10 años sin justicia para Ayotzinapa: el Estado y el ejército siguen siendo los culpables

2014, un punto de inflexión

La trágica noche de Iguala, del 26 de septiembre de 2014, fue como levantar la tapa de la cloaca dejando en evidencia la podredumbre del Estado y el podrido sistema capitalista. El carácter asesino del Estado, sus vínculos con el crimen organizado y su encubrimiento de este crimen, quedaron en evidencia desde los primeros días ante los ojos de millones. La consigna “¡Fue el Estado!”, se erigió. Estudiantes inocentes, jóvenes socialistas, pobres de familias campesinas y proletarias, y potenciales futuros maestros fueron asesinados y desaparecidos. Julio Cesar Mondragón, un joven padre de familia, proveniente de la Ciudad de México, que su condición de pobreza lo llevó a estudiar en Ayotzinapa, fue uno de los 6 muertos de esa noche; apareció sin rostro, desollado. Cada hora, cada día, la indignación aumentaba. Ayotzinapa no era una excepción, las desapariciones y los homicidios ya estaban extendidos por todo el país. Una de las frases que fueron apareciendo en las pancartas de las manifestaciones de protesta en 2014 decía: “¿Qué cosecha un país que siembra muertos?”

Indignación, rabia, frustración, protestas, aires de revolución era la tensa atmósfera que se creaba. Podemos sentir un terremoto cuando sale a la superficie, pero éste es producto de movimientos poderosos y profundos que tienen un largo tiempo acumulando fuerzas, imperceptibles a simple vista. Las condiciones para un estallido estaban presentes y la noche de Iguala fue el detonante. Al mismo tiempo, en el IPN se generalizaba una huelga, la más grande en esta institución desde 1968. Ayotzinapa a su vez provocaría movilizaciones de estudiantes a un nivel tan amplio no vistas desde el 68, tal vez aún mayor. Universidades que nunca habían realizado un paro, ahora cerraban y protestaban por la aparición de los normalistas.

El 8 de octubre de 2014 se dio la primera gran jornada de lucha por la aparición de los normalistas. En 25 Estados del país hubo protestas. El grito de guerra fue desde entonces: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, exclamado por decenas de miles ese día. Los padres de los 43 llegaron al zócalo, el ambiente era desgarrador, era común encontrar a gente llorando, encolerizada. Era claro que algo había cambiado en la mente y corazones de millones. El gobierno no pudo más que estar contra la pared y a la defensiva, mientras su popularidad se desplomaba. Peña Nieto se convirtió en el presidente más impopular de la era moderna. Sus niveles de aprobación llegaron a rondar en tan solo el 17 y 18 %, y el ejército una de las instituciones más impopulares.

Lecciones de la lucha

En 2006 se había dado ya una explosión social en que vimos las movilizaciones más grandes en la historia moderna de México con 3 millones en la calle un solo día, una huelga de 240 mil trabajadores industriales (mineros metalúrgicos) y hasta un embrión de soviet en Oaxaca. El gobierno débil de Calderón recurrió a la militarización del país y asestó un golpe certero contra un sector clave de la clase obrera, los trabajadores del SME, al cerrar la compañía de Luz y Fuerza. En 2012 el PAN no pudo mantenerse en el gobierno. En un ambiente de desconcierto y relativo reflujo, el PRI se apoderó del gobierno con su candidato Peña Nieto. Éste, desde antes de entrar a la presidencia, se enfrentó a protestas estudiantiles y de trabajadores (#YoSoy132, lucha contra la reforma educativa iniciada en Guerrero, pero logró avanzar en toda una serie de ataques contra los trabajadores en sus primeros años de gobierno. Después del 26 de septiembre de 2014, todo se convirtió en su contrario.

Hablamos que después de décadas de ataques, el poder adquisitivo siguió un efecto de caída libre, los contratos colectivos fueron masacrados,  los recursos naturales (en detrimento de las comunidades indígenas y campesinas y del conjunto de la población) fueron entregados al gran capital. Es decir que tanto la fuerza de trabajo como los recursos naturales se pusieron al servicio del gran capital. Tras la creciente desigualdad social se intensificó la pobreza extrema. El crimen organizado encontró un gran caldo de cultivo que lo fortaleció. El capitalismo en México no sólo dio síntomas de agotamiento, sino que traspasó a la descomposición barbárica.

El ambiente explosivo ya había dado síntomas de aparición en el pasado, con una tendencia general a la unidad de las luchas. Sin embargo, el Estado había usado tácticas como dar concesiones mínimas a un sector en lucha para presionar a los dirigentes a desactivar las movilizaciones. Esto fue efectivo en todo un periodo, por ejemplo, en el movimiento sindical.

Con Ayotzinapa se logró la unidad, no uniendo las causas, sino en este caso, todos identificándonos y unificándonos con la causa de los 43. La actitud digna de los padres de los normalistas, que no han aceptado otra cosa que la justicia y la aparición de sus hijos, se convirtió en el alma que impulsó y extendió el movimiento. El límite de la lucha se encontró en la ausencia de una dirección política consistente. Fue tal el impulso desde abajo, que se buscaron mecanismos de articulación y dirección, como la asamblea interuniversitaria, que estaba compuesta con representantes electos en asambleas y buscaba articular acciones unificadas.

La huelga del Politécnico reflejó qué tan profundo era el movimiento, pues esta lucha atrajo no solo a las capas avanzadas sino a las atrasadas que nunca habían participado en una lucha y acarreaban muchos prejuicios. Esto fue aprovechado por el Estado al tratar de dividir la huelga del IPN para que fuera solo de politécnicos o que sólo se abarcaran problemas académicos y no políticos. Ese ambiente fue cambiando. Un síntoma de radicalismo se vio cuando un provocador incitó a quemar la puerta de Palacio Nacional en una movilización por Ayotzinapa el 8 de noviembre, respaldada por miles de jóvenes, mostrando un reflejo distorsionado de que se quería pasar a la ofensiva. Gran parte de ellos eran estudiantes del IPN en huelga. Al final de 2014, los contingentes más numerosos (por mucho) eran los del Politécnico. Sin embargo, el ala academicista “anti política” se mantuvo en la lucha politécnica, dejando reminiscencias y métodos hasta hoy día que sólo le facilitan el trabajo a la autoridad, al no fomentar la organización, participación y vínculo de las luchas estudiantiles con el resto de escuelas y del pueblo trabajador. Por eso hay que reivindicar las tradiciones revolucionarias de 2014 y rechazar las que solo ayudan al Estado y al capital.

Más significativo, fue el impacto en algunos pueblos. Por ejemplo, en Tixtla, el municipio donde se encuentra Ayotzinapa, la población tomó el palacio municipal, se dio la unidad con las policías comunitarias, el proletariado en lucha (magisterio) y los estudiantes, comenzando con los de Ayotzinapa. Se dieron embriones de doble poder en 2014 que ponían en cuestionamiento la hegemonía del Estado burgués. Sin embargo, la ausencia de un partido revolucionario a nivel nacional impidió que el proceso siguiera avanzando.

La lucha de 2014 apuntó a un rompimiento radical con el actual Estado y sus instituciones. Las viejas instituciones perdían su autoridad frente a las masas, la conciencia de las masas llegaba a la conclusión de un cambio radical y se tomaban acciones que llevaron a situaciones, al menos embrionarias, de doble poder (donde los trabajadores comenzaban a tomar las riendas de la sociedad en sus manos sin que hubiera desaparecido el viejo poder burgués). Eso se notó en las siguientes experiencias de lucha, como las elecciones federales de 2015 (sobre todo en estados del sur como Guerrero, Chiapas y Oaxaca); la oposición a la reforma educativa a lo largo del sexenio; Nochixtlán , donde se dio una pequeña guerra civil;  la autoorganización popular en el rescate durante el terremoto del 2017 en Ciudad de México, entre otras.

El gobierno ¿del cambio?

El gobierno de López Obrador levantó enormes expectativas, de hecho, hoy a finales de su mandato como presidente mantiene un enorme apoyo del 72% en la población. La inmensa mayoría de la gente que protestó por justicia en el caso Ayotzinapa, votó para que López Obrador asumiera la presidencia. Este prometió justicia para Ayotzinapa y encontrar a los estudiantes. Primeramente, crea una comisión especial (Covaj) que de manera científica demostró que la versión difundida por el gobierno de Peña Nieto (conocida como la verdad histórica) era falsa. Asimismo, permitió el reingreso del grupo interdisciplinario de expertos independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que fue bloqueada y expulsada en el gobierno de Peña Nieto. Hoy, no solo no reconoce que esta es una promesa que no ha cumplido, sino que se ha puesto del lado del ejército.

Pasaron 6 años y no ha habido justicia. El problema central es que López Obrador, en vez de apoyarse en la movilización y organización revolucionaria de las masas, rescató al desprestigiado Estado y de forma particular se ha apoyado en el ejército para gobernar. Ha decidido no confrontar al ejército. Eso llevaría a críticas de GIEI, que denunciaron que el ejército ocultaba información hasta llegar a un punto en donde no pudieron avanzar más y decidieron retirarse del país. Los padres de los 43 y sus representantes legales, también han señalado que hay referencias de documentación de la noche de Iguala, que el ejército tiene en sus manos y que no ha entregado.

En un reporte que AMLO les envió el pasado 8 de julio de 2024 a los padres de los 43, sale de manera clara en defensa de esta institución armada:

“Ciertamente, no hay duda de la responsabilidad del Estado, ya sea por omisión, ocultamiento y fabricación de la llamada verdad histórica de los funcionarios federales, estatales y municipales involucrados, pero el señalamiento al Ejército, sin pruebas, me produce mucha desconfianza y sostengo que podría obedecer a un afán de venganza de personas o instancias del extranjero para debilitar a una institución fundamental del Estado mexicano, como quisieron hacerlo en el caso del general Salvador Cienfuegos o como lo están haciendo ahora en mi contra con una campaña de desprestigio, sin pruebas, tratándome de vincular con la delincuencia organizada, básicamente por motivos políticos e ideológicos”.

Recordemos que Salvador Cienfuegos fue el dirigente nacional de la Sedena en el año 2014 –antes había sido el principal jefe del ejército en el Estado de Guerrero–, quien tras el caso Ayotzinapa, señaló en 2015: “No voy a permitir que interroguen a mis soldados”. Cuando se crea la versión falsificada de los hechos del gobierno de Peña Nieto, la verdad histórica, uno de los objetivos centrales fue encubrir el papel del ejército, claramente involucrado en la desaparición de los 43 estudiantes. Cuando el oficial en retiro fue detenido en EEUU por crímenes de narcotráfico, AMLO señaló:

“Esto es una muestra inequívoca de la descomposición del régimen, de cómo se fue degradando la función pública, la función gubernamental en el país durante el periodo neoliberal. Yo siempre dije que no era sólo una crisis, que era una decadencia lo que se padecía, un proceso de degradación progresivo y estamos ahora constatando la profundidad de esta descomposición que se fue gestando de tiempo atrás”.

Posteriormente en 2021, antes de iniciar el juicio contra Salvador Cienfuegos en Estados Unidos, AMLO sintiendo la presión militar, intercedió directamente con el entonces presidente Trump, para que dejaran al influyente militar en  impunidad. En México simplemente se le dejó en libertad sin que se hiciera la más mínima investigación que demostrara ya fuera su culpabilidad o inocencia. Un coro de intelectuales de la 4T salió a justificar estos escandalosos hechos diciendo que de no actuar así se hubiera dado un golpe de Estado en el país.

Los padres de los 43, enviaron una carta-respuesta a AMLO el 20 de julio de 2024 donde dicen:

“Usted, sr. presidente, nos ha mentido, nos ha engañado y traicionado. Usted nos miró a la cara y empeñó su palabra en campaña donde nos prometió resolvería este crimen de lesa humanidad y así nos daría la tan anhelada verdad y justicia que cualquier ser humano tiene derecho a conocer: el paradero de sus seres queridos desaparecidos. Sencillamente no quiso cumplir. No solo nos falló a nosotros, sino también a todo el pueblo de México, el cual también ingenuamente le creyó en algún momento.”.

Han decidido ya no tener más reuniones con AMLO, al menos que en verdad haya un indicio muy significativo que muestre dónde están los estudiantes.

También es de resaltar que el informe de la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia en el caso Ayotzinapa (Covaj), creada por AMLO, se señala con claridad la implicación directa del ejército, que ellos tenían información (dentro y fuera) en tiempo real de lo que ocurría y que tuvieron retenidos a un grupo de estudiantes. Mientras que la investigación avanzó, las versiones del ejército sobre su actuar fue cambiando, pero también su actitud fue bloquear de manera más abierta la investigación.

Este fenómeno se trasladó al Mecanismo para la Verdad y el Esclarecimiento Histórico (MEH), que forma parte de otra comisión que formó AMLO para investigar violaciones graves a derechos humanos entre los años 1965 y 1990. Uno de sus comisionados, Abel Barrera, señaló cómo en un momento la Comisión ya no pudo avanzar y sus investigadores “tenían vigilancia de lo que hacían y había mucho jaloneo de documentos”.

El Ejército es un aparato profesional de represión

Es muy significativo que al informe final del MEH le hayan titulado: “Fue el Estado (1965-1990)”. Una de sus principales conclusiones es que el Estado ha sido el principal violador de derechos humanos en el periodo señalado y muchos apartados, en particular, muestran las atrocidades del ejército en el país.

Engels explica que el Estado es ante todo un aparato profesional de represión de la minoritaria clase económicamente dominante (y privilegiada) contra el resto de las clases. El Estado mexicano que emerge de la revolución nace bajo el asesinato de Emiliano Zapata, Felipe Ángeles y, posteriormente, Francisco Villa, y el subsecuente desmantelamiento de las organizaciones que representaban los intereses de las clases explotadas. El ejército ha mantenido un actuar represivo, que se ha construido como un aparato profesional de represión a las luchas de las clases explotadas y de las organizaciones revolucionarias. Ya en 1956 aparece en escena de forma descarada reprimiendo la huelga politécnica.

En los años 1965-66 el ejército realiza sus primeras acciones profesionales anti insurgentes, pero hay indicios de que ocupaban desde antes manuales para combatir a grupos disidentes, por ejemplo con el aplastamiento de la huelga politécnica en 1956. El MEH tiene registrado a 738 oficiales del ejército y 65 miembros de la policía que recibieron algún tipo de entrenamiento en EEUU, entre los años 1950 y 1975. Uno de ellos fue Miguel Nazar Haro, quien dirigiría la Dirección Federal de Seguridad (DFS), que se convertiría en el CISEN, una de las instituciones de las fuerzas armadas especializadas en combatir la lucha de clases y a las organizaciones revolucionarias.

El ejército y otros cuerpos armados del Estado son aparatos que se han profesionalizado en la represión. AMLO dijo que no se iba a usar el Estado para reprimir al pueblo, pero hace pocas semanas cuerpos armados del Estado reprimieron a campesinos en defensa del agua que se oponen a la empresa Granjas Carroll en Puebla y Veracruz, siendo asesinados dos compañeros y perseguidos otros más. Los cuerpos armados del Estado se pusieron a favor del gran capital contra los campesinos en lucha. La filtración de Pegasus mostró que el ejército mantiene su labor de inteligencia y hasta el mismo Alejandro Encinas, antiguo subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, fue espiado. El Estado y el ejército tienen en su sangre la represión y ni siquiera han sido depuradas estas fuerzas criminales. Actuaron junto con las policías, estatales, municipales municipales y el crimen organizado, como un solo hombre, para desaparecer a los estudiantes de Ayotzinapa, mientras que el aparato judicial les ha protegido, liberando a los pocos militares que habían sido detenidos.

Lo hemos dicho antes y lo afirmamos ahora. Si tu objetivo no es acabar con el sistema sino reformarlo, al final terminarás aceptando al sistema y sus reglas. AMLO no se ha posicionado a favor de llevar hasta sus últimas consecuencias la justicia para las víctimas, sino el defender las instituciones pilares del Estado.

¡26 de septiembre no se olvida!

Este crimen de Estado no será olvidado. Evidencia la putrefacción del Estado, pero también la descomposición social producto del sistema capitalista. La 4T no ha podido frenar que el crimen organizado penetre el tejido social en estados como Guerrero, Chiapas y otras partes del país. Si bien no fue este gobierno el que perpetró el crimen contra los normalistas, no ha podido hacer justicia pues prefiere defender al Estado antes que a las familias campesinas que perdieron a sus hijos. Hoy seguimos viendo cómo el Estado es penetrado por el crimen organizado y, en algunas zonas, no hay una diferencia clara entre uno y otro. Por ejemplo, este año fue asesinado un estudiante de Ayotzinapa, Yanqui Kothan, por un grupo de policías que actuaron como si fueran sicarios.

Hoy seguimos viendo como el Estado es penetrado por el crimen organizado y en algunas zonas no hay una diferencia clara entre uno y otro. Por ejemplo, este año fue asesinado un estudiante de Ayotzinapa, Yanqui Kothan, por un grupo de policías que actuaron como si fueran sicarios.

Hace 10 años el Estado mostró su naturaleza reaccionaria, pequeñas reformas no han logrado cambiar su carácter. Hace 10 años se mostró la enorme necesidad de una transformación social y el potencial que tenemos los trabajadores y estudiantes para llevarlo a cabo. Pero también se reflejó la necesidad de estar mejor organizados y preparados, de contar con un partido revolucionario que permite que la lucha llegue hasta sus últimas consecuencias. Si bien, hoy hay ilusiones en que el cambio se puede dar de forma más gradual con el segundo piso de la 4T, la realidad es que la 4T no ha conseguido solucionar ningún problema de fondo, empezando por erradicar la violencia y al Estado burgués criminal. Tarde o temprano los trabajadores y los jóvenes saldremos nuevamente a las calles, no a buscar migajas, sino un cambio radical, por ello no hay tiempo que perder. Debemos construir ya el Partido Comunista Revolucionario que necesitamos.