En la primera vuelta de estas elecciones regionales se registró el mayor porcentaje de abstención, con diferencia, de la Quinta República: un 66,7%. Entre los menores de 35 años, la abstención ronda el 84%. La situación es similar entre los segmentos más pobres y oprimidos de la población. Este es el aspecto central de esta primera ronda, y se trata de una nueva expresión (entre muchas otras) de la crisis de régimen del capitalismo francés. Desde las elecciones presidenciales de 2017, todas las elecciones, incluso las legislativas, han estado marcadas por niveles muy altos de abstención. En última instancia, este profundo rechazo al sistema político está cargado de consecuencias revolucionarias.
Como ocurre cuando la abstención alcanza altos niveles, los políticos desacreditados se ponen serios en los platós de televisión para apelar a un “despertar colectivo”. Pero después de este minuto de contrición, vuelven a caer en frases vacías y autocomplacientes. Los dirigentes de los republicanos, del Partido Socialista y de los Verdes se complacen ruidosamente por sus resultados, como si la abstención masiva no relativizara radicalmente la importancia de estos. Al escucharlos, cabe preguntarse a qué nivel de abstención dejarían de gritar “¡victoria!” ¿80%, 90%, 99%…?
El resultado del partido de Macron, La República en Marcha (LREM), lleva a niveles extremos la debilidad del poder central en las urnas. Dada la abstención, del 11% de los votos cosechados por LREM, a nivel nacional, significa que menos del 4% de los inscritos fueron a apoyar al partido que ocupa el Elíseo y tiene mayoría en la Asamblea Nacional. Esta situación sin precedentes genera preocupación incluso en los mayores defensores de la “democracia” burguesa.
El resultado de Agrupación Nacional es mucho más bajo de lo que los sondeos predijeron. El partido de Marine Le Pen cuenta con 2,7 millones de votos, frente a los 6 millones de las elecciones regionales de 2015 y los 7,7 millones del 23 de abril de 2017. Los columnistas reaccionarios se muestran aún más perplejos, ya que en los últimos meses no han parado de aupar a Agrupación Nacional. Pero es simple: una gran fracción del electorado popular que votó a Agrupación Nacional en 2017 es muy volátil. Estos votantes no acuden a las urnas con un simple chasquido de Marine Le Pen, y tampoco parece que crezcan en número tras los toques de corneta con los que los dirigentes de Agrupación Nacional, desde la primera vuelta, les ensordecen.
Abordemos, pues, uno de los temas centrales para las próximas elecciones presidenciales. Jean-Luc Mélenchon no podrá ganar sin conseguir votos en esa fracción de la clase trabajadora (jóvenes, desempleados y pensionistas) que en 2017 votó a Agrupación Nacional o se abstuvo. Ahora bien, para ello, Francia Insumisa (FI) y su candidato tendrán que defender un programa de izquierda radical, un programa de ruptura con el orden establecido y el sistema político actual.
Como explicamos en un artículo anterior, la dirección de FI decidió (equivocadamente) saltarse estas elecciones regionales. No obstante, el resultado es una fuente de gran preocupación para los activistas y partidarios de FI, y con razón. Si FI no gira a la izquierda, lo tendrá muy difícil para ampliar su base electoral de 2017. El resultado de la primera vuelta de las elecciones regionales debería ser, para la FI, una seria advertencia.