Los disturbios en el Tibet

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Tibet estalló en disturbios étnicos en los últimos días. Indudablemente hay alguna interferencia exterior, pero esto sólo no puede explicar lo que está ocurriendo. En la raíz del problema está la extensión desigual de la riqueza que ha empeorado conla introducción de la economía de mercado, agravando el sentimiento de opresión nacional de los tibetanos. Frente a los disturbios y al derramamiento de sangre en el Tíbet, el gobierno chino ha respondido culpando al Dalai Lama y a la campaña internacional de los exiliados tibetanos, aprovechando la próxima celebración de los Juegos Olímpicos. Sin duda, el Dalai Lama, con sus seguidores y amigos, tienen interés en utilizar estos acontecimientos para presionar políticamente a Pekín a través de los medios de comunicación, pero por sí solo no puede explicar lo que hoy está sucediendo en el Tíbet.

Los reporteros chinos de la agencia de noticias Xinhua informaban de las escenas en Lhasa: "Una densa humareda envolvía el nublado cielo azul, los escombros ardiendo esparcían un olor irritante y cientos se quejaban del derramamiento de sangre.

"Los vándalos llevaban mochilas llenas de piedras y botellas con líquido inflamable que arrojaban a través de las ventanas, prendieron fuego a los vehículos, tiendas y restaurantes que encontraban a su paso.

El viernes 14 de marzo se describía así la situación en Lhasa: "Un día después la capital quedó sumida en el caos tras una explosión de golpes, destrozos, saqueo y fuego, que según dicen los funcionarios, con amplias pruebas, estuvo ‘planificada por la camarilla del Dalai"".

Aunque los ataques a la población y la propiedad no tenían ningún contenido político, fueron provocados por las protestas de los monjes del 10 de marzo. Según el Diario del Pueblo, 300 monjes del monasterio de Zhaibung se enfrentaron a las fuerzas de seguridad y provocaron enfrentamientos físicos.

"Provocaron una oleada de destrucción y no perdonaron nada ni a nadie a su paso. Los alborotadores prendieron fuego a los edificios, quemaron docenas de autos de policías y vehículos privados, saquearon bancos, escuelas y tiendas. Civiles inocentes fueron apuñalados, apedreados y azotados. Al menos 10 murieron, la mayoría quemados".

Según todas las noticias, la violencia fue protagonizada por jóvenes de unos veintitantos años. Un musulmán propietario de una pastelería, que fue apuñalado, dijo que varios vándalos destrozaron su tienda en una zona turística. "Entraron, directamente nos golpearon y no nos atrevimos a presentar resistencia, sólo suplicamos. Conocía a algunos de ellos. Antes eran gente amable".

La explicación ofrecida por el Partido Comunista local y nacional no tiene sentido, aunque la chispa inicial de los disturbios y el derramamiento de sangre fueron los monjes y la campaña del Dalai lama, la causa de estos disturbios fue algo completamente diferente. El Tíbet ha visto una afluencia de empresas chinas, la riqueza acumulada en toda China por los nuevos ricos, ha abierto oportunidades para grandes y pequeñas inversiones. Los que no se han beneficiado son los desempleados tibetanos ni los trabajadores emigrantes de las aldeas.

En el sector estatal del Tíbet, donde sí hay oportunidades de empleo, los tibetanos son los que tienen menos probabilidades de conseguir los empleos. Son desplazados por la inundación de reclutas potenciales procedentes de cada rincón de China, esta situación ha estimulado el resentimiento nacionalista.

El "salario medio" en China representa los ingresos de un grupo específico de trabajadores en China, conocidos como "personal y trabajadores", incluye desde capas superiores de empleados públicos hasta trabajadores de los servicios públicos o fábricas estatales. Por lo tanto, no incluye a los trabajadores emigrantes o trabajadores de pequeñas fábricas o empresas.

El "salario medio" en las ciudades chinas es de 14.000 yuan al año (1.800 dólares), pero los salarios en el Tíbet son casi el doble de la media, más altos que en Shanghái y los segundos después sólo de Pekín. El empleo en el sector estatal supone casi el 94 por ciento de la mano de obra en Tíbet, frente al 66 por ciento en el resto de ciudades chinas.

El problema es que este empleo público relativamente bien pago está distribuido de manera totalmente desproporcionada entre la población de etnia china. Los salarios más elevados se justifican diciendo que la vida en Tíbet te aleja de tu familia y amigos, que a menudo provoca serios problemas de salud debido a los efectos de la altitud elevada. Los tibetanos, cuyas calificaciones laborales en general son inferiores a las que tienen los inmigrantes de etnia china, los miran como una capa privilegiada.

Junto a esta afluencia de trabajadores estatales, dedicados a la administración y proyectos de infraestructura, ha llegado una oleada de comerciantes de etnia china y en menor medida también musulmanes Hui, cuyas empresas están dedicadas al alto poder adquisitivo de los empleados estatales y turistas. Sus redes nacionales significan que los tibetanos no pueden competir con ellos. El boom en el Tíbet ha animado a todo tipo de empresarios inmigrantes a abrir tiendas, también hay que incluir la llegada de mendigos y prostitutas. Los tibetanos con frecuencia piensan que este tipo de gente está subvencionada por Pekín, por esa razón es fácil ver las raíces del descontento étnico.

Por toda China los niveles salariales de los trabajadores no han seguido en la misma línea que el auge económico. Debido a la presión del ejército de trabajadores inmigrantes y la rapacidad de los empresarios del sector privado, con mucha frecuencia se han congelado los salarios. Según la Federación de Sindicatos de China (ACFTU), el 26 por ciento de los trabajadores chinos no han recibido un aumento salarial en cinco años, a pesar de un crecimiento económico medio del 10,6 por ciento. Las ganancias han aumentado no sólo gracias a la nueva maquinaria y métodos de trabajo, sino también por la presión descendente de los salarios. La relación de los costos laborales totales respecto al PIB ha pasado del 54,4 por ciento en 1990 a sólo el 41,4 por ciento en 2005.

Los funcionarios en Lahsa y Pekín dicen que la "camarilla del Dalai organizó, premeditada y planificadamente" los disturbios sangrientos y el descontento de los jóvenes tibetanos. ¡Esta idea es una estupidez! La causa que ha estimulado estas explosiones es las cada vez mayor disparidad de ingresos y oportunidades, expresado en conflicto étnico, laboral o revuelta campesina. Cuando se ve la disparidad de ingresos que ha provocado la rabia de decenas de millones, resulta cómica la consigna del partido: "construir una sociedad armoniosa".

Una genuina política comunista, es decir, marxista, desarrollaría armoniosamente la nación y sus regiones minoritarias sobre la base de una economía planificada democráticamente. En lugar de esto, la dirección del Partido Comunista de China aplica un plan burocrático para abrir el Tíbet al mercado.

Los disturbios no son simplemente un complot de la "camarilla del Dalai", aunque es evidente que las principales potencias imperialistas occidentales tienen interés en debilitar a China y explotar el descontento de las minorías de este vasto país. La causa real, y más directa, de este conflicto se encuentra en la política de las fuerzas pro-capitalistas que controlan el partido. Será una fruta amarga para toda la nación. Mientras veía como todo quedaba reducido a cenizas en el centro de Lhasa, un comerciante tibetano llamado Rawan le decía al periodista del Diario del Pueblo: "Lo que una vez fue un paraíso de tiendas, ahora está todo desierto, como un infierno".

Por el camino del capitalismo, las disparidades de ingresos e inversión inevitablemente exacerbarán el nacionalismo, los conflictos nacionales y étnicos, provocando violencia. Si el Tíbet se independizara de China, como en el pasado, sólo caería en manos de una u otra potencia imperialista. La "independencia tibetana" bajo el capitalismo es una utopía.

La lucha unida de los trabajadores chinos y tibetanos, junto a otros grupos minoritarios contra la transformación capitalista de China es lo único que puede sentar la base para la unión voluntaria de los pueblos, basada en un plan verdaderamente democrático de producción bajo el control y supervisión de los trabajadores y campesinos.