“La campaña electoral debe ser llevada a cabo no en el sentido de la obtención del máximo de mandatos parlamentarios sino en el de la movilización de las masas bajo las consignas de la revolución proletaria.” (El Partido Comunista y el parlamentarismo – segundo congreso de la III Internacional – 1920).
Hace pocos meses, el gobierno apostaba a un triunfo en las elecciones legislativas para profundizar su ofensiva contra la clase trabajadora. Jactándose de haber llevado adelante “el ajuste más grande de la humanidad”, Milei no solo aseguraba un triunfo que le daría mayoría en el parlamento, sino también que esa victoria pavimentaría el camino para su reelección en las elecciones presidenciales de 2027.
Hoy, la realidad es que el gobierno apenas lucha por sobrevivir con los dólares del JP Morgan y de Trump, que, por un lado, ayudan a sostener a la camarilla de los Milei; por otro, garantizan el negocio y la salida a los buitres internacionales que han timbeado en Argentina; y, especialmente, apuestan a golpear a China, su principal rival imperialista en la arena mundial.
Así vemos cómo Kristalina Georgieva, directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), llama a votar por Milei; y Ben Bessent, secretario del Tesoro de Estados Unidos, nos amenaza con que la continuidad de su “rescate” financiero depende del resultado de las legislativas. “Si pierde, no seremos generosos con Argentina”, anticipó Donald Trump.
Pero, pese a las promesas, anuncios e intervenciones en el mercado de divisas realizadas por el secretario del Tesoro de Estados Unidos, el dólar ha mantenido una tendencia alcista constante.
Como el plomero del Titanic, el gobierno busca tapar agujeros financieros y sostener un plan especulativo que apuntala la ganancia de unos pocos y empuja a la miseria a trabajadores, jubilados y jubiladas, así como a la juventud obrera y estudiantil.
Está claro que la crisis política y financiera que afecta a todo el régimen político no se solucionará con las elecciones; al contrario, tenderá a empeorar, aumentando la inestabilidad política.
El gobierno, por su parte, ha comenzado a mover sus fichas para acomodarse al nuevo escenario, reemplazando al ahora ex canciller Gerardo Werthein por Pablo Quirno y poniendo al secretario de Finanzas al mando de las relaciones exteriores.
Barry Bennett, asesor político cercano a Donald Trump, propuso una alianza a Cristian Ritondo (PRO), Miguel Ángel Pichetto (Encuentro Republicano Federal) y Rodrigo De Loredo (Unión Cívica Radical), con el objetivo de apuntalar la gobernabilidad en el parlamento. El imperialismo busca que Milei y sus aliados reúnan un tercio de los legisladores en la Cámara de Diputados, presumiendo que eso sería suficiente para defender los vetos presidenciales.
El presidente Javier Milei confirmó que, tras las elecciones del domingo 26 de octubre, realizará un “reacomodamiento” en su gabinete. Algunos medios hablan de la incorporación de dirigentes del macrismo o de gobernadores aliados al gabinete nacional, algo que parecería difícil si los candidatos de La Libertad Avanza sufren una contundente derrota electoral.
Mientras tanto, Trump reclama la creación de un gobierno de coalición para consolidar la gobernabilidad del ajuste estructural, y aplicar la reforma laboral, previsional y tributaria ataques que la clase dominante busca imponer sobre la clase obrera.
La idea de que Santiago Caputo, con vínculos estrechos con la ultraderechista Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), ocupe la jefatura de gabinete muestra una tendencia a consolidar un gobierno con “los propios”, que gobierne a punta de decretos.
En definitiva, el resultado electoral tendrá un peso central en cómo se redefine el rumbo del gobierno nacional.
Por su parte, la burguesía sostiene a Milei, porque coinciden en un mismo rumbo: profundizar la explotación laboral para aumentar sus ganancias. Después de dos años de derrumbe económico, siguen optando por el ajuste para consolidar las contrarreformas que el gobierno ha logrado hacer pasar, con el apoyo de los distintos partidos del régimen.
Es importante recordar que Milei no lo hizo solo: el ajuste se votó en el Congreso con el apoyo de sectores del peronismo, del PRO y de la UCR. En particular, con la complicidad obscena de la CGT, que ha dejado pasar cada ataque y cada retroceso en las condiciones de vida de nuestra clase en defensa de sus propios intereses y negociados. De aquí la importancia de la lucha por la huelga general política, en la perspectiva de un Gobierno de Trabajadores.
Desde el lado de Fuerza Patria nos dicen que el Estado es de todos, que a partir de este instrumento podemos controlar a la burguesía y a los empresarios, y de esta manera lograr un equilibrio adecuado para que todos nos beneficiemos.
Hemos escuchado todo tipo de argumentos que intentan dar nueva vida a un sistema que se encuentra caduco y ofrecer alternativas que resultan simplemente utópicas: la denuncia del “anarco-capitalismo”, que debe ser reemplazado por un capitalismo distinto en el que una “burguesía patriótica” cumpla los “deberes nacionales”, es una quimera que nos condujo hasta Milei.
Algo que quedó a la vista de todos nuevamente cuando el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, en el Teatro Metro de La Plata, pidió a los grandes empresarios que “quieran al país, inviertan y paguen impuestos en la Argentina”.
Pero los empresarios no tienen intereses nacionales, sólo tienen intereses económicos. Las dificultades y privaciones que enfrentan las familias trabajadoras son consecuencia de la decadencia de un sistema que no ofrece perspectivas de un futuro con empleo, salud y educación. Bajo este régimen capitalista, lo que nos espera es un horizonte de enorme incertidumbre y desamparo, que empuja a las familias obreras hacia una degradación cada vez mayor.
Por eso mismo es que debemos construir nuestro partido de clase, con independencia política, que luche no solo nuestros intereses más inmediatos, sino, fundamentalmente, nuestros objetivos e intereses históricos: la Revolución Socialista.
La construcción del partido revolucionario es una tarea pendiente que debemos encarar. Sin embargo, ante las elecciones, no nos mantenemos al margen de una definición.
Desde la Organización Comunista Militante damos un voto crítico al FITU. No queremos dar concesión alguna a los dirigentes de este frente electoral que muestra rasgos de centrismo, intentando conciliar reforma y revolución, pero entendemos que existe en este espacio un punto de apoyo para impulsar un debate necesario entre la militancia de izquierda: Lo que necesitamos es construir una dirección revolucionaria que consiga hacer avanzar a la clase trabajadora hacia la toma del poder derrocando políticamente a la burguesía, liquidando su Estado y avanzando en la construcción de un Estado Obrero.
La vía electoral, si no es utilizada para propagandizar la revolución, impulsar la acción directa y propiciar el quiebre del orden constitucional para construir una nueva legalidad, termina tributando a la preservación del régimen político que los capitalistas imponen a través de su democracia para ricos.
Es necesario estructurar una alternativa política que incluya en su programa la nacionalización de las palancas fundamentales de la economía, para planificarla en función de los intereses de los trabajadores y bajo su control a través de un gobierno propio; de lo contrario, seremos arrastrados por el propio capitalismo y sus crisis.
En cada etapa de la construcción, debemos basarnos en las conclusiones que extraen los trabajadores, particularmente sus sectores más avanzados, usándolas para elevar el nivel general de comprensión. Al mismo tiempo, no sembramos ninguna ilusión sobre el sistema, sino que lo exponemos a los ojos de todos.
La insolvencia del Estado argentino, es decir, del capitalismo, pone en un callejón sin salida a la dominación política de la burguesía a través de sus partidos. Ya que ninguno puede ofrecer una salida favorable para los de abajo.
Una profunda y explosiva crisis se está gestando, nos encontramos en una fase preparatoria.
El problema de la construcción del partido revolucionario se ha convertido, entonces, en una cuestión de vida o muerte para la clase trabajadora. No se trata de “darle fuerza a la izquierda” con cada voto, ni de lavar o adaptar el discurso con el objetivo de un supuesto y efímero éxito electoral, buscando un reemplazo de la revolución.
Como plantean las tesis del IV Congreso de la Internacional Comunista: “sólo debe utilizarse a las instituciones gubernamentales burguesas a los fines de su destrucción.”
Por eso, más allá de las elecciones, la tarea de los revolucionarios es construir un partido comunista que combine la teoría marxista con la acción necesaria para poner fin al podrido sistema capitalista en el que se apoya Milei y todos los políticos corruptos y mentirosos.
Debemos poner en pie una alternativa que muestre un futuro de prosperidad, un futuro comunista, donde en una economía sin fines de lucro todos los medios de producción se empleen para satisfacer las necesidades de la mayoría y no las ganancias de unos pocos. En ese marco, sería posible garantizar trabajo, alimento, vivienda y educación para todos, reduciendo la jornada laboral mediante la redistribución del trabajo. La educación, libre, laica y científica, permitiría desarrollar plenamente las capacidades humanas hoy reprimidas por la explotación y la degradación del capitalismo.
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