El significado histórico de la independencia de México

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En estas fechas conmemoramos 200 años del estallido del proceso revolucionario que dio origen a la independencia política de México. Su significado está en función de distintas interpretaciones: por un lado están los apologistas del régimen actual, que tratan de transmitir la idea de un recorrido histórico que culmina con su llegada al poder. Para estos la independencia fue un acontecimiento trágico que se suscitó por la falta de reglas democráticas que al existir en nuestros tiempos eliminan no sólo la posibilidad sino la legitimidad de un nuevo proceso revolucionario. Para estos elementos la revolución es un raro objeto que deben estudiar los anticuarios y sus conclusiones deben servir para entretenimiento de las discusiones doctas de alguna reunión de eruditos.

En estas fechas conmemoramos 200 años del estallido del proceso revolucionario que dio origen a la independencia política de México. Su significado está en función de distintas interpretaciones: por un lado están los apologistas del régimen actual, que tratan de transmitir la idea de un recorrido histórico que culmina con su llegada al poder. Para estos la independencia fue un acontecimiento trágico que se suscitó por la falta de reglas democráticas que al existir en nuestros tiempos eliminan no sólo la posibilidad sino la legitimidad de un nuevo proceso revolucionario. Para estos elementos la revolución es un raro objeto que deben estudiar los anticuarios y sus conclusiones deben servir para entretenimiento de las discusiones doctas de alguna reunión de eruditos.

En general los apologistas del sistema, burgueses, oligarcas y uno que otro “tonto útil”, condenan la violencia “venga de donde venga”. Para ellos el mismo crimen comete un militar que dispara contra la multitud que el grupo de autodefensa que trata de defender a las masas de la represión. La burguesía y sus lacayos ideológicos gustan de llamarlos despectivamente “los violentos” a todo un abanico que va desde los delincuentes y narcotraficantes hasta los luchadores sociales.

Hay otra vertiente, especialmente entre los defensores de los derechos indígenas que gustan repetir “no tenemos nada que festejar”, como si el transcurso de 500 años desde la conquista española, que incluye 200 años de vida independiente, hubiesen pasado linealmente. Como si los pueblos originarios se hubiesen mantenido al margen del proceso histórico y no hubiesen aportado elementos matriciales de lo que hoy es la nación mexicana en su conjunto. Basta con caminar un poco por las calles de nuestras ciudades o los poblados de nuestros campos para darse cuenta que las raíces indígenas viven en nuestra piel, nuestra cultura, nuestra lengua misma. Solo aquellos movimientos, incluso indígenas, que rebasaron la cuestión racial y que fueron más allá de la etnia en particular han logrado un autentico significado para el desarrollo histórico. Aquellos que buscan dividir artificialmente las luchas de los explotados facilitan la acción represiva del estado o limitan extremadamente los alcances de dichos movimientos.

En nuestro caso particular sostenemos la visión de que nuestra historia independiente ha sido escenario de una intensa lucha de clases y que en los momentos en que ha sido posible dar pasos adelante ha sido por la participación masiva de las masas en la construcción de sus destinos, es decir en las revoluciones.

Básicamente consideramos tres los periodos revolucionarios que ya han culminado en México:

1.- La Independencia: al menos el proceso que va de 1810 con el levantamiento de Hidalgo y Morelos a la consumación conservadora de 1821.

2.- La reforma, que arranca de 1853 hasta la derrota de los franceses en 1867.

3.- La revolución del siglo XX que comienza con la lucha maderista en 1910 y culmina definitivamente con el cardenismo.

En esta entrega abordaremos el primer proceso, el de la Independencia

Colonia y explotación

Para el imperio español, sus colonias era organismos económicos complementarios que lo debían proveer de lo que no había dentro de la península, especialmente metales preciosos. España ejercía un monopolio formal del comercio exterior de sus colonias y estaba prohibida la producción de aquellos bienes que pudieran ofrecer competencia a los originarios de la península. Por ejemplo, en la Nueva España no se podía producir uva, olivo, algodón, telas, entre otras cosas.

A la larga, este esquema generó el origen del proverbial atraso de nuestros países latinoamericanos y al mismo tiempo aseguró la preservación del régimen semifeudal español, retrasándolo también del proceso de desarrollo económico vivido por las demás potencias europeas.

Uno de los primeros efectos fue la drástica disminución de la población indígena, la cual cayó en un 90% durante los primeros 30 años de la ocupación española y obligó a la Corona a prohibir la encomienda. Otro efecto fue de explotación hasta el agotamiento de múltiples minas. Y finalmente, en vista de la prohibición de ciertos productos para la exportación, se cayó en una economía de autoconsumo en vastas regiones del campo. Los terratenientes españoles y criollos emplearon los beneficios de la explotación de tierras y minas no para desarrollar la producción, sino para crear en los cascos de las haciendas enormes y opulentos palacios en medio de la miseria más espantosa de las masas.

Este régimen de explotación sentó las bases para levantamientos insurreccionales, los cuales tuvieron como protagonistas primero a los indígenas, aunque mestizos y otras castas también llegaron a rebelarse. Los estallidos más destacados fueron: en 1541 en Nueva Galicia, 1660 en Tehuantepec, 1670 en Yucatán, 1712 en Chiapas, 1797 en Teotitlán. Por lo que toca a los criollos, estos en un inicio llegaron a protestar por las limitaciones que les imponía la corona para explotar a los indígenas (1565) con la prohibición de la encomienda. En 1662 una revuelta de indígenas y mestizos llegó a controlar la ciudad de México por un día, durante el cual quemaron el Palacio Virreinal, pero al fin de cuentas fueron derrotados y sus dirigentes ajusticiados.

Las reformas borbónicas

Para mediados del siglo XVIII, la situación de bancarrota del imperio español era tal que a partir de la coyuntura abierta con la entrada al trono de los Borbones, se pretendieron establecer una serie de reformas en el terreno económico de corte tímidamente liberal, las cuales tenían por objetivo reformar el control económico y político de España en sus colonias. Se decretó una cierta liberalización del comercio y, por lo tanto, de la producción de las colonias así como un ataque al poder de la Iglesia, ahí donde esta pudiera representar una competencia a la hegemonía económica del Estado, como fue el caso de la compañía de Jesús, la cual fue prohibida.

Durante estas llamadas reformas borbónicas se dio también un intento por desamortizar las propiedades territoriales de la iglesia. Sin embrago todo esto fue insuficiente, la decadencia del imperio español estaba basada en su absoluta incapacidad para competir con potencias como Inglaterra y Holanda, dado el carácter semifeudal de su economía. Sólo destruyendo el poder de los terratenientes, construyendo una clase burguesa manufacturera y exportadora, creando un fuerte mercado interno y una mano de obra libre de ataduras serviles, sería posible poner al día a España, pero eso era impensable. Así que las reformas borbónicas lo único que demostraron era que la revolución estaba al orden del día.

La independencia

A principios del siglo XIX, en el seno de las clases poseedoras de la Nueva España había dos sectores interesados en la independencia. Por un lado los criollos, representantes de la naciente burguesía, entre los cuales se destacaban algunos miembros del bajo clero y militares de mandos medios, este sector estaba inspirado por los procesos revolucionarios en América del Norte y Europa, los cuales tomaban como ejemplos a seguir. Por otro lado estaban los grupos conservadores ligados al latifundio y a la iglesia, férreos defensores del estado de cosas semifeudal impuesto durante siglos; este grupo, temeroso ante las reformas de corte aparentemente liberal que empezaban a gestarse en España, contemplaban a la independencia como una forma de mantener sus privilegios, su intención era establecer un sistema de gobierno monárquico.

Cuando Napoleón invade España en 1808, en toda la península se forman juntas de gobierno, como una forma de enfrentar al régimen impuesto por Francia. En América Latina se establecen también dichas juntas, las cuales se constituirían en la bases para el desarrollo de la lucha por la independencia, sin embargo en la Nueva España los intentos del licenciado Francisco Primo de Verdad, impulsor de dicha junta, fueron aplastados por medio de un golpe de Estado promovido por la iglesia. Con el asesinato de Primo de Verdad las posibilidades de una independencia “legal” quedaron descartadas.

De forma casi paralela a los intentos en la Ciudad de México, diversos miembros del bajo clero en contacto con los sectores más oprimidos por el poder virreinal, establecieron las bases para que el movimiento de independencia adquiriera el carácter de insurrección campesina -al menos en un principio-, especialmente en el centro-sur de la Nueva España.

Los pazos de Hidalgo

Miguel Hidalgo y Costilla era un fiel representante de ese sector del bajo clero, criollo, con educación en España y contactos a distintos niveles con los sectores más ilustrados de la nueva España. Ex rector del Colegio de San Nicolás, en lo que hoy es Morelia, donde estableció una política de puertas abiertas a todos los sectores sociales. Ello incluía a José María Morelos que  nunca dejaría de sentirse agradecido ya que pese a ser de sangre negra e indígena pudo ser admitido y consagrado sacerdote con la venia de Hidalgo.

El personaje de Hidalgo es muy distante de la figura santificada que aparece en los libro de historia. Sus virtudes estuvieron centradas en acaudillar el levantamiento de independencia de carácter genuinamente campesino. Sus defectos tuvieron que ver más bien con indecisiones propias de alguien que no fue un militar sino hasta el momento de levantarse en armas

Durante todo el virreinato, a pesar de la aparente protección de la propiedad indígena, había en el país alrededor de 4944 terratenientes, que por supuesto ocupaban las mejores tierras e imponían a los campesinos pobres condiciones de servidumbre: El levantamiento dirigido por Allende e Hidalgo se sustentaba en la reacción violenta de los oprimidos en contra de esta semiesclavitud.

Por supuesto tanto Hidalgo como Allende hubiesen preferido que, ante el levantamiento, el ejercito se hubiese sumado y evitar que las masas campesinas se levantasen. No obstante cuando decenas de miles de campesinos se les sumaron, actuaron con consecuencia dirigiendo la lucha.

El elemento de rebelión campesina le dio al movimiento de independencia un carácter de clase definitivamente inaceptable para los sectores conservadores que apoyaban la independencia, por lo cual, estos hicieron causa común con el virrey en contra de los sectores sublevados. Ello incluyó a muchos amigos de Hidalgo los cuales coincidían en el no reconocimiento del poder francés sobre España pero no consideraban que la independencia fuese una alternativa. Tal fue el caso de Juan Antonio Riaño, intendente de Guanajuato, el cual murió en la defensa de su ciudad ante las tropas insurgentes.

La campaña de Hidalgo fue realmente breve, no obstante mientras el frenesí revolucionario fue al alza no hubo manera de detenerlo. Podría situarse el 30 de octubre de 1810 como una de las fechas claves, dado que luego de la derrota realista del Monte de las Cruces, la ciudad de México pudo haber sido ocupada, después de ello al entusiasmo inicial sucedió la desorganización luego de la primera derrota el 7 de noviembre frente a Félix María Calleja en Aculco.

Los acontecimientos siguientes están caracterizados por la pérdida de iniciativa de los insurgentes. Se empezaron a rehuir combates por temor a los saqueos y para el 17 de enero perdieron el control de la última ciudad importante, Guadalajara, en la Batalla de Puente de Calderón.

Víctimas de una traición, los principales dirigentes de la insurrección son detenidos el 21 de marzo de 1811 en Coahuila en momentos en que trataban de reorganizarse luego de la derrota de lo que podríamos llamar su primera campaña.

Para el 26 de julio Allende, Aldama y Jiménez son ejecutados. Hidalgo correría la misma suerte el 30 de julio. Su condena a muerte, ejecutada luego de tormentos que duraron cuatro días, es hoy en día un certificado incuestionable de su carácter revolucionario: “Excomunión y pena de muerte para Miguel Hidalgo. Por profesar y divulgar ideas exóticas: partidario de la Revolución Democrática Francesa. Por disolución social: al pretender independizar a México del Imperio español…”

Guerra de guerrillas

Después de la ejecución de los primeros dirigentes revolucionarios, Hidalgo y Allende, tocó a Morelos darle un carácter mucho más consistente al levantamiento, hasta que finalmente éste también fue derrotado en 1815. Un estudio detallado sobre Morelos y su papel en la independencia lo podemos encontrar en Militante 194 y 195. No obstante añadiremos a ello que podríamos considerar a Morelos como el primer gobernante de lo que pudiéramos llamar territorios liberados.

No cabe duda que uno de los factores que a la larga debilitaron los alcances de la revolución campesina acaudillada por Morelos fue la casi total adhesión de los criollos, en esos tiempos alrededor de un millón de personas en contra de la lucha independiente, al considerarla un levantamiento de indios e ignorantes y que ponía en peligro los privilegios que les confería la administración de la riqueza de la Nueva España.

Posteriormente los sectores conservadores poco a poco fueron reactivando sus intentos por conseguir una separación de España. La constitución española de Cádiz, en 1812 significó para los conservadores una señal de alarma: Existía dentro de la misma un planteamiento sobre el reparto de tierras a los indios casados, lo que entre otras cuestiones, ponía los pelos de punta a la elite criolla terrateniente.

En 1814 Fernando VII declaró nula la Constitución liberal e intensificó el combate a las rebeliones en las colonias, particularmente en la Nueva España. Este periodo coincidió con la derrota de los ejércitos campesinos de Morelos

Por supuesto hubo múltiples caudillos que impulsaron nuevos levantamientos, entre ellos Francisco Javier Mina, Pedro Moreno, Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero, pero estos no adquirieron la importancia de los ejércitos de Hidalgo y Morelos.

No obstante, las hazañas de todos estos próceres revolucionarios están estrictamente ligadas a la revolución campesina, la cual apuntaba a la independencia por considerarla un primer paso para la ruptura del régimen colonial. Su carácter de clase las convierte en baluartes de la historia de la lucha de clases en México y patrimonio de las luchas proletarias actuales. Un caso totalmente contrario de lo que significa Agustín de Iturbide y toda la casta de criollos que pretendieron consumar la independencia para parar la revolución.

Revolución en España e independencia en México

Para 1819 las noticias en la península ibérica llenaron de pavor a la oligarquía criolla; en junio de ese año las tropas españolas que serían enviadas a América se intentaron sublevar, pese a que el régimen los descubre y encarcela a sus dirigentes, las insubordinaciones se expanden por doquier y para enero estalla un levantamiento generalizado del ejército. Para marzo de ese 1820 Fernando VII cede a las pretensiones del levantamiento y jura la Constitución de Cádiz. Por supuesto, al menos por un tiempo, no habría soldados españoles rumbo a las colonias americanas. De igual modo la aplicación de una Constitución que atentaba contra los intereses de la oligarquía criolla de la Nueva España era al menos posible.

La revolución española tarda tres años en ser nuevamente sofocada por la traición de Fernando VII, pero sus efectos, al menos en la Nueva España fueron determinantes. El mando del ejército realista en acuerdo con el entonces virrey busca un cese al fuego y logra un acuerdo con las fuerzas insurgentes de Vicente Guerrero.

La declaración de independencia de 1821 aseguró el carácter intocable de la iglesia y del latifundio, principales sostenes del estado de cosas impuesto durante el virreinato, no sólo eso, la elite terrateniente incluso logró establecer el imperio como forma de gobierno. Parecía que los conservadores habían ganado la partida. Afortunadamente el triunfo fue efímero. El régimen de Iturbide estalló víctima de sus propias contradicciones, desatándose un periodo de guerras civiles entre liberales y conservadores que se prolongó, con algunos breves lapsos de paz, hasta la llegada del porfirismo.

Con tanta inestabilidad el régimen económico no tuvo modificaciones sustanciales; de 1842 a 1854 los terratenientes aprovecharon las circunstancias para proceder a aumentar sus propiedades a expensas de los pueblos campesinos. El número de haciendas pasó de 3749 a 6092. Tomando en cuenta que la tierra cultivable no se incrementó, entonces la única fuente del surgimiento de dichas haciendas fue el despojo de los pueblos indios.

Liberales y Conservadores

La preponderancia de esta aristocracia conservadora -y en gran medida monárquica- fue lo que permitió la aparición en un primer momento del “imperio” de Iturbide. La independencia fue en sí un proceso revolucionario pero su consumación fue un acto conservador, no obstante desencadenó toda una corriente de opinión, específicamente entre diversos sectores de la intelectualidad urbana no ligada a la aristocracia, que estaba fuertemente influenciada por las ideas liberales de Europa y Norteamérica a la que miraban como un ejemplo a seguir, no por nada el país se nombró Estados Unidos Mexicanos, según la constitución de 1824.

En esencia los liberales buscaban romper con las barreras heredadas de la colonia, que impedían el desarrollo del capitalismo en México, los conservadores en cambio pretendían preservar los privilegios económicos y políticos de la aristocracia criolla terrateniente como punto de partida para cualquier propuesta nacional.

El federalismo del periodo 1824 a 1833 nunca tuvo la fuerza para imponer un programa revolucionario de destrucción del régimen heredado de la colonia, debido a que nunca apeló a las masas campesinas, optó por el contrario, por una política de compromisos. La propia constitución de 1824 no se podría calificar estrictamente de liberal, en ella se mantenían privilegios para el ejército y el clero, el federalismo era más que nada una aspiración que algo realmente practicable, sobre todo por la gran fuerza disgregadora que significaba el régimen económico.

El país, fiel al legado de la Colonia, subsistía en función de un régimen básicamente de autoconsumo basado en parcelas minúsculas dentro de la gran propiedad terrateniente, clerical o de los propietarios criollos. La tenencia de la tierra era un factor de poder político, mas no de desarrollo económico, en la medida en que ni la iglesia ni los grandes terratenientes cultivaban la mayor parte de sus posesiones, paralelamente existía la propiedad de las comunidades campesinas, la cual era básica para la centenaria estabilidad del campo durante la colonia.

La propiedad de las comunidades campesinas, particularmente las indígenas, garantizaba una economía de autoconsumo que se complementaba con el trabajo en la hacienda criolla. Por supuesto, no había posibilidad de que un mercado interno como lo conocemos actualmente se desarrollara y mucho menos para que se generara el desarrollo de la industria a gran escala. Pese a la fortaleza aparente de este régimen de cosas, subyacía una debilidad intrínseca, la cual se derivaba de que un régimen de este tipo implicaba un poder central bastante débil y por lo tanto susceptible de ser derrocado por parte de una fuerza militar medianamente organizada.

Aún a pesar de la debilidad de ese federalismo, éste era incómodo para las fuerzas conservadoras, las cuales estimularon el golpe que efectuó Santa Anna en 1834. Con lo cual el potencial revolucionario iniciado en 1810 se disolvería. Se necesitarían nuevas fuerzas para el reinicio de otro periodo revolucionario.

El carácter de la revolución de independencia

En primer lugar debemos hacer una diferencia entre lo que es la revolución en sí misma respecto del acto de la independencia política. Si bien es cierto que en 1810 las masas campesinas se alzaron teniendo como principal consigna la independencia de México también es verdad que la causa básica del carácter explosivo del levantamiento estaba centrada en motivaciones de opresión y explotación que provenían de todas las características del régimen colonial, fundamentalmente feudal.

La revolución de independencia fue entonces una clásica revolución burguesa encabezada por el campesinado, su triunfo hubiese significado la liberación de las trabas semifeudales del desarrollo económico de la Nueva España. La Hacienda, como una unidad económica de casi autoconsumo debió ser sustituida por alguna forma de capitalismo agrario. La otra tarea, la integración de un mercado interno también estaba ligada a la ruptura del régimen de la hacienda. La consumación de la independencia fue en términos prácticos una medida conservadora en defensa de los privilegios semifeudales de los criollos. La derrota de la primera revolución burguesa no significó el fin de la historia, nuevas fuerzas sociales estaba surgiendo bajo la forma de una incipiente pequeña burguesía que fortalecía paulatinamente los centros urbanos. Al mismo tiempo el campesinado no encontró algún motivo para defender el régimen establecido, lo que dio bases sociales suficientes para futuros levantamientos.

En suma el triunfo de los conservadores no podía ser más que efímero, de hecho el primer imperio no duró más que unos meses, ello abrió una fase de permanente inestabilidad política que culminó con la dictadura de Santa Anna.

Por supuesto ninguna revolución, aún cuando es derrotada, deja el terreno de la historia como si no hubiese sucedido. Rompió el hielo, se removieron estructuras, se debilitaron las viejas elites y se sentaron las bases para nuevas explosiones que partieron desde los alcances del primer proceso revolucionario de nuestro país en 300 años: la revolución de independencia.

Tomado de: Militante (México)