En los últimos tiempos nos estamos encontrando con una fuerte división dentro del feminismo en torno a las luchas y demandas del colectivo trans. El nivel de división y agresividad en torno a esta cuestión no para de crecer, especialmente con el último borrador sobre la ley trans de Unidas Podemos (UP). Resulta una obligación a día de hoy manifestarse a favor de los derechos de las personas trans y plantear a la vez un análisis marxista en torno a las cuestiones más polémicas, que por un lado están siendo simplificadas por un sector de la izquierda, y por otro están siendo utilizadas por los partidos del gobierno como herramienta partidista.
Situación actual
Resulta un hecho innegable la situación de precariedad y discriminación que sufre el colectivo trans en el Estado Español. Según un estudio realizado por la Universidad de Málaga en 2012 de Juan Manuel Domínguez Fuentes (con una muestra de 153 personas), el nivel de paro se situaría en un 35,3%. Del total de encuestados, un 48,2% señaló haber ejercido en algún momento la prostitución. En otro estudio realizado por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (con 73 jóvenes trans de entre 16 y 24 años) en 2019, encontramos que el 58% fueron víctimas de transfobia durante su etapa escolar, mientras que la finalización del primer ciclo de la educación secundaria obligatoria fue un 17% menor que en la población general del mismo grupo de edad. Las altas cifras de acoso, paro y bajos niveles de ingresos han generado desde hace décadas una lucha del colectivo para demandar mejoras. Esta lucha se manifiesta a día de hoy con la búsqueda de la aprobación de leyes que velen por la autodeterminación de género en varios países, y es de esta demanda de donde ha surgido gran parte de la polémica en el Estado español. Así que repasemos un poco la situación actual.
En el Estado español, el debate en torno a estas cuestiones se ha hecho más popular a raíz de la propuesta de ley trans de Podemos, tanto la del 2018 como la recientemente publicada. Actualmente está vigente la ley aprobada durante el gobierno de Zapatero, en el 2007, que permite el cambio de sexo si un informe clínico diagnostica la disforia de género (disonancia entre el sexo biológico y la identidad sexual sentida) y el solicitante ha sido tratado médicamente durante al menos dos años. Se exige hormonación, aunque no una cirugía de reasignación sexual. El que ya no fuese obligatorio pasar por una operación de reasignación de sexo fue un avance celebrado en su momento, pero los protocoles actuales, que siguen en la práctica tratando al colectivo como si fuesen enfermos para adquirir derechos básicos, han seguido siendo combatidos. En la propuesta de ley de Podemos se introduce el avance de que no sea necesario el informe clínico y los dos años de hormonación para cambiar los documentos legales. Una de las demandas del colectivo es que existan servicios específicos para las personas trans, además de una ley estatal para acabar con las diferencias que se dan entre distintas comunidades autónomas, ya que a día de hoy existen diversas legislaciones en torno a la cuestión; por ejemplo, el derecho a la autodeterminación de género ya fue aprobado en el Parlamento de Andalucía en 2014 bajo el gobierno de PSOE e IU.
Polémicas y análisis
Las disputas y divisiones que han generado la polémica no hacen más que crecer. Existen ejemplos dentro de la política parlamentaria, como el documento interno del PSOE difundido el año anterior en el que rechazaba que “los sentimientos (…) de la voluntad de una persona, sobre si se siente hombre o mujer, tengan automáticamente efectos jurídicos plenos”, o como la expulsión del Partido Feminista de la coalición de IU. Sobre esto último resulta llamativo el viraje reaccionario de Lidia Falcón, que habla de “lobbies de gays, homosexuales, lesbianas y transexuales” y ha llegado a manifestar que “los trans están haciendo campaña por la pedofilia desde hace tiempo”.
Más allá de disputas partidistas, la fractura que ha surgido en el feminismo en los últimos años es evidente. Es cierto que nos encontramos que en muchos de los movimientos de izquierda, a menudo bajo la influencia de ideas contrarias al marxismo, como el posmodernismo o las políticas de identidad, el foco se coloca en cambios simbólicos que no suponen ninguna amenaza al sistema capitalista. Lo que sorprende es la actitud de organizaciones autodenominadas marxistas ante estas cuestiones. Pareciera que estar a favor de la lucha del colectivo trans implicase directamente apoyar la teoría queer. Pareciera que posicionarse a favor de la lucha de este colectivo implicase estar a favor de los vientres de alquiler y demás degradaciones sexistas propias de una sociedad de clases. Esta actitud supone un escarnio que sólo sirve para dividir y confundir. Como marxistas criticamos los postulados y métodos de transformación propuestos por la teoría queer y llamamos a una lucha por cambios materiales reales, por la movilización conjunta para erradicar las barreras sociales y económicas a las que se enfrenta cualquier capa oprimida de la clase obrera. Y debemos analizar y entender por qué estos planteamientos adquieren popularidad.
El hecho de que la teoría queer, políticas de identidad, feminismos con tendencias burguesas, etc, sean más o menos dominantes entre aquellos que quieren participar en un cambio en el mundo se debe a diversos factores. La capacidad de la clase dominante para fagocitar y transformar para sus intereses proclamas militantes y luchas diversas es un factor, desde luego. Pero desde las diversas facciones del marxismo revolucionario no se ha sabido presentar una formulación alternativa a tantos grupos hartos del sistema capitalista y que, además, quieren involucrarse y luchar. Mofarse y ridiculizar las luchas de las mujeres, del colectivo trans, u otros como el ecologismo, ha sido mucho más habitual que la formulación de un discurso que intente agruparnos como clase a la vez que critique ideas contrarias al marxismo. Considerar que la lucha contra la opresión del colectivo trans implica directamente apoyar la teoría queer es simplista. Considerar que, por ende, la lucha de este colectivo debe ser dejada de lado o ridiculizada es de todo menos marxista. Y luego existen temas polémicos en los que es especialmente llamativa la ausencia de un análisis marxista. Por ejemplo, el debate sobre qué es ser mujer, el cual ha adquirido una gran popularidad.
Como se argumenta en el artículo previamente citado, con el uso de la dialéctica los marxistas ven una conexión necesaria entre el individuo y lo universal. Lo universal solo existe a través de su expresión concreta, no hay definiciones eternas en el mundo de las ideas, no hay definiciones que abarquen todos los casos. Nos encontramos con, por un lado, una visión esencialista que reduce la identidad de mujer solamente al sexo biológico, cayendo en el materialismo mecanicista que ya Marx, Engels y Lenin criticaron. Por otro lado, tenemos la visión idealista de la teoría queer que desecha todo el mundo material, incluidos los sexos, declarándolos inválidos. Renuncian así a lo universal y elevan lo individual y accidental al nivel de principio. La diferenciación sexual existe objetivamente, al igual que en la mayor parte del reino animal y gran parte del reino vegetal. Pero eso no agota la cuestión. Darle vueltas a una definición de mujer absoluta e inmutable sólo nos desvía de la realidad y de cómo cambiarla en beneficio de todos. Cada persona tiene derecho a sentir, vivir y expresar su sexualidad o su género como libremente considere y desee.
Unificar la lucha de todos los oprimidos
Desde el punto de vista marxista, debemos ser capaces tanto de criticar la teoría queer como el materialismo mecanicista y esencialista, mientras que a la vez apoyamos la lucha de los oprimidos. Como en tantos otros ámbitos, nos posicionamos a favor de leyes y reformas que mejoren la calidad de vida de cualquier grupo damnificado, pero a la vez manifestamos que las reformas dentro del capitalismo, sea cual sea el colectivo sobre el que se aplican, no acabarán con la raíz de la opresión del mismo. Mientras exista el capitalismo, será imposible socializar el trabajo doméstico y por lo tanto se mantendrá la opresión hacia la mujer, que seguirá padeciendo el “doble turno” de trabajo fuera y dentro del hogar. Mientras el colectivo LGTBQ siga estigmatizado como obstáculo para formar familias que provean de mano de obra a los capitalistas, seguirá igualmente oprimido. Resultan vergonzosas la ausencia de empatía ante colectivos oprimidos y la ausencia de un análisis marxista de muchos grupos autodenominados comunistas, pero además resulta increíble la falta de estrategia política que demuestran. En la vida cotidiana de la clase trabajadora existen actitudes discriminatorias y reaccionarias, y es precisamente a través de la lucha conjunta cuando más rápida y eficazmente llegan a romperse estas actitudes y se da un salto en la conciencia, pues a través de la propia lucha se adquiere la percepción de los intereses comunes en vez de aquello que la divide. Y por supuesto que, ante cualquier movimiento colectivo que trate de cambiar el mundo, el capitalismo usará sus armas para desviar el foco de todo aquello que suponga una amenaza al status quo. El arma de los comunistas debe ser el análisis marxista y la lucha por la unidad de nuestra clase, no la mofa y la simplificación.
El proyecto de ley de UP
También debemos analizar la propia ley propulsada por UP desde una perspectiva marxista, así como las disputas partidistas que han surgido entre los dos partidos del gobierno. Dentro del PSOE ha habido un cambio de opinión con respecto a esta cuestión en los últimos años, como se comentaba previamente. A día de hoy existe un conflicto entre UP y PSOE debido a esta cuestión, mostrando los intereses partidistas de ambas formaciones por repartirse el voto feminista en medio de la crisis que existe en el movimiento. Por otro lado, debemos hacer hincapié en que esta medida, la ley estrella de UP bajo el gobierno “progresista”, será utilizada como forma de tapar su incapacidad de cambio en lo referente a legislación favorable a los capitalistas o a mantener el régimen del 78. La derogación de la reforma laboral o de la ley mordaza son ejemplos de ello. Y por último debemos cuestionar también la capacidad de cambio sobre las condiciones materiales del colectivo trans de esta ley. Sin una mejora en la Sanidad Pública, en el acceso a la vivienda o a un trabajo digno para todos los sectores de la clase obrera, esta ley no servirá para mejorar en muchos aspectos la vida del colectivo. Desde el reformismo todas estas cuestiones, especialmente en el momento de crisis económica que vivimos, no serán abordadas y deben ser luchadas desde la calle por el conjunto de la clase obrera.
Nos posicionamos a favor de la lucha del colectivo trans, a favor de la despatologización en el sistema de salud y en la sociedad, a favor de las reformas que no sólo sirvan para mejorar discretamente sus condiciones de vida sino cuya lucha, además, nos acerque más como clase. Y a la vez nos posicionamos en contra de teorías ajenas a la clase, como las políticas de identidad o teoría queer. El vínculo entre la opresión del colectivo LGTBQ y la lucha contra el capitalismo no es nuevo. Las luchas por los derechos del colectivo trans y de la libertad sexual para toda la sociedad deben volver a sus raíces radicales y contar con una base militante más fuerte. Debemos aprender y estudiar los movimientos revulsivos del colectivo en el pasado y luchar por la unidad de clase.
Esta no es una lucha, como ninguna, que deba ser librada a nivel individual sino que debe ser llevada a cabo por las organizaciones de la clase obrera. Cualquier avance de una capa de la clase obrera es un avance para la clase entera y para todos los oprimidos y oprimidas. Luchar por la emancipación de las explotadas y oprimidas es luchar por el socialismo.