Después de más de seis meses de polémica, el 25 de enero la corriente "liquidacionista" de Refundación Comunista (RC) ha declarado la salida del partido. Desde las elecciones de abril de 2008, cuando la izquierda italiana sufrió una desastrosa derrota y no obtuvo representación en el parlamento, las tensiones internas no han conocido tregua. Hay una enorme crisis de estrategia que se hizo patente con el estallido de la crisis económica internacional.
Después de más de seis meses de polémica, el 25 de enero la corriente "liquidacionista" de Refundación Comunista (RC) ha declarado la salida del partido. Desde las elecciones de abril de 2008, cuando la izquierda italiana sufrió una desastrosa derrota y no obtuvo representación en el parlamento, las tensiones internas no han conocido tregua. Hay una enorme crisis de estrategia que se hizo patente con el estallido de la crisis económica internacional.
El Congreso nacional de Refundación Comunista el pasado mes de julio vio prevalecer por estrecho margen la línea de "girar a la izquierda". Este fue un primer intento de responder a la derrota de abril y poner en tela de juicio la línea de colaboración de clase, causa principal de esa derrota. El giro a la izquierda se ha mantenido hasta la fecha más en palabras que en hechos. Un sector de la militancia ha acogido con satisfacción este giro, tratando de organizarse para arraigar el partido en las fábricas; sin embargo, la mayor parte de la dirección y en particular los representantes en las instituciones (regionales y municipales, concejales, etc.) ve este giro como bellas palabras para curar las heridas de la militancia, que nada tiene que ver con la rutina de sus labores burocráticas que es lo que les asegura cargos y en muchos casos, ingresos.
En este sentido, la división del ala derecha del partido debe ser acogida como un paso positivo. Sobre todo porque elimina de los argumentos del actual secretario general, Ferrero, el de que el gran obstáculo para la realización plena del giro a la izquierda es tener que lidiar con una importante oposición interna (47% de los votos en el congreso). Ahora cada dirigente está desnudo frente a su propia responsabilidad.
La derrota de la corriente que quería liquidar el partido no significa automáticamente que el camino se haya allanado. El partido se puede comparar a un individuo que acaba de despertar de un coma profundo e intenta con dificultad hacer los primeros movimientos. La gangrena institucionalista aún puede matarlo, y la única garantía de futuro es el ingreso de nuevas fuerzas, de trabajadores y jóvenes dispuestos a militar en un partido que no esté para cazar escaños, sino para cambiar la sociedad.
El campo de acción para RC es potencialmente enorme. El Partido Demócrata (PD) ha entrado en una profunda crisis y está intentando promover la línea de colaboración con el gobierno de Berlusconi. Tan sólo en unos meses el PD ha logrado:
1.- Negarse a apoyar la huelga general convocada por la CGIL el 12 de diciembre.
2.- Enviar a sus más belicistas líderes a eventos organizados por la Embajada de Israel durante la agresión contra Gaza.
3.- Cooperar activamente con el gobierno y en particular con la Liga del Norte en el desarrollo de una reforma fiscal de tipo federalista que daña gravemente el estado del bienestar y el sur del país.
4.- Mantenerse "neutral" ante el pacto firmado por la patronal Confindustria y los dos sindicatos de centro-derecha, CISL y UIL, contra la central CGIL (el mayor sindicato del país) con el objetivo de destruir, de hecho, los convenios estatales de trabajo.
La CGIL y el movimiento sindical
La CGIL es ahora el epicentro de una batalla decisiva para el movimiento obrero italiano. La burocracia sindical, que durante más de dos décadas ha mantenido un pacto social devastador para los trabajadores, se ha visto expulsada de las tradicionales mesas de mediación con el gobierno y los empresarios. El tipo de sindicato que los patronos han exigido y diseñado en este acuerdo, y que un ministro de Berlusconi ha descrito como "cómplice" de la empresa, es una mezcla entre una sindicato amarillo de empresa, cuyo objetivo es aumentar la productividad y los beneficios, y un apéndice del Estado que gestiona la colocación y el proceso de privatización de los servicios públicos (pensiones, bienestar y formación).
Todo esto, por supuesto, no es nuevo y mucho ya se ha hecho en este sentido en los últimos 25 años, con la participación del aparato de CGIL. Pero hoy nos encontramos ante una encrucijada para la misma CGIL. El acuerdo entre patronal y demás sindicatos implica que los convenios nacionales, cuya duración se prolonga de dos a tres años, deberán adoptar como subida máxima salarial un oscuro IPC europeo depurado de los costes energéticos: de hecho, es la planificación de una inevitable disminución de los salarios reales. Según el centro de estudio de la CGIL, si este acuerdo se hubiese aplicado en los últimos años, se habría traducido en la pérdida de más de 300 euros del salario medio en un año.
Esta ruptura es también determinada por la posición adoptada hace meses por la Federación de Trabajadores del Metal (FIOM-CGIL), la más grande, que había anunciado su total oposición a cambiar el modelo del contrato. Luego se unió la Federación de la Administración Pública.
El metal y los funcionarios públicos han proclamado un día de huelga nacional el 13 de febrero, con manifestación en Roma. Otra manifestación estatal de la CGIL está en preparación para el sábado 4 de abril.
Está claro que un ataque de esta magnitud no se puede derrotar con un par de horas de huelga. La CGIL se enfrenta a la elección entre: ceder ante la patronal, tal vez después de unos meses de oposición formal; o empezar una batalla radical que pase por reconquistar terreno fábrica por fábrica, el derecho de los trabajadores italianos a entrar en los contratos de trabajo que garanticen un nivel de vida digno. Eso requiere de otros programas, otros dirigentes, otros métodos de lucha. El conflicto entre los patronos y la CGIL también encierra un conflicto potencial en la misma CGIL, es decir un proceso que podría abrir importantes oportunidades para RC.
Para ello el partido deber ser capaz de interpretar las necesidades de esta nueva fase histórica y sacar las conclusiones correctas de la crisis del reformismo en todas sus facetas. RC necesita la inspiración y la voluntad de cambiar su misma piel para convertirse en el partido de oposición y lucha que la clase obrera italiana necesita hoy más que nunca.