no por mucho. Y los salarios son tan atroces como las condiciones. Un preso asignado a labores agrícolas describe su experiencia en el trabajo:
“Ellos nos despiertan entre las 2:30-03:00 a.m. y nos sacan de nuestra celda antes de las 3:30 AM. Nos alimentan a las cuatro de la mañana. Nuestros supervisores de trabajo aparecen de 05:00 a.m. a 08:00 a.m. Luego nos trasladamos en coche en una hora a una hora y media al lugar de trabajo. Luego laboramos ocho horas, independientemente de las condiciones. . . . Trabajamos en los campos con azadón removiendo malezas y plantas de adelgazamiento de cultivo. . . Actualmente nos vemos obligados a trabajar bajo el ardiente sol durante ocho horas. Nos quedamos sin agua varias veces al día. Nos quedamos sin protector solar varias veces por semana. Ellos no revisan los expedientes médicos o edades antes de traer mujeres para estos trabajos. ¡Muchos de nosotros no podemos hacerlo! Si dejamos de trabajar y nos sentamos en el autobús o simplemente tomamos un descanso no autorizado conseguimos una multa MAYOR la cual nos quita nuestro ‘buen momento’”
Allí se esconde el afán de lucro para la expansión fuera de control de las prisiones: una mano de obra cautiva bajo la ley marcial de guardias, incapaz de organizarse para obtener mejores condiciones, lo que requiere sólo las condiciones de vida de animales de granja, y los salarios que se pueden contar en monedas de un centavo.
Dialécticamente, las ganancias del negocio de la prisión son a la vez causa y efecto de la encarcelación en masa. Las contradicciones del capitalismo generaron el sistema penitenciario, el sistema penitenciario está inspirado en los intereses capitalistas, y los intereses capitalistas lo han transformado en una industria rentable. El sistema penitenciario, ahora una oportunidad de inversión lucrativa para las corporaciones de “Fortune” 500, se ha extendido a proporciones que el mundo nunca ha visto para expandir una nueva fuente de beneficios.
El costo humano es devastador. Los Estados Unidos de América tiene la mayor tasa de encarcelamiento, que representan el 25% de los presos en el mundo al tiempo que sólo es el 5% de la población mundial. Millones de estadounidenses son abandonados en celdas superpobladas y en condiciones de vida de animales por una sociedad que ya no tiene un lugar para ellos.
El encarcelamiento masivo: ¿una solución o un problema en sí mismo?
Como ya se ha explicado, la prisión moderna es una función del capitalismo, y el capitalismo es incapaz de abordar la cuestión de la delincuencia. En lugar de ser una solución, la encarcelación en masa es solo otra vuelta en la enredada espiral de los problemas del capitalismo.
La expansión y el mantenimiento del sistema penitenciario requieren una ampliación y mantenimiento de un aparato estatal de represión. Después de medio siglo de la política de “la ley y el orden”, la policía estadounidense es uno de los mayores cuerpos militarizados del mundo y exige decenas de miles de millones de dólares en dinero de los contribuyentes. Pero en su eterna “guerra contra las drogas”, la aplicación de la ley no parece estar cerca de derrotar las “Drogas”. Y al igual que cualquier otra guerra, mucha de la clase trabajadora estadounidense y de los barrios pobres se han convertido en zonas de guerra, los campos de batalla de la guerra de pandillas, lo que es prácticamente ley marcial policial, y un calvario de completo aplastamiento de la desesperación económica y terror social. Partes de Detroit se parecen a la Segunda Guerra Mundial en Europa. Chicago se ha ganado el apodo de “Chiraq” por su epidemia de asesinatos. Y en Nueva York, sobre todo, la policía tiene muchos barrios en una ocupación que no se sabe si es militar o policial, incluso con sus puntos de control para “Parar y Registrar”.
Pero, ¿qué ha podido lograr todo esto? Los Estados Unidos de América, la superpotencia capitalista mundial, tiene la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, haciendo que las naciones que Washington sanciona por razones “humanitarias” y “democráticas” se vean como lugares relativamente liberales. Pero las cárceles sólo se convierten en caldo de cultivo para más delitos. Como era de esperar, concentrando una gran parte de los traficantes de drogas de la nación y los delincuentes violentos lo convierten en un lugar especialmente infestado de drogas y violento. Lejos de crear un entorno que desalienta la criminalidad, estos infiernos arruinan vidas y hunden a la gente más y más abajo de la espiral de violencia y adicción.
La prisión es un lugar de trauma psicológico y físico. La violación en prisión es tan común que se ha convertido en una broma abierta en la cultura americana. Las víctimas son especialmente prisioneros trans y homosexuales, cuya probabilidad es casi inevitable una vez están tras las rejas. Las contradicciones de la raza y la violencia de las pandillas se vuelven particularmente agudas en la cárcel, y la presencia de bandas de presos que usan imágenes nazis es bien conocida. Muchos guardias penitenciarios contribuyen a toda esta miseria con un régimen de intimidación, crueldad arbitraria, y tácticas de tortura psicológica y física, como la confinación solitaria. Los presos son despojados de su autonomía corporal y dignidad, los ponen en una jaula de salvajismo y tortura, y se espera que regresen a la sociedad, socializados, y como ciudadanos respetuosos de la ley. En lugar de corregir la criminalidad, el sistema penitenciario la refuerza.
Las fallas del sistema penitenciario van más allá de la propia prisión. El sistema de “justicia” que condena y encarcela a la gente lo hace de forma injusta, una base de la intolerancia sistemática y división de clase. Desde los viejos códigos de esclavos a las recompensas por arrancar el cuero del cabelludo del enemigo Hindúes, el sistema de justicia de Estados Unidos, al igual que el capitalismo estadounidense, ha sido una institución fundamentalmente racista. Así que no debería sorprender a nadie que los estadounidenses negros son encarcelados a casi seis veces la tasa de los blancos, y aunque los estadounidenses negros y latinos comprenden sólo un cuarto de la población total de Estados Unidos, que constituyen el 58% de la población carcelaria estadounidense. Mientras que los estadounidenses no blancos y blancos son tan propensos a consumir drogas, existe una enorme disparidad entre los americanos no blancos y blancos arrestados, condenados y encarcelados por delitos de drogas. En una nación donde, la violencia policial lanzada al azar, sin sentido trata con brutalidad los barrios obreros negros y latinos, parece que el hecho mismo de no ser blanco en Estados Unidos es un delito penal. Las ejecuciones extrajudiciales de Eric Garner, Mike Brown, Trayvon Martin, Kimani Gray, Derek Lopez, Amadou Diallo, Victor Steen, y así sucesivamente demuestran una realidad intolerable: la aplicación de la ley (y los vigilantes autoproclamados) pueden matar a los niños de las minorías y salir impunes después. El capitalismo declara todo esto como un sistema de “justicia” con obscura ironía
Los prejuicios de clase del capitalismo es lo fundamental en todo esto. Los jefes y los banqueros pueden robar y estafar a la nación llevándola a la ruina económica y obtener un rescate financiero de miles de millones después. Pero si alguien pobre y de la clase obrera es empujado al crimen por la desesperación, estará en la cárcel con usted. Estados Unidos es una democracia burguesa, donde existen derechos democráticos y la justicia existe para el mejor postor. Pero los que se quedaron sin dinero por el alquiler, intereses, ganancias y no tienen la misma suerte.
¿Cómo podemos combatirlo?
En todas partes está claro: el sistema penitenciario es una forma de opresión de clase contra los trabajadores. La pregunta del día debería ser: ¿cómo podemos luchar contra él?
La lucha debe ser peleada con la misma estrategia de guerra que la derrotó antes: la organización, la educación y movilización de la clase obrera estadounidense. Una crisis capitalista sin un final a la vista intensificará el fuego lento la lucha de clases norteamericana a un calor abrasador, y los trabajadores y jóvenes de todo el país desafiarán a todas las instituciones imponentes del capitalismo. Debajo de la superficie de nuestra sociedad, las placas tectónicas se empujan entre sí y se está preparando una explosión de proporciones sísmicas. En el próximo período, el incendio revolucionario en Venezuela, Grecia, Egipto, Turquía, Brasil, y otros más, pronto saltará sobre las calles estadounidenses y encenderá una lucha por el derrocamiento del sistema.
Un temblor de advertencia de huelgas laborales en lugares como las escuelas de Chicago, los restaurantes de comida rápida de Nueva York, y las grandes tiendas de Walmart ya está sobre nosotros. Revueltas similares se observan en las prisiones estadounidenses, como la del hambre y huelgas laborales en California (2011 y 2013) y en Georgia (diciembre de 2010). El flujo masivo de protesta por las decisiones del gran jurado de los casos de Mike Brown y Eric Garner es otro indicio importante de lo que está por venir.
Todos estos movimientos representan la misma lucha: la lucha de clases de los trabajadores en contra de la opresión y la explotación del sistema capitalista. Una victoria para los trabajadores encarcelados es una victoria para los trabajadores libres. Si una huelga de una prisión gana un aumento en los salarios de los presos, la clase obrera en su conjunto tendría una mayor influencia en la lucha por mejores salarios. Si un movimiento de masas obliga al Estado capitalista a dar concesiones a las condiciones de vida y de trabajo de los reclusos, las condiciones abusivas de vida y trabajo para las masas serán menos aceptables en todas partes.
Un conjunto de demandas que vinculen salarios más altos, mejores condiciones de trabajo, una calidad de vida más tolerable para los trabajadores, tanto libres y encarcelados pueden unir a los dos movimientos, aumentando su poder de manera exponencial. Al igual que los patrones usan las fronteras nacionales para dividir y desorientar la lucha de los trabajadores, también utilizan las paredes de las celdas para fracturar nuestro movimiento. Tenemos que resistir a esta barrera artificial. El trabajo es el trabajo, dondequiera que pueda ser explotado.
El error del primer movimiento contra el arrendamiento de los prisioneros es que dejó que la mano de obra, una vez libre ya no tuvo que competir con el trabajo penitenciario en el mercado. Al comprometerse con el sistema y perder su enfoque, el movimiento obrero nunca obtuvo la ganancia más importante: la abolición del sistema de esclavitud asalariada. En consecuencia, los trabajadores estadounidenses fueron condenados a la miseria de la Gran Depresión, dos guerras mundiales, otro medio siglo de Jim Crow, y todos los demás horrores del capitalismo del siglo 20. Y en el último cuarto de siglo, la odiada práctica del alquiler de los convictos ha vuelto con una venganza.
Pero hoy en día la clase obrera estadounidense es más fuerte en cantidad y calidad que nunca. Y más que eso, el capitalismo estadounidense está en su momento más débil de toda la historia y no muestra signos de recuperación. No sólo vamos a reanimar el orgulloso legado del movimiento obrero estadounidense, lo haremos en un nivel superior, terminar de una vez por toda nuestra centenaria batalla contra el capitalismo con la revolución socialista.
Pero en última instancia, la lucha contra las cárceles, el arrendamiento y todas las formas de explotación y opresión capitalista siempre será una lucha en contra del propio sistema. Las prisiones son el producto natural de un sistema en el que el trabajo es una mercancía. Para el puño de hierro del libre mercado, nuestro sudor y el cansancio es un recurso más para explotar desde los almacenes de carne y sangre humana.
Y en el capitalismo, el sistema de “justicia” es una trituradora de carne para procesar la poca voluntad y la incapacidad de regresar a la fuerza laboral. Los trabajadores estadounidenses son supervisados bajo una de las fuerzas policiales más represivas del planeta, divididos por el color, y estableciendo una banda transportadora a través de escuelas quebrantadas y ciudades de desempleo. Nuestra calidad de vida se redujo por las cuchillas oscilantes de la austeridad y el subempleo, y cuando nuestros cuerpos exprimidos son víctimas de la enfermedad, nos dejan podrir sin cuidado médico adecuado. Inevitablemente una sección de nuestra clase se echa a perder y se da por vencida ante la esclavitud del salario para cambiarla por una vida de crimen o vagancia, volviéndose inutilizable para los jefes como proletarios. Entonces el Estado capitalista los trae de nuevo por la fuerza al trabajo mediante la invención de la prisión.
Pero mientras que las cárceles fueron creadas originalmente como un engranaje de la auto-corrección de las contradicciones del capitalismo, pronto asumieron un propósito aún mayor-crear una capa de la clase obrera que se puede explotar más allá de las normas del mercado de trabajo. No es casualidad que la mayoría de los reclusos estadounidenses son delincuentes no violentos que trabajan tras las rejas a tiempo completo. Cuando el capitalismo podía jugar un papel progresista en el desarrollo de las fuerzas productivas, instituyó los grupos de encadenados para alimentar el aumento de la poderosa industria estadounidense. Los grandes avances hechos en la época de los magnates del ferrocarril le proporcionaron un arrendamiento relativamente estable mientras existió. Pero hoy, el capitalismo ha perdido incluso ese papel. Puede que haya vuelto a su viejo hábito, pero nunca podrá volver a los días de su juventud cuando empujó la producción hacia adelante en una escala histórica. Hoy en día, de hecho, es un freno para la producción, y el resurgimiento del arrendamiento sólo sirve a la longevidad de un muerto viviente en un sistema obsoleto. Ambos deben ser eliminados con el mismo golpe.
Nunca ha habido un convicto más culpable que este sistema. El capitalismo es el terrorista más efectivo, ladrón prolífico, y el loco sádico en el planeta. Hablar de “justicia”, mientras continúa existiendo es un crimen.
Jueves, 11 de diciembre 2014
1. La frase “Ley de Jim Crow” apareció por primera vez en el Diccionario de Inglés Americano en 1904, aunque hay pruebas de que fue usada anteriormente. El origen de la frase “Jim Crow” a menudo se ha atribuido al número de espectáculo musical caricaturesco “Jump Jim Crow”, que era interpretado por el actor blanco Thomas D. Rice, pintando su cara de negro lo que hacía referencia a un afroamericano, estrenó por primera vez en 1832 y se utilizó para satirizar las políticas populistas del entonces presidente Andrew Jackson. Como resultado de la fama del personaje de Rice, ya en 1838 “Jim Crow” se había convertido en una expresión peyorativa que significaba “afroamericano”, y de a poco las leyes de la segregación racial comenzaron a ser conocidas como las leyes de Jim Crow.