La revista iraní La escena contemporánea me ha pedido que contribuya con un artículo a un número especial sobre el tema «El capitalismo y el arte». Esta publicación, de la que solo recientemente he tenido conocimiento de su existencia, es una revista teórica relacionada con el arte y, en particular, el arte escénico. Creo que el creciente interés en las ideas marxistas entre los jóvenes, artistas e intelectuales en Irán está extendiéndose significativamente y estoy encantado de poder participar en esta importante discusión [Se puede ver la edición en farsi aquí].
Un hombre de negocios dijo en una ocasión al poeta inglés Robert Graves: «No hay dinero en la poesía», a lo que él respondió: «No, pero tampoco hay poesía en el dinero». Tengo la firme convicción de que el capitalismo, especialmente en su período de decadencia senil, es profundamente hostil al arte. Los capitalistas ven el arte como ven todo lo demás: como una mercancía. Conocen el precio de una obra de arte, pero no su valor. Para ellos, el arte y los artistas son para comprar y vender como cualquier otro producto.
Cuando el gran artista holandés Vermeer murió, su esposa tuvo que vender al panadero las pocas pinturas que su marido había dejado para pagar las deudas con él. Del mismo modo, Van Gogh vendió solo una pintura en toda su vida. Ahora las grandes pinturas (e incluso las no tan grandes) se venden por inmensas sumas de dinero en las salas de subastas de Londres y Nueva York. El arte en el mundo moderno es un mero objeto de especulación, un área de inversión altamente rentable y segura.
En el pasado, algunos hombres ricos, como la familia Medici en Florencia, eran generosos mecenas de las artes. También es cierto que tenían tanto dinero que no sabían qué hacer con él, pero al menos algunos de ellos tenían algún interés en el arte y mostraban cierto aprecio por las obras que habían encargado. Pero hoy, esos individuos anónimos que pujan por teléfono ofreciendo incontables millones de dólares por una pintura de Picasso, no lo hacen por amor al arte.
La mayoría de las pinturas así adquiridas nunca serán vistas por el público, tal vez ni siquiera por el propio comprador. Serán enterradas en la bóveda de algún banco suizo, tan perdidas para la humanidad como cualquiera de las maravillosas obras de arte antiguas que han sido dinamitadas o arrasadas por los bárbaros de Daesh en Siria e Irak. Podríamos agregar que no todas estas obras de arte han sido destruidas físicamente. Muchas fueron cuidadosamente sustraídas, sacadas de contrabando y vendidas en secreto a los ricos «amantes del arte» estadounidenses que las mantienen prisioneras, como los pobres diablos en las cárceles subterráneas de Daesh. Los verdaderos bárbaros y destructores del arte se encuentran en Nueva York y Londres.
Literatura y revolución
Históricamente, la literatura y la poesía han sido a menudo los vehículos de las ideas más avanzadas y revolucionarias. Marx fue un gran admirador de Percy Shelley, el gran poeta inglés revolucionario que, trágicamente, murió muy joven. Entre sus obras encontramos obras maestras revolucionarias como La revuelta del Islam y La máscara de la anarquía. La segunda de estas obras es una condena airada de una masacre de hombres, mujeres y niños desarmados perpetrada por el gobierno reaccionario.
El 16 de agosto de 1819 en la Plaza de Saint Peter, Manchester, 60.000 manifestantes pacíficos se congregaron para exigir libertad y la eliminación de la pobreza. Fueron brutalmente atacados por la caballería en un hecho que se conoció como la «Masacre de Peterloo». Ese día, unas 18 personas, incluidos cuatro mujeres y un niño, murieron por heridas de sable y pisoteados. Cerca de setecientos hombres, mujeres y niños resultaron gravemente heridos.
El Gobierno tory, en última instancia, fue responsable de la masacre y el vizconde Castlereagh[1], líder de los tories en la Cámara de los Comunes, fue el instigador de las duras medidas de represión política que le siguieron. Shelley escribió el poema La máscara de la anarquía como una protesta apasionada contra esta masacre. Es una dura denuncia del gobierno y las fuerzas de la reacción. En él leemos lo siguiente:
En mi camino vi al Asesinato.
Portaba una máscara con el rostro de Castlereagh.
Su mirada era dulce, aunque siniestra;
Siete perros de presa le seguían:
Todos eran obesos, y parecían
Estar en magnífica forma.
Por separado y de dos en dos,
Él les tiraba corazones humanos para que los devorasen
Sacándolos de su amplia capa.
Después llegó el Fraude, que vestía,
Como Eldon [2], un manto de armiño.
Sus grandes lágrimas, pues llorar perfectamente sabía,
Se volvían piedras de molino cuando caían.
Y los pequeños niños queJugaban a sus pies
Tomaban esas piedras por gemas
Y se abrían el cerebro bajo ellas.
Hoy, estas líneas, escritas hace más de 200 años, no han perdido su capacidad para conmocionar e inspirar la indignación revolucionaria. No es casualidad que hace unos meses el dirigente de izquierda del Partido Laborista Británico, Jeremy Corbyn, citara las últimas dos estrofas de este gran poema ante una audiencia extasiada de jóvenes en el festival pop de Glastonbury:
Hombres de Inglaterra, herederos de la Gloria,
Héroes de una historia no escrita,
Hijos de una poderosa Madre,
Que portáis sus esperanzas y las de todos;
Levantaos cual Leones tras el sueño
En número invencible.
Arrojad vuestras cadenas a la tierra como un rocío
Que mientras dormíais cayó sobre vosotros,
Vosotros sois muchos, ellos pocos.
Los miles de jóvenes que escucharon estos versos inspiradores se llenaron de alegría por su espíritu revolucionario. Habían ido al festival a escuchar música pop, pero se marcharon imbuidos de entusiasmo revolucionario. Aquí vemos claramente el poder de la poesía para inflamar los corazones de los hombres y de las mujeres. Es un poder que no disminuye con el paso del tiempo, sino que, más bien al contrario, se fortalece.
Wordsworth y la Revolución francesa
Algunos años antes de que Shelley escribiera estas líneas, el célebre poeta inglés William Wordsworth compuso su gran poema, El preludio. En ese momento, junto con muchos escritores y poetas en Inglaterra, Wordsworth estaba impactado por la gran Revolución francesa. Visitó la Francia revolucionaria cuando era joven y escribió los siguientes inspirados versos para celebrar su experiencia:
El gozo de estar vivo en aquel amanecer,
¡el Eden de ser joven! ¡Oh, tiempos!
¡En los que los hábitos magros, rancios y prohibitivos,
de las costumbres, las leyes, y los estatutos, reclamaron a la vez
la atención de un país apasionado.
En su vida posterior Wordsworth se desilusionó de la Revolución francesa, tras el ascenso de Napoleón Bonaparte. Muchos otros intelectuales siguieron sus pasos e, incluso, se volvieron conservadores reaccionarios. Pero un hombre se destaca en marcado contraste con esta tendencia: el gran poeta escocés Robert Burns. A diferencia de otros poetas y escritores de aquellos tiempos, Burns no provenía de un entorno rico, aristocrático o, incluso, de clase media. Hijo de un pequeño agricultor pobre, conocía el mundo de la pobreza y el trabajo duro. A través de su propio genio inherente, ascendió a través de las filas de los poetas más destacados de su época, o de cualquier época.Además de ser un poeta lírico maravilloso, Burns también fue un demócrata revolucionario valiente y consecuente. En sus obras, con frecuencia encontramos las referencias más mordaces y hostiles a los objetos de su odio: terratenientes, reyes, sacerdotes y abogados. En su largo poema satírico Tam o’Shanter, por ejemplo, leemos:
Three lawyers’ tongues, turn’d inside out,
Wi’ lies seam’d like a beggar’s clout;
Three priests’ hearts, rotten, black as muck,
Lay stinking, vile in every neuk.
Estas líneas están escritas en el dialecto nativo de las Tierras Bajas de Escocia (Lowland Scots) de Burns. En español, se leería así:
Tres lenguas de abogados vueltas del revés,
Cosidas con mentiras como un remiendo de mendigo
Tres corazones de clérigos tan negros como el estiércol
Pestilentes y viles por doquier.
En su breve pero mordazmente sarcástico poema Día de Acción de Gracias por una victoria nacional, Burns muestra su total desprecio por la fiebre patriótica que se apoderó de toda Gran Bretaña durante las largas guerras contra la Francia revolucionaria:
¡Hipócritas! ¿Son estas vuestras jugadas?
¡Asesinar hombres y dar gracias a Dios!
¡Desistid, por Dios! No prosigáis más;
¡Dios no aceptará vuestras gracias por Asesinato!
Robert Burns conservó su ardiente fe en la Revolución francesa y la defendió audazmente hasta el final de sus días. Solo el apoyo de sus admiradores aristocráticos lo salvó de la prisión o algo peor. Sin embargo, el gobierno se tomó la revancha negándole un puesto cómodo de funcionario. Terminó sus días como lo había hecho su padre, trabajando en la tierra en condiciones duras que minaron su frágil salud y al final lo mataron.
Drama revolucionario
Con el drama, la poesía y la prosa encuentran una nueva dimensión y significado. La relación entre el poeta y el lector individual es la relación entre dos átomos esencialmente no relacionados. El drama le da nueva vida a la palabra escrita, la cual al final se escapa de los estrechos confines de la literatura escrita y salta de la página para enfrentarse a un público más amplio de una manera mucho más concreta e inmediata.
Esto proporciona a la literatura un alcance mucho mayor de lo que sería posible en forma escrita. Contiene mayor fuerza para conmocionar, emocionar o divertir. Sus géneros principales eran tradicionalmente la tragedia y la comedia, aunque un genio como Shakespeare fue capaz de combinar las dos con gran efecto. El potencial para usar el teatro con fines políticos y revolucionarios es, por lo tanto, muy claro.
Incluso en su forma más antigua, el drama se ha utilizado para transmitir cierto mensaje. En la tragedia griega encontramos un poderoso mensaje contra la guerra en Las troyanas del dramaturgo griego Eurípides. Escrita en el año 415 a. C. durante la guerra del Peloponeso, a menudo se interpreta como un comentario sobre la captura de la isla egea de Milo y la posterior matanza y esclavización de su población por parte de Atenas. Si esta interpretación es correcta, fue una declaración política muy valiente y audaz. Muestra el sometimiento y la crueldad hacia las mujeres capturadas de la forma más cruda e impactante. Como todo gran drama, no ha perdido nada de su fuerza para conmocionar después de más de 2000 años.
En otro nivel completamente diferente, las comedias de Aristófanes tenían un mensaje político igualmente agudo. Las obras que nos han llegado contienen una mordaz crítica de la sociedad ateniense contemporánea, sus costumbres, su política e, incluso, su filosofía. El mensaje político más preciso en Aristófanes se identifica con las sangrientas y prolongadas guerras entre Atenas y Esparta. Cuatro de sus obras son apasionados llamamientos a la paz.Sin embargo, a diferencia de las obras de Eurípides, en Aristófanes no encontramos principios ni moralidad elevados. Políticamente, Aristófanes era un conservador y enemigo acérrimo de la democracia ateniense, que él consideraba la fuente de todo mal. Sus obras contienen muchos ataques mordaces contra el pueblo de Atenas, a quienes consideraba meros incautos en manos de demagogos inescrupulosos. Probablemente su deseo de paz con Esparta indique cierta simpatía hacia el sistema político conservador y draconiano en ese Estado. En cualquier caso, el arte de la comedia en las obras de Aristófanes alcanza alturas similares a las alcanzadas por sus rivales, los grandes trágicos de la etapa ateniense.
Shakespeare e Ibsen
Con las obras de Shakespeare, el arte dramático alcanza un nivel verdaderamente sublime que nunca ha sido igualado o, menos aún, superado. Aquí la poesía y el drama se fusionan en una sola forma de arte. Cada línea en estos grandes dramas es poesía del nivel más elevado. Esto de ninguna manera disminuye el impacto dramático de las obras. Muy por el contrario, el impacto dramático se vuelve aún más poderoso por el impacto de la imaginería poética.
Este no es el lugar para desarrollar un análisis de la obra de Shakespeare (he intentado hacer esto en otro lugar[3]). Ciertamente no soy el único que tiene la convicción inquebrantable de que Shakespeare es el mejor escritor de todos los tiempos. Pero dado que el énfasis principal del presente artículo se refiere a la relación entre la política (y específicamente la política revolucionaria) y la literatura, debo señalar que tal relación, aunque puede detectarse en algunas de las obras de Shakespeare, está muy lejos de ser de gran importancia.
Se pueden sacar ciertas conclusiones sobre la actitud de Shakespeare hacia la revolución a partir de algunos pasajes de Enrique VI, Parte 2 y Julio César, por ejemplo, pero tal conclusión tendría que ser de un carácter claramente negativo. Los recuerdos de las sangrientas guerras civiles conocidas como las guerras de las Dos Rosas todavía estaban muy presentes en la mente de la gente en la época de Shakespeare, y la gente de su clase social no estaba favorablemente dispuesta a regresar a convulsiones sociales y políticas. La actitud de Shakespeare en ese sentido era conservadora, aunque en el campo del arte y la literatura era un gran revolucionario y un innovador audaz.
En el siglo XIX tenemos las obras del gran dramaturgo noruego Henrik Ibsen. Estos dramas pueden arrojar mucha luz sobre la naturaleza y los problemas de la sociedad noruega de ese período, y particularmente el estrecho filisteísmo y moralidad hipócrita de la clase media noruega. Ibsen somete esto a una crítica mordaz y penetrante en sus obras.
Estas obras conmocionaron y escandalizaron a la Europa de ese momento. Ibsen adopta el tema de la emancipación de la mujer en obras de teatro como la Casa de muñecas. Aquí una mujer finalmente escapa de los confines sofocantes de un matrimonio infeliz. El ruido del portazo cuando abandona la casa es un intenso símbolo de la prisión que deja atrás. Es una condena devastadora de los valores hipócritas del siglo XIX que trataron de disfrazar la esclavitud de las mujeres a los hombres como el don natural e inalterable de las cosas.
En Un enemigo del pueblo, el personaje central, el Doctor Stockman, descubre que el sistema de desagüe de los baños está contaminado. Alerta a varios miembros de la comunidad y al principio recibe apoyo y agradecimiento por su descubrimiento. A la mañana siguiente, sin embargo, su hermano, que además resulta ser el alcalde de la ciudad, le dice que debe retractarse de sus declaraciones, ya que las reparaciones serían demasiado costosas y, en cualquier caso, no está conforme con las conclusiones de la investigación.
El alcalde moviliza a la opinión pública contra su hermano y uno por uno sus antiguos partidarios lo abandonan. Como se niega a renunciar a sus ideas, es condenado al ostracismo por la respetable comunidad de clase media. Su casa es destrozada y es despedido junto con sus hijas. Se ha convertido en «Un enemigo del pueblo».
Muchos años después, cuando el gran revolucionario ruso León Trotsky vivía en exilio forzado en Noruega, meditó sobre el significado de los grandes dramas de Ibsen. Habiendo sido recibido en el seno de la «democrática» noruega por el Partido Laborista que estaba en el gobierno, Trotsky pronto se encontró en condiciones mucho peores de las que había estado anteriormente en Francia. Aislado del mundo exterior, con prohibición de escribir o, incluso, comentar sobre asuntos externos en un momento en el que Stalin estaba lanzando los monstruosos Juicios de Moscú, estaba virtualmente bajo arresto domiciliario.Trotsky quedó impresionado por la manera profunda y veraz en que el gran dramaturgo noruego del siglo XIX denunció tan elocuentemente la hipocresía que es tan característica de la pequeña burguesía escandinava en general y de la pequeña burguesía «progresista» y «liberal» (hoy en día se diría socialdemócrata) en particular. Detrás de la máscara sonriente del liberalismo, siempre encontramos el rostro feo de la reacción burguesa. Cualquiera que se atreva a arrancar esta máscara es automáticamente denunciado como «Un enemigo del pueblo».
Arte político
El escritor alemán Bertolt Brecht hizo la siguiente observación en una ocasión: «Que el arte se vuelva “apolítico” significa solo aliarse con el “grupo gobernante”». Por supuesto, al arte le es posible evitar completamente el comentario social, enterrarse en un lecho de flores de olor agradable, cerrar los ojos a la fea realidad de la opresión y la explotación que lo rodea. Pero el arte que es fiel a sí mismo, sobre todo, el gran arte, no puede ser indiferente al destino de la humanidad.
Eso no quiere decir que el arte deba descender al nivel de cruda propaganda. La propaganda pertenece al terreno de la política donde juega un papel importante. Pero la política no es el terreno natural del arte. El artista debe expresar los sentimientos del corazón y el alma. Estos sentimientos no pueden ser dictados por influencias externas, ya sean políticas, religiosas o monetarias. Sin embargo, en su nivel más alto, el sentimiento artístico puede reflejar el drama de la existencia humana de la forma más poderosa.
Para que el arte se vuelva genuinamente libre, para que la cultura deje de ser propiedad privada de unos pocos y se vuelva auténticamente humana, primero es necesario romper los lazos de la esclavitud, la explotación y la opresión. Es por eso que el arte, para ser fiel a sí mismo, debe ser un arte revolucionario. Y como hemos visto en el caso de Picasso, el arte revolucionario puede alcanzar el nivel de genialidad.
En el terreno de la literatura y el drama, podemos citar ejemplos de escritores que combinaron exitosamente el trabajo revolucionario y los grandes logros artísticos. Maiakovski era un miembro activo del partido bolchevique en Rusia desde una edad temprana. En su poesía podemos ver una fusión perfecta del fervor revolucionario con los niveles más altos posibles de logro poético. También escribió obras exitosas como La chinche y realizó carteles en el estilo constructivista que llevaron esta rama del arte al más alto nivel alcanzado en cualquier momento antes o después.
No es una casualidad que la poesía de Maiakovski ejerciera un poderoso impacto en las mentes de millones de trabajadores y campesinos rusos en los años posteriores a la Revolución de Octubre. Ese gran acto de emancipación inspiró a las masas a participar no solo en política, sino también en la cultura. El tremendo florecimiento del arte, la poesía y la música en la década de 1920 fue sofocado bajo el peso agobiante de la burocracia estalinista. El suicidio de Maiakovski en 1930 fue sin duda una protesta contra la contrarrevolución política estalinista.
Otro ejemplo sorprendente fue el caso de Bertolt Brecht. Al igual que Maiakovski, Brecht fue un marxista convencido que utilizó sus obras para denunciar sin piedad el capitalismo. En obras como La ópera de los tres centavos, Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny y Los siete pecados capitales (brillantemente adaptadas a la música por el talentoso colaborador de Brecht, el compositor Kurt Weill) criticó a la sociedad burguesa, su moralidad e hipocresía. Brecht es mejor conocido por sus obras experimentales y su teoría dramática revolucionaria. Pero también fue un poeta importante que escribió 1.500 poemas. Entre ellos, encontramos el poderoso poema Preguntas de un obrero que lee, que vale la pena reproducir en su totalidad:
¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada
la Muralla China? La gran Roma
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió? ¿Sobre quiénes
triunfaron los Césares? ¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus habitantes? Hasta en la legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba,
los que se hundían gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él solo?
César derrotó a los galos. ¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su Armada
fue hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años. ¿Quién
venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.
Sin embargo, a Brecht se le recuerda mejor indudablemente por su obra dramática. Desarrolló una teoría del drama completamente nueva conocida como el «efecto de distanciamiento» (en alemán Verfremdungseffekt), que representa una forma inusual de utilizar el teatro. Él lo describió como «actuar de tal manera que a la audiencia se le impida simplemente identificarse con los personajes de la obra. La aceptación o el rechazo de sus acciones y expresiones debe ocurrir en un plano consciente, en lugar de, como hasta ahora, en el subconsciente de la audiencia».
Al destruir la ilusión por medio de la cual el público se identifica inconscientemente con las ideas y las motivaciones de los actores en el drama, Brecht nos obliga a pensar en el contenido real de lo que se les presenta. Esto a veces da lugar a una experiencia incómoda. Pero como dramaturgo revolucionario, Brecht no tenía el más mínimo interés en hacer que el público se sintiera cómodo.
Hace muchos años recuerdo que, cuando se puso Mahagonny en los escenarios de Londres, provocó aullidos de protesta entre los espectadores de la clase media, cuyos sentimientos estaban doloridos por su mensaje intransigente. En un momento determinado, un personaje de la obra está a punto de ser ahorcado y solo podrá salvarse mediante el pago de una cierta cantidad de dinero. Un actor se adelantó en el escenario y se dirigió directamente a la audiencia para pedir que hicieran el sacrificio financiero necesario para salvar la vida de un hombre.
Naturalmente, no se recibió ninguna donación, ya que el conmocionado público londinense se metió las manos en los bolsillos, pero para asegurarse de que sus carteras aún estaban ahí. Esto fue posteriormente denunciado como «un insulto a la raza humana». Si se pretendía insultar, no era a la humanidad en general, sino solo a los aficionados londinenses de la pequeña burguesía egocéntricos y tacaños, cuyo arrebato de dignidad ofendida para mí fue indicio de que la flecha con púas de Brecht había acertado perfectamente su objetivo.
Literatura, Oriente y Occidente
En muchos sentidos, el Oriente es más culto que el Occidente. Mientras que la poesía en Occidente es hoy en día propiedad de un puñado de intelectuales y a menudo la gente común la mira con recelo, en el Oriente sigue siendo una tradición vibrante y popular. El drama, como la poesía, es un arte con una larga historia en los países musulmanes. Los poetas de otros tiempos eran cortesanos, siervos feudales de rango incierto, cuyo deber era estar a mano cada vez que su patrón deseaba descansar o divertirse con el ingenio del poeta. En la mayoría de los casos, los poetas de la corte eran esclavos del autócrata en el trono.
Sin embargo, a mí me parece que las actitudes persas hacia la poesía siempre poseían un contenido esencialmente social y crítico. Y se me ha dicho que hoy en día hay muchas cosas muy interesantes teniendo lugar en todos los campos del arte iraní. Desafortunadamente, debo reconocer un lamentable desconocimiento de los detalles de este tema. En parte, esto se debe al hecho de que en el Occidente no se presta suficiente atención a las grandes culturas del Oriente, no solo en la actualidad sino incluso en el pasado.
En los libros de texto hasta el día de hoy, Alejandro de Macedonia es retratado como un gran hombre que «salvó» a Europa de los «bárbaros» persas. No se dice una palabra sobre las grandes culturas y el arte de la antigua Persia, que alcanzaron cumbres asombrosas cuando el pueblo de Macedonia se componía de pastores pobres y el padre de Alejandro (conocido por los griegos como Felipe el Bárbaro) estaba tratando de aprender el idioma griego. Tan impresionadas estaban las hordas invasoras macedonio-grecas con las maravillas de Persépolis que no perdieron tiempo en quemarla hasta los cimientos. El pueblo de Irán sabe esto de sobra, pero es un libro cerrado para la mayoría de la gente de Occidente, para quien Alejandro sigue siendo «el Grande».
Sin embargo, el problema principal que tengo es el idioma. Uno puede apreciar las artes visuales sin ninguna necesidad especial de saber idiomas. No es necesario hablar o leer holandés para apreciar las pinturas de Van Gogh. En ese sentido, la pintura y la escultura (y también la música) son casi universales en su atractivo. Pero las cosas son diferentes con la literatura, y especialmente con la poesía, la forma más elevada de la literatura.
La poesía no puede ser traducida. Traducir poesía es destruirla como poesía. Hay solo dos posibilidades. Uno puede traducirla literalmente, palabra por palabra –y así se pierden todas las cualidades poéticas–, o uno puede recrearla en otro idioma, en cuyo caso es posible crear poesía buena o, incluso, genial, pero es algo completamente diferente al original.
Sin embargo, se ha logrado cierto éxito relativo a través del trabajo de unos pocos traductores competentes. Algunas de las poesías más bellas del idioma inglés son las recogidas en Rubaiyatde Omar Jayam en la maravillosa traducción de Edward Fitzgerald. Creo que algo de la magia del original se transmite en la traducción de Fitzgerald. Pero no me hago ilusiones de que los poemas de Fitzgerald, aunque fantásticos, sean el Rubaiyat de Omar Jayam, sino algo completamente diferente.
Por lo que sé de él, Jayam era una figura notable, similar en muchos sentidos a los genios del Renacimiento occidental, pero varios siglos antes. Al igual que Leonardo da Vinci, era un erudito. Ya en el siglo XI, sus obras abarcaron los campos de la astronomía, las matemáticas, la filosofía y la poesía.Aunque no puedo leerla en el original, es obvio que se trata de una poesía llena de gran belleza, que combina la sensualidad con un sentido profundo y conmovedor de la fragilidad y lo efímero de la vida. En su estilo satírico agudo, rítmico y melodramático, Jayam no solo evoca emociones intensas, sino que a través de ellas también saca a relucir su filosofía agnóstica racionalista, que estaba muy por delante de su época. Además de sus méritos filosóficos y poéticos intrínsecos, esta literatura persa temprana es interesante debido a su carácter crítico y rebelde. Junto con su apasionado llamamiento para que los humanos celebren la vida y utilicen al máximo el tiempo limitado en esta tierra –a menudo transmitido a través de las imágenes del vino, que simboliza la pasión y la vida, así como el vino mismo, que estaba prohibido por el clero–, era una molestia para la institución religiosa. ¿Y dónde estaría la poesía persa sin el amor, el vino y la taberna?
Hafiz, también, era un poeta que cantaba las alegrías del amor y el vino, pero igualmente a veces atacó la hipocresía religiosa. Él es muy conocido por su poesía, pero asimismo escribió sobre política y religión. Su lengua afilada desolló sin piedad la hipocresía de los sacerdotes y las élites gobernantes durante el siglo XIV.
A partir de estos ejemplos (debe haber muchos otros de los que lamentablemente no tengo conocimiento), está claro que, desde los tiempos más remotos, la literatura persa ha contenido importantes elementos críticos, inconformistas y rebeldes. Los grandes poetas persas perfeccionaron el uso de la sátira como arma política. Y esta arma conserva toda su potencia en el Irán actual.
¿Tiene el arte un futuro?
Tal vez el cuadro más importante del siglo XX fue el Guernica de Picasso, que lo pintó como una reacción a la brutalidad de la Guerra Civil española y los crímenes del fascismo. Nadie puede describir esta gran obra de arte como mera propaganda. Sin embargo, tiene un mensaje político muy claro y extremadamente potente. Es el verdadero descendiente de los igualmente magníficos aguafuertes en blanco y negro del gran pintor español Goya llamados Los desastres de la guerra.
Estas obras de arte increíblemente poderosas fueron el producto de las profundas reacciones sentidas por un artista ante el terrible destino de los hombres y las mujeres en las sangrientas guerras de su propia época. Con frecuencia me pregunto dónde están hoy las obras de arte equivalentes. Nuestro mundo se ve desgarrado por constantes guerras, sangrientas masacres, limpieza étnica y brutalidad en una escala sin precedentes. Por dar un solo ejemplo, en las horrendas guerras civiles en el Congo, al menos cinco millones de hombres, mujeres y niños han sido masacrados. Sin embargo, estas atrocidades ni siquiera se merecen la portada de los periódicos.
Así como la burguesía no tiene nada que decir en el ámbito de la filosofía, en el terreno del arte y la música ha abandonado desde hace tiempo cualquier pretensión de relevancia y, mucho más, de grandeza. Si en la actualidad el arte tiene algún significado, uno hubiera esperado que tuviera algo que decir sobre estas cuestiones. Pero buscamos en vano un equivalente moderno del Guernica de Picasso o de Los desastres de la guerra de Goya. En su lugar, nuestros artistas en Gran Bretaña dedican su tiempo a producir obras sobre temas tan fascinantes como una cama deshecha o un tiburón conservado en formaldehído. ¡A tales niveles de trivialidad ha descendido el arte en nuestros tiempos!
¿Significa esto que la causa del arte se ha perdido irrevocablemente? Llegar a tal conclusión sería caer en el tipo de pesimismo y nihilismo artístico que indudablemente es el estado de ánimo generalizado que existe hoy en las filas de la burguesía y sus seguidores de la clase media. Pero el marxismo es optimista y revolucionario por su propia naturaleza. Lejos de ser pesimistas sobre las perspectivas del arte y la cultura en general, tenemos mucha confianza en el papel que pueden desempeñar tanto hoy en día como en el futuro.
Los marxistas de ninguna manera rechazan los grandes logros hechos por el arte y la cultura en el curso de los últimos 2000 años de la civilización humana. Pero entendemos que durante todo este tiempo el camino a la cultura ha estado bloqueado para la gran mayoría de los hombres y las mujeres. Durante todo este tiempo, el arte y la cultura han sido el monopolio de unos pocos privilegiados, los mismos privilegiados que han disfrutado del beneficio de la riqueza y la educación y, en consecuencia, han controlado el gobierno y el destino del pueblo.
Toda la historia muestra que el arte es revolucionario por su propia naturaleza. Debajo de la superficie, el gran arte siempre busca romper con las viejas convenciones y encontrar nuevas formas de mirar el mundo. El arte está involucrado en una búsqueda eterna de la verdad. Por esa razón, es hostil a todas las formas de hipocresía, mentiras y engaños. El arte moderno está destinado a chocar con el sistema si desea sinceramente salir del impasse en que se encuentra.
El fermento social y político actual en Irán inevitablemente inspirará a toda una nueva generación de poetas, escritores y dramaturgos cuyas obras reflejarán los acontecimientos en la sociedad. Ahora más que nunca para los escritores iraníes es imposible aislarse de la realidad social. La nueva generación encontrará formas y medios para expresar los sentimientos, los pensamientos y las aspiraciones de las masas. Al hacerlo, regresarán a las ricas tradiciones artísticas y literarias del pasado, transmitiéndoles el aliento de la nueva vida.
La dialéctica nos dice que, tarde o temprano, todo se convierte en su opuesto. Algunas veces, la historia en general puede parecer un ciclo sin fin en el que se repiten los hechos que han sucedido en el pasado. Hay un elemento de verdad en esta observación, pero es incompleta y, por lo tanto, falsa. La rueda de la historia gira constantemente. Pero a pesar de todos sus giros, nunca regresa al punto de partida. La historia se repite, pero siempre termina en un nivel cualitativamente superior, enriquecida por todo el contenido acumulado del pasado.
Estas observaciones son aplicables no solo al desarrollo de las sociedades, sino también al arte y la cultura. En el pasado, Persia pasó por períodos de grandes logros artísticos, seguidos por períodos de decadencia e, incluso, de barbarie. Pero el potencial colosal del pueblo de Irán y sus artistas, escritores e intelectuales, permanece intacto. En el futuro, este potencial le permitirá a Irán ascender a cimas de logros culturales que colocarán todas las glorias del pasado en la sombra más oscura. Hoy más que nunca, el verdadero artista tratará de unir sus esfuerzos creativos personales con los esfuerzos de la masa del pueblo explotado y oprimido para cambiar la sociedad y crear un mundo mejor. Sin lugar a dudas, no puede haber una forma de arte superior a esa.
[1] Robert Stewart, segundo marqués de Londonderry (1769-1822), conocido como Lord Castlereagh. Fue el dirigente de la coalición de las potencias europeas contra Napoleón. Participó en la represión de Irlanda en 1798. Su conducta ultrarreaccionaria le convirtió en la bestia negra de todos los progresistas y liberales británicos. El mismo año de la muerte de Shelley, se cortó la garganta con una navaja de afeitar. Durante el entierro el pueblo de Londres no perdió la oportunidad de demostrarle su antipatía con una histórica algarada.
[2] John Scott, Barón de Eldon (1751-1838). Lord canciller. Una de las grandes bestias negras de Shelley, debido al uso reaccionario que hacía de su condición de juez. En 1817, tras la muerte de su esposa Harriet, le impidió hacerse con la custodia de sus hijos. El manto de armiño marca su autoridad legal.
[3] 400 años de la muerte de Shakespeare: un revolucionario en Literatura