Desde el inicio de esta última legislatura en enero de 2022, el gobierno del Partido Socialista en Portugal se ha visto acosado por casos y asuntos, escándalos y dimisiones. Ahora, el 7 de noviembre, el propio Primer Ministro de Portugal, António Costa, se ha visto obligado a dimitir como consecuencia de la investigación del Tribunal Supremo de Justicia, que ya ha dado lugar a registros policiales en la residencia oficial del Primer Ministro, varios ministerios y residencias, así como a la detención de varios empresarios, directores generales, el alcalde de Sines y el jefe de gabinete de António Costa. Al parecer, João Galamba, ministro de Infraestructuras, será imputado, al igual que su colega Duarte Cordeiro, ministro de Medio Ambiente. No se descarta que el propio António Costa sea acusado.
¿Qué está en juego? En primer lugar, la concesión, en 2019, de la explotación de litio en Montalegre durante 20 años, en un negocio potencial de 380 millones de euros, a una empresa constituida 3 días antes de la firma del contrato, ¡con un capital social de apenas 50.000 euros! También está bajo sospecha el favorecimiento de un proyecto de construcción de una central de hidrógeno en Sines por un consorcio en el que participan EDP/GALP/REN, que ha solicitado el estatuto y los fondos de “Proyectos Importantes de Interés Común Europeo”. Por último, en el ojo del huracán, y también en Sines, está la creación de un “centro de datos” que supondrá una inversión total de 3.500 millones de euros.
Dos cosas llaman la atención. En primer lugar, que el “capitalismo verde” es tan corrupto y sucio como el capitalismo del carbón: tanto la extracción de litio como la central de hidrógeno formaban parte del paradigma de la “transición energética”, pagada en gran parte con los impuestos de los trabajadores en forma de “fondos europeos”, “ayudas” y “exenciones”. En segundo lugar, y con respecto a los proyectos de “hidrógeno verde” en Sines, también están implicadas grandes empresas como GALP, EDP y REN: la corrupción del Estado burgués no se limita a pequeños favores, sino que está alimentada por y para los grandes capitalistas.
Volviendo a la crisis de gobierno, el presidente Marcelo Rebelo de Sousa tiene ahora que tomar una difícil decisión, cuyo veredicto se conocerá dentro de dos días cuando se dirija al país. Hay algo que nadie ha olvidado: João Galamba, ahora imputado, es una espina clavada para el presidente, que intentó destituirlo hace unos meses en una maniobra que acabó en humillación para Marcelo, humillación que Costa revivió imprudentemente hace unos días con el protagonismo de su ministro en su defensa de los Presupuestos del Estado… ¡utilizando provocadoramente las propias palabras del presidente!
Consideraciones personales aparte, la actual crisis política era todo lo que menos importaba a la clase dominante – ¡de la que Marcelo es fiel garante y portavoz! Los gobiernos del Partido Socialista (aunque éste no haya cumplido ni la mitad de su mandato) han proporcionado a la burguesía una (cada vez más) relativa paz social y unos beneficios absolutamente astronómicos: “Novo Banco con beneficios récord”, “BCP y BPI obtuvieron 881 millones de beneficios”, “ANA bate récord de ingresos con menos pasajeros en los aeropuertos”, “año de beneficios récord para las grandes empresas”. La lista de titulares en la prensa es (casi) interminable.
La contradicción entre estos beneficios obscenos y las dificultades cada vez mayores que experimentan los trabajadores ha alimentado un nuevo ciclo de luchas que comenzó hace aproximadamente un año y, sobre todo, un profundo resentimiento de clase que aún no se ha expresado. La situación social del país parece un polvorín. Y la caída del gobierno bien podría ser su mecha.
No cabe duda de que este (¡otro más!) escándalo de corrupción será el factor definitivo de la caída de António Costa, pero el elemento crucial es el trasfondo social marcado por el descontento y el resentimiento que han provocado el repunte de la inflación, la explosión de los tipos de interés y la degradación de los servicios públicos. A la hora de la verdad, a pesar de que los 120 diputados socialistas tengan mayoría absoluta, sin la cobertura de izquierdas que proporcionaba la geringonça [nota: denominación popular del acuerdo de gobierno del PS con el PC, el Bloco de Esquerda y los verdes], Costa cayó con estrépito.
¿Y ahora qué?
A pesar de todos los escándalos, el gobierno del PS era (hasta ahora) la solución más segura para la burguesía portuguesa, que no se privó de alegrarse públicamente cuando ganó las elecciones de enero de 2022. No se puede descartar que Marcelo, en “nombre de la estabilidad” y de los “peligros que plantea la situación internacional”, reinstaure el gobierno del PS con un nuevo primer ministro. Pero en este escenario, los problemas empiezan ahí mismo: ¿quién sería el nuevo primer ministro? No hay nadie en el Gobierno actual con la popularidad, el estatus y el peso político necesarios para sustituir a António Costa. Sobre todo, sea cual sea la elección, toda la autoridad política de un gobierno del PS posterior a Costa, aunque tenga mayoría absoluta en el parlamento, sería un ejemplo máximo del “peligro de descrédito de las instituciones” al que aludía recientemente Marcelo y una invitación a desafiarlas de forma cotidiana y permanente, tanto en las instituciones del Estado como, sobre todo, en la calle y en la lucha de clases.
Sin embargo, la convocatoria de nuevas elecciones también plantea nuevos peligros. No es imposible que el PS vuelva a ganarlas (aunque sin mayoría), dada la escasa credibilidad del derechista PSD y de su líder, pero también por el miedo que podría provocar un futuro gobierno de derechas con el ultraderechista Chega, movilizando así el voto popular hacia el PS. Con nuevas elecciones y los datos actuales, sin embargo, el resultado más probable sería una victoria del bloque de derechas en su conjunto, obligando al PSD a buscar el apoyo de Iniciativa Liberal y… ¡Chega! Recientemente, tanto en Suecia como en Finlandia, los partidos socialdemócratas fueron expulsados del poder, sustituidos por partidos conservadores que, a falta de mayoría, tuvieron que negociar el apoyo parlamentario de las fuerzas de extrema derecha para formar gobierno. Lo mismo podría ocurrir en Portugal. Una cosa sería segura: tenga Chega uno o dos pies en el ejecutivo (todo dependería de sus resultados electorales), el futuro gobierno de derechas tendría una marcada impronta reaccionaria y aplicaría un “programa de choque” en materia de fiscalidad y salarios, legislación laboral y protección del empleo, así como el desmantelamiento del “estado social” en los ámbitos de la educación, la sanidad y la seguridad social. En un momento en que la crisis no da señales de remitir (véanse las últimas cifras de crecimiento del PIB, o las recientes advertencias del ministro de Finanzas sobre los altos tipos de interés hasta 2026 y cómo el pico de su impacto se sentirá el próximo año…), un gobierno así tendría un efecto explosivo sobre la lucha de clases en Portugal.
Marcelo está, pues, entre la espada y la pared. Haga lo que haga, decida lo que decida, sean cuales sean los resultados de unas hipotéticas elecciones, la crisis del capitalismo portugués se ha profundizado hoy de forma dramática. Este es el punto central: el sistema está completamente desacreditado a los ojos de cientos de miles de jóvenes y trabajadores, y el sistema no tiene ni puede ofrecer más que más sacrificios, más austeridad, más precariedad y más inestabilidad junto a los obscenos beneficios de los grandes grupos capitalistas.
Frente al descrédito de la izquierda (o de lo que se percibe como “izquierda”), primero en la forma de Geringonça, ahora en la forma de un gobierno en solitario del PS, es posible que una parte significativa de la pequeña burguesía y de los sectores políticamente más atrasados de la clase obrera, totalmente desesperados por la tremenda crisis social en Portugal, puedan dar una victoria a la derecha más revanchista y reaccionaria. Esto tendrá un efecto menos que temporal, porque ante la crisis, la verdadera naturaleza de los populistas reaccionarios quedará rápidamente al descubierto, ¡convirtiéndose en una “escuela” para la clase obrera y la juventud de este país!
¡Debemos darnos cuenta de que la historia no avanza en línea recta! En ausencia de una alternativa revolucionaria de masas para derrocar al capitalismo, veremos bruscos vaivenes a izquierda y derecha. Sin embargo, las oportunidades para construir esta alternativa revolucionaria de masas están ahí y se nos presentarán en los próximos años. Volverán las magníficas e impactantes movilizaciones de masas de la época de la Troika y la deuda soberana, ahora con una conciencia anticapitalista más desarrollada. Miles de jóvenes y trabajadores buscarán en los próximos años una alternativa revolucionaria a la crisis, el pantano y el fango del sistema.
En vísperas de la celebración del 50 aniversario de la Revolución Portuguesa, una revolución que fue descarrilada el 25 de noviembre de 1975 para dar paso a este régimen democrático-burgués corrupto, inicuo y mediocre, haz de nuestro lema tu grito de batalla: ¡Derribemos el capitalismo, cumplamos abril!