El hecho de que Clinton, una mujer, y Obama, un negro, tengan la oportunidad real de ganar las elecciones es una muestra de la sed de cambio. Pero ¿representan estos candidatos los verdaderos intereses de la mayoría? El ciclo electoral norteamericano está en pleno movimiento nueve meses antes de que los votantes tengan que ir a las urnas el próximo 4 de noviembre.
Cuando nos encontramos en el proceso final de elecciones primarias para elegir a los candidatos demócrata y republicano, las cosas parecen claras en el campo republicano, donde el senador John McCain consiguió adjudicarse una mayoría clara de delegados.
En el campo demócrata las cosas están más disputadas. Los dos candidatos en liza, Barak Obama y Hillary Clinton están cabeza a cabeza, con una ligera ventaja a favor del primero.
Después de siete años de Bush y su política, existe un enorme descontento con el status quo, la situación de la economía y la guerra de Iraq son las principales preocupaciones de los votantes.
El hecho de que Clinton, una mujer, y Obama, un negro, tengan la oportunidad real de ganar las elecciones es una muestra de la sed de cambio. Pero ¿representan estos candidatos los verdaderos intereses de la mayoría?
Obama se ha presentado cuidadosa y cínicamente como todas las cosas para todas las personas, utilizando una retórica feroz para beneficiarse del fuerte deseo de cambio de los trabajadores norteamericanos, mientras que se presenta firme, responsable y "moderado" ante las empresas estadounidenses.
Mientras que McCain se ha ganado su reputación apoyando totalmente las guerras de Iraq y Afganistán, Clinton y Obama han recurrido a la aplastante oposición de los votantes a la guerra de Iraq. Pero ninguno de ellos defiende paralizar la financiación de estas guerras o retirar inmediatamente las tropas. Más importante aún, desde la perspectiva de los trabajadores norteamericanos, ninguno de los candidatos tiene propuestas concretas para proporcionar un sistema universal de salud y educación, crear empleos o reconstruir la infraestructura del país, o cómo resolver la crisis inmobiliaria y proporcionar una vivienda decente para todos, legalizar incondicionalmente a todos los inmigrantes sin papeles y sus familias, o aumentar los impuestos a los ricos para financiar las necesidades sociales.
En otras palabras, no hay diferencias fundamentales entre Clinton, Obama y McCain. Todos ellos reciben aportes de las grandes empresas para sus campañas electorales y el respaldo de los aparatos de sus partidos, Demócrata y Republicano. Todos intentan demostrar a la clase dominante que son los más adecuados para guiar su sistema en los tiempos difíciles que se avecinan, que se puede confiar en su responsabilidad, y que pueden contener el descontento dentro de límites aceptables para el sistema.
Si los demócratas llegan a la Casa Blanca y consiguen el control de ambas cámaras, después de unos pocos años en la "escuela" del Partido Demócrata, comenzará el verdadero cuestionamiento y la búsqueda de alternativa que realmente represente a la clase obrera.
Aunque todavía no sabemos quién será el próximo presidente de EEUU, sí podemos asegurar por adelantado: el ganador no representará una ruptura fundamental con la política procapitalista de Bush, no representará los intereses de la clase obrera. Por eso, los trabajadores norteamericanos necesitamos nuestro propio partido: un partido obrero de masas basado en los sindicatos.