LA REVOLUCIÓN COLONIAL Y LA DIVISIÓN CHINO-SOVIÉTICA

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La Segunda Guerra Mundial terminó con una oleada revolucionaria en Europa Occidental que, gracias a la ayuda del estalinismo y la socialdemocracia, no le impidió al capitalismo sobrevivir. El estalinismo en la Unión Soviética salió fortalecido durante todo un período histórico.

Agosto de 1964

La Segunda Guerra Mundial terminó con una oleada revolucionaria en Europa Occidental que, gracias a la ayuda del estalinismo y la socialdemocracia, no le impidió al capitalismo sobrevivir. El estalinismo en la Unión Soviética salió fortalecido durante todo un período histórico.

En la historia de la sociedad ha habido muchos métodos de dominio de clase. Esto es especialmente cierto en la sociedad capitalista, con muchas formas peculiares y variadas: república, monarquía, fascismo, democracia, bonapartismo, federalismo y centralismo, por citar sólo algunos ejemplos.

En un período donde la revolución (aparte de la checoslovaca) ha tenido lugar en países atrasados o subdesarrollados, son inevitables distorsiones e incluso deformaciones monstruosas de la naturaleza del estado, en la medida que la mayoría de las zonas industrializadas vitales del mundo siguen bajo el control del Capital.

Una causa decisiva de estos acontecimientos es la contrarrevolución bonapartista en la Unión Soviética. El poder maligno del estado y el dominio incontrolado de capas privilegiadas en la Unión Soviética han servido de modelo para el “socialismo” en estos países. El bonapartismo burgués refleja una sociedad en crisis donde el estado se eleva sobre la sociedad y las clases, consigue un papel relativamente independiente y, sólo en última instancia, refleja a las clases poseedoras porque se basa en la defensa de la propiedad privada.

El proletariado no es la “vaca sagrada” que impide el desarrollo de procesos análogos. El bonapartismo proletario refleja una forma muy peculiar de gobierno obrero. Las contradicciones de una sociedad muy atrasada donde el proletariado representa sólo una pequeña minoría, como señaló Lenin, pueden llevar a una dictadura que se manifieste a través del dominio de una sola persona.

La forma proletaria del bonapartismo por su propia naturaleza representa una caricatura del gobierno obrero. En una sociedad donde la propiedad privada ha sido eliminada y no hay democracia, los poderes del estado se amplían enormemente. El estado se eleva sobre la sociedad y se convierte en una herramienta de la burocracia a través de distintas formas: militar, policial, partidista, “sindical” y directiva. Se convierten en una capa privilegiada dentro de la sociedad. Es la única capa dominante. En la transición de la sociedad capitalista al socialismo, la forma económica resultante sólo puede ser la propiedad estatal de los medios de producción, con la organización de la producción basada en un plan centralizado. Sólo el control democrático de los trabajadores y los campesinos puede garantizar esa transición. Por eso, en estos países, es inevitable que se lleve a cabo la revolución política antes de que se instaure la democracia obrera, es una necesidad indispensable ante el “marchitamiento” del estado, pero estos “regímenes transitorios” sólo pueden ser estados obreros -deformados- porque su economía se basa en la nacionalización de los medios de producción y el funcionamiento de la economía está basado en la planificación.

Marx nunca se ocupó del problema de la revolución en los países atrasados porque consideraba que la revolución primero se llevaría a cabo en los países capitalistas desarrollados. Los regímenes bonapartistas -regímenes de crisis- reflejan problemas económicos y sociales sin resolver, tanto en el estrecho marco nacional como internacionalmente, las crisis sólo se pueden resolver con la revolución mundial, especialmente en los países desarrollados.

La Revolución China, un acontecimiento histórico tan importante en la historia de la humanidad como la Revolución Rusa como ya pronosticábamos en los documentos del Partido Comunista Revolucionario británico, tuvo lugar con un poderoso estado obrero deformado a sus espaldas, además de la frustración de la oleada revolucionaria en Occidente. Sin la existencia de un estado obrero monstruosamente deformado en Oriente y la paralización de pies y manos del imperialismo debido a la radicalización de los trabajadores en Occidente, la Revolución China nunca habría adoptado esa forma.

En el período previo a la guerra Trotsky planteó el problema de lo que ocurriría en el caso de que los Ejércitos “Rojos” chinos surgieran victoriosos de la guerra civil contra Chiang Kai-Shek. Pronosticó, provisionalmente, que la cúpula del Ejército Rojo traicionaría a su base campesina y en las ciudades, con la pasividad del proletariado, se fusionaría con la burguesía realizando un proceso capitalista clásico.

Esto no ocurrió porque China no tenía salida por el camino capitalista. Con la existencia del modelo ruso, la dirección estalinista de los ejércitos campesinos maniobró entre las clases, en algunos momentos basándose en la burguesía “nacional” o los campesinos, y en otros momentos basándose en la clase obrera y construyendo una dirección estalinista fuerte a la imagen y semejanza de la moscovita. En ningún momento hubo un período de democracia obrera como sí ocurrió en 1917 en Rusia, cuando los trabajadores a través de sus soviets controlaban el estado y la sociedad.

Igual que el bonapartismo burgués al maniobrar entre las clases, en última instancia, defiende las bases de la sociedad capitalista, de la misma forma el bonapartismo proletario, en última instancia, descansa sobre la base creada por la revolución: la economía nacionalizada.

La Revolución China resolvió todos aquellos problemas que la sociedad burguesa era incapaz de resolver. Las tres décadas de gobierno de Chiang Kai-Shek, el representante bonapartista del capital financiero, revelaron la completa incapacidad de la burguesía para unificar China, llevar adelante la revolución agraria y derrocar al imperialismo. Eso sólo podría desembocar en un nuevo período de decadencia de la sociedad china. Fue esto lo que dio el impulso a la dirección de los ejércitos campesinos para derrocar a la burguesía y, gracias al modelo ruso, construir un estado que seguía el modelo estalinista.

La dirección carecía de perspectivas internacionales o marxistas. El papel consciente y la dirección del proletariado, sin los cuales es imposible el socialismo, estaban ausentes. La dirección estalinista para conquistar las ciudades utilizó la pasividad del proletariado y, donde surgieron espontáneamente elementos de acción proletaria, ejecutaron a sus dirigentes.

Sin embargo, la soldadura de provincias atomizadas y separadas en un único estado nacional unificado en líneas modernas por primera vez en la historia de China, la revolución agraria, la nacionalización de los medios de producción, todo esto dio un impulso poderoso al desarrollo de las fuerzas productivas. Ningún otro país colonial ha avanzado en la manera firme que lo ha hecho China durante el último período.

La burocracia china, como todas las burocracias que tienen un carácter similar, está principalmente interesada en consolidar su propio poder, privilegios, ingresos y prestigio. Defiende la base de la propiedad nacionalizada porque en ella se basan sus ingresos y poder.
Como ya dijimos, antes de que la burocracia china llegara al poder, la posibilidad de un enfrentamiento entre ella y la burocracia rusa era algo inherente a la situación. El intento de la burocracia rusa de llegar a un acuerdo con el imperialismo estadounidense, sin tener en consideración las necesidades e intereses de la burocracia china, precipitó la escisión entre las dos tendencias.

La racionalización de la división con consideraciones “ideológicas” sólo era un intento de ganar apoyo dentro de los partidos comunistas de todo el mundo. Por el momento, los chinos han utilizado consignas radicales como una forma de conseguir apoyo en el movimiento estalinista mundial frente a los rusos, especialmente entre los pueblos coloniales. Su apoyo abierto a Stalin repelía a los trabajadores en la Unión Soviética y Occidente, pero entre otras intenciones estaba el trazar una línea de sangre y confusión entre los trabajadores comunistas que buscaban una solución marxista y miraban hacia el “trotskismo”, es decir, el verdadero marxismo leninismo.

Debido a sus consignas radicales, por esa época, los chinos atrajeron a los cuadros elementales de los partidos estalinistas que buscaban un camino revolucionario. En ese sentido, una tendencia marxista debe aprovechar cada matiz y cada grieta para encontrar un camino hacia los trabajadores estalinistas más honestos.

La verdadera cara del estalinismo chino se pudo ver en el oportunismo de su dirección en el mundo colonial, donde en muchos países han apoyado al estrato burgués más corrupto y feudal. El apoyo al Imán de Yemen, los préstamos a Afganistán, Sri Lanka, Pakistán, el apoyo a Sukarno en Indonesia, etc. Sin ser capaces de competir en recursos, han utilizado los escasos recursos de la economía china para competir con la burocracia rusa y el imperialismo. Su ideología, sus concepciones, no pueden elevarse sobre los estrechos intereses nacionales de la burocracia china.

Su “internacionalismo” consiste en intentar construir un instrumento de apoyo similar al que posee la burocracia estalinista rusa. Su ideología, métodos y actitudes son una falsificación del marxismo, lo mismo que ocurre con sus colegas rusos.

La idealización del estalinismo en su forma más represiva y cruda es fruto sobre todo de la necesidad de evitar que una tendencia de trabajadores militantes gire hacia el “trotskismo” y también debido a la propia naturaleza de la economía china. Como antes les ocurrió a los rusos, este régimen basado sólo en la economía china podría durar décadas, a pesar de su escasa base industrial en comparación con los cientos de millones de campesinos. Sólo la revolución socialista en Occidente o la revolución política en la Unión Soviética pueden alterar esta perspectiva.

La brutalidad con que la burocracia soviética apoyó a la India en su conflicto con China, retirando a sus técnicos y destruyendo proyectos para intentar debilitar a China, es una indicación del verdadero carácter de la burocracia de la Unión Soviética. Está dispuesta a dar cuantiosos préstamos y ayudas a la burguesía y las capas superiores parasitarias de los países coloniales, y apoyar a estos regímenes para competir con el imperialismo. Pero cuando la burocracia de otros estados obreros deformados entra en conflicto con ella es cuando demuestra sus objetivos nacionales egoístas.

De forma similar, China -con el acuerdo diplomático con Pakistán y la gira del primer ministro Chou En Lai por África- imita el comportamiento de la burocracia rusa para intentar encontrar amigos. En Zanzíbar llegaron a un acuerdo con el sultán antes de que éste fuera derrocado; no hicieron ninguna crítica a los gobiernos de Tanganica, Uganda y Kenia cuando éstos recurrieron a las tropas británicas contra sus propias tropas amotinadas.

Los estalinistas chinos, no es casualidad, advirtieron a los argelinos que “desaceleraran” su revolución. La razón era el próximo acuerdo diplomático con el imperialismo francés. Las perspectivas básicas del estalinismo chino están determinadas por sus objetivos nacionales que pasan por conseguir un sillón en las Naciones Unidas y el fortalecimiento del estado nacional chino a través de cualquier método posible, además de un acuerdo comercial con el imperialismo, etc. Eso es lo que tienen en mente al intentar movilizar al bloque africano-asiático y en absoluto este comportamiento está relacionado con las perspectivas internacionales del socialismo y la revolución social.

La división entre Rusia y China, igual que la división entre Yugoslavia y Rusia y ahora el desarrollo de un nuevo estalinismo nacional en países de Europa del Este: Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Hungría, etc. es un síntoma de la decadencia estalinista y, al mismo tiempo, de la debilidad mundial en este momento de las fuerzas revolucionarias del marxismo. Si hubieran existido fuerzas marxistas revolucionarias poderosas entre el proletariado, preparando conscientemente la revolución en los países capitalistas desarrollados, entonces, este fenómeno habría sido imposible. En el momento de la revolución política húngara de 1956, antes de que las burocracias de estos países temblaran, se protegieran y apoyaran mutuamente, la burocracia china no se habría atrevido a iniciar una campaña contra el “revisionismo” ruso. Todas estas burocracias se habrían enfrentado al colapso y derrocamiento.

La división en líneas nacionales de las burocracias estalinistas añade más confusión en las masas de todo el mundo. Incluso entre los trabajadores avanzados, mientras se crean algunas oportunidades para las ideas del marxismo, al mismo tiempo complican la tarea del marxismo revolucionario. Sin embargo, a largo plazo, socava completamente el antiguo monolitismo del estalinismo y su apoyo entre las masas. El camino está preparado para que, sobre la base de grandes acontecimientos, decenas de cientos de miles de trabajadores entren en el camino revolucionario. Las próximas agitaciones, tanto en Oriente como en Occidente, las revoluciones sociales y políticas acabarán con el estalinismo.

Sin embargo, una de las tareas básicas de este período es la formación de los trabajadores más conscientes que no están contaminados por ninguna variante del estalinismo. Existe un gran abismo entre las distintas formas de estalinismo, estatales e ideológicas, y la verdadera democracia obrera y el marxismo, como existe también entre el bonapartismo, el fascismo y la ideología y el estado democrático burgués.

Al mismo tiempo que se defienden los aspectos progresistas de la economía de Rusia, China, Cuba y Europa del Este, también es necesario por un lado hacer una distinción fundamental entre la corrompida ideología burocrática nacionalista del estalinismo y sus estados, y por el otro lado lo que supone el control consciente de la economía y el movimiento de la clase obrera hacia el socialismo, como explican los métodos y concepciones del socialismo internacional.

Después del fracaso de la oleada revolucionaria de la posguerra en occidente, el capitalismo consiguió estabilizarse durante toda una época. Las consecuencias se convirtieron en causas. Esta situación llevó a un nuevo período de crecimiento capitalista en todos los países metropolitanos, con mayor o menor fuerza. El incremento del poder de la Unión Soviética junto con su rápido crecimiento industrial, el crecimiento de los estados obreros y la estabilización de una poderosa China, provocaron una nueva correlación mundial de fuerzas, entre las fuerzas capitalistas de Occidente y los estados obreros del Este.

Estos son los antecedentes para que en un país tras otro se haya producido un proceso de insurrección nacional y revolución contra el dominio imperialista y la opresión nacional. En un momento de crecimiento rápido de las fuerzas productivas en los países metropolitanos, se ha duplicado el abismo entre los países industrialmente desarrollados y las llamadas zonas “subdesarrolladas” del mundo. El modesto crecimiento de la industria en estos últimos países ha exacerbado las contradicciones sociales.

En todos estos países los problemas de la revolución nacional, la revolución agraria, la liquidación de los remanentes feudales y semifeudales, no se podían resolver sobre las antiguas bases. Ha sido el período del despertar nacional de los pueblos oprimidos de Asia, África y América Latina.

Enfrentados a esta insurrección de las masas coloniales, los imperialistas se han visto obligados a la retirada. Hace un siglo Marx explicaba que sólo la ausencia de conciencia nacional entre las masas campesinas permitió a los imperialistas conquistar y dominar Oriente y África. Una vez que las masas coloniales se han levantado es prácticamente imposible mantener encadenada a toda una nación. Trotsky, un año antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, dijo que la tarea de “pacificación” de las rebeliones coloniales se había convertido en algo demasiado caro en comparación con los frutos de la explotación de las colonias. Y es en este período cuando las insurrecciones coloniales estaban en su etapa inicial.

Ya en 1945 Gran Bretaña, debido a la rebelión de la población india, había llegado a la conclusión de la necesidad de llegar a algún tipo de compromiso con la burguesía y terratenientes indios. En parte se debía a la imposibilidad, por el ambiente radical de los soldados del imperialismo aliado y de la clase obrera británica, de llevar a cabo una guerra de conquista a gran escala o reconquistar la India y, en parte, por el temor a una insurrección de la población india.

El imperialismo francés y holandés aprendieron las lecciones después del derramamiento de sangre en Indonesia, Indochina, Argelia, etc. Los Borbones1 de Portugal actualmente también están aprendiendo la lección.

Así que debido al retraso de la revolución en Europa y otros países metropolitanos, la revolución ha sido empujada a los márgenes del capitalismo mundial, hacia los eslabones más débiles de la cadena capitalista. Sin embargo, el desarrollo del estalinismo en Rusia y su extensión a China y Europa del Este, la frustración de la revolución en zonas industrialmente decisivas del mundo capitalista, ha hecho que el desarrollo de la revolución permanente en estos países subdesarrollados haya tomado un carácter distorsionado. La degeneración de la revolución rusa, la forma bonapartista de la revolución china -a pesar de su esplendor- ha conseguido a su vez que la revolución en los países coloniales tenga unas perspectivas nacionalmente limitadas y con deformaciones fundamentales desde el principio.

La revolución en Rusia, que comenzó como una revolución democrático burguesa, terminó en una revolución proletaria clásica, con el papel dominante del proletariado como la fuerza motriz decisiva de la revolución. Eso culminó con la insurrección de octubre de la clase obrera, que se basó en perspectivas marxistas e internacionalistas. La rebelión campesina china, que culminó con la guerra campesina de 1944-49, en un sentido era el fruto de la revolución derrotada de 1925-7, pero completamente diferente debido al papel de la clase obrera. Era una guerra campesina, al principio como una guerra de guerrillas, pero después culminó con la conquista de las ciudades por parte de los ejércitos campesinos.

La revolución socialista, en contraste con todas las revoluciones anteriores, necesita la participación consciente y el control de la clase obrera. Sin ello, no puede haber revolución que lleve a la dictadura del proletariado, tal y como la entendían Marx y Lenin, ni puede haber transición hacia el socialismo.

Una revolución donde la fuerza motriz es el campesinado no puede cumplir con las tareas planteadas por la historia. El campesinado no puede jugar un papel independiente, apoya a la burguesía o al proletariado. Allí donde el proletariado no juega un papel dirigente en la revolución el ejército campesino, frente al callejón sin salida de la sociedad burguesa, puede ser utilizado, especialmente cuando existen modelos de referencia, para la expropiación de la sociedad burguesa a través de la maniobra bonapartista entre las clases y la construcción de un estado a la imagen y semejanza de la Rusia estalinista.

La burguesía del mundo colonial ha entrado demasiado tarde en la arena mundial y eso le impide jugar el papel progresista que sí jugó la burguesía occidental en el desarrollo de la sociedad capitalista. Es demasiado débil, tiene demasiados pocos recursos para competir con las economías industriales del occidente capitalista. La disparidad entre las economías débiles y subdesarrolladas del mundo colonial con las áreas metropolitanas, lejos de haber disminuido se está acelerando rápidamente. Se ha incrementado durante las últimas dos décadas debido al auge de la economía capitalista en las zonas metropolitanas. Mientras que la economía capitalista en Occidente ha conseguido el aumento, en términos absolutos, de los niveles de vida de las masas, incluso aunque se haya incrementado la tasa de explotación, en Oriente se ha producido un declive absoluto de los niveles de vida. A causa de la dialéctica peculiar de la revolución, la revolución colonial en realidad ha ayudado a las economías metropolitanas a crear un mercado para los bienes de capital.

Los imperialistas, excepto los portugueses, han tenido que abandonar el antiguo método del dominio militar directo de Asia, África y América Latina. Ahora la norma es la dominación económica con estados nominalmente independientes.

Desde la Segunda Guerra Mundial se han producido rebeliones sin precedentes en las zonas coloniales. El período de despertar nacional de todos los pueblos oprimidos ha alcanzado tal escala que los métodos militares están condenados al fracaso, como han demostrado los británicos en una isla tan pequeña como Chipre, los franceses en Argelia, y como mañana colapsará el intento portugués de pacificar Angola.

Todas estas revoluciones y despertares nacionales han tenido lugar con cierto retraso respecto a la revolución en Occidente. Sin embargo, la mayor fuerza de cambio en la sociedad, que siempre debe ser considerada desde una perspectiva internacionalista, todavía reside en las zonas decisivas de Europa Occidental, Gran Bretaña, Japón y EEUU, en cuanto al mundo capitalista, y Rusia y Europa del Este respecto a los estados obreros deformados. Desde el punto de vista del cambio de una sociedad por otra -aunque si tiene una importancia fundamental para los revolucionarios que participan en esta lucha- una década o dos en el desarrollo de la revolución tiene un significado secundario. El crecimiento del mundo capitalista y el desarrollo de la economía en las zonas subdesarrolladas del mundo han unido los hilos del mercado a escala mundial. El intento de los países estalinistas de competir con las economías desarrolladas ha obligado al capitalismo a utilizar una gran parte de sus reservas sociales. La dominación directa y el tributo colonial como una consecuencia de la jefatura suprema militar han desaparecido o está en proceso de desaparecer.

La dominación económica y la aplastante preponderancia de las economías metropolitanas sobre las frágiles economías de los estados coloniales o ex-coloniales es aún mayor que en el pasado. Al mismo tiempo, en los propios países metropolitanos el crecimiento del monopolio, el aumento de la industria, la industrialización de la agricultura, todo esto ha provocado la contracción numérica del campesinado y la pequeña burguesía, y al mismo tiempo, a un aumento del peso decisivo del proletariado en la sociedad.

Desde el punto de vista del marxismo no se podía concebir una situación más favorable. El poder potencial del proletariado, tanto en los estados obreros deformados, por un lado, como en los países capitalistas desarrollados por el otro, nunca ha sido tan grande como en la época actual. Desde este punto de vista el futuro presenta una perspectiva enormemente optimista. El tremendo auge de las fuerzas productivas inevitablemente llegará a su fin y provocará en los países capitalistas un nuevo período de parálisis y decadencia, como en el período de entreguerras. En la Unión Soviética y Europa del Este el desarrollo adicional de las fuerzas productivas colisionará con el control burocrático absoluto. La burocracia será cada vez más incompatible con el desarrollo de la sociedad. Se abrirá un nuevo período de revolución social en Occidente y de revolución política en el Este.

Con estos antecedentes y con esta perspectiva constantemente en la cabeza es cómo se debe abordar la revolución colonial en Asia, África y América Latina. Si Rusia hubiera sido un estado obrero sano o incluso un estado con las ligeras deformaciones que había en la época de Lenin y Trotsky, sin duda, la revolución en todos los países atrasados habría adoptado una forma diferente. Lenin en su momento dijo, de forma optimista, que con la primera oleada de despertar revolucionario en los países atrasados del mundo habría sido posible “pasar directamente al comunismo” sin un período intermedio incluso en zonas tribales de África. Esto podría haber ocurrido, por supuesto, pero sólo sobre la base de una auténtica y fraternal federación para el beneficio de todos. Desde luego, en cualquier caso, el problema se habría planteado de forma completamente diferente; un estado obrero sano en Rusia habría llevado a la victoria de la revolución en Europa y los países industrialmente desarrollados, de este modo, el problema de las zonas subdesarrolladas se habría planteado de una forma completamente diferente. Ese fue el planteamiento de Marx, quien pensaba que con la realización de la revolución en Gran Bretaña, Francia y Alemania, el resto del mundo (con la preponderancia industrial aplastante de estas zonas en aquel momento) se habría visto arrastrados por ella, quisieran o no.

La explicación para la forma en la que se está desarrollando la revolución en los países coloniales está en el retraso y el exceso de madurez de la revolución en Occidente, por un lado, y la deformación de la revolución en Rusia y China por el otro lado. Al mismo tiempo, es imposible continuar con las antiguas líneas y relaciones sociales. Si, desde un punto de vista histórico, la burguesía había agotado su papel social en los países capitalistas metropolitanos, en la etapa actual de la sociedad mundial es incluso más incapaz de cumplir con las tareas que le ha planteado la historia en las zonas coloniales del mundo.

La corrupta burguesía de oriente y la naciente burguesía de África son incapaces de cumplir las tareas que hace ya mucho tiempo cumplió la burguesía occidental. Mientras tanto, la revolución democrático burguesa y nacional en las zonas coloniales no puede detenerse. El aumento de la conciencia nacional en todas estas zonas exige imperativamente una solución a las tareas planteadas por la presión de los países más desarrollados de occidente.

La decadencia del imperialismo mundial y el surgimiento de dos estados estalinistas poderosos, Rusia en Europa y China en Asia, han provocado una peculiar correlación mundial de fuerzas. La burguesía y hasta cierto punto la pequeña burguesía nacional y capas superiores de la sociedad colonial, pudieron jugar un papel que habría sido imposible sin la correlación mundial de fuerzas que surgió como resultado de la Segunda Guerra Mundial. Incluso el papel que juega el bloque afro-asiático en las Naciones Unidas (aunque en cuestiones secundarias ya que no puede tener mayor importancia en las cuestiones fundamentales), es una indicación de este cambio. La competencia entre occidente y Rusia -y ahora China- por la ayuda y el apoyo de los círculos gobernantes de África, América Latina y Asia, es la prueba del resultado de la precaria correlación de fuerzas.

La degeneración de la revolución rusa y el fortalecimiento del estalinismo durante todo un período histórico fue la razón principal para que la revolución comenzara a desarrollarse en líneas bonapartistas. Esto a su vez ha hecho que la revolución en otros países de África, Asia y América Latina ha seguido un modelo previamente confeccionado, que está asociado con el “socialismo” en la mente de los círculos dominantes de la intelectualidad. Mientras que la revolución china se llevó a cabo a través de una guerra campesina y con un ejército campesino como instrumento del bonapartismo proletario, al menos en las etapas finales de la revolución, después de la conquista del poder, apoyó de “palabra” al gobierno del proletariado. Este fue también el caso de Cuba, donde el ejército campesino y la guerra de guerrillas jugaron un papel dominante en la revolución, hasta la insurrección del proletariado en La Habana. Después de la transformación de la revolución democrático burguesa con la dirección de Castro en un estado a imagen y semejanza de Yugoslavia, China y Rusia, también se dio un papel dominante al proletariado, pero una vez más, sólo de palabra.

La historia ha demostrado que el campesinado por su propia naturaleza como clase nunca puede jugar el papel dominante en la sociedad. Puede apoyar tanto al proletariado como a la burguesía. En las condiciones modernas también puede apoyar a los dirigentes bonapartistas proletarios o ex-dirigentes del proletariado. Sin embargo al hacer esto es inevitable una distorsión de la revolución. Una distorsión en una forma u otra, en las líneas de un estado policiaco-militar.

Todo marxista que pretenda basarse en la teoría científica de Marx y Engels, con su profundización y extensión en las ideas de Lenin y Trotsky, ha comprendido el papel necesario del proletariado y el de la conciencia socialista del proletariado como las fuerzas motrices del cambio del capitalismo por la nueva sociedad. Sin conciencia socialista no puede haber revolución socialista ni transición de una sociedad hacia el socialismo. Los marxistas como Lenin y Trotsky no se dejaron llevar por razones sentimentales o idealistas cuando insistieron en el papel que juegan la conciencia socialista y la participación consciente del proletariado en el curso de la revolución socialista y en el derrocamiento de la vieja sociedad. Lo hicieron porque sin la participación del proletariado en la revolución socialista (en occidente el éxito de la revolución es imposible sin la movilización de todas las fuerzas del proletariado) y su control consciente y organización de la sociedad transicional, es completamente imposible la transformación socialista de la sociedad.

No existe el automatismo de las fuerzas productivas sin el control del estado por parte de los trabajadores -incluso en un estado altamente industrializado como Gran Bretaña o EEUU-, la propia existencia del estado sería un remanente capitalista del pasado. Sin control consciente por parte del proletariado, cuya dictadura tiene la intención de disolver rápidamente todos los elementos de coerción estatal en la sociedad, el estado como se ha podido ver en Rusia y China inevitablemente cobra impulsos y movimientos propios.

Si en China la burguesía reveló su total incapacidad de resolver ni una sola de las tareas de la revolución democrático burguesa, los acontecimientos demostrarán la incapacidad aún mayor de la burguesía india, y todavía menor en el caso de Asia y África, los elementos burgueses no pueden resolver ni uno solo de los problemas a los que se enfrentan estos países.

Es la incapacidad de la burguesía, semi-burguesía, clases medias superiores, terratenientes y pequeña burguesía, a la hora de resolver estas tareas lo que plantea el problema de la revolución permanente de una forma distorsionada. Si en las zonas coloniales del mundo hubieran existido partidos y tendencias marxistas fuertes, entonces el problema se habría planteado de una forma completamente diferente. Se habría planteado desde una perspectiva internacionalista. Incluso más que en los países industrialmente desarrollados de occidente, el socialismo en un solo país o se podría añadir, en una serie de países atrasados, es una quimera imposible. Sin embargo, las tareas del desarrollo de estos países se plantean de una forma imperiosa. Con la correlación mundial de fuerzas, con el retraso de la revolución en occidente, con la ausencia de partidos marxistas en estos países y con las clases sociales en estos países, es inevitable un fenómeno nuevo y peculiar.

Por ejemplo, con la poderosa revolución china en sus fronteras, los acontecimientos en Birmania han adoptado una forma peculiar. Desde el final de la guerra la sociedad birmana ha estado desorganizada. Las minorías nacionales han luchado constantemente por la autodeterminación y la autonomía nacional en sus propios estados (Kachnis, Shans, etc.) y al mismo tiempo las diferentes fracciones del partido estalinista han llevado a cabo una terrible guerra de guerrillas. Un gobierno ha sucedido a otro, pero cada uno de ellos ha sido incapaz de poner su sello en la sociedad. Como le ocurrió a la burguesía china antes que a ellos, han sido incapaces de unificar la sociedad, dar cohesión social y satisfacer la sed de tierra de los campesinos o romper el poder económico del imperialismo. Un síntoma importante de los nuevos procesos que se darán en estos países atrasados es que todas las fracciones en Birmania se autodenominen “socialistas”. El imperialismo dominaba la economía gracias a que poseía una gran parte de la industria y las principales fuerzas económicas como son las plantaciones de teca, petróleo y el transporte.

Con el ejemplo chino en su frontera, cada vez era más evidente para las capas superiores de la pequeña burguesía que por el camino de la sociedad burguesa no había salida para Birmania. Como en China, en las décadas anteriores a la revolución, la burguesía fue incapaz de llevar hasta el final la guerra de guerrillas y asegurar el desarrollo de una sociedad estable y la inauguración de la industrialización y la creación de un estado moderno.

Cada uno de los gobiernos sólo intentó débilmente desarrollar la economía. La debilidad del imperialismo, la correlación de fuerzas nacional e internacional, llevó a una situación donde la casta de oficiales se planteó el problema de encontrar cierta estabilidad dentro de la sociedad. En todos estos países el desarrollo de la revolución burguesa -un estado democrático burgués y un proceso hacia una democracia burguesa moderna- teniendo en cuenta las relaciones de clase existentes, las fuerzas nacionales y la presión de la economía mundial, es imposible durante un largo período de tiempo.

Consecuentemente, en Birmania era inevitable alguna forma de bonapartismo, alguna clase de estado policiaco-militar. La casta de oficiales se veía a sí misma en el papel de único estrato social que podría “salvar” a la sociedad de la desintegración y el colapso, ya que la débil burguesía obviamente no ofrecía ninguna solución. Por consiguiente, la casta de oficiales que había participado en una de las fracciones “socialistas”, decidió que la única forma de avanzar era siguiendo el modelo de la China “socialista”, el llamado “modelo birmano hacia el socialismo”. Rápidamente han emprendido un camino familiar, un estado totalitario de un solo partido y la nacionalización de las propiedades extranjeras, incluido el petróleo, la teca, el transporte, etc., Han comenzado la expropiación de la burguesía indígena. Incluso amenazan con la nacionalización de los pequeños comercios. Se han basado en los campesinos y la clase obrera. Pero no tienen un modelo de socialismo científico, todo lo contrario, su propia vía es un “socialismo birmano y budista”.

Así que vemos el mismo proceso a un ritmo u otro en todos los países coloniales. Ahora el proceso está comenzando a observarse en los países árabes, que estuvieron en situación de fermento toda la década pasada. En Egipto la revolución contra el incompetente y corrupto régimen de Farouk2, la agencia del imperialismo, fue dirigida por la casta de oficiales. Durante un período Nasser adoptó la política del “socialismo árabe”.

Resulta asombrosa la monotonía con la cual aparecen estas tendencias en todos los países árabes. La gran presa de Aswan desde el principio fue propiedad del estado. Debido al impacto de la crisis económica mundial se puede predecir que la casta dominante, con el apoyo de los trabajadores y campesinos, nacionalizará el resto de la economía. La burguesía es tan débil e impotente que es incapaz de resistirse. La casta de oficiales que ha llevado a cabo la revolución, con el apoyo y la simpatía de las masas, lo hizo porque basándose en el viejo sistema no había perspectiva de desarrollo moderno para la nación. No había fuerzas capaces de resistir tal cambio. El imperialismo es demasiado débil y ha aprendido la lección del fracaso de las guerras contra las revoluciones nacionales durante el período de la posguerra. Con el modelo de Rusia, China y ahora el de toda una serie de estados, con el ejemplo de los acontecimientos en Argelia, sin duda las castas dominantes pequeño burguesas (teniendo en cuanta la base que el régimen bonapartista de Nasser tiene entre los trabajadores y campesinos) apoyarán la completa nacionalización de las fuerzas productivas, paso a paso. Sólo de este modo el estado egipcio puede participar en los acontecimientos mundiales.

Es fácil para esta casta jugar ese papel porque sus propios privilegios e ingresos, su papel social, se puede ver reforzado e incrementado. El sistema burgués en estas zonas es tan débil y decadente que no puede ofrecer ninguna perspectiva.

La manifestación más contundente de la corrección de esta tesis son los acontecimientos en Iraq. El Partido Comunista, con su oportunismo cobarde y la política de Kruschev de no molestar a los imperialistas en esta región, no han conseguido aprovechar la situación revolucionaria creada con la caída del viejo régimen. El levantamiento de masas acabó en desencanto y desmoralización. Sin embargo, el régimen de Kassem3, mientras llevaba a cabo una guerra contra los kurdos, al mismo tiempo preparaba medidas nacionalizadoras.

El reciente golpe militar contrarrevolucionario tenía el objetivo de impedir que se cumplieran estas medidas. Pero ahora, para mantenerse en el poder y en vista de la situación tan desesperada, esta misma casta que está llevando a cabo una guerra reaccionaria contra el pueblo kurdo y que realizó un golpe contrarrevolucionario sangriento contra el régimen, ha anunciado medidas de nacionalización que incluyen todas las industrias y bancos importantes. Una gran parte eran propiedad extranjera y aún así se han cumplido estas medidas. Como ocurre en el momento actual en Argelia, la industria petrolera ha quedado exenta de estas medidas, por temor a las represalias de los poderosos intereses petroleros internacionales. Pero esa tendencia se verá reforzada en el próximo período.

En Asia tenemos la implacable guerra campesina de liberación en Vietnam que lleva ya veinte años sin interrupción y que está a punto de triunfar. La situación estadounidense en Vietnam del sur y mañana en Corea del sur es cada vez más insostenible. El intento de apoyar al antiguo estado capitalista terrateniente y semifeudal está condenado al fracaso, especialmente con el ejemplo de China al otro lado de la frontera. Los representantes más previsores del capitalismo son conscientes de este proceso. De Gaulle, después de su experiencia en Argelia, ha comprendido este problema claramente y desea aprovecharse de él en interés nacional de Francia. Comprenden que la guerra estadounidense de opresión tiene poco futuro, igual que la posición francesa en Argelia. Entienden que el latifundismo y el capitalismo en esta región están condenados. ¿Cómo afrontar este problema? No sólo es cuestión de una guerra campesina con una dirección estalinista y con unas perspectivas nacionales limitadas que puedan producir un contagio revolucionario en occidente. ¿Por qué no intentar asegurar la victoria del régimen nacionalista-estalinista en Vietnam y el resto de Indochina, independientes de China como Yugoslavia lo es de Rusia?

Quieren un Vietnam -una vez que se ha aceptado la perspectiva inevitable y lamentable del final del capitalismo en esta región- que mire a Francia e incluso a EEUU en busca de ayuda, para que se convierta en una fuerza independiente de la China roja. La perspectiva de EEUU con relación a Yugoslavia, Polonia y Rumania es su perspectiva para el Sudeste Asiático. Su política es la del mal menor. ¿Por qué no hacer lo mejor de un mal trabajo y aumentar las contradicciones de los regímenes estalinistas nacionales? Después de todo, no representan una amenaza social directa para las zonas metropolitanas, no más que Argelia con una dirección nacionalista lo es para Francia.

En cuanto a África, Nkrumah4 en Ghana habla del “socialismo africano”. Debido al impacto de los acontecimientos no se puede excluir que Ghana también tome el control de toda su industria. Esto sólo ocurriría en caso de una crisis económica mundial.

Un proceso similar está teniendo lugar en la revolución argelina. Comenzando como una guerra nacional revolucionaria contra la opresión colonial, Argelia se encuentra en un callejón sin salida. En la línea de una sociedad capitalita no hay solución. El resultado es que, paso a paso, Ben Bella y el FLN (Frente de Liberación Nacional) están emprendiendo la dirección hacia una “solución socialista”.

Actualmente Argelia carece de un proletariado industrial. La guerra la está llevando a cabo un ejército guerrillero campesino además de una capa endurecida de proletarios y semiproletarios rurales. Si la dirección del proletariado francés se hubiera comportado de una forma revolucionaria, habría tenido su efecto en la lucha argelina, pero la traición de los partidos socialista y comunista franceses ha llevado la lucha del pueblo argelino -dirigida por el FLN- por un sendero puramente nacionalista.

Esto a su vez llevó a una situación donde a los trabajadores franceses, técnicos argelinos, pequeños comerciantes y colonos, se les empujó a los brazos de la fascista OAS (Organización Militar Secreta). Los elementos en Argelia que apoyaban a los partidos comunista y socialista desertaron y se pasaron a la OAS. Esto a su vez exacerbó el conflicto. La victoria de la revolución provocó la huida a Francia de los técnicos franceses, artesanos y trabajadores, provocando unas dificultades excepcionales para el nuevo estado argelino. Desde el principio el control de Argelia se ha basado en el bonapartismo. Si en las primeras etapas hubieran existido elementos débiles de control obrero en las empresas y parcialmente en las propiedades expropiadas al imperialismo no habría tenido un significado decisivo en el futuro. Sin un proletariado industrial y sin un partido revolucionario consciente, con la mitad de la población desempleada, el régimen ha adquirido un carácter cada vez más bonapartista.

La historia demostrará si se trata de una forma proletaria de bonapartismo o una variante burguesa de bonapartismo. El desarrollo de los acontecimientos debería empujar a la dirección del FLN y al ejército en dirección al establecimiento de un régimen de propiedad nacionalizada y estatal. Eso sólo puede ocurrir, con la perspectiva nacionalista de la dirección, con la organización social de Argelia, con la ausencia de un proletariado consciente y en el marco mundial del momento actual, una dictadura estalinista, un estado obrero deformado.

Algo sintomático del proceso es el desarrollo de la ideología de Ben Bella, el socialismo argelino “musulmán”. El socialismo budista, el socialismo africano y otras aberraciones con un carácter similar resumen el proceso que está teniendo lugar en los países más atrasados del mundo. La diferencia entre estas revoluciones y las revoluciones proletarias concebidas por Marx y Lenin se pueden resumir en la diferencia entre el “socialismo budista o musulmán” y el socialismo “científico”. Por supuesto, todo revolucionario que se precie aclamaría entusiastamente el desarrollo de la revolución colonial incluso en líneas burguesas; cada golpe contra el imperialismo, cada rotura de las cadenas de opresión nacional, todo esto marca un paso adelante en la lucha por el socialismo y debe ser bienvenido por todos los elementos progresistas de la sociedad.

De este modo, en los últimos quince años el desarrollo de la revolución colonial, de una forma u otra, es un enorme paso adelante para el proletariado mundial y para la humanidad en su conjunto. Supone la entrada en la escena histórica de los pueblos que hasta hace poco tenían una existencia animal debido al imperialismo, una existencia que no merecía el calificativo de humana.

Así, si la clase obrera revolucionaria aclama como un paso adelante la victoria de la revolución colonial e independencia nacional, incluso en su forma burguesa, la derrota del capitalismo y el latifundismo, la destrucción de los elementos de sociedad burguesa y terrateniente, marca un paso aún más grande en el avance de estos países y en el progreso de la humanidad.

En el proceso de la revolución permanente el fracaso de la burguesía a la hora de resolver los problemas de la revolución democrática capitalista, en las condiciones de la sociedad capitalista moderna, significa avanzar más hacia la victoria revolucionaria.

Incluso la victoria de un partido marxista, con el conocimiento y la comprensión del proceso de deformación y degeneración de Rusia, China y otros países, no sería suficiente para impedir la deformación de la revolución en líneas estalinistas dada la correlación actual de las fuerzas mundiales.

La victoria revolucionaria en países atrasados como Argelia, en las condiciones actuales, aunque constituye una victoria tremenda para la revolución mundial y el proletariado mundial, y debe ser apoyada entusiastamente y ayudada por la vanguardia y por el proletariado mundial, no puede darse en las líneas de un estado totalitario.

Mientras que constituye un enorme paso adelante desde el punto de vista del final del estancamiento y la restricción de las fuerzas productivas impuestos por el imperialismo, el capitalismo y el latifundismo, porque lleva a estos países por el camino de la sociedad industrializada moderna, en cambio, no puede resolver los problemas a los que se enfrentan estas sociedades. Inexorablemente surgirán contradicciones a un nivel más elevado. El retraso de la revolución en Occidente ha significado -castigando a los pueblos coloniales- que la revolución contra el imperialismo y el latifundismo, y el avance hacia la revolución proletaria se desarrolle sobre la base de la deformación bonapartista.

Una prueba contundente de la debilidad de los teóricos “marxistas” y su falta de escrúpulos hacia los problemas de la revolución socialista es que en ninguna parte los problemas de los diferentes países se consideran desde el punto de vista de la revolución y el socialismo mundial. Incluso dentro de las filas de la llamada “IV Internacional”, con la presión de la gran regresión histórica de la teoría y las ideas, se buscan panaceas que sustituyan la perspectiva marxista.

De todas las tendencias históricas sólo el bolchevismo comenzó con una perspectiva internacionalista clara. La Revolución Rusa se llevó a cabo con la claridad y la conciencia de que era el principio de la revolución en Europa. La perspectiva internacionalista, una base necesaria e indispensable para la revolución socialista, penetró no sólo en los cuadros dirigentes, también en las masas dirigidas por los bolcheviques.

El internacionalismo no se concebía como una frase bonita o sentimental, sino como una parte orgánica de la revolución socialista. El internacionalismo es una consecuencia de la unidad de la economía mundial porque una de las tareas históricas del capitalismo fue precisamente desarrollar una economía única. Si Rusia, con sus inmensos recursos, un proletariado enormemente consciente y con la mejor dirección marxista no pudo resolver sus problemas a pesar de sus recursos y bases continentales, es absurdo que los marxistas piensen que en la actual coyuntura mundial sería posible hacer esto en cualquiera de los países atrasados aislado de algún estado obrero sano, sólo sería posible un estado bonapartista con un carácter más o menos represivo.

El internacionalismo y la dirección consciente -los dos juntos- son una parte orgánica del marxismo. Sin ellos es imposible dar los pasos necesarios en dirección a una sociedad socialista. Ninguno de estos estados están, en proporción a la población, desarrollados industrialmente como lo estaba Rusia en el momento de la revolución. El desarrollo industrial de una economía atrasada con la presión del imperialismo y el bonapartismo chino y soviético, la presión de las contradicciones internas que tiene una economía en vías de desarrollo, significaría, inevitablemente, una economía de escasez que llevaría al ascenso de capas privilegiadas.

La independencia del estado de su base de masas, una característica común de todos estos países (incluso donde han tenido o tienen el apoyo de las masas de la población, entusiasta o pasivamente), indica que con el atraso es imposible comenzar el proceso de disolución del estado en la sociedad. Es necesario el desmantelamiento de las estructuras temporales del estado que en una sociedad implicaría el control democrático y la participación de la población, es por sí mismo un requisito previo indispensable para una transición sana hacia el socialismo. De este modo, el desarrollo adicional de estos estados depende del desarrollo de la revolución mundial.

En estos países coloniales y ex-coloniales donde la burguesía ha podido mantener un equilibrio precario durante un período temporal, como en India o Sri Lanka, ha conseguido mantener la apariencia de la democracia burguesa. En muchos de los estados de Asia y América Latina la democracia burguesa en una forma u otra se ha mantenido gracias al auge económico de la posguerra. En India, que quizá tiene la burguesía más fuerte de todos los países ex-coloniales, el régimen ha conseguido mantenerse aunque la burguesía en el mundo colonial no tiene una perspectiva real.

De este modo con el comienzo de la primera crisis económica, si el capitalismo se mantiene en India, la democracia burguesa estará condenada. Para mantenerse, la burguesía se lanzará al camino del bonapartismo capitalista. El proceso quedó claramente demostrado en Pakistán5. En otros países de Asia y prácticamente en todos los países de África, las capas superiores de la sociedad sólo han conseguido mantenerse sobre la base de un estado bonapartista monopartidista: Ghana, Egipto, etc.

Sobre bases burguesas, estos países están condenados a la decadencia y la degeneración. Económica, política y socialmente, la burguesía sólo puede conseguir agravar y profundizar los problemas de la sociedad. En la India la burguesía no ha solucionado el problema del latifundismo, la cuestión nacional o la existencia de las castas. El nivel de vida, a pesar de la construcción industrial que ha tenido lugar, ha sufrido una caída relativa debido al aumento de la población. De todos estos estados la burguesía india posiblemente tuvo la mejor oportunidad de emprender el camino del desarrollo de una economía y estado modernos.

El imperialismo con una mano ha concedido ayuda a la India y con la otra mano, a través de los términos comerciales y tributos extraídos de las inversiones, ha socavado la posición de la burguesía india. Aunque se ha producido un cierto desarrollo industrial, las exportaciones de estos países son mercancías ligeras como los textiles mientras que las importaciones son fundamentalmente de maquinaria pesada. Debido al enorme desarrollo del comercio a través de la división del trabajo entre los propios países metropolitanos, los imperialistas han podido tener cierta libertad a la hora de importar mercancías ligeras de los países coloniales.

Sin embargo, durante las últimas dos décadas han existido las mejores circunstancias económicas para que estos países pudieran funcionar dentro del mercado mundial al que están unidos, de la misma forma que lo está Prometeo a la roca y no pueden escapar de él. Incluso en el período más favorable del capitalismo las economías de los países coloniales, con relación a los países desarrollados, han sufrido un deterioro mayor que en el período de dependencia colonial de los años previos a la guerra. Cuando llegue el momento de la crisis y los poderosos estados imperialistas necesiten encontrar un camino para salvarse de la crisis producida por la recesión económica, entonces arrebatarán todas las “concesiones” que dieron a los países coloniales por temor a las revoluciones y que sólo tenían la intención de impedir que las explosiones sociales se aproximaran a sus propias zonas metropolitanas. Así que en los metropolitanos y, por supuesto, en todos los países coloniales se desarrollarán nuevas convulsiones y estallarán nuevas tormentas.

Nadie, ni Marx, Lenin o Trotsky, podrían elaborar un anteproyecto de cómo se desarrollaría la sociedad. Sólo podían perfilar perspectivas básicas y amplias. El fracaso de la revolución en occidente, la degeneración del estalinismo, el fracaso de las sucesivas oleadas de la revolución social en Europa Occidental, la frustración de la revolución social en Occidente y la expansión y consolidación del estalinismo, han marcado el contexto mundial en el cual se ha producido el despertar revolucionario de los pueblos coloniales.

En Asia, la Revolución China ha impuesto su sello en los acontecimientos. Los esfuerzos del imperialismo estadounidense en Vietnam, Corea del Sur y otras zonas adyacentes a China, simplemente han suscrito las formaciones sociales corrompidas del pasado. Han intentado llenar el vacío provocado por la expulsión del imperialismo japonés y anglo-francés de estas zonas. Los estados policiaco-militares de Vietnam del Sur, Corea del Sur y otras zonas del Sudeste Asiático sólo se pueden comparar con el corrupto régimen de Chiang Kai-Shek en el período previo a la Segunda Guerra Mundial.

La débil burguesía de estos países no puede solucionar los problemas de la revolución democrático burguesa. Sin la intervención de las tropas y el dinero estadounidenses en Vietnam del Sur y Corea del Sur, estos regímenes colapsarían de la noche a la mañana. Incluso con el apoyo del imperialismo estadounidense, la implacable guerra campesina en Vietnam del Sur, que ha continuado ininterrumpidamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, está socavando el régimen y a largo plazo, por supuesto, asegura la victoria de los ejércitos campesinos. Vietnam del Sur tiene muchas más desventajas que Chiang Kai-Shek. Sólo los recursos del imperialismo estadounidense permiten que se puedan lanzar dólares a un pozo sin fondo.

En el inmediato período posterior a la posguerra, sólo la política traidora del estalinismo, sobre todo de la burocracia rusa, ayudó a mantener la precaria correlación de fuerzas en Asia, y especialmente en el Sudeste Asiático. Pero la imposibilidad de encontrar un camino para el desarrollo de una sociedad moderna en estos países, condena a estos regímenes al cubo de basura de la historia. Consecuentemente, en cualquier momento, cuando se relaje la presión del imperialismo estadounidense, por las razones que sean, e incluso a pesar de esto, está asegurado el colapso de estos regímenes.

Los acontecimientos en Birmania, Laos, Camboya (Kampuchea), todos son indicativos del camino que tomará este proceso. Por el camino del capitalismo no hay salida para ninguno de los países de Asia. De una forma u otra habrá un impulso en dirección a la revolución social. En India y Sri Lanka, particularmente en el primer país, con un proletariado avanzado, es posible que la revolución democrático burguesa se pudiera transformar en una revolución socialista, siempre sobre la base de la idea clásica de la revolución permanente. La instauración de un régimen de democracia obrera sería su máximo logro, una vez realizada la revolución democrático burguesa, con el proletariado encabezando la lucha por el poder y directamente a través de un partido revolucionario.

Sin embargo, en estos países, incluso bajo la dirección de un partido trotskista como el Lanka Sama Samaja Party6 en Sri Lanka, la conquista del poder por parte del proletariado y el firme establecimiento de una democracia obrera sólo podría ser un episodio temporal porque después seguiría la deformación o contrarrevolución en forma estalinista, a no ser que en un período de tiempo relativamente corto triunfara la revolución en los países capitalistas desarrollados. Por supuesto, aunque sólo fuera un episodio temporal tendría un enorme significado histórico para el proletariado de los países capitalistas desarrollados, así como para los pueblos de las regiones subdesarrolladas del mundo. Pero la mejor de las teorías revolucionarias por sí sola no puede resolver el problema si no existe la base material necesaria.

La completa incapacidad del capitalismo para resolver los problemas en su periferia es lo que ha permitido la conquista del poder en estos países. Por supuesto que en un subcontinente como la India la victoria del proletariado tendría enormes consecuencias en Gran Bretaña y otros países europeos, siempre que se desarrollara en las líneas de la revolución china de 1925-27, donde el proletariado jugó un papel decisivo. Por otro lado, cualquier desvío de la revolución en las líneas de la revolución china de 1944-49, con el campesinado jugando el papel decisivo a través de una guerra de guerrillas, haría que la revolución se desarrollara de la misma forma que la revolución china de 1944-49.

No obstante, el desarrollo de la industria en la India, las tradiciones diferentes del país, el peso preponderante del proletariado en la vida social del país, todo esto permitiría a los marxistas indios crear un partido revolucionario, podrían llevar al poder a la clase obrera con el objetivo de crear una democracia obrera; con el objetivo de dirigir al campesinado para derrocar el régimen latifundista en el campo y unificar el país como un paso adelante hacia la revolución socialista internacional.

No es casualidad que la perspectiva, los métodos y la ideología de la China estalinista estén saturados del estrecho nacionalismo de la casta burocrática. En la transición del feudalismo al capitalismo, históricamente, se revelaron toda una variedad de regímenes que abarcaban todos los colores del calidoscopio, esto era debido a que en esta transición el desarrollo de las propias fuerzas productivas tuvo garantizada cierta autonomía en su progreso, una vez que se había realizado ya la revolución burguesa en Gran Bretaña, Francia y EEUU. Históricamente, debido a las circunstancias esbozadas por Trotsky en toda una serie de trabajos y por los marxistas británicos después de la muerte de Trotsky, si la revolución se está desarrollando primero en los países atrasados y más débiles, este factor (la ruptura del capitalismo por su eslabón más débil), durante un período de tiempo temporal ha sido el factor que ha provocado las distorsiones y deformaciones que están caracterizando a la revolución en estos países.

Las limitaciones nacionales de los estalinistas chinos, su insistencia en el enfrentamiento con los estalinistas rusos, mezclando ideas estalinistas reaccionarias del peor tipo con demandas demagógicas antiimperialistas, todo esto es una indicación, sobre todo, de su verdadera incapacidad de comprender los problemas de la revolución mundial y sus objetivos e intereses reales. Incluso la solución a los problemas nacionales de las zonas “subdesarrolladas” del mundo sólo la pueden concebir como parte de las maniobras diplomáticas del estado chino.

Su idea de cada país formando una entidad nacional para construir su propia variedad de socialismo es reaccionaria de principio a fin. Pero la idea del “socialismo en un solo país” no cayó del cielo; reflejaba el interés de la casta burocrática rusa e igualmente, en Yugoslavia, Albania, Rumania y Corea del Norte, estas ideas reflejaban los mismos procesos y contradicciones.

Hace más de una década y media que los trotskistas británicos, que pronosticaron por adelantado la victoria del estalinismo chino, también anticiparon la probabilidad, incluso la inevitabilidad, de que esta camarilla nacionalista entrase en conflicto y rompiera con sus compañeros de Moscú. La revolución en China en ese sentido tiene un carácter doblemente contradictorio. Enormemente progresista en el sentido de solucionar los problemas del desarrollo chino, a la hora de dar un impulso al despertar nacional de dos terceras partes de la humanidad condenadas a la miseria y el hambre en las llamadas regiones “subdesarrolladas” del mundo, pero al mismo tiempo reforzó la dictadura estalinista en Rusia y fortaleció el estalinismo en todo el mundo.

En los centros metropolitanos del capitalismo los partidos estalinistas adoptaron no sólo el manto usurpado de la revolución rusa, sino también el aura de la gran revolución china. La historia del estalinismo chino demostraría, desde su llegada al poder, que nunca superó, y debido a la naturaleza de su ideología, métodos y perspectivas, nunca podrá superar el estrecho horizonte nacional.

Sus métodos en Asia, incluso la intervención en Corea del Norte, estaban dictados no por consideraciones internacionalistas, sino por los simples intereses estratégicos, políticos y económicos del “estado chino”, es decir, de la propia burocracia. Su compromiso oportunista con el gobierno indio no altera las relaciones sociales del estado teocrático feudal del Tíbet, pero el acuerdo con la burguesía india fue alterado debido a la intentona contrarrevolucionaria en el Tíbet. Esto obligó a la burocracia a basarse en los siervos y campesinos para destruir la antigua sociedad tibetana.

Incluso en la guerra con la India por la cuestión de la frontera y la ruta estratégica entre Sinkiang y Tíbet, su comportamiento estuvo dictado sólo por consideraciones nacionalistas y en ningún momento su intención fue la de avivar la lucha de clases interna en la propia India. Sus críticas a Moscú y a la política oportunista de los partidos comunistas de Francia, Italia y otros de Occidente, es más o menos una ocurrencia tardía y un intento de ganar apoyo para la política, métodos e ideas del estado chino. En ningún momento plantearon una de las ideas elementales del marxismo: la Federación Socialista de toda Asia.

En ningún momento se planteó el problema de una Federación Ruso-China, algo que automáticamente habría ocurrido en el caso de una revolución en China basada en principios leninistas y también si hubiera existido un régimen leninista en la Unión Soviética. Así que antes de que la revolución china y otras revoluciones en Asia puedan emprender el camino de la transición al socialismo, el proletariado y los campesinos, la población de estos países, tendrá que hacer una nueva revolución, en esta ocasión no una revolución social sino una revolución política destinada a instaurar una verdadera democracia obrera.

La tarea histórica, quizá inconscientemente, de estos regímenes es preparar las fuerzas materiales y sociales (hasta cierto punto la tarea histórica que el capitalismo en estos países ha sido incapaz de desarrollar en el mismo sentido que Occidente) del proletariado y la industria que servirán de base para el socialismo. La victoria de la revolución social en los países atrasados de Asia ha adoptado una forma adulterada que provoca contradicciones sociales debido al crecimiento de las propias fuerzas productivas y al mismo tiempo, en cuanto a los trabajadores avanzados de Occidente y al proletariado en su conjunto, ha provocado una confusión de ideas con relación al socialismo y sus tareas.

La revolución rusa provocó un inmenso renacer revolucionario del proletariado en Occidente y Oriente. Elevó el nivel de conciencia del adormecido proletariado de Europa Occidental hasta un nivel no visto nunca antes en la historia. Elevó las ideas, la teoría y la comprensión del marxismo. La idea de los soviets y el control obrero, la democracia obrera, la sociedad transicional, fue entendida por amplias capas de los trabajadores avanzados de Occidente.

Esta conciencia se elevó gracias al movimiento social de masas más grande y democrático de toda la historia de la humanidad. En cuanto a su efecto liberador y sus conclusiones teóricas, incluso la Comuna de París y las lecciones que de ella sacó el genio de Marx han palidecido en significado.

Si la revolución china de 1925-27 hubiera triunfado habría seguido un modelo similar a los acontecimientos de 1917. Por eso en aquel momento Trotsky miraba con confianza los efectos que la revolución china tendría en Rusia, habría provocado el derrocamiento de la burocracia soviética porque habría despertado y movilizado al proletariado soviético. Al mismo tiempo, habría encontrado eco dentro del proletariado de los países capitalistas de Occidente, de este modo, habría atado la revolución con un nudo indisoluble. Trotsky veía en ella el desarrollo de la “revolución permanente” porque él concebía la revolución china en el contexto y la perspectiva del socialismo mundial.

La burocracia en Rusia, mientras que en el mejor de los casos miraba la revolución de 1949 con tibia aprobación (Stalin y la burocracia no creían en la posibilidad de una victoria revolucionaria e incluso la caricaturizaban), sin embargo, no consideraba que la victoria de su forma bonapartista represente una amenaza para su posición, o si se desea, como una