Con este artículo cerramos la serie que iniciamos en marzo de este año para conmemorar el centenario de la fundación de la Internacional Comunista. Fue escrito por Ted Grant en junio de 1943, poco después de la disolución de la Tercera Internacional por Stalin, sin consultar a los partidos comunistas adherentes y sin su aprobación formal en un congreso de la Internacional “como muestra de buena voluntad” hacia las potencias occidentales vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. En este artículo, Ted Grant, entonces dirigente del trotskista Partido Comunista Revolucionario de Gran Bretaña y fundador décadas más tarde de la Corriente Marxista Internacional, traza una síntesis del surgimiento de la IC y, sobre todo, de las causas que condujeron a su degeneración burocrática y contrarrevolucionaria, y a su disolución final.
La Tercera Internacional está oficialmente enterrada. Ha desaparecido del escenario de la historia de la forma más indigna y despreciable posible de concebir. A toda prisa, sin consultar a los partidos adheridos a ella, por no hablar de las bases en todo el mundo, sin ningún tipo de discusión ni decisión democrática, Stalin ha abandonado pérfidamente a la Comintern debido a la presión del imperialismo estadounidense.
Para comprender cómo esta organización, que despertó el terror y el odio de todo el mundo capitalista, a petición del capitalismo ha tenido un final tan poco glorioso, es necesario volver brevemente al tormentoso ascenso y al aún más tortuoso declive de la Internacional. El decreto de su disolución sólo fue un reconocimiento de lo que desde hacía tiempo ya era conocido por muchos; que la Internacional Comunista como un factor activo hacia el socialismo mundial estaba muerta y que se había apartado definitivamente de sus objetivos y propósitos iniciales. Su fallecimiento ya fue pronosticado y previsto por adelantado.
La Tercera Internacional surgió a partir del colapso del capitalismo en la pasada guerra (Primera Guerra Mundial). La Revolución Rusa desató una oleada de entusiasmo revolucionario en las filas de la clase obrera de todo el mundo. Para las masas, cansadas de la guerra, desilusionadas y amargadas, llegó como un mensaje de esperanza, de inspiración y de valor. Mostraba la salida del caos en que el capitalismo había sumido a la sociedad. Nació como una consecuencia directa de la traición y derrumbamiento de la Segunda Internacional, que apoyó a las clases dominantes en la Primera Guerra Mundial y que, de forma aún más traidora, saboteó y destruyó las revoluciones que estallaron al final de la anterior guerra mundial. Las revoluciones en Alemania, Austria, Hungría y los acontecimientos revolucionarios en Italia, Francia e incluso Inglaterra, demostraron la crisis del capitalismo. El fantasma de la revolución socialista se cernía sobre toda Europa. Las memorias y escritos de casi todos los políticos burgueses de esa época testimonian la desesperación, la falta de confianza de la burguesía frente a la revolución, el reconocimiento del hecho de que habían perdido el control de la situación.
La socialdemocracia salvó al capitalismo. Las poderosas burocracias de los sindicatos y los partidos socialistas se colocaron a la cabeza de los levantamientos de las masas y las desviaron por cauces seguros. En Alemania, Noske y Schideman, conspiraron con los Junkers (oficiales prusianos, el ala más reaccionaria del ejército alemán) y los capitalistas para destruir la revolución. Los soviets de obreros, soldados y campesinos, marineros e incluso estudiantes, que surgieron de la revolución de noviembre de 1918 tenían el poder en sus manos. Los socialdemócratas devolvieron el poder a los capitalistas. Gradual, lenta y pacíficamente, tal y como lo decían sus concepciones teóricas, llegarían a transformar el capitalismo en socialismo. En Italia, en 1920, los trabajadores habían tomado las fábricas. En vez de dirigir a los trabajadores hacia la toma del poder, el partido socialista les pidió no siguieran adelante con procedimientos “inconstitucionales”. Y así fue en toda Europa. Los resultados de este programa son ahora evidentes. La peor tiranía y la guerra más sangrienta de la historia del capitalismo.
Pero precisamente debido al colapso del socialismo internacional en la Internacional Socialista, que había traicionado al marxismo, se formó la Tercera Internacional. Desde el comienzo de la pasada guerra (I GM), Lenin, valientemente, hizo un llamamiento para la formación de la Tercera Internacional. La Tercera Internacional se constituyó formalmente en marzo de 1919. Los fines y proyectos que declaraba tener eran la destrucción del capitalismo mundial y la construcción de una serie de repúblicas socialistas soviéticas unidas y federadas con la URSS, a la que no se concebía como una entidad independiente, sino simplemente como la base de la revolución mundial. Su destino estaría determinado por el desarrollo de la revolución mundial.
La formación de la Tercera Internacional llevó rápidamente a la creación de fuertes partidos comunistas en los países más importantes del mundo. En Alemania, Francia, Checoslovaquia y otros países se formaron partidos comunistas que agrupaban a las masas. En Gran Bretaña se formó un pequeño partido comunista con una considerable influencia. El éxito de la revolución mundial en el siguiente período parecía asegurado por el desarrollo de los acontecimientos. Los partidos comunistas en Europa crecían constantemente en número e influencia, a costa de la socialdemocracia.
La pasada guerra (I GM) no había conseguido resolver ninguno de los problemas del capitalismo mundial. De hecho, los había agravado. El capitalismo se había roto por su “eslabón más débil”, como lo expresó Lenin. Los intentos de destruir a la joven república soviética con las guerras de intervención fracasaron por completo. El capitalismo alemán, el más poderoso de Europa, se encontró privado de sus recursos, de parte de su territorio, endeudado por el pago de las compensaciones de guerra y en general, estaba en una situación insostenible. Los imperialismos francés y británico, “vencedores” en la última guerra mundial no se encontraban, en lo fundamental, en una posición mucho mejor.
Alentadas por la revolución rusa, las masas de los países coloniales y semicoloniales se estaban levantando y preparándose para la rebelión. En los países imperialistas las masas estaban inquietas y descontentas, además la posición económica del imperialismo anglo-francés había empeorado considerablemente frente al capitalismo japonés y estadounidense.
En este contexto internacional, se desató la crisis en Alemania de 1923. Alemania, con su enorme capacidad productiva, se encontraba paralizada por las restricciones que le imponía el tratado de Versalles y se había transformado en el eslabón más débil en la cadena del capitalismo mundial. El impago de Alemania de los plazos de pago de las compensaciones por la guerra, tuvo como resultado la invasión del Rhur por parte de los capitalistas franceses. Esto contribuyó a completar el colapso de la economía alemana y la burguesía alemana se dispuso a descargar todo el peso de la crisis sobre los hombros de la clase trabajadora y las capas medias. El marco se devaluó frente a la libra, en enero su valor pasó de 20 a 40, en julio a 5 millones y a 47 millones a finales de agosto. Las masas alemanas indignadas giraron hacia el comunismo. Como declaró Brandler, entonces dirigente de la Internacional Comunista, en la reunión del Comité Ejecutivo de la Comintern:
“Había síntomas de un movimiento revolucionario en ascenso. Temporalmente, tuvimos a la mayoría de los trabajadores detrás nuestra y en esta situación creímos que, en circunstancias favorables, podríamos pasar inmediatamente al ataque…”
Pero desgraciadamente la dirección de la Internacional no estuvo a la altura de las circunstancias y no aprovechó la oportunidad que se le presentó. La victoria de la revolución habría conducido inevitablemente al triunfo de la revolución en toda Europa. Pero, como había sucedido en Rusia en 1917, y volvió a suceder en Alemania en 1923, sectores de la dirección se mostraron vacilantes. Stalin, con su oportunismo orgánico, ordenó que se “evitase” que el partido alemán emprendiera cualquier acción. El resultado fue la pérdida de una oportunidad favorable para la toma del poder en Alemania y la derrota que sufrieron los comunistas en este país. Por razones similares también fracasó la revolución en Bulgaria.
Pero las derrotas de la revolución en Europa, debido a los fallos de dirección, tuvieron inevitablemente graves consecuencias. Como había escrito Lenin cuando planteó en 1917 la necesidad de prepararse para la insurrección en Rusia: “El triunfo de la revolución rusa y mundial depende de dos o tres días de lucha”.
El fracaso de la revolución mundial y el aislamiento de la Unión Soviética, junto a su atraso, el cansancio y la apatía de las masas soviéticas que habían pasado por años de guerra, privaciones y sufrimientos terribles durante la guerra civil y la intervención extranjera, su desilusión y desmoralización ante el fracaso de sus esperanzas de ayuda por parte de los trabajadores de Europa; todo esto fortaleció, inevitablemente, a la reacción dentro de la misma URSS.
En ese momento, representando quizás de forma inconsciente los intereses de la burocracia conservadora y reaccionaria que comenzaba a elevarse por encima de las masas soviéticas, por primera vez en 1924, Stalin apareció con la teoría utópica y antileninista del socialismo en un solo país. Esta “teoría” procedía directamente de la derrota que había sufrido la revolución alemana. Indicaba un alejamiento de los principios del internacionalismo revolucionario sobre el que se había basado la revolución rusa y sobre el cual se fundó la Internacional Comunista.
Stalin, en el funeral de Lenin en enero de 1924, dejándose llevar por la costumbre habito de seguir las tradiciones de la revolución rusa, declaró lo siguiente: “Al dejarnos, el camarada Lenin nos ha dejado la fidelidad a la Internacional Comunista. Te juramos camarada Lenin, dedicar nuestras vidas a la ampliación y fortalecimiento de la unión de los trabajadores de todo el mundo y a la Internacional Comunista”. En ese momento, él no tenía la menor idea de adonde llevaría a la Unión Soviética y a la Comintern la teoría del socialismo en un solo país.
La historia de la Internacional Comunista desde esos días ha estado estrechamente unida a la política fluctuante de la burocracia de la URSS. Lenin había unido insistentemente el destino de la Unión Soviética con el de la clase obrera mundial, y principalmente, con su vanguardia, la Internacional Comunista.
Hasta el juramento del Ejército Rojo comprometía a los soldados rojos a mantener su lealtad hacia la clase obrera internacional. Claro que el Ejército Rojo no era una fuerza “nacional” independiente, era un instrumento más de la revolución mundial. Evidentemente, Stalin desde hace tiempo ha cambiado todo esto.
Trotsky, junto con Lenin, que en sus últimos años de vida veía con alarma la situación que se estaba creando en la URSS, ya había comenzado la lucha contra la burocratización del Partido Bolchevique y del Estado soviético en 1923. Lenin ya había advertido de los peligros de degeneración que amenazaban al estado soviético.
En un contexto de auge de la reacción, tanto nacional como internacionalmente, la lucha entre los internacionalistas y los thermidorianos entró en una etapa aguda. Trotsky, en alianza con Lenin, pedía la restauración total de la democracia en el seno del Partido Bolchevique y los soviets. Con este objetivo Lenin pidió el relevo de Stalin del puesto de secretario general del partido, ya que éste se había convertido en el punto focal alrededor del cual cristalizaba la burocracia. Tras la muerte de Lenin, Zinoviev, Kámenev y Stalin —la “troika”—, consiguieron que el Comité Central tomara una decisión que no recogía los consejos de Lenin y comenzaron una campaña contra las ideas de Lenin que estaba defendiendo Trotsky, en esta campaña “la troika” recurrió a leyendas e invenciones espurias sobre el “trotskismo”.
El destino de la Internacional Comunista estaba unido al destino del Partido Bolchevique de la Unión Soviética, que a través de su prestigio y experiencia era de forma natural la fuerza dominante en la Internacional. La transición desde la política de la revolución mundial a la del socialismo en un solo país representaba un profundo giro a la derecha de la Internacional Comunista.
En Rusia, Zinoviev y Kámenev se vieron obligados a oponerse a la política antimarxistta que por entonces desarrollaba Stalin. Formaron una alianza con Trotsky y sus seguidores. Stalin, junto con Bujarin, se opuso a la política de industrialización en Rusia a través de una serie de planes quinquenales que había propuesto la Oposición de Izquierdas dirigida por Trotsky, Stalin respondió en el plenario del Comité Central en abril de 1927 con su famoso aforismo: “el intento de construir la planta hidroeléctrica de Dnioporstroy para nosotros sería lo mismo que comprar un gramófono al mujik en lugar de una vaca”.
Todavía a finales de 1927, durante la preparación de XV Congreso del partido, cuya tarea era expulsar a la Oposición de Izquierdas, Molotov dijo repetidamente: “No tenemos que caer en las ilusiones de los campesinos pobres sobre la colectivización en masa. No es posible en las circunstancias actuales”. En el interior de Rusia la política fue la de permitir un pleno desarrollo de los kulaks (campesinos ricos) y a los nepistas (capitalistas urbanos). Esta política está perfectamente reflejada en la consigna acuñada por Bujarin, con el pleno apoyo de Stalin, dirigida hacia el campesinado: “¡Enriqueceos!”
La política de la Internacional Comunista giraba aún más a la derecha con la preocupación de Stalin por encontrar aliados para “la defensa de la Unión Soviética de un ataque”. La Internacional Comunista ya se estaba quedando reducida al papel de guardia fronterizo. Los desacuerdos dentro del Partido Bolchevique y de la Internacional aparecieron con la cuestión de la revolución china y la situación en Gran Bretaña. En China, durante 1925-1927, la revolución estaba provocando el levantamiento de millones de personas en Asia. La Internacional Comunista, en lugar de confiar en los trabajadores y los campesinos para llevar adelante la revolución, como fue la política leninista en Rusia, prefirió confiar en los capitalistas y generales chinos. La Oposición de Izquierdas advirtió de las consecuencias que tendría esta política. El Partido Comunista Chino era el único partido obrero en China y tenía una influencia dominante entre la clase obrera; el campesinado miraba el ejemplo de Rusia que les demostraba una salida a los siglos de sufrimiento que habían sufrido en manos de los terratenientes a través de la ocupación de tierras. Pero la IC se negó tenazmente a tomar el camino de la independencia de la clase obrera, camino en el que siempre había insistido Lenin como un requisito previo para una política comunista con relación a las revoluciones democrático-burguesas y anti-imperialistas en oriente.
Mientras tanto, en Gran Bretaña se seguía una política similar, aquí las masas estaban en medio de un proceso de intensa radicalización. Como una forma de hacer frente a una invasión contra la Unión Soviética, los sindicatos rusos hicieron un pacto con el secretario general del Consejo Sindical del TUC. En Gran Bretaña existía una tendencia hacia acontecimientos revolucionarios y se puede ver en el hecho de que un millón de militantes, la cuarta parte de la militancia sindical, estaban organizados en el Movimiento Minoritario(Ala de izquierdas de los sindicatos británicos impulsada por el Partido Comunista en los años veinte). Trotsky analizó la situación en Inglaterra y pronosticó el estallido de la huelga general. La tarea del Partido Comunista y de la IC tendría que haber sido preparar a los trabajadores para la inevitabilidad de una traición por parte de la dirección sindical. En su lugar, sembraron ilusiones en las mentes de los trabajadores, especialmente cuando los burócratas sindicales se escudaron en el acuerdo con los sindicatos rusos y que utilizaron como una capa. Tras la traición de la huelga general por parte la burocracia sindical, Trotsky exigió que los sindicatos rusos rompieran relaciones con el TUC. Stalin y la IC se negaron.
Después de utilizar durante el tiempo necesario el Comité Anglo-Ruso, más de un año después de la huelga general, la burocracia sindical rompió las relaciones. La IC gritó a los cuatro vientos que la habían traicionado. Pero mientras tanto, el joven Partido Comunista de Gran Bretaña, que debería haber aumentado su militancia a pasos agigantados gracias a estos grandes acontecimientos, se quedó paralizado y desorientado con la política de la Internacional, quedó totalmente desacreditado y su influencia entre las masas se debilitó.
Estas nuevas derrotas de la IC, consecuencia directa de la política de Stalin y la burocracia, a primera vista, paradójicamente, aumentaron el poder de la burocracia dentro de la Unión Soviética. Las masas soviéticas estaban cada vez más desmoralizadas y desilusionadas con estas nuevas derrotas del proletariado internacional y su moral seguía disminuyendo. Las derrotas, que habían sido una consecuencia directa de la política de Stalin y la burocracia, fortalecieron aún mas la posición de ésta en la Unión Soviética. La Oposición de Izquierdas, dirigida por Trotsky, que había analizado y previsto correctamente estos procesos, fue expulsada en esta época del Partido Bolchevique y de la Internacional.
Los resultados internos de la política de Stalin, comenzaron a dar su fruto en el alarmante crecimiento de la fuerza e influencia de los kulaks y los nepistas. La Unión Soviética se encontraba al borde del desastre. Aterrorizados, Stalin y la burocracia se vieron obligados a adoptar una caricatura de la misma política por lo cual habían expulsado a Trotsky y sus seguidores. En Rusia se pusieron en práctica los Planes Quinquenales contra los que Stalin había luchado tan enérgicamente. Gracias a la producción planificada la Unión Soviética consiguió sus grandes éxitos y sobre las que actualmente se basa la URSS para su participación en la guerra.
Mientras tanto, el giro interno hacia la izquierda provocado por el terror, se reflejó en un giro aterrorizado hacia la izquierda a nivel internacional. Stalin se había pillado los dedos en sus intentos de apoyarse en elementos capitalistas en China y de conciliación con la socialdemocracia. Ahora, bruscamente, llevó a la internacional en la dirección contraria. La Internacional, violando sus estatutos, llevaba cuatro años sin celebrar un congreso. Se convocó un nuevo congreso el que se presentó oficialmente el programa del socialismo en un solo país como programa de la Internacional Comunista. También proclamó el final de la estabilidad capitalista y el comienzo de lo que se llamó el “tercer período”. Este “tercer período” su suponía que desembocaría en el colapso final del capitalismo mundial. Al mismo tiempo, la socialdemocracia, según la una vez famosa (pero ahora enterrada) teoría de Stalin, se había transformado en el “socialfascismo”. Ya no era posible llegar a un acuerdo con los “socialfascistas”, que constituían el principal peligro al que se enfrentaba la clase obrera y había que destruirlo.
Fue precisamente en este período cuando la depresión sin precedentes de 1929-1933 afectó a todo el mundo. En particular, golpeó a Alemania. Los trabajadores alemanes se encontraron en una situación de degradación y miseria, y las clases medias estaban arruinadas. Las cifras de desempleo en Alemania aumentaban constantemente hasta que alcanzaron los 8 millones de parados. La clase media, al no recibir nada de la revolución de 1918 y desengañada con el fracaso de los comunistas en 1923 que no consiguieron tomar el poder, presa de la angustia y la desesperación, comenzó a buscar una solución a sus problemas en una dirección distinta. Ayudados y financiados por los capitalistas, los fascistas comenzaron a asegurarse una base de masas en Alemania. En las elecciones de septiembre de 1930 consiguieron cerca de 6 millones y medio de votos.
A pesar de su expulsión de la IC, Trotsky y sus seguidores todavía se consideraban parte de ella y pedían insistentemente que se les permitiera volver a sus filas. Al mismo tiempo, sometieron a una dura crítica la teoría suicida adoptada por la Internacional Comunista. En su lugar, defendían el regreso a la política leninista realista del frente único como único medio de ganar a las masas para la acción y a través de su propia experiencia, al comunismo.
Con la victoria de Hitler en las elecciones, Trotsky dio la señal de alarma. En un folleto titulado: El giro de la Internacional Comunista. La situación en Alemania, lanzó la señal de salida para la campaña que durante tres años llevado adelante la Oposición de Izquierdas de la Comintern, así es como se consideraban los trotskistas. En Alemania, Francia, EEUU, Inglaterra, en la lejana Sudáfrica y en todos los países donde tenían grupos, los trotskistas llevaron a cabo una campaña para exigir que el Partido Comunista Alemán emprendiera una campaña a favor del frente único con los socialdemócratas para evitar que Hitler llegara al poder.
Bajos las instrucciones directas y el asesoramiento de Stalin y la IC, el Partido Comunista Alemán denunció esta política como “contrarrevolucionaria y socialfascista”. Lucharon insistentemente contra la socialdemocracia a la que consideraban el “principal enemigo” de la clase obrera y planteaban que no existía ninguna diferencia entre democracia y fascismo. En septiembre de 1930, Rote Fahne (Bandera Roja), el órgano del Partido Comunista Alemán proclamaba lo siguiente: “Anoche fue el gran día de Herr Hitler, pero la victoria electoral de los nazis es el principio del fin”.
Durante estos años la IC continuó con su funesto rumbo. Cuando Hitler organizó un referéndum en 1931 para derribar al gobierno Socialdemócrata de Prusia, ante la insistencia directa de Stalin y la IC, los comunistas alemanes votaron con los nazis en contra de los socialdemócratas. Todavía en mayo de 1932, el Daily Worker británico acusaba de esta manera a los trotskistas por su política en Alemania:
“Resulta significativo que Trotsky haya salido en defensa del frente único entre los partidos comunistas y socialdemócratas en contra del fascismo. En un momento como el actual no se podría haber dado una dirección de clase más perjudicial y contrarrevolucionaria”.
Mientras tanto, Trotsky había escrito cuatro folletos, docenas de artículos y manifiestos, en todas partes los trotskistas aprovechaban cualquier oportunidad para presionar a la IC para que ésta cambiara de política. En enero de 1933 Hitler pudo tomar el poder sin la más mínima oposición organizada en un país que contaba con la clase obrera más organizada y con el Partido Comunista más fuerte, exceptuando el de Rusia. Por primera vez en la historia, la reacción pudo conquistar el poder sin ninguna resistencia por parte de la clase trabajadora. El Partido Comunista Alemán contaba con 6 millones de seguidores, la socialdemocracia con 8 millones. Juntos eran la fuerza más poderosa de Alemania.
El Partido Comunista Alemán se condenó para siempre con esta traición. Pero la IC estaba lejos de reconocer la naturaleza de la catástrofe. En su lugar, apoyó solemnemente la política del Partido Comunista Alemán y de la Internacional después de considerarla perfectamente correcta.
Una organización que no puede aprender de las lecciones de la historia está condenada. Como fuerza en la lucha por el socialismo mundial la IC estaba muerta. La Oposición Internacional de Izquierdas rompió con ella y proclamó la necesidad de una nueva Internacional. Pero lo que era evidente para la vanguardia que había abandonado cualquier intento de reformar la IC, no era tan evidente para las masas. Sólo podrían aprenderlo a través de los grandes acontecimientos.
La IC continuó aplicando esta política errónea hasta 1934. Cuando los fascistas franceses, animados por los éxitos del fascismo en Austria y Alemania encabezaron manifestaciones armadas para derribar el gobierno liberal y el parlamento, el Partido Comunista dio la orden de manifestarse junto a ellos. Pero ahora el peligro que Hitler representaba para la Unión Soviética era evidente para todo el mundo. Stalin y la burocracia estaban aterrorizados. Stalin, desdeñoso y cínico con la capacidad de la IC como instrumento de la revolución mundial, la convirtió aún más abiertamente en un instrumento de la política exterior soviética. Una organización en la sociedad de clases que deja de representar a la clase obrera, inevitablemente, cae bajo la presión e influencia de la burguesía, Stalin en busca de aliados giró hacia las burguesía de Gran Bretaña y Francia. La política del Frente Popular se inició y se aprobó en el último congreso de la Internacional celebrado en 1935. Esta política de coalición con los capitalistas liberales estaba en contra de la política por la que había luchado Lenin durante toda su vida. Representaba una nueva etapa en la degeneración de la IC y del primer estado obrero.
Con el ascenso de Hitler, de nuevo gracias a la política de Stalin, se afianzó aún más la burocracia en la Unión Soviética. Las casta burocrática se ha elevado cada vez más por encima de las masas soviéticas y ha aumentado su poder. Pero esta degeneración progresiva ha sufrido también cambios cualitativos. De ser simplemente incapaz de asegurar otra cosa que no fuera la derrota de la clase obrera mundial, el estalinismo se ha opuesto a la revolución proletaria en otros países. Los Procesos de Moscú, el asesinato de los viejos Bolcheviques, las purgas, el asesinato y el exilio de decenas de miles de la flor y nata de los trabajadores comunistas rusos, completaron la contrarrevolución estalinista dentro de la Unión Soviética.
Los acontecimientos en Francia y España están todavía frescos en la cabeza de todo revolucionario. La IC jugó el papel principal en la destrucción de una revolución que podría haber triunfado. En realidad, se ha revelado como la vanguardia combatiente de la contrarrevolución. Las derrotas de la clase obrera mundial condujeron, inevitablemente, a la guerra mundial. Irónicamente, la guerra se inició con un pacto entre Hitler y Stalin. Así, Stalin asestó un nuevo golpe a la clase obrera mundial y a la IC. Después dio un nuevo vuelco y emprendió una campaña por la paz en interés de Hitler, con un habilidoso disfraz de política “revolucionaria”. Como Trotsky dijo en su predicción del pacto Stalin-Hitler en un artículo escrito en marzo de 1933:
“El rasgo fundamental de la política internacional de Stalin en los últimos años ha sido el siguiente: comercia con los movimientos de clase obrera cómo comercia con el petróleo, el manganeso y otras mercancías. En esta frase no hay un ápice de exageración. Stalin trata a las secciones de la IC en los diferentes países y a la lucha de liberación de las naciones oprimidas como si fueran calderilla en las negociaciones con las potencias imperialistas… cuando tiene que apoyar a China contra Japón, somete al proletariado chino al Kuomintang. ¿Qué haría en el caso de un pacto con Hitler? Por cierto, Hitler no tiene ninguna necesidad particular de conseguir la ayuda de Stalin para estrangular al Partido Comunista Alemán. La situación insignificante en la que se encuentra el partido es la consecuencia de toda su política anterior. Pero es muy probable que Stalin llegue a un acuerdo para cortar cualquier ayuda para el trabajo clandestino en Alemania. Esta es una de las concesiones secundarias que tendría que realizar y, sin duda, estará bastante dispuesto. También podemos estar seguros de que la campaña ruidosa, histérica y hueca contra el fascismo que lleva adelante la IC desde hace unos años, va a silenciarse de una forma hábil y solapada”.
La política de Stalin y el “cadáver corrupto” de la Comintern se arruinó irremediablemente cuando los nazis invadieron la Unión Soviética. La IC tuvo que dar un giro de ciento ochenta grados y convertirse de nuevo en el felpudo del imperialismo británico y Roosevelt. Pero con el aumento de la dependencia de Stalin del imperialismo estadounidense y británico, también aumentaba la presión de los “aliados” capitalistas. El imperialismo estadounidense, particularmente, ha pedido la disolución de la Comintern como garantía final frente al peligro de la revolución social en Europa después de la caída de Hitler.
Ya se ha terminado esta prolongada agonía. Stalin ha disuelto la degenerada Comintern. Al hacerlo, ha proclamado abiertamente su cambio de campo, al de la contrarrevolución capitalista en lo que concierne al resto del mundo. Sin embargo, los imperialistas que obligaron a Stalin a este intercambio a cambio de concesiones y negocios por su parte, no han comprendido las consecuencias que esto tendrá.
De ninguna manera van a poder abortar las nuevas revoluciones que estallarán por todo el mundo. En menos de dos décadas desde que comenzó su degeneración, la Comintern ha arruinado muchas situaciones favorables para la revolución en muchos países. Las décadas venideras serán testigo de muchas revoluciones que llevarán al colapso y la desintegración del capitalismo.
La época de entreguerras, aunque fue una época de convulsiones violentas, pronto será considerada como una época tranquila en comparación con el período venidero. En un ambiente de insurrecciones y tormentas sociales, se volverá a construir un verdadero instrumento de la revolución mundial. Durante las últimas décadas los obreros, excepto en Rusia, han carecido de un partido y dirección bolcheviques. Volverán los magníficos días de la Internacional Comunista de 1917-1923.
El crecimiento del apoyo internacional a las ideas del marxismo, basadas en las tradiciones del bolchevismo, la rica experiencia del pasado, aprendiendo de las derrotas de la clase obrera, una vez más llevará a los oprimidos hasta el derrocamiento del capitalismo y el establecimiento de una república socialista mundial.
[…] 1919-2019: Centenario de la Internacional Comunista (IX y final) – Auge… […]
Los comentarios están cerrados.