La situación económica, social y política en Haití sigue deteriorándose. Las protestas antigubernamentales continuaron en los últimos meses del 2020. Ante los repetidos levantamientos contra su régimen, Jovenel Moïse está utilizando a la policía y a las pandillas para masacrar y aterrorizar a las masas en las calles y en los barrios pobres. Nota: este artículo fue escrito en diciembre de 2020.
A pesar del terror y la intimidación encaminados a mantenerlo en el poder, las masas siguen saliendo a las calles exigiendo la renuncia de Jovenel Moïse, entre otros. A medida que se acerca el fin de su “mandato presidencial” el 7 de febrero de 2021, el pueblo continúa denunciando la pobreza que les impone la clase dominante. Esto se hizo evidente con las masivas manifestaciones de la oposición el 10 de diciembre de 2020. A cada minuto que permanece en el poder, el pueblo grita: “¡Jovenel nos está empujando más al abismo del hambre, la inseguridad y la muerte!”.
Aunque para algunos miembros de la fragmentada y llamada oposición el mandato del presidente llega a su fin este año, para el pueblo el momento es ahora.
Los crímenes del Estado: cuando las herramientas ideológicas del capitalismo ya no se pueden utilizar para subyugar al pueblo, lo que queda es la represión
La delincuencia está aumentando y se impone en este momento como una gran lacra que daña a la población día a día. Las masacres y ejecuciones sumarias llevadas a cabo por las autoridades siguen aumentando la ira de muchos sectores de la sociedad. Varios profesionales, académicos y alumnos han sido secuestrados, violados y asesinados en esta misma ola de terror sistemático. Cabe señalar que varios de estos asesinatos han sido cometidos por los secuaces de los que están en el poder, a veces en las residencias privadas del presidente o del Palacio Nacional. Por no mencionar que, durante este mismo período, se han denunciado muchos otros casos de secuestros en serie en todo el país.
Como siempre, es la clase explotada y oprimida la principal víctima de estas represalias. Esta forma de represión es parte de una estrategia para despolitizar esta capa social y distraerla de sus principales demandas. La clase dominante tiene como objetivo intimidar a la clase oprimida y aplastar todas las formas de denuncia de la mala gestión administrativa y política: el despilfarro de fondos de la CIRH (Comisión Provisional de Recuperación de Haití) y de PetroCaribe; por no hablar de las diversas masacres organizadas por este régimen y la miseria atroz que el pueblo enfrenta a diario.
Sin embargo, las prácticas de la policía y las pandillas no pueden contener la ira de la gente, que nunca deja de señalar el compromiso entre el Estado y las pandillas, quienes permiten que la situación de inseguridad empeore para mantenerse en el poder por medio del caos y la sangre.
Inseguridad, un reflejo de la lucha económica: cómo el Estado legitima y legaliza la inseguridad que azota al país
Sería erróneo considerar esta lacra como un simple hecho aislado como un producto del azar en nuestra sociedad que, durante siglos, ha estado sujeta a la influencia de un orden social y económico que enriquece a una pequeña minoría. Esta situación no ha caído del cielo. Es una forma de violencia de clase contra la mayoría. En esta sociedad, donde la economía está atrasada, con fuerzas productivas débiles y deficientes, la burguesía utiliza la inseguridad, la pobreza y la explotación despiadada de la clase trabajadora y de los pobres para compensar el débil estado de la infraestructura industrial. Son los pobres los que sufren estos efectos.
Además, cabe señalar que, a pesar del fuerte aumento de la delincuencia, las empresas siguen operando normalmente como si todo estuviera bien en el país. La patronal no siente pánico ante el calvario que este malestar social representa para la clase explotada. Además, tienen sus propias pandillas afiliadas, a las que pagan por continuar la represión contra los trabajadores, cuyos intentos de protesta expresan su sufrimiento y descontento. Estos patrones tienen a su disposición el poder del Estado, que les permite enriquecerse no sólo por medio de la explotación, sino también de la corrupción de las instituciones. Para lograr ese fin, todos los medios son buenos.
Tomemos el ejemplo del Parque Industrial Caracol. El personal administrativo se jacta abiertamente en los medios de comunicación de que los negocios del parque van bien y que recibirán más de 65 millones de dólares del Banco Interamericano de Desarrollo para la ejecución del plan de expansión del parque, en particular para nuevas construcciones. Rodolphe Daniel, director del Parque Industrial Caracol, lo ha confirmado. En su entrevista con Le Nouvelliste el 9 de noviembre de 2020, dijo que en general, al parque “le va muy bien a pesar del COVID-19, los episodios de peyi lòk y los cortes de combustible”. Este representante de los patrones habló con serenidad y tuvo la audacia de decir que el parque ha estado trabajando sin interrupción durante un año y medio, y que se han tomado todas las medidas necesarias para mejorar las condiciones de sus 16.800 trabajadores. Estas mentiras sobre la difícil situación de los trabajadores de Caracol, y los de otras industrias, son parte de la naturaleza de la patronal. Siembran ilusiones mientras, en realidad, los trabajadores están viviendo los peores momentos de sus vidas, tanto en sus hogares como en las fábricas.
Los trabajadores son, en su mayor parte, los que viven en los barrios más atormentados e inseguros del país, guetos dirigidos por bandas armadas, que siembran el terror continuamente. Al amanecer, los trabajadores deben abandonar sus hogares, a pesar del riesgo de violencia y tiroteos entre pandillas, si no quieren perder su trabajo, ya que su empleador no se preocupa en absoluto por los riesgos que enfrentan.
En consecuencia, la clase obrera exige respeto y garantía de sus derechos inalienables; pan en lugar de guerra social y económica, así como el derecho al trabajo. El derrocamiento del sistema capitalista y del gobierno burgués mediante el desmantelamiento del régimen del PHTK (Partido Haitiano de Tèt Kale) es la única forma práctica y concreta de garantizar una existencia digna para esta clase.
Sin embargo, el gobierno y algunos grupos de oposición no toman en cuenta estas demandas y la voluntad popular. El pueblo va más allá de la lucha superficial entre la oposición y el gobierno actual, con un bando luchando por la toma del poder y el otro luchando por mantenerlo.
Jovenel ha emitido decretos gubernamentales que establecen una agencia de inteligencia y pide una nueva constitución. Tales actos confirman el autoritarismo y el oscurantismo de este régimen, que pretende pisotear todos los logros históricos del pueblo haitiano. El gobierno quiere controlarlo todo para reprimirnos. La alianza con las pandillas y la reforma de la Policía Nacional de Haití ya fueron prueba de ello. Ni un cambio en la constitución ni la toma del poder por parte de la oposición pueden mejorar la suerte de la clase trabajadora y de los pobres, que sufren de hambre, analfabetismo e inseguridad.
A pesar de la precariedad generalizada, el pueblo no está agachando la cabeza y se mantiene firme. Cada vez que se les da por fracasados, vuelven a la carga con más fuerza con sus gritos, sus canciones, sus eslóganes, sus barricadas y sus carteles. Miran fijamente a sus oponentes y atacan. El movimiento popular haitiano continúa y tiene como objetivo derrocar el estado social y político actual del país. Solo él es capaz de aplastar a la burguesía, a los políticos corruptos y sus políticas mafiosas que pisotean el bienestar del pueblo. El fin del régimen criminal de Jovenel está cerca. Los magnates del comercio que saquean el país están destinados a ahogarse en la avalancha de la historia.
Unidad de clase para derrocar a Jovenel Moïse
Lo que queda por hacer para poner fin al régimen del PHTK no está más allá de las fuerzas morales y materiales del movimiento revolucionario de las masas haitianas. Se debe lograr la unidad de las masas a través de un frente único de las diversas organizaciones del movimiento. Las luchas de facciones entre los diferentes sectores de la oposición, su oportunismo y sus posturas pequeñoburguesas en búsqueda de un compromiso o negociación con el gobierno constituyen un obstáculo para la victoria final. Si nada cambia, corremos el riesgo de cometer los mismos errores del pasado, es decir, de ayudar al enemigo del pueblo a perpetuarse a pesar de todas las energías gastadas por las masas para mantener su lucha.
No hay manera de que el movimiento de masas en Haití avance sobre la base del capitalismo y las políticas y parlamentos burgueses. Como hemos señalado anteriormente, el antiguo marco político del país se está desintegrando debido a la crisis global del capitalismo y la intensificación de la lucha de clases. La clase dominante ya no puede gobernar como lo hizo en el pasado. Es por eso que Jovenel avanza hacia la reescritura de la Constitución y hacia una dictadura.
Pero ¿qué pasa con el liderazgo de los partidos de oposición y del movimiento en general? Moïse Jean-Charles y su partido político, el Pitit Desalin, piden un nuevo régimen. Lavalas, el partido dirigido por el expresidente Jean-Bertrand Aristide, por ejemplo, también pidió un nuevo régimen en Haití. En una reciente declaración de los dirigentes de Lavalas, el partido denunció correctamente el golpe electoral del PHTK y condenó a las pandillas y las masacres. Lavalas también criticó con razón a Jovenel y al PHTK por querer “reemplazar la constitución del país por otra ya preparada sin el apoyo del pueblo”. También denunció los avances de Jovenel hacia la dictadura, afirmando que “continúan declarando la guerra al pueblo echando gasolina al fuego de la dictadura”.
Lavalas propuso un “gobierno de seguridad pública” que una a “toda la nación”. No está claro lo que esto significa, pero si significa otra constitución burguesa con un parlamento burgués, no sería fundamentalmente diferente de lo que existe en la actualidad. De hecho, lo que existe ahora se está desintegrando bajo la presión de la crisis económica, la pandemia y la lucha de clases. Así que, en realidad, no representaría ningún cambio en absoluto.
¿Cómo podría un “gobierno de seguridad pública” unir a la “nación entera” cuando la nación está dividida entre la clase capitalista por un lado y la clase trabajadora y los pobres por otro? Un gobierno burgués gobernará en el interés de la clase capitalista y, por lo tanto, no es posible la unidad sobre esta base. Muchos oportunistas de la oposición proponen algo exactamente igual al statu quo, solo que con ellos en el poder en lugar de Jovenel. O tal vez proponen algo así como un regreso a la Constitución de 1987. Pero no es en absoluto una solución a la crisis: esta propuesta conducirá en última instancia a la misma situación que tenemos ahora.
La oposición burguesa y pequeñoburguesa lanza vagos llamamientos a un régimen de transición en el que mantenga el poder. A pesar de las referencias a la democracia y los derechos humanos, en realidad solo quieren reemplazar a Jovenel con su propia banda de ladrones. Tal régimen no significaría un cambio fundamental para los trabajadores y los pobres, sino que significaría la continuación de la inestabilidad y el caos.
La clase obrera no puede ser engañada para que apoye un ala de la burguesía contra otra. La clase trabajadora y las organizaciones socialistas y obreras deben luchar por una ruptura radical con el gobierno de la burguesía. Un régimen de transición es necesario, sí, pero uno basado en la dominación de la burguesía no solucionará la crisis. Los trabajadores y los pobres deben luchar por sus propios intereses de clase y pedir un régimen de transición de los trabajadores, un régimen basado en los intereses de su clase y los de los pobres, y en la democracia obrera.
Para ello, debemos luchar por un frente único de organizaciones socialistas y obreras, tal como fue concebido por Lenin. Estamos a favor de una acción unida de la clase trabajadora, la izquierda y las organizaciones obreras contra este régimen. Las organizaciones socialistas y obreras no se funden con otras, no mezclan sus pancartas políticas y no necesitan adoptar los programas de los demás, sino que deben permanecer unidas en sus acciones contra el gobierno de Jovenel y de la burguesía. Todos debemos estar unidos en la lucha para acabar con ellos. Como dijo Lenin, “¡Marchar por separado, pero golpear juntos!”.
Se han hecho llamados a un gobierno de transición después de que termine el mandato de Jovenel y a un gobierno de transición que reemplace a su régimen. Pero una transición también sería muy inestable. Si la situación se vuelve demasiado inestable en Haití, aumentará la posibilidad de otra intervención internacional. La ONU está desacreditada en Haití, pero aún podría regresar, o una de las potencias imperialistas podría enviar tropas para mantener el control. Esto causaría problemas a la oposición e incluso podría silenciar partes de ella. Otros miembros de la oposición podrían incluso apoyar a las tropas extranjeras para lograr estabilidad. Puede que algunos miembros de la oposición vean en la intervención internacional un camino hacia el poder para sí mismos. Sin embargo, las tropas extranjeras no resolverían prácticamente nada.
También debemos tener en cuenta que la lucha de clases no se detiene con el fin del mandato de Jovenel. Pase lo que pase con su régimen, no podemos olvidar la lucha de clases. No podemos olvidar los intereses de clase de los trabajadores y debemos seguir luchando contra la burguesía. Si un régimen de transición burgués se convierte en una posibilidad real, ya sea a través de la dinámica interna en el país o como resultado de una intervención imperialista, la clase trabajadora debe luchar contra el gobierno de la clase burguesa y luchar por un régimen de transición de los trabajadores. Si la clase obrera no llega al poder, Haití permanecerá en una situación de inestabilidad y caos, y la burguesía intentará imponer una dictadura con la esperanza de lograr estabilidad.
El pueblo haitiano ya ha estado en esta situación. El gobierno de la burguesía es corrupto e incompetente y siempre termina cayendo, para ser reemplazado por otro gobierno burgués igual de corrupto e incompetente. Lo que se necesita en Haití es una ruptura total con la política de la burguesía y los imperialistas. Los propios trabajadores deben tomar el poder, crear su propio régimen y gobernar en el interés general de la sociedad. Esta es la única manera de salir de este callejón sin salida.