Segunda parte: Hobsbawm, el apóstol del “blairismo”

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A finales de la década de 1960, Hobsbawm dejó de defender la economía estatal planificada y se pasó a la tendencia eurocomunista dentro del Partido Comunista. No sólo justificó teóricamente la disolución del Partido Comunista, sino también el giro a la derecha del Partido Laborista de Gran Bretaña, lo que lo hizo convertirse en el «marxista favorito de Kinnock».

La ruptura de Hobsbawm con el estalinismo

En 1956, en el XX Congreso del PCUS, Jruschov pronunció un discurso denunciando los crímenes del estalinismo. Cayó como una bomba para aquellos que, como él, habían defendido servilmente al estalinismo durante años.

A pesar de la ruptura formal, Hobsbawm persistió en justificar hasta el final su pasado estalinista. En uno de sus últimos libros, irónicamente titulado, How to change the world (“Cómo cambiar el mundo”), escribe lo siguiente sobre las Purgas de Stalin:

«Es imposible entender las reticencias de hombres y mujeres de la izquierda a criticar, o incluso a menudo admitir ellos mismos, lo que estaba sucediendo en la URSS en aquellos años; o el aislamiento de las críticas de izquierda sobre la URSS, sin este sentimiento de que en la lucha contra el fascismo, el comunismo y el liberalismo estaban, en un sentido profundo, luchando por la misma causa. Por no mencionar el hecho más evidente de que, en las condiciones de la década de 1930, lo que hizo Stalin era un problema ruso, no sin ello dejar de ser impactante, mientras que lo que hizo Hitler era una amenaza para todo el mundo». (How to change the world, p. 268)

Con el fin de consolidar su régimen totalitario burocrático, Stalin exterminó a todos los camaradas de Lenin. Como cualquier criminal, no quería ningún testigo que pudiera testimoniar contra él. Así, los infames Juicios de Moscú no fueron más que una guerra civil unilateral por parte de Stalin contra el Partido Bolchevique.

Fueron juicios monstruosos basados en confesiones obtenidas por chantaje, torturas y palizas. Los cargos contra los acusados fueron tan patentemente falsos que muchas personas en su momento dudaron de su veracidad. La Comisión Dewey, además, expuso a la luz numerosos detalles que demostraban el gigantesco fraude.

Estalinistas británicos prominentes como Campbell y Pritt escribieron libros enteros, intentando mostrar que los Juicios de Moscú eran completamente legales y justos. Siguiendo el ejemplo de Moscú, el Daily Worker escribió estos titulares: «Fusilad a los reptiles”. Tildaba a los acusados en términos tan viles como estos: «son una úlcera putrefacta y gangrenosa, repetimos fervientemente el veredicto de los trabajadores: ¡Fusilad a los reptiles!» (Daily Worker, 24 de agosto de 1936)

De todo esto, nuestro amigo no tuvo absolutamente nada que decir. No se preocupó en denunciar estas monstruosidades, que sólo pueden compararse con las actividades asesinas de la Inquisición española, sino en justificar la complicidad de personas como él, Pritt y Campbell, que estuvieron dispuestos a apoyar cada uno de los crímenes de Stalin.

En la actualidad, cuando todo el mundo es muy consciente de los crímenes de Stalin, Hobsbawm ya no podía defenderlos. Pero sí se mostró impaciente en ofrecer excusas por su comportamiento pasado. Fue correcto apoyar los Juicios de la Purga «debido a la necesidad de luchar contra el fascismo«. Sobre el folleto que escribió junto con Raymond Williams defendiendo el pacto Hitler-Stalin no dijo nada, una vez más. ¡Es de suponer que también fue parte de la «lucha contra el fascismo»!

Las revelaciones de Jrushchov provocaron inmediatamente una efervescencia revolucionaria en Europa del Este, protestas masivas en Polonia y el levantamiento de la clase obrera en Hungría. En octubre de 1956, la revolución húngara fue reprimida brutalmente por los tanques soviéticos. Esto provocó una grave crisis en los Partidos Comunistas, incluso en Gran Bretaña, donde muchas personas renunciaron al Partido como forma de protesta.

Hobsbawm afirmó más tarde que había denunciado la invasión rusa de Hungría y escrito una protesta para el diario del PC. Es sólo una verdad a medias. Esto es lo que escribió en la carta publicada el 9 de noviembre de 1956, en el Daily Worker:

«Todos los socialistas deberían ser capaces de comprender que la Hungría de Mindszenty [cardenal católico de Budapest], que probablemente se habría convertido en la base para la contrarrevolución y la intervención, sería un grave y fuerte peligro para la URSS y países vecinos como Yugoslavia, Checoslovaquia y Rumania.

«Si hubiéramos estado en la posición del Gobierno soviético, habríamos intervenido; Si hubiéramos estado en la posición del Gobierno yugoslavo, habríamos aprobado la intervención».

Sigue, a continuación –cubriéndose las espaldas– describiendo la represión del pueblo húngaro como una “trágica necesidad”:

«A pesar de defender, con mucho pesar, lo ocurrido en Hungría, también debemos decir francamente que pensamos que la URSS debe retirar sus tropas del país tan pronto como sea posible.

«El Partido Comunista británico debería hacer estas declaraciones públicamente de manera que el pueblo británico confíe en nuestra sinceridad; y si no lo hace, ¿cómo podemos esperar que sigan nuestra guía?

«Y si no siguen nuestra guía, ¿cómo podemos esperar ayudar a la causa de los actuales Estados socialistas, de los que sabemos que depende en gran medida el socialismo en el mundo y en Gran Bretaña?”

Esto, más que una «denuncia», es una manera cobarde de conciliar con todos al mismo tiempo, una actitud deshonesta muy característica de Hobsbawm de principio a fin.

«Eurocomunismo»

Mientras que muchos miembros del PC rompieron sus carnets fruto de la decepción, Hobsbawm continuó como miembro del Partido Comunista británico hasta poco antes de su disolución en 1991. En un artículo para el World News, el 26 de enero de 1957, escribía lo siguiente en respuesta al secretario adjunto del Partido, George Matthews:

«Hemos presentado erróneamente los hechos, o fracasado al hacerles frente, y por desgracia, aunque hemos engañado a algunas personas, nos hemos engañado a nosotros mismos. No me refiero principalmente a las revelaciones del XX Congreso y otras por el estilo. Muchos de nosotros ya teníamos fuertes sospechas de ellas, acumulando certeza moral durante años, antes de que hablara Jrushchov, y me sorprende que el camarada Matthews no las tuviera. Había razones abrumadoras en ese tiempo para callarse, y teníamos razón en hacerlo. No, los hechos que realmente no supimos enfrentar son los que atañen a Gran Bretaña, a nuestras tareas y nuestros errores».

La ruptura de Hobsbawm con el estalinismo podría haber sido un paso adelante si se hubiera tratado de un retorno a las tradiciones originales de Lenin y del Partido Bolchevique. En lugar de eso, Hobsbawm y los otros defensores del llamado eurocomunismo, decidieron romper por completo con el leninismo. Cuanto más independientes se hicieron los Partidos Comunistas europeos de Moscú, más dependientes se volvieron de sus burguesías nacionales.

Trotsky ya había señalado este proceso en su folleto de 1928, Crítica del Programa de la Internacional Comunista, donde advirtió que la adopción de la «teoría» del socialismo en un sólo país acabaría en la degeneración nacional-reformista de los partidos de la Internacional Comunista. Con un retraso de algunos años, esto fue exactamente lo que sucedió. Los PC italiano, francés y español se liberaron del control de Moscú, pero cuando lo hicieron abandonaron toda pretensión de seguir las ideas de Marx, Engels y Lenin.

Hobsbawm se convirtió en el inspirador de la facción eurocomunista del PC británico (PCGB) que comenzó a cristalizar después de 1968, tras las críticas del Partido a la invasión soviética de Checoslovaquia. Pero lo hizo desde el estrecho punto de vista del nacionalismo. Quería que el PCGB tuviera el control de sus propios asuntos, libre de la intromisión de Moscú. Igualmente, los líderes de los PC español, italiano y francés exigieron lo mismo.

La revista teórica del PCGB, Marxismo Hoy, se convirtió en el órgano de difusión de la tendencia revisionista. En septiembre de 1978 publicó un discurso de Hobsbawm: «La clase trabajadora británica cien años después de Marx«, en el que afirmaba que la clase obrera inevitablemente estaba perdiendo su papel central en la sociedad y que los partidos de izquierda ya no podían basarse en esta clase. Fue precisamente en un período de creciente militancia sindical, cuando Gran Bretaña fue el escenario de huelgas masivas que sacudieron a la clase dirigente, y los miembros del Partido Comunista tuvieron un papel protagónico en ellas.

Hobsbawm eligió este momento para dar una conferencia en memoria de Marx, publicada más tarde bajo el título, ¿Se ha detenido el avance del movimiento obrero? (título original: The Forward March of Labour Halted?). Allí comenzó a cuestionar el papel central de la clase obrera en la revolución socialista. Desde entonces, éste ha sido el punto de encuentro de toda tendencia pequeño burguesa y revisionista, tanto dentro como fuera del movimiento sindical. El antiguo periódico del PCGB, The Morning Star, escribió un obituario el 5 de octubre en el cual leemos lo siguiente:

«Escrita en un momento en el que el movimiento sindical gozaba de gran fuerza –y la izquierda ejercía una gran influencia en él– Hobsbawm argumentó que la clase obrera manual disminuía numéricamente y que el carácter de su política era inherentemente economicista, atrapada dentro de los límites de la negociación salarial en defensa de sus propios intereses, y que en consecuencia, la izquierda tenía que mirar en el futuro a alianzas más amplias y movimientos sociales.

«Esta Conferencia se convirtió en un texto icónico para el ala del Partido Comunista que pretendía alejarse de la política de clases y desafiar los elementos fundamentales del marxismo

Estas ideas revisionistas no caen del cielo. El proceso de degeneración nacionalista y reformista de los partidos comunistas se completó después de décadas de políticas oportunistas y con la enorme presión del auge del capitalismo tras la II Guerra Mundial. Se convirtieron en otra organización reformista más. Tras la ruptura con Moscú, se sintieron cada vez más bajo la presión de su propia clase capitalista y de la opinión pública burguesa. Este fue el verdadero significado del denominado “eurocomunismo”.

Sobre el golpe de Estado en Chile, en 1973, Hobsbawm extrajo la conclusión errónea de que no fue producto de que Allende fracasara al no movilizar y armar a la clase obrera para aplastar la contrarrevolución sino que, por el contrario, había intentado ir demasiado lejos y demasiado rápido. En lugar de eso, apoyó la línea reformista del PC italiano, la línea del «compromiso histórico», es decir, la línea de la colaboración de clases.

En efecto, en los 60’ y 70’, desarrolló vínculos con el ala derecha del Partido Comunista italiano, que abogaba por una ruptura con la Unión Soviética. Hobsbawm fue siempre un admirador del PC italiano. De todos los partidos eurocomunistas, el PCI fue el más degenerado y derechista. Se hizo amigo cercano de Giorgio Napolitano, quien desde los años setenta fue el líder del ala derecha del PCI. Éste fue el más reformista de los reformistas, un hombre de confianza de la burguesía italiana, tanto que lo hicieron Presidente de la República.

En 1977 tuvo una larga entrevista con Giorgio Napolitano, entonces Secretario Internacional del PCI. Más tarde, la publicó en forma de libro, La vía italiana hacia el socialismo, donde Napolitano dice lo siguiente:

«El único camino realista para una transformación socialista de Italia y de Europa occidental –en condiciones de paz– reside en luchar dentro del proceso democrático».

La política de «alianzas» es un retorno a las políticas de los mencheviques, ferozmente rechazadas por Lenin y resucitadas por Stalin en la forma del Frente Popular, que condujo a una derrota tras otra. La idea de reforma gradual es indiscutiblemente la posición de la socialdemocracia. La idea de que es posible reformar gradualmente el capitalismo queda desmentida por toda la historia de los últimos 100 años. El resultado de este «realismo» puede verse hoy: el PCI, en su día todopoderoso, ha sido totalmente liquidado.

Con la caída del estalinismo después de 1989, se intensificó aún más este proceso de degeneración. En Bélgica, Noruega y Gran Bretaña, los Partidos Comunistas colapsaron prácticamente como consecuencia. En Italia, el PCI, tan poderoso en su día, fue transformado en un partido burgués por sus líderes eurocomunistas. En Gran Bretaña, el antiguo «teórico» del Partido Comunista, Eric Hobsbawm, capituló completamente ante el capitalismo manteniéndose en el ala más a la derecha de la izquierda laborista.

El giro a la derecha de Hobsbawm

El declive literario de Hobsbawm se produjo junto con su degeneración política y está estrechamente vinculado a ella. Pero ¿de dónde proviene esta degeneración? Con el fin de responder a esta pregunta, entendamos primero el contexto histórico en que estos libros fueron escritos.

La década de 1960 vivió una ola de radicalización, especialmente entre los estudiantes, que seguramente afectó a Hobsbawm. El proceso se profundizó en la década de 1970, ésta comenzó con el primer desplome económico mundial desde 1945. Una ola de revoluciones y fermento revolucionario tuvo lugar en Portugal, España, Grecia, Italia y Francia. Gran Bretaña fue barrida por una oleada de huelgas. No cabe duda de que estos eventos debieron haber tenido una influencia positiva en los escritos de Hobsbawm, y no es casualidad que sus mejores libros fueran publicados en esta época.

En abril y mayo en 1974, tras la caída de la dictadura de Caetano, millones de trabajadores portugueses salieron a la calle en un movimiento revolucionario que arrasó todo el país. El Partido Comunista apoyó al General Spinola, quien más tarde intentó organizar un golpe de derecha. Esto sólo fue impedido por el movimiento de los trabajadores y soldados desde abajo.

En marzo de 1975, The Times escribió un editorial con el título: «El capitalismo ha muerto en Portugal». Ése debería haber sido el caso. En ese momento, se había nacionalizado la mayor parte de la economía y el poder estaba, en la práctica, en manos de la clase obrera. Pero todo fue anulado por las políticas de los líderes de los Partidos Comunista y Socialista. Lo mismo sucedió en España.

La muerte de Franco en noviembre de 1975 fue la señal para un tumultuoso período revolucionario, con manifestaciones y huelgas multitudinarias. Hubo elementos de doble poder. El movimiento tuvo un carácter claramente anticapitalista. El Partido Comunista estaba en una posición extremadamente poderosa. Tenía en sus filas a una gran mayoría de la vanguardia proletaria. Pero, al igual que en la década de 1930, la dirección practicó una política de colaboración de clases.

En 1973, con la dictadura tambaleándose, se formó la infame «Junta Democrática», una coalición con liberales, ex fascistas e, incluso, algunos partidos monárquicos. Los trabajadores estaban listos para cualquier cosa. Pero el PCE (Partido Comunista español) puso los frenos. En el Congreso de 1978, el Partido había abandonado formalmente el leninismo, aunque, a decir verdad, esto era sólo el reconocimiento formal del hecho de que el Partido había abandonado hacía mucho tiempo cualquier posición revolucionaria genuina.

Este período fue conocido como «la transición» (supuestamente de la dictadura a la democracia) pero, de hecho, fue el fraude del siglo. La odiada monarquía fue mantenida y jugó un papel central. La Guardia Civil y otros órganos represivos siguieron existiendo. Nadie se hizo responsable de los crímenes y atrocidades del viejo régimen. Los asesinos y torturadores caminaban libremente por las calles. Se le pidió al pueblo que olvidara al millón de personas que murió en la Guerra Civil. Nada de esto debía haber ocurrido.

En esos años, Italia también fue sacudida hasta sus cimientos por una enorme oleada de huelgas. La situación se estaba volviendo cada vez más revolucionaria. El PCI tenía un poder aplastante dentro del movimiento obrero. Pero líderes eurocomunistas como Berlinguer y Napolitano abogaron por un «compromiso histórico» con la burguesía y los demócratacristianos, lo que descarriló y destruyó el movimiento, como en España. El problema fue fundamentalmente un problema de dirección (como en España en la década de 1930). Los dirigentes «comunistas» jugaron un papel clave en abortar movimientos revolucionarios en todas partes.

La década revolucionaria de los 70’, tan llena de esperanza, finalmente dio paso a la gris década de 1980, un período de desilusión, desánimo y desesperación. Preparó el camino para un período de semi-reacción, que empezó a principios de los 80. Como resultado, el capitalismo pudo sobrevivir y la burguesía gradualmente recuperó su pulso para pasar a la ofensiva. Las capas de trabajadores más avanzadas fueron presas en todas partes de un estado de ánimo lleno de escepticismo y pesimismo.

Algunos escritos de Hobsbawm reflejan la desilusión general con el socialismo que afectó a los intelectuales de izquierda al mismo tiempo. En 1978, escribía: «No tenemos ninguna perspectiva clara sobre cómo la crisis puede desembocar en una transformación socialista y, para ser honesto, no tenemos verdaderas expectativas de que así sea«. Aquí tenemos la esencia destilada del pequeño burgués intelectual que, incapaz de nadar contra la marea, abandona la lucha revolucionaria y se retira detrás de un muro de pesimismo.

Hobsbawm y la liquidación del Partido Comunista

Hobsbawm fue situándose más y más a la derecha. La leve conexión con el marxismo que pudiera haber tenido antes desapareció completamente en sus libros posteriores. La era del Imperio (1987, The Age of Empire) contiene gran cantidad de material interesante pero está completamente impregnado de la idea de que no hay alternativa al capitalismo –una idea que lo obsesionó hasta el final y que condicionó su evolución política. La conclusión lógica era la liquidación [del Partido Comunista].

Al igual que muchas personas de izquierda y «comunistas», el largo período de auge capitalista que siguió a la II Guerra Mundial influyó en las perspectivas de Hobsbawm. Sobre la base de la globalización, el argumento de la insignificancia de los efectos del Estado nación fue presentado repetidamente por la burguesía y, particularmente por los apologistas pequeño burgueses del capitalismo.

Kautsky sostuvo el mismo argumento en el período de la I Guerra Mundial (la llamada teoría del «ultraimperialismo ‘) según la cual, el desarrollo del capitalismo monopolista y el imperialismo eliminarían gradualmente las contradicciones del capitalismo. No habría más guerras porque el desarrollo del propio capitalismo haría de los Estados nacionales algo superfluo. La misma teoría fue defendida por Eric Hobsbawm, al igual que otros revisionistas.

Este ex-estalinista sostuvo que el Estado nacional era sólo un periodo transitorio de la historia humana que ya había sido superado. Los economistas burgueses han defendido lo mismo a lo largo de la historia. Intentan abolir las contradicciones inherentes al sistema capitalista simplemente negando su existencia. Pero, precisamente en este momento, cuando el mercado mundial se ha convertido en la fuerza que domina el planeta, los antagonismos nacionales han adquirido un carácter feroz en todas partes y la cuestión nacional, lejos de haberse abolido, ha asumido un carácter especialmente intenso y venenoso en todo el mundo.

Hobsbawm intentó presentar la tendencia hacia el libre comercio y la globalización como un proceso inevitable y automático dejando de lado todas las contradicciones y tendencias que lo contrarrestan. De hecho, incluso el examen más superficial de la historia muestra que los períodos de mayor libre comercio (tales como antes de la I Guerra Mundial) han alternado con períodos de guerras comerciales feroces y medidas proteccionistas (como la década de 1930), y que la burguesía recurre al proteccionismo cuando sus intereses están amenazados.

Es tan cierto hoy como lo fue en la época de Marx o Lenin. Pero Hobsbawm ya no estaba interesado en la defensa del marxismo. En las últimas décadas de su vida se separó aún más del marxismo, cegado por los éxitos de la economía de mercado y el capitalismo. Su verdadera postura quedó develada con la afirmación de que el comunismo fue de «interés histórico limitado», en comparación con el gigantesco éxito de la «economía mixta capitalista» de mediados de la década de los 50’ hasta 1973, que describió como «la revolución más profunda en la sociedad desde la Edad de Piedra«.

En octubre de 1979, Hobsbawm se une al equipo de redacción de Marxismo Hoy. Junto con Martin Jacques, utiliza la revista como plataforma para sus posturas eurocomunistas dentro del Partido. Estos revisionistas de derecha buscaban nada menos que la disolución del PCGB. Ya en 1983, Martin Jacques «pensó que el Partido no se podía reformar… pero se quedó porque necesitaba fondos del Partido para continuar la publicación de Marxismo Hoy«.

El PCGB terminó en un fiasco total, dividido en cuatro pequeños grupos. El Partido Comunista español, que podría haber tomado el poder en 1976-77, hoy es una sombra de lo que fue. La bancarrota ideológica del PC queda resumida con las afirmaciones de Chris Myant, Secretario Internacional del PCGB, para quien la Revolución de Octubre fue «un error de proporciones históricas«.

Martin Jacques estaba convencido de que el Partido Comunista estaba acabado. De hecho, desde un punto de vista político, lo estaba desde mucho tiempo atrás. Pero Hobsbawm y Jacques fueron sus sepultureros oficiales. En 1991, cuando se derrumbó la Unión Soviética, la dirección eurocomunista del PCGB, liderada por Nina Temple, y después de haber expulsado a todos los que estaban en desacuerdo, decidió disolver el Partido por completo.

¿El estalinismo proviene del leninismo?

El socialismo, dice Hobsbawm, cayó finalmente porque, «[…] casi nadie creía en el sistema o sentía lealtad hacia él, ni siquiera aquellos que lo dirigían.«

Se trata de una «explicación que no explica nada». Este hombre que durante décadas defendió el estalinismo sin ruborizarse, más tarde llegaba a la conclusión de que debía de haber algo mal en la Revolución de Octubre desde el principio. Así, se une al argumento de la burguesía que atribuye todos los crímenes del estalinismo a algún pecado original de Lenin y del Partido Bolchevique.

Mientras que subrepticiamente defiende a Stalin, Hobsbawm da crédito a la más repugnante calumnia inventada por los enemigos de la Revolución de Octubre, es decir, que las raíces del estalinismo se encuentran en el bolchevismo, y que leninismo y estalinismo son esencialmente lo mismo. El problema de esta teoría es que es imposible explicar por qué Stalin, con el fin de consolidar el sistema burocrático, tuvo que exterminar a toda la vieja guardia bolchevique.

La verdad es que el estalinismo y el leninismo son mutuamente excluyentes. No hay nada en común entre el régimen de la democracia de los trabajadores establecido por Lenin y Trotsky y la monstruosidad totalitaria que Stalin erigió sobre las cenizas del Partido Bolchevique.

Después de la Revolución de Octubre, el joven Estado soviético fue invadido por 21 ejércitos extranjeros que sumieron al país en un baño de sangre. Incluso en la República burguesa más democrática, en tiempo de guerra, los trabajadores aceptan ciertas limitaciones sobre sus derechos. También fue el caso en Rusia durante la Guerra Civil.

El problema que enfrentaron los bolcheviques en 1917 fue que tomaron el poder en condiciones de atraso extremo. Fue esto y, no un «pecado original» del bolchevismo leninista, lo que condenó a la Revolución Rusa a la degeneración burocrática.

En La ideología alemana (1846), Marx ya había explicado que en cualquier sociedad donde la pobreza es general, revive toda la vieja podredumbre («die ganze alte Scheisse»). Con ello se refería a la desigualdad, la opresión, la burocracia, la corrupción y todos los males de la sociedad de clases.

Ya en 1920, Lenin admitió honestamente que «lo nuestro, es un Estado obrero con deformaciones burocráticas». Pero éstas eran deformaciones relativamente pequeñas y nada comparables con el monstruoso régimen establecido más tarde por Stalin. A pesar de todo, la clase obrera gozó de mayores derechos democráticos que en cualquier otro país.

El gran logro histórico de la Revolución Rusa fue, sin lugar a dudas, que fue posible organizar una gran economía -como la de la URSS- sin propiedad privada, banqueros ni capitalistas y obtener excelentes resultados. En las primeras décadas de economía estatal planificada, la Unión Soviética obtuvo los resultados más notables. La historia nunca ha visto transformación tal como la que ocurrió en la URSS desde 1917 a 1965.

Tras la muerte de Lenin, sin embargo, en condiciones de atraso espantoso, la Revolución sufrió un proceso de degeneración burocrática bajo Stalin, la que socavó la economía planificada y terminó en el colapso de la Unión Soviética.

Ya en 1936, Trotsky explicó que la burocracia rusa no se contentaría con sus enormes privilegios (que, sin embargo, no podría legar a sus hijos) y que, inevitablemente, se movería hacia la restauración del capitalismo.

Trotsky señaló que una economía estatal planificada necesita democracia, igual que el cuerpo humano necesita oxígeno. Sin el control democrático de la clase trabajadora la economía estatal planificada inevitablemente se verá oprimida por la burocracia, la corrupción y la mala administración. Eso es justo lo que sucedió.

La caricatura espantosa que Hobsbawm persistió en llamar «socialismo» hasta el final de su vida hizo un daño colosal a la idea del socialismo y del comunismo en la mente de los trabajadores de todo el mundo. Durante décadas, Hobsbawm, que nunca fue un verdadero marxista, justificó el totalitarismo estalinista y denigró a quienes lucharon por un retorno a las políticas de Lenin (los «trotskistas»).

Desgraciadamente, incluso en sus últimos escritos, todavía se refiere a los regímenes estalinistas en Rusia y Europa oriental como «socialismo real» o «comunistas». Cuando fracasó el «socialismo» y el «comunismo», encontró una justificación «teórica» para defender el capitalismo.

Esta transformación puede parecer contradictoria. En realidad, es muy simple. Con la misma lógica, la mayoría de los ex dirigentes del Partido «Comunista» de la Unión Soviética se transformaron tranquilamente en capitalistas y multimillonarios. Como nuestro profesor de izquierda, lograron esta transición con la misma facilidad con la que alguien pasa de un compartimento de segunda clase a uno de primera en un tren. Esta notable facilidad se explica por el hecho de que, para empezar, nunca fueron comunistas.

Teórico del Nuevo Laborismo

Aunque el Partido Comunista británico no era tan fuerte como su equivalente italiano, la burguesía, sin embargo, quedó encantada al conocer su disolución. Y el profesor Hobsbawm jugó un papel clave en esto. No sólo participó activamente en la destrucción del PCGB desde dentro, sino que colaboró activamente con el ala de derecha del Partido Laborista en la derrota de su ala izquierda. Esto fue, incluso, más valioso para el sistema.

Hobsbawm y Jacques deseaban disolver el PCGB en una «Izquierda», en particular, la izquierda moderada de Neil Kinnock del Partido Laborista. Por eso no es casualidad que al morir Hobsbawm, Ed Miliband, líder del ala de derecha de los laboristas, no perdiera tiempo en unirse al coro de aduladores.

Según Miliband, Hobsbawm fue:

“[…] un historiador extraordinario, un hombre apasionado de la política y un gran amigo de mi familia […] Pero no fue simplemente un académico, se preocupó profundamente por la dirección política del país. De hecho, fue una de las primeras personas en reconocer los retos del Partido Laborista en la década de 1970 y 1980, dada la naturaleza cambiante de nuestra sociedad.

«También fue un hombre encantador, con quien tuve algunas de las conversaciones más estimulantes y desafiantes sobre política y el mundo».

¿De qué manera Hobsbawm «reconoció los retos del Partido Laborista en la década de 1970 y 1980″? Y ¿qué papel jugó en la creación del nuevo Laborismo? Como muchas personas de la izquierda en la década de 1980, Hobsbawm estaba sumido en el pesimismo. No tenía ninguna confianza en la clase trabajadora, ni en la perspectiva del socialismo. Este escepticismo quedó reflejado en su artículo de 1982: El estado de la izquierda en Europa occidental, que presenta el siguiente cuadro sombrío:

«… a diferencia de la década de 1930, la izquierda hoy ni puede aspirar a una sociedad alternativa inmune a la crisis (como parecía ser la URSS) ni a cualquier política concreta cuyas promesas puedan durar a largo plazo (como las políticas keynesianas o similares parecían prometer entonces)».

Como ya hemos mencionado, Hobsbawm había dado por perdida a la clase trabajadora:

«La clase trabajadora manual, centro de los partidos obreros tradicionales socialistas, está disminuyendo. […] Se ha transformado y hasta cierto punto dividido durante décadas, al haber alcanzado unos niveles de vida inimaginables incluso para los trabajadores mejor remunerados en 1939. No se puede asumir por más tiempo que todos los trabajadores reconocerían que su situación de clase los lleva a alinearse detrás de un partido obrero socialista, aunque todavía existen muchos millones que lo creen así.»

Estas ideas sonaron como música para los oídos de la burguesía y del ala de derecha del Laborismo (que son básicamente lo mismo). Inmediatamente hicieron del profesor Hobsbawm su más valioso aliado. Brindó una justificación teórica útil al ala de derecha del Partido Laborista, involucrado en una amarga lucha contra la izquierda dentro del Partido. No es casualidad que la prensa, especialmente The Guardian, lo ensalzara en ese momento.

La clase dirigente recibió un impacto desagradable cuando los marxistas lograron ganar una influencia considerable en el Partido Laborista en la década de 1970. Se produjo una escisión por derecha, el Partido Social Demócrata (SDP, en inglés), con el objetivo de debilitar a la organización y, al mismo tiempo, se orquestó una gran caza de brujas contra la Tendencia Militant y la Izquierda Laborista, especialmente contra Tony Benn. El agente principal en la campaña para derrotar a la Izquierda Laborista y empujar al Partido Laborista hacia la derecha fue el archi-oportunista Neil Kinnock.

Hobsbawm apoyó con entusiasmo la lucha de Kinnock contra la Izquierda Laborista liderada por Tony Benn y la Tendencia Militant. Kinnock, por su parte, habló con aprobación (e irónicamente) de Hobsbawm como «mi marxista favorito». Esto fue en el mismo momento en que estaba organizando la caza de brujas contra los marxistas del Partido Laborista.

Inspirándose obedientemente en el sistema y en los medios de comunicación, asumió la lucha contra la izquierda con el celo de un cruzado, lo que provocó la división nefasta dentro del Partido Laborista, desmoralizó a sus activistas y le hizo perder apoyos. Como resultado, a pesar de la impopularidad del gobierno de Thatcher, el Partido Laborista perdió dos elecciones generales.

Este advenedizo batió el envidiable récord de la historia política británica hasta la fecha de ser el líder que más tiempo estuvo en la oposición y el que tardó más tiempo en convertirse en Primer Ministro. Entrevistado por el Canal 4 el día después de la muerte de Hobsbawm, Kinnock, con su habitual fanfarronería, se jactó de haber utilizado los argumentos de este «marxista» para luchar contra «La Izquierda de Tony Benn y la Tendencia Militant«, agregando que cuando lo consultó con Hobsbawm, «Eric pensó que era una buena idea.»

Tras la derrota electoral de 1983, Hobsbawm abogó por una alianza con los traidores del ala de derecha que se escindió del Partido Laborista –el SDP y sus aliados liberales, presentándolos como «fuerzas anti-Thatcher». Esta política de “liberales y laboristas” fue la base sobre la que se fundó el blairismo. El propio Blair creía que el Partido Laborista nunca debió haberse fundado y abogó por vínculos más estrechos con los liberales –posición todavía mantenida por la derecha del Partido Laborista.

Hobsbawm consumó el giro a la derecha uniéndose al campo del blairismo y al ala de derecha del Partido Laborista británico, convirtiéndose en su asesor e ideólogo. Fue el «marxista favorito» de Kinnock por la muy sencilla razón de que no lo era en absoluto. Su única función fue proporcionar argumentos «profundos» al ala de derecha para justificar su lucha contra los marxistas del Partido Laborista.

Para justificar su apoyo activo al Nuevo Laborismo de Blair (New Labour, en inglés), Hobsbawm dijo que era «mejor que nada tener un gobierno laborista». Más tarde, cuando el nombre de Tony Blair apestaba tanto que ya no era posible que ninguna persona remotamente de izquierda pudiera defenderlo, Hobsbawm le hizo algunas críticas débiles. Fue un intento de borrar las huellas y hacer que la gente olvidara que sus teorías revisionistas de derecha ayudaron a preparar el terreno para la llamada “Tercera Vía”, el New Labour, de Tony Blair y todo lo demás.

Algunos tratan de defender su capitulación ante el blairismo señalando que fue crítico con la política de la «guerra contra el terrorismo» y que acusó a los Estados Unidos de intentar «colonizar» el mundo. No es decir mucho cuando la gran mayoría de los británicos se opusieron a la invasión de Irak y el antinorteamericanismo barato es la más devaluada de las monedas dentro de la antigua «izquierda» estalinista.

El ala de derecha del Partido Laborista tiene motivos para estarle agradecido a este hombre. Pero la izquierda no tiene absolutamente ninguno.

Leer también:

Primera parte: ¿Era Eric Hobsbawm marxista?

Tercera parte: Hobsbawm, el profesor se une al establishment