Democracia, bonapartismo y fascismo: lecciones para hoy

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¡Ya está disponible el último título de Wellred Books, Democracy, Bonapartism & Fascism: Class Struggle in the 1930s (Democracia, bonapartismo y fascismo: la lucha de clases en la década de 1930)! A continuación publicamos la introducción, escrita por Niklas Albin Svensson, que explica las valiosas lecciones teóricas de esta recopilación de escritos de León Trotski y Ted Grant.

Esta introducción analiza la situación en Francia y Alemania en la década de 1930, explicando que, lejos de ser inevitable, la llegada al poder del fascismo en Europa fue el resultado de los fracasos de la dirección de la clase obrera. Concluye destacando el propósito de esta recopilación: aprender las verdaderas lecciones del auge del fascismo y el bonapartismo, y armar a los comunistas de hoy con el método necesario para analizar las condiciones políticas cambiantes en el turbulento período que estamos viviendo.


La década de 1930 fue una de las más tumultuosas de la historia de la humanidad. El mundo se vio sacudido por una serie de convulsiones, que comenzaron con el crack de Wall Street y terminaron con los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

A menudo se establecen paralelismos entre la crisis de aquella época y esta tercera década del siglo XXI. El más evidente es la crisis económica que azota al mundo desde 2007-2008. Hay una crisis en las relaciones internacionales, con un importante conflicto entre las principales potencias imperialistas. Por último, por supuesto, está la agudización de los antagonismos de clase, que, en el caso de la década de 1930, condujo a los regímenes de Adolf Hitler en Alemania, Benito Mussolini en Italia, Francisco Franco en España y Philippe Pétain en Francia, etc.

Los paralelismos históricos son útiles, pero insuficientes, para comprender los nuevos elementos de la situación actual. Esto puede llevar con frecuencia a exageraciones y tácticas erróneas. Ha dado lugar a la política del «mal menor», que da a los líderes obreros —ya sean sindicatos o partidos políticos— una excusa para capitular ante la clase dominante.

No solo exageran con frecuencia la fuerza del enemigo, sino que tampoco ven la otra cara de la moneda. El enorme potencial revolucionario que existía en el pasado, y que es aún mayor hoy en día, es para ellos un libro cerrado.

Los dirigentes del movimiento obrero explotan cínicamente el rechazo natural de muchos jóvenes y trabajadores hacia los partidos reaccionarios divisorios, con el fin de arrastrarlos a apoyar al llamado «mal menor». Con la excusa de luchar contra el «peligro del fascismo», una perspectiva totalmente falsa, han apoyado ataques draconianos contra la clase obrera y la «clase media», a la que tan a menudo dicen querer ganar.

En la política errónea de los líderes obreros y de la izquierda pequeñoburguesa encontramos quizás los paralelismos más claros con el pasado. Los frentes populares de la década de 1930 han tenido muchos ecos modernos y, al igual que en el pasado, su único logro es atar a las organizaciones de la clase obrera al cadáver putrefacto del liberalismo.
Lo que necesita el movimiento obrero es una estrategia lúcida, basada en un análisis sobrio de los fenómenos y de lo que representan. Los textos contenidos en este volumen no solo tienen interés histórico, sino que son de vital importancia para formar a una nueva generación de comunistas, si quieren tener éxito donde fracasaron sus predecesores.

Para los marxistas, hay valiosas lecciones que aprender de este período, pero al trazar paralelismos históricos debemos ser siempre cautelosos. La historia nunca se repite exactamente de la misma manera, por lo que no encontraremos en ella analogías exactas que podamos utilizar como modelo para nuestras tácticas actuales. De hecho, uno de los hilos conductores del presente volumen es precisamente la necesidad de no intentar encontrar en los textos del pasado una fórmula, sino de comprender el método que aplicaron los autores.

León Trotski fue el observador más agudo de este período, y sus escritos son insuperables. Tras la muerte de Lenin, le correspondió a Trotski continuar el legado del marxismo. Se trataba, por un lado, del legado teórico dejado por Marx, Engels y Lenin y, por otro, de las luchas del movimiento revolucionario en Rusia, incluida la toma del poder en octubre de 1917.

En estos textos, Trotski analiza cuidadosamente los acontecimientos a medida que se producen y señala el camino a seguir. Para aprender de ellos, no basta con memorizar las conclusiones a las que llegó. Es necesario comprender cómo extrae el análisis de los acontecimientos, cómo analiza la conciencia de las diferentes capas de la sociedad y cómo llega a partir de ahí a una conclusión sobre las tácticas y consignas correctas para los comunistas.

Todo el período fue de revolución y contrarrevolución, y Trotski nunca dejó de ver la conexión entre ambas: cómo, en las circunstancias adecuadas, los golpes contrarrevolucionarios empujaban a la clase obrera en dirección revolucionaria; y cómo las tácticas correctas por parte de la dirección de la clase obrera podían llevar de la acción defensiva a la ofensiva.

Para él estaba claro que solo la toma del poder por el proletariado, dirigido por un partido revolucionario, podía derrotar a la reacción. Por lo tanto, la lucha contra el fascismo y la reacción estaba siempre íntimamente ligada a la lucha por ganarse la confianza de la clase obrera y la pequeña burguesía.

Pero para ello era necesario partir de un análisis concreto y cuidadoso de la realidad tal y como era. Trotski insistió en este punto repetidamente al criticar la política de la Internacional Comunista [1] en el artículo «Bonapartismo y fascismo»:

«La gran importancia práctica de una correcta orientación teórica se manifiesta con más evidencia en las épocas de agudos conflictos sociales, de rápidos virajes políticos o de cambios abruptos en la situación. En esas épocas, las concepciones generalizaciones políticas son rápidamente superadas y exigen su rem­plazo total -que es relativamente fácil- o su con­creción, precisión o rectificación parcial -lo que es más difícil-. Precisamente en esos períodos surgen necesa­riamente toda clase de combinaciones y situaciones transicionales, intermedias, que superan los patrones habituales y exigen una atención teórica continua y redoblada. En una palabra, sí en la época pacífica y “orgánica” (antes de la guerra) todavía se podía vivir a expensas de unas cuantas abstracciones preconce­bidas, en nuestra época cada nuevo acontecimiento forzosamente plantea la ley más importante de la dialéctica: la verdad es siempre concreta.». [2]

El método de Trotski de analizar las cosas de manera concreta contrastaba radicalmente con el de la Internacional Comunista, que, bajo la dirección de Nikolái Bujarin y Joseph Stalin, adoptó un enfoque completamente esquemático. En 1926, Bujarin elaboró un esquema para una lucha defensiva del entonces «segundo período», que luego se convertiría en ofensiva en un «tercer período».

Esta caracterización completamente absurda de los «periodos» liberaba a las secciones nacionales de cualquier necesidad de analizar concretamente las condiciones reales sobre el terreno y la conciencia de las diferentes capas, porque las respuestas ya estaban dadas por la caracterización general del periodo.

El zigzagueo de la Comintern, entre el oportunismo del «segundo periodo» y el ultraizquierdismo del «tercer periodo», encontró una justificación teórica en este esquema. Pero no se pueden derivar consignas y tácticas simplemente de la caracterización general del período.

Si se utilizara una analogía militar, sería como insistir en que el ejército se encuentra ahora en una postura ofensiva, que va a durar varios años, y esto significaría que no se pueden cavar trincheras, ni hay retiradas, sino solo avances, y que estos deben ser en todo el frente. Esto partiendo de la base de que las condiciones generales son adecuadas para un avance, sin tener en cuenta el estado de las tropas, el terreno, la fuerza y las debilidades de las diferentes unidades, etc.

Un enfoque así sería una forma segura de garantizar la derrota. De hecho, la Comintern logró precisamente eso. La historia de la década de 1930 y su final en los horrores de la Segunda Guerra Mundial es la historia de los fracasos de la Internacional Comunista estalinizada, la organización que debía llevar al proletariado a la victoria a nivel internacional.

Alemania y el colapso de la República de Weimar

Si se analiza cada etapa de este proceso, esto queda claro. En cierto sentido, los acontecimientos parecían confirmar las perspectivas de la Internacional Comunista del «tercer período». La política se puso en marcha en el pleno de febrero de 1928 del CEIC (Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista) y se confirmó en el VI Congreso de la Internacional Comunista seis meses después.

Un año después, en octubre de 1929, se produjo el crack de Wall Street, que lo puso todo patas arriba. El auge temporal (de 1921 a 1929) había estabilizado la situación política, pero ahora todo se había ido al traste. Estados Unidos se vio arrastrado a la crisis, y de forma espectacular. Esto tuvo importantes consecuencias para Alemania.

Las industrias quedaron paralizadas y surgió el desempleo masivo. Lo más grave era que los agricultores, muy endeudados, se enfrentaban a la ruina y los bancos les obligaban a vender sus explotaciones. Hitler encontró en el campo un terreno fértil para su demagogia contra los bancos y el capital financiero.

La crisis provocó en marzo de 1930 la caída del gobierno socialdemócrata de Herman Müller. Heinrich Brüning, del Partido Católico de Centro, se convirtió en canciller.
El nuevo gobierno intentó resolver la crisis con un ataque salvaje a los salarios, pero el Reichstag (Parlamento) lo rechazó. También fracasó el intento de aprobarlo utilizando los poderes decretados por el presidente Paul von Hindenburg. Esto no dejó otra opción que disolver el Reichstag y convocar nuevas elecciones.

Entre bastidores, el general Kurt von Schleicher [3] actuaba para socavar el régimen parlamentario —y en particular al SPD— utilizando los poderes de Hindenburg. A su alrededor se encontraba una camarilla militar que veía al parlamento y al «marxismo» como un obstáculo para la recuperación alemana.

El resultado de las elecciones no contribuyó en nada a resolver los problemas de la burguesía alemana. En comparación con 1928, el Partido Nazi pasó de 12 escaños a 107 y se convirtió en el segundo partido más grande, mientras que el Partido Comunista pasó de 54 a 77 escaños, convirtiéndose en el tercero más grande.

La nueva situación política era aún más inestable que la anterior. En este punto comienzan los artículos de este volumen, con «El giro en la Internacional Comunista y la situación en Alemania», de Trotski.

En el artículo, Trotski expone el peligro que representaba el fascismo en Alemania y critica al Partido Comunista por su postura ultra-izquierdista hacia el SPD. No lo hace para apoyar a los socialdemócratas, que estaban desempeñando un papel traicionero, sino porque el Partido Comunista estaba cerrando la puerta a los millones de trabajadores que aún apoyaban a la socialdemocracia.

Critica a los líderes del partido por subestimar el peligro del fascismo y por subestimar las dificultades que se avecinaban en el camino hacia la revolución:

«Bajo los golpes de la crisis, la pequeña burguesía ha basculado, no del lado del proletariado, sino del lado de la reacción imperialista más extremista, arrastrando a capas importantes del proletariado.».[4]

Esto suponía una amenaza mortal para el movimiento obrero y requería el uso hábil de la táctica del frente único. Lo que se necesitaba era ofrecer acuerdos de lucha a los trabajadores socialdemócratas, no denuncias estridentes.

Pero lo que salió de la dirección comunista fue precisamente estridencia, que justificó su posición señalando el papel que estaban desempeñando los líderes socialdemócratas. La masacre de comunistas del 1 de mayo de 1929, conocida como «Blutmai» (mayo sangriento), causó especial amargura. La brutal represión policial se llevó a cabo bajo la dirección de los jefes policiales del SPD Karl Zörgiebel y Albert Grzesinski.

Sin embargo, ni siquiera acciones tan traicioneras deberían haber determinado la política del Partido Comunista. Lo que se necesitaba era una política sensata para ganarse la confianza de los trabajadores socialdemócratas y, de ese modo, alejarlos de sus traicioneros líderes. Y esto es algo que el Partido Comunista no supo hacer en absoluto.
La situación económica fue de mal en peor. En mayo de 1931, el banco Creditanstalt quebró en Viena, lo que tuvo un efecto dominó en todo el continente. Luego, en julio, quebró el mayor banco de Alemania, el Danat. En febrero de 1932, había seis millones de desempleados. La situación era desesperada.

La política socialdemócrata en estas circunstancias consistía en apoyar a los liberales con el fin, según argumentaban, de mantener a raya a los fascistas. Habían apoyado al nuevo gobierno de Brüning, que gobernaba mediante decretos presidenciales de Hindenburg, y en las elecciones de abril de 1932 apoyaron a Hindenburg como único medio para derrotar a Hitler. El mismo Hindenburg que menos de un año después entregaría la cancillería a Hitler.

El golpe de Von Papen

Tras ganar las elecciones, Hindenburg y la camarilla militar que lo rodeaba se movieron contra Brüning a quien sustituyeron por Franz von Papen. [5]

Von Papen comenzó por levantar la prohibición de las bandas callejeras nazis, las SA y las SS, sabiendo que desatarían una ola de violencia. Schleicher preparaba una maniobra contra el gobierno socialdemócrata del Estado Libre de Prusia, que en aquel momento abarcaba más del 62 % del territorio alemán y el 61 % de la población. Obtuvo el compromiso de los sindicatos socialdemócratas de no participar en una huelga general en su defensa, a cambio de algunas promesas.

El 17 de julio, siete mil hombres de las SA protagonizaron una provocación con una marcha por Altona, un barrio obrero judío de Hamburgo. La Juventud Comunista, apoyada por los trabajadores locales, intentó bloquear la marcha. En los enfrentamientos que siguieron, la policía disparó y mató a dieciocho personas, dos de ellas miembros de las SA.

Papen utilizó el suceso como pretexto para destituir al Gobierno prusiano tres días después, con la excusa de que no habían logrado mantener el «orden». De un solo golpe, la camarilla militar en torno a Hindenburg había eliminado el principal bastión del SPD, que apenas protestó.

A finales de julio se celebraron nuevas elecciones parlamentarias, en las que el Partido Nazi de Hitler (NSDAP) obtuvo el 37 % de los votos, muy por delante del SPD. Una vez más, los comunistas dieron pequeños pasos adelante. El voto combinado de los partidos obreros era ahora del 35 %, un pequeño descenso con respecto a las elecciones anteriores, pero solo cinco puntos por debajo del de 1928.

Numéricamente, los partidos obreros habían conservado la mayor parte de su apoyo y ambos contaban con organizaciones paramilitares que sumaban cientos de miles de miembros. A ello había que añadir los sindicatos, que seguían siendo una fuerza enorme. La caída del apoyo general a los partidos de la clase obrera era un signo de desmoralización, ya que ninguno de los dos partidos podía ofrecer una salida.

La locura del «tercer período»

El programa del SPD era nada menos que una capitulación ante la burguesía. Sin embargo, los comunistas, que deberían haber ofrecido una alternativa, no lo hicieron. El KPD seguía una política ultraizquierdista, declarando que la sociedad ya era fascista y que el SPD era «socialfascista». Debido a esta política, fueron incapaces de ganar a las bases obreras socialdemócratas para el comunismo. Trotski lo señaló:

«Los obreros no pueden abandonar simplemente la socialdemocracia, a pesar de todos los crímenes de ese partido; deben poder remplazarlo por otro partido. Entretanto, el partido comunista alemán, en la persona de sus dirigentes, ha hecho todo lo que estaba a su alcance para alejar a las masas o al menos para impedirles que se agrupasen alrededor del partido comunista».[6]

En 1931, seis meses antes del golpe de Papen, en el apogeo de su locura ultraizquierdista, el KPD se unió al Stahlhelm, una organización armada de veteranos vinculada al Partido Popular Nacional Alemán (DNVP), de tendencia monárquica, y a los nazis, en un intento de derrocar al gobierno prusiano del SPD en un referéndum. También llegaron a acuerdos locales con las SA y otras organizaciones reaccionarias para disolver actos públicos y reuniones socialdemócratas.

Como señala Trotski, esta táctica estaba haciendo un gran favor a los líderes socialdemócratas. Les resultaba muy fácil presentar a los comunistas y a los nazis como si fueran lo mismo.

En este ambiente frenético, Trotski escribe su folleto Alemania: el único camino. Se trataba de una serie de artículos dirigidos al movimiento comunista alemán, advirtiéndoles del desastre inminente. Aquí vuelve a abordar los problemas del enfoque esquemático que el Partido Comunista y su dirigente, Ernst Thälmann, habían adoptado al analizar la situación, y los errores políticos que se derivan de él:

«Prescindiendo de las diferencias políticas y sociales entre el bonapartismo, es decir, el régimen de “paz civil” basado en una dictadura policíaco-militar, y el fascismo, o sea, el régimen de guerra civil abierta contra el proletariado, Thaelmann se priva por adelantado de la posibilidad de comprender qué ocurre ante sus propios ojos. Si el gabinete de Papen es un gabinete fascista, entonces, ¿de qué “peligro” fascista habla? ». [7]

En otras palabras, al insistir en calificar de fascistas a Brüning, Papen y el SPD, y al declarar que Alemania ya se encontraba bajo un régimen fascista, contribuyeron a desarmar al proletariado ante la auténtica amenaza fascista que representaba Hitler.

En contraste, Trotski analiza cuidadosamente el régimen de Papen y lo que reflejaba. Señala que la crisis estaba provocando la necesidad de que la clase dominante eliminara las concesiones otorgadas tras la Revolución Alemana de 1918. El Reichstag y las organizaciones obreras eran un obstáculo para ello.

Esta era otra razón por la que era erróneo calificar a los socialdemócratas de «socialfascistas». No porque no prepararan el camino para el fascismo, sino porque en ese camino, ellos, y en particular los millones de trabajadores que los seguían, entrarían inevitablemente en conflicto con los fascistas.

Por lo tanto, la política de los comunistas debería haber sido buscar un frente único con los socialdemócratas contra los fascistas. Es decir, deberían haber propuesto al Partido Socialdemócrata y a los dirigentes sindicales una lucha unida contra los nazis con un programa de reivindicaciones concretas. Si la propuesta hubiera sido aceptada, habría permitido una lucha unida, fortaleciendo al proletariado al aumentar su confianza en sí mismo, y si los líderes la hubieran rechazado, los comunistas habrían ganado influencia sobre los trabajadores socialdemócratas, que los habrían visto dispuestos a emprender la lucha necesaria. Sin embargo, esto no es lo que hicieron los líderes del Partido Comunista:

«La burocracia estalinista actúa de manera opuesta: no sólo rechaza los acuerdos de lucha, sino todavía peor, desbarata maliciosamente todo acuerdo que surja de la base. Al mismo tiempo, propone a los diputados socialdemócratas un acuerdo parlamentario. Esto significa que en el momento de peligro reconoce como inútil su propia teoría y práctica ultraizquierdista; sin embargo, no la sustituye por la política del marxismo revolucionario, sino por una combinación parlamentaria sin principios en el espíritu del “mal menor”.»[8]

Tras el golpe del 20 de julio, cuando se hizo cada vez más evidente en qué dirección iban las cosas, el Partido Comunista cambió de posición, pero lo hizo, como dice Trotski, con «una combinación parlamentaria sin principios». Presagiando la política de frente popular de 1934, el KPD apoyó coaliciones parlamentarias que incluían al SPD y al Partido del Centro.
En otras palabras, mientras rechazaba un acuerdo para una lucha unida de toda la clase obrera en las calles, en las fábricas, etc., el Partido Comunista se unió a los socialdemócratas y a uno de los partidos burgueses liberales en un bloque parlamentario.

Así, lo que se obtuvo no fue un frente obrero unido, sino un bloque parlamentario interclasista.

En vísperas del 20 de julio, el Partido Comunista de Alemania lanzó un llamamiento al movimiento sindical alemán para la acción conjunta en defensa de los intereses proletarios. Aunque técnicamente correcto, tras cuatro años de locura ultraizquierdista y sin ninguna explicación, solo pudo tener el efecto de poner al descubierto la política anterior y la incoherencia de la dirección, en lugar de lograr el objetivo declarado.

Para colmo, mantuvieron su oposición a las negociaciones con los líderes socialdemócratas para una acción unitaria. No fueron honestos y abiertos con la clase obrera. Consideraban demasiado importante proteger el prestigio del partido y de sus dirigentes. Así que recurrieron a negociaciones y combinaciones entre bastidores, incluso con pacifistas y otros elementos pequeñoburgueses. Por ejemplo, organizaron el Congreso Mundial contra la Guerra, que se celebró en agosto de 1932 y dio lugar a la formación del Comité Mundial contra la Guerra y el Fascismo, dirigido por intelectuales como Albert Einstein, Upton Sinclair y Bertrand Russell.

Una vez más, la Internacional Comunista saltaba de un error al error opuesto. Sin embargo, este último giro no tuvo ningún impacto antes de ser superado por los acontecimientos, como había sugerido Trotski.

Hindenburg entrega el poder a Hitler

En septiembre de 1932, el Reichstag fue disuelto una vez más tras la derrota de Papen en una moción de confianza. El 6 de noviembre se celebraron nuevas elecciones, que cambiaron poco en la ecuación parlamentaria. Desde el punto de vista de la camarilla bonapartista que rodeaba a Schleicher, era preocupante que el NSDAP entrara en crisis, ya que se había quedado sin dinero y acababa de perder dos millones de votos en las elecciones, mientras que el Partido Comunista seguía ganando terreno.

Schleicher había perdido la confianza en Papen y maniobró para apartarlo, asumiendo el cargo de canciller el 3 de diciembre. Schleicher insistió en que era necesario evitar el colapso del NSDAP. Quería incorporarlo al Gobierno, pero no con el cargo de canciller, que exigía Hitler. En su lugar, Schleicher negoció con un destacado diputado nazi y comandante de las SA, Gregor Strasser, para superar la oposición de Hitler. Sin embargo, Hitler logró impedir la maniobra.

Esto selló el destino de Schleicher. Von Papen maniobró con Hindenburg (el «mal menor») para instalar a Hitler como canciller. El ejército, que veía a Hitler como la única garantía de estabilidad, apoyó esta medida. El 30 de enero, Hitler fue nombrado canciller y se disolvió el Reichstag.

La campaña de terror se intensificó en las calles. Pocos días antes de las nuevas elecciones, Hitler y sus nuevos aliados encontraron la excusa que buscaban. El Reichstag fue incendiado en la noche del 27 de febrero. Se echó la culpa al Partido Comunista, que fue prohibido, y se suspendieron los derechos democráticos. Las elecciones fueron una farsa, los votos del Partido Comunista se redujeron en un millón y Hitler consiguió el 44 % de los votos.

Trotski escribió su artículo «La tragedia del proletariado alemán» tras estas «elecciones». En él hizo balance de la última década de la Internacional Comunista con un veredicto condenatorio:

«Desde 1923, es decir, desde el comienzo de la lucha contra la Oposición de Izquierda, la dirección estalinista, aunque indirectamente, ayudó a la socialdemocracia con toda su fuerza a desencauzar embriagar y debilitar al proletariado alemán: frenó y destruyó a los obreros cuando las condiciones dictaban una intrépida ofensiva revolucionaria; proclamó la proximidad de la situación revolucionaria cuando ya había pasado; estableció acuerdos con fraseólogos y charlatanes pequeñoburgueses; anduvo impotentemente a la cola de la socialdemocracia bajo el pretexto de la política del frente único; proclamó el “tercer periodo” y la lucha por conquistar las calles en condiciones de reflujo político y de debilidad del partido comunista; sustituyó la lucha seria por saltos, aventuras y desfiles; aisló a los comunistas de los sindicatos de masas; identificó, a la socialdemocracia con el fascismo y rechazó el frente único con las organizaciones obreras de masas frente a las bandas agresivas de los nacionalsocialistas; saboteó la más pequeña iniciativa a favor del frente único para la defensa local, al mismo tiempo que engañaba sistemáticamente a los obreros sobre la verdadera relación de fuerzas, deformó los hechos, hizo pasar a los amigos como enemigos y a los enemigos como amigos y apretó cada vez con más fuerza el nudo corredizo al cuello del partido, no permitiéndole ni respirar libremente, ni hablar, ni pensar.». [9]

Continuó:

«Ni un congreso nacional, ningún congreso internacional, ni siquiera un pleno del CE de la IC; ninguna preparación en la prensa del partido, ningún análisis de la política del pasado.».[10]

En efecto, la Internacional Comunista había demostrado su incapacidad para aprender, para absorber las lecciones de las luchas pasadas, y se había transformado en una herramienta obediente de la burocracia de Moscú. Al hacerlo, había atado las manos a la espalda del proletariado internacional, llevando a un desastre absoluto.

Tras las elecciones, los diputados comunistas fueron detenidos y enviados a campos de concentración. Los diputados del SPD no tardaron en seguirles. El 23 de marzo se aprobó la ley habilitante, que otorgaba al Gobierno el derecho a promulgar leyes sin el Parlamento. En otras palabras, en la práctica se abolió el Parlamento.

Los sindicatos socialdemócratas declararon su «neutralidad» y prometieron colaborar con los nazis. Tal debilidad, que estos líderes habían demostrado una y otra vez, solo invitaba a la agresión. El 2 de mayo, tras una multitudinaria manifestación del Primero de Mayo organizada por el NSDAP, todas las oficinas sindicales fueron atacadas y tomadas. En los meses siguientes, cientos de miles de comunistas, socialdemócratas y sindicalistas fueron enviados a campos de concentración. El orgulloso movimiento obrero alemán había sido aniquilado sin luchar.

«La tragedia del proletariado alemán» fue el balance que hizo Trotski de la táctica y la estrategia del Partido Comunista y la socialdemocracia, y en el artículo «¿Qué es el nacionalsocialismo?» extrajo conclusiones teóricas sobre la naturaleza del nuevo régimen.
Trotski se centra especialmente en el papel que desempeñó la pequeña burguesía en el ascenso de Hitler, pero, como señaló, esta capa social entregó el poder a las mismas personas contra las que se había rebelado:

«El fascismo alemán, como el italiano, se elevó al poder sobre las espaldas de la pequeña burguesía, que se convirtió en un ariete contra las organizaciones de la clase obrera y las instituciones de la democracia. Pero el fascismo en el poder es, menos que nada, el gobierno de la pequeña burguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista. Mussolini tiene razón: las clases medias son incapaces de políticas independientes».[11]

Dado que la pequeña burguesía era incapaz de desempeñar un papel independiente, acabó devolviendo el poder a la gran burguesía. Utilizando la policía secreta Gestapo, en la noche de los cuchillos largos, entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1934, Hitler arrestó y ejecutó a los líderes de las SA, eliminando así una amenaza a su alianza con el ejército y el capital financiero alemán. De esta manera, los pequeños agricultores, los comerciantes, etc., que habían ayudado a masacrar a la clase obrera, llevaron al poder a un régimen del capital monopolista.

El colapso de la Tercera República francesa

En 1934, tras la desastrosa derrota de la clase obrera alemana, el foco de atención de los trabajadores avanzados de Europa se desplazó de Alemania a Francia, donde el 6 de febrero bandas de fascistas y monárquicos organizaron una provocación que desató disturbios y enfrentamientos con la policía, en los que resultaron heridas 2.000 personas y murieron diecisiete.

Estos disturbios fueron seguidos por una respuesta de las organizaciones obreras: una manifestación masiva el 9 de febrero, seguida de una huelga general tres días después. La división entre el Partido Socialista y el Partido Comunista quedó relegada a un segundo plano, ya que tanto sus confederaciones sindicales como sus partidos se unieron en la acción ese día.

Las acciones de la clase obrera hicieron retroceder a los fascistas, pero no resolvieron nada. En su lugar, el régimen de Gaston Doumergue subió al poder, equilibrado, como señala Trotski, entre ambos. La burguesía intentó encontrar una nueva estabilidad en un outsider, el anterior presidente retirado Doumergue, respaldado por dos generales. El nuevo gobierno intentó restaurar el orden, pero no duró mucho.

El artículo «Bonapartismo y fascismo», escrito en julio de 1934, aborda las cuestiones teóricas planteadas por el período. Trotski explica cuál era la naturaleza del nuevo régimen en Francia:

«Sin embargo, un gobierno que se eleva por encima de la nación no está suspendido en el aire. El verdadero eje del gobierno actual pasa por la policía, la burocracia y la camarilla militar. Estamos enfrentados a una dicta­dura militar-policial apenas disimulada tras el decorado del parlamentarismo. Un gobierno del sable como juez-árbitro de la nación: precisamente eso se llama bonapartismo».[12]

Trotski señaló con precisión cómo el nuevo gobierno, a pesar de estar nominalmente basado en el parlamento, en realidad se había elevado por encima de él. Plantea esta importante cuestión teórica sobre la naturaleza tanto del bonapartismo como de la democracia:

«La fuerza del capital financiero no reside en su capacidad de establecer cualquier clase de gobierno en cualquier momento de acuerdo a sus deseos; no posee esta facultad. Su fuerza reside en que todo gobierno no proletario se ve obligado a servir al capital financiero; o mejor dicho, en que el capital financiero cuenta con la posibilidad de sustituir, a cada sistema de gobierno que decae, por otro que se adecue mejor a las cambiantes condiciones. Sin embargo, el paso de un sistema a otro implica una crisis política que, con el concurso de la actividad. del proletariado revolucio­nario, se puede transformar en un peligro social para la burguesía. En Francia, el paso de la democracia parlamentaria al bonapartismo estuvo acompañado por la efervescencia de la guerra civil. La perspectiva del cambio del bonapartismo al fascismo está preñada de disturbios infinitamente más formidables y, en conse­cuencia, también de posibilidades revolucionarias.»[13]

El nuevo régimen, basado en el inestable equilibrio entre los fascistas y los trabajadores, era muy débil y acabaría en un movimiento revolucionario dos años más tarde.

Mientras Trotski escribía su artículo «¿Hacia dónde va Francia?», en noviembre de 1934, Doumergue dimitió y fue sustituido por Flandin, que poco después fue sustituido por Bouisson, luego por Laval y luego por Sarraut: cinco gobiernos en dos años.

La razón de la inestabilidad de los gobiernos fue el colapso de los radicales, el centro político. Su base política, la pequeña burguesía, estaba siendo aplastada por la crisis y se volvió políticamente inquieta.

La sociedad estaba en crisis y había que resolverla de una forma u otra:

«La crisis social, en su expresión política, es la crisis del poder. El viejo amo de la sociedad está en quiebra. Hace falta un nuevo amo».[14]

¿Quién iba a ser ese amo? ¿Los fascistas o la clase obrera? Esa era la verdadera pregunta. Era necesario ganarse a la pequeña burguesía para el proletariado, o los fascistas se la ganarían:

«La pequeña burguesía no rechazará la demagogia del fascismo, más que si pone su fe en la realidad de otro camino. Pero el otro camino, es el de la revolución proletaria». [15]

Sin embargo, la política de la Internacional Comunista había pasado del periodo ultraizquierdista al oportunismo. Ahora alineaba su política con la política fallida de la socialdemocracia; en otras palabras, una alianza con los radicales liberales en decadencia, para intentar apuntalarlos.

Esto preparaba un desastre muy similar al de Alemania, y era todo lo contrario de lo que se necesitaba:

«El partido obrero no debe ocuparse en una tentativa sin esperanza de salvar al partido de los especialistas en quiebras; debe, por el contrario, acelerar con todas sus fuerzas el proceso de liberación de las masas de la influencia radical.».[16]

El Frente Popular

Por supuesto, las pequeñas fuerzas de la Oposición de Izquierda[17] en Francia, los trotskistas, fueron incapaces de influir en los acontecimientos. El Partido Comunista y el Partido Socialista se unieron a los radicales en un Frente Popular en 1935, a tiempo para las elecciones del año siguiente.

Las elecciones de mayo de 1936 produjeron una ola de entusiasmo. Ya en marzo, Trotski escribía «Francia en la encrucijada», retomando la cuestión del Frente Popular. Volvió a señalar que la crisis del capitalismo no podía resolverse intentando apuntalar el statu quo. Los dirigentes de los trabajadores en Francia estaban preparando otro desastre:

«Por el contrario, el Frente Popular, complot de la burocracia obrera con los peores explotadores políticos de las clases medias, es simplemente susceptible de matar la fe de las masas en los métodos revolucionarios y de arrojarlas a los brazos de la contrarrevolución fascista».[18]

Precisamente por ser una alianza interclasista, estaba destinada a romperse al primer impacto de los acontecimientos:

«En la primera prueba seria, el Frente Popular se romperá y todas sus partes constituyentes saldrán de él profundamente agrietadas. La política del Frente Popular es una política de traición».[19]

De hecho, estas palabras resultaron proféticas. La victoria del Frente Popular provocó una ola de huelgas masivas que comenzó el 26 de mayo y que se convirtió en una huelga general en la que participaron más de un millón de trabajadores y se ocuparon fábricas.

Pero esto no encajaba con la nueva alineación de la izquierda francesa. La línea era que no se debía perturbar la coalición y, naturalmente, los radicales burgueses no estaban nada contentos con este giro de los acontecimientos:

« Los centros de las organizaciones obreras, incluido el Partido Comunista, han sido tomados de improviso. Temen, sobre todo, que la huelga perturbe todos sus planes».[20]

Para preservar el Frente Popular, era necesario traicionar al movimiento. Al igual que ocurriría treinta años después, en mayo de 1968, un movimiento revolucionario masivo que podría haber tomado el poder y abolido el capitalismo fue traicionado a cambio de promesas grandilocuentes de la burguesía.

Se firmó un acuerdo que incluía importantes concesiones a los trabajadores. Al fin y al cabo, cuando se ve acorralada, la burguesía está dispuesta a hacer todo tipo de concesiones para salvar el sistema en su conjunto. Sin embargo, lejos de crear una base duradera sobre la que obtener nuevas concesiones, una vez que el movimiento se haya apagado, la burguesía se vengará.

Trotski advirtió de las consecuencias:

«Todo el fondo de la cuestión está aquí: Las reformas, muy ruines en realidad, sobre las que se han puesto de acuerdo los capitalistas y los jefes de las organizaciones obreras, no son viables, pues están por encima de las fuerzas del capitalismo ya decadente, tornado en su conjunto».[21]

Por supuesto, la gran burguesía podía capear la crisis, con sus enormes reservas financieras y su poder monopolista, y el coste lo soportarían los pequeños y medianos productores. Las consecuencias del apoyo político al Frente Popular no eran difíciles de imaginar.

“¡No esperen milagros de nosotros!”, repiten los pedantes que se encuentran en el poder. Pero precisamente sin “milagro”, es decir sin decisiones heroicas, sin una completa revolución en las relaciones de propiedad, sin concentración del sistema bancario, de las ramas fundamentales de la industria y del comercio exterior en manos del Estado, no hay salvación para la pequeña burguesía de la ciudad y del campo. Si las “clases medias”, precisamente en nombre de las cuales fue edificado el Frente Popular, no encuentran audacia en la izquierda, irán a buscarla en la derecha. La pequeña burguesía tiembla de fiebre, e inevitablemente se arrojará de un lado al otro. Entretanto, el gran capital estimulará con toda seguridad ese viraje, que debe marcar el comienzo del fascismo en Francia, no solamente como organización semi-militar de los hijos de buena familia, con automóviles y aviones, sino también como verdadero movimiento de masas.[22]

La traición a las huelgas y la capitulación ante los radicales significaron el fin del movimiento. El Frente Popular se disolvió en 1938, tras haber girado hacia la derecha. A partir de entonces, cada nuevo gobierno representó un nuevo giro hacia la derecha, hasta que la burguesía francesa pudo vengarse con la capitulación ante Hitler en 1940.

La Segunda Guerra Mundial y sus secuelas

En su último artículo, «Bonapartismo, fascismo y guerra», Trotski resume cómo se produjo este desastre. A la traición que supuso el Frente Popular y la campaña a favor de un bloque con la «democracia» contra Hitler le siguió otro zigzagueo. Stalin se alió con Hitler mediante el Pacto Molotov-Ribbentrop de agosto de 1939. El tratado prometía la no agresión soviética y dividía Europa del Este en esferas de influencia. Esto desorientó a las filas del partido, pero también tuvo consecuencias más devastadoras:

«La clase obrera francesa se la tomó desprevenida. La guerra provocó una terrible desorientación y el estado de derrotismo pasivo, o para decirlo más correctamente, la indiferencia de una impasse. De esta maraña de circunstancias surgió la catástrofe militar sin precedentes y luego el despreciable régimen de Petain.».[23]

Trotski se refirió al nuevo régimen del reaccionario general francés Philippe Pétain como «bonapartismo senil», ya que este octogenario representaba simbólicamente lo mejor que podía ofrecer el capitalismo francés.

En el artículo, resumió las experiencias de la década anterior. Describe cómo, bajo la presión de la crisis: «los «fusibles» de la democracia «saltan». De ahí los cortocircuitos de la dictadura».[24]

La cuestión importante que hay que entender es que la democracia parlamentaria se basa en la capacidad de la clase dominante para comprar al menos a una capa de la clase obrera para mantener a raya la lucha de clases. Cuando pierde esa capacidad, la lucha de clases acaba llegando a un punto en el que los fusibles «saltan». Si los trabajadores en tal situación no logran tomar el poder, si la revolución es derrotada, entonces se produce el bonapartismo y la dictadura.

Trotski hizo hincapié en que el punto decisivo en la lucha contra el fascismo y el bonapartismo era la cuestión de que la clase obrera tomara el poder. El fascismo no era simplemente una política de la clase dominante que esta adoptaba e imponía a su antojo, ni era un nuevo sistema económico que había sustituido al capitalismo. Al contrario, era una consecuencia de la incapacidad de la clase dominante para gobernar la sociedad como solía hacerlo.

Trotski fue asesinado en agosto de 1940 y los trotskistas que intentaron asumir la dirección de la IV Internacional tras su muerte, lamentablemente, cometieron un error tras otro.
Uno de estos errores fue resucitar el viejo esquematismo de Bujarin y Stalin, aunque con algunas diferencias. Cuando la Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin, uno de estos dirigentes, Pierre Frank, declaró que el bonapartismo se había impuesto en todas partes. Así, mientras que los estalinistas habían declarado que todos los regímenes se habían vuelto fascistas como resultado de la crisis de 1928-31, ahora Frank declaraba que desde 1934 todos los regímenes en Francia eran bonapartistas. Esto incluía al gobierno del Frente Popular, y Frank afirmaba que lo mismo era cierto para el resto de Europa, excepto Gran Bretaña, donde el régimen estaba a punto de convertirse en bonapartista.

Partiendo de la afirmación general sobre el período, que la democracia burguesa había agotado su papel, Frank declaró en marzo de 1946 que «en la actualidad no tenemos en Europa, en general, regímenes democráticos, porque literalmente no hay lugar para ellos».
Casi en solitario en la Cuarta Internacional, Ted Grant y la dirección del Partido Comunista Revolucionario (PCR) se opusieron a la dirección de la Internacional, argumentando que se estaba desarrollando una nueva situación mundial. Una situación que no se podía haber previsto en 1938-40. Ted Grant se convertiría en el fundador de las fuerzas que hoy se han convertido en la Internacional Comunista Revolucionaria (ICR).

En 1946, escribió en respuesta a la primera parte del artículo de Frank que:

«Cada etapa debe ser examinada concretamente por la vanguardia que de este modo podrá entender e interpretar los acontecimientos y sacar las conclusiones prácticas correctas para su actividad».[25]

Citó lo que Trotski había dicho en Bonapartismo y fascismo acerca las abstracciones prefabricadas (véase más arriba) y dijo que algunos de los cuadros de la Internacional, como Frank, estaban precisamente tratando de vivir de abstracciones prefabricadas. Estaban sacando consignas y categorías de la posición general del capitalismo, en lugar de partir de lo concreto.

Al final de la Segunda Guerra Mundial se produjo otra ola de intensa lucha de clases, combinada con fuertes movimientos partisanos en Italia, Grecia y Yugoslavia y un gran movimiento en Francia. Todos estos, con la excepción de Yugoslavia, fueron desviados por los estalinistas hacia la vía de la revolución democrático-burguesa. En el mismo período, el Partido Laborista llegó al poder en Gran Bretaña con una victoria electoral aplastante, y no solo llegó al poder, sino que fue capaz de implementar muchas de las reformas por las que había sido elegido.

Partiendo de la realidad tal y como se estaba desarrollando, Ted Grant y el RCP (Partido Comunista Revolucionario) británico llegaron a la conclusión de que lo que Europa se enfrentaba no era al bonapartismo en general, sino a la contrarrevolución en forma democrática. Es decir, el movimiento había sido traicionado y desviado hacia la estabilización de un régimen democrático burgués por los partidos comunistas y la socialdemocracia. El tiempo demostraría sin lugar a dudas que Ted Grant tenía razón.

El último texto de esta colección es el folleto de Ted Grant «La amenaza del fascismo». En este folleto, Grant resume la posición de los trotskistas sobre el bonapartismo y el fascismo, con especial énfasis en Italia, pero también expone cómo se estaba utilizando a los fascistas en la Gran Bretaña democrático-burguesa después de la guerra. Aclara los métodos y las tácticas que deben emplearse y advierte una vez más contra los peligros del frentepopulismo y de los llamamientos al Estado:

«La experiencia histórica ha demostrado que no es posible legislar contra el fascismo sin acabar con su existencia. La naturaleza misma del Estado capitalista implica que el fascismo es el arma desnuda del dominio de la clase dominante.»[26

Esta advertencia no solo debía dirigirse a los socialdemócratas, sino también a los trabajadores comunistas. Los restos de la Internacional Comunista trabajaban ahora mano a mano con los líderes socialdemócratas para desarmar ideológicamente a la clase obrera y predicar las virtudes de la colaboración de clases y el reformismo.

Lecciones para hoy

El objetivo de esta recopilación no es proporcionar una receta de medidas para el movimiento, una especie de libro de cocina con categorías y consignas fijas. Se trata más bien de aprender las lecciones reales de la década de 1930 y del fracaso de la clase obrera para tomar el poder.

Hitler, Mussolini, Franco y Pétain no llegaron al poder gracias a sus supuestas dotes oratorias, ni siquiera a causa de la crisis del capitalismo. Llegaron al poder porque, cuando se planteó la cuestión del poder, cuando la clase obrera tuvo la oportunidad de tomarlo, debido al papel fatal de sus dirigentes, fue incapaz de aprovechar la oportunidad.

A medida que las condiciones de la década de 1930 maduraban, e incluso se volvían excesivamente maduras, el bonapartismo, y finalmente el fascismo, intervinieron para resolver la cuestión del poder a favor de los capitalistas.

Sin embargo, lo fundamental es que el fascismo llegó al poder al final de un proceso revolucionario en el que los trabajadores, especialmente en Alemania, tuvieron muchas oportunidades de tomar el poder. Fue el fracaso en este sentido lo que allanó el camino al bonapartismo y al fascismo. En otras palabras: fueron los desastrosos errores de los dirigentes socialdemócratas y comunistas los que llevaron a Hitler al poder.

Las décadas que han pasado desde que Trotski y Ted Grant escribieron estos textos han producido algunos acontecimientos importantes. Una vez más nos enfrentamos a una crisis, pero el equilibrio de fuerzas ha cambiado. El auge de la posguerra fortaleció enormemente a la clase obrera, dejando a la pequeña burguesía como un remanente y convirtiendo a la mayor parte de ella en proletarios. Los agricultores, que desempeñaron un papel tan importante en el ascenso de Hitler, son un grupo minúsculo en la sociedad, al igual que los pequeños comerciantes. La mayor parte de los maestros, profesores y funcionarios, que en el pasado formaban una capa privilegiada, han quedado reducidos a la condición de trabajadores.

Por lo tanto, la clase obrera actual es mucho más fuerte que en la década de 1930. La fuerza potencial de la revolución es, por lo tanto, mucho mayor, y la contrarrevolución mucho más débil. Además, nos encontramos hoy en una etapa temprana de este proceso, no al final, lo que significa que la clase obrera tendrá muchas oportunidades de tomar el poder antes de que la contrarrevolución tenga la oportunidad de tomar el control de la situación.

Sin embargo, la dirección de las organizaciones obreras, que ya estaba degenerada en la década de 1930, ha degenerado ahora a un nivel sin precedentes. Los socialdemócratas están en crisis en todas partes. Los partidos comunistas han desaparecido o se han fusionado con la socialdemocracia. Los líderes sindicales se han convertido en los peores rompehuelgas. Todos ellos luchan por defender el statu quo en un momento en que este ha vuelto a resultar repugnante para la gran mayoría de los trabajadores y la pequeña burguesía, en su forma debilitada. Este es el mayor obstáculo al que se enfrenta la clase obrera en este momento.

La tarea del próximo período será redescubrir las tradiciones combativas del movimiento obrero, y en ello las ideas de León Trotski y Ted Grant desempeñarán un papel clave.

Niklas Albin Svensson,
Londres, 21 de marzo de 2025


Referencias

[1] La Tercera Internacional, o Internacional Comunista (Comintern), formada por partidos comunistas de todo el mundo, fue la sucesora de la Segunda Internacional, que se derrumbó con el estallido de la Primera Guerra Mundial.

[2] Trotsky, «Bonapartismo y fascismo», 15 de julio de 1934

[3] Kurt von Schleicher fue un militar alemán y penúltimo canciller de Alemania. Fue asesinado durante la Noche de los Cuchillos Largos, el 30 de junio de 1934

[4] Trotsky, «El giro en la Internacional Comunista», 26 de septiembre de 1930

[5] Franz von Papen fue canciller de Alemania durante la segunda mitad de 1932. Se convirtió en vicecanciller después de que Hitler tomara el poder en 1933. Huyó del país tras la Noche de los Cuchillos Largos en 1934.

[6] Trotsky, El único camino, 14 de septiembre de 1932

[7] Ibid,

[8] Ibid

[9] Trotsky, «La tragedia del proletariado alemán», 14 de marzo de 1933

[10] Ibid,

[11] Trotsky, «¿Qué es el nacionalsocialismo?», 2 de noviembre de 1933

[12] Trotsky, «Bonapartismo y fascismo», 15 de julio de 1934

[13] Ibid,

[14] Trotsky, «¿Hacia dónde va Francia?», 9 de noviembre de 1934

[15] Ibid,

[16] Ibid,

[17] La Oposición de Izquierda fue fundada por Trotsky en 1923 para combatir la degeneración burocrática de la Unión Soviética. Los miembros de la Oposición de Izquierda se autodenominaban «bolcheviques-leninistas».

[18] TTrotsky, «La Francia en encurcijada», 26 de marzo de 1936

[19] Ibid.

[20] Trotsky, «La Revolución Francesa ha comenzado», 9 de junio de 1936

[21] Trotsky, «La Francia en encurcijada», 26 de marzo de 1936

[22] Ibid,

[23] Trotsky, «Bonapartismo, fascismo y guerra», 20 de agosto de 1940

[24] Ibid,

[25] Ted Grant, Democracia o Bonapartismo en Europa: respuesta a Pierre Frank, 1946, https://tedgrant.org/espanol/1946/democracia-bonapartismo.htm

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