De manera silenciosa, bulliciosa, y festiva luego, una ola de multitudes fue ocupando los espacios liberados para los festejos del Bicentenario. Hay que remontarse al año 1983 para poder comparar una manifestación tan multitudinaria: cerca de 2 millones por día de personas, coincidieron fuentes diversas.
De manera silenciosa, bulliciosa, y festiva luego, una ola de multitudes fue ocupando los espacios liberados para los festejos del Bicentenario. Hay que remontarse al año 1983 para poder comparar una manifestación tan multitudinaria: cerca de 2 millones por día de personas, coincidieron fuentes diversas.
Sin dudas se enfrentaron dos estados de ánimo en este evento único. Uno el virtual, el que fabrican los medios y la derecha, de pesimismo, miedo, bronca hacia cualquier medida del gobierno nacional, y la otra -la real- que esta harta de que le vendan pesimismo y denostación permanente y un clima de Apocalipsis permanente. La derrota del primero fue aplastante.
¿Y la crispación de la "gente"?
La clase dominante quedó estupefacta. Pese a su campaña de terror, azuzando la inseguridad como bandera, verdaderas multitudes se movilizaban con chiquitos y hasta altas horas de la noche, como paso también en aquella histórica movilización popular del 19 de diciembre de 2001 que quedaría grabada como el "Argentinazo".
La verdad es que el festejo fue tomado como propio, y que al contrario de tantos hechos similares, esta vez no ha servido para tapar ni desviar nada, más allá de las intencionalidades de quienes lo organizaron. Al contrario, fue un hecho que parece más acorde con este despertar que significo el 2001 en adelante -lento y lleno de contradicciones-. Acaso este elemento es el que más asusta a la clase dominante.
Estos sectores de masas están eligiendo desmentir la propaganda de los medios y la derecha, y convirtiendo en visible la cotidiana invisibilidad a la que es sometida.
El miedo y el odio de la clase dominante
Por supuesto, aquella clase dominante no podía mezclarse en un acto organizado por el gobierno, pero menos aún podía, mezclarse con la "chusma" popular. Es así que la crema y nata de la alta sociedad tuvo "su" festejo lleno de implicancias.
Fue en el Teatro Colón con motivo de su reinauguración. Teatro Colón que pretendían mostrar como orgullo de símbolo nacional (que en un sentido estrictamente cultural puede serlo) pero que en verdad se sabe que es un icono de la "alta sociedad". Simbólicamente no representa gran cosa para el pueblo trabajador -que tiene su acceso inmensamente restringido- sino más para las elites gobernantes. Por eso no extraña que la señora Mirta Legrand -esa paqueta señora reaccionaria y feroz gorila- hiciera festejos de sus obscenos almuerzos, allí mismo junto a Macri. Y que Macri mismo en un honesto -anacrónico, pero honesto- deseo de clase, manifestara que tendríamos que recuperar la Argentina del Centenario. Claro, seria el paraíso de los empresarios. Aquella Argentina Centenaria era la de la semana trágica, la de las 12 ó más horas de trabajo diario -incluyendo el infantil-, de la represión militar, el voto fraude y restringido y de los sindicatos embrionarios.
Así que todo lo popular que hicieron allí en el Colón fue una proyección sobre la fachada del edificio. Adentro solo era VIP. Y realmente la fiesta popular estuvo afuera, pero lejos del Colon.
Como en toda cena de alta sociedad siempre hay un gran postre para el final. Y éste era, una trampa hacia el gobierno que consistía en prepararle un fenomenal repudio, en un lugar aislado para que el titular fuese: "repudio popular a la presidente". El gobierno claro, no cayó en la trampa.
Como hace 200 años: tergiversación y mentiras
Una vez en marcha, el fenómeno fue tan arrollador que la prensa no tuvo más remedio que subirse a la ola de optimismo y festividad que se respiraba por toda la sociedad. Pero solo para tratar de acomodar sus argumentos y que su caída de credibilidad no fuese abrumadora.
Entonces apareció la palabra "autoconvocados", para desestimar la participación popular. "Autoconvocados" es usado por la prensa y por la derecha para alabar en verdad la despolitización, de ahí que se ensalce la participación sin banderías políticas, "desapasionada" y sin especulaciones por parte de la "gente". A ver si toda esa "gente" empieza a plantearse la organización y entrar a la participación política. Es el miedo y no tanto el análisis político lo que mueve a estas bajadas de línea.
Clarín y La Nación interpretan a las masas que dan mensajes a los políticos. Es extraño por que esos mensajes parecen cifrados y solo ellos pueden explicarlos, y siempre decodifican lo mismo: la sociedad no quiere más enfrentamientos. Son ellos los que quieren que no haya más enfrentamientos, pero de la clase obrera y el pueblo contra las patronales y sus agentes.
Una fiesta popular, ningún cheque en blanco al kirchnerismo
El gobierno planteó estos festejos de manera inteligente y, de forma distorsionada y limitada, logró expresar los tiempos que corren. Tal vez moleste que haya sido el gobierno, pero es así.
El rechazo a pomposos desfiles militares, más un guión de toda la fiesta más cerca de la memoria histórica de este pueblo trabajador, junto a algunas medidas prácticas como la liberación de calles y la gratuidad de los medios de transporte el ultimo día, aportaron para los aciertos de un gobierno que viene remontando un apoyo popular que fue perdiendo, mientras mas tibio era su enfrentamiento con la voracidad patronal.
La derecha quedó más relegada que nunca, y crece el rechazo a los políticos identificados con ella.
Sin embargo, el gobierno no tendrá un devenir en paz, en cuanto se mantenga el actual estado de cosas y los problemas fundacionales y fundamentales de la sociedad no se resuelven. Mal hiciese si cree que tiene firmado un cheque en blanco, mientras sigue pagando la deuda fraudulenta, destina subsidios millonarios para empresas privadas, y no resuelve los problemas ya crónicos de trabajo, salud, educación, vivienda, etc.
Muy poco se puede construir sobre la apatía popular, y es por eso que los medios como Clarín y la derecha nos proponen la apatía, el malhumor y la desmoralización/desmovilización. Lo contrario, es lo que más teme la clase dominante.
Porque la posibilidad de construir las fuerzas populares, fuerzas fundamentales para cambiar la sociedad de raíz, crece exponencialmente sobre esta realidad, una realidad de movilización popular, de inquietud por el presente y el futuro, y la necesidad de ser protagonista de su historia.