Este verano, los medios han enfocado la atención en una cuestión completamente desproporcionada con respecto a la actualidad nacional e internacional: la decisión de varios alcaldes del partido de derecha Los Republicanos (ex UMP, liderada por Nicolas Sarkozy, NdT), y también del Partido Socialista (con el apoyo del Primer ministro Manuel Valls y otros ministros), de prohibir el uso de una prenda conocida como burkini en las playas.
Esta decisión se enmarca en un clima general de propaganda racista hacia las “poblaciones procedentes de la inmigración” y hacia los musulmanes en particular, sobre todo después de la oleada de atentados que ha afectado Francia. A estos últimos, se les sospecha de promover una modalidad violenta del Islam contraria a los “principios republicanos”, esto cuando no se les vincula directamente a las acciones terroristas reivindicadas por ISIS. La clase política y los medios crean así un amalgama entre el Islam, el integrismo, la inmigración y el terrorismo, olvidando deliberadamente que los terroristas atacan sin hacer distinciones respecto al color de la piel o la religión.
Las mujeres que llevan el burkini (y por extensión todas las que llevan el velo o cualquier otra prenda que se le parezca) son acusadas de estar en el origen de los disturbios contra el orden público, de poner en peligro la seguridad pública y de ser las abanderadas de una ideología política destructiva asociada al terrorismo islámico. En los medios, políticos, periodistas y filósofos denuncian la violencia intrínseca que conlleva el uso de esta prenda hacia las mujeres. Y esto cuando en Francia al menos 75.000 mujeres son violadas cada año, cuando una mujer muere cada tres días a manos de su pareja, ante la casi total indiferencia, que el acceso al aborto es cuestionado por las políticas de austeridad y que las mujeres reciben salarios inferiores a los de los hombres, una parte de la clase política descubre repentinamente su pasión por los derechos de la mujer, erigiéndose en defensores de sus libertades, tomando medidas de coerción… sobre la forma en la que las mujeres deben vestirse. Es obvio que toda esta gente solo se preocupa por la suerte de las mujeres cuando les conviene, es decir cuando permite estigmatizar aún más a la población musulmana. La aplicación de este tipo de medidas solo tendrá el efecto de permitir la humillación de algunas mujeres a manos de la policía al forzarlas a quitarse la ropa.
Al exagerar el hecho de que algunas mujeres llevan esa vestimenta (uno de los alcaldes de LR partidario de esta normativa, reconoció que ninguna mujer con burkini jamás había sido vista hasta ahora en las playas de su municipio), el objetivo no es otro que el de poner el énfasis en las cuestiones identitarias, con el fin de dividir a los trabajadores y desviar la atención de lo que realmente está en juego a nivel social, económico y político. Detrás de los argumentos engañosos e hipócritas sobre la defensa de la laicidad y de la igualdad entre hombres y mujeres, el mensaje que se le envía a la población musulmana, a menudo procedente de las antiguas colonias francesas, es claro : seguís sin ser ciudadanos como los demás y no os queremos en Francia. Aunque el objeto de la polémica sea el burkini, en realidad son todos los comportamientos ligados de cerca o de lejos a la práctica del Islam los que están en el punto de mira. Así, a los musulmanes de Francia, se les ordena ser discretos, tal y como lo expresó claramente el ex ministro Jean-Pierre Chevènement.
La crisis orgánica del capitalismo a nivel mundial obliga a la clase dirigente a desviar la atención de las masas de la lucha de clases que se intensifica. El movimiento obrero y sus militantes deben estar muy atentos para no caer en las trampas de la burguesía y sus sirvientes. Esto es particularmente cierto cuando ésta disfraza su propaganda islamófoba y racista como defensa de la laicidad o cuando instrumentaliza de manera hipócrita los derechos de las mujeres.