Una conocida aplicación de la “teoría del caos” afirma que, en determinadas condiciones atmosféricas, el simple aleteo de una mariposa en un lugar remoto del planeta puede provocar perturbaciones, en progresión y con energía creciente, hasta culminar en un huracán en la zona opuesta del mundo. El “efecto mariposa” de Murcia ha provocado un huracán en Madrid, que a su vez ha enviado réplicas más poderosas a todo el Estado.
La vacunación inadecuada del ex consejero de sanidad de una región periférica como Murcia, y las acusaciones de corrupción en el ayuntamiento de la capital murciana, han devenido finalmente en el mayor transtorno político de los últimos dos años, un verdadero huracán, con la destrucción casi irremediable de Ciudadanos, la salida de Pablo Iglesias del gobierno central y la posibilidad cierta de disputar la comunidad de Madrid a la derecha más reaccionaria del país.
Por entre medio, algo que ya parece igualmente muy lejano, tuvimos el “culebrón” murciano, detonante inmediato de lo sucedido en los últimos días, con la moción de censura presentada por el PSOE y el partido naranja y la posterior compra de tres diputados de Ciudadanos por el PP, para asegurarse el gobierno regional y abortar dicha moción. Siendo Ciudadanos un partido en declive terminal y completamente devaluado, todos sus diputados y cargos públicos se han puesto a la venta, y por un módico precio. Lo sucedido en Murcia no debe sorprender a nadie.
Este fue el hecho utilizado por la presidenta madrileña Díaz Ayuso como excusa para adelantar las elecciones en la Comunidad de Madrid, con el argumento –real o fingido– de que Ciudadanos, o un sector de su grupo parlamentario, preparaba con el PSOE un movimiento semejante en Madrid. Conviene recordar que días antes del “culebrón” murciano, el PSOE aireó públicamente no sólo la moción de censura en Murcia, sino que estaba en tratativas con algunos diputados regionales de Ciudadanos en Castilla y León para desalojar al PP del gobierno en esa comunidad.
Maniobra burguesa fallida
Aparentemente, daría la impresión que la camarilla dirigente alrededor de Arrimadas se preparaba para estrechar lazos con el PSOE, siguiendo instrucciones del Ibex35; es decir, del sector de la burguesía más importante y poderoso, y así ofrecer un contrapeso por la derecha a una dirección socialista que sigue obligada a recostarse incómodamente sobre Unidas Podemos y los independentistas catalanes y vascos para mantener su gobierno y la mayoría parlamentaria.
No es la primera vez que movimientos desde arriba, producto de la desesperación, desencadenan acontecimientos con consecuencias imprevistas.Es lo que también en la teoría del caos se denomina un “sistema caótico”; lo cual a su vez no es más que una expresión de la ley dialéctica de que la acumulación de pequeños cambios cuantitativos termina produciendo bruscamente un cambio cualitativo.
Siendo Ciudadanos un partido que ha hundido sus raíces tan reciamente en la derecha, un movimiento tan brusco como el que provocó su dirección nacional en Murcia, necesariamente debía fracturarlo; más aún en una organización en declive terminal, vacía de militantes pero cargada de arribistas y buscavidas sin moral, convicciones ni ideología precisa, que se enfrentan a la perspectiva cierta de tener que dejar de hocicar en la pocilga de la política burguesa y volverse a sus casas con una mano delante y otra detrás.
Todo está dispuesto, por tanto, para la explosión de Ciudadanos y la fagocitación de sus restos por la derecha, principalmente.
El ala “liberal” de la burguesía, preponderante en el Ibex y con su vocero principal en El País, no para de maldecir su mala suerte. Contrariamente a sus deseos, lo ocurrido en Murcia y posteriormente en Madrid no hace más que reforzar la polarización a derecha e izquierda de la sociedad, y por tanto la inestabilidad social; pero, sobre todo, la gran burguesía teme la radicalización hacia la izquierda de la juventud y la clase trabajadora, atizada por el mayor protagonismo que Vox está adquiriendo dentro de la derecha.
Un movimiento arriesgado
El movimiento de Iglesias, que sin duda ha desencadenado una amplia simpatía dentro de la izquierda y entre las capas avanzadas de la clase obrera, y no sólo en Madrid, plantea desafíos y también algunos interrogantes. Iglesias justifica su movimiento porque considera que sólo una figura de la máxima relevancia de la izquierda, como él, puede batir a la derecha madrileña. Garzón también estuvo sonando inicialmente como candidato, pero parece que declinó la propuesta. También es cierto que el margen de maniobra de Unidas Podemos dentro del gobierno central está agotándose. Al final, han tenido que tragarse el mantenimiento de la reforma laboral y de la ley mordaza, ambas del PP, un incumplimiento clamoroso de las promesas del gobierno. También el PSOE se resiste a poner topes a los alquileres de viviendas. La promesa del aumento de impuestos a los ricos también fue al congelador. Los intereses decisivos de la burguesía son los que mandan y el PSOE acata. En el horizonte, está dibujada la ruptura de la coalición de gobierno. Por eso, una salida de Iglesias a tiempo lo aleja preventivamente como participante del giro procapitalista más acusado que Sánchez imprimirá a su gobierno en lo que resta de legislatura. En la campaña electoral de Madrid, Pablo Iglesias podrá agitar libremente el programa “radical” de Unidas Podemos, que no puede exigir dentro del gobierno de coalición estatal, para tratar de encender la máxima participación electoral en la izquierda. Estas elecciones también servirán para conocer el grado de entusiasmo o de escepticismo que la figura de Iglesias suscita entre el electorado de izquierdas, tras su paso por el gobierno de Sánchez.
Por otro lado, que Iglesias haya ya nombrado por adelantado como sucesora en la dirección de UP a Yolanda Díaz, la ministra más moderada de UP y a la que miman la CEOE y los editoriales de El País, da cuenta del carácter caudillista y vacío de militancia real de Podemos, del papel cada vez más irrelevante de IU y del PCE en la coalición, y del oportunismo orgánico de Iglesias y de la dirección de UP, que se conforman con que su ministra “caiga bien” al Régimen en lugar de basarse en un programa y una política de izquierdas consistente e irreconciliable con los intereses patronales.
¿Qué perspectivas?
Uno de los aspectos que había quedado pendiente era la posibilidad de confluencia entre Unidas Podemos y Más Madrid, el partido de Íñigo Errejón, como había pedido Pablo Iglesias. Sin embargo, esta mañana los dirigentes de Más Madrid ya han descartado esa posibilidad, con el argumento de que superando todos el 5% conseguirían la misma representación que yendo juntos. Obviamente, lo que hay detrás es que Errejón necesita preservar un espacio político propio para sobrevivir, piensa que yendo tras la estela de Iglesias en su plaza fuerte, Madrid, eso significaría su liquidación política. Aquí vemos cómo los intereses de aparato se privilegian por encima de los intereses políticos de las familias obreras de Madrid y de la izquierda en general. De todas maneras, hay algo de cierto en la argumentación de Más Madrid, ya que en una circunscripción uniprovincial con un parlamento extenso, como el de Madrid con 136 diputados (el mayor parlamento regional del Estado), una vez superado el 5% de los votos, el porcentaje de voto suele asemejarse al porcentaje de escaños obtenidos en el parlamento regional. Pero claro, el riesgo es que, dada la polarización derecha-izquierda, el riesgo es que Más Madrid quede por debajo del 5% y sus votos y escaños se desperdicien.
Lo que es indudable es que la fuerte apuesta de Pablo Iglesias y Unidas Podemos en las elecciones madrileñas da aires a una izquierda regional alicaída y abre una posibilidad real de que la suma PSOE-UP-Más Madrid bata a la derecha PP-Vox, dando por hecho que Ciudadanos se quedará fuera del parlamento. Para Ciudadanos será el peor de los mundos: quedará la sospecha en un sector de su electorado que sus votos servirán para apuntalar un gobierno de la izquierda, y por otro lado, si de lo que se trata es de evitar esa perspectiva lo más razonable sería votar al PP para garantizarlo.
Hay que movilizar a la clase trabajadora y a los barrios obreros
Hoy, la izquierda en Madrid estaría en una posición de fuerza, y con posibilidades mucho mayores de ganar la Comunidad, si se hubieran hecho los deberes durante esta pandemia. Ante el desastre sanitario de Ayuso y su desprecio por las vidas obreras a lo largo del año, y las bravuconadas de los “Cayetanos” en los barrios ricos de Madrid, PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos mandaron a callar a sus bases, y les ordenaron no salir a la calle, secundados por las cúpulas de UGT y CCOO. Cuando los barrios obreros de Madrid se levantaron en mayo-junio contra los Cayetanos y, sobre todo, a fines de septiembre cuando se levantaron contra el confinamiento clasista de Ayuso, se los dejó solos. Se desperdició una oportunidad única para movilizar los barrios de Madrid en otoño. Una huelga general en la Comunidad impulsada por UGT y CCOO habría puesto contra las cuerdas al gobierno de Ayuso. La “huelga” de la CGT fue una pantomima bochornosa, no se hizo ningún esfuerzo serio ni siquiera para organizar una gran movilización con los trabajadores sanitarios, que han estado luchando intermitentemente, pero de manera sostenida, contra el gobierno de Ayuso,
Está claro que Ayuso busca la mayor desmovilización electoral posible de la izquierda para asegurar su victoria. Por eso ha fijado un día laborable, el martes 4 de mayo, como fecha de las elecciones, sabiendo que eso dificultará el voto en las zonas obreras. Cientos de miles de trabajadores deberán hacer malabares para compaginar trabajo, desplazamiento y votar en el intento.
Sin duda, veremos una campaña sucia de la derecha y de los medios burgueses contra Iglesias. Pero eso sólo polarizará aún más la situación. En Madrid se sitúa una de las burguesías más parásitas y reaccionarias del país, enganchada a la teta del Estado con las obras públicas, los conciertos privados en la sanidad y la educación públicas, corrupción rampante, etc. Si la derecha aparece amenazante y envalentonada eso puede ayudar, como respuesta, a una movilización electoral igual o mayor de la izquierda, pese a la dificultad de votar en día laborable.
Ayuso se frotaba las manos con los débiles candidatos del PSOE (Ángel Gabilondo, una nulidad como agitador político y completamente ausente como principal dirigente opositor), y de Más Madrid, y esperaba igualmente un candidato o candidata irrelevante para Unidas Podemos. Ahora, con Iglesias, todo cambia, por la llegada que aún tiene entre amplios sectores de las familias trabajadoras madrileñas y de la juventud.
Ahora bien, sería un grave error jugarlo todo al “carisma” de Iglesias. La única manera de resaltar la importancia de lo que nos jugamos es acompañar la propaganda electoral con un programa amplio a favor de los barrios obreros, por sanidad y educación públicas y servicios sociales dignos. Para ello, hace falta organizar ya movilizaciones en la calle, capitaneados por los trabajadores sanitarios y los barrios obreros que deben volver a levantarse en pie de guerra.
El resultado no está decidido. La izquierda puede ganar, con la condición de movilizar activamente su base social. Sólo eso puede arrastrar e impulsar la participación suficiente en estas elecciones en los barrios obreros, y barrer a los psicópatas e insensibles al sufrimiento humano que están al frente de la derecha y la ultraderecha madrileña, fieles servidores de sus amos los ricos. Una victoria de la izquierda en Madrid sería un golpe demoledor para la derecha en todo el país, abriría una crisis en canal en el PP, debilitaría a Vox e insuflaría entusiasmo y confianza en sus propias fuerzas a la clase clase trabajadora y a la juventud. La batalla de Madrid ha comenzado, todos los esfuerzos deben orientarse a ganarla.