El potencial de desarrollo y extensión del MIC es enorme, de ahí que haya comenzado a darse un debate sobre cómo encarar las tareas que tenemos por delante y la manera de estructurar el movimiento, tomando como base la situación objetiva concreta que estamos transitando y sus perspectivas de desarrollo.
Un aporte al debate
La conformación del Movimiento Intersindical Clasista (MIC) ha sido un gran paso adelante del activismo obrero de nuestro país. Es un hecho muy importante que cientos de activistas sindicales aúnen sus esfuerzos para construir una alternativa combativa, antiburocrática, democrática y honesta a las actuales dirigencias burocráticas del movimiento obrero argentino.
Además del plenario nacional del MIC en diciembre, se han organizado plenarios regionales en Capital, Rosario, Gran Buenos Aires y, próximamente, tendrá lugar otro en Córdoba. Diariamente, nuevos activistas sindicales se acercan al movimiento, lo que refleja la necesidad creciente de orientación y coordinación que se está dando en los sectores de vanguardia del movimiento obrero de nuestro país.
El potencial de desarrollo y extensión del MIC es enorme, de ahí que haya comenzado a darse un debate sobre cómo encarar las tareas que tenemos por delante y la manera de estructurar el movimiento, tomando como base la situación objetiva concreta que estamos transitando y sus perspectivas de desarrollo.
¿Qué clase de Movimiento necesitamos?
En la experiencia de estos primeros 6 meses de existencia del MIC pueden advertirse, más allá de los matices, dos posicionamientos fundamentales.
Están, por un lado, aquellos compañeros que consideran que el MIC debe jugar un papel de coordinación e intercambio de experiencias, centrando su labor principalmente entre delegados gremiales antiburocráticos y listas sindicales opositoras; además de hacer algunos actos públicos (1º de mayo, en aniversarios como el 24 de marzo o el Cordobazo, etc), talleres de formación sindical y comunicados públicos sobre acontecimientos puntuales. En suma, para estos compañeros se trata de fortalecer el movimiento desde adentro pero sin intervenir, en esta primera etapa, bajo la bandera del MIC de manera pública y coordinada en los conflictos laborales que se están sucediendo.
Por supuesto, estamos completamente de acuerdo con abordar las tareas descritas pero, en sí mismas, nos parecen insuficientes comparadas con las perspectivas y el potencial de desarrollo que el MIC tiene por delante.
Para otro sector de compañeros, en el que nos incluimos, el MIC debería fijarse el objetivo de aglutinar en un frente único a todos los activistas sindicales combativos y luchadores (delegados sindicales y miembros de listas opositoras, pero también trabajadores de base) para tomar posiciones en las estructuras sindicales de las empresas y los sindicatos. De esta manera estaríamos preparando las mejores condiciones para aprovechar el inevitable giro a la izquierda que se avecina en la clase obrera y en la base de los sindicatos.
Consideramos necesario que, de ahora en más, todos los activistas, integrantes de Cuerpos de Delegados, de Comisiones Internas y agrupaciones sindicales que integran el MIC deben salir a la lucha bajo su bandera, popularizando su nombre entre los sectores más avanzados de la clase. En este sentido, cada integrante de un cuerpo de delegados, de una Comisión Interna o de la Comisión Directiva de un sindicato que forma parte del Movimiento debería trazarse el objetivo en los próximos meses de conseguir la adhesión de dichos organismos al MIC, y muy particularmente de los activistas y luchadores de base de sus propias empresas sin responsabilidad gremial.
La Mesa Provisoria Nacional debería emitir regularmente comunicados públicos de apoyo a todas las luchas que se den, estén dirigidas o no por la burocracia sindical, y en base a las fuerzas del movimiento intervenir en las mismas bajo la bandera del MIC, además de hacer un llamado público a los más amplios sectores de la clase obrera en lucha a que adhieran al movimiento, ya sean integrantes de organismos sindicales o trabajadores individuales. Esta será la mejor manera de incrementar la influencia del MIC y ganar a los mejores luchadores para el mismo.
Otro paso a dar sería la presentación de listas opositoras en las elecciones, en las empresas y en los congresos sindicales, con la denominación del MIC, algo que hasta el momento no se pudo hacer.
Es también necesario dotarse de una plataforma reivindicativa amplia que contemple, entre otros reclamos: un salario equivalente a la canasta familiar ($1.950), la jubilación del 82% móvil, la reducción de la jornada laboral, un seguro de desempleo universal para todos los desocupados, la nacionalización bajo control obrero de las empresas privatizadas, el no pago de la deuda externa, estatización de las AFJP sin compensación, etc. Explicando, además, la necesidad de nacionalizar las palancas fundamentales de la economía, bajo el control de los trabajadores y sin indemnización, como los bancos, los monopolios y los latifundios, para así planificar los recursos de la nación en interés de la inmensa mayoría de la sociedad.
El MIC debería popularizar demandas de democracia sindical, y no darlas por asumidas entre los trabajadores, como: elección y revocabilidad inmediata por las bases de cualquier dirigente o cargo sindical; que ningún representante sindical perciba un sueldo superior al salario promedio de un obrero calificado, congresos sindicales anuales y democráticos, apertura de los libros de contabilidad de los sindicatos para su fiscalización por las bases, ningún pacto social con la patronal, pleno poder de decisión para las asambleas de trabajadores en las empresas en todo proceso de lucha, etc.
En suma, pensamos que el MIC debe transformarse en una genuina corriente sindical de oposición en el seno de la CGT y la CTA.
A nivel de organización interna, el MIC debería plantearse la convocatoria de plenarios nacionales trimestrales y avanzar, como se está empezando a hacer, en la conformación del Movimiento por regiones y provincias.
La situación objetiva y el desarrollo del MIC
En paralelo a la concepción de lo que debería ser el MIC, también ha surgido otro debate en diferentes reuniones y plenarios sobre la situación objetiva del movimiento obrero y de la clase obrera argentina. Este debate no es secundario, porque de la apreciación correcta de la situación objetiva deben desprenderse las tareas y las tácticas del MIC para su avance y desarrollo.
Así, el sector de compañeros que defienden ese modelo del MIC al que antes hacíamos referencia, justifican su concepción más “conservadora” del movimiento en la existencia de supuestas dificultades en la situación objetiva que impedirían, en esta etapa, encarar tareas más ambiciosas. Fundamentalmente, las objeciones que estos compañeros plantean para transformar al MIC en una genuina corriente sindical de oposición en la CGT y la CTA en las líneas que hemos planteado anteriormente, son tres:
a) El apoyo mayoritario de los trabajadores al gobierno de Kirchner, lo que impediría un eco mayor de nuestra crítica a su política económico-social.
b) Al control casi absoluto de la burocracia sindical sobre el movimiento obrero que dificultaría la labor opositora del MIC o de cualquier otro agrupamiento combativo.
c) A la fragmentación, precariedad laboral y atomización de la clase obrera, por las políticas implementadas en las últimas décadas y los cambios regresivos introducidos en la organización del trabajo, que implicarían, según estos compañeros, un debilitamiento en su conciencia de clase.
Los trabajadores y el gobierno de Kirchner
No hay ninguna duda de que el gobierno de Kirchner goza actualmente de un apoyo mayoritario entre los trabajadores. No obstante, debemos añadir, que este apoyo no equivale a un cheque en blanco y, en gran parte, está supeditado a las expectativas creadas por la actual etapa del ciclo económico: que hoy estamos mejor que ayer, y que mañana estaremos mejor que hoy; eje central del discurso presidencial. Pero, además, este apoyo también se deriva del carácter particular de la política kirchnerista que, en última instancia, hunde sus raíces en el ambiente social legado por el “Argentinazo” y que expresa el cambio tan importante operado en la conciencia de las masas trabajadoras.
El “Argentinazo” fue un punto de quiebre histórico que inauguró una etapa diferente y una nueva correlación de fuerzas en la lucha de clases de nuestro país, más favorable para la clase obrera.
El “Argentinazo” provocó el derrumbe estrepitoso de toda la estructura ideológica sobre la que se sustentó la dominación de clase en los años 90. Mientras que las ideas sobre economía y política, dominantes hasta entonces, pasaron a ser consideradas anatema, muchas posiciones políticas circunscritas hasta entonces a los pequeños cenáculos de la izquierda adquirieron el vigor de una certeza inapelable para millones.
La aureola de santidad con que, en el pasado, la burguesía argentina rodeó términos tales como: “privatizaciones”, “pago de la deuda externa“,“ajuste del gasto“, “unión carnal con los EEUU”, “mano dura“,“respetabilidad“ de políticos, jueces y policías, etc, fue enviada directamente al infierno en la conciencia de las masas populares. En cambio, la distribución de la riqueza y la justicia social, el rechazo a la deuda externa, la estatización de las empresas privatizadas y de los recursos naturales, el rechazo vehemente al “gatillo fácil” policial y a la impunidad de los crímenes de la dictadura militar, la rehabilitación de la generación revolucionaria de los 70, la dignificación de la lucha social y de la movilización popular; todo esto, encontró un eco entusiasta.
El carácter del gobierno de Kirchner hunde sus raíces en el ambiente social legado por el “Argentinazo” y en las divisiones y enfrentamientos que, como resultado, se dio entre los diferentes sectores de la burguesía nacional y el imperialismo.
Si Kirchner se vio obligado a imprimir un carácter especial a su política se debió, por un lado, a la necesidad de disciplinar a los sectores más parásitos de la burguesía y del aparato del Estado ante la profundidad de la crisis económica y de las finanzas públicas, pero sobre todo para reconstruir la autoridad de las instituciones burguesas dado el descrédito en que habían caído las mismas ante las masas de la población.
Es importante tener en cuenta que una cosa es cómo ve la vanguardia de los trabajadores la realidad, y otra cosa distinta es cómo la ven las amplias masas trabajadoras. Necesitamos, por lo tanto, tener una aproximación al proceso real de toma de conciencia de la clase trabajadora.
Cuando Kirchner lanza discursos contra el FMI, contra los empresarios especuladores y las empresas privatizadas, o contra los corruptos que arruinaron el país, indudablemente conecta con la experiencia y la bronca acumulada de las masas en los últimos años. Toda una serie de estamentos oficiales fueron purgados parcialmente, como nunca antes lo habían sido: la casta militar, la Corte Suprema de Justicia, y a los jefes de las fuerzas policiales por corrupción. En el terreno de los derechos humanos se llegó mucho más lejos de lo que nadie hubiera imaginado hace unos años: se anularon las infames “leyes del perdón”, se expropiaron centros de detención y tortura clandestinos, se rehabilitó ante los ojos de las masas a los compañeros caídos por el genocidio militar, se declaró feriado nacional inamovible el 24 de marzo, etc.
Desde luego, nosotros sabemos las limitaciones que tiene esta política de gestos. Pero las masas lo ven como pasos adelante que hay que apoyar.
Por supuesto, que la situación económica lo ayudó a Kirchner permitiéndole hacer una serie de concesiones menores a las masas, con aumentos salariales por decreto, subiendo las jubilaciones mínimas, aumentando los presupuestos de salud y educación, etc. En el contexto de la lucha reivindicativa, capas importantes de trabajadores experimentaron una mejora en su nivel de vida por primera vez en años, o al menos vieron que éste dejaba de caer. Incluso, medidas absolutamente reaccionarias, como fue la cancelación de la deuda con el FMI, fueron justificadas como algo “progresista”, que fue la percepción que quedó en las masas. La pugna de Kirchner contra los empresarios por la suba de precios también dio alas a la percepción general de que se viene una política “más social” del gobierno.
En política exterior, si bien está clara la alineación del gobierno de Kirchner con el imperialismo norteamericano, su política de calculada ambigüedad, cultivando la relación diplomática y económica con Venezuela y Brasil, dando alas al llamado “eje latinoamericano” contra el ALCA, también lo ayudó en su imagen “progresista”.
Es verdad, que en lo fundamental, la política de Kirchner fue garantizar las mejores condiciones para la acumulación de ganancias de los capitalistas, el haber pagado puntualmente la deuda externa, haber sostenido las privatizaciones menemistas, y cuando lo consideró necesario reprimir la protesta social como quedó patente en el caso del movimiento piquetero o, más recientemente, en Las Heras. Pero lo que es verdad es que esta política a favor de los capitalistas quedó muy diluida en el contexto de sus discursos y gestos “por izquierda”.
Con todo esto queremos concluir que, si bien, el apoyo de la mayoría de los trabajadores a Kirchner es incuestionable en la actual etapa; este apoyo no es a su política proburguesa, sino a pesar de ella.
Con todo, no es un secreto que la burguesía no oculta su incomodidad con Kirchner. Ve con gran suspicacia su política demagógica y sus discursos “duros” contra determinados sectores de la clase dominante porque pueden estimular la imaginación de las masas. Considera que la política represiva de Kirchner es demasiado “blanda” contra el movimiento obrero. Pero Kirchner tiene sus buenas razones para mantener, por el momento, esta política, dado el ambiente social que existe en el país. Prefiere aislar al activismo de izquierda y descargar sobre él lo fundamental de la represión porque una represión más generalizada, en un contexto de auge de luchas, sería contraproducente: no detendría las luchas y además lo desprestigiarían prematuramente ante los trabajadores.
Por el momento, Kirchner está obligado a mantener un cuidadoso equilibrio, actuando un árbitro entre las clases, no dudando en disciplinar a algunos sectores de la burguesía, ávidos de ganancias, para amortiguar las contradicciones sociales y mantener los intereses de conjunto del capitalismo argentino. Lo que más teme es un auge de las luchas obreras que lo empujen a tener que optar abiertamente a favor de los empresarios, desnudando sus intereses de clase. El mantenimiento del auge económico lo ayuda a sostener esta política de duplicidad: pequeñas concesiones a las masas y políticas de fondo a favor de la burguesía y el imperialismo. Pero esto no va a durar siempre.
Sí, es cierto. Kirchner pudo reconstruir parcialmente la autoridad de las instituciones burguesas, pero sobre la base del cambio operado en la conciencia de las masas trabajadoras antes descrito, que no volvió a mirar hacia atrás, hacia las desacreditadas políticas burguesas de los 90, sino que se engarzó con el cambio general hacia la izquierda operado en la conciencia de las masas trabajadoras y campesinas de Latinoamérica en los últimos años. Es sobre la base de este cambio enormemente favorable en la conciencia de las masas hacia la izquierda donde debemos apoyarnos para propagandizar nuestras ideas.
Por lo tanto, no acordamos con aquellos compañeros que ven en este apoyo popular a Kirchner una dificultad para que el MIC desarrolle una política sindical audaz en el seno de la clase. Al contrario. Cuando Kirchner se ve obligado a afirmar que algunos empresarios le meten la mano en el bolsillo a la gente nos da una oportunidad extraordinaria para propagandizar nuestros reclamos de salarios equivalentes a la canasta familiar y nuestra denuncia sobre las ganancias enormes de los capitalistas; cuando Kirchner aparece como el campeón de los derechos democráticos por sus críticas a la última dictadura militar debemos explicar que esos mismos empresarios que apoyaron a los milicos mantienen una dictadura igual de feroz en los lugares de trabajo; cuando Kirchner reprocha a las empresas privatizadas que se llevaron la plata y no invierten nos da una excelente oportunidad para presentar nuestra exigencia de que sean nacionalizadas bajo el control de los trabajadores; cuando Kirchner dice que quiere “un país en serio” sin “corruptos” debemos señalarle que su gobierno no hace nada para terminar con el trabajo “en negro”; cuando Kirchner se jacta de que subió unas cuantas monedas las pensiones y los salarios públicos debemos recodarle sus pagos multimillonarios por la deuda externa, etc.
Estamos de acuerdo en que la crítica a Kirchner debe hacerse de manera hábil para que encuentre un eco en la clase trabajadora, huyendo de la crítica estridente e infantil de los ultraizquierdistas que equiparan sin más a Kirchner con Menem aislándonos del trabajador común; pero en modo alguno existe un obstáculo insalvable para conectar con la experiencia de los trabajadores sobre la base de desnudar las contradicciones de la política demagógica del kirchnerismo, resaltando sus vínculos con la burguesía, y demostrando la insuficiencia de su política de “gestos progresistas” ante la imposibilidad de satisfacer por igual a empresarios y trabajadores, cuando las medidas de fondo siempre benefician a los primeros mientras que apenas quedan unas migajas para los segundos.
El MIC y la burocracia sindical
Algunos compañeros se quejan de que la burocracia sindical mantiene un firme control sobre el movimiento obrero, lo que obstaculizaría un desarrollo mayor del MIC. Aunque la primera parte de esta afirmación es verdad (no así la segunda), no se puede desconocer que los dirigentes sindicales continúan siendo vistos con gran desconfianza.
No es verdad que la burocracia sindical tenga un poder absoluto sobre el movimiento obrero y que actúen según su voluntad en todo momento. Lo que hemos visto es que ante un auge importante de las luchas obreras, la burocracia sindical tuvo que utilizar un discurso más ofensivo contra los patrones, debiendo ponerse a la cabeza de las luchas para mantener su autoridad y arrancar concesiones.
Obviamente, su intención es intentar ponerse a la cabeza del movimiento cuando ya no puedan evitarlo para limitar su alcance, desviarlo de sus objetivos y, eventualmente, traicionarlo.
Pero el hecho de que la burocracia sindical pueda, eventualmente, recuperar una parte de la autoridad perdida no debe desesperar a los compañeros. Debemos tener en cuenta que, en la medida que burocracia se ve obligada a poner a los trabajadores en movimiento, esto los ayuda a ser conscientes de su fuerza y a aumentar su confianza en sí mismos, de tal manera que cuando los dirigentes pretendan echar el freno a las luchas quedarán más evidentes sus limitaciones burocráticas y su tendencia permanente a conciliar con los patrones.
Para apreciar el cambio operado en la actitud de la burocracia, que no es más que una expresión indirecta del cambio operado en el estado de ánimo de los trabajadores, es que antes traicionaban las luchas a la primera. En lugar de victorias teníamos derrota tras derrota. Ahora, están obligados a firmar como mínimo un 19% de aumento salarial, por encima de la inflación “oficial”. Los trabajadores no tiran manteca al techo, pero al menos lo ven como pasos adelante, aunque insuficientes.
No obstante, debemos hablar claro. En la medida que los trabajadores no ven ninguna corriente sindical opositora fuerte insertada dentro de los sindicatos, ni participando activamente en los conflictos, es inevitable que las actuales direcciones mantengan un margen de maniobra.
Es necesario reconocer que, en general, las intenciones subyacentes de la burocracia sindical no siempre aparecen tan claras a los ojos de la mayoría de los trabajadores. Por eso debemos combatir el consignismo estéril y las denuncias ultimatistas y estridentes, particularmente cuando los dirigentes obreros llaman a la lucha, porque resultan contraproducentes y no toman en consideración el estado de ánimo de los trabajadores, su nivel de conciencia y el grado de autoridad de los dirigentes sobre los trabajadores.
En el fondo, la fortaleza aparente de la burocracia sindical no proviene sólo de la utilización desvergonzada del aparato para disciplinar a la base, eliminando los mecanismos de democracia interna del sindicato. Esta fortaleza de la burocracia también proviene del hecho de que las nuevas camadas de luchadores recién ahora empiezan a hacerse notar y a jugar un papel dirigente en algunas luchas y empresas, pero todavía tienen una influencia muy pequeña en el conjunto del movimiento sindical y la mayoría de los trabajadores organizados no los ven aún como una alternativa viable frente a las actuales direcciones. Por otro lado, es innegable que una parte de los trabajadores todavía no perdieron completamente sus ilusiones en los dirigentes, particularmente ahora que empezaron a sacar un discurso más combativo.
Por eso es la obligación del MIC acelerar las experiencias de los trabajadores a través de una cuidadosa aplicación de la táctica del frente único con las direcciones sindicales en todas las medidas de fuerza que éstas se vean obligadas a declarar. En cada lucha, los integrantes del MIC deben ser los mejores y más decididos luchadores, mientras que propagandizan audazmente en la base sus propuestas: planteando reclamos que conecten con la experiencia de los trabajadores, exigiendo la máxima extensión de la lucha y la convocatoria de asambleas de base que voten el pliego de reclamos y decidan cada paso a dar en la lucha; proponiendo la organización de comités de huelga, fondos de huelga, etc., a la vez que se emplaza a la burocracia a que lleve a la práctica estas medidas, desnudando la insuficiencia de sus reclamos y tácticas de lucha.
No existen atajos. Los trabajadores no van a venir al MIC ellos solos. Es necesario que el MIC vaya hacia ellos, participando dentro de los sindicatos y desarrollando una táctica paciente. Esto es vital de cara al próximo futuro porque, bajo otras condiciones y sobre la base de la experiencia, será posible entonces emerger dentro del sindicato con la fuerza suficiente como para que el resto de los trabajadores nos apoyen como una alternativa a la burocracia sindical.
Allá donde los activistas del MIC tengan posiciones dirigentes estarán en las mejores condiciones para demostrar, no en palabras sino en los hechos, la corrección de nuestras ideas y tácticas de lucha. De esta manera se ganaría la confianza de un número creciente de trabajadores en el seno de las empresas y sindicatos, tanto si estamos en mayoría como si lo estamos en minoría.
En la experiencia de estos 6 meses de andadura del MIC debemos reconocer que muy poco de esto se ha hecho. Por ejemplo, ATE convocó dos paros nacionales los pasados 20 de abril y 31 de mayo. Sabemos que las medidas de fuerzas estuvieron muy mal convocadas, apenas se hicieron asambleas y la asistencia a las movilizaciones fueron pequeñas. Pese a todo, miles de trabajadores de todo el país participaron en las movilizaciones. Y creemos que se perdió una oportunidad extraordinaria para una intervención activa y decidida de los activistas del MIC en ATE. Como mínimo, se debería haber participado en estas movilizaciones repartiendo volantes explicando nuestras alternativas y posiciones. Esto hubiera costado muy poco esfuerzo y nos habría permitido dar a conocer el MIC a miles de trabajadores normales y atraer a algunos de ellos a nuestro movimiento ¿Qué dificultad de la situación objetiva lo impedía? Absolutamente ninguna. Es importante detenerse en esto, porque este simple hecho nos dice muchos más que mil análisis “teóricos” sobre las falencias, pero también las tareas, que necesita abordar nuestro movimiento. El mismo balance se aplica a los recientes conflictos habidos en telefónicos, Subte, bancarios, universidad, y en otras muchas empresas y sectores, donde también se notó la ausencia del MIC, como agrupamiento sindical diferenciado de la vanguardia de la clase.
La "debilidad" de la clase obrera
El otro argumento que oponen algunos compañeros a las posiciones de quienes proponemos una actitud más audaz y activa del MIC en el seno del movimiento obrero es la supuesta debilidad de la clase obrera argentina y su bajo nivel de conciencia. Según estos compañeros las actuales condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera dificultan su proceso de toma de conciencia y su incorporación a la lucha sindical.
Estos argumentos son bien conocidos, y tuvieron un gran predicamento durante los años 90 en los círculos snob de intelectuales de izquierda. Más o menos son los siguientes: que los cambios tecnológicos introducidos en el proceso productivo han diezmado a la clase obrera, particularmente a la clase obrera industrial, haciendo disminuir el tamaño de las fábricas. Esto, unido a la tercerización o “externalización” de los procesos productivos, al aumento del empleo “en negro” y la precariedad del empleo, más la pérdida de conquistas básicas, tienden a atomizar y “desestructurar” a la clase obrera. A todo esto se añaden los efectos de la crisis capitalista, que han fortalecido cuantitativamente a las masa de desempleados y al “cuentapropismo”, aumentando la competencia de los trabajadores entre sí por condiciones de trabajo cada vez más precarias, propiciando un debilitamiento mayor de su conciencia de clase. [1]
Lo primero que tenemos que decir es que la clase trabajadora constituye la mayoría aplastante de la sociedad. En Argentina, los trabajadores asalariados forman el 73% de la población activa. Pese al retroceso experimentado por la clase obrera en sus condiciones de trabajo, las relaciones sociales de producción capitalistas siguen siendo las mismas que hace 20, 50 ó 100 años: los trabajadores (trabajen en empresas grandes o pequeñas, “en blanco” o “en negro”, sean tercerizados o no, o figuren como “autónomos”) se ven obligados a vender su fuerza de trabajo, a trabajar para un patrón por un salario, y son explotados.
El sistema capitalista sólo puede conjurar la lucha de clases durante un largo período, y la radicalización política de los trabajadores, si en lugar de aumentar las contradicciones de clase entre obreros y capitalistas, las amortigua y suaviza. La única manera de hacerlo es creando condiciones que permitan a la clase trabajadora vivir y trabajar de una manera digna en la perspectiva de que su nivel de vida mejore continuamente durante un largo período de tiempo, reforzando sus ilusiones y su confianza en el sistema capitalista. Este fue el período que vimos, particularmente, después de la II Guerra Mundial hasta principios de los 70. Parcialmente, en la década de los 90, parecieron resucitar estas ilusiones en nuestro país y a nivel internacional.
Resulta cuanto menos incomprensible que cuando el capitalismo, lejos de amortiguar las contradicciones sociales, las exacerba empeorando las condiciones de vida y trabajo de millones de trabajadores, se pueda pensar en un relajamiento de la lucha de clases futura. Al contrario. Estas condiciones de trabajo: precariedad, sobreexplotación, incertidumbre ante lo que depara el futuro, ha desatado una auténtica explosión de la lucha de clases en América Latina que se ha expresado por medio de levantamientos revolucionarios en algunos países, y a través de procesos electorales con giros hacia la izquierda, en otros.
La oleada huelguística que ha sacudido en los últimos años a numerosos países de Europa y en los propios EEUU (en el caso de las capas más explotadas como los trabajadores inmigrantes), nos indican que hemos entrado en un nuevo período de la lucha de clases internacional, pese a la ausencia de un ciclo recesivo que de la economía mundial, que será inevitable en un futuro próximo.
Las condiciones sociales que algunos reclaman con nostalgia (las creadas por el famoso Estado del Bienestar) sólo tienen una historia de cincuenta o sesenta años ¿Cuáles eran las condiciones de vida y trabajo de las masas de la clase obrera en Argentina, América y Europa en los años veinte o treinta, por no hablar de mucho antes? Se asemejan mucho a las nuevas condiciones que sufren actualmente amplios sectores de trabajadores, fundamentalmente de la juventud. Y fueron precisamente esas condiciones de vida y de trabajo las que dieron lugar, en aquellos años, a extraordinarios movimientos revolucionarios de la clase obrera por transformar la sociedad.
¿Hay un problema de nivel de conciencia?
Este crudo “determinismo económico” aplicado a la conciencia de los trabajadores (que nos dice que cuando las condiciones de trabajo son malas la clase obrera no puede luchar, pero que cuando son buenas tampoco) es ajeno a la realidad viva y a la dialéctica de la lucha de clases. Al tratar a la clase obrera como un factor pasivo, víctima fatalista de una realidad objetiva despótica, lo que se nos ofrece es una receta acabada para la inactividad, el desaliento, el pesimismo y la complacencia “con lo que hay”.
Es verdad que durante mucho tiempo, el empeoramiento de las condiciones laborales sumado al cuadro recesivo de la economía, actuaron como un freno a la lucha sindical. A esto debemos sumar la bancarrota de la dirección sindical, completamente degenerada, que abrazó como nunca antes la colaboración de clases. No había ninguna dirección, reconocida como tal por los trabajadores, que propusiera un programa o una perspectiva de lucha, por no hablar de la transformación de la sociedad. Los sindicatos nos hacían nada mientras que los empresarios destruían las condiciones y los derechos laborales tan duramente conquistados. A todo esto debemos añadir la ausencia de una alternativa política de izquierda fuerte y con autoridad en las masas que ayudara a los trabajadores a hacer avanzar su proceso de toma de conciencia.
Pero es un completo error culpar a las masas de los fracasos de la direcciones obreras. Los trabajadores son realistas. En estas condiciones, cuando no tenían una dirección competente en sus organizaciones, comenzaron a buscar soluciones individuales a sus problemas. Buscaron mantener su nivel de vida, aunque sobre la base de un enorme aumento de la extracción de plusvalía relativa y absoluta: con largas jornadas de trabajo, aumento de los ritmos de producción, mayor intensidad del trabajo, aumento de la productividad, etc.
Durante un período temporal, estuvieron dispuestos a aceptar la tiranía de los empresarios y sus imposiciones. No viendo ninguna alternativa, agacharon la cabeza y se dispusieron a morir trabajando, con menos vacaciones, trabajando los fines de semana y aceptando largas horas extras. Las largas jornadas laborales y el consiguiente agotamiento después de una dura jornada de trabajo, redujeron la participación en los sindicatos y organizaciones obreras. Esto a su vez reforzó el control de la burocracia sindical, que a su vez se alejó aún más de los trabajadores.
Pero esta búsqueda de soluciones individuales no podía durar siempre. Ha tenido consecuencias muy negativas: crisis nerviosas, enfermedades físicas y mentales, aumento de los accidentes laborales, etc. El masivo aumento de la plusvalía relativa y absoluta ha llegado a sus límites. Los capitalistas ya no pueden exprimir más. Tarde o temprano tenía que llegar el momento en que los trabajadores dijeran: ¡ya basta! Ahora vemos el inicio de una reacción por parte de la clase obrera, reflejada en una oleada de huelgas, en Argentina y a nivel internacional.
Muchos compañeros sacaron conclusiones pesimistas de aquella situación. E incluso comenzaron a teorizar sobre los cambios producidos en la clase obrera. En realidad, esto no fue más que un eco tardío de los efectos, en los círculos de intelectuales y en las capas superiores de la clase obrera, de la contraofensiva ideológica de la burguesía contra las ideas del socialismo, tras la caída del estalinismo.
Creemos que los compañeros cometen un error y es dar por estática y fija una realidad que es siempre cambiante. Como decíamos antes, los trabajadores no son un factor muerto (como las máquinas) en la estructura económica capitalista, sino un factor vivo: tienen sangre, nervios, músculos y cerebro; piensan, reflexionan, y aprenden de la experiencia. Los trabajadores pueden tolerar durante un tiempo (particularmente en las situaciones más desfavorables) retrocesos en sus condiciones de trabajo. Pero esa "tolerancia" tiene el efecto de ir acumulando bronca, rabia y frustración hasta que llega un punto en que los trabajadores dicen que ya es suficiente y toda la situación se convierte en su contrario.
No hay ninguna duda del cambio favorable que se ha experimentado en el ánimo de la clase obrera argentina en los últimos dos años. El estímulo de este cambio no vino de arriba, de la dirección sindical, sino del cambio del ciclo económico que ha jugado un papel muy positivo en la recomposición de las fuerzas de la clase obrera y en el aumento de su confianza en sí misma después de años de retrocesos. El aumento de la ocupación y de las ganancias capitalistas han hecho ver a los trabajadores que existen mejores condiciones para exigir reclamos salariales y laborales.
Aquellos que se la pasaban todo el día llorando sobre lo mal que estaba la clase obrera quejándose de su “debilidad” y de su bajo nivel de conciencia, fueron incapaces de detectar el verdadero ambiente de bronca de los trabajadores, y no previeron la inevitabilidad de este cambio en la situación, que los tomó completamente por sorpresa. Por eso es un error dejarse impresionar ahora por “el apoyo de los trabajadores a Kirchner” y por el control que todavía ejerce la burocracia sindical sobre el movimiento obrero, aspectos que, como explicamos anteriormente, revelan conclusiones completamente opuestas a las defendidas por algunos compañeros.
Este tipo de “impresionismo”, que refleja un empirismo superficial, no nos decía nada hace 3 ó 4 años de hacia dónde se movía la conciencia de los trabajadores argentinos, no nos dice nada ahora de hacia dónde se está moviendo, y no nos puede decir absolutamente nada de hacia dónde se moverá mañana. Este tipo de análisis dan lo mismo que hubiesen sido escritos en 1995, en el 2000 ó en el 2006 porque, aparentemente, la situación “objetiva” de la clase obrera no cambió en la última década: precariedad laboral, tercerización, enpleo “en negro”, salarios bajos, etc.
Y la realidad concreta es que cualquiera que mire sin prejuicios la situación del movimiento obrero argentino debe concluir que hemos asistido a una innegable recuperación del movimiento reivindicativo de los trabajadores. El año pasado registró la mayor conflictividad laboral de los últimos 15 años, según las cifras de los organismos oficiales.
¿Cómo explicar este fenómeno, el auge de las luchas obreras en estos dos años, tomando como base las posiciones de estos compañeros? Desde su punto de vista, este auge de la lucha sindical resulta inexplicable, y debería ser definido como una “anormalidad” histórica.
Es interesante hacer la observación de que, después de haber visto la entrada a la lucha de los trabajadores que tienen mejores condiciones laborales, estamos viendo el creciente protagonismo de los trabajadores más precarizados, como los “tercerizados” de muchas empresas y sectores.
En este sector de la clase estamos viendo un importante número de conflictos por el reencuadramiento sindical y por mejores condiciones de trabajo, en sectores tercerizados o contratados de telefónicos, subte, ferroviarios, bancarios, comercio, operadores telefónicos y de telemárketing, petroleros, camioneros, empleados de oficinas en la empresa privada y el sector público, etc. Aquellas condiciones que durante un tiempo fueron utilizadas para dividir y enfrentar a los trabajadores, ahora se transformaron en su contrario y actúan de estímulo para salir a luchar y exigir iguales condiciones de trabajo que los demás trabajadores en mejores condiciones de la misma empresa o lugar de trabajo.
Mientras más dificultades encuentren estos sectores para expresar su bronca e indignación por sus condiciones de vida y de trabajo (trabajadores “en negro”, tercerizados, precarizados, etc) más convulsiva y abrupta será su respuesta cuando decidan luchar. Precisamente, porque la burocracia sindical basa su apoyo en los trabajadores mejor pagos y con mejores condiciones de trabajo, y tiende a dejar librados a su suerte a la juventud obrera superexplotada, esto abre un terreno fértil para el trabajo del MIC si nos orientamos decididamente hacia estos sectores y confiamos más en su capacidad de lucha y de organización, levantando bien alta la bandera de nuestro movimiento y comprometiéndonos a fondo a desarrollar las campañas contra el trabajo “en negro” y otras, acordadas en nuestros plenarios.
¿Está condenado el "sindicalismo" a la decadencia?
No compartimos la opinión de algunos compañeros que hablan de la decadencia del sindicalismo “tradicional”. Lo cierto es que todas estas luchas reivindicativas han sido canalizadas a través de los sindicatos existentes, con sus correspondientes comisiones internas y cuerpos de delegados.
Si fuera verdad que el sindicalismo “tradicional” está en decadencia, ¿cómo se puede explicar el creciente protagonismo de los Convenios Colectivos de Trabajo (CCT), que refleja el poder sindical en las empresas? En el 2005 se firmaron 568 CCT, un 63% más que en el 2004. Y en el primer trimestre del 2006 ya se firmaron un 80% más de CCT que en el mismo período del año pasado. Es verdad que todavía engloban a sólo un sector de la clase, al 60% de los asalariados privados en blanco; pero eso se debe, en gran parte, a la absoluta orfandad de dirección sindical que padece la mayoría de los trabajadores argentinos debido a la burocratización extrema de las direcciones sindicales, y no por su escasa disposición a la lucha o al desinterés producido “por su baja conciencia de clase”.
Las tratativas que están teniendo lugar en el Congreso sobre algunas reformas en la legislación laboral favorables a los trabajadores, por intermediación de la dirección de la CGT ante el gobierno de Kirchner (derecho del trabajador a oponerse a cambios en su régimen laboral, aumento de las indemnizaciones por despido y por accidente laboral, ampliación del tiempo para poder hacer juicios laborales, computación en el tiempo de trabajo de las licencias por enfermedad o actividad gremial, poder exigir constancia de aportes mientras dure el vínculo contractual, y otros), también tienen que ver con esta situación. La burocracia sindical y el gobierno (y aquí aparece una vez más el rol de árbitro entre las clases que se asigna Kirchner) han decidido enfrentar el enojo empresarial y llevar adelante estas medidas porque son conscientes del nuevo ambiente que se respira en la clase obrera. Y parecen decididos a introducir pequeños cambios en la legislación laboral porque, aunque estas reformas puedan parecer muy modestas, ellos son conscientes de las mil y una humillaciones cotidianas que los trabajadores se ven obligados a enfrentar con sus lugares de trabajo producto de la de arrogancia patronal, lo que no hace sino acumular más vapor a la bronca social y que, mañana, puede estallar bruscamente de manera incontrolada.
El sindicalismo, la lucha por reivindicaciones económicas, no sólo no está en declive sino que va a mantener toda su vigencia. Hemos asistido, y asistiremos, a imponentes conflictos sindicales, luchas económicas ofensivas y defensivas con la participación de cientos de miles de trabajadores. En la medida que el actual boom económico alcista se prolongue durante un tiempo esto va a seguir siendo así. De hecho, dada la situación actual de la clase obrera argentina esto no es una mala cosa. Esta situación fortalece la lucha de los trabajadores, los reúne y agrupa en torno a demandas concretas, empresa por empresa y sector por sector, no solamente en luchas locales, sino también en luchas nacionales. La incorporación de nuevos efectivos en las fábricas y empresas fortalece numéricamente a la clase trabajadora y la encontrará en una situación infinitamente mejor, psicológica y socialmente, cuando se produzca la inevitable entrada en la próxima recesión económica.
La función del MIC es dar una perspectiva a las luchas, participando hombro con hombro con los trabajadores, y conectar con los nuevos líderes naturales y movimientos de oposición que están surgiendo, para que mañana estén en condiciones de aparecer como una alternativa de dirección, en cada cuerpo de delegados y sindicato. En estas condiciones, una corriente sindical combativa podría encontrar rápidamente un eco poderosísimo en las bases de los sindicatos y las empresas.
La experiencia internacional
El movimiento obrero es internacional o no es nada. Argentina no tiene una estructura económica capitalista sustancialmente diferente a la de los países de nuestro entorno, ni la clase obrera argentina sufrió cambios en su estructura radicalmente diferentes. Y sin embargo, miremos donde miremos podemos apreciar que la clase trabajadora ha empezado a ejercitar sus músculos y a hacer sentir todo su peso social, con enormes luchas en un país tras otro.
La principal característica es que, sin excepciones, en todas partes vemos el poderoso resurgir de las organizaciones sindicales, a pesar de las derrotas del pasado. En Bolivia, Venezuela, México, Colombia, Chile, Uruguay, Perú hemos visto como los trabajadores han redescubierto la utilidad de los sindicatos para luchar por sus demandas económicas, y en algunos casos políticas, desatando procesos de Huelgas Generales o luchas revolucionarias como no se veían en décadas.
Pero no sólo en América Latina. En África hubo huelgas generales en los dos países más industrializados del continente, como son Sudáfrica y Nigeria. En Asia hubo huelgas generales en India, y a menor escala en Corea del Sur. En el Irán de los “mullahs” crecen también las huelgas obreras por medio de sindicatos ilegales. En Europa, los trabajadores también han experimentado importantes retrocesos en sus conquistas y, tras algunos años de “paz social” hemos visto desarrollarse el estallido de las luchas sindicales más importantes de los últimos 20 años con huelgas generales en Francia, Italia, España, Portugal, Grecia, Austria y tormentosas luchas industriales en Alemania y otros países. ¿Quién puede negar esto?
Alguien podría decir que si esta situación se circunscribieran a uno o dos países quizás podríamos convenir en que se trataría de una casualidad. Pero cuando el mismo fenómeno se repite en un país tras otro, en un continente tras otro, en un espacio de tiempo casi simultáneo, entonces no estamos hablando de una casualidad, sino de una tendencia general. Y esta tendencia general nos está diciendo que cuando la clase obrera se mueve, indefectiblemente, siempre tiende a hacerlo y a expresarse a través de sus organizaciones tradicionales de masas, comenzando por los sindicatos. En este sentido, Argentina no ha sido una excepción y los activistas sindicales combativos debemos tener muy en cuenta esto para evitar que los acontecimientos en nuestro país nos tomen de improviso.
Una perspectiva anticapitalista
Hay muchos compañeros que lloran por la pérdida de conquistas históricas ganadas en las décadas pasadas. Desde luego, nadie se alegra por esto. Pero no debemos perder la perspectiva. Hay que decir que esas conquistas fueron obtenidas por dos factores fundamentales. Por un lado, por las luchas obreras y la fuerza acumulada por los trabajadores en la sociedad. Pero la otra razón se debió a la etapa concreta de desarrollo económico capitalista, de los años 50 y 60, basada en el pleno empleo y en un desarrollo ininterrumpido de las fuerzas productivas. Pero esa época pasó a la historia. Actualmente, el capitalismo se encuentra sumido en una crisis orgánica. Ya no puede desarrollar las fuerzas productivas de la misma manera que en el pasado. Hay una crisis de sobreproducción de mercancías, que también se manifiesta bajo la forma de sobrecapacidad productiva instalada en las fábricas y empresas que limita este desarrollo. Con la excepción de China no vemos un desarrollo fundamental de las fuerzas productivas en ninguna parte. El capitalismo no puede mantener las viejas conquistas de la clase trabajadora, lo que no es más que una manifestación de dicha crisis. La vieja estabilidad sustentada en el empleo para toda la vida, altos salarios, jubilaciones decentes, etc, son, cada vez más, cosa del pasado.
El cambio regresivo en las condiciones laborales experimentada por los trabajadores en todo el mundo no es un reflejo del paso a un estadio progresivo y superior del modo de producción capitalista, que nos obligue a revisar el rol de la clase obrera en la sociedad y la lucha por su emancipación, sino que es una expresión de su decadencia y de su papel reaccionario. Es una expresión de la rebelión de las fuerzas productivas contra la camisa de fuerza impuesta por las relaciones de propiedad capitalistas. Es una expresión de que el sistema capitalista ha llegado a sus límites y que se impone una transformación radical de la sociedad sobre bases socialistas, la necesidad de la planificación racional y democrática de las fuerzas productivas sobre la base de la propiedad colectiva de los medios de producción, en Argentina y a nivel internacional.
La regresión en las condiciones de trabajo son un aviso a la clase trabajadora de que la continuidad del capitalismo nos conduce a condiciones de vida peores, más allá de mejoras temporales que podamos obtener en períodos de auge de la economía, como ahora, y que nos intentarán sacar en una próxima recesión económica.
Debemos utilizar los hechos de esta realidad no para llorar y sumarnos a la propaganda burguesa que continuamente insiste en mentir sobre la debilidad de los trabajadores, sino en estimularlos a la lucha, económica y política, por mejorar sus condiciones de vida pero también para transformar la sociedad.
Es verdad que en los últimos 20 años las condiciones laborales han retrocedido enormemente. Durante años, los trabajadores han tenido que bajar la cabeza aceptando un ataque tras otro. Pero, como explica la física: toda acción produce tarde o temprano una reacción igual y en sentido contrario. La revuelta de las masas oprimidas que hemos visto en la mayoría de los países latinoamericanos, que han desatado una crisis revolucionaria en un país tras otro, ha sido precisamente el efecto de las políticas capitalistas salvajes contra las masas trabajadoras. No son ahora la clase obrera ni el resto de capas oprimidas de la sociedad quienes están ahora en problemas, sino el dominio de la clase capitalista en un país tras otro. Aquellos que pensaban que un retroceso salvaje en las condiciones de vida de las masas iba a tener un efecto permanente de postración, debilidad y miedo, de que las masas iban a tolerar eternamente una situación que las condena a la frustración y la impotencia, ahora tienen que desdecirse de todo lo que dijeron y escribieron.
La obligación de los sindicalistas combativos en el MIC no consiste en crear la ilusión en los trabajadores de nuestro entorno de que con la mera lucha sindical vamos a recuperar las viejas conquistas del pasado; conquistas que, por otro lado, nunca disfrutaron gran parte de los trabajadores actuales. Debemos explicarles dos cosas: que la pérdida de dichas conquistas nos demuestra que bajo el capitalismo nada es seguro ni permanente, que lo que hoy nos dan con una mano mañana intentarán sacárnoslo con la otra. Y la segunda cosa que debemos explicar es que, mientras que debemos luchar por cada demanda y conquista que suponga un paso adelante en nuestras condiciones de vida y de trabajo para evitar caer en la degradación de nuestras condiciones de vida y de nuestras familias, los trabajadores también debemos dar la lucha política, la lucha por la completa transformación de la sociedad en líneas socialistas, de que sólo con la propiedad colectiva y el control democrático de las fuerzas productivas en manos de la clase trabajadora, que somos la inmensa mayoría de la sociedad, podremos asegurar condiciones de vida y de trabajo auténticamente humanas para todos, para liberarnos los trabajadores de la esclavitud física y espiritual del sistema de trabajo asalariado, sustentado en la propiedad privada creada por el capitalismo.
Si somos capaces de extraer todas las lecciones de la experiencia pasada, pero también de la experiencia que está haciendo la clase trabajadora en el momento actual, y sacamos las conclusiones organizativas correspondientes, estamos seguros de que el MIC se transformará en un espacio corto de tiempo en un factor determinante dentro del movimiento obrero argentino, agrupando tras de sí a los sectores más conscientes y avanzados de la clase obrera.
Buenos Aires, 6 de junio 2006
Corriente Socialista El Militante
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[1] Es una paradoja que hace 30 ó 40 años, en este mismo tipo de círculos, se dijera expresamente lo contrario: que las condiciones de empleo estable y salarios decentes, más las creadas por el Estado del Bienestar, habían “aburguesado” a los trabajadores, porque tenían auto, vivienda propia, TV, vacaciones pagas, etc. Igual que ahora, esta gente hablaba de la “crisis” del sujeto revolucionario buscándolo en la periferia de la clase obrera: el movimiento estudiantil, el movimiento feminista, etc, e incluso en el lumpen, pero descartando a aquélla “por su bajo nivel de conciencia”.