400 años de la muerte de Shakespeare: un revolucionario en Literatura – Parte IV – final

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El inglés cuenta con por lo menos 250.000 vocablos – aunque algunas estimaciones sugieren un número mucho mayor – un millón o más (según el estudio elaborado por Global Language Monitor, en enero de 2014 y el estudio más reciente realizado por Google y Harvard). Sea cual sea la cifra real, está claro que el inglés tiene más palabras que cualquier otra lengua europea. Este es el resultado de su peculiar evolución histórica.

Una revolución en el lenguaje

220px Title page William Shakespeares First Folio 1623

En los últimos mil años, el inglés ha cambiado más que cualquier otra lengua europea. El anglosajón, del que deriva el inglés, pertenecía a las lenguas germánicas, relacionadas con el holandés, el alemán y las lenguas habladas en los países escandinavos. Si retrocedemos unos siglos atrás, al inglés hablado antes de 1066, leer el poema épico anglosajón Beowulf resultaría tan incomprensible para la mayoría de hablantes del inglés moderno como el griego homérico, como dejan ver estas primeras líneas:

“Hwaet! Wé Gardena en géardagum
þéodcyninga Thrym gefrúnonhú
dA æþelingas Ellen fremedon”
“¡Oíd! Yo conozco la fama gloriosa
que antaño lograron los reyes
daneses, los hechos heroicos
de nobles señores”.

Después de la conquista normanda, en 1066, el francés normando se convirtió en la lengua de la clase dominante, siendo el latín la lengua culta y de la Iglesia. Pero la población continuó hablando el dialecto anglosajón del alemán. Una característica curiosa del inglés es que utilizamos una palabra para un tipo particular de carne y otra completamente diferente para el animal de donde procede. En todos los casos, la palabra para la carne es francesa, mientras que la que designa al animal es alemana, como en los siguientes ejemplos:

Animal (Alemán) o [IA*] | Carne (Francés)
Vaca (Cow / Kuh)                              | de vacuno (Beef / Boeuf)
Becerro (Calf / Kalb)                          | de ternara (Veal / Veau)
Cerdo (Swine / Schweine)                  | de cerdo (Pork / Porc)
Oveja (Sheep / Schaf)                       | de cordero (Mutton / Mouton)
Gallina (Hen / Huhn)                          | aves de corral (Poultry / Poulet)

[*Inglés Antiguo, se refiere a la forma del inglés hablado alrededor de 500-1100 dC]

Este es un claro ejemplo de la base de clase del inglés, ya que los campesinos que hablaban anglosajón conocían a los animales muy bien, pero casi nunca comían carne, mientras que los señores normandos, que hablaban francés, estaban familiarizados con el animal solamente cuando venía servido en un plato. A día de hoy, el inglés hablado por los trabajadores contiene una mayor proporción de palabras de origen germánico, mientras que las “clases cultas” utilizan una mayor proporción de palabras de origen francés o latino.

Hay en el inglés moderno incluso una especie de “acento de clase alta” que, si bien no es muy singular, es sin duda mucho más pronunciado en inglés que en otras lenguas. El idioma de los que “hablan refinado” o de los que “hablan con canicas en la boca” ofende a los oídos de la mayoría de las personas, produciendo más o menos el mismo efecto desagradable que el del zumbido de un torno de dentista. Aunque no se comprenda el por qué, a la gente común le suena completamente ajeno – de hecho lo es. Es un eco lejano de los tiempos en que la clase alta hablaba un idioma diferente, extranjero.

Durante un largo período, gran número de palabras procedentes del francés y del latín entraron en la lengua. Esto explica que el inglés posea un vocabulario mucho mayor que cualquiera de las lenguas germánicas o románicas, como el francés, español o italiano. La fusión del inglés (anglosajón) con el francés (normando), que se produjo a finales del siglo XIV, hizo del inglés no sólo un idioma singular y rico, sino también un animal híbrido bastante extraño que desafía toda lógica.

La naturaleza compleja y francamente ilógica de la ortografía inglesa, que ha llevado a generaciones de estudiantes extranjeros (y también a nativos de habla inglesa) a la confusión, es la consecuencia inevitable de la fusión de dos lenguajes completamente diferentes. Pero el resultado es un vocabulario maravillosamente rico, que permite numerosos matices y juegos de palabras difíciles, cuando no imposibles, de lograr en otros idiomas.

Esta metamorfosis alcanzó su expresión más perfecta en Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer – la primera verdadera obra maestra de la literatura inglesa. Pero el lenguaje de Chaucer era una etapa de transición. Todavía no era inglés moderno.

Incluso las personas cultas tendrían problemas para entender las primeras líneas de esta obra:

“Whan that Aprille with his shoures soote
The droghte of Marche hath perced to the roote,
And bathed every veyne in swich licour,
Of which vertu engendred is the flour […]”.

Aunque se acerca mucho más al inglés moderno que la lengua del poema Beowulf, muy pocas personas de habla inglesa serían capaces de leer hoy las obras de Chaucer en el idioma original.

Un lenguaje de transición

El periodo en el que vivió Shakespeare fue un período de cambio fundamental en la evolución de la lengua inglesa, que aún estaba en su etapa de formación. El inglés, como se ha dicho, era una lengua muy reciente entonces. No hacía mucho tiempo atrás todavía era la lengua de las clases bajas; las clases altas hablaban francés, mientras que la lengua común de los hombres que atesoraban el conocimiento no era el inglés, sino el latín.

Fue en el transcurso del siglo XVI cuando el inglés alcanzó realmente la mayoría de edad. Fue un momento de florecimiento de la literatura y la poesía en Inglaterra sin parangón y, posiblemente, la lengua inglesa no haya vuelto a experimentar tal esplendor desde entonces. Fue como si el inglés hubiera sido arrojado de repente a un crisol gigantesco en el que se mezclaron palabras de muchos otros idiomas, y se transformaron mediante una extraña alquimia.

En ese momento, el inglés era un idioma muy flexible y maleable, como la lava que fluye libremente después de una erupción volcánica. El propio Shakespeare jugó un papel importante en el desarrollo del inglés en esta etapa formativa. Dr. Jonathan Hope, uno de los críticos de Shakespeare, comenta lo siguiente: “[Shakespeare] escribió durante un período transitorio para la gramática inglesa cuando había una gama de opciones gramaticales abiertas para los escritores”.

Al igual que un alfarero habilidoso moldea la arcilla fresca en su torno, Shakespeare transformó esta materia prima maravillosa en algo nuevo y especial. Esto se refleja en la enorme riqueza del inglés de Shakespeare, una riqueza que nunca ha sido igualada, con la posible excepción de la Biblia del Rey Jacobo, que fue escrita casi al mismo tiempo. Shakespeare creó nuevas palabras y usó las viejas de una manera novedosa; según algunas estimaciones, inventó más de 1.700 de nuestras palabras comunes, transformando sustantivos en verbos y verbos en adjetivos, uniendo palabras para producir palabras nunca oídas anteriormente.

Entre las muchas palabras que inventó se encuentran las siguientes: ‘propicio’ (“auspicious”), ‘sin fundamento’ (“baseless”), ‘descarado’ (“barefaced”), ‘castigar’ (“castigate”), ‘estrépito’ (“clangour”), ‘con destreza’ (“dexterously”), ‘disminuir’ (“dwindle”), ‘santurrón’ (“sanctimonious”) y ‘perro guardián’ (“watchdog”). Además de estas nuevas palabras, Shakespeare fue también el autor de un gran número de expresiones y frases comunes, algunas de las cuales se han convertido en refranes. Éstos son sólo algunos de ellos:All that glitters isn’t gold: “No es oro todo lo que reluce” (El mercader de Venecia): puede que las cosas que no sean tan buenas como parecen.Break the ice: “Romper el hielo” (La fierecilla domada): iniciar una conversación con diplomacia.Wear one’s heart on one’s sleeve: “Llevar el corazón en la manga” (Otelo): para expresar los propios sentimientos abiertamente.A laughing stock: “Un hazmerreír” (Las alegres comadres de Windsor): objeto de risa de otros.In a pickle: “Estar en un apuro” (La tempestad): estar en una situación incómoda de la que no se puede salir fácilmente.
Fair play: “Juego limpio” (La tempestad): jugar respetando las reglas.

Algunos estudios recientes indican que algunas de estas frases pudieron haber estado en uso antes de Shakespeare, aunque el primer uso registrado se encuentra en sus escritos. Estos estudios aceptan que, de todos modos,  Shakespeare creó muchos nuevos términos o dio un nuevo significado a las palabras antiguas. Nada de esto quita grandeza a la obra de Shakespeare. Y, en cualquier caso, la anterior lista de palabras y frases no hace justicia al genio de Shakespeare y a la forma maravillosa en que utilizó el inglés como vehículo único para su poesía. Es una especie de alquimia o magia difícil de analizar e imposible de imitar. Tomemos sólo un ejemplo, la palabra que Shakespeare inventó: “incarnadine” – es decir, ‘enrojecer/carmesí’.

En su obra, Macbeth, encontramos a Macbeth horrorizado por el asesinato de Duncan que acaba de cometer. La imaginería de Macbeth está dominada por dos colores – el negro y el rojo: la noche y la sangre. Después de asesinar a Duncan, su rey y pariente, Macbeth se queda paralizado por la visión de la sangre en sus manos, se da cuenta de que nunca podrá limpiársela. Más bien, enrojecerá todo el océano (“incarnadine”):

“[Llaman a la puerta dentro]

Macbeth:¿Dónde llaman? ¿Qué me ocurre
que todo ruido me espanta? ¿Qué manos
son éstas? ¡Ah, me arrancan los ojos!
¿Me lavará esta sangre de la mano
todo el océano de Neptuno? No, antes
esta mano arrebolará el mar innumerable,
volviendo rojas las aguas.

Macbeth, Acto II, Escena II

Aquí Shakespeare toma una palabra ya existente con una raíz latina, carn-, en referencia a la carne y, por lo tanto, a sus derivados, al color carne. A partir de este concepto original inventa un nuevo verbo, “enrojecer”, que significa convertir algo en carmesí. Pero este tipo de análisis lingüístico – por muy interesante que sea- corre el riesgo de alejarnos del verdadero Shakespeare y la forma mágica en que utiliza el inglés. Lo que tenemos aquí es pura magia que desafía todas las definiciones.

El torrente interminable de términos, y las imágenes sorprendentes que éstos evocan, nos dan la impresión de un hombre completamente intoxicado con las palabras, las cuales combinó de la manera más original e inesperada en sus símiles y metáforas. La imagen del océano verde de Neptuno transformándose en un mar de sangre es tan sorprendente que trasciende cualquier análisis. Aquí y en toda la obra de Shakespeare, el todo es infinitamente mayor que la suma de sus partes.

La vida, el amor y la muerte en Shakespeare

En las obras de Shakespeare vemos la condición humana abordada desde todos los ángulos imaginables. Estos grandes temas de la vida, el amor y la muerte se tratan en una profundidad que tienen un carácter casi filosófico. En sus obras hay una cascada interminable de imágenes sorprendentes, que transmiten maravillosamente toda la extensión de las pasiones humanas y contienen en sí mismas la esencia destilada de la condición humana. Esto es lo que explica su atractivo universal.

Todos los aspectos esenciales de la experiencia humana están contenidos en las obras de Shakespeare. El rey Lear es una oscura tragedia sobre la vejez, llena de las más profundas percepciones psicológicas. La tragedia de Otelo es una obra magistral sobre el tema de los celos y la pasión en las relaciones entre hombres y mujeres. Las diversas etapas del devenir humano se resumen en uno de sus discursos más memorables, en Como gustéis:

“El mundo es un gran teatro,
y los hombres y mujeres son actores.
Todos hacen sus entradas y sus mutis
y diversos papeles en su vida.
Los actos, siete edades. Primero, la criatura,
hipando y vomitando en brazos de su ama.
Después, el chiquillo quejicoso que, a desgana,
con cartera y radiante cara matinal,
cual caracol se arrastra hacia la escuela.
Después, el amante, suspirando como un horno
y componiendo baladas dolientes
a la ceja de su amada. Y el soldado,
con bigotes de felino y pasmosos juramentos,
celoso de su honra, vehemente y peleón,
buscando la burbuja de la fama
hasta en la boca del cañón. Y el juez,
que, con su oronda panza llena de capones,
ojos graves y barba recortada,
sabios aforismos y citas consabidas,
hace su papel. La sexta edad nos trae
al viejo enflaquecido en zapatillas,
lentes en las napias y bolsa al costado;
con calzas juveniles bien guardadas, anchísimas
para tan huesudas zancas; y su gran voz
varonil, que vuelve a sonar aniñada,
le pita y silba al hablar. La escena final
de tan singular y variada historia
es la segunda niñez y el olvido total,
sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada.”

Como gustéis, Acto II, Escena VII

El tema del amor es tratado de forma muy conmovedora en Romeo y Julieta. Esta obra tuvo un profundo efecto no sólo en la literatura sino en la música. Inspiró una ópera en Gounod, un ballet en Prokofiev, una obra sacra en Berlioz y una famosa obertura en Chaikovsky. Pero Shakespeare expresa su faceta más lírica en las sencillas canciones de amor, como la cantada por el bufón en Noche de Reyes:

 “Amada mía, ¿adónde vas?           
Oye, tu amor se acerca ya           
Con su alto y bajo son.           
No, vida mía, no andes más,           
Que siempre acaba el caminar           
Cuando te encuentra el amor           
Con el amor no hay un después:           
Se goza y ríe a la vez;           
Lo que venga, quien sabrá.           
De nada sirve posponer;           
Ven a besarme, lindo bien:                   
Siempre joven no serás.”

Noche de Reyes, Acto II, Escena III

Esta es la voz del amor de juventud en plena floración. Un tratamiento muy diferente recibe el amor en Antonio y Cleopatra. Aquí el tema de la pasión se presenta de forma exótica y sensual, completamente diferente al amor inocente de Romeo y Julieta. Cada línea en esta obra rezuma el perfume embriagador de Oriente. El discurso en el que Enobarbo describe la barcaza real de la reina Cleopatra es poesía en su grado más alto:

“Yo te cuento
El bajel que la traía, cual trono relumbrante,
Ardía sobre el agua: la popa, oro batido:
Las velas, púrpura, tan perfumadas que el viento
Se enamoraba de ellas: los remos, de plata,
Golpeando al ritmo de las flautas, hacían
Que las olas los siguieran más veloces,
Prendadas de sus caricias”.

Antonio y Cleopatra, Acto II, Escena II

Esta obra, como Romeo y Julieta, termina en tragedia; en muchas de las obras de Shakespeare la idea del amor se tiñe con la conciencia de que toda la existencia humana termina en la muerte. La idea de que todo lo que existe es perecedero está implícita en todas partes.

Sonetos

La mayor parte de la obra de Shakespeare se compone de obras de teatro. Sin embargo, también escribió poesía de muy alto nivel, especialmente los sonetos que forman un apartado propio. Son un conjunto de 154 sonetos, a través de los cuales se exploran temas como el amor, el sexo y la belleza, de una manera profunda y fluida. Probablemente fueron escritos en 1592, cuando el fuerte brote de peste bubónica obligó a cerrar los teatros – algo bastante común en aquellos tiempos.

Los sonetos, que eran ya una forma literaria tradicional en Italia, se hicieron populares en Inglaterra durante el período isabelino. Varios de los sonetos de Shakespeare siguen siendo muy populares hoy en día, sobre todo, el Soneto 18 (“¿A un día de verano compararte?”). Pero todos ellos son obras de excepcional belleza poética y profundidad filosófica. El tema principal que vertebra estos poemas es la fugacidad de la vida y del amor, y el paso del tiempo.

SONETO 60
“Tal cual ruedan las olas a la playa
Discurren hacia el fin nuestros minutos.
Cada cual reemplaza al precedente
Y todos en tropel van progresando.
La criatura en mar de luz nacida
Se arrastra a la adultez, y es coronada
Por pérfidos eclipses que oscurecen
Las dádivas que antaño le dio el Tiempo.
El Tiempo transfigura cuanto ofrece
Y en las frentes más bellas abre grietas
Devora las rarezas de Natura
Y el filo de su hoz lo siega todo”.

Hay pocos ejemplos poéticos, que de forma tan trascendente y fluida, describan el proceso de la vejez como en el soneto 73, comparándola con la llegada del otoño:

SONETO 73

“En mí ves esa época del año
Cuando hojas mustias, pocas o ninguna,
Con el frío tiritan en las ramas,
Capillas derruidas y sin cantos.
En mí ves el crepúsculo del año,
Cuando el sol agoniza en Occidente
Y la noche lo cubre muy despacio,
Segunda muerte, sello de reposo.
En mí ves los fulgores del rescoldo
Que dormita en las jóvenes cenizas
Como en lecho de muerte, consumido
Por lo que antes sirvió para avivarlo.
Esto ves, y tu amor se fortalece
Pues pronto perderás, lo que ahora amas.”

Incluso aquí, en los versos más íntimos, reconocemos el eco de la época turbulenta en la que vivió Shakespeare. El verso “capillas derruidas y sin cantos” se refiere a la campaña protestante de destrucción de conventos y monasterios. Ésta es una imagen llamativa de la inestabilidad de todas las cosas de la naturaleza y la sociedad, un tema particularmente recurrente en estos sonetos.

Desconozco si se ha escrito algo parecido al efecto devastador que produce el oscuro nihilismo del siguiente pasaje de Macbeth, cuando al ser informado de la muerte por suicidio de su esposa, reflexiona sobre la inutilidad de la existencia humana:

“Mañana, y mañana, y mañana
se arrastra con paso mezquino día tras día
hasta la sílaba final del tiempo escrito,
y la luz de todo nuestro ayer guió a los bobos
hacia el polvo de la muerte. ¡Apágate, breve llama!
La vida es una sombra que camina, un pobre actor que
en escena se arrebata y contonea
y nunca más se le oye. Es un cuento
que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia,
que no significa nada.”

Macbeth, Acto V, escena V

Durante los diez últimos años de su vida, Shakespeare escribió CimbelinoEl cuento de invierno y la genial obra, La tempestad, obras de teatro de un tono más serio, incluso sombrío, que las comedias de la década de 1590. A diferencia de las tragedias, sin embargo, estas obras terminan con la reconciliación y el perdón. Esta es la voz de la vejez, cuando las tormentas de la vida se van amainando, y los hombres y mujeres pueden mirar hacia atrás en su vida, no con ira, sino con una visión filosófica.

En 1616, Shakespeare cambió su testamento tras verse deteriorada su salud y sintiendo que el final estaba cerca. Su único hijo había muerto en 1596, por lo que Shakespeare dejó la mayor parte de sus bienes a sus dos hijas y una donación de dinero para su hermana, socios, amigos, y los pobres de Stratford. Un detalle curioso es el hecho de que a su esposa Anne le legó la “segunda mejor cama” de la familia.

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Tumba de ShakespeareMurió en Stratford-upon-Avon un mes más tarde, supuestamente el 23 de abril de 1616, en su 52 cumpleaños y, también, coincidiendo con el día de San Jorge –el santo nacional de Inglaterra. En realidad, la fecha exacta de la muerte de Shakespeare se desconoce. Se dedujo a partir de un registro de su entierro dos días después, el 25 de abril de 1616, en la iglesia de Santa Trinidad. En su tumba se talló una bolsa de grano para representar la ocupación tradicional de su familia.

No se conoce la causa exacta de su muerte ya que no hay relatos de la época sobre la misma. Había hecho su testamento un mes antes de su muerte, en el que decía estar en “perfecto estado de salud.” Cincuenta años después, el vicario de Stratford-Upon-Avon afirmó que Shakespeare murió de una fiebre contraída después de un “feliz festejo”, en el que “bebió demasiado”.

Un programa reciente de la BBC dedicó su investigación a la tumba de Shakespeare. Como era de esperar, no reveló absolutamente nada. Su testamento, lejos de arrojar luz, añade más misterio. ¿Por qué, por ejemplo, dejó a su esposa su “segunda mejor cama”? Nunca lo sabremos, pero con mucho gusto dejamos estos asuntos a otras personas con tiempo que perder.

Siete años después de su muerte, se publicó una selección de textos de Shakespeare. Ésta fue, con mucho, la versión más completa de su obra. Fue compilada por sus amigos John Heminges y Henry Condell. Contenía 36 obras de teatro, incluyendo 18 inéditas. Es aquí, no bajo las losas de piedra de la iglesia de la Santa Trinidad, donde podremos encontrar la verdad sobre Shakespeare. Representan el verdadero monumento de Shakespeare: ¡un monumento colosal!

El genio de Shakespeare

“¡Vaya! Se apoya sobre el mundo estrecho
Cual coloso.”

Julio César, Acto I, Escena II.

Si uno se limita a examinar la trama y el contenido de Hamlet o Macbeth, no parecen ser diferentes al tipo de dramas sangrientos que precedieron a las obras de Shakespeare. Pero no estaríamos entendiendo nada. Lo que insufla tanta vida a estas obras no es el tema, sino la poesía de su lengua, que crea una especie de magia, difícil o, incluso, imposible de explicar.

Sorprende pensar que todas sus obras están escritas en verso, de un nivel poético que ningún otro poeta inglés ha logrado posteriormente. Casi cada uno de sus versos contiene un tesoro escondido. Como éste de Macbeth (Acto I, Escena II): Ross acaba de venir del campo de batalla donde Macbeth ha derrotado al ejército vikingo. Cuando se le pregunta de dónde viene él responde:

“Donde las banderas noruegas se mofan del cielo y con su soplo escalofrían a nuestra gente.”

En estas pocas palabras, uno puede sentir el soplo del gélido viento y escuchar el aleteo de las banderas vikingas, gracias al hábil uso de la aliteración. Pequeños detalles como éstos son el sello distintivo de un verdadero poeta.

Más adelante en la misma obra, una enloquecida Lady Macbeth, recuerda con horror la escena del asesinato de Duncan:

“¡Fuera, maldita mancha! ¡Fuera digo! – La una, las dos; es el momento de hacerlo. – El infierno es sombrío. ¡Cómo, mi señor! ¿Un soldado y con miedo? ¿Por qué temer que se conozca si nadie nos puede pedir cuentas? – Mas, ¿quién iba a pensar que el viejo tendría tanta sangre?.”

La naturaleza espantosa del asesinato se expresa en unas simples palabras:

“Mas, ¿quién iba a pensar que el viejo tendría tanta sangre?”

Este dominio de las palabras se asemeja al boceto de un gran pintor, quien con unas pocas pinceladas hábiles, es capaz de transmitir con precisión la esencia de su tema. Aquí vemos un fuerte contraste entre una fría, calculadora e insensible Lady Macbeth, que asegura a su marido que “un poco de agua nos lava del hecho” (Acto II, Escena II), y la posterior Lady Macbeth (Acto V, Escena I), enloquecida por sus pesadillas, que llora de desesperación:

“Aún queda olor a sangre. Todos los perfumes de Arabia no darán fragancia a esta mano mía.”

En Enrique IV, primera parte, Shakespeare describe una conversación imaginaria entre el galés Owen Glendower y el rebelde inglés Hotspur. Hay un contraste total entre los dos: el galés es orgulloso, político, místico y supersticioso; el inglés (del norte) es valiente, tenaz, prosaico, poco imaginativo y completamente impresionado por las fantasías de Glendower:

“GLENDOWER

Yo puedo evocar los espíritus del fondo del abismo.

HOTSPUR

También lo puedo yo y cualquier hombre puede hacerlo;
Falta saber si vienen, cuando los llamáis.”

Enrique IV, primera parte, Acto III, Escena I

El contraste total entre el carácter celta y anglosajón se consigue gracias a un agudo cuidado por el detalle y un irónico sentido del humor.

Un poeta de todos los tiempos

“Él no era de una época, sino de todos los tiempos.” (Ben Jonson sobre Shakespeare)

Un escritor contemporáneo de Shakespeare, Robert Greene, criticó a Shakespeare, cuando éste ya era famoso, de ser “un mero actor que creía que sabía escribir”. Greene no fue el único que no tuvo en cuenta el genio de Shakespeare. Durante mucho tiempo después de su muerte estuvo subestimado. Marx escribió: “Una singularidad de la tragedia inglesa, tan repulsiva para con los sentimientos franceses que Voltaire solía llamar a Shakespeare un borracho salvaje, es su peculiar mezcla de lo sublime y lo básico, lo terrible y lo ridículo, lo heroico y lo burlesco.”

Para nosotros, hoy en día, estos juicios parecen simplemente ridículos. El genio de Shakespeare es universalmente reconocido y ha dejado una marca indeleble en el mundo. Sin embargo, la extrema escasez de información acerca de su vida, incluso ha dado lugar a la especulación de que sus obras podrían no haber sido escritas por él en absoluto, sino por otra persona. Se ha atribuido a Marlow, Bacon e, incluso, a otros candidatos menos probables, la autoría de las obras de Shakespeare

Las pruebas presentadas para justificar tales teorías son extremadamente inconsistentes, por lo que no hace falta tenerlas en cuenta. Sin embargo, los defensores de las teorías conspiratorias son extremadamente persistentes y recurren a los argumentos más increíblemente complicados para probar su teoría. Algunos de ellos incluso han intentado demostrar que hay mensajes secretos ocultos en el texto de las obras, que supuestamente apuntan a la identidad del autor “real”.

El porqué este misterioso autor “real” tendría que haber llegado a tales extremos para revelar su identidad al público, en lugar de simplemente revelarse a sí mismo, es difícil de contestar. La naturaleza ridícula de estas afirmaciones fue expuesta de manera muy eficaz cuando se señaló que uno de los Salmos de la Biblia comienza con la palabra “Shake” y termina con la palabra “spear”, demostrando con ello ¡que Shakespeare era el verdadero autor de la Biblia!

Cuatro siglos han pasado desde la muerte de William Shakespeare y, desde entonces, ningún escritor lo ha superado en imaginación, poesía y profundidad psicológica. Su contemporáneo y rival, el dramaturgo Ben Jonson dijo: “Él no era de una época, sino de todos los tiempos”. Y esa es la verdad.

La influencia de Shakespeare en la literatura mundial es indiscutible. Pero va mucho más allá del ámbito literario. El Libro Guinness de los Récords enumera más de 400 adaptaciones cinematográficas de las obras de Shakespeare, convirtiéndose en el autor más filmado de todos los tiempos. Ha tenido una gran influencia en una amplia gama de formas artísticas, desde la pintura hasta la escultura o el cine.

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Laurence Olivier, en Hamlet

Entre las versiones cinematográficas, se encuentran las destacadas Enrique VHamlet y Ricardo III, de Laurence Olivier; Trono de sangre, de Akira Kurosawa; Romeo y Julieta, de Franco Zeffirelli, y una versión rusa impresionante de Hamlet, traducida magistralmente por Boris Pasternak, e interpretada por el gran actor soviético, Innokenty Smoktunovsky, como príncipe Hamlet. Leonard Bernstein también refundió Romeo y Julieta en un contexto sorprendentemente moderno en su musical West Side Story.

Las palabras del poeta de Avon con frecuencia hacen acto de presencia en los discursos y escritos de los políticos. Lenin se refirió a los políticos democráticos burgueses del gobierno provisional, como “esos cobardes, parlanchines, narcisos presumidos y pequeños Hamlets [blandiendo] sus espadas de madera”. El movimiento de huelga generalizada que se produjo durante el invierno de 1978 a 1979, en Gran Bretaña, fue bautizado como “el invierno del descontento”, citando (o más bien citando erróneamente) las primeras famosas palabras de Ricardo III.

Shakespeare fue uno de los autores favoritos de Marx, junto con Homero, Dante y Cervantes. La hija de Marx, Eleanor, recordaba así: “En cuanto a Shakespeare, era la Biblia de nuestra casa, siempre entre nosotros. A los seis años, me sabía cada una de las escenas de Shakespeare de memoria”. La gran admiración de Marx por Shakespeare no es sorprendente.

En mi opinión, William Shakespeare es probablemente el escritor más grande que jamás haya existido. Personalmente, creo que el único escritor capaz de acercarse a su genio poético, fue Dante Alighieri, cuya Divina Comedia fue compuesta en la Baja Edad Media. En esto, por supuesto, hay un gran elemento subjetivo. Otros grandes escritores pueden merecer el mismo título de grandeza. Sin embargo, sería difícil encontrar otro escritor en la literatura mundial que haya tenido un gran impacto en el mundo del arte, la literatura y la música como Shakespeare.

¿Se podrían alcanzar tales niveles en el futuro? ¿O deberíamos llegar a la conclusión de que fue un fenómeno único, irrepetible? Por supuesto, jamás podrá haber otro Shakespeare, al igual que no puede haber otro Aristóteles o Rembrandt. Cada uno hizo su propia contribución única a la cultura humana, de acuerdo con el periodo en el que vivieron. Y puesto que no se repetirán esas condiciones específicas, el tipo de obra artística y filosófica que surgió de ellas tampoco se podrá repetir exactamente de la misma manera.

En el curso de la historia humana, en un período de miles de años, ha habido muy pocos genios como Shakespeare, Beethoven, Hegel, Marx o Einstein. Pero es imposible no deducir que el potencial para el genio ha existido en la mente de millones de personas que se vieron obligadas a una vida de servidumbre, siempre aisladas del mundo de la cultura, el arte y la ciencia. Trotsky preguntó una vez lo siguiente: “¿Cuántos Aristóteles están cuidando cerdos? ¿Y cuántos porqueros están sentados en tronos?”.

Shakespeare fue el producto de una época revolucionaria, una época de transición que abrió nuevas perspectivas para la raza humana, amplió sus horizontes y elevó su imaginación a nuevas alturas. Pero las revoluciones también tendrán lugar inevitablemente en el futuro. Y la mayor revolución de todas consistirá en la emancipación de la raza humana de la esclavitud capitalista, la opresión y la explotación. En el socialismo, por primera vez, cada hombre y mujer se verá libre para desarrollar cualquier talento potencial que lleve dentro.

El socialismo abrirá la puerta al arte, la ciencia y el gobierno, que ha sido el monopolio de unos pocos privilegiados desde hace miles de años. La reducción de la jornada laboral a una mínima expresión permitirá a los hombres y mujeres dedicar tiempo a su propio desarrollo. Por supuesto, no todo el mundo puede convertirse en un Shakespeare o un Einstein. Pero podemos estar seguros de que, de entre los miles de millones de personas a los que se les ha negado el acceso a la cultura y la civilización, surgirán nuevos genios en muchos campos.

Veremos el surgimiento de nuevos Shakespeares, Beethovens o Rembrandts, y una explosión de la cultura, el arte y la música como nunca se ha visto en la historia anterior. Se expresarán con una nueva voz, que reflejará las nuevas condiciones, y resonará en los corazones y en las mentes de los hombres y mujeres, al igual que hizo Shakespeare hace cuatro siglos. Los Shakespeares del futuro aún estar por nacer. Pero tenemos todas las razones para esperar y creer que los escritores y artistas del futuro alcanzarán nuevas alturas, que eclipsarán todos los maravillosos logros del pasado.

7 de octubre de 2016