Los recientes ataques en Colorado, Connecticut, Boston y resto del país han impresionado a todo el mundo. Como hemos explicado anteriormente en las páginas de Socialist Appeal, estos incidentes de violencia repetidos reflejan la decadencia del capitalismo americano. El declive de este sistema no ofrece ningún futuro a los jóvenes de hoy, más bien distracciones, desesperación y escapismo. El alto desempleo, la deuda, la falta de servicios sanitarios, la alienación y un sentimiento generalizado de inseguridad bastan para empujar a algunos al borde del precipicio. Se podría poner fin a estos crímenes horribles si cambiamos de sociedad, por una que ofrezca a la humanidad la esperanza de un futuro mejor; solamente si, en lugar de salidas escapistas, nos implicamos en la lucha por la vida que nos gustaría vivir.
Sin embargo, muchos políticos capitalistas nos dicen que hay una solución rápida y fácil: leyes más estrictas de control de armas. Esta “solución” se contradice con la experiencia real. El alcoholismo es, hoy, un problema tan frecuente e insuperable como lo fue en la década de 1920. En enero de ese año, fue puesta en vigor la enmienda 18 que prohibía la producción y venta de alcohol, y pretendía terminar con el alcoholismo. No sucedió nada de eso. La prohibición consolidó la delincuencia organizada, dando a las bandas criminales el monopolio de la producción y distribución de alcohol, y el alcoholismo continuó como antes.
En la actualidad, aquellos estados con leyes estrictas sobre el control de armas, como los de Nueva York, Massachusetts, Nueva Jersey y California, son los que experimentan los crímenes más violentos con armas de fuego. A menudo, se adquieren armas ilegales en otros estados, por individuos que legalmente pueden comprarlas y a través de la venta ilegal de armas por distribuidores autorizados. Éste podría ser el argumento para endurecer las leyes sobre armas a nivel federal, pero qué nos hace pensar que las armas no llegarían a las manos de quienes tienen intenciones maliciosas.
De hecho, existe un mercado clandestino de armas de fuego, y como ocurrió con la prohibición del alcohol en los años 20, un endurecimiento de la ley sobre el control de armas sólo beneficiaría a este lucrativo mercado negro. Hay diseños en internet que permiten reproducir una pistola de plástico completamente funcional utilizando una impresora 3D. Los cárteles mexicanos de la droga, que están a menudo mejor armados que la policía y el ejército, todo nos demuestra hasta qué punto son ineficaces los esfuerzos por frenar el acceso a las armas de fuego (y al comercio de drogas ilícitas, en este caso).
El “derecho a portar armas” es un derecho que, tal vez, haya sido defendido en los Estados Unidos más que en cualquier otro país del mundo. La segunda enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, junto con otras nueve enmiendas que conforman la “Carta de Derechos”, fueron una concesión por parte de la joven clase gobernante estadounidense con el fin de aprobar los aspectos menos democráticos de la Constitución, como la creación del Senado y la Corte Suprema.
En el momento de la firma de la Constitución, a pesar del control de la energía revolucionaria de las masas por parte de la clase dominante, el sistema capitalista era todavía joven e históricamente progresista. No se había desarrollado todavía un fuerte aparato de Estado. La clase dominante aún no lo necesitaba, en la medida en que el proletariado aún no se había convertido en esa fuerza poderosa y masiva, en la clase mayoritaria de la sociedad, como es el caso hoy. Podía depender de la geografía y de milicias armadas locales para la defensa nacional y para acabar con los levantamientos locales, ayudarse de un pequeño ejército permanente y, sobre todo, de una fuerte fuerza naval.
Pero las cosas han cambiado en los Estados Unidos. El lema “Somos el 99%” dice mucho sobre la relación actual de fuerzas entre las clases sociales: una minoría de capitalistas, por un lado, y una masa de trabajadores por el otro. La clase obrera tiene un tremendo potencial en sus manos, la capacidad para llevar la producción y la sociedad en su conjunto a un alto nivel. Con la profundización de la crisis del capitalismo, la clase gobernante ya no puede apoyarse en ideologías ni en ofrecer algunas concesiones para mantener la paz social. Ante tal amenaza, los capitalistas han desarrollado un imponente aparato estatal con el fin de imponer su dominio.
Federico Engels, en su obra clásica El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, definía el papel que cumple éste último: “El Estado no es, en modo alguno, un poder impuesto desde fuera a la sociedad (…) Es, más bien, un producto de la sociedad al llegar a una determinada fase de desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha enredado consigo misma en una contradicción insoluble, se ha dividido en antagonismos irreconciliables que ella es impotente para conjurar. Y para que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso hízose necesario un poder situado, aparentemente, por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo dentro de los límites del ‘orden’. Y este poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado”.
Cuando los políticos capitalistas apelan al “control de armas”, lo que realmente están pidiendo es que la mayoría de la clase obrera permita que el Estado burgués tenga más poder para establecer quién debe tener acceso a las armas. La clase capitalista respiraría aliviada con el desarme completo de la clase obrera. El Estado capitalista tendría entonces el monopolio total de las armas, junto con el monopolio de los tribunales, las cárceles, la Policía, las agencias de espionaje, el Ejército, etc.
Por lo tanto, desde el punto de vista de la clase capitalista, el verdadero objetivo del “control de armas” no es el desarme de los elementos criminales o de personas inestables —que seguirían teniendo acceso a las armas a través del mercado negro— sino el desarme de la clase obrera en general.
Lo hemos visto en el pasado. Cuando los Panteras Negras usaron armas para su autodefensa, el Estado burgués los atacó violentamente. Grupos de extrema derecha, por el contrario, están armados hasta los dientes y el Estado por lo general mira hacia otro lado.
Estados Unidos tiene una larga historia de violencia armada por parte del Estado contra los inmigrantes, los negros y contra la clase obrera en general, sobre todo cuando se atreven a luchar. Prácticamente, todas las grandes luchas obreras en este país han estado marcadas por violentos ataques por parte del Estado contra los trabajadores en huelga. Contra esta fuerza abrumadora del Estado capitalista, la clase obrera debe defender su derecho democrático de autodefensa y de defensa de sus organizaciones, incluyendo el derecho de acceso a las armas.
No hay soluciones rápidas al problema de la violencia armada, ni tampoco dentro de los límites del capitalismo, un sistema basado en la explotación organizada y en la violencia de una clase contra otra. Sólo la clase obrera organizada y solidaria puede ofrecer una solución a la violencia de la sociedad de clases, ya sea perpetrada por el Estado capitalista contra los huelguistas en su lucha, o por personas inestables y enajenadas en un atentado.
El movimiento obrero, mediante la organización de un partido político propio, podría comenzar a enfrentar los males de nuestra sociedad, pero sólo si ese partido está dotado de un programa socialista. Empresas como Colt y Smith & Wesson obtienen enormes beneficios de la venta de armas. Un gobierno obrero nacionalizaría la industria del armamento y la colocaría bajo el control democrático de los trabajadores.
Bajo un gobierno de los trabajadores, la clase obrera podría organizarse democráticamente para proteger a la sociedad. A medida que ese sistema, socialista, se extendiera mundialmente, y las relaciones entre las naciones se fueran basando cada vez más en la solidaridad, y la no explotación, la necesidad de la defensa nacional y de las fuerzas armadas iría desapareciendo, junto con las propias fronteras nacionales. La necesidad de una fuerza policial por encima de la sociedad, con poderes y privilegios especiales, desaparecería igualmente.
Con la inmensa riqueza y los recursos de nuestra sociedad orientados a crear puestos de trabajo y a elevar el nivel de vida de la población, podríamos eliminar la inestabilidad, la alienación y las condiciones inhumanas del capitalismo que dan lugar a la violencia sin sentido que afecta a nuestra sociedad.