China: Confinamiento en Shanghái, el capitalismo no puede contener el COVID

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No hace mucho, el régimen del Partido Comunista Chino (PCCh) alardeaba con orgullo de sus éxitos en la contención de la pandemia de COVID-19, en comparación con gran parte del resto del mundo. Ahora, sin embargo, uno de sus principales centros económicos, Shanghai, está sufriendo una oleada de la variante Ómicron, agravada por los errores burocráticos.

Estos acontecimientos están exponiendo a los trabajadores de Shanghai y de China en general ante las mismas contradicciones capitalistas que sus hermanos y hermanas de clase experimentaron en todo el mundo, lo que tuvo el efecto de alargar la pandemia y profundizar sus efectos. Estas experiencias pueden llevar a millones de personas a cuestionar el sistema como nunca antes.

¿”Covid cero” en un solo país?

Desde marzo, en Shangai, la propagación del virus entró en pleno apogeo y el gobierno no mostraba signos de relajar sus nuevas y duras medidas de bloqueo en el momento de escribir este artículo. Mientras que a principios de marzo los nuevos casos eran de un solo dígito, en abril el número de nuevos casos diarios llegó a ser de 25.173.

Aunque China, inicialmente, pudo evitar el virus gracias a sus rápidas, oportunas y severas medidas de aislamiento, a pesar de ser el país más poblado del mundo, mientras siga siendo parte integral de la economía mundial no puede estar al margen de un virus que ha arrasado al resto del planeta.

Como hemos advertido muchas veces, el virus no puede ser derrotado en ninguna parte hasta que sea eliminado en todas partes, lo que sobre una base capitalista se ha demostrado imposible. Esta fue la misma razón por la que Nueva Zelanda, que también llevó a cabo inicialmente una política de “Covid Cero” en gran medida exitosa, tuvo que admitir finalmente el fracaso de esta estrategia de eliminación y abandonarla. Para Shanghái, una ciudad portuaria crucial que comercia con más de 200 países y alberga las sedes de 758 empresas multinacionales, siempre fue una cuestión de tiempo tener que enfrentarse a un brote de Ómicron.

Sobre la base de la competencia capitalista, la especulación y el Estado-nación, ningún país puede resolver eficazmente las crisis de carácter mundial, como una pandemia o el cambio climático. El régimen del PCCh, a pesar de su nombre, está comprometido con el mantenimiento del sistema capitalista que ha demostrado ser tan perjudicial para la lucha contra la pandemia, dividiendo y enfrentando a los países entre sí.

Burocratismo: una enfermedad mortal

La rápida propagación del virus obligó al gobierno de la ciudad de Shanghai a cambiar su enfoque original de “pruebas selectivas” por un confinamiento total. El cierre, a su vez, causó enormes problemas en el suministro de alimentos y en la prestación de servicios sanitarios básicos. El cierre de los mercados y del tráfico, a su vez, impidió el transporte de alimentos. A pesar de los incesantes esfuerzos del Estado por mostrar a las masas que todo está bajo control, el aumento vertiginoso de los precios de las verduras, la carne y muchos suministros esenciales, así como todo tipo de dificultades en la vida cotidiana de las masas, acabaron rápidamente con estas ilusiones.

En los últimos dos años, el Estado del PCCh afirmó sin cesar que el relativo éxito de China en la contención del virus se debía a la fuerza de su política interna de “socialismo con características chinas”. Esto, a su vez, se utilizó para avivar el patriotismo reaccionario entre las masas y distraerlas de la crisis en ciernes del capitalismo. La situación en Shanghái se opone directamente a la narrativa oficial del Estado, y no es casualidad que los medios de comunicación nacionales sigan minimizando la realidad de la situación del país.

Pero el contagio del virus no es la única fuente de la crisis actual. La rigidez y el autoritarismo de la burocracia política de Shanghái han conducido a resultados caóticos y, en última instancia, ineficaces.

En la primera fase del brote del virus, la solución de los dirigentes fue decretar simplemente la realización de pruebas masivas de PCR. Sin embargo, con la falta de personal y equipos, los propios centros de pruebas de PCR se convirtieron en focos de transmisión. Se ordenó a la población que hiciera colas serpenteantes, atendidas por sólo dos o tres médicos, lo que hizo que las pruebas tardaran horas en completarse. La mala distribución del personal a veces obligaba a los médicos a recorrer grandes distancias para atender las colas de personas que esperaban sus pruebas.

La decisión de los dirigentes de aislar a todos los que dieran positivo en instalaciones de cuarentena improvisadas también provocó muchos problemas. En respuesta al rápido aumento del número de casos, se construyeron a toda prisa un gran número de “hospitales Fancang”, u hospitales improvisados. Pero la escasez de personal y de recursos médicos en general llevó a que algunos de estos hospitales improvisados sólo fueran administrados por uno o dos médicos. Por supuesto, los trabajadores médicos no fueron recompensados con ningún tipo de aumento de salarios y beneficios a pesar de la mayor carga de trabajo.

El confinamiento ha provocado un recorte en la prestación de servicios sanitarios regulares, no relacionados con el virus. Desde finales de marzo, casi todos los hospitales de Shanghái han visto cerrados sus servicios de urgencias. La estricta orden de encierro de la población en sus casas bloqueó aún más su acceso a la atención médica esencial, lo que retrasó el acceso al tratamiento. En los primeros días del confinamiento, hubo ocasiones en que las personas que necesitaban diálisis no pudieron acceder a ella debido a las restricciones de movimiento.

Los medicamentos se volvieron mucho más difíciles de adquirir y, por ello, muchas personas tuvieron que enfrentarse a las consecuencias físicas de retrasar o terminar prematuramente sus esquemas de tratamiento. Y lo que es peor, muchos de los que necesitaban atención de urgencia no la recibieron debido a la mala gestión del aislamiento, por lo que perdieron la vida, entre ellos la madre del famoso economista Lang Xianping. Según un informe de la agencia de noticia china Caixin, aunque la escasez de medicinas para enfermedades crónicas se ha paliado un poco, las de tratamientos contra el cáncer y las enfermedades mentales permanecen.

Estos problemas reflejan las contradicciones del sistema sanitario chino que ya se estaban gestando mucho antes de la pandemia y que, en definitiva, son consecuencia del propio capitalismo. La restauración del capitalismo en China dio lugar a problemas de larga data que están en la raíz inmediata de por qué las políticas de “Covid Cero” se tambalean frente a una variante más contagiosa del COVID-19:

  1. El incesante esfuerzo del Estado por privatizar los hospitales y el sistema de seguros de salud, que condujo a una escasez de recursos otorgados a los hospitales públicos y a una mala asignación de recursos entre las distintas regiones;
  2. Desde la mercantilización del sistema sanitario iniciada en los años 90, el Estado ha acumulado grandes deudas en el ámbito del gasto sanitario público;
  3. La necesidad de equilibrar el presupuesto de salud condujo a la reducción de los salarios de los médicos que trabajan en los hospitales y centros públicos. El bajo salario y las condiciones de trabajo intensivo para los médicos hicieron que, en general, disminuyera el interés por la profesión, lo que provoca una disminución general de los médicos capacitados;
  4. El nacionalismo de las vacunas que el PCCh avivó a nivel nacional, confiando casi exclusivamente en las vacunas fabricadas en China y restringiendo el acceso a las vacunas fabricadas por otros países.

Precios desorbitados

La subida de los precios de los alimentos y los productos cotidianos se produjo inmediatamente después del confinamiento. Los estantes de las tiendas están vacíos desde hace tiempo, por lo que las dos formas principales de conseguir alimentos y productos en Shanghái son las compras en grupo por Internet o la distribución directa de los distintos gobiernos de distrito.

Pero esto último suele ignorarse, ya que las masas nunca saben cuándo los gobiernos van a distribuir realmente los recursos. Incluso cuando lo hacen, la calidad de los alimentos y bienes que reciben suele ser deficiente. La disponibilidad de bienes varía mucho entre los distintos distritos. A menudo es difícil saber si la escasez de bienes se debe a una verdadera interrupción de la logística o a que los burócratas de algún nivel deciden acaparar los bienes y se niegan a distribuirlos.

La compra en grupo sigue siendo la única forma viable de conseguir los recursos que tanto se necesitan, pero los vendedores aprovechan la oportunidad para subir los precios y obtener enormes beneficios. Por ejemplo, un vendedor del distrito de Chongming vendía un paquete de verduras de 5 kg por más de 280 RMB (unos 42 dólares). Otro vendedor vendía pollos de 1,5 kg por 160 RMB (unos 24 USD). Estos son los precios por unidad para la compra en grupo, y los vendedores suelen exigir al menos 10 unidades por compra para poder entregar los alimentos.

La crisis de los precios de los productos básicos causada por la escasez de oferta y el alza de precios revela fundamentalmente la naturaleza del “mercado” que el PCCh considera sacrosanto. Un brote viral no cambia el hecho de que las mercancías seguirán siendo producidas y vendidas con el único propósito de generar beneficios, y durante un confinamiento en el que la demanda aumenta repentinamente, lo “racional” que debe hacer cada vendedor individual es subir los precios y maximizar sus beneficios. Sólo una economía planificada, que el PCC destruyó en China por sus propios medios, podría haber evitado que se produjera tal caos.

La economía atada de pies y manos

Quizá la mayor contradicción de la situación radique en la insistencia en encerrar a la población, mientras se abre la economía. En los últimos años, la pandemia mundial ya causó importantes reveses a la economía china. Aunque consiguió recuperarse más rápidamente que la mayoría de los países occidentales, esto fue percibido en gran medida por la clase dirigente, mientras que las masas siguen lidiando lentamente con las secuelas de los golpes iniciales. Ahora, el brote de Shanghái vuelve a ensombrecer a China.

El peso de los costes económicos de la pandemia recae naturalmente sobre los hombros de los trabajadores. El cierre de Shanghái llevó a muchos a perder directamente sus empleos, ya que se les impidió trabajar. Sin embargo, al mismo tiempo se espera que la gente siga pagando el alquiler y las hipotecas, además de tener que pagar las necesidades diarias a un precio mucho mayor. Aunque algunas empresas han podido pagar a sus empleados durante el aislamiento, otros trabajadores no tienen tanta suerte.

Los pequeños vendedores, los camioneros, los repartidores, los trabajadores temporales de los mercados, los obreros de la construcción que cobran por día, así como los empleados en las fábricas como mano de obra subcontratada, están abandonados a su suerte.

Restricciones y represión

A medida que la situación se hace cada vez más insoportable para las masas populares, la burocracia sigue reprimiendo cualquier expresión de descontento en Internet, el único ámbito en el que los chinos suelen expresar su descontento en un entorno muy restrictivo. Los principales portales de mensajes y foros dan prioridad a los mensajes que expresan puntos de vista aprobados por el gobierno, a menudo piezas de sollozo que expresan sentimientos vacíos como “¡Estoy con Shanghái!”, y “¡Gracias gobierno y trabajadores médicos por vuestro duro trabajo!”

Cualquier opinión que se aleje de la línea aprobada se ocultaría de la vista del público o se denunciaría como “rumorología”. Esto es especialmente cierto para los informes o discusiones sobre enfrentamientos físicos entre personas y burócratas locales. En los alrededores de Shanghái se han producido disturbios a pequeña escala, y muchos de ellos han sido filmados y subidos a Internet para mostrar la situación real que se vive, sólo para ser censurados poco después.

Algunas filmaciones consiguieron alcanzar una cantidad significativa de visitas antes de ser retiradas, pero han atraído demasiada atención como para ser simplemente ignoradas. El Estado siempre las acusa de ser falsificaciones y rumores. Así fue como las imágenes de una importante revuelta, subidas el 24 de marzo, fueron desestimadas por los medios de comunicación estatales. ¿Quiénes serían los culpables de la producción de estas “imágenes falsificadas y de rumores”? La respuesta, por supuesto, son las “ciberfuerzas extranjeras hostiles” de Taiwán.

Pero por mucho que el régimen intente silenciar el descontento, éste existe y se está gestando. Las masas desconfían cada vez más de la propaganda oficial, y nada detendrá esta tendencia mientras siga existiendo el capitalismo, con toda la miseria y las contradicciones que crea.

Crisis en los escalafones inferiores de la burocracia

Significativamente, el caótico mandamiento de la cúpula de la burocracia también está creando una crisis en los estratos inferiores del Estado, y de los trabajadores públicos. La corriente cruzada de presiones, tanto de arriba como de abajo, en la situación es sencillamente demasiado fuerte. Muchos de los comités vecinales de Shanghái, que en realidad son la burocracia del gobierno a nivel de barrio, han dimitido en masa. También se han difundido grabaciones de audio de trabajadores gubernamentales frustrados que admiten con lágrimas en los ojos, ante llamadas desesperadas pidiendo ayuda, que no pueden hacer nada debido a las directivas de arriba.

Los trabajadores que han sido movilizados por el Estado para contener el brote en Shanghái también están en el punto de mira. Muchos de ellos fueron trasladados apresuradamente desde otras partes del país, pero no tienen su alojamiento en Shanghái debidamente preparado. Al mismo tiempo, se les impone inmediatamente un horario de trabajo extremadamente exigente para levantar hospitales improvisados. Muchos de ellos acaban contrayendo el virus y son encerrados en las tiendas de cuarentena que ellos mismos construyeron.

Socialismo o barbarie

La pandemia ha revelado la horrible naturaleza del gobierno burgués chino, arrancando su máscara de hipocresía. Las palabras vacías de los políticos no pueden llenar las barrigas de los habitantes de Shanghái, no pueden proporcionar recursos médicos oportunos a quienes necesitan tratamiento, no pueden proporcionar a las personas que han perdido sus empleos e ingresos dignos, pero pueden defender y mantener el sistema capitalista inhumano impulsado por el beneficio para la clase dominante.

La crisis de Shanghái echa más leña al fuego de la economía china, que ya estaba sumida en la desaceleración y el endeudamiento. Sólo Shanghái es responsable de un tercio de todo el comercio exterior de China, y es la segunda ciudad que más impuestos paga al gobierno central. Una crisis en Shanghái de la envergadura de la que estamos presenciando hoy supondrá sin duda otro foco de presión para la economía. Además, lo que ocurra en este importante centro cultural y político de China puede tener un impacto enorme en la conciencia de las masas. Esto, sin mencionar el impacto recíproco en la economía mundial, golpeada por una crisis inflacionaria y los efectos de la guerra en Ucrania.

El viejo mundo, al que pertenece la China capitalista, está en crisis, y la nueva generación espera un nuevo comienzo. La humanidad se enfrenta hoy a una elección entre la destrucción de la barbarie o un futuro socialista, y el caos de Shanghái es una ilustración más de cómo podría ser la barbarie. Como hemos explicado en artículos anteriores, sólo una economía planificada, la democracia obrera y el internacionalismo pueden poner fin definitivamente a la pandemia y a todos los horrores de la sociedad capitalista. Y estas ideas son por las que lucha la Corriente Marxista Internacional.