El 25 de abril de 1974 se inició la revolución portuguesa de 1974-75, más conocida como la “Revolución de los claveles”. A la revolución portuguesa no se le ha prestado la atención que merece, pese a que fue el intento de transformación socialista de la sociedad más avanzado que habido en Europa desde la II Guerra Mundial.
En 1974, Portugal estaba gobernado por una dictadura militar, la más antigua de Europa entonces, establecida desde 1926 por Oliveira Salazar. En la última etapa del régimen, las huelgas de los trabajadores, las protestas universitarias y la guerra colonial en África (Angola y Mozambique) que desangraba al país desde 1961, hacían presagiar un colapso, a pesar de los intentos de la burguesía portuguesa y del imperialismo por evitarlo.
El capitalismo portugués era el más atrasado de Europa. La agricultura empleaba a casi el 40% de la población, la guerra colonial devoraba los recursos estatales y la industria estaba próxima al colapso como consecuencia de la crisis económica de 1973, teniendo como único factor competitivo los bajos salarios de los trabajadores.
En la base del ejército existía una situación de fermento. La guerra colonial era impopular entre las masas. Los soldados y suboficiales que combatían en África estaban desmoralizados y despreciaban a los altos jefes militares que los condenaban a morir en una guerra de opresión colonial a la que no le veían ningún sentido. Muchos jóvenes oficiales y suboficiales, que provenían de las universidades que estaban en fermento, y estaban en contacto directo con las luchas revolucionarias de los pueblos coloniales a los que estaban combatiendo, giraron a la izquierda y organizaban círculos de discusión clandestinos.
El 25 de abril
Cuando el 25 de abril de 1974, los oficiales agrupados en el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) – organización clandestina de mandos militares de baja graduación y de orientación antifascista – sacaron los tanques a la calle no sólo derribaron la dictadura más vieja de Europa, sino que también abrieron la caja de Pandora de las contradicciones gestadas en la sociedad portuguesa durante 48 años. El mismo día del golpe, millares de personas apoyaron en la calle la acción del MFA. Seis días después, un millón y medio de manifestantes en Lisboa y cuatro millones en el resto del país (de una población total de 8 millones) festejaron en libertad el 1º de Mayo.
La caída de la dictadura dio un gran impulso al movimiento obrero. La marea huelguística se extendió de norte a sur. Millones de obreros ingresaron a la lucha y la Intersindical (hoy CGTP), sindicato surgido de los sindicatos corporativos de la Dictadura bajo la dirección del Partido Comunista (PC), afilió rápidamente a más del 80% de los obreros portugueses. Los partidos obreros: el Partido Socialista (PS) y el PC reclutaron decenas de miles de militantes.
La revolución portuguesa puso de manifiesto una ley histórica del movimiento obrero que se ha revelado sin excepción: cuando los trabajadores sienten la necesidad de expresarse políticamente lo hacen inevitablemente, en primer lugar, a través de sus organizaciones tradicionales.
La iniciativa revolucionaria había pasado en un instante de los cuarteles a la clase obrera, lo que aterrorizó enormemente a la burguesía portuguesa e internacional.
Se formó un gobierno provisional de “Frente Popular”, con la presencia de los partidos obreros y burgueses “democráticos”, y el MFA. La burguesía trató de utilizar la autoridad de los dirigentes obreros frenar la lucha revolucionaria de los trabajadores y campesinos. Lamentablemente, las direcciones de estos partidos no tenían un programa que fuera más allá de instaurar una democracia burguesa “avanzada” bajo los marcos del capitalismo.
Entre junio y septiembre de 1974 hubo diferentes intentos reaccionarios para frenar la lucha revolucionaria de los trabajadores, auspiciados por el nuevo presidente de la república, el general Spínola, que se disfrazaba de militar “demócrata”. Pero todos ellos fracasaron por la acción revolucionaria de los trabajadores en las calles. Spínola tuvo que renunciar y un militar “izquierdista”, Vasco Gonçalves, fue nombrado primer ministro. Esto aumentó la confianza en sí misma de la clase obrera. Cientos de miles de trabajadores comenzaban a poner en cuestión la validez del capitalismo para solucionar sus problemas.
El punto álgido
El 11 de marzo de 1975, marcó el momento clave en la revolución portuguesa. Ese día, los militares afectos a Spínola intentaron un nuevo golpe de estado que se disolvió en pocas horas. Esta nueva ofensiva reaccionaria provocó la ira de los trabajadores. La clase obrera junto a los soldados tomaron las armas e impusieron controles y barricadas por todo el país en busca de los golpistas.
La enorme presión de la calle obligó al gobierno a tomar medidas drásticas para contener a la clase obrera. Hubo un proceso tan grande de nacionalizaciones que abarcó al 80% de la economía, incluida la banca y la industria pesada. Los grandes latifundios fueron colectivizados por la acción directa de los jornaleros del campo, especialmente en el sur del país.
En las elecciones para la Asamblea Constituyente de abril de 1975 el apoyo obtenido por los partidos obreros fue impresionante. Ganó el PS con el 38% de los votos, y el PC y los grupos a su izquierda consiguieron otro 20%.
El boicot de los capitalistas a la economía portuguesa hizo surgir el control obrero en las fábricas por medio de comités elegidos por los propios trabajadores. Frente a la descomposición acelerada del Estado burgués se respondió con el “Poder Popular” en los barrios obreros – organismos embrionarios de poder obrero – donde se repartían viviendas, se creaban centros culturales y deportivos, etc. En el mismo ejército desapareció la disciplina de la clase dominante y las órdenes de los mandos eran discutidas y votadas en las asambleas de soldados. Apareció el SUV (Soldados Unidos Venceremos), organización de soldados creada para frenar los intentos contrarrevolucionarios en el ejército.
Fue el momento decisivo para extender la lucha. Las condiciones estaban dadas para el triunfo de la revolución socialista. El grueso de la economía estaba en manos del Estado y se estaban dando pasos en la construcción de organismos de democracia obrera en las fábricas, los barrios y los cuarteles. Pero estos organismos no se desarrollaron completamente por la falta de una dirección revolucionaria que los centralizase y propusiera las consignas y un programa auténticamente socialista dentro de estos elementos de democracia obrera. Lo que hubo en Portugal fue una situación de doble poder; entre un embrión de poder obrero y un Estado burgués enormemente debilitado. Por aquellos días, el principal órgano del capital financiero británico, The Times, publicó un editorial que se titulaba: “El capitalismo ha muerto en Portugal”.
Sin embargo, la política de los dirigentes obreros fue nefasta. El PC, el partido más estructurado y organizado, abrazaba la teoría antimarxista y reformista de las dos etapas: primero luchar por la “democracia”, después por el socialismo. Esto le llevó a plantear alianzas con una inexistente burguesía “de izquierda” y a frenar al movimiento obrero con el objetivo de “consolidar la democracia”.
El PS por su parte, durante un tiempo, despertó esperanzas en la clase obrera con sus consignas más a la izquierda que el PC. Pero rápidamente, el ala derecha del partido encabezada por Mario Soares hizo girar al partido hacia la socialdemocracia reformista, a costa de provocar crisis, grietas y escisiones en el PS.
El 25 de noviembre
Tras el fracaso del 11 de marzo, la burguesía pasó a combatir en otros frentes. Desató un boicot económico descomunal: desinversiones, fuga de capitales, etc. Se disparó el aumento de los precios, la balanza del comercio exterior se vino abajo, la moneda nacional (el escudo) cayó en picado. Se trataba de obtener una base social amplia para la reacción.
En octubre de 1975, la reacción convocó manifestaciones contra la “anarquía”. Fueron respondidas por 800.000 obreros y jóvenes dando vivas a la Revolución Socialista. Los batallones pesados de la clase obrera portuguesa (astilleros, siderurgia, construcción) salieron a la lucha y cercaron el edificio del Congreso durante 48 horas. Finalmente, el gobierno tuvo que ceder y concedió aumentos de sueldo del 45% para calmar los ánimos. Lo esperpéntico de la situación era que ¡el PC estaba en el gobierno y apoyaba, al mismo tiempo, el movimiento de los trabajadores!
En este contexto de radicalización se produjo el intento de golpe de estado izquierdista del 25 de noviembre. Al calor de la lucha, las unidades más radicalizadas del ejército (los paracaidistas) salieron a la calle y tomaron los puntos neurálgicos de Lisboa. Pero esta acción aventurera se dio al margen de la clase obrera, que fue tomada por sorpresa. Sólo apoyaron el golpe los trabajadores de los astilleros. Consecuentemente, el movimiento quedó aislado y fracasó.
El desconcierto y la confusión que produjo el fracaso del golpe “izquierdista” fueron aprovechados por la burguesía para pasar a la ofensiva, contando para ello con la actitud pasiva de los dirigentes de las organizaciones obreras y el apoyo activo de los elementos reformistas proburgueses dentro de las mismas. La ausencia de una tendencia de masas genuinamente marxista en el seno de los grandes partidos de la clase obrera que pudiera haber disputado la dirección a los dirigentes reformistas facilitó la labor de descarrilar la revolución. A partir de este momento, se dio un punto de inflexión en el proceso revolucionario. El SUV fue disuelto. Los mandos más izquierdistas fueron apartados, y algunos encarcelados. Comenzó la desaparición paulatina del control obrero en las fábricas, en la tierra y en los barrios.
Tras el 25 de noviembre se dio un proceso contrarrevolucionario bajo una forma “democrática” que restauró el control de la sociedad por parte del Estado burgués.
Todo el final de la década del setenta fue un período de enormes convulsiones: empeoramiento de la situación económica, crisis continua de los gobiernos, etc. que hizo surgir la “opción presidencialista” del General Eanes (elegido Presidente de la república en junio de 1976 gracias al apoyo del PS). Era un nuevo giro bonapartista que se planteó la burguesía para continuar liquidando las conquistas revolucionarias.
Esto se consumó con la llegada al poder del gobierno de derechas de Cavaco Silva y su Partido Socialdemócrata (PSD) a mediados de los años 80. A comienzos de los años 90, nuevamente con el apoyo del PS, se reformó la Constitución portuguesa de 1976 -donde todavía figuraba el objetivo de instaurar el socialismo- dando paso hacia las privatizaciones, los recortes sociales, etc. No obstante, las tierras colectivizadas permanecieron en manos de las organizaciones campesinas que las tomaron.
Un nuevo período
40 años después, el círculo parece completarse de nuevo. La aguda crisis del capitalismo europeo se está cebando con particular intensidad en Portugal, que conoció en 2012 y 2013 las mayores movilizaciones de masas desde la revolución de 1974-75. La derecha en el gobierno aplicó un durísimo plan de ajuste que se cebó con las familias obreras y la juventud. Todo eso ha provocado un agudo resentimiento de clase, y un profundo fermento y un giro claro a la izquierda en la sociedad. Una expresión de este giro a la izquierda ha sido la derrota de la derecha en las elecciones del pasado mes de octubre. Las fuerzas de la izquierda (Partido Socialista, Bloco de Esquerdas (BE) y Partido Comunista) consiguieron la mayoría absoluta. Destaca el 20% conseguido por los partidos y fuerzas situados a la izquierda del PS. Ahora se ha formado un gobierno presidido por el PS, que fue elegido con el apoyo del BE y del PC, que permanecen en la oposición. Aunque el PS ha hecho pequeñas concesiones, mantiene lo fundamental de la política de ajuste que dicta Bruselas. Tarde o temprano, la insatisfacción con la política del gobierno del PS, empujará a una capa cada vez mayor de jóvenes y trabajadores a la izquierda; al tiempo que se incrementará la insolencia de la derecha y de los grandes empresarios y banqueros corruptos, preparando un choque inevitable.
En esta nueva época, la clase obrera y la juventud portuguesa cuentan con un arma a su favor: las lecciones de la derrota del proceso revolucionario del 74/75. Ponerlas en práctica es la tarea esencial que tienen los activistas y los sectores más avanzados en este nuevo período convulsivo que agita al sistema capitalista en Portugal y en todo el mundo.