El informe IPCC sobre el cambio climático muestra la necesidad de una revolución

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chimneysDurante los últimos siete meses se ha preparado el quinto informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), el organismo científico internacional de la ONU, centrado en proporcionar la mayor información y análisis sobre el proceso, los riesgos y los impactos del cambio climático. Las conclusiones de este último informe son inequívocas: el cambio climático es real; sus consecuencias desastrosas; sólo una revolución podrá frenar el calentamiento global.

La viñeta que aparecía en la reciente edición de The Economist (19 de abril de 2014) sirve para resumir la actitud real de la clase dominante ante el informe IPCC y la cuestión del cambio climático. La tira cómica comienza con un hombre llevando en silla de ruedas a un paciente enfermo a una clínica de desintoxicación – el que va en la silla de ruedas representa, evidentemente, a la Tierra. “Creo que este tipo es adicto a las drogas”, declara el hombre al médico admitiéndolo el otro – nuestro planeta antropomorfo se mantiene estable alimentado con petróleo y gas por goteo intravenoso.

El hombre continúa: “Afortunadamente, hay un nuevo informe que dice que puede dejarlas sin mayores problemas. Sólo necesita que todas las naciones del mundo se unan y se pongan de acuerdo para cambiar radicalmente las bases de sus economías de forma ordenada durante un período prolongado de tiempo. Yo creo que puede hacerse.”

La Tierra adicta al carbono declara: “Doctor” – dice señalando al hombre, “Creo que este tipo es adicto a las drogas.”

Este retrato supuestamente cínico del informe IPCC refleja el profundo pesimismo y la desesperanza de los políticos ante la tarea de tener que abordar la crisis ambiental inminente. Reconocen el problema y la gravedad de la situación. Entienden la magnitud del desafío y, también, los cambios necesarios. Y, sin embargo, a pesar del acuerdo casi universal sobre la necesidad de actuar, aún están parados – paralizados a causa de su servidumbre a las necesidades del capitalismo, el sistema económico aparentemente omnipotente al que rinden culto y veneran.

Aunque las viñetas de The Economist puedan parecer cínicas, en los hechos representan la dura realidad de la situación. Los científicos del clima, con tantos estudios e informes publicados, no tienen la mente lúcida, sino que están mareados con su propia propaganda. Estos eruditos son, de hecho, los más insensibles a la verdad; una verdad que está expresada de manera mucho más fría y sobria por los fríos comentarios de los portavoces de la burguesía: esperar cualquier solución al problema del cambio climático bajo el capitalismo es la mayor ilusión de todas.

Es cada vez más evidente que la tarea de mitigar el cambio climático no es una cuestión científica o técnica, sino política y económica. El problema es sistémico e intrínseco – fluye de las leyes y la lógica del capitalismo. Así como uno no puede curar el cáncer con una aspirina, sólo una revolución puede paliar el calentamiento global.

El proceso del cambio climático

El informe IPCC está compuesto, en realidad, por una trilogía de documentos. La primera parte, lanzada en septiembre de 2013, estudió los aspectos físicos que hay detrás del cambio climático. Las pruebas fueron concluyentes: según los científicos, el cambio climático está ocurriendo definitivamente. Aunque las temperaturas superficiales a nivel mundial se han estabilizado recientemente, los científicos son inflexibles en que esto es sólo una pequeña señal de otra manera de aceleramiento del proceso de calentamiento atmosférico y oceánico.

Además, existe la certeza creciente entre la comunidad científica de que las causas del cambio climático son antropogénicas; es decir, que la causa principal del calentamiento global es debida a la actividad humana, principalmente, por la producción y liberación de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono (CO2) y el metano, como resultado de la generación de energía, de la industria, la agricultura, la deforestación y otros factores.

Los impactos potenciales son graves: cambios a gran escala y posiblemente irreversibles en los sistemas físicos del planeta, tales como los océanos y los casquetes de hielo; una mayor frecuencia de fenómenos climáticos extremos, con tormentas más intensas y olas de calor; aumento del nivel del mar (de hasta medio metro) e inundación de ciudades costeras, cuya población se prevé de 345 millones en el 2050; acidificación de los océanos y destrucción de la vida marina; y una interrupción severa de recursos alimenticios debido a las sequías, inundaciones y pérdidas de cosechas.

Las promesas hechas previamente por los gobiernos en 2010 pretendían mantener el calentamiento global – medido por el aumento de las temperaturas superficiales en comparación con los niveles preindustriales – inferior a los 2 grados. Pero este objetivo se está convirtiendo en un sueño. La mitad del dióxido de carbono que puede emitirse para mantener este objetivo ya está en la atmósfera. Mientras tanto, no se está frenando, sino acelerando, la generación de nuevas emisiones: entre 2000 y 2010, las emisiones de gases de efecto invernadero crecieron a una tasa del 2,2% al año, casi dos veces más rápido que en los 30 años anteriores – y, de hecho, ha aumentado la “intensidad de carbono” (la cantidad de CO2 producida por unidad de energía consumida).

Por lo tanto, según el informe IPCC, se estima que es probable que alcancemos una subida de la temperatura de 2 grados para el año 2030, con un posible aumento de entre 3,7 y 4,8 grados al final del siglo. Para mantener un aumento inferior a los 2 grados, las emisiones de gases de efecto invernadero tendrían que reducirse entre un 30% y 60% para 2050 y en un 100% para el año 2100 – es decir, dejar de emitir dióxido de carbono a la atmósfera. Y sin embargo, los pronósticos actuales indican que – en vistas de una ausencia de cambio – probablemente veremos un aumento de las emisiones del 10% para el año 2030.

Si uno está buscando razones para ser optimista, no las encontrará en absoluto en este último informe IPCC.

Tocando la lira mientras arde Roma

Esta es la magnitud del problema – un problema que, a excepción de un puñado de escépticos y negacionistas financiados por las compañías de petróleo, es reconocido tanto por la comunidad científica como por los políticos. Pero como comentaba el Financial Times (20 de abril de 2014) en un artículo sombrío titulado, “Hora de cambiar el clima político” – implorando a la clase política en su conjunto mayor actuación:

“Los últimos cinco años no han sido buenos para aquellos que luchan contra el cambio climático. Desde el fracaso estrepitoso de la Cumbre de Copenhague sobre Cambio Climático en 2009, los líderes políticos se han enfocado en otros asuntos mientras continúa emitiéndose dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera a un ritmo sin precedentes”.

En otras palabras, mientras Roma se quema, el emperador está tocando la lira.

Según el IPCC, todavía hay esperanza, como señala el Financial Times en otro artículo (13 de abril de 2014, “Aún hay tiempo para salvar al mundo”), esta vez optimista:

“Los desastrosos efectos del calentamiento global aún pueden evitarse, según dicen líderes científicos mundiales del clima, pero sólo haciendo un esfuerzo internacional concertado para reducir las emisiones de carbono a través de grandes inversiones en fuentes de energías renovables y energía nuclear”.

Sin embargo, después de años de inacción, ¿podemos esperar algo diferente de nuestros líderes políticos esta vez? Como se mencionó en el artículo anterior del Financial Times, la anterior Cumbre sobre Clima Internacional celebrada en Copenhague en 2009, fue un fracaso espectacular, principalmente porque no obtuvo ningún acuerdo o resultados tangibles. El próximo gran evento está programado para tener lugar en París en el año 2015 ¿Pero ahora, en 2014, cinco años después de Copenhague y a un año de la Cumbre de París, qué puede uno esperar realmente? La población mundial, como los aldeanos en la famosa fábula del muchacho que gritó “lobo”, es escéptica respecto a las afirmaciones que emanan de las bocas de la clase política – tan nocivas como los gases que emanan de los vehículos e industrias más contaminantes.

Las Cumbres se suceden una tras otra. Se emiten informes uno detrás de otro. Los políticos planean hacer un plan. Sin embargo, como un mago que trata de distraer a su audiencia con la prestidigitación, a pesar de todo este movimiento y propuestas, nada cambia. Y a diferencia del mago, los políticos no tienen ningún as en la manga; ningún conejo que sacar de la chistera. Se parecen cada vez más al mago de Oz – hombres y mujeres ordinarios desprovistos de cualquier poder real, que se apoyan simplemente en el humo y los espejos para proyectar una imagen de poderío.

Los costes del cambio climático

Imaginemos, por un momento, que de alguna manera fuera posible la cooperación internacional. Entonces, ¿cuáles serían los retos para nuestros ahora amables líderes? ¿Cuáles serían los costes para mitigar y evitar desastres?

Todos los científicos están de acuerdo en que cuanto más tratemos de evitar la cuestión del cambio climático, mayor será el coste para paliar el desastre. Pero incluso con una acción inmediata, el coste estimado para reducir las emisiones y evitar los peores efectos del cambio climático va más allá de lo que los capitalistas – o los gobiernos que los representan – están dispuestos a gastar.

Por ejemplo, el IPCC estima que deberían invertirse 147 mil millones de dólares adicionales cada año de aquí al 2030 en fuentes de electricidad renovables y de combustibles no fósiles, tales como la energía solar, eólica y nuclear. Además, el IPCC sugiere una mayor inversión de 336 mil millones de dólares anuales con el fin de mejorar la eficiencia energética de los edificios, el transporte y la industria y, así, reducir la demanda energética global. Y, además de esto, el estudio indica que es muy probable que se necesite una inversión significativa en la extremadamente costosa y aún no probada tecnología de “captura y almacenamiento de carbono” (CCS, en inglés) a gran escala, para absorber el CO2 del aire y ocultarlo bajo tierra.

Para poner todo esto en contexto, la inversión anual total global en infraestructuras de suministro de energía es de 1,2 billones de dólares actualmente. Por lo tanto, el gasto adicional que se requiere solamente en las energías renovables, significa un aumento de más del 10% en inversión en energía. Esto en un momento en el que se viven apagones en Gran Bretaña y en otros lugares debido a la falta de inversión en sistemas de abastecimiento de energía por parte de los grandes monopolios de la energía durante el ultimo período.

Además, debe señalarse que se pide a los políticos que encuentren el dinero para cientos de miles de millones adicionales cada año en un momento en el que apenas pueden reunir juntos el (supuestamente excepcional, con compromisos) préstamo de 15 mil millones de dólares, necesarios para detener la descontrolada espiral de la economía ucraniana.

Puede ser más barato reducir las emisiones ahora antes que después, pero una acción internacional coordinada bajo el capitalismo es imposible, particularmente en un momento de crisis económica. No ha habido ningún esfuerzo concertado hasta el momento, ¿por qué deberíamos creer que se tomarán medidas conjuntamente ahora de repente?

Cuando se pueden hacer beneficios potenciales – por ejemplo, a través de los llamados Tratados de Libre Comercio – los países capitalistas pueden estar dispuestos a trabajar juntos y compartir el botín. Pero cuando se trata de pagar la factura por los costes del capitalismo, de repente nadie quiere pagar y los capitalistas desaparecen. En esos casos, suele ser la población – la más pobre de la sociedad – la que se queda con la factura.

Todos los políticos están de acuerdo en que debemos actuar, pero ninguno de ellos está dispuesto a hacerlo. Ningún gobierno está dispuesto a pedir a las grandes empresas que paguen y pongan en riesgo las ganancias de los capitalistas de su país. En lugar de cooperación internacional, vemos competencia internacional, cada país trata de pasar los gastos ambientales a otros países. En lugar de permitir la coordinación global y la planificación, las políticas ambientales son, en cambio, utilizadas por los gobiernos como Estados Unidos, como medidas proteccionistas para prohibir la entrada de mercancías baratas provenientes de China y de otros países. Las políticas verdes, supuestamente introducidas para combatir el cambio climático, con frecuencia no son nada más que otra estrategia de los países imperialistas para obtener beneficios.

Al mismo tiempo, todas las evidencias muestran hasta ahora la imposibilidad de encontrar una solución a la mitigación del cambio climático bajo el capitalismo. Los intentos de comercializar el carbono y crear un mercado con él han fracasado abismalmente hasta el momento. La paulatina muerte del sistema de comercio de emisiones de la Unión Europea (European Union Emission Trading Scheme, o EU-ETS, en inglés), el más importante mercado de carbono a nivel mundial, da testimonio de la imposibilidad de las autoridades para resolver la cuestión del cambio climático: este mercado se fundó en 2005, el precio de los créditos de carbono EU-ETS colapsó después de un exceso de oferta inicial – debido a la presión ejercida por las grandes empresas a los gobiernos para no colocar un límite demasiado bajo en el suministro de créditos – y al posterior colapso en la demanda tras el inicio de la crisis económica en Europa (1).

El problema al que se enfrentan los líderes políticos sobre la mitigación es simple: no puedes controlar lo que no es tuyo. El dinero necesario para invertir en energías renovables y eficiencia energética está ahí; existen los recursos materiales, humanos y monetarios para evitar el cambio climático. El problema no es científico ni tecnológico, sino de propiedad – una cuestión política de “¿Quién es el que paga?”

Hay una enorme riqueza ociosa y derrochadora en las cuentas bancarias de las grandes empresas en todo el mundo: 2 billones de dólares en Estados Unidos; una estimación de 2 billones en Europa; y unos 700 mil millones en el Reino Unido. Estos recursos podrían invertirse mañana en las tecnologías necesarias para mitigar el cambio climático. Pero tal riqueza es propiedad privada, sostenida por un férreo control en manos de una pequeña élite y, por lo tanto, más allá del alcance de los gobiernos. Ninguna reprimenda ni alarmismo persuadirá a los capitalistas de compartir tanta riqueza, porque son una parte fundamental de un sistema anárquico que no puede ver más allá de la punta de su nariz y que, en definitiva, sólo se mueve por consideraciones que afectan a la competencia por los mercados y los beneficios.

Urgencia y alarma

Algunos dentro de la comunidad científica y el IPCC guardan la esperanza de que el último informe, con sus sombrías advertencias sobre los efectos devastadores del cambio climático, será suficiente para proporcionar el sentido necesario de urgencia y conmover a una “apática” clase de dirigentes políticos para que se pongan en acción. Pero si bien la gravedad de la crisis ambiental puede ser hoy mayor que en el momento del último informe, la gravedad de la crisis económica a la que se enfrentan los responsables políticos ¡es aún peor! ¡La situación no ha mejorado exactamente a favor de los optimistas sobre la evitación del desastre!

La inactividad de estos dirigentes no se debe a su apatía, sino a su incapacidad de hacer algo mientras se mantengan dentro de los límites del capitalismo. No es que ignoren el problema, que les falte el deseo, o subestimen las consecuencias, lo que conduce a la falta de acción, sino la anarquía del mercado y la irracionalidad inherente al capitalismo, que actúa como una camisa de fuerza para los líderes políticos del mundo. La mano invisible los agarra por el cuello y les pone una pistola en la cabeza, paralizándolos de miedo.

Para entrar en las duras cabezas de los dirigentes políticos mundiales pro capitalistas, el IPCC intenta hablarles en un idioma que entiendan más claramente – el del dinero. Así, el último informe intenta presentar la cuestión de tomar acciones inmediatas en términos de un análisis de costes y beneficios: los costes de evitar el drástico cambio climático en comparación con los costes de adaptación a él.

En este sentido, los números parecen hablar por sí mismos. Las estimaciones del IPCC sugieren que el impacto económico total de la mitigación del cambio climático sería una reducción anual en el crecimiento del PIB mundial del 0,06% hasta el año 2100, dejando una reducción total global en la producción económica de sólo alrededor del 3,4%, comparado con “lo que es usual en los negocios”. En comparación, algunos estiman que los costes de adaptación al cambio climático supondrían en torno al 0,2-2% del PIB anual; otras estimaciones son mucho más altas, con costes de hasta 70-100.000 millones de dólares al año para los países en desarrollo solamente. En cualquier caso, parece un caso claro. Un político o economista sensatos ¿invertirían seguramente ahora para evitar más adelante costes mayores?

Otras voces dentro del IPCC, sin embargo, han causado un gran revuelo al tachar el último informe de “alarmista”. En particular, es el caso del profesor Richard Tol de la Universidad de Sussex en Gran Bretaña, una de las figuras importantes en la redacción del capítulo sobre los impactos económicos del cambio climático, que más tarde pidió que retiraran su nombre del informe, alegando que el documento IPCC “era básicamente una repetición de profecías de muerte”. Aquellos que permanecen en el IPCC han criticado los comentarios del profesor Tol, defendiendo el tono y la presentación del informe y acusando a Tol de minimizar los riesgos del cambio climático.

No conocemos las motivaciones ni qué ideas realmente se esconden detrás de las críticas del profesor Tol al último informe IPCC, pero se puede decir que ha revelado algunos puntos importantes y válidos. Por ejemplo, en el Financial Times (31 de marzo de 2014), Tol señaló que la pérdida total de la producción económica global debido al cambio climático, produciría una caída anual del PIB de entre el 0,2-2% – en otras palabras, que “medio siglo de cambio climático es aproximadamente tan malo como perder un año de crecimiento económico”.

En comparación, Tol señala que, “desde el inicio de la crisis en la eurozona, los ingresos promedio griegos ha caído más del 20 por ciento. El cambio climático no es, entonces, el mayor problema al que se enfrenta la humanidad.”

En otros lugares las cifras indican lo mismo: en Gran Bretaña, se estima que la pérdida total de la producción debido a la crisis económica se aproxima al 500% del PIB. En otras palabras, la crisis del capitalismo significa que el Reino Unido ha perdido el equivalente del valor de cinco años de producción económica – un daño mucho mayor que el predicho por el cambio climático. Las cifras equivalentes para Grecia y España, donde la crisis fue – y es – significativamente más profunda, son probablemente mucho peores.

Estas cifras comparativas sirven para ilustrar que los científicos y asesores políticos pueden intentar hablar con los políticos en el lenguaje del dinero, pero eso no significa que estos políticos escuchen – o puedan escuchar ¿Por qué deberíamos pensar que a alguno de estos líderes defensores de las grandes compañías les importa los costes del cambio climático, mientras que dirigen plácidamente la crisis más profunda en la historia del capitalismo – una crisis que está causando incluso más miseria que la que predicen los estudios más pesimistas sobre el cambio climático?

¿Cómo podemos esperar que estas damas y caballeros se vean persuadidos por las cifras sobre los impactos de la crisis ambiental, cuando estos mismos hombres y mujeres son responsables del ataque más brutal a los niveles de vida desde hace décadas, a través de los programas de austeridad que están aplicándose en toda Europa, el Reino Unido y EE.UU. ?

La interconectividad ambiental y económica

El profesor Tol va más allá, no obstante, al observar que los impactos futuros del cambio climático no son excepcionales en su extremidad. Millones de personas sufren ya, en la actualidad, los mismos impactos que predice el IPCC ante el calentamiento global, como inundaciones, sequías, hambrunas y enfermedades. Aunque no es crítico con el sistema capitalista, Tol señala que los impactos del cambio climático afectarán más duramente a los más pobres, no sólo porque viven en zonas más calientes y propensas a inundaciones, sino precisamente porque son pobres. El profesor de la Universidad de Sussex, explica:

“Para proteger a Londres contra el aumento del nivel del mar, la barrera del Támesis tendrá que ser reemplazada. Esto es caro, pero se hará. Bangladesh también es vulnerable a una subida del nivel del mar; le es ya difícil hacer frente a las inundaciones actuales. Sin embargo, es aproximadamente tan pobre como otro país densamente poblado de tierras bajas, hace un siglo y medio atrás, cuando empezó su primer programa de protección contra inundaciones – los Países Bajos. Lo hizo porque tenía un gobierno fuerte capaz de tomar acciones decisivas. Como Bangladesh carece de ello, el país será vulnerable al cambio climático. Pero su problema principal es político.

“La malaria es otro ejemplo. En su día fue endémica en Europa y Norteamérica. Pero ráfagas de pesticida mataron a los mosquitos y el drenaje de los humedales redujo su hábitat. Hoy en día la malaria se limita a los países pobres. El cambio climático empeorará la enfermedad. El crecimiento económico la hará desaparecer.

“En el peor de los casos, el cambio climático podría reducir el rendimiento de las cosechas en África a la mitad. Sin embargo, los rendimientos aumentarían diez veces – en el mismo clima, en el mismo suelo – si los agricultores de subsistencia empezaran a usar técnicas pioneras en granjas y cultivos experimentales. El cambio climático puede ser un gran problema en África. Pero no es tan importante como la falta de ocupación, las malas carreteras, el azote de los señores de la guerra, etc.” (el énfasis es nuestro)

Aunque el profesor Tol no responsabiliza al capitalismo del problema de la pobreza o del cambio climático, resalta un punto importante y relevante: que la cuestión del medio ambiente no puede divorciarse de las condiciones y de las fuerzas políticas, económicas y sociales en juego en el mundo. El cambio climático es un problema grave ante nosotros y nuestro planeta, y sus efectos en las vidas de los más pobres del mundo serán claramente severos; pero el problema del cambio climático es una consecuencia de la naturaleza anárquica y contradictoria del capitalismo y su competitiva carrera por los beneficios. Los terribles efectos del cambio climático se exacerban por esta misma irracionalidad de nuestro sistema económico actual.

El problema, por lo tanto, no es simplemente de cambio climático, sino de un sistema económico mundial y de un conjunto de relaciones sociales que encarcela a miles de millones – incluso en los tiempos del “boom” – en una vida diaria de pobreza y hambre, no porque hay demasiado poco, sino porque hay demasiadas cosas, como decían Marx y Engels en El Manifiesto Comunista:

“Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de barbarie momentánea: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la ha privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio”.

La normalidad bajo el capitalismo es una situación en la que millones de personas mueren de hambre y de enfermedades evitables, no porque no haya suficientes alimentos o medicinas, sino porque no hay suficiente dinero en los bolsillos de los afectados. El capitalismo no se preocupa de las necesidades sociales, sino solamente de los beneficios privados. Cuánto dinero, en lugar de qué necesidades materiales de alimentos, ropa y techo tienes, es la única pregunta que conoce el capitalismo.

¿Cuántas veces oímos hablar de los millones de personas que murieron de hambre bajo los supuestos regímenes comunistas de Stalin o Mao? Esos crímenes, como se nos recuerda con frecuencia, son el resultado “inevitable” de la “ideología” socialista.

En realidad, ni las muertes en el pasado bajo el estalinismo ni las de hoy bajo el capitalismo son cosa de la “ideología”. La naturaleza y desarrollo de la burocracia en la Unión Soviética y en la China de Mao, no se deben simplemente a las personalidades individuales de Stalin o Mao, sino que comparten las mismas razones materiales: la idea de construir el socialismo en un país aislado y económicamente subdesarrollado. De forma similar, los horrores del capitalismo, hoy, no son una cuestión ideológica, ni son fruto de la avaricia de banqueros y empresarios, sino que responden a la lógica intrínseca y a las leyes internas del capitalismo, la búsqueda de beneficios a toda costa en una carrera sin fin.

Por tanto, no existe un desastre puramente “natural”. Las condiciones climáticas extremas, las inundaciones y sequías causarán evidentemente muchas muertes, como consecuencia de los futuros impactos del cambio climático. Pero causarían muchas menos muertes tales fenómenos accidentales y el flagelo diario del hambre y de las enfermedades, si tan sólo nuestro sistema económico se basara en satisfacer las necesidades de la sociedad, en lugar de llenar los bolsillos de los ricos.

La irracionalidad del capitalismo

Los científicos del IPCC y muchos otros, son personas sensatas que se sienten claramente preocupadas ante los peligros del cambio climático. Pero mantener la esperanza de que simplemente pueden persuadir a los líderes políticos a través de la presentación de evidencias empíricas y por medio de un “debate racional” es extremadamente ingenuo y sólo siembra ilusiones en cómo hacer frente a la amenaza inminente de las crisis ambientales a que nos enfrentamos.

Debemos subrayar lo siguiente: resolver el problema del cambio climático no es una cuestión científica ni tecnológica. Como Marx destacó en el prólogo a su obra, Contribución a la crítica de la economía política, “la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque examinándolo mejor, se mostrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización”.

Hoy se dan aún más las condiciones materiales para resolver el problema del cambio climático – y del hambre, la falta de vivienda y las enfermedades. Tenemos las tecnologías necesarias para reducir drásticamente las emisiones y nuestra demanda de energía. El problema es que aplicar las tecnologías necesarias significaría tomar el poder de los principales monopolios de las manos privadas y ponerlos bajo un plan democrático de producción. El problema, por lo tanto, no es técnico, sino político. No es un problema de la naturaleza, sino de la distribución y la propiedad económica. En definitiva, es necesaria una transformación revolucionaria de la sociedad.

Los científicos del clima piden sin cesar un “debate racional” sobre el tema del cambio climático. Pero los términos del debate son dictados por los intereses de los involucrados, y se puede ver claramente que los que detentan actualmente el poder real en la sociedad apoyan un sistema que es enteramente irracional en todos los sentidos. Es, entonces, la adherencia a un sistema económico y social senil, no la ignorancia o terquedad de los involucrados – lo que impide un debate racional.

Nosotros, como marxistas, defendemos un plan de producción socialista – un plan que implique la propiedad pública y democrática de los bancos, infraestructuras e industria – para resolver los problemas ambientales que a que se enfrentan la humanidad y nuestro planeta. Tal plan, a escala internacional, podría reducir rápida y drásticamente las emisiones y el impacto humano sobre el medio ambiente, tomando la vasta riqueza que permanece ociosa actualmente en la sociedad y utilizarla para invertir en un vasto programa integrado de mejora de la eficiencia energética de los edificios, transportes e industrias, al tiempo que se invierten los recursos científicos e industriales en construir y desarrollar futuras energías renovables. El hambre y las enfermedades podrían prácticamente desaparecer de inmediato, si rápidamente se pusieran medidas para protegerse de las inundaciones y de otros fenómenos meteorológicos extremos. Y con el control de nuestra propia vida al fin obtenido, se podría liberar la energía creativa en la sociedad para desarrollar nuevas técnicas y tecnologías en los campos de la medicina, la energía y los alimentos.

Bajo el capitalismo, tanto en las crisis económicas como ambientales, son siempre los más pobres los que sufrirán las consecuencias. Los ricos, mientras tanto, vivirán felizmente y ajenos a la realidad en playas y mansiones con aire acondicionado y centros comerciales. En otras palabras, en última instancia, no se puede persuadir a los capitalistas con argumentos morales o con hechos y cifras cuando se trata del daño que inflige su sistema a nuestro planeta, porque estas damas y caballeros ricos viven totalmente en otro planeta, lejos de las condiciones en las que vive la mayoría de la sociedad.

Una transformación socialista de la sociedad, en Gran Bretaña y a nivel internacional, puede poner fin a la miseria del capitalismo y a la barbarie que nos depara el futuro bajo este sistema económico decrépito. Poner los medios de producción y la riqueza del planeta bajo el control público y democrático de la sociedad puede resolver el problema del cambio climático y comenzar a construir una sociedad en la que la gente y el planeta coexistan en armonía. Esta idea revolucionaria es la única opción racional.

 


(1).- El comercio de derechos de emisión es una herramienta administrativa utilizada para el control de emisiones de gases de efecto invernadero.

Una autoridad central (normalmente un gobierno o una organización internacional) establece un límite sobre la cantidad de gases contaminantes que pueden ser emitidos. Las empresas son obligadas a gestionar un número de bonos (también conocidos como derechos o créditos), que representan el derecho a emitir una cantidad determinada de residuos. Las compañías que necesiten aumentar las emisiones por encima de su límite deberán comprar créditos a otras compañías que contaminen por debajo del límite que marca el número de créditos que le ha sido concedido. La transferencia de créditos es entendida como una compra. Se supone así que el comprador está pagando una cantidad de dinero por contaminar, mientras que el vendedor se ve recompensado por haber logrado reducir sus emisiones. Existen programas de comercio de derechos para varios tipos de contaminantes.

El comercio de derechos de emisión es justificado como un enfoque más eficiente que la tasación o la regulación directa. Puede ser más barato, y más deseable por las industrias existentes, para las que la concesión de permisos se hace con determinadas exenciones proporcionales a las emisiones históricas. La crítica al comercio de derechos de emisión se basa en la dificultad de controlar todas las actividades de la industria y de asignar los derechos iniciales a cada compañía. (Fuente:http://es.wikipedia.org/wiki/Comercio_de_derechos_de_emisi%C3%B3n)