Las elecciones al parlament de Catalunya celebradas el día 1 de noviembre confirman todas las tendencias que venimos apuntando desde estas páginas a lo largo de los últimos meses. Uno de los datos más significativos ha sido el de la abstención, que ha alcanzado el 43,3%, la segunda más alta de las ocho elecciones autonómicas celebradas desde 1980. En relación a las anteriores autonómicas se ha producido un incremento de casi 6 puntos y en relación a las elecciones generales de 2004 en Catalunya la dila diferencia se eleva a 19 puntos.
LA FALTA DE ALTERNATIVA A LOS PROBLEMAS DE LAS MASAS ALIMENTA LA ABSTENCIÓN
Las elecciones al parlament de Catalunya celebradas el día 1 de noviembre confirman todas las tendencias que venimos apuntando desde estas páginas a lo largo de los últimos meses. Uno de los datos más significativos ha sido el de la abstención, que ha alcanzado el 43,3%, la segunda más alta de las ocho elecciones autonómicas celebradas desde 1980. En relación a las anteriores autonómicas se ha producido un incremento de casi 6 puntos y en relación a las elecciones generales de 2004 en Catalunya la diferencia se eleva a 19 puntos.
Aunque la abstención ha afectado a todos los partidos es indiscutible que ha tenido una incidencia muchísimo más acentuada en la base social que vota a la izquierda. En relación a las elecciones de 2003, medio millón de personas dejaron de votar, pero la caída se concentra fundamentalmente en el PSC, que pierde 258.555 votos, y también en ERC, que pierde 142.000. En ambos casos hay una disminución de aproximadamente el 25% de los votos obtenidos hace 3 años.
La derecha se atasca
A diferencia de la tibieza y la ambigüedad que ha dominado la campaña desarrollada por los dirigentes de la izquierda, CiU ha ido a la ofensiva desde el primer día, explotando al máximo las debilidades y contradicciones del tripartit y apelando, como nunca, a su base conservadora. Después de un largo periodo de crisis y dificultades, el partido de la burguesía catalana veía una oportunidad de recuperar la Generalitat, con el aliento extra proveniente de La Moncloa.
Sin embargo los resultados obtenidos por CiU, en las circunstancias más favorables para la derecha de los últimos años, distan mucho de poder calificarse de victoria. A pesar de recuperar la posición de partido más votado, que perdió a favor del PSC en 1999 y 2003, la coalición conservadora pierde más de 124 mil votos en relación a las anteriores elecciones y el porcentaje de votos se incrementa un pírrico 0,37 puntos porcentuales. Por su parte, el PP pierde casi 90 mil votos. La candidatura Ciutadans, nueva formación que preconiza, demagógicamente, la lucha contra la persecución del castellano en Catalunya y utiliza un discurso reaccionario, obtiene 3 diputados y poco más de 80.000 votos, y no compensa los más de 200.000 votos que pierden CiU y el PP conjuntamente.
En conjunto la derecha (CiU, PP y Ciutadans) pasa del 42,8% al 45,40% de los votos, pasa de 61 a 65 diputados. La izquierda sigue obteniendo la mayoría absoluta de votos (de 54,9% a 50,4%) y diputados (de 74 a 70). Estos resultados, más que la fortaleza de la derecha demuestra la incapacidad de los dirigentes de la izquierda de aprovechar el potencial de la clase obrera y de la juventud, tanto en el terreno electoral como en el de la movilización y la lucha.
La campaña de la izquierda
Los dirigentes del PSC han sido incapaces de movilizar a los trabajadores y a los jóvenes y han cosechado uno de los peores resultados de su historia. El porcentaje de voto alcanzado, 26,9%, solo fue peor en 1980, cayendo 4,27 puntos porcentuales en relación a hace tres años.
La campaña electoral desplegada por el PSC estuvo particularmente escorada a la derecha. En relación a futuras alianzas, Montilla dejó muy claro durante la campaña electoral que no iba a reeditar el tripartit, argumentando que las circunstancias políticas son muy distintas a las de 2003. Para cubrir las apariencias, Montilla defendía como alternativa al tripartit un gobierno en solitario del PSC, con pactos puntuales con todo el mundo, es decir, también con CiU. Lo que en realidad los jóvenes y trabajadores catalanes percibieron fue que no estaba muy claro cómo se iba a utilizar su voto si optaban por el PSC, ni siquiera tuvieron la seguridad de que teniendo mayoría la izquierda se impediría un gobierno de CiU.
El rumor de que se iba a un pacto sociovergente, que planeó durante toda la campaña, estaba bien fundado. Las señales dadas por Zapatero no faltaron. Uno de los momentos importantes de la campaña fue el acuerdo que se alcanzó entre Solbes, ministro de economía del gobierno del PSOE, y Mas, candidato de CiU, respecto a los Presupuestos Generales y a futuras negociaciones sobre la financiación de Catalunya.
En tres años, el gobierno del tripartit no atajó ninguno de los problemas fundamentales que afectan a la clase obrera, como la vivienda, la precariedad laboral, la sanidad y la educación. La campaña ahondó aún más en la separación entre el malestar social y la demanda de cambios profundos existente en la sociedad y la política ofrecida por la dirección del PSC, ERC e ICV.
Montilla combinó un torpe e infructuoso intento de rascar un puñado de votos de caladeros ajenos con una habilidad pasmosa por desincentivar a la base natural de la izquierda a ir a votar. Trató de competir con CiU en conservadurismo con frases muy duras sobre la necesidad de controlar la inmigración; trató de ganar votos no nacionalistas retando a Mas a un debate en castellano y para toda España, que dejó perplejos a propios y a ajenos; en un mitin con Zapatero le advirtió en público que el PSC era independiente del PSOE. Otra serie de gestos no previstos, como la expulsión fulminante y ordenada directamente por Montilla del secretario general de las Juventudes Socialistas de Martorell por participar en una manifestación contra la presencia de Acebes en dicha localidad o la prohibición de manifestaciones de estudiantes y otros colectivos en periodo electoral, con implicación directa de la Conselleria de Interior jugaron un papel nefasto desde el punto de vista de la movilización del voto de la juventud. Fue precisamente la movilización de la juventud uno de los factores claves de la derrota de CiU en 2003 y del PP en 2004. La criminalización de los trabajadores del aeropuerto de El Prat y la lucha de los trabajadores despedidos de SEAT por su readmisión fueron otros temas que saltaron durante la campaña y parecía que la cosa, para los candidatos de la izquierda, no iba con ellos.
La campaña de ERC fue explícitamente ambigua en relación a la cuestión de las alianzas, como si la posibilidad de pactar indistintamente con el PSC o con CiU fuese un elemento movilizador. Los resultados han demostrado que no. El gran auge de ERC en 2003 estaba relacionado con la imagen de izquierda de esa formación, incluso radical, ante un sector de la juventud catalana, muy sensibilizada frente al desenfreno reaccionario españolista del PP.
Es significativo que ICV (el referente de IU en Catalunya) haya sido la formación, de las cinco que obtuvieron representación parlamentaria en 2003, que más aumenta en porcentaje de votos y la única que gana votos en relación a los anteriores comicios autonómicos. Pasa de 240 mil a 272 mil, un 13% de incremento. Aunque con un programa limitado a lo posible bajo el sistema y, en este sentido, sin grandes diferencias respecto al del PSC y de ERC, el voto a ICV fue la opción de muchos jóvenes y trabajadores que quisieron dar una señal muy clara: los ajustes del tripartit tienen que ser hacia la izquierda.
Inestabilidad
Aunque la crisis del tripartit y el adelantamiento electoral tuvieron como detonante el NO que la base de ERC dió al Estatut, es evidente que tuvieron un móvil mucho más profundo, relacionado con los intereses de un sector de la burguesía y del aparato del PSOE. En otros artículos hemos explicado el cambio de alianzas que el gobierno del PSOE estaba propiciando, deseoso de librarse de la necesidad de apoyarse en IU y en ERC y así poder llevar a cabo una política social y económica de más ajustes, aceptando la ayuda que CiU ofrece. Sin embargo, incluso desde este punto de vista, completamente contrario a los intereses de la clase obrera, nada se ha resuelto. El panorama post electoral augura más inestabilidad que antes. Cualquier fórmula de gobierno con la participación de CiU chocará directamente con los intereses de la base social que ha dado sustentación al tripartit.
Si el PSC opta por dejar gobernar a CiU en minoría, pudiendo formar un gobierno de izquierda, a cambio del apoyo de CiU al gobierno del PSOE, el costo político que pagaría el PSC en Catalunya sería tremendo. El enfrentamiento político entre la derecha y la izquierda en Catalunya, en el terreno electoral, siempre se ha expresado, mayoritariamente, en la pugna entre CiU y el PSC. Gran parte del voto obtenido por el PSC es para cerrar el paso CiU, más que por el entusiasmo que despierta Maragall y aún menos Montilla. Dejar gobernar a CiU en la Generalitat sería desastroso a la hora de afrontar las elecciones municipales y particularmente la alcaldía de Barcelona, tanto tiempo codiciada por la derecha. Existen las condiciones para un choque bastante duro entre el aparato del PSOE y del PSC, cuyos intereses a corto plazo pueden ir en dirección contraria.
Si un pacto de facto con CiU sería electoralmente desastroso para el PSC, peor aún un gobierno de coalición. En la práctica sería un gobierno de concertación nacional y como han advertido determinados sectores de la burguesía, ese tipo de alianzas sólo se deben hacer en situaciones límite para sus intereses. Si todos están en el gobierno ¿quien podrá contener adecuadamente el descontento social? Para la burguesía eso es una salida a corto plazo pero con implicaciones peligrosas para el futuro, al quebrarse la llamada alternancia, un pilar fundamental del dominio demócrático de la burguesía.
Un gobierno sólo del PSC, salvo que adoptase una serie de medidas drásticas de mejoras sociales, sería extremadamente inestable. CiU, que ambiciona seriamente a volver a gobernar la Generalitat, no aceptará un papel pasivo a cambio de nada. Tiene palancas para presionar al gobierno del PSOE y para maniobrar en el parlament de Catalunya. Sería un gobierno aún menos estable que el tripartit.
Un gobierno de CiU y ERC tampoco es descartable, pero tendría un costo para ERC tremendo. Fue ERC la que en 1980 hizo posible un gobierno de CiU y lo pagó muy caro durante 20 años. Tampoco a CiU le interesa un socio tan voluble como opción inicial. A la burguesía catalana le interesa mucho abrir un periodo de contrarreformas, tanto desde el gobierno central como desde la Generalitat, y para ello es importante la estabilidad política.
Finalmente está la opción de reeditar el tripartit del que tanto el PSC como ERC trataron de olvidarse durante toda la campaña electoral. Las declaraciones de la noche electoral, de forma muy tímida y ambigua, han tratado de no enterrar esa opción. Pero un la nueva versión del tripartit sería más débil y más inestable que el anterior. Chocaría con la estrategia de giro hacia la derecha y la estabilidad adoptado por el PSOE y sin un cambio de programa, tampoco satisfaría a los trabajadores y a los jóvenes a favor de quienes debería gobernar.
Malestar social
Todo es posible en los próximos días, pero hay algo que está claro: difícilmente conseguirán, incluso desde el punto de vista de la burguesía y de la dirección reformista del PSOE-PSC una salida satisfactoria. No habrá más estabilidad ni en la superestructura política ni en la sociedad. El reformismo, en sus diferentes variantes, ha cosechado una abstención histórica, pero los problemas continúan, el malestar se acrecienta y cuesta muy poco que se exprese cuando se le da una oportunidad. Las maniobras para frustrar la manifestación por la vivienda en Barcelona, que se preveía multitudinaria, o las mencionadas prohibiciones de manifestaciones el día 26, por tener contenido electoral revelan el creciente nerviosismo de quienes temen poner aún más en evidencia su incapacidad de ofrecer una alternativa a este podrido sistema capitalista y, cómo no, de los propios capitalistas.
Las elecciones catalanas tienen una clara lectura: a la derecha se la puede derrotar, pero con votar no basta. Una vez más, y en un contexto de altísima abstención y escepticismo, la mayoría ha vuelto a abrir la posibilidad de un gobierno de izquierda. La experiencia ha demostrado que además de eso son necesarias la lucha y la organización.
Estas elecciones son una advertencia para los dirigentes del PSOE, pero sobre todo para los trabajadores y los jóvenes. Se está demostrando de forma cada vez más clara que sólo con una política marxista, con una lucha consecuente por la transformación socialista de la sociedad, se puede conjurar de forma efectiva la vuelta de la derecha y abrir una nueva etapa en la que se erradique de una vez y para siempre la explotación del hombre por el hombre y la opresión de cualquier tipo. Únete a los marxistas de El Militante.