Hace una semana que las manifestaciones echaron del poder al gobierno de la ex-república soviética de Kirguizistán. El jueves 24 de marzo, Askar Akaev, presidente de esta república de Asia Central desde hace quince años, tuvo que huir de la capital,Bishkek, después de que los manifestantes ocuparan los edificios del gobierno. Se proclamó un nuevo gobierno aunque el futuro de esta remota república es incierto. Hace una semana que las manifestaciones echaron del poder al gobierno de la ex-república soviética de Kirguizistán. El jueves 24 de marzo, Askar Akaev, presidente de esta república de Asia Central desde hace quince años, tuvo que huir de la capital, Bishkek, después de que los manifestantes ocuparan los edificios del gobierno. Se proclamó un nuevo gobierno aunque el futuro de esta remota república es incierto.
La cobertura de estos acontecimientos en los medios de comunicación occidentales es la que se podía haber esperado, superficial y llena de desinformación. En medio de toda la verborrea habitual y sentimental sobre el poder popular es imposible detectar el más mínimo elemento de análisis serio. No hay ningún intento de descubrir qué intereses hay en juego y qué papel están jugando las grandes potencias. De repente, sin ninguna explicación, la revolución de los tulipanes de Kirguizistán se une a la revolución de las rosas de Georgia y a la naranja de Ucrania. Se invita al lector a que se consuele con la desnuda afirmación de que la democracia siempre triunfa al final, el bien derrota al mal, la luz se impone sobre la oscuridad y otras cosas similares. En otras palabras, no tenemos la más mínima idea de lo que está ocurriendo.
Un tablero de ajedrez global
Para comprender lo que está ocurriendo en Kirguizistán es necesario prestar atención a lo que está ocurriendo a escala mundial y ver los acontecimientos en Asia Central como parte de un enorme tablero de ajedrez geopolítico, donde los destinos de las naciones los deciden el gobierno de EEUU, los estados mayores y los consejos de administración de las grandes empresas a miles de kilómetros de distancia.
Recientemente encontré a Condoleezza Rice en Pakistán, donde la dictadura de Musharraf cuenta con el apoyo firme de EEUU. Tan ansiosa estaba la señora Rice en mantener la amistad del general que le dio un pequeño regalo, el desbloqueo de la venta de aviones F-12 estadounidenses. Esto supondrá jugosos beneficios para los fabricantes de armas estadounidenses, mientras que al mismo tiempo hace felices a los generales pakistaníes. El único problema es que los estadounidenses han prometido vender F-16 -una versión más moderna del mismo avión- a la India. Esto avivará las llamas de la carrera armamentista regional que empobrecerá aún más a los pueblos de India y Pakistán.
Evidentemente, los intereses estratégicos estadounidenses globales pesan mucho más en la escala de valores de la administración Bush que cualquier compromiso con nociones abstractas, como la democracia. Son las mismas consideraciones estratégicas globales que le llevaron a estrechar lazos de amistad y alianzas con los regímenes antidemocráticos del Asia Central post-soviética. Han construido una serie de bases alrededor de la periferia de lo que antes era la URSS, cercando el poder de Rusia y afirmando descaradamente el nuevo papel de EEUU en la región como árbitro y maestro.
Los regímenes de países como Uzbekistán y Tayikistán son dictaduras de lo más brutales. Son lugares donde no se tolera la oposición, donde los críticos al gobierno desaparecen de la noche a la mañana y donde se aplican las formas más bárbaras de tortura que dejarían corto a Genghis Khan. Aparentemente, entre sus otras innumerables características está la costumbre de meter a las personas vivas en aceite hirviendo. ¿Qué hacen George W. Bush y Condoleezza Rice? ¿Qué tienen que decir estos adalides de la democracia sobre todo esto? Nada en absoluto. Su lema es lo que solía decir Roosevelt sobre Somoza, el dictador de Nicaragua: Puede que sea un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra.
Kazajstán es también un régimen muy represivo. Turkmenistán es descrito como una dictadura estilo Corea del Norte. Pero eso no parece repeler a las hordas de empresarios norteamericanos que están dándose prisa por poner un pie allí. Pero Kirguizistán era algo excepcional en Asia Central, por cuanto se suponía que era una democracia. El depuesto líder, Akaev, un físico, ganó las elecciones a la presidencia en 1990 frente al jefe comunista, y su éxito se confirmó en las elecciones populares de 1991 después de que la república consiguiera la independencia.
¡Por supuesto que todo es relativo! Akaev puso en práctica las habituales reformas de mercado e introdujo una democracia multipartidista. Pero en realidad, un grupo corrupto de gángsteres fue sustituido por otro. Naturalmente, la idea de que la población realmente tenga algo que decir en un gobierno hostil es algo absurdo, tanto con los nuevos gobernantes como con los viejos. En el transcurso de los años noventa Akaev se hizo más autoritario. Kirguizistán era una democracia sólo de nombre.
Las elecciones que se celebraron en 1995 y en 2000 fueron criticadas por los observadores por no ser libres ni justas. Después de los disturbios de 2002, que estallaron cuando un miembro de la oposición parlamentaria fue arrestado con acusaciones inventadas, Akaev prometió reformas. El único resultado fue un referéndum amañado que fortaleció la presidencia y sustituyó el sistema de listas de partidos por candidatos únicos de distrito para el parlamento. Esto debilitó a los partidos y aumentó la influencia de individuos poderosos. Naturalmente, los gobernantes querían que sus parientes compartieran su buena suerte. Haciendo honor a la tradición de Asia Central, el hijo y la hija de Akaev ese año consiguieron escaños en el parlamento.
Pero la semana pasada, el descontento acumulado en la población estalló. No dispuestos a aceptar elecciones fraudulentas, los ciudadanos se hicieron cargo de la situación. La revuelta empezó poco después de la primera vuelta electoral, el 27 de febrero, caracterizada por los observadores extranjeros como profundamente defectuosas. ¡Se trataba de una subestimación! Durante la campaña electoral, las emisoras estatales apoyaron abiertamente al gobierno, los medios de comunicación independientes fueron amenazados y los candidatos de la oposición descalificados por motivos insignificantes. La segunda vuelta, a principios del mes de marzo, no fue mucho mejor.
El jueves 24 los manifestantes que partieron días antes del sur del país llegaron a Bishkek, al norte del país. Asaltaron la Casa Blanca, sede del gobierno, en su camino superaron a la policía que había desaparecido o se había unido a los manifestantes. A Akaev no se lo podía ver en ninguna parte, los manifestantes y los saqueadores tomaron el edificio. El hecho de que la población recurriera al saqueo muestra el carácter confuso y caótico del movimiento, su falta de objetivos y la ausencia de un programa. Este movimiento se puede ir fácilmente de las manos. Está claro que los líderes de la oposición, impulsados al poder sobre la cresta de una ola de descontento popular, están asustados de esta situación e intentan controlarla lo más rápido posible.
Después de varios días de caos y saqueo, los líderes de la oposición ahora están pidiendo calma. Pero mientras que el saqueo ha desaparecido, la confusión aún prevalece a nivel del gobierno. El Tribunal Supremo anuló las elecciones amañadas. Pero los líderes rivales de la oposición, Kurmanbek Bakiev y Félix Kulov, pronto empezaron a pelearse frente a qué hacer con el parlamento. Bakiev, antiguo primer ministro, decía que el viejo parlamento debía continuar. Kulov, antiguo vicepresidente liberado de prisión por los manifestantes, dijo que su tiempo estaba agotado y que se debía convocar un nuevo parlamento.
Al final ganó Kulov, pero en un aparente acuerdo entre los dos, el nuevo parlamento ha confirmado la única decisión tomada por el anterior parlamento: nombrar presidente a Bakiev. Sin embargo, como premio consuelo especial para Kulov, que también fue jefe de la policía de Bishkek, estará a cargo de la seguridad. El viejo parlamento también nombró a Bakiev presidente interino, aunque Akaev formalmente no ha dimitido.
Las grandes potencias también están observando la situación con algo más que desinteresada preocupación. Asia Central es una zona de vital importancia estratégica, no sólo para Rusia y EEUU, también para China, siempre preocupada por la turbulencia cerca de sus fronteras y que ésta pueda agitar a las poblaciones musulmanas de su periferia occidental. También es una fuente potencialmente importante de petróleo y otras materias primas. Las grandes petroleras estadounidenses llevan mucho tiempo participando en intrigas con los gobiernos de Asia Central, como el caso de Turkmenistán, que posee enormes reservas sin explotar de petróleo y gas natural. Un factor nada menor en la invasión estadounidense de Afganistán era el plan de construir un oleoducto desde Turkmenistán hasta el Océano Índico, que atravesaría todo Afganistán.
El enfrentamiento entre EEUU e Irán también está relacionado con estos intereses estratégicos-económicos globales. EEUU teme que las ambiciones iraníes en Asia Central compliquen sus propios planes. Considera una amenaza a largo plazo la intervención iraní en lugares como Afganistán. Sin duda la decisión de Washington de vender aviones militares a Pakistán forma parte de su plan de crear un cordón de seguridad alrededor de Irán. Esto lo niegan, indignadas, las fuentes oficiales de Islamabad, pero sin duda es verdad.
Los depredadores merodean
Los acontecimientos en Kirguizistán están siendo observados muy de cerca por las grandes potencias y los gobiernos de los estados vecinos. Tanto EEUU como Rusia tienen bases militares cerca de Bishkek. La guerra en Afganistán dio a los estadounidenses la excusa que necesitaban para moverse en masa hacia Asia Central, que era uno de sus objetivos desde el colapso de la Unión Soviética. Además es un objetivo que está relacionado directamente con Rusia, desde entonces las dos grandes potencias mantienen una relación muy tensa en la región.
Para fortalecer su posición en la región, EEUU ha ayudado a regímenes brutales que forman parte de la famosa Coalición de la Voluntad y a los campeones de la guerra contra el terrorismo. El vecino de Kirguizistán, Uzbekistán, es una dictadura particularmente horrible, su dictador, Islam Karimov, ha sofocado violentamente a los militantes islámicos y a todos los opositores. Nadie sabe nada. Mucho más importante que la tortura y el asesinato es la existencia de una serie de bases que pueden permitir a EEUU desplegar sus fuerzas por toda la región a la velocidad de la luz.
Por esa razón Washington no está particularmente regocijado con los acontecimientos en Kirguizistán y no hablan de extender la democracia a través de Asia Central, como hacen con relación a Oriente Medio. La verdad es que Bush y Rice se aterrorizarían ante cualquier sugerencia de que los monstruosos regímenes de Kazajstán, Tayikistán y Uzbekistán pudieran ser derrocados por el poder popular. Después de todo, una base militar es más valiosa que diez democracias y parlamentos.
Todo esto podría explicar por qué el embajador estadounidense en Bishkek, Stephen Young, haya sido tan admirablemente sincero tanto con la prensa como con el gobierno de Akaev sobre su preocupación por el deterioro de la democracia en Kirguizistán. No quiere que este poder popular se le vaya de las manos. Está bien un poco de relaciones públicas pero lo que quiere decir es que Asia Central realmente no necesita (tampoco George Bush) el poder popular sino la estabilidad, así las grandes multinacionales norteamericanas, que en última instancia deciden la política exterior estadounidense, pueden seguir con sus negocios de manera callada, bajo gobiernos serios, y en paz.
En las sabanas africanas, después de satisfecho el león, las hienas y los chacales aparecen, buscando pequeños trozos de carne para poder comer. Los estadounidenses ya han tomado la parte del león, tanto en Iraq como en Asia Central. Ahora es el momento de los pequeños depredadores. A pesar de su relativa debilidad, los imperialistas europeos no quieren quedarse atrás en la carrera por enriquecerse. Se les ha cerrado la puerta de Iraq, que está en manos de las grandes constructoras y petroleras norteamericanas. Ahora no quieren perder puestos en Irán y Asia Central. Eso explica la diferente actitud hacia Irán, frente a la desafiante beligerancia de los estadounidenses.
Los capitalistas franceses y alemanes quieren poner algún pie en Kirguizistán. Es verdad que es un país pequeño y remoto, que carece de las reservas energéticas de algunas repúblicas de Asia Central. No es tan buena como Kazajstán o Turkmenistán, no tiene tanto petróleo y gas, pero al menos pondrían un pie en la puerta. Por eso apresuradamente están dando montones, no de dinero sino de consejos. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que vigiló y criticó las elecciones, está ofreciendo amistosamente ayuda para salir de este caos.
Poco después de que fuera echado Akaev, Bakiev prometió nuevas elecciones en junio. Pero el representante de la OSCE en Kirguizistán se ha quejado de que es demasiado pronto. ¡Primero hay que restablecer el orden! Desgraciadamente, este consejo es más fácil decirlo que ponerlo en práctica. La única forma de que los nuevos líderes puedan restaurar el orden es recurriendo a los métodos de sus predecesores, es decir, instalando un régimen corrupto y represivo. Cualquier parecido con la democracia sólo será casualidad. Pero después de todo, nada es perfecto.
La camarilla dirigente en Rusia también tiene sus propios intereses en la región. Moscú mantenía buenas relaciones con Akaev, y Vladimir Putin, su presidente, expresó su desazón porque otra antigua república soviética hubiera cambiado de gobierno ilegalmente. Pero Putin dice que conoce al nuevo presidente y que puede trabajar con él. Los nuevos líderes son mayoritariamente antiguos primeros ministros, así que no es motivo de alarma, y hay razones para suponer que pronto los asuntos seguirán del modo habitual. Tanto EEUU como Rusia mantendrán sus bases en Kirguizistán.
¿Se extenderá la inestabilidad?
Los vecinos de Kirguizistán también están mirando nerviosos los acontecimientos. El país ha mantenido relaciones problemáticas con Uzbekistán, que incluso minó la frontera con Kirguizistán para impedir que escaparan guerrilleros, un acto que provocó las protestas de Akaev, los otros vecinos de Kirguizistán, Kazajstán y Tayikistán, podían verse afectados por estos temblores. Por eso EEUU, Europa y Rusia están haciendo todo lo que pueden para calmar las cosas tan rápidamente como sea posible.
En Kazajstán, al norte, el presidente Nursultan Nazarbaev, ha utilizado dinero y favores conseguidos con la riqueza mineral del país para mantenerse en el poder. Pero como en Kirguizistán, la oposición va en aumento. Tayikistán, que es más pobre y fue asolado por la guerra civil durante la década de los noventa, podría verse sacudido. Las recientes elecciones (como en Kirguizistán, criticadas por los observadores internacionales) fortalecieron el partido del presidente, Imomali Rakhmonov. Podría ser el siguiente en irse.
Los temblores podrían sentirse en toda Asia Central. Pero los hombres y mujeres que controlan EEUU no necesariamente están contentos con esta perspectiva. A pesar de todos los discursos demagógicos sobre la democracia en todo el mundo, el apoyo de Washington a la democracia es muy selectivo. No quieren ver la extensión de la inestabilidad a aquellos estados dictatoriales de Asia Central que están proporcionando amistosa hospitalidad a sus tropas, espías y aviones. ¿Se extenderá el poder popular a otros estados de Asia Central? Es posible, debido a la naturaleza inestable de todos estos regímenes. Pero si esto ocurre, será a pesar de los demócratas de Washington, no gracias a ellos. Este es el tipo de cinismo que dicta la política internacional en nuestro Nuevo Orden Mundial. Maquiavelo habría quedado impresionado.
Londres, 31 de marzo de 2005