La revolución italiana y las tareas de los trabajadores británicos

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La destitución de Mussolini marca una nueva época en el desarrollo de la revolución, y la decadencia y desintegración del imperialismo en el continente europeo. Para apreciar las tendencias que se están desarrollando en la península italiana, es necesario comprender las causas que llevaron a Italia a ser el primer país de Europa en emprender el camino de la barbarie fascista y, ahora, a ser el primer país en guerra que gira hacia la revolución.

Italia siempre ha sido la más atrasada de las grandes potencias. El campesinado, igual que en Rusia, ha sufrido la carga impuesta por los grandes terratenientes: el empobrecido proletariado, incluso antes de la pasada guerra, construyó un poderoso movimiento socialista como un medio de llevar adelante la lucha contra la burguesía. La participación de Italia durante la primera guerra fue, esencialmente, en calidad de potencia de segunda fila y aunque, nominalmente, en el bando de los vencedores, las conquistas de Italia durante la pasada guerra fueron insignificantes. La debilitada burguesía italiana se enfrentaba a la ruina de la economía italiana e intentó cargar el peso de la “reconstrucción”, cuando ella era la responsable de la guerra, sobre los hombros de las masas italianas.

En respuesta a esta ofensiva de la burguesía, las masas trabajadoras y campesinas italianas lanzaron una contraofensiva con un éxito brillante. Los años 1918-20 marcaron el período de “anarquía” del capitalismo italiano. La clase obrera, y después el campesinado, obligaron a la clase dominante a hacer tremendas concesiones. En septiembre de 1920 los trabajadores habían tomado las fábricas y las industrias, y los campesinos habían ocupado la tierra. El poder real ya no estaba en manos de los capitalistas, que estaban paralizados por el miedo, sino en manos de la clase obrera. Sólo era necesario un partido bolchevique capaz de sacar las conclusiones necesarias para las masas y de guiar a los trabajadores hacia la conquista del poder.

La dirección reformista de la clase obrera era incapaz de sacar las lecciones. Ciega e impotente, la dirección traicionó el movimiento y lo guió hacia los cauces del “constitucionalismo”. De esta forma, prepararon el camino para la destrucción del movimiento de la clase obrera.

La burguesía, espantada ante el movimiento de los trabajadores, temporalmente dio algunas concesiones. Pero la crisis económica continuaba. La burguesía italiana, sin reservas, sin colonias ricas y con una base económica débil, no podía esperar competir en el mercado mundial con la burguesía más poderosa de la Entente. Consecuentemente, tuvo que recurrir a la intensificación de la explotación de las masas italianas bajo pena de colapso y extinción.

Los intentos heroicos del proletariado de encontrar una salida por el camino de la revolución socialista, fueron bloqueados por el sabotaje de la dirección reformista. La burguesía buscaba una solución a la intolerable crisis para poder establecer “la ley y el orden”. La crisis económica se intensificó aún más con el colapso de la posguerra. La clase media estaba completamente arruinada y desesperada. Sectores importantes de la clase media siguieron el camino de los trabajadores y apoyaron al Partido Socialista en la oleada revolucionaria de la posguerra. Se podía haber ganado al núcleo de la pequeña burguesía con una política audaz por parte del proletariado. Pero totalmente desesperada, la pequeña burguesía comenzó a buscar otra solución. Por esta razón, el movimiento fascista surgió como una expresión de la desesperación de la clase media. Los grandes industriales financiaron a Mussolini. El fascismo comenzó a organizar sus bandas de gamberros y asesinos, de pequeñoburgueses y lumpemproletarios, con el objetivo de aniquilar físicamente a los dirigentes y a las organizaciones del proletariado. Estas bandas de asesinos vagaban por Italia atacando las cooperativas, sindicatos de trabajadores, ayuntamientos socialistas, etc., bajo la protección de la policía burguesa.

Mussolini en el poder

En 1922 Mussolini llegó al poder gracias a los terratenientes, los industriales, la Iglesia y la monarquía, como el único medio de preservar sus intereses. Los primeros años de su gobierno se caracterizaron por el intento precario de establecer su dominio.

El asesinato de Matteotti provocó una oleada de indignación por toda Italia y la clase obrera sólo necesitaba una dirección revolucionaria para derrocar el régimen fascista. Aún así, los socialistas se agarraron a los métodos “legales”. Mussolini sobrevivió a la crisis y procedió a destruir sistemáticamente las organizaciones de la clase obrera. La desilusión y la desmoralización de los trabajadores ante la traición de sus organizaciones la llevó a una situación de postración y apatía. El fascismo se atrincheró firmemente en el poder.

Pero una vez en el poder, el fascismo comienza a perder su base de clase media. El empobrecimiento y la ruina de la pequeña burguesía no se detiene, todo lo contrario, recibe un nuevo impulso con la victoria del fascismo. Las ilusiones contrarrevolucionarias de la pequeña burguesía pronto desaparecen debido a la cruda realidad de los estados totalitarios y, por lo tanto, comienza a decaer el apoyo al fascismo. El régimen fascista pierde completamente su base social y se convierte en una dictadura burocrática policiaco-militar. Esta era la situación de la dictadura de Mussolini. ¡Aún así, aguantó más de dos décadas!

El secreto del largo período de dominio fascista reside no en la fortaleza del régimen, sino en los acontecimientos mundiales, por un lado, y en la apatía y el letargo de las masas italianas, que habían perdido toda perspectiva con la traición de sus organizaciones. La victoria de Hitler, la derrota de los trabajadores franceses y españoles, el nuevo declive y colapso del movimiento de la clase obrera, el fortalecimiento de la reacción en todo el mundo, sólo sirvieron para desmoralizar y hundir a la clase obrera italiana en la indiferencia sombría y en la ausencia de fe en el futuro.

Pero la crisis que ensombreció el régimen, obligó a la burguesía italiana a intentar una expansión exterior para evitar ser derrocada. La aventura abisinia y la guerra que Mussolini llevó a cabo contra los trabajadores españoles, eran síntomas de la desesperación del fascismo italiano. Lejos de resolver algo, simplemente aumentó la miseria de los trabajadores y campesinos, e incrementó la presión sobre el régimen. Después de la caída de Francia, los capitalistas italianos se entusiasmaron con la oportunidad que ellos imaginaban se les presentaba para asegurarse un rico imperio.

Pero los cálculos de la burguesía quedaron completamente falsificados por los acontecimientos. ¡Nunca en la historia un ejército ha luchado con menos moral y creencia en su causa que el ejército de la Italia fascista! Las frases ingeniosas y mordaces de la clase dominante británica sobre la “cobardía” de los italianos tienen aquí su origen. El ejército italiano, como el de la Rusia zarista, está formado principalmente por campesinos. Explotados y oprimidos por los terratenientes, golpeados y tiranizados por las bandas fascistas, su idea del “enemigo” no era la de los ejércitos a los que se enfrentaban, sino los terratenientes de los pueblos que vivían bien a costa de golpearlos a ellos, mientras sus mujeres e hijos pasaban hambre. Pensaban que los onerosos impuestos que pagaban iban a mantener a una burocracia y milicia fascista ignorante y perezosa. No tenían voluntad de luchar. ¡Mussolini no pudo ni siquiera derrotar a los griegos! En África el imperio desapareció, mientras que los soldados italianos se rendían por decenas de miles ante la más mínima apariencia de resistencia. Veinte años de fascismo habían corrompido el régimen de arriba abajo. No había elementos de vida en todo su aparato, ni en el ejército, ni en los medios de represión interna. Además, Italia, un país atrasado y semiindustrializado, no poseía una técnica moderna de guerra como su gemelo fascista alemán, que tenía la fortuna de poseer una tecnología incomparable y la primera tasa de equipamiento industrial. Todos estos factores combinados hicieron inevitable la derrota italiana.

Las condiciones para la derrota del régimen fascista

Trotsky —con una infalible capacidad de previsión y una comprensión profunda de las masas y del proceso histórico—, al analizar el problema de la revolución en los países fascistas, demostró que era necesaria una sacudida profunda que despertara a las masas de su letargo y estupor, para que pudieran emprender el camino de la oposición y la lucha contra los regímenes totalitarios; esta sacudida podía venir de las derrotas militares o de la victoria de la revolución en una de las democracias.

Las derrotas del régimen fueron una demostración contundente de su bancarrota; su corrupción y decadencia proporcionaron los medios necesarios para que el proletariado italiano despertara. El proceso molecular de recuperación se ha estado desarrollando rápidamente detrás de la fachada externa de fuerza y estabilidad del régimen. La relación de fuerzas comenzó a cambiar dentro del país. Por primera vez había huelgas de masas en las ciudades contra el incremento insoportable del costo de la vida, los campesinos comenzaron a entrar en acción con toda una serie de revueltas menores contra los terratenientes y la insoportable carga impositiva de los funcionarios fascistas, los motines en el ejército eran una indicación ominosa del espíritu que existía entre las tropas. Muy pronto llegaron informes de la guerra contra Grecia que narraban cómo las unidades caían prisioneras cantando el Bandiera Rossa (Bandera Roja).

La burguesía y los terratenientes sentían que la tierra temblaba bajo sus pies. Como siempre, en la sociedad moderna, la proximidad de la revolución vino presagiada por la tensión existente dentro de todas las capas de la sociedad, tanto entre la clase dominante como entre los trabajadores, dentro de la pequeño burguesía y entre las filas de la burocracia fascista y el aparato del Estado. La presión desde abajo provoca fisuras e incertidumbre, desavenencias y diferencias dentro de las antiguas filas sólidas de la clase dominante. Comenzaron a buscar una salida al callejón sin salida, un forma de escapar de la marea ascendente de la revolución que amenaza con ahogarlos. Lejos de considerar al “líder” como salvador de las masas, empiezan a considerarlo causante de sus males y sus “errores” aparecen como los que han llevado a una situación imposible. El abuso de poder de su inmediata camarilla de colaboradores, esta siendo sustituido por conspiraciones y discusiones sobre un golpe de estado, una revolución palaciega, con la pretensión oportuna de quitarlo de en medio y cortar de raíz cualquier movimiento desde abajo. Las relaciones existentes entre las clases se hacen insoportables y la situación ya no puede aguantar más. La clase dominante busca formas de salvarse a sí misma. No puede reconciliarse con ese destino, se siente bloqueada y si no logra impedirlo la revolución la aplastará.

Esto es lo que hizo la Rusia zarista antes de la revolución de febrero. Y así ocurrió en la Italia fascista ante la caída de Mussolini. Existe una analogía mejor, cuando el rey Alfonso destituyó a Primo de Rivera, el dictador militar en España, en un intento de salvar a la monarquía. Mañana veremos el mismo proceso en la Alemania de Hitler. Pero todos estos movimientos de la clase dominante, lejos de evitar la revolución, dialécticamente, la precipitarán. El movimiento desde arriba produce un poderoso eco en el movimiento por abajo. Así fue como Mussolini fue echado a un lado por la clase dominante en Italia para impedir su derrocamiento. Como siempre en la historia, simplemente abrió el primer capítulo de la revolución.

Cualquiera que sea el destino de la revolución italiana, su desarrollo ha dado un golpe mortal a los cobardes y renegados del movimiento obrero, antiguos “marxistas”, como James Burnham en EEUU y C. A. Smith en Gran Bretaña, y toda la tribu de intelectuales pequeño burgueses y escépticos que han mirado al proletariado y la lucha por el socialismo con ironía y escepticismo. Esta chusma profesional y estrecha de mente, consideraba el barniz exterior del fascismo como la esencia interna, e incluso consideraba al fascismo como el desarrollo de una nueva forma de sociedad con una nueva clase dominante, ¡ni burguesa ni proletaria! Para ellos la actitud inerte del proletariado en Italia y Alemania, que bajaba pasivamente la cabeza frente a la tiranía fascista, era una prueba de la incapacidad del proletariado y una prueba de la nueva sociedad.

Incapaz de comprender la dialéctica del desarrollo de la sociedad, consideraban con ironía, condescendencia y desprecio, las luchas del proletariado. Como es el caso de C. A. Smith, para él sólo se trataba de un puente para justificar su deserción al campo de la burguesía. Pero no estuvieron solos. Los traidores del estalinismo y de la burocracia laborista, intentaron justificar su propia traición culpando a la pasividad de las masas, a la “incapacidad” del proletariado y la ausencia de madurez para la revolución socialista, que ellos posponían por décadas.

¡Qué lamentable es el estalinismo, que disolvió la Comintern en víspera de la caída de Mussolini!, ¡qué lamentable la burocracia laborista, que echó la responsabilidad del triunfo de Hitler sobre los hombros del proletariado alemán! En realidad, han sido las interminables derrotas de las dos décadas anteriores, provocadas por los mismos “dirigentes” y su política actual, las que han caído como una losa sobre el proletariado de todo el mundo y ha producido un ambiente de frustración y desesperación, desmoralización y desintegración, ausencia de fe en sí mismo y en su propio futuro. Es esto lo que en realidad ha llevado a la prolongación de la guerra y su continuación durante cuatro años de pesadilla, antes del primer movimiento del proletariado. Todas estas fuerzas y sentimientos son simplemente el resultado de la reacción, que ellos mismos habían provocado.

La confianza en la clase obrera, clave de la revolución

De todas las tendencias del movimiento obrero, sólo los trotskistas mantuvieron la fe en la clase obrera y en sí mismos. Incluso en la profunda oscuridad de la reacción mantuvieron la bandera del socialismo y de la revolución internacional, y continuaron teniendo fe y confianza en el proletariado. Y esto no fue casualidad. Habían analizado y previsto las razones de las derrotas y comprendían las bases del giro hacia la reacción, cuyas causas no descansaban sobre el proletariado, sino en la dirección del proletariado, continuando con la certera confianza que proporciona la comprensión del marxismo. Todas las otras tendencias estaban ciegas. Habían provocado la derrota y eran incapaces de comprender la salida al callejón.

La crisis en Italia llegó con la invasión de Sicilia. La ausencia total de apoyo al régimen se reveló en el hecho de que incluso en su “propio suelo”, los soldados italianos no demostraron demasiado entusiasmo por luchar. Su resistencia no era tan enérgica y firme como en las orillas de África. A pesar de las exageraciones de la propaganda aliada, parece claro que los invasores extranjeros no despertaban demasiada hostilidad en Palermo y otras ciudades. ¡Seguramente un raro acontecimiento en la historia! Nada podía ser peor para Mussolini que la actitud de los habitantes de la isla. El régimen estaba tan podrido y era tan odiado por las masas que no lo consideraban mucho mejor que el conquistador extranjero. ¡A esta situación había reducido Mussolini a Italia! Un sentimiento de terror debe haber inundado el corazón de la clase dominante italiana.

El desenlace no tardaría en llegar. Ante el temor al movimiento de las masas y consciente de que para ellos la guerra estaba irremisiblemente perdida, la clase dominante buscaba salvar algo entre los escombros. Desde Alemania, ya muy presionada y con la certeza de una futura derrota, no podía esperar más ayuda que reducir Italia al estatus de Francia u otro satélite balcánico, incluso en el caso de una victoria problemática, y con la perspectiva de que los aliados “democráticos” impondrían incluso mayores penas y multas en ese caso. Mussolini ya no era útil para ellos. Temían la revolución en Italia. Temían la invasión de los Aliados. Temían a su “socio” más poderoso. Con un pánico frenético, atrapados en contradicciones insuperables, las viles clases dominantes de Italia desdeñosamente lanzaron a Mussolini al cubo de la basura de la historia.

Pero la burguesía había perdido toda perspectiva. La monarquía y el Estado Mayor imaginaban que podrían dominar a Mussolini y seguir como antes, amablemente, ofreciendo la piel de Mussolini a las masas como un cabeza de turco por sus crímenes. Seguramente, la proclamación por parte de Badoglio de la ley marcial, figurará en la historia como el ejemplo perfecto de las ilusiones de un régimen condenado por la historia a la destrucción. La destitución de Mussolini fue seguida por la declaración de una rigurosa ley marcial. Pero el decreto simplemente se quedó en el papel. Badoglio no tenía los recursos para aplicarla, a pesar de las ilusiones del Estado Mayor.

La caída de Mussolini fue como una descarga eléctrica para los trabajadores italianos. Cuando llegaron las noticias por la radio, se unieron por un impulso común, cientos de miles tomaron las calles para manifestar su alivio y alegría.

El proceso que Trotsky había anticipado que se desarrollaría en Italia y que marcaría la caída del fascismo ha comenzado. (Cuando las noticias llegaron, uno sólo podía pensar en las palabras del Viejo y maravillarse ante su instinto infalible que le permitió prever casi exactamente las etapas por las que pasaría la revolución).

Después de veinte años de fascismo, el proletariado, ahora curtido por el terror y la persecución, ha entrado en la arena política revitalizado y fresco, como un gigante que se despierta después de un largo letargo. En 24 horas, estallaron huelgas de masas en todas las ciudades industriales, Milán, Turín, Genova… El norte de Italia quedó paralizado en pocos días debido a la huelga de ferrocarriles. Los trabajadores asaltaron las cárceles y liberaron a los prisioneros políticos. Los cuarteles generales fascistas en las principales ciudades fueron saqueados y las imprentas fascistas ocupadas por los trabajadores en Milán y otras zonas. Todo aquel que llevara la insignia del fascismo en Italia el día después de la desaparición de Mussolini, corría el peligro de ser linchado. El fascismo había desaparecido de la noche a la mañana. El tardío decreto de disolución del partido fascista simplemente reconocía un hecho que los trabajadores y los propios soldados habían puesto ya en práctica. Simbólicamente, en Milán, que una vez se sintió orgullosa de llevar el nombre de “Milán roja”, pronto fue inundada por los trabajadores indignados por el asesino de Matteotti. En otras zonas los empresarios fascistas más odiados también fueron despachados por los trabajadores. En Turín “dos fascistas millonarios” fueron ejecutados por los trabajadores. Las calles de Milán fueron rebautizadas en honor de Matteotti y otros dirigentes de la clase obrera asesinados por los fascistas. El intento de utilizar a los soldados contra las masivas manifestaciones en Milán, ha provocado que los soldados se pasen al lado de los trabajadores.

De la noche a la mañana, la clase obrera ha demostrado su vitalidad y fortaleza, como si el fascismo nunca hubiera existido. Se han formado comités obreros en las fábricas de las ciudades industriales. Incluso el estalinista Daily Worker ha tenido que hacerse eco de las noticias publicadas en la prensa burguesa:

“La radio [suiza] informó que en Milán —el centro del norte industrial— se ha formado el Comité de Ciudadanos, formado por representantes de los trabajadores industriales, soldados y campesinos…

La mayoría de las tropas de la guarnición de Milán han jurado lealtad al Comité. El periódico comunista prohibido, Roscossa, y el periódico liberal, Mundo, se publicaron el sábado, impresos en las antiguas imprentas fascistas.

La radio ha informado de acontecimientos similares en Turín, Varese, Brescia y Vercelli.

En Brescia —según la emisora suiza— los trabajadores se han armado con el arsenal del ejército y han formado una Milicia Obrera que tomó el control de la autoridad policial —con escasa interferencia policial—.”

Qué son estos comités “ciudadanos” si no soviets, ¿acaso los cobardes y traidores estalinistas los temen en este momento? Esta es la prueba viva de que la revolución italiana ha comenzado.

Cualesquiera que sean las vicisitudes de la revolución italiana en el próximo período, ha quedado al descubierto la mentira de todos los corazones débiles y desertores, ha desenmascarado a todos los cobardes y escépticos. Que maravillosa resistencia, que tremenda capacidad de recuperación de la clase obrera, la única clase progresista de la sociedad moderna, como ha quedado demostrado. Las victorias de la reacción estaban construidas sobre bases de arena. Después de cada derrota, el proletariado se recupera de sus heridas y se levanta de nuevo, incluso con mayor fuerza para aplastar al enemigo.

Hacia la revolución socialista

¡Todos estos acontecimientos se han producido en el corto espacio de tiempo de una semana! La primera etapa de la revolución se ha visto, sobre la marcha, en toda la Italia industrial. Por el momento, los campesinos están callados. Costará un tiempo, según la marcha de los acontecimientos en las ciudades, pero finalmente llegara a los pueblos. Una vez comience a comprender, el campesino se volverá implacable contra sus odiados enemigos. La caída del fascismo será interpretada por él, no sólo como la caída del oficial fascista, sino como el principio del fin del terrateniente a quienes representan los funcionarios. Los campesinos comenzarán, en zonas aisladas y esporádicamente, a tomar la tierra. ¡Contra los impuestos y el terrateniente! Este será el grito de los campesinos.

Ahora están presentes todos los factores que están haciendo cristalizar la revolución socialista en Italia. La clase obrera está formando soviets y milicias obreras. Los soldados (mayoritariamente campesinos de uniforme) están pasándose al lado de los trabajadores. Los campesinos avanzarán. La clase media en la ciudades está girando también hacia los trabajadores. Todas las condiciones objetivas para la revolución socialista están presentes. Y la toma del poder por los trabajadores italianos instantáneamente provocará el derrocamiento de Hitler e inaugurará la revolución socialista por toda Europa. Sin embargo las condiciones subjetivas para la revolución todavía no existen. Instintiva y casi automáticamente, la clase obrera italiana ha dado los pasos correctos en el camino hacia el poder obrero. Pero los socialistas y estalinistas están ya preparándose para traicionar el movimiento llevándolo por los canales de la “democracia” burguesa.

Mientras tanto, los “Aliados” tienen los mismos sentimientos hacia los acontecimientos en Italia. El discurso de Churchill revela los temores y los presentimientos de la clase dominante frente a la revolución. Su referencia a la dificultad de conquistar un país milla a milla y la necesidad de evitar el dominio a través de campos de concentración y escuadrones de ejecución no tiene su origen en la ternura hacia los trabajadores italianos, sino en el temor a las consecuencias sociales que tendrían estas medidas. El viejo zorro de la clase dominante recuerda con pavor el fiasco de la intervención en la Revolución Rusa después de la última guerra. Desea, si es posible, evitar de nuevo la misma experiencia. La clase dominante se está preparando para negociar con la monarquía y las clases poseedoras de Italia. Esperan, con la ocupación militar, atajar la revolución en sus inicios antes de que tenga tiempo para desarrollarse.

Pase lo que pase en el próximo período, incluso si los acontecimientos militares se mueven más rápidamente que los acontecimientos políticos en la península italiana, Europa y el mundo nunca serán igual. La caída de Mussolini es simplemente el ensayo de la caída de Hitler. Las noticias que llegan a través de Suiza dicen que su caída fue recibida con manifestaciones de los trabajadores italianos en Berlín, que quemaron fotografías de Mussolini y símbolos del fascismo. Lo importante fue la reacción de los trabajadores alemanes: en las fábricas donde trabajan con sus hermanos italianos se solidarizaron con ellos y se unieron a las manifestaciones, añadiendo a las llamas fotografías de Hitler y banderas nazis. La policía no les hizo frente. Esto es sólo un síntoma de la situación en Alemania que debe estallar en una revolución.

Pero no sólo es Alemania. Toda la sociedad europea ha desarrollado un potencial explosivo durante la guerra. Las contradicciones acumuladas durante más de dos décadas han alcanzado su límite extremo; sólo hacen falta una o dos sacudidas más para que todas las contradicciones estallen en la revolución. Las noticias de la caída de Mussolini inmediatamente tuvieron repercusiones en toda Europa. Se convocaron huelgas en Portugal, Franco convocó una reunión urgente de su gobierno porque sentía cómo temblaba el suelo bajo sus pies. Boris de Bulgaria esperaba con temor el inicio de las revueltas. Los países balcánicos están maduros y podridos para la revolución. No se trata de este o ese país. Es todo el continente europeo que espera sólo alguna señal, para estallar en una revolución.

Las fortunas dominantes de la guerra han provocado una situación fantástica, ya que con la derrota de Alemania, no habrá un solo país beligerante en Europa que, a todos los propósitos prácticos, no sea derrotado. En 1918 la clase dominante disfrutaba de un equilibrio precario, las potencias más pequeñas en los Balcanes luchaban una contra otra. Aunque delicado, el ejército italiano, y especialmente el atrezzo francés de la “ley y el orden”, podrían contrarrestar a los países en los que había estallado la revolución. Hoy Giraud en el norte de África y los turcos están construyendo ejércitos de la contrarrevolución. Pero son muy débiles para basarse en ellos. Con el colapso de los ejércitos nazis, no habrá un solo ejército en Europa sobre el que se puedan basar los imperialistas para poder llevar adelante la contrarrevolución. Está fuera de toda duda que se pueda utilizar el Ejército Rojo para este propósito. En realidad, la revolución venidera en occidente sería el principio de la revolución política en Rusia. Para aplastar la revolución el ejército británico no sería un instrumento fiable, en el proceso podría resquebrajarse. Sólo el imperialismo estadounidense tiene una base bastante estable y un ejército atrasado en el que basarse. ¿Pero cuánto tiempo puede estar en medio de la atmósfera al rojo vivo que reina en Europa? El ejército estadounidense también se desintegraría y descompondría. Estamos en vísperas de una oleada revolucionaria en Europa que durará años y que afectará a todo el mundo.

Con estos antecedentes debemos ver la situación actual de Italia. Incluso en el peor de los casos —es decir, la derrota de la revolución y la ocupación militar—, es la primera insurrección en Europa. Una ocupación Aliada o alemana podría golpear temporalmente el movimiento. Pero invadir en una guerra e intervenir contra una revolución son dos cosas diferentes. Los socialdemócratas y los estalinistas intentarán conducir el movimiento hacia los canales seguros del Frente Popular en interés del imperialismo Aliado. La tragedia española es una advertencia de adonde puede llevar esta política a los trabajadores italianos.

Las masas italianas se han puesto a la cabeza de la insurrección revolucionaria de toda Europa. El honor que cayó sobre el proletariado ruso en la pasada guerra ahora recae sobre ellas. Pero Rusia tenía un Partido Bolchevique y una dirección bolchevique. Esto fue la única garantía de victoria. La tarea de los trabajadores avanzados en Italia, y de la Cuarta Internacional, será forjar tal partido al calor de los acontecimientos. Su tarea no será fácil. Pero los trabajadores y campesinos italianos aprenderán rápidamente en la atmósfera de la revolución. Se han forjado al calor de los acontecimientos. Decenas de miles de heroicos militantes que continuaban la lucha contra el fascismo a pesar de todo, son realmente trotskistas, aunque la mayoría nunca haya oído ese nombre. Encontrarán su camino hacia el programa del socialismo internacional.

Con la brisa fresca de la revolución soplando a través del Mediterráneo, con renovado entusiasmo y resolución, los trabajadores avanzados de Gran Bretaña extenderán sus actividades. Nuestra tarea es complicada. Pero en la WIL (Liga Internacional de Trabajadores) existe el núcleo del partido alrededor del cual deben reunirse los trabajadores revolucionarios. Gran Bretaña es una de las claves, si no es la clave, de la revolución en Europa. La tarea principal de los revolucionarios ahora consiste en unirse con los trabajadores italianos para luchar contra la intervención, y luchar a favor de la revolución en Italia. Leer la vil prensa estalinista y lo que dice sobre la situación italiana o la del Partido Laborista, no se puede hacer sin que despierte malestar a cualquier trabajador socialista.

¡Contra estos traidores!

¡Por la revolución en Italia!

¡No a la intervención del imperialismo británico!

Este debe ser el grito de la clase obrera.

Agosto 1943