Las elecciones presidenciales portuguesas del 24 de enero no han tenido sorpresas en cuanto a la reelección de Marcelo Rebelo de Sousa (apoyado tanto por el PSD como por el PS en el gobierno, es decir, por el bipartidismo tradicional portugués que han sido la base del régimen político construido a partir de las sucesivas reformas derechistas de la Constitución de 1976 y la contrarrevolución capitalista tras el PREC de 1974-1975)
Tampoco ha sido nuevo el hecho de la baja participación electoral, que no ha llegado al 40% del censo, y que confirma una tendencia histórica a la baja fruto de la pasividad, el hartazgo y la desafección de partes importantes de la sociedad ante un sistema político y unos partidos que en gran medida no solucionan los problemas materiales y económicos de las masas. Ahora bien, se dio la mayor abstención en unas elecciones presidenciales, potenciada sin duda por la propia situación de crisis sanitaria agravada en las últimas semanas.
Más allá de estos aspectos generales, lo que sin duda ha sido el aspecto más destacable de estos comicios ha sido la irrupción de la formación de ultraderecha Chega con su líder André Ventura. Este hecho pone fin así a la denominada “excepción portuguesa” en una Europa en la que en todos los países se estaba produciendo el auge de formaciones políticas de este tipo. Chega, considerado “populista” de derecha, ultranacionalista y euroescéptico, ya hizo su irrupción en las elecciones legislativas de octubre de 2019. En aquella ocasión obtuvo 67.286 votos (1,29%) en el conjunto del país; ayer, André Ventura obtuvo 496.661 votos (11,90%), a poco menos de un punto de la candidata que obtuvo la segunda posición, Ana Gomes (del PS, pero no apoyada por su dirección y el gobierno de Antonio Costa). Es decir, la ultraderecha ha conseguido en menos de año y medio multiplicar por más de siete sus apoyos, y eso en un contexto de retroceso de la participación electoral.
Por otra parte, existe otro hecho que ya se vislumbraba en las elecciones legislativas de octubre de 2019: Chega está consiguiendo una mayor penetración en los distritos del centro-sur del país, en el Alentejo, y no en los tradicionales bastiones conservadores y de la reacción del norte del país. En aquella ocasión, superaron un bajo 2% en los distritos de Beja, Évora, Faro, Portalegre y Santarém, que no les supuso entonces la obtención de representación parlamentaria por dichos distritos (el único escaño que obtuvieron fue en Lisboa). En estas presidenciales, la tendencia se ha consolidado y André Ventura obtuvo sus mejores resultados en Portalegre (20,04%), Évora (16,76%), Faro (16,69%), Beja (16,19%) y Santarém (15,76%), además de Bragança (17,59%) que constituye la excepción en el norte de un partido que está penetrando más en el interior que en la costa y más en el centro y sur del país que en el norte, teniendo así bastantes paralelismos con la distribución porcentual del voto de Vox en España (con mayores apoyos en Andalucía o Murcia que en Castilla y León o Galicia por ejemplo). Eso sí, esos resultados deben contextualizarse en el marco de unas elevados niveles de abstención (aunque inferiores a la media nacional, que fue del 60,51%) que alcanzaron el 57,77% en Portalegre, 56,40% en Évora, 57,89% en Faro, 56,06% en Beja y 55,1% en Santarém.
En el caso de los distritos del Alentejo además, ha superado en votos al candidato del PCP João Ferreira, a pesar de que siguen siendo la base de voto de la formación de izquierdas como reflejo desgastado de su histórico bastión (15,02% frente al 16,19 de Ventura en Beja; 10,80% frente al 16,76 de Ventura en Évora). Estos datos deberían ser motivo para que empiecen a sonar todas las alarmas en la izquierda, porque se trata de un territorio que fue por ejemplo la base de mayor apoyo electoral de Otelo Saraiva de Carvalho en las primeras presidenciales de 1976, y en el que la suma de votos de PCP y PS solía traspasar el 60% e incluso el 80% en las legislativas en la década de 1980 y 1990, guardando en cierto modo cierta similitud con el caso de Andalucía, aunque de forma más rotunda en favor de las fuerzas de izquierda.
Retroceso del Bloco de Esquerda
En el bloque de la izquierda, además de la candidatura del PCP, estaba el Bloco de Esquerda con Marisa Matías, eurodiputada del Parlamento Europeo desde 2009. Matías, que obtuvo la tercera posición en las presidenciales de 2016 (las anteriores) con 469.582 votos y un 10,12%, un resultado relativamente bueno para la formación nacida en 1999, ha retrocedido de forma importante en esta ocasión. Los 164.690 votos (3,95%) ha supuesto una caída hasta la quinta posición, estando a unos 16.000 votos del candidato del PCP y apenas 30.000 votos por encima del candidato liberal Tiago Mayan. Esto ha supuesto la pérdida de dos tercios de los apoyos con los que contó cinco años antes. Para encontrar un resultado así de este partido habría que remontarse a las presidenciales de 2001 en las que el historiador Fernando Rosas obtuvo un 3% del voto, es decir que el BE no sacaba en general resultados inferiores al 4-5% del voto desde mediados de la década de 2000, ya sea en legislativas o europeas.
Estos datos negativos de Marisa Matías junto a una candidatura de los comunistas que se mantiene en registros similares a los de las últimas presidenciales han firmado el peor dato de la izquierda del PS en Portugal desde 1975. Dichas fuerzas en conjunto tradicionalmente han conseguido entre el 15 y el 20% del voto en el país ibérico, especialmente en los inicios de la actual etapa de democracia burguesa así como en la última década marcada por la crisis económica, siendo los años 1990 la excepción debido al declive que tuvo el PCP en un contexto marcada por el fin de la URSS y los regímenes estalinistas de los países del bloque del este. En esta ocasión, la suma de ambas fuerzas apenas ha superado el 8%, prácticamente 4 puntos por debajo de la candidatura de André Ventura. Habrá que ser si esta tendencia se mantiene o no en próximos comicios como los municipales, previstas para septiembre del presente año.
La falta de una candidatura única de izquierda, así como la carencia de un programa de verdadera alternativa socialista a Marcelo Rebelo de Sousa y lo que representa se pueden destacar entre las causas de este batacazo. En ese sentido, la acción política de estos partidos se fundamente en el sostenimiento más o menos activo del actual gobierno socioliberal de Antonio Costa y el PS, cuyos límites probablemente estén siendo mucho más claros en el actual contexto de fuerte crisis económica a consecuencia de la crisis sanitaria mundial iniciada en 2020, con una fuerte caída de actividades como el turismo que se habían vuelto esenciales en el sostenimiento del capitalismo portugués de los últimos años.
El avance electoral de la ultraderecha a Portugal como consecuencia de los límites de la experiencia de la “geringonça” y la herencia de la contrarrevolución
Los motivos de esta irrupción de la ultraderecha en bastiones históricos de la izquierda son y deben ser objeto de importante debate en la izquierda. A grandes rasgos, se podría decir que es un proceso “cocinado a fuego lento” bajo el dominio de la consolidación de la contrarrevolución capitalista (siguiendo la vía democrático-burguesa) iniciada el 25 de noviembre de 1975 y el desarrollo del capitalismo neoliberal en su forma periférica europea. Ese modelo entró en un periodo de importante crisis a partir de 2008 y 2009, marcado por la intervención de la Troika en la primavera de 2011 con la solicitud de “rescate” realizada por el gobierno del PS de José Sócrates y la posterior llegada del gobierno de coalición de derecha PSD-CDS de Passos Coelho. La política de importantes recortes sociales y ataque a los derechos de la clase trabajadora de este último animó movimientos de protestas e indignación como “¡Que se Lixe a Troika!”, de cuya resaca apareció en 2015 el gobierno del PS con apoyo parlamentario del Bloco de Esquerda y el PCP (la denominada “geringonça”). Las limitaciones de este gobierno, enmarcadas en el cumplimiento de las políticas de ajuste de la Unión Europea, que solo ha concedido unas tímidas mejoras sociales en pasados años en base a un crecimiento económico momentáneo fruto del auge de la actividad turística, desembocan en un panorama de fuerte crisis económica con un país que ya contaba con elevados niveles de precariedad laboral. Y además, de momento no existe ninguna organización o dirección de la izquierda que pueda desempeñar una verdadera alternativa socialista a dicha situación, por lo que la abstención se ve potenciada y por tanto, la ultraderecha tiene una mayor posibilidad de aparentar un mayor apoyo electoral respecto al real en la sociedad.
Centrándonos en el territorio del Alentejo, se podría afirmar que era y es un territorio cuya clase trabajadora necesitaba de una profunda transformación social y económica en forma de reforma agraria, que era precisamente lo que su movimiento obrero consiguió durante el PREC (Proceso Revolucionario En Curso) en 1975 y el PCP construyó su organización y programa precisamente en dichas reivindicaciones populares de carácter revolucionario. Posteriormente, el proceso de reforma agraria fue detenido y progresivamente desmantelado por los gobiernos del PS y el PSD, artífices de la contrarrevolución neoliberal en el país ibérico. Así, el modelo impuesto a regiones como el Alentejo y Andalucía, con la participación en la gestión de los cargos institucionales de la izquierda, fue basado en las políticas procedentes de la CEE-UE (incorporación en 1986) con términos, lenguajes y diseños de políticas públicas elaborados a muchos miles de kilómetros de distancia para la consolidación y mantenimiento así de un capitalismo periférico y subalterno de los grandes centros de decisión con la promesa de la “convergencia” con las áreas “desarrolladas” en términos de nivel de vida y renta per cápita. Los líderes y cargos de la izquierda de una forma u otra han participado de dichas lógicas de la gestión anodina y “desideologizada” en apariencia de estas políticas impuestas por el capital transnacional en forma de “fondos de ayuda”. Hoy, en los albores de la que probablemente sea una inestable y convulsa década de 2020, estos territorios no han conseguido ni mucho menos los niveles de renta, empleo y riqueza de esos otros territorios “desarrollados” modelo, sino que se han consolidado en su papel periférico en Europa. En cierto modo, no es nada casual que en formaciones como Vox o Chega se reproduzcan en el discurso denuncias a los “tecnócratas de Bruselas”, como en alguna ocasión ha hecho Abascal en el Congreso.
Siguiendo el hilo, estamos en 2021 y nos encontramos hasta una fuerte crisis económica, social y política, un panorama de fuerte incertidumbre no visto en décadas, y una población machacada por el paro, la precariedad y la falta de futuro; así que los sentimientos de hartazgo, indefensión, resentimiento, cinismo y la propia sensación de profunda decadencia histórica se empiezan a extender entre los pueblos. ¿Da la “izquierda” institucional y reformista, que es la mayoría por desgracia, alguna respuesta o solución a eso? La respuesta es no, estas formaciones y sus cargos políticos acomodados en las instituciones y el cretinismo parlamentario no están resolviendo los problemas de la clase trabajadora y ya hace décadas renunciaron de forma más o menos pasiva cuando no activa a transformaciones como la que representaba la reforma agraria para territorios como el Alentejo. Los PCs u otras formaciones de la izquierda llevan décadas practicando una política de mantenimiento de la cuota de representación en los parlamentos de las democracias liberales, y unas prácticas reformistas; pero los partidos comunistas nacieron para organizar, liderar o hacer la revolución, no para estar décadas vendiendo la ilusión de que dentro de los cauces de la “democracia” liberal, o con pactos puntuales con la socialdemocracia reconvertida en socioliberalismo, se cumplirán las metas históricas que prometieron a la clase obrera.
Decía en la noche electoral André Ventura “esmagámos a extrema-esquerda em Portugal” y más bien se podría decir que son las propias direcciones de la izquierda reformista las que se aplastan ellas solas. El capitalismo y su democracia burguesa siempre termina trayendo de vuelta el “huevo de la serpiente” que ya estaba incubándose y saliendo a la luz hace justo ahora un siglo en Europa, aunque las izquierdas reformistas hayan creído que eso ya era imposible. Y para frenar eso, no basta con defensas azucaradas y generales de la “democracia” ni con el uso de eslóganes y proclamas vaciadas a estas alturas de su significado verdadero y material después de haber sido tan usadas. Para tal meta, la clase trabajadora portuguesa y su organización son el actor fundamental bajo una dirección con un verdadero programa de transformación socialista y revolucionaria de la sociedad, que recupere las mejores tradiciones del proletariado urbano y rural del Portugal del PREC de la década de 1970.