La Renta Básica Universal (o RBU), un ingreso incondicional a todos los ciudadanos, se ha convertido en parte del panorama económico en los últimos tiempos, con partidarios tanto en la izquierda como en la derecha como una solución a los problemas y desequilibrios generados por la crisis capitalista.
John McDonnell, veterano de la izquierda laborista británica y Responsable de Economía de la oposición, ha anunciado recientemente que él y su equipo están explorando la idea de la RBU como un elemento central del programa económico del Partido Laborista. Al otro lado del canal de la Mancha, Benoît Hamon, el llamado “Corbyn francés” y candidato presidencial del Partido Socialista, ha prometido establecer la RBU si sale elegido. Mientras tanto, la posibilidad de una RBU ha ganado incluso apoyo en la India, donde ha sido sugerida seriamente como una alternativa sencilla a la compleja red de subsidios actualmente ofrecidos.
Pero, ¿cuál sería el impacto real de la RBU? ¿Por qué apareció de repente como una demanda destacada en los últimos años? Y, lo que es más importante, ¿quién está planteando realmente la propuesta – y en el interés de quienes?
La carrera contra la máquina
Se cuenta un relato apócrifo sobre Henry Ford II, haciéndole visitar a Walter Reuther, el veterano líder sindical de los United Automobile Workers, una planta de automóviles recién automatizada.
“Walter, ¿cómo vas a conseguir que esos robots paguen tus cuotas sindicales?”, Dijo el jefe de la Ford Motor Company.
A lo que Reuther respondió con tranquilidad, “Henry, ¿cómo vas tú a conseguir que compren tus coches?” (The Economist, 4 de noviembre de 2011)
La historia contada arriba es probablemente ficticia. Sin embargo, se basa en –y pone en evidencia- una preocupación muy real y seria entre los comentaristas burgueses más perspicaces de hoy: la amenaza del “desempleo tecnológico” – la llamada “carrera contra la máquina”.
Lejos de dar la bienvenida a los avances de la tecnología moderna y al vasto potencial de liberación de la humanidad que ofrece la automatización, el rápido ritmo del desarrollo tecnológico se ve hoy en día como una fuerza peligrosa e incontrolable que podría volver obsoletas a amplias capas de trabajadores – e incluso de clase media en un futuro no muy lejano.
¿Quién, en este escenario, según la anécdota más arriba, comprará toda la plétora de mercancías que las vastas fuerzas productivas de la economía mundial continúan produciendo?
Sobre todo, esta cuestión de la automatización y la maquinaria ha comenzado a poner en evidencia las contradicciones del sistema capitalista, exponiendo la hipocresía de los políticos que exigen medidas de austeridad y de ataques a la gente común, mientras que al mismo tiempo veneran a unos pocos “emprendedores” multimillonarios quienes, entre apenas ocho de ellos, controlan tanta riqueza como la mitad de la población mundial.
Es cada vez más claro para aquellos que tienen ojos para ver que un ejército de robots ha ayudado a crear un “ejército industrial de reserva”, como lo describió Marx: una masa de desempleados cuya presencia ejerce una presión a la baja sobre los salarios de los trabajadores. Aquellos reemplazados por la nueva tecnología no son reciclados y reeducados con el fin de darles las habilidades necesarias para mantenerse al día con esta espiral cada vez más acelerada del capitalismo; en lugar de eso, son arrojados al desguace y forzados a la llamada “gig economy“*, que se está expandiendo rápidamente, un sombrío mundo de falsos autónomos, trabajo inseguro y contratos de cero horas.
[* Gig economy: lo que podría traducirse por “economía de los pequeños encargos” o “economía de los bolos” y define esa situación laboral en la que se contrata puntualmente para trabajos esporádicos en los que el trabajador ha de aportar todo lo necesario para la actividad.-NdT]
El resultado es que, a pesar del abanico de automatización y tecnología utilizada en la producción, el crecimiento de la productividad en toda la economía se ha estancado; es más barato, desde el punto de vista del especulador capitalista parasitario, reclutar entre las filas del “precariado” que busca desesperadamente un trabajo antes que invertir en maquinaria que en realidad reduce la necesidad de mano de obra. Desde la perspectiva del capitalismo, existe al mismo tiempo una automatización “excesiva” – en términos de “desempleo tecnológico” – y, simultáneamente, una automatización “insuficiente”, en términos de estancamiento de la productividad.
El sistema está quebrado
Es en este contexto de avería en el motor económico que vemos la aparición de la demanda de una “Renta Básica Universal”, o RBU: un ingreso uniforme otorgado a todos los miembros de la sociedad, sin importar su riqueza o necesidades.
La idea detrás de la RBU, en teoría, es que rompería el vínculo entre el trabajo y los ingresos, proporcionando – por un lado – a los trabajadores que han sido sustituidos por robots una red de seguridad que les impida quedarse atrapados en trabajos precarios con salarios bajos, al mismo tiempo que les permite efectuar la transición desde industrias obsoletas hacia nuevos sectores más productivos. Y, por otra parte, les permitiría a los capitalistas invertir en la automatización y las nuevas tecnologías sin la ansiedad moral (o, lo que es más importante, la preocupación práctica) de ampliar la legión de desempleados de la sociedad. Et voilà! Las ruedas del capitalismo vuelven a estar bien engrasadas: las inversiones suben; aumenta la productividad; la economía crece – y mientras tanto los trabajadores pueden moverse tranquilamente de un trabajo a otro durante el resto de sus vidas.
¡Si fuera tan simple! La realidad es que la inversión productiva se encuentra hoy en un nivel tan bajo, no debido a ninguna preocupación moral acerca del destino de los trabajadores despedidos, sino debido a los enormes niveles de sobreproducción -o “exceso de capacidad” como les gusta a los burgueses describirlo eufemísticamente – que se ciernen como buitres sobre la economía global. Los capitalistas invierten, no para proporcionar empleos, satisfacer necesidades o desarrollar las fuerzas productivas, sino para obtener ganancias. Si las mercancías no pueden ser vendidas porque las familias ordinarias no tienen el dinero para comprarlas, entonces la industria se paraliza. Y si los empresarios pueden obtener más beneficios de diez trabajadores explotados que de una nueva máquina reluciente, entonces los trabajadores se mantendrán en su puesto y la productividad seguirá estancada.
De hecho, la relación entre trabajo e ingresos ya se ha roto – pero no en ningún sentido positivo. En todos los países, tanto en los países capitalistas avanzados como en las llamadas economías emergentes, la participación de las rentas del trabajo en la riqueza ha disminuido, y los salarios reales permanecen estancados a pesar del aumento del PIB.
La jornada laboral aumenta pero no así los salarios.
¿En interés de quién?
A pesar de que se basa en premisas fundamentalmente falsas, el llamamiento a establecer una RBU ha encontrado sin embargo un eco en esta época de profunda desigualdad. Ya se están llevando a cabo experimentos sociales y económicos con RBU en varios países, incluyendo Canadá, Finlandia y Holanda. En Suiza, una propuesta de RBU de 30.000 francos suizos anuales (alrededor de 28.000€) fue rechazada por un 77% frente a un 23% en un referéndum el 5 de junio de 2016. En Gran Bretaña, por su parte, la propuesta es defendida por las direcciones del Partido Laborista y del Partido Verde.
Desde la izquierda la RBU se propone como una reivindicación progresista: una red de seguridad reforzada, más allá del Estado de bienestar actual, financiada a través del aumento de impuestos sobre las grandes empresas y los ricos. Enfocada de esta manera, es claramente una demanda – como cualquier reforma genuina – que debe ser apoyada y por la que hay que luchar.
Pero, no es una medida intrínsecamente izquierdista o progresista. La idea de un ingreso universal, de hecho, tiene muchos defensores entre la derecha ultraliberal. Incluso economistas burgueses prominentes como Milton Friedman han hecho propuestas similares en el pasado, con su idea de “impuesto negativo sobre la renta”. Para estas respetables damas y caballeros, el concepto de RBU tiene un gran atractivo como una versión extremadamente simplificada del Estado del bienestar – o, peor aún como un sustituto para el mismo. Estos fanáticos del Estado limitado sugieren que se puede “simplificar” (léase recortar) de un plumazo la compleja red de impuestos y subsidios, “eliminando la burocracia” y “reduciendo las interferencias en el mercado”.
Al mismo tiempo, se puede ver claramente la atracción por la RBU de parte de los liberales schumpeterianos que predican las virtudes de la mano invisible y las poderosas fuerzas transformadoras de la “destrucción creativa”. Proporcionar una red de seguridad primitiva, erradicar las “barreras” a la creación de empleo como el salario mínimo, y dar a la anarquía del mercado una mano libre para destruir las industrias y los puestos de trabajo, sin planificación o provisión de educación y reciclaje. Se trata de un sueño ultraliberal y de una pesadilla para la clase trabajadora.
Algunos fanáticos del libre mercado, por su parte, incluso han abogado por la idea de una RBU relativamente grande, pero (y aquí está la trampa) sólo bajo la condición de que los servicios públicos molestos – como la sanidad y la educación por ejemplo- desaparezcan, es decir, que sean privatizados y abiertos al beneficio.
Por lo tanto, lejos de fortalecer las conquistas de las generaciones anteriores, se puede ver cómo la demanda de una RBU puede ser planteada por quienes buscan hacer retroceder y destruir tales conquistas. En lugar de aumentar el Estado de bienestar de manera progresiva mediante la redistribución de la colosal riqueza de la sociedad, la RBU podría convertirse en una hoja de parra profundamente regresiva para un ataque a gran escala a los servicios públicos y para la privatización de los mismos, reforzando el mercado capitalista en lugar de debilitarlo.
Los marxistas luchamos por cualquier reforma que mejore realmente el nivel de vida de los trabajadores y los pobres. Pero para saber si podemos apoyar esta o aquella demanda, primero debemos preguntarnos: ¿es realmente una reforma lo que se está proponiendo o es, en realidad, una contrarreforma?
A este respecto, defender la RBU en abstracto carece de significado. El diablo está en los detalles. Sobre todo, es necesario analizar la cuestión desde un punto de vista de clase y ver quién hace la propuesta y, lo que es más importante, qué intereses de clase representa.
¿Quién paga?
Como siempre sucede con este tipo de reformas, la pregunta más pertinente es ¿quién paga? ¿De dónde sale el dinero? De hecho, es este punto clave que los opositores de derecha a la RBU ponen de relieve.
En el caso del referéndum suizo del año pasado, el gobierno salió en contra del subsidio de 30.000 francos anuales que se estaba proponiendo sobre la base de que esta cantidad es inasequible (para poner la cantidad propuesta en perspectiva, sin embargo, hay tener en cuenta que el coste de la vida en Suiza es extremadamente alto, y que los salarios promedio casi duplican la cantidad sugerida para la RBU). En lugares como Finlandia, la RBU sugerida es “más razonable”: unos míseros 6.600€ anuales, aproximadamente – una cantidad que no cambiaría gran cosa para los millonarios que la reciben (no se olviden que se trata de un ingreso universal incondicional) pero que dejaría a los más pobres que actualmente dependen de prestaciones basadas en la comprobación de recursos peor de lo que están.
Para proporcionar una RBU mejor que lo que actualmente se ofrece a través del Estado del bienestar, serían precisos algunos aumentos de impuestos bastante significativos, tal y como señala The Economist mediante algunas estimaciones hipotéticas:
“Establecer un ingreso básico no sería tarea fácil. Para pagar a todos los adultos y niños un ingreso de alrededor de 10.000$ anuales, un país tan rico como Estados Unidos necesitaría elevar la participación del PIB recaudado en impuestos en casi 10 puntos porcentuales y canibalizar la mayoría de los programas de gasto social no relacionados con la sanidad. Los programas más generosos requerirían mayores aumentos de impuestos aún”.
Antes de continuar, dejemos una cosa clara: el dinero para proporcionar una RBU decente para todos existe claramente –y a niveles que superan los 10.000$. Como ya se ha señalado anteriormente, según el reciente informe de Oxfam sobre la desigualdad mundial, sólo ocho multimillonarios poseen tanta riqueza como la mitad más pobre de la población mundial. Mientras tanto, las grandes empresas en los Estados Unidos se sientan sobre una montón de dinero en efectivo ocioso de alrededor de 1,9 billones de dólares.
El problema, sin embargo, no es económico, sino político. Poner en práctica una RBU genuinamente progresista constituiría la revolución más ambiciosa y radical del sistema fiscal redistributivo desde que el estado de bienestar más avanzado fuera introducido en el período de posguerra. Y sin embargo, en un momento en que todas estas conquistas del pasado están bajo el ataque de la austeridad, vemos a varios izquierdistas bien intencionados defendiendo la RBU y proponiendo un desafío titánico al capital, con enormes aumentos de impuestos sobre los ricos y las corporaciones.
Por todas partes, la socialdemocracia y el reformismo están en retirada como resultado de la crisis del capitalismo. Los gobiernos “izquierdistas” elegidos, como el de Syriza en Grecia y los “socialistas” de François Hollande en Francia, lejos de llevar a cabo programas progresivos de impuestos y gastos, han sido obligados por la dictadura de los bancos a aplicar recortes y contrarreformas. ¿Pero qué importa todo esto? ¡Doble o nada!
Utopía
En este sentido, la demanda de una RBU es sólo la última propuesta utópica de una capa ingenua de la izquierda que imagina que la austeridad es ideológica, y que seguramente podemos persuadir a los ricos, de alguna manera, para que transfieran amable y tranquilamente el dinero necesario para el bien de la sociedad. Esto es, en el fondo, en lo que los defensores de la RBU están confiando y en lo que ponen sus esperanzas: en la benevolencia y la filantropía de los capitalistas y los políticos del establishment que los representan.
Mientras que el multimillonario ocasional tipo Bill Gates bien puede dedicar voluntariamente una pequeña porción de su inmensa fortuna a causas benéficas (e incluso entonces, a menudo sólo como un cínico truco de relaciones públicas), la clase capitalista en su conjunto -en última instancia- está en los negocios para obtener beneficios. Y no les gusta en absoluto que se les quite su riqueza privada de manera forzosa para financiar al resto de la sociedad; de allí las tramas de evasión de impuestos casi estrafalarias en las que las empresas más grandes del mundo están envueltas de manera tan escandalosa. Como declaró enfáticamente Warren Buffett, el conocido inversor multimillonario, después de señalar que paga menos impuestos que su secretaria: “hay una guerra de clases, sí, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, ¡y estamos ganando!”
De nuevo, debemos insistir en que la riqueza existe indudablemente en la sociedad para financiar un sistema de RBU genuinamente progresista. Pero la única manera en que una reforma semejante podría introducirse de manera significativa sería si los capitalistas se sintieran amenazados hasta el punto de temer perderlo todo; es decir, si la lucha de clases alcanzara unos niveles tan intensos y tan elevados que las élites gobernantes ofrecieran reformas desde arriba para evitar la revolución desde abajo. E incluso entonces, en tal situación, la demanda tendría que ser no por la RBU, sino por la revolución socialista.
Si la reivindicación a favor de la RBU es planteada y defendida por la izquierda, entonces no se puede hacer al margen de la lucha de clases. No podemos confiar en el altruismo de los ricos y en la compasión del Estado capitalista, cuya esencia -como explicó Engels y subrayó Lenin- consiste en “cuerpos especiales de hombres armados” en defensa de la propiedad y los intereses de la clase dominante.
En particular, en un momento en que los gobiernos de todo el mundo se arrodillan ante la “mano invisible” del mercado, es pura utopía sugerir que los capitalistas aceptarán feliz y tranquilamente entregar su riqueza para financiar una RBU decente o que el Estado burgués estaría dispuesto a comenzar a emprender semejante tarea.
Distribución versus producción
El límite principal de la propuesta a favor de una RBU progresista, al igual que ocurre con todas las demandas reformistas, es que no plantea la cuestión desde una perspectiva de clase – es decir, no se analiza quién posee y controla realmente la riqueza y la tecnología en la sociedad y, lo que es más importante, cómo han llegado a tener tal control en primer lugar.
El problema con la RBU (y las políticas reformistas en general), en otras palabras, surge de su enfoque casi exclusivo hacia la cuestión de la distribución, en lugar de la producción. Como Marx comenta en su Crítica del Programa de Gotha (un programa similarmente reformista y utópico propuesto por los coetáneos socialistas de Marx, los lassalleanos, partidarios de las ideas de Ferdinand Lassalle):
“Aun prescindiendo de lo que queda expuesto, es equivocado, en general, tomar como esencial la llamada distribución y poner en ella el acento principal.
“La distribución de los medios de consumo es, en todo momento, un corolario de la distribución de las propias condiciones de producción. Y ésta es una característica del modo mismo de producción. Por ejemplo, el modo capitalista de producción descansa en el hecho de que las condiciones materiales de producción les son adjudicadas a los que no trabajan bajo la forma de propiedad del capital y propiedad del suelo, mientras la masa sólo es propietaria de la condición personal de producción, la fuerza de trabajo. Distribuidos de este modo los elementos de producción, la actual distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural. Si las condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva de los propios obreros, esto determinaría, por sí solo, una distribución de los medios de consumo distinta de la actual.
“El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución. Una vez que esta dilucidada, desde hace ya mucho tiempo, la verdadera relación de las cosas, ¿por qué volver a marchar hacia atrás?” (El subrayado es nuestro)
Estas palabras suenan aún más verdaderas hoy en día. Al centrarse en la cuestión de la fiscalidad y la redistribución, los líderes modernos del movimiento obrero terminan en realidad por dirigir su fuego hacia las personas equivocadas, alejando a las clases medias al hablar de impuestos sobre los ingresos y la propiedad personal, en lugar de atacar a los súper ricos de la clase capitalista, cuya riqueza está ligada a los beneficios y al capital, y a menudo mucho más allá del alcance de los recaudadores de impuestos del Estado.
El énfasis para los socialistas, por lo tanto, como Marx subraya, no debería ponerse en la redistribución de la riqueza que ya ha sido creada en la sociedad (mediante impuestos y el Estado del bienestar, etc.), sino más bien en tener un control colectivo y democrático sobre los medios por los cuales se crea nueva riqueza, es decir, los medios de producción. Si se implementara tal plan de producción racional, entonces las cuestiones de impuestos, herencia, redistribución, bienestar, etc., desaparecerían rápidamente.
Para los marxistas, la cuestión de la desigualdad, aunque importante, es secundaria. En el fondo, nuestra crítica al capitalismo no radica principalmente en estos síntomas de senilidad del sistema, sino en su enfermedad fundamental: las leyes del propio capitalismo; las barreras de la propiedad privada, la competencia y la producción con fines de lucro, que obstaculizan el desarrollo de las fuerzas productivas – de la industria y la ciencia, la tecnología y la técnica, el arte y la cultura. Como León Trotsky, el gran revolucionario y teórico ruso, comentó en su obra maestra del marxismo, La Revolución Traicionada:
“La tara esencial del sistema capitalista no consiste en la prodigalidad de las clases poseedoras, por repugnante que sea en sí misma, sino en que, para garantizar su derecho al despilfarro, la burguesía mantiene la propiedad privada de los medios de producción y condena, así, a la economía, a la anarquía y a la disgregación.” (León Trotsky, La Revolución Traicionada, capítulo 1).
Hoy vemos como esta “tara esencial” de la “anarquía y la disgregación” se manifiesta vívidamente en la contradicción existente entre las enormes cantidades de efectivo en manos de las grandes empresas y los niveles históricamente bajos de inversión y el estancamiento de la productividad, en el absurdo del potencial de automatización masivo junto con los temores al desempleo tecnológico; en la preocupación por la ociosidad forzosa de millones de personas, en lugar del acceso al ocio voluntario para todos.
La RBU, a pesar de todos sus intentos de tapar las grietas, no hace nada para acabar con esta anarquía del mercado y resolver la crisis de superproducción que ha llevado a la sociedad este punto muerto. De hecho, como siempre hemos subrayado los marxistas, ninguna cantidad de reformas puede resolver estas contradicciones fundamentales del capitalismo. Sólo la transformación revolucionaria de la sociedad puede cortar este nudo gordiano.
“Salarios para las tareas domésticas”
Cabe destacar que también hay feministas que defienden la RBU basándose en que un ingreso de esta naturaleza desafiaría las nociones actuales sobre el trabajo, demostrando el valor de las labores actualmente no remuneradas, pero socialmente necesarias, como las tareas domésticas. Pero la consigna asociada de “salarios para el trabajo doméstico” no es una demanda socialista. Los marxistas no desean que las mujeres (o los hombres) reciban compensación económica por su trabajo doméstico -es decir, crear trabajadores asalariados en el hogar junto con trabajadores asalariados en el lugar de trabajo.
En lugar de eso, los marxistas deseamos eliminar completamente el concepto de trabajo doméstico: sacar de las manos de las familias individuales -fuera de los muros de los hogares aislados- las tareas que actualmente se realizan de forma privada y organizar estas tareas socialmente necesarias de una manera también social, como parte de un plan racional de producción. Sólo socializando la cuestión de los cuidados infantiles y las tareas domésticas, y eliminando esta carga de trabajo de los hombros de las mujeres de la clase trabajadora, podemos esperar alcanzar una genuina igualdad de género en la sociedad.
Como comenta Engels en El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado:
“La emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluida del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado. La emancipación de la mujer no se hace posible sino cuando ésta puede participar en gran escala, en escala social, en la producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo insignificante. Esta condición sólo puede realizarse con la gran industria moderna, que no solamente permite el trabajo de la mujer en vasta escala, sino que hasta lo exige y tiende más y más a transformar el trabajo doméstico privado en una industria pública.” (Federico Engels, El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, capítulo 9).
La única manera de instigar un cambio real y permanente en la sociedad, por lo tanto, no consiste en pagar a las mujeres por su trabajo doméstico, sino en sacar el trabajo doméstico, no remunerado, fuera de la casa individual por completo; hacer de este trabajo una tarea social que es responsabilidad de la sociedad en su conjunto; y en última instancia en invertir en nueva maquinaria y tecnología que nos permita abolir este trabajo en su conjunto.
La invención de electrodomésticos como el microondas, el lavavajillas y la lavadora han ayudado a reducir masivamente el tiempo necesario dedicado a las tareas domésticas. El reto ahora es tomar esta tecnología y ponerla bajo control público y democrático; socializar estas tareas como parte de un plan de producción socialista; y así liberar tanto a las trabajadoras como a los trabajadores del azote del trabajo doméstico.
Salarios, ingresos y la RBU
En el capitalismo moderno, donde la clase obrera ha logrado asegurarse – mediante la lucha – algunos servicios con fondos públicos, como la sanidad , y un Estado de bienestar, el “ingreso” que recibe un trabajador se divide efectivamente en dos partes: un salario pagado por el empleador a cambio de su mano de obra; y un “salario social” de prestaciones y servicios públicos que son gratuitos y que se proporcionan sobre la base de la necesidad, sin entrega de dinero. En el socialismo, la relación entre estos dos componentes se vería enormemente desplazada hacia el segundo. El “salario social” invisible aumentaría enormemente, mientras que el salario pagado a cambio de la fuerza de trabajo disminuiría (en términos relativos – el total, por supuesto, aumentaría a medida que creciera la riqueza de la sociedad). En lugar de recibir atención médica sin necesidad de ninguna transacción monetaria, el transporte, la vivienda, la electricidad, la comida, la ropa, etc., todo esto, e incluso cosas que actualmente se consideran “artículos de lujo”, podrían ser proporcionados sin ningún tipo de intercambio como parte de un plan socialista de producción.
Con la RBU, sin embargo, se introduce una tercera variante de ingreso: junto con el salario pagado y el “salario social”, ahora tenemos también el pago monetario incondicional de la RBU. Desde el punto de vista de sus partidarios entre la derecha ultraliberal, la introducción de este ingreso universal no consiste en reforzar el elemento socialista del “salario social”, sino en debilitarlo (como se ha comentado anteriormente) utilizando la RBU como pretexto para la apertura de los servicios públicos a la privatización.
Del mismo modo, la introducción de la RBU también podría utilizarse para justificar la eliminación de importantes reformas como el salario mínimo, poniendo a los trabajadores en desventaja en la batalla contra los patrones. Lejos de erosionar el poder del dinero y el mercado, entonces, la RBU podría servir para consolidar y reforzar estas fuerzas.
Aquellos en la izquierda que con más entusiasmo y sin pensar claman por una RBU deben por lo tanto tener cuidado con lo que desean. Una vez más, en lugar de aceptar la ambigua y dudosa reivindicación a favor de la RBU, los líderes del movimiento obrero deberían poner el énfasis sobre la nacionalización y el control obrero.
Por una sociedad socialista
La mayor ironía con respecto a la RBU es que sus partidarios en la izquierda reconocen abiertamente todas las flagrantes contradicciones existentes en la sociedad capitalista, pero luego eligen darle la vuelta al problema poniéndolo patas arriba, sugiriendo todo menos la solución misma. Ven la irracionalidad del desempleo masivo junto con el exceso de trabajo; de la creciente desigualdad mientras la tecnología avanza; de la automatización que nos esclaviza en lugar de liberarnos, y sin embargo aceptan estas irracionalidades sin cuestionarlas, admitiendo los fracasos del capitalismo, pero negándose a reconocer al propio capitalismo como la raíz del problema.
Como con todas las demandas reformistas, los defensores de la RBU están dispuestos a proponer las medidas más extraordinarias y utópicas, siempre y cuando éstas no cuestionen el único derecho que consideran el más inviolable y sacrosanto de todos: el derecho a la propiedad privada. De hecho, incluso se ha sugerido que la RBU podría constituir una “vía capitalista al comunismo”, es decir, a la máxima de Marx, “de cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades”.
Para estas venerables damas y caballeros, la competencia y la búsqueda del beneficio puede que sean responsables de las lacras de la desigualdad, el desempleo y la crisis económica que azotan a la sociedad, pero sugerir abolir la anarquía del mercado es pura blasfemia. Después de todo, como se nos recuerda tan a menudo a los revolucionarios, ¡debemos ser realistas!
De hecho, tal y como planteó Thomas Paine -el filósofo angloamericano de la Ilustración y uno de los fundadores de los Estados Unidos- una forma de RBU representaría un derecho de toma y daca para todos los ciudadanos, condicional a su aceptación de la existencia misma de la propiedad privada. Como señala The Economist:
“Thomas Paine habría disfrutado de tal perspectiva. Justificó su argumento a favor de una renta básica como un quid pro quo para la existencia de la propiedad privada. Antes del advenimiento de la propiedad privada, creía él, todos los hombres habían sido capaces de mantenerse a sí mismos a través de la caza y el cultivo. Al quitarles ese recurso, éstos deberían ser compensados mediante una “herencia natural” de 15 libras que se pagaría a todos los hombres cada año, financiada mediante una ‘renta del suelo’ cobrada a los propietarios.”
Los límites fundamentales de la RBU, sin embargo, se hallan brevemente descritos por Shannon Ikebe de la revista The Jacobin en un artículo titulado “El tipo de RBU equivocada”:
“El dilema fundamental con la renta básica es que en su versión más viable [“viable”] -en la que las necesidades básicas no quedan satisfechas sin un empleo adicional remunerado – deja fuera lo que la hace potencialmente emancipatoria en primer lugar. De hecho, muchos comentarios al respecto citan experimentos de renta básica para argumentar que no reduce significativamente los incentivos laborales.
“Esta contradicción está directamente ligada al hecho de que un ingreso básico sólo aborda la cuestión de la distribución, ignorando el de la producción. El tipo de libertad respecto al trabajo – o de libertad por medio del trabajo, que se convierte en “la principal necesidad de la vida” – que plantea una renta básica suficiente para vivir es, con toda probabilidad, incompatible con las exigencias de rentabilidad del capitalismo.
“El dramático fortalecimiento del poder de la clase obrera bajo una RB robusta conduciría tarde o temprano a la desinversión y a la fuga del capital, ya que el capital sólo puede obtener beneficios a través de la explotación y no invertirá a menos que pueda obtener beneficios. Pero la desaceleración de la producción socavaría la base material de una RB suficiente para vivir”.
“La única salida es continuar produciendo aunque no se pueda obtener beneficios. Por lo tanto, una RB suficiente para vivir tarde o temprano plantearía la vieja cuestión de la propiedad de los medios de producción “.
En el mejor de los casos, la reivindicación a favor de la RBU sería de carácter transicional: una reforma propuesta para mejorar las condiciones de vida, pero usada para exponer las irracionalidades, absurdos y contradicciones del capitalismo; una demanda vinculada a la lucha por la nacionalización de las palancas clave de la economía y la cuestión del poder obrero. Las preocupaciones sobre el “desempleo tecnológico” y el paliativo propuesto por la RBU destacan claramente una paradoja ridícula por la cual los avances en la automatización y la capacidad de la sociedad para producir más riqueza con menos trabajo no se ven como progreso, sino como peligro.
Al mismo tiempo, poner estas contradicciones a la vista también destaca el potencial de una sociedad socialista genuina, donde la humanidad y la máquina existen en armonía: una sociedad de superabundancia; del “comunismo de la opulencia totalmente automatizado”, donde el lema “de cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades” pudiese finalmente ponerse en práctica.
En su discurso En Defensa de Octubre, León Trotsky, explicando los logros históricos de la Revolución rusa, cuyo centenario celebramos este año, señaló el camino a seguir para la humanidad:
“La técnica liberó al hombre de la tiranía de los viejos elementos: la tierra, el agua, el fuego y el aire para someterle inmediatamente a su propia tiranía. El hombre deja de ser esclavo de la naturaleza para convertirse en esclavo de la máquina y, peor aún, en esclavo de la oferta y la demanda.
” La actual crisis mundial testimonia, de una manera particularmente trágica, cómo este dominador altivo y audaz de la naturaleza permanece siendo el esclavo de los poderes ciegos de su propia economía.
“La tarea histórica de nuestra época consiste en reemplazar el juego incontrolable del mercado por un plan razonable, en disciplinar las fuerzas productivas, en obligarlas a obrar en armonía, sirviendo así dócilmente a las necesidades del hombre. Solamente sobre esta nueva base social el hombre podrá enderezar su espalda fatigada, y no ya sólo los elegidos, sino todos y todas, llegarán a ser ciudadanos con plenos poderes en el dominio del pensamiento.
“Cuando haya terminado con las fuerzas anárquicas de su propia sociedad, el hombre trabajará sobre sí mismo en los morteros, con las herramientas del químico. Por primera vez, la humanidad se considerará a sí misma como una materia prima y, en el mejor de los casos, como un producto semiacabado físico y psíquico. El socialismo significará un salto del reino de la necesidad al reino de la libertad. También es en este sentido que el hombre de hoy, lleno de contradicciones y sin armonía, franqueará la vía hacia una nueva especie más feliz.”