El 57,4% de los votantes registrados no acudió a las urnas ayer para la segunda vuelta de las elecciones legislativas (contra el 51,3% en la primera ronda). Esto no es sorprendente: en muchos distritos electorales, los votantes no tenían más elección que entre un “gorro blanco” y un “blanco gorro”, bajo diversas etiquetas: La Republique en Marcha, LREM, de Macron y su otro partido coaligado, el MODEM; Los Republicanos (la derecha), o incluso el Partido Socialista, PS).
La composición de la nueva Asamblea Nacional está más que nunca desconectada de la realidad política del país. Después de recoger 8,6 millones de votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Macron se apoyará en una mayoría absoluta de 350 diputados de la coalición LREM/MODEM. Por su parte, Mélenchon había reunido 7 millones de votos para presidente, pero la Asamblea Nacional tendrá sólo 27 diputados de la Francia insumisa (FI) y del Partido Comunista Francés (o 28 si, por suerte, Valls es finalmente derrotado).
Es cierto que la FI y el PCF habrían conseguido más diputados si se hubieran unido en la primera ronda. Pero aun así hay una enorme desproporción entre el número de votos recibidos por Macron y Mélenchon, el 23 de abril, y el correspondiente número de diputados. Esto también se aplica al Frente Nacional: 7,6 millones de votos el 23 abril, y 8 diputados. Por el contrario, el PS se encuentra sobre-representado en relación con la FI-PCF y el FN: 2,3 millones de votos para Hamon en las presidenciales, y 44 diputados para el PS y sus aliados. Por lo tanto, la Asamblea Nacional tiene muy poco que ver con lo que había expresado la elección presidencial, que ya ofrecía una imagen distorsionada de las corrientes de opinión en el país (el FN, por ejemplo, ocultando su verdadero programa). La “representación nacional” nunca ha llevado tan mal su nombre, bajo la V República.
Con el 57,4% de abstención (a lo que debe sumarse otro 3,5% de votos en blanco y nulos), se puede hablar de una especie de boicot electoral. Mélenchon habla de una “huelga general cívica” y argumenta que la abstención tiene una “significación política ofensiva”. Así es, hasta cierto punto. Mélenchon añade: “Veo en esta abstención una energía disponible, por poco que sepamos llamarla al combate. (…) Esta fuerza puede ser desplegada y pasar de la abstención a la ofensiva. Esto es a lo que llamamos”. Ese es el desafío del próximo período .Y la lucha contra la política del gobierno Macron debe librarse inmediatamente. De hecho, ya ha comenzado a través de la movilización del “Frente Social”, que incluye a un número cada vez mayor de estructuras sindicales.
La violencia de la nueva “Ley del Trabajo” será proporcional a lo que exige la clase dominante francesa: una aceleración de las políticas de contrarreformas adoptadas por los gobiernos anteriores. Esto se corresponde con las necesidades objetivas de los grandes capitalistas. Emmanuel Macron es su apoderado; su misión es atacar brutalmente todas las conquistas sociales arrancadas por el movimiento obrero en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Pero la burguesía tiene un problema: la puesta en práctica de esta política es imposible sin causar las mayores movilizaciones sociales, tarde o temprano.
Grandes luchas están a la orden del día. Sin embargo, el movimiento obrero debe sacar las lecciones de las movilizaciones de estos últimos años. Teniendo en cuenta la determinación de los patrones y su gobierno, la estrategia de ‘jornadas de acción’ sindicales no será suficiente. Sólo el desarrollo de una sólida huelga reconducible [Huelgas indefinidas por ramas de producción cuya continuidad se ratifica día a día, NdT] podrá hacer recular a Macron. Un número creciente de militantes sindicales lo entienden y presionan en este sentido, como hemos visto durante el último congreso de la CGT. Pero las direcciones sindicales no reflejan el radicalismo que se expresa en la base. Ellos están bajo la presión de la burguesía y confían en que las “negociaciones” con el gobierno permitirán limitar el daño. Es totalmente ilusorio y contraproducente: la debilidad invita a la agresión.
La aparición del “Frente Social” es en sí mismo una consecuencia de esta brecha entre la base y las cumbres del movimiento obrero. El “Frente Social” busca dar expresión a la combatividad de la base. Es difícil decir si va a continuar su ascenso, pero está claro que señala el camino. Puede desempeñar un papel importante en el desarrollo de una estrategia de lucha más radical, es decir, conforme con lo que se necesita.
El momento no es el de estar a la espera y embarcarse en pseudonegociaciones con un gobierno que está preparando una serie de importantes ataques contra nuestras condiciones de vida y de trabajo. El momento es el de preparar una contraofensiva del movimiento obrero y de la juventud. En el plano sindical, esto plantea la cuestión de la construcción de una huelga reconducible que abarque al mayor número posible de sectores. En el plano político, esto implica la adopción de un programa de ruptura con el capitalismo en crisis, que no ofrece otra perspectiva que la regresión social permanente.